41. Despertar
🎶Banda sonora: Proud - Leroy Sanchez🎶
Tenía los párpados pesados y tuvo que abrirlos y cerrarlos muchas veces antes de que la luz realmente se colase por las rendijas. Su cuerpo no le respondía, como si tuviera un episodio de parálisis del sueño. El techo era industrial, impersonal, con unos focos suaves.
No podía fijarse en nada porque su mirada seguía borrosa. El frío se colaba por su nariz y le dio ganas de estornudar. Se preguntó, durante mucho rato, si había muerto finalmente. Le parecía lo más lógico teniendo en cuenta donde estaba la última vez que abrió los ojos.
¿Me habrá llevado a otro lugar? ¿Dónde está Seungmin? ¿Dónde está Kumiho? ¿Habrán muerto ellos también?
Durante el tiempo que había pasado atado a la silla,se preguntó muchas veces cómo sería morir. Cada vez que perdía la conciencia y la recuperaba creía que estaba en el infierno. En ese momento ya no estaba sentado, porque sentía su propio peso en una cama blanda. Así que tenía más sentido que, por fin, estuviera muerto.
No le dolía nada, pero tampoco sentía nada. No podía percibir las bridas en sus extremidades, ni el frío que mordía su desnudez, ni la presión del tornillo de apriete en la rodilla. Trató de mover los dedos de las manos y, por primera vez desde que había despertado unos minutos atrás, sintió que estaban restringidos.
Parpadeó mil veces más para apartar aquella incómoda neblina que le cubría. Escuchó el sonido mecánico a su lado, pero fue incapaz de girarse. Una persona apareció ante él y escuchó su nombre.
Se durmió.
Un dolor lacerante subió desde su pierna hasta su cerebro sacándolo del sueño plácido con un tirón violento. La presión en su rodilla fue un recordatorio de la tortura y se convenció de que no estaba muerto, solo había cambiado el escenario donde le haría sufrir.
Quiso gritar, pero su garganta seca se lo impidió y solo salió de su boca el más leve de los susurros. Abrió los ojos cuando sintió una mano sobre su mejilla antes de que la cara de su padre apareciera ante él, con lágrimas y ojeras. Pensó que había envejecido de golpe diez años.
¿Llevo diez años encerrado en ese agujero? ¿Estoy muerto?
Quería agarrar el brazo de su padre y preguntarle por qué lloraba, cuánto tiempo había pasado, dónde estaba Seungmin y por qué seguía notando esa presión en su rodilla. Movió los dedos de su mano y sintió que estaban restringidos. Le pareció que había vivido antes eso.
Escuchó ruido a su alrededor, pero sus ojos se cerraron como un telón, con la cara borrosa de su padre llorando como última visión.
Una conversación le despertó. Era Ma. Ma lloraba en voz baja y se quejaba de que hacía frío.
No hace frío, Ma, no hace tanto frío como en aquel lugar.
Sooyeon nuna levantó la voz hablando sobre morfina. Tal vez esa sensación de pesadez era porque alguien le había inyectado el opiáceo a él. Tendría sentido.
¿Dónde está Pa? Soñé con él.
Ma seguía llorando aunque no podía verla. Todo estaba oscuro y, en realidad, no hacía frío allí. El peso de una manta sobre su cuerpo le hizo pensar que tal vez era ella la que no estaba abrigada.
Coge la manta y cúbrete, Ma.
¿Por qué no podía hablar? ¿Por qué no podía abrir los ojos? ¿Por qué Sooyeon nuna insistía en que debían hacer algo con la morfina? ¿Estaba drogado?
La voz que no conocía de las tres sonó más cerca y el peso de la manta desapareció de su pecho. Sintió frío. Sí que hace frío, Ma, pero no tanto como en aquel lugar.
El toque de unas manos estaba en su piel. Algo metálico sobre sus costillas le hizo cosquillas y se movió levemente huyendo de la sensación. Todo el mundo se quedó en silencio alrededor.
—¿Está despierto, Choi Soobin-ssi? —dijo esa voz. Su madre no le permitió contestar.
—Soobin, Soobin, adeul, aegi. —Ma lloró más fuerte y notó su mano cálida en su cabeza, enredada en su pelo.
Sintió una lágrima escapar de sus ojos cerrados, los ojos que no podía abrir. Si eso era el cielo, si estaba muerto, no quería moverse de allí. Si estaba durmiendo, no quería despertar. Ma le acarició la cabeza y susurró lo mucho que lo quería muchas veces, muchísimas veces.
Perdió la consciencia.
No podía haber sido un sueño. Por más que lo pareciera, el momento en el que su madre le tocó la cabeza no podía ser un sueño. De hecho, estaba algo menos aturdido en ese momento, escuchaba de fondo un ruido mecánico y sentía el aire frío en la nariz.
Le dolía la rodilla y seguía teniendo los dedos de la mano inmovilizados. Probó a mover su mano izquierda y sintió la textura de la sábana que había sobre él y la piel de sus muslos. Se aventuró a mover la mano un poco más arriba y encontró la tela de un camisón.
Alguien me vistió. ¿Fue Ma?
Abrió los ojos y parpadeó un millón de veces, con su mirada un poco más clara. El techo se parecía al que había soñado. Esos focos seguían en el mismo lugar que en su sueño. Confundido, miró hacia los lados: había máquinas a su alrededor y flores. Había un millón de ramos de flores y cuatrocientos peluches. ¿De quién son todos esos peluches?
Tenía la boca seca y el aire frío que entraba por su nariz le picó. Era como un déjà vu. Movió la mano que no estaba inmovilizada y la subió hasta su vientre con dificultad y más arriba, hasta su pecho, hurgando entre las solapas de la... ¿bata?. Rozó varios trozos de plástico en su piel.
Entendió que estaba en un hospital. Algo se alegró dentro de él, a pesar de que empezaba a sentir dolor en su pierna y su mano derecha. Si estaba en un hospital, ese hombre no estaría cerca. Seguramente Ma y Pa sí que estarían allí.
Tenía que llamarles, tenía que verles. Necesitaba que estuvieran allí de verdad. Respiró con dificultad, y entreabrió la boca para dejar pasar el sonido más elemental que un ser humano podía decir.
—Ma...—Sonó bajo y ajeno, sonó como la primera palabra de un ser humano. Sonó como la llamada de socorro que era —. Pa... —lo intentó de nuevo.
No hizo falta nada más. El estruendo de los pasos se escuchó y la cara anciana de su pobre padre apareció ante él. ¿Cuántos años llevo durmiendo, Pa? ¿Por qué te ves tan viejo?
Choi Taeyang se echó a llorar sin decir una palabra, agachándose para apoyar la cabeza sobre su pecho, y ya no podía verlo. Pero Ma también estaba allí y sus dedos largos y femeninos se enredaron en su pelo mientras susurraba una bendición que sonó como un conjuro.
—Adeul, aegi —gimió ella acercando sus labios a su frente para dejar un beso allí.
Soobin sintió que las lágrimas que caían de sus propios ojos cansados se arremolinaban en sus sienes y una se coló en su oreja. Su madre y su padre le acompañaron en el llanto. Las falanges de la mujer lo peinaron suavemente, con un arrullo infantil que le recordó a cuando era un niño y tenía pesadillas.
Pensó que sus padres le estaban consolando como lo hacían entonces.
Su padre seguía hipando sobre el pecho de Soobin, como si se hubiera desplomado en aquel lugar y no le quedaran fuerzas para levantar la cabeza y dejar que su hijo le viera. Quería tanto verle. Quería tanto que le abrazara.
—Ma... Tengo... tengo sed —susurró con la garganta áspera. No quería que se apartara de él, pero lo hizo.
Los dedos en su pelo pero fueron reemplazados por el algodón fresco y húmedo en sus labios. Cerró los ojos con un sonido de alivio cuando las gotas cayeron en su lengua. No era suficiente, quería beberse cinco litros de un trago. Sin embargo, aceptó aquellas míseras gotas de las manos de su madre mientras la miraba fijamente.
¿Cómo he podido mereceros alguna vez?
Trató de acomodarse y su rodilla dolió. Soltó un siseo incómodo mientras Ma apartaba el algodón húmedo de su boca.
—Con calma, adeul, despacio —dijo ella quitando el pelo que le caía sobre la frente. Se relajó de nuevo y movió la mano que estaba atascada dentro de la manta tratando de sacarla.
Su madre pareció darse cuenta y levantó el cobertor, ayudándolo. Su mano izquierda estaba libre y el aire no parecía tan frío como se sentía en su nariz. Movió los dedos hasta que encontró la forma de su padre sobre él. El hombre levantó la cabeza de su pecho y pudo verlo por fin.
Soobin le secó las lágrimas con el pulgar antes de que su brazo débil temblase. Las uñas pintadas de rosa de Ma aparecieron para agarrarle del codo y que pudiese terminar de apartar la humedad de las mejillas de su padre.
—Pa... —susurró otra vez—, te quiero —Movió las pupilas girando la cabeza suavemente hacia la cara llorosa de su madre—. Te quiero, Ma.
Sus padres lloraron más y él también. Sus ojos volvieron a sentirse pesados un rato después y se quedó dormido.
Cuando despertó esa vez, sabía dónde estaba. Escuchaba todavía el sonido de los aparatos a su alrededor: el respirador, la bomba de morfina, el lector de sus constantes. Seguía sintiendo frío en su nariz, así que no le habían quitado aún el oxígeno.
Giró la cabeza con un poco más de autonomía. Su padre le sonrió con esa luz que siempre había asociado a él. Sus dedos apartaron el pelo de su frente y le devolvió una sonrisa, aunque sabía que era un poco ortopédica.
—¿Tienes sed, adeul? —preguntó y Soobin respondió con un asentimiento. Un segundo después había un algodón refrescándole la boca—. ¿Te duele algo? ¿Quieres que llame a los enfermeros?
—No... no quiero dormir... —contestó con la voz rasposa—. ¿Qué ha pasado, Pa?
—Estás mejorando, vas a ponerte bien pronto —dijo dejando el vaso sobre una mesita junto a la camilla. Soobin se alegró de poder girar la cabeza normalmente —. Han bajado la cantidad de calmantes y la infección ha remitido.
—¿No voy a dormir más?
—Sí, hijo, pero no te sentirás tan aturdido. —Soobin suspiró y movió la mano derecha con dificultad.
—¿Por qué no puedo mover la mano?
—Tienes una escayola.
—¿Sigo teniendo esa cosa en la rodilla? —preguntó en voz baja, asustado de la respuesta. La cara de su padre cambió y vio cómo apretaba la mandíbula. El hombre se inclinó y dejó un beso en su frente mientras negaba con la cabeza.
—No tienes esa cosa en la rodilla. Estás a salvo ahora, hijo.
Respiró tranquilo por primera vez en mucho tiempo. No sabía cuánto había pasado durmiendo y su padre seguía dándole esa imagen de anciano que no casaba con el hombre que recordaba. Estaba conectado a un millón de máquinas y su rodilla y su mano derecha dolían; deducía que tenía una bomba de morfina y una vía de hidratación. Y sin embargo, respiró tranquilo.
—Pa, ¿dónde está Seungmin? ¿Está bien?
—Sí, Seungmin está bien, está en la sala de espera. Todo el mundo en la sala de espera desde hace días —contestó su padre con una sonrisa cálida.
—¡Bebé! —Escuchó la exclamación y no le dio tiempo a girar la cabeza antes de que su hermana cayera sobre él con un llanto desesperado y escandaloso. Soobin hizo un puchero mientras sacaba su mano sana de la manta para agarrar la cabeza de Soojin sobre él.
Su hermana mediana lloriqueó mientras veía como Sooyeon aparecía en la puerta con la mirada fija en él y los ojos rojos. Vio cómo presionaba los labios y se acercaba a Soojin para apartarla de encima.
—Hola, pequeño bebé —dijo Sooyeon dándole un beso en la frente mientras la muy embarazada hermana de en medio rodeaba la camilla para apartar a su padre y sentarse en la silla junto a la camilla.
Soojin le cogió la mano izquierda y se la llevó a la mejilla apoyándose en ella. Sooyeon le tocó el pelo suavemente. Soobin quería decirles que las amaba, que las había extrañado.
—¿Podemos hacer una fiesta de pijamas? —murmuró mirando a su hermana mayor—. ¿Podemos, Sooyeon nuna? ¿Puedes pedir un día libre en el trabajo?
—Sí, bebé, haremos una fiesta de pijamas.
—Sin alcohol, no puedo beber hasta que el bollo salga del horno —comentó Soojin con una risa llorosa. Soobin le tocó la cara y apartó su pelo detrás de la oreja.
—Os eché tanto de menos —confesó con las lágrimas escapándose también de sus ojos.
Sooyeon lloró, Soojin lloró, los tres lloraron. Miró al pie de la cama y se encontró con su padre sonriendo con una especie de orgullo que le estremeció. ¿Soy suficiente a pesar de todos los problemas que te he dado, Pa?
Soobin no era estúpido, sabía que había sido, con diferencia, el peor dolor en el culo al que sus padres se habían enfrentado. Sooyeon era médico en un hospital, ¿quizá este es su hospital?, pensó de pronto. Soojin, aunque tuvo una adolescencia rebelde, se licenció en arquitectura con las mejores notas de su promoción. Ambas se habían casado, ambas habían traído orgullo a su familia con nietos bonitos y adorables que tenían la sonrisa de los Choi.
Soobin empezó a dar problemas en el momento en el que entró llorando para contarle a su madre que Eunwoo le había amenazado con publicar las fotos. Obviamente, nunca dijo su nombre. Solo le contó a su madre que le gustaban los chicos y que todo el mundo se enteraría y su padre perdería su posición.
Por suerte, Eunwoo nunca filtró esas fotos. Pero igualmente, la prensa se enteró poco después de que el único hijo varón de Choi Taeyang era maricón. Aunque sus padres apaciguaron a los buitres con la aceptación, Soobin sabía lo difícil que había sido para ellos.
Sabía que en sus círculos sociales habían perdido amigos, como los Han. También sabía que perdieron inversores y dinero, aunque reenfocaran el negocio. Era consciente de que su sexualidad había traído problemas a su familia.
—Lo siento... —soltó de pronto—. Perdón por todo.
—No pidas perdón, adeul. No hay nada por lo que debas ser perdonado —contestó su padre sacando un pañuelo de su bolsillo y marchándose de la habitación.
Se quedó mirando de un lado al otro de la cama, donde sus hermanas mayores describían con los ojos cada espacio de su cara, como si todavía no creyeran que, realmente, estaba vivo. No podía culparlas. Él tampoco lo creía del todo.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? —preguntó.
—Llevas durmiendo casi veinte días —contestó Sooyeon nuna.
—¿Por qué Pa parece haber envejecido diez años?
—Tu ausencia se sintió como cien años —contestó Soojin nuna apretándole los dedos.
Su madre entró a la habitación y le dio una sonrisa conocedora.
Seungmin escuchó la respiración de Soobin cambiar y se levantó del sofá para acercarse a la camilla donde dormía.
Despertó. Choi Soobin, el conejito de sonrisa radiante, había sobrevivido. Sus padres y hermanas habían pasado la tarde con él, antes de que la bomba automática administrara el calmante y volviese a caer redondo.
Seungmin insistió en quedarse. Sabía que esa familia necesitaba descansar y quería tener un poco de tiempo a solas con Soobin. Les envió a casa a regañadientes y se metió en la habitación para dormitar en el sofá incómodo que había allí.
Miró el reloj de la pared: eran las 5 de la mañana. Se sentó en la silla y observó la cara de Soobin. Ya no quedaban más que un par de sombras oscuras donde habían estado los golpes. Los cirujanos reconstructivos habían cosido perfectamente las heridas abiertas. Las pocas cicatrices que quedaban en esa cara bonita acabarían por ser imperceptibles.
No pasaría lo mismo con su torso. O con la prótesis que tenía en la rodilla. Eso iba a ser mucho más complicado de curar.
—Tengo sed —se quejó con los ojos cerrados.
Seungmin cogió un vaso con agua y mojó el algodón antes de llevarlo a los labios y dejar unas gotas en su lengua. Empapó la boca que tenía seca y después cogió un bálsamo de la mesa y lo aplicó en sus labios.
—Gracias... —suspiró el chico.
—De nada, tesoro.
Los ojos de Soobin se abrieron y parpadeó rápidamente, mirándole. Seungmin pensó que tal vez trataba de alejar la pesada neblina del sueño, o tal vez no creía que estaba vivo.
Seungmin salió consciente de la habitación donde habían estado encerrados. Con su cabeza completamente despierta y sus ojos abiertos. Soobin había perdido y recuperado el conocimiento de forma intermitente durante días. Entendía que, en ese momento, no podía creer que él también estaba allí.
—Seungmin... —murmuró.
—Te dije que saldríamos...
Soobin se echó a llorar en silencio y él lo acompañó. Agarró su mano sana y puso el dorso contra la mejilla, su amigo apretó los dedos con fuerza. Sentía en su corazón el revoloteo feliz del reconocimiento.
Ver a Choi Soobin despierto era mejor que solo escuchar que lo estaba. Trató, durante toda la tarde, de mantenerse calmado en la sala de espera. No quería apartar a esa familia del lado del pequeño de la casa. No quería robar un tiempo que les pertenecía. Y sin embargo, tenía tantas ganas de verle que se había mordido las uñas hasta hacerse heridas.
Restregó la cara contra el calor de la mano sana del muchacho, describiendo cada milímetro de su cara con sus pupilas, para memorizar como era verle vivo.
—Soñé con Chan hyung... Soñé que me decía que estábamos a salvo y que me desataba de la silla... —susurró con las mejillas húmedas y la voz temblorosa. Seungmin secó sus pómulos y sienes—. Soñé que me decía que estaba vivo, pero no le creí...
—No fue un sueño, Chan vino contigo en la ambulancia —contestó presionando sus labios contra el dorso de la mano de Soobin.
—Él... ¿Él estaba allí? ¿También le llevaron a ese lugar?
—No, él nos salvó —respondió con sinceridad y en voz baja.
Soobin lo miró a los ojos unos segundos y su mano le apartó el flequillo que caía sobre las cejas antes de pellizcarle una mejilla y sonreír. Seungmin sintió como si el sol saliese en aquella habitación aunque apenas amanecía en Seúl.
Qué miedo pasé, Tesoro.
La sonrisa de su amigo aumentó y fue consciente de que aquel frío que vivía dentro de él desde que despertó atado del techo del sótano de la mansión Han, retrocedía al calor de la sonrisa más bonita de Corea.
Quería pedirle perdón, quería decirle que nunca volvería a mentir, quería apartarle de su vida para mantenerlo a salvo. Quería hacer que Soobin olvidase lo que había pasado, que no tuviese dos dedos de la mano rotos, una quemadura en las costillas y una prótesis en la rodilla.
—Voy a tener que dejar de odiarlo... Espero que lo entiendas —bromeó atrayéndolo más cerca. Asintió y se inclinó para apoyar la frente en el hombro desnudo del chico y suspirar.
Por supuesto que lo entendía. Lo entendía y lo compartía. En ese instante, con su piel tocando la de Soobin, con la mano del chico sobre su cabeza y su respiración moviendole el pelo de la coronilla, le hubiese dado a Chan un riñón, su hígado y su corazón.
¿No lleva diez años siendo suyo?, se sacudió a sí mismo por el pensamiento.
—Lo sé, sé que no vas a odiarlo más... —dijo en voz alta.
—¿Ha venido al hospital? —Seungmin asintió—. ¿Vino a verte?
—No, no le vi hasta que salí. Ha venido a verte a ti todos los días desde que me dieron el alta —explicó.
—¿Sabes que está enamorado de ti? —preguntó con una sonrisa pícara. No pudo evitar el rubor y Soobin se rió un poco antes de pellizcar otra vez su mejilla—. Estaba tan asustado, Seungmin... Tenía tanto miedo de que ese monstruo siguiera haciéndote daño.
—Tesoro...
—Quería morir. Todo dolía, hacía frío y tenía sed. Y quería morirme. Pero no quería que te hiciera daño a ti, no quería que siguiera... —Tragó saliva y le miró unos segundos—. ¿Lo han detenido? ¿Está en la cárcel?
Seungmin negó con la cabeza y se planteó la posibilidad de mentirle. Podría decirle que la policía le había matado, que había muerto en un accidente, podía decir un millón de cosas distintas a la verdad. Decidió que Soobin se merecía que dejara de mantenerlo en las sombras.
—Murió. Le abatieron. Está muerto, absolutamente muerto... —Guardó silencio unos segundos antes de continuar—. Es probable que nadie te cuente esto, pero fue Jisung quien le disparó —Soobin abrió los ojos. desconcertado—. Fue a casa de Changbin, le ató a una silla y le puso un cuchillo en el cuello. Namjoon hyung dice que le llamó perro servil y Jisung le disparó en la garganta.
—Joder, Seungmin...
—Entenderás qué ya no voy a poder odiar a ese idiota, ¿verdad? Aunque ahora me ha puesto un nuevo mote y sigue siendo un gilipollas integral, no puedo odiarle.
—Llevo casi dos años esperando a que me digas eso... Te lo dije una vez, Seungmin, esos chicos lo han pasado mal, horriblemente mal. Jisung es leal con sus amigos... Y muy protector con Changbin... Changbin es... Bueno, ya lo sabes, es tan buena persona que es incapaz de hacer daño a nadie.
—Lo sé, Tesoro, lo sé. Tendrías que ver la que ha montado el idiota de Han en la sala de espera. Ha pagado una indecente cantidad de dinero para que tengamos privacidad, hasta envía un catering. Trajo al mejor cirujano traumatólogo del país solo para arreglar... —Se quedó callado de repente, dándose cuenta de la cara que ponía Soobin.
—¿La rodilla? —preguntó con el ceño fruncido— ¿He perdido la pierna, Seungmin? —Se apresuró a negar con la cabeza y el chico suspiró aliviado.
—Tienes una prótesis en la rodilla. No pudieron salvar la rótula así que hicieron lo que más te ayudaría. Creo que estarás bien en una o dos semanas más aunque tendrás que caminar con bastón durante un tiempo... Pero podrás tener una vida más o menos normal.
—Se acabó mi carrera como primer bailarín del ballet ruso —bromeó y Seungmin lo miró fijamente preguntándose cómo demonios podía tener sentido del humor con todo lo que había pasado.
Se echó a reír cuando él lo hizo. Su cuerpo frío se calentó con las ruidosas carcajadas que compartieron. La sonrisa radiante de Choi Soobin iluminó hasta el último lugar de su oscuro corazón. El sol salió y amaneció en Seúl.
Rieron hasta que ambos estaban cansados y se les saltaban las lágrimas. Entonces Soobin suspiró y su labio inferior tembló, Seungmin se puso alerta.
—Seungmin... ¿Yeonjun está vivo? —Sus ojos grandes tenían un ruego en sus profundidades oscuras y cristalizadas. Un ruego que, en el fondo, entendía también.
—Sí, él está bien, está vivo.
—¿Está aquí? —Se quedó callado unos segundos—. Puedes decirmelo, Seungmin. Puedes decirme cualquier cosa.
—No ha venido al hospital... Creo... —Algo se apretó dentro de su estómago con una comprensión extraña—, creo que está asustado y avergonzado...
Soobin asintió y presionó los labios carnosos en una mueca triste antes de cerrar los ojos hacia el techo. Seungmin se quedó un rato observando los contornos de su cara. Grabó a fuego todo sobre él. Se preguntó en qué estaba pensando. ¿Querría volver a ver a Yeonjun? ¿Querría echarle en cara sus mentiras? ¿Quería hacerlo Seungmin? Tenía una sensación de gratitud extraña, probablemente porque él había sido testigo de aquella conversación entre el asesino y Kumiho con todas sus funciones cerebrales activas.
En terapia habló de ellos una vez, porque sentía curiosidad por entender cuál era la naturaleza de esa relación. Su psicólogo le explicó las implicaciones nocivas de las relaciones basadas en la dependencia, la alienación, de cómo una persona es capaz de hacer sentir a alguien tan bajo como para anularlo, arrebatándole el valor de enfrentarse a él.
—Me habló de su pasado una vez —habló de pronto Soobin—, me dijo que los Choi le habían adoptado cuando era un adolescente. También de otras cosas, cosas feas Seungmin. Peores que las que ese hombre nos hizo a nosotros... Tenía golpes el día que me habló. Nunca pensé en ello porque quería borrar todo lo que vi de mi cabeza, todo lo que oí.
»Tenía cicatrices más antiguas, otras más nuevas. Tenía un moratón en las costillas que parecía estar curándose. No le pregunté de dónde había salido porque estaba ahogándome. Y tengo que admitir que quería que se tapara. No quería seguir viendo todas esas marcas. Prefería pensar en él como Kumiho en vez del chico adoptado y mutilado del que habían abusado.
—Es normal que te sintieras así, Soobin, no todos estamos preparados para esa clase de cosas... —comentó, apaciguándole. Soobin abrió los ojos y lo miró directamente.
—Tiene una quemadura de ácido que va desde la espalda al hombro. Tenía 12 años cuando se la hicieron.
Seungmin sintió que su sangre se evaporaba de su cuerpo. El asco y el horror le agitaron las tripas y se enderezó apartándose de Soobin.
Sabía cómo quedaban las personas a las que quemaban con ácido. Era una práctica tristemente habitual en lugares y entornos en los que los hombres seguían pensando que las mujeres eran una propiedad. Sabía que la piel nunca se recuperaba, que el dolor era tan violento que la gente que lo sufría quería morir. Sabía del escarnio, del recordatorio constante. Y todo eso le daba ganas de vomitar.
Y además, estaba el informe policial sobre su secuestro. Aquella botella de plástico estuvo llena de ácido y a punto de destrozar esa cara de Choi Soobin. Estuvo a punto de tener una quemadura igual en su piel.
Su labio inferior tembló y apretó con sus dos manos las mejillas de Soobin, acariciando aquella tez suave que, por suerte, seguía poseyendo. Las palabras se le atascaron en la garganta y decidió que le debía a Bang mucho más que un triste gracias.
—Me contó un montón de cosas, Seungmin —continuó Soobin volviendo a llorar—. Y yo solo quería que se pusiese la camiseta y no ver esas marcas nunca más... Me contó que los niños huérfanos tienen una vida útil... Y que hay gente malvada. Me dijo que alguien le había salvado la vida entonces. Y me dijo que cuando estaba conmigo todo eso era como si no hubiera existido —sollozó—. Y cerré los ojos porque no quería verlo más.
—¿Le crees? —preguntó Seungmin, tragando el nudo que le oprimía la garganta.
—Cada maldita palabra que me dijo. Aunque no vuelva a verle nunca más, creo cada palabra.
—Se lanzó contra ese hombre estando desarmado —susurró bajando la cabeza otra vez sobre el hombro de Soobin—. Fue estúpido y acabó escupiendo sangre en el suelo, pero se lanzó contra él para protegerte, tesoro.
Soobin suspiró y le acarició la cabeza cerrando los ojos de nuevo. Seungmin se preguntó cuántos demonios tendría que exorcizar el chico de la sonrisa radiante. Se preguntó si podría ayudarle. ¿Me dejarás caminar a tu lado? ¿Puedo darte la mano? ¿Hemos vuelto a encontrarnos?
—Seungmin... —le llamó, después de unos minutos de silencio tranquilo—, ¿estás seguro de que estamos vivos?
—Sí, estamos vivos —respondió con sus lágrimas otra vez cayendo contra la piel de Choi Soobin—. ¿Me crees?
—Cada palabra que me digas, Seungmin, siempre creeré cada palabra que digas.
***
2/5
Navegantes, nuestro tokki ha despertado y , ¿quién mejor que su caótica familia y su amado Seungmin para hacerle ver lo muchísimo que lo echaron de menos?
¡Nos vemos en el infierno!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top