43. En casa
🎶Banda sonora: Ruins - Nikkita🎶
🎶I'll take you somewhere you don't have to hide (...) I see the lights in your reflection. Beauty's not perfection, there is magic, magic in the ruins...🎶
Despidió con un movimiento de mano al conductor y cruzó la calle. Las ruedas de la maleta hacían ruido en los adoquines y pensó que esa vuelta de madrugada había sido muy mala idea, a pesar de que Roma nunca dormía.
Subió al ascensor y respiró hondo antes de que parase en su piso. Estuvo a punto de sacar la llave del bolso, pero Giovanni la esperaba tras la puerta, abriéndola para ella. Bajó los ojos y sus pasos pesados resonaron en las tablas de madera.
Se quitó los zapatos y dejó la maleta en la entrada antes de soltar el bolso sobre uno de los sofás. No dijo una palabra y su marido tampoco habló. Sin embargo, percibía su presencia a su espalda, siguiéndola por el pasillo hasta el baño.
—¿Tienes hambre, zuccherino*? —preguntó y ella negó con la cabeza—. Date una ducha, desharé la maleta.
*zuccherino: azucarillo
Boram entró al cuarto de baño y se desnudó, metiéndose bajo el chorro caliente. Abandonó Seúl 20 horas atrás y nadie había ido al aeropuerto a despedirla. Trató de hablar con Changbin, pero su hijo seguía sin contestar a sus llamadas, así que solo le envió un mensaje en el que le decía que volvía a Roma. Su respuesta fue escueta y le deseó un buen viaje de vuelta.
Ella estuvo a punto de no volver. Se sentía culpable y desgraciada. Se preguntó de nuevo si algún día los Park dejarían de robarle cosas.
Salió del baño con un albornoz blanco y entró en la habitación huyendo de Gio. Enfrentarlo se veía como la peor de las ideas en ese instante. Se puso un pijama y cepilló su pelo seco antes de meterse entre las sábanas blancas.
—Zuccherino... —El hombre habló. Escuchó como dejaba la maleta en un lado del dormitorio y el peso de su cuerpo movió la cama—. No te culpo por lo que ha pasado. Lo sabes, ¿verdad?
—Pero yo sí me culpo, Giovanni —contestó en voz baja, sin mirarlo—, y no dejo de pensar cuánto más me pueden quitar. Cuánto de mí queda para que esos perros lo destruyan.
—Rammie, están entre rejas, ya no podrán quitarnos nada más. Se acabó. —Le acarició la cabeza suavemente y ella abrió los ojos para encontrarse con las cejas espesas y los labios finos.
La mirada tranquila y desprovista de juicios le dio un escalofrío. Aunque era la culpable de lo que había pasado, Gio todavía tenía palabras de consuelo para ella.
Se dio cuenta en aquel momento de que Giovanni Neri no la culpaba por no haber llegado a conocer a su hijo, que ese hombre con el que compartía la cama desde hacía 20 años nunca iba a culparla. Se sintió mal por él, porque tendría que haber tenido la oportunidad de mirar a Kibum a los ojos, pero no la tuvo. También porque quería que sus palabras fuesen verdad.
De verdad necesitaba como respirar que esa gente no pudiera quitarle nada más.
—Gordito ya no es piccolo paffuto —susurró y vio la sonrisa ligera que le regaló—, ahora parece un oso.
—¿Crees que podré conocerlo alguna vez? —preguntó él y un puño se apretó en su estómago.
—No sé, no quiere hablar conmigo... Dios, Gio, ¿cómo he podido hacerlo todo tan mal?
—Todos cometemos errores. Yo también los cometí, no debí dejarte allí y estaré arrepentido toda mi vida de haber sido un cobarde entonces, pero teníamos 15 años, éramos unos niños... No puedes seguir culpándote por las decisiones que tomó Kibum, por las que tomó Changbin, incluso por las que tú tomaste entonces.
»Han Jisung ha liberado a Kibum, te ha liberado a ti, Boram. Nadie iba a poder pararlo, sabes que ni siquiera la cárcel hubiese parado a Kibum. Dios santo, era mi hijo también, pero no puedo pensar en un final menos cruel para él.
—Yo no lo hubiese hecho, yo no hubiera disparado, Gio...
—Ya lo sé, sé que no hubieras disparado aunque tu vida dependiera de ello. Y que no podrías cargar con la muerte de nuestro hijo a tu espalda. Estaré eternamente agradecido a ese chico por haber hecho lo que ninguno hubiéramos sido capaces de hacer.
»No puedes pasar el resto de tu vida estancada, Rammie, no puedes dejar que los Park sigan teniendo ese poder sobre ti. Se acabó esconderse, se acabó para siempre... Y si el piccolo paffuto no quiere hablar contigo iremos a Corea, iremos a la puerta de su casa y nos quedaremos allí hasta que pueda darle un abrazo y ver con mis propios ojos que ahora es un grande orso.
Rammie lo miró durante mucho rato, con sus dedos acariciando su mejilla y su sonrisa comprensiva dándole una descarga reanimadora a su corazón herido. Quería que sus palabras fueran verdad. Quería, de verdad, ver como Gio y Changbin se abrazaban un día.
Quería decirle a Jisung que ella también estaría eternamente agradecida. Quería que su marido enseñara a cocinar raviolis de calabaza y ricotta, quería aprender k-pop, quería que Felix le hiciera un té y entrenar con Minho. Quería todo eso. Quería ser libre.
—Es la primera vez que hablas tanto en coreano —dijo con una sonrisa tímida.
—L'occasione lo meriti—contestó antes de acercarse y darle un beso en los labios. Se levantó y cogió una revista de la cómoda—. Quiero que leas una cosa, llegó esta mañana y pensé que te gustaría.
En la portada aparecía una fotografía de la torre de Seúl de noche y pensó que quería ir a visitarlo si algún día volvía. Su teléfono móvil sonó en el salón y Gio salió para contestar. No le apetecía hablar con nadie. No le apetecía nada más que dormir.
—Espera un segundo —dijo su marido al interlocutor en coreano. La miró levantando una ceja.
—Si es de Seúl diles que son las 3 a.m., devolveré la llamada cuando pueda dormir algo.
—Zuccherino, tienes que hablar.
—Gio, estoy cansada —sentenció tumbándose para abrir la revista.
—No hagas caso, hablará contigo, piccolo paffuto —contestó al teléfono Gio con una sonrisa pícara antes de que a ella se le cayese la revista de las manos y se incorporara rápidamente en la cama. Su marido rio en voz alta y le pasó el móvil. Se lo puso en el oído y escuchó la voz de Changbin preguntándole si había llegado bien.
Boram se liberó.
Salió del taxi dejando una buena propina a la conductora que había tenido a bien callarse durante el trayecto. El frío del aeropuerto se había mitigado a medida que transitaron la autopista hacia la costa. Después de cuarenta minutos, estaba en su vecindario, por fin, joder.
Se cargó la mochila al hombro y la notó pesada. La mujer le bajó la maleta y él le sonrió asintiendo.
Dejó que el coche se marchara y caminó hacia el fondo de la calle arrastrando el equipaje. Estaba anocheciendo y las farolas ya estaban encendidas pero por suerte, en aquella isla del Atlántico, hacía buen tiempo hasta en invierno y no existía nada comparable a la estación de lluvias o el verano insufrible de Seúl.
Las luces estaban apagadas en la pequeña casa que le pertenecía. Tenía un patio exterior y una huerta en la parte trasera en la que había conseguido que crecieran tomates y berenjenas. Cerró con llave la cancela y caminó hasta la puerta.
Entró con un suspiro cansado sintiéndose en casa aunque estaba a miles de kilómetros del lugar en el que había nacido. Soltó la mochila y estuvo a punto de encender la luz cuando escuchó los pasos apresurados y un cuerpo duro impactó contra él con fuerza.
La maleta de ruedas se cayó, dando un golpe en el suelo. Sus manos fueron directas a las piernas que se enlazaban en su cintura y tuvo que dar un paso atrás para mantenerse en equilibrio.
La boca ajena estaba sobre la suya un segundo después con insana avidez. Le besó con la violencia con la que le besaba cada vez, con la misma con la que se habían besado la primera vez.
La lengua rosada y cálida entró en su cavidad buscándole sin decir ni una palabra. Le saqueó la boca antes de que pudiera ser consciente de lo que estaba pasando.
Cuando su cerebro se activó por fin, caminó hasta que la espalda del chico entre sus brazos dio contra la pared. Algo cayó a la izquierda, un cuadro se tambaleó. Estuvo a punto de perder el equilibrio cuando movió sus caderas contra las ajenas y el gemido grave del hombre resonó en su boca.
Su mano derecha subió al cuello antes de separarse para mirarlo. Los labios rosados y húmedos se elevaron en una sonrisa juguetona que le atravesó el corazón con dos disparos certeros en forma de hoyuelos.
—Mierda, como te he echado de menos —susurró el hombre para rematar ese órgano que latía solo por él.
Volvió a besarlo, recuperando en su paladar el sabor intenso del café que tomó, seguramente sentado en el sillón de rafia de la parte trasera. Una de sus manos estaba en su culo prieto mientras la otra agarraba su cuello con una caricia desesperada. Él también le había echado de menos, le había echado tanto de menos que le dolía.
No pudo llamarle ni una sola vez en el tiempo que estuvo en Corea, no pudo contactar con él por ningún medio y temía que, al volver a casa, se encontrara con el espacio vacío. Sin embargo, no había sido así, ahora tenía ese cuerpo pesado enganchado a su cintura y sus brazos en los hombros.
Mordió su labio inferior con un tirón doloroso y fue su turno para jadear en voz alta. Quería decirle tantas cosas, quería pronunciar en voz alta un montón de palabras que tenía en la garganta pulsando.
—Ey, espera, deja que me de una ducha... —susurró mientras el hombre tiraba de su camisa para sacarla de su cuerpo.
No le escuchó, se desenredó de su cintura bajándose y tiró con fuerza de las solapas. Los botones rebotaron por todas partes mientras las manos frías se movían impacientes por su pecho y sus costados.
Agarró un puñado de pelo, ahora rubio, de la parte posterior de su cabeza y lo instó a mirarlo. Los ojos agudos brillaron con el reflejo de la luz grisácea que se colaba por la cristalera trasera.
Apretó los labios antes de humedecerlos y sus manos traviesas llegaron al botón de su pantalón vaquero. Tenía que darse una ducha, llevaba casi dos días pasando de un avión a otro y necesitaba urgentemente entrar en el baño y quitarse de encima el polvo del camino.
—Voy a darme un baño, y tú vas a aguantar este humor hasta que termine, ¿de acuerdo?
—No me des órdenes —contestó frunciendo el ceño. Y él lo besó otra vez para callar esa boca insolente.
Saboreó sus labios mientras el otro hacía caso omiso a sus peticiones y le desabrochaba el pantalón para colar su mano dentro de su ropa interior. Gimió en su boca cuando las manos heladas le agarraron la erección.
Tuvo que sostenerlo de la muñeca y apartarle de él porque no quería follarlo hasta que estuviera tan limpio como el otro olía. Le empujó contra la pared y se separó estirando el brazo entre ellos como muro de contención de aquel ímpetu que amaba.
Hizo una mueca triste y fue tan extraño como cuando le veía tumbado sobre su pecho por las mañanas. Sacó de la mochila una revista y se la tendió, él arrugó la frente confuso cuando vio la torre de Seúl en la portada.
—Para que te entretengas hasta que me duche. Léelo, te gustará —le dijo desde lejos, evitando que volviese a caer sobre su cuerpo. Se quitó los zapatos y caminó deshaciéndose de la ropa en el recorrido hasta el único baño.
Decidió rápidamente que hacerle esperar un poco más encendería con más fuerza aquellas llamas propias del hombre, así que llenó la bañera mientras se daba una ducha rápida en el cubículo junto a esta. Se metió en la tina unos minutos después, con el agua caliente rodeando sus piernas y cintura, subiendo lenta e inexorablemente hasta su pecho.
Suspiró cerrando los ojos, dormitando por unos minutos. Estaba exhausto, sentía que llevaba cansado más de diez años. Su vida de mierda había sido como una maratón y ese último viaje a Seúl parecía el sprint final que había terminado de agotar su energía.
El agua se movió a su alrededor y abrió los ojos para presenciar el cuerpo desnudo y pálido entrando en la bañera sobre él. Se acomodó, sentándose a horcajadas sobre sus piernas y todo el cansancio desapareció cuando la sonrisa más peligrosa de la Tierra volvió a dibujar esos hoyuelos en su cara.
Acarició con su mano mojada uno de los puntos, preguntándose qué hubiera pasado si no hubiese llegado a tiempo aquel día, si el cabrón desquiciado no se hubiese marchado del comedor de la cárcel cuando hizo ruido en la puerta.
—Está muerto —informó de pronto y el chico arrugó la frente antes de elevar las cejas sorprendido —. Está total y absolutamente muerto.
—¿Disparaste tu? —Negó con la cabeza.
—Fue Jisung. Han le metió una bala en la garganta.
—¿La ardillita mató a ese demonio? —Él se había preguntado lo mismo cuando llegó a casa de Seo con el resto de la patrulla.
Había cubierto su cara con la braga, evitando estar demasiado cerca de ellos, aunque tampoco podrían haberle reconocido teniendo en cuenta que estaban ocupados tratando de gestionar su mierda.
Sólo había tenido tiempo para agarrar a la mujer y apartarla del cadáver ensangrentado sobre el que lloraba. La mantuvo en su regazo mientras el personal médico certificaba la muerte del asesino y curaba la herida de Changbin con un par de puntos de aproximación y un apósito gigante.
Han Jisung había estado demasiado ocupado echando hasta la primera papilla en el baño junto a la escalera, llorando, con el cuerpo tembloroso. Había echado a gritos a los sanitarios cuando trataron de acercarse y Changbin fue la única persona que pudo entrar al baño y tocarle.
Seo había caído a su lado, con una mano en su espalda. Minho llegó nueve minutos después como una tromba. Creyó que le reconocería cuando escaneó el espacio y sus ojos se clavaron durante unos segundos en la mujer que sostenía. Pero el sonido de las arcadas de Jisung en el baño le distrajo y corrió como un huracán hasta aquella habitación para consolar a los muchachos en el suelo.
Cuando se llevaron a Park Boram, Han estaba reclinado, como en trance, sobre el pecho de Minho mientras agarraba desesperado la mano de Changbin. En ese momento se preguntó si esos niños serían capaces de llevar, algún día, una vida normal.
—Seo dijo que le clavó el cuchillo en el cuello y le llamó perro servil. Y entonces oyó el primer disparo. Después el chaebol gritó que él no era ningún perro servil y volvió a apretar el gatillo... —Acarició el pelo del contrario humedeciéndolo para apartarlo de su frente—. Ni siquiera sabía que podrían agarrar una pistola.
—Ambos pueden —contestó con una sonrisa enigmática mientras se reclinaba sobre su pecho, como había hecho Jisung sobre el de Minho
Apoyó la cabeza en su hombro y la nariz rozó su cuello en una caricia sensual. Sus manos recorrieron la espalda del hombre desnudo lentamente. Presionó sus dedos sobre las nalgas bajo el agua con un suspiro satisfecho.
—Park Boram es la madre de Changbin. Y también de ese hombre —Le sintió tensarse y su mano derecha se cerró alrededor de su bíceps—. Es... de esa familia.
Se incorporó con las cejas fruncidas y la boca hecha una línea, su mandíbula dura se apretó y él le acarició suavemente para tratar de calmar la ira que siempre le dominaba cuando pronunciaba ese apellido.
—Es la hermana pequeña de Dongsong. Se quedó embarazada cuando era adolescente y después de eso hicieron de su vida un infierno... Eunji y él la obligaron a dejar al niño y a casarse con Seo Haeshin. Y la borraron de todos los registros. Disolvieron su existencia hasta que huyó...
Tragó saliva mientras el hombre desnudo y silencioso se daba la vuelta para salir de la bañera. Le agarró de la muñeca y le tiró encima, sentándolo en su regazo. Envolvió los brazos alrededor de su torso como un cepo para evitar que escapase y el chico luchó unos segundos antes de darse por vencido y apoyar la cabeza de nuevo en su hombro.
—Minho obedeció, presionó a Seungmin y Chan para que sacaran el disco duro. Han Jisung lo entregó a la policía en cuanto detuvieron a Yun Eunwoo en la Fiscalía. Kim Namjoon dijo que teníamos que esperar hasta entonces...
—Sabía que obedecería... —murmuró, con su cuerpo cada vez más relajado—. No quiero seguir hablando de esto. Ya tendrás tiempo de contarme todo...—No había lugar a réplicas.
Obedeció, concediéndole el silencio cuando todo lo que quería era decirle un millón de cosas más. Dejó que sus manos se enredaran, lo tocó, le dejó tocar; besó con suavidad el nacimiento del pelo, el lóbulo de su oreja, la curva pronunciada de su mandíbula.
—No deberías volver a Corea, pero puede ir a donde quieras ahora... —dijo en voz baja, asustado de que fuera a dejarle de nuevo.
—¿Quieres que me vaya? ¿Me estás echando?
—Dios me libre siquiera de pensarlo, pequeño tirano —Le tomó de la barbilla y le besó de nuevo, muy suavemente—. Sólo te lo digo para que sepas que tienes la opción de hacerlo, puedes irte cuando quieras.
Se quedaron callados, con el agua alrededor enfriándose y sus cuerpos unidos. El peso familiar del chico sobre él se sentía correcto, tanto como todo lo demás era incorrecto. No pudo evitar la caricia que subió por su cintura, notando la carne suave. Palpó su vientre que estaba un poco más blando que cuando se conocieron y pellizco ese pequeño trocito de carne que se pronunciaba bajo el ombligo. El tirano trató de esquivarlo conteniendo una sonrisa antes de suspirar.
Se giró, salpicando por fuera de la bañera. Se sentó a horcajadas una vez más, su mano fría se posó en su mejilla y el pulgar le acarició debajo del ojo, restregando la yema en el lunar que sabía que tenía justo en aquel punto.
—¿Podría quedarme un poco más? —preguntó con la voz extrañamente trémula, como si temiera que le expulsara de su lado. Como si eso fuera posible.
—Puedes quedarte cuanto quieras. Podemos quedarnos para siempre.
—La vejez te ha vuelto cursi —contestó riendo.
—Tú me has vuelto cursi —replicó besándole en la mejilla pálida, justo sobre el hoyuelo—. No sabes lo mucho que te he echado de menos.
—Supongo que lo mismo que yo a ti, cabrón obstinado. Estaba tan asustado de que te mataran... nunca me hubiera enterado.
—Namjoon te hubiera llamado para avisarte.
—Me da igual, no quiero que te maten, no quiero perderte de nuevo.
—¿Y dices que yo soy cursi? —rio y el chico le apretó el cuello con la mano, sin una amenaza real.
—Nada de eso, soy el único con derecho a matarte, ¿lo has olvidado, acaso?
—Nunca olvido nada de lo que me dices, ni una sola palabra —contestó mirando esos ojos agudos.
Cayó sobre su boca de nuevo con una suavidad que no pegaba con el agarre que mantenía sobre su garganta. Aflojó los dedos de su cuello y le acarició, enredando sus dos manos en su pelo. Gimió sintiendo el vaivén de sus caderas mientras los labios rosados dejaban pequeños roces sobre sus mejillas, su nariz y sus labios. Le reconoció con la boca, lamiendo sobre el pulso en su yugular, envolviendo su nuez de adán.
—No vuelvas a dejarme sin poder contactar contigo. No vuelvas a hacerlo o te mataré.
—No lo haré —contestó con un jadeo cuando sus pollas se rozaron bajo el agua.
—No me dejes, Hwang Hyunjin —susurró con sus dientes enganchandose al lóbulo de su oreja. Le agarró por la parte posterior de la cabeza y lo atrajo a su boca.
Le besó con ansia, encendido por como su nombre sonaba en aquella voz que era su castigo y su regalo, sus sueños y sus pesadillas. Su lengua entró en la boca caliente, saqueando, profanando, probando cada milímetro de la cavidad húmeda.
Se separó, los dos respiraban agitados y sus ojos brillaban bajo las pestañas oscuras.
—No voy a dejarte, Innie, nunca más.
***
4/5
TACHÁNNNNNNNNN
Navegantes, hicieron toro ese llanto por naraaaaaaaaaaaaaaa JAJAJAJAJAJJAJAJAJA
Tenía que guardar la guinda del pastel para que todos fueran felices de una putísima vez. Les amo, les adoro, les venero, gracias por leerme.
El siguiente capítulo es opcional leerlo, es una especie de... ¿epílogo?
¡Nos vemos en el infierno!
(Dónde I.N no está reinando todavía porque está muy ocupado plantando berenjenas en una isla del Atlántico en la que se habla español que podría estar inspirada o no en la isla en la que yo vivo)
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