39. Gracias
🎶Banda sonora: Iris - Jada Facer 🎶 (Me enamoré de esta canción cuando era una adolescente y ahora esta versión me devuelve a aquellos momentos)
Seungmin suspiró caminando detrás de Minho y Jisung hasta el coche. Diez días. Eso es lo que había pasado en el hospital antes de que le dieran el alta. Todavía tenía algunas heridas terminando de cicatrizar y un montón de medicamentos que debía tomar hasta final de mes.
Por supuesto, estaba el parche. Su ojo izquierdo estaba todavía curándose y habían recomendado que lo llevara al menos cinco días más tapado. Pero no era lo peor. Lo peor era despertarse en medio de la noche y sentir que le faltaba el aire.
El gilipollas integral que se subía al asiento del conductor del coche había contratado al terapeuta más famoso de Seúl para asistirle. Seungmin no dejaba de sentir que aquello no estaba bien. Que no quería deberle aún más cosas a ese hombre.
Sabía que él fue quien mató al torturador, que había disparado directamente al cuello de aquel desequilibrado que murió desangrado en el suelo de parqué de la casa de Changbin y Felix. ¿Cómo tendría vidas para agradecerle a Han haber sido tan valiente como para cargárselo? ¿Cómo era posible que, a pesar de la animadversión manifiesta, quisiera abrazarlo hasta dejarlo sin respiración?
—¿A dónde vamos? —preguntó desde el asiento trasero cuando Jisung salió al tráfico. Minho le miró por el espejo retrovisor y le dio una sonrisa tranquilizadora.
—Vamos a que recojas a tu hija, Jack Sparrow —comentó Han. Apretó la boca para no reírse porque todavía odiaba que sus putas bromas le hicieran tanta gracia.
—Jack Sparrow no llevaba parche, imbécil —contestó.
—¿Prefieres que te llame Nick Fury?
—Prefiero que me llames por mi nombre.
—Está bien. Entonces, Min Fury, vamos a buscar a tu hija —sentenció. Seungmin resopló frustrado y se cruzó de brazos mirando por la ventana en silencio.
En el fondo, apreciaba que se hubiesen acordado de Dori. Si toda aquella pesadilla hubiera terminado con él recogiendo el cuerpo muerto de inanición de la gata en su casa, hubiese acabado en un psiquiátrico.
De hecho, todavía no descartaba acabar en uno.
No lograba entender cómo era posible que un ser humano hiciera algo como lo que hizo ese hombre con Soobin. Tampoco era capaz de procesar cómo Yeonjun se había lanzado contra él con poco o ningún sentido de la autoconservación. Y, por supuesto, tampoco sabía cómo iba a ser capaz de agradecer a Bang por haberlos salvado.
Necesitaba verle desesperadamente desde que despertó de aquel sueño reparador, conectado a un montón de máquinas, con sus brazos pinchados por las vías y un vendaje en su ojo. Fue cuando supo que él no había estado allí ni una vez.
En esos asquerosos diez días que pasó en la habitación aséptica había visto a Seokjin, a Namjoo, a Sooyeon y Soojin; había llorado con Ma Yejin y Pa Taeyang. Había insultado a Han cuando apareció con un ramo de flores y una tarjeta que deseaba lo mejor a la "mamá primeriza". También abrazó a Felix y secó las lágrimas de sus mejillas y sintió el suave apretón incómodo y silencioso de Changbin en su brazo. Habló durante horas con Minho. Pero Bang nunca llegó.
La única maldita persona del universo a la que quería ver, además de Soobin, no atravesó la puerta de la habitación ni una sola vez. Su terapeuta no podía explicar el porqué de su ausencia y tampoco le ayudaba a entender. Eso le frustraba porque necesitaba darle las gracias. Necesitaba decirle que, si no fuera por él, tal vez Soobin no estaría recuperándose lentamente en el hospital.
Quería decirle que nunca había querido algo tan profundamente como lo quiso a él entonces, cuando cubrió la espalda desnuda de su amigo con el abrigo de Minho.
Hijo de puta, ¿por qué no te presentaste así cuando tenía 18 años? ¿Por qué no eras así cuando nos vimos en la recepción de Han Bank? ¿Por qué esperaste a que estuviera a punto de morir para dar el puto salto de fe que llevo toda mi vida necesitando?
Aquel demonio que le había obsesionado de formas bajas y humillantes ahora ocupaba cada espacio de su mente por las razones más extravagantes. Satanás le había salvado la vida, se había enfrentado a sus propios demonios para salvar a las tres personas que había en el sótano de la mansión Han.
Jisung apareció tras el cristal y abrió la puerta para él. Se preguntó en qué momento habían llegado a la casa y por qué no se dio cuenta.
—Vamos, Min Fury —bromeó el idiota agarrándole la mano. Salió del coche y apretó los dedos en los de Han frenando el paso—. ¿Qué pasa?
Seungmin le atrajo a sus brazos y escuchó la inhalación sorprendida mientras cerraba los ojos apoyando la cabeza en su hombro. Jisung era un poco más bajo que él, pero su cuerpo se sintió gigantesco y cálido cuando devolvió el abrazo.
Comprimió la boca con el llanto escapándose de su ojo sano para humedecer la camisa blanca del idiota. El otro suspiró y su mano estaba en la parte posterior de su cabeza, presionándole contra el hombro.
Se embriagó por unos segundos en el olor del perfume que siempre usaba Han y en como aquellas extremidades le arroparon contra un pecho que latía tan fuerte como el propio.
—Gracias —susurró y sintió la mejilla del chico apoyarse en su coronilla—. Gracias por todo.
No sabía qué más decir, pero se sentía tan bien con una de las manos de Jisung en su espalda y la otra en su cabeza que no quería despegarse de él. No quería deshacerse de ese calor que emitía el joven maestro y que estaba calentando sus articulaciones doloridas y su corazón destruido. De repente, entendió por qué Minho lo consideraba su verano.
—No tienes por qué darlas —contestó el chico restregando su mejilla contra la cabeza de Seungmin antes de soltarle.
El pulgar le limpió el rastro de lágrimas de la mejilla y le regaló una sonrisa en forma de corazón. Entendió también porqué el mundo giraba alrededor de aquel gilipollas que era odioso casi todo el tiempo. Comprendió que todos orbitaran alrededor de Han Jisung.
—Vamos a casa —dijo y él pensó que de verdad estaba volviendo a casa, aunque aquel edificio no era su casa y solo había estado allí una vez.
El estómago botó con la anticipación de ver a Dori y se encontró con los ojos conocedores del chico sombrío, que parecían brillar un poco. Sabía que había un "te lo dije" en la punta de su lengua y que nunca lo diría en voz alta porque Minho no era así. Pero tenía toda la razón.
—No creas que todo esto te salvará de pagarme las cortinas que la reina ha destruido.
—¿La reina? —preguntó con una sonrisa.
—La llama así porque no lo deja acercarse —contestó Minho acariciándole la espalda antes de que Jisung abriese la puerta y entrara, por segunda vez en su vida, a la guarida de Han.
—Felix y Changbin han salido con Bbama a dar un paseo, no pueden pasar mucho tiempo en casa porque tu hija intenta matarlo —añadió Jisung dejando los zapatos en la entrada descuidadamente—. Voy a cambiarme, llevo todo el día con esta ropa, bajo en un momento.
Minho se agachó y colocó su par y el del dueño en el armario. Esperó unos segundos y lo miró antes de que Seungmin entendiera que también quería que pusiera los suyos allí. Se sacó las zapatillas y dio un paso en el salón con sus calcetines con dibujos de planetas contrastando con el suelo pulido.
¿Qué debía hacer ahora? ¿Buscar en todas las habitaciones hasta dar con la gata?
—¿Qué tal si hago un té? —Minho le quitó el bolso y lo colgó en un perchero antes de entrar hacia donde sabía que estaba la cocina sin esperar una contestación.
Le siguió unos segundos después, con el silencio de aquella casa sintiéndose extraño y ligeramente opresivo. ¿Dónde estás, emperatriz?, se preguntó cuando se acercaba a la puerta de la cocina. Y entonces lo escuchó.
La voz de Chan era baja y tenía un tono que nunca usó con él. Su corazón tronó con violencia contra sus costillas y caminó los metros que le separaban de la sala de estar preguntándose cómo coño había hecho Han para construirse una casa tan bien aislada.
—Tienes que cuidar de él y portarte bien, ¿me oyes? —dijo y nadie contestó. Dio un paso más cerca y se asomó por la esquina para espiar al hombre que estaba sentado en el sofá con Dori agarrada cerca de su cara —. Tienes que ser buena porque papá está enfermo, no puedes portarte mal con él. Sé que no lo harás, sé que vas a ser buena como lo eres conmigo.
»Te voy a echar de menos, Dori. Minho y Jisung te van a llevar a casa con papá —Hizo un puño con su propia camisa en su vientre y se mordió el labio inferior cuando vio cómo besaba a Dori en la cabeza—. ¿Lo echas de menos? Yo le echo mucho de menos... Siempre voy a echarlo de menos —susurró.
Su garganta se contrajo con un suspiro entrecortado mientras peleaba consigo mismo por no echarse a llorar y lanzarse sobre él para decirle que olvidaba toda la mierda que había pasado entre ellos y que solo quería que lo abrazara. Se contuvo arrugando más su camisa de color rosa entre sus palmas. Dori se removió para escapar de aquellas manos que la agarraban.
—Ya, ya, vamos a ver a Minho y Jisung. —Soltó al animal, que corrió directa a sus pies con un maullido escandaloso.
Cuando sus miradas se encontraron, ambos se quedaron paralizados. Seungmin ya no tenía palabras y parecía que aquel hombre, que estaba peor que la última vez que le vio, tampoco las tenía. Se levantó de un salto y su labio inferior empezó a temblar.
No quería verlo llorar, no quería llorar. Pero era inevitable sentir como si esa fuera la primera vez que se veían el uno al otro. Esa electricidad que siempre cargaba el ambiente cuando estaban juntos crepitó sobre su piel. Necesitaba hablar, pero algo se lo impedía.
Sintió a Dori en sus pies y aún fue incapaz de moverse.
Chan, frente a él —delgado, con el rastro de la barba, el pelo rizado en todas las direcciones, una camiseta negra y un pantalón de chándal— sacó de su bolsillo un bote de gel y se limpió las manos mientras sus labios hacían esa mueca que le había visto cuando se ponía nervioso.
—¿Seungmin? —escuchó a Minho llamándolo desde la puerta de la cocina a su espalda y se giró para mirarlo.
—Seungmin... —susurró Bang.
Minho le miró y Seungmin no supo si andar hacia él y desaparecer en la cocina o dar un paso hacia el hombre que había querido ver desde hacía tanto tiempo.
Han apareció al fondo del pasillo con un pantalón holgado y una camiseta. Soonie le seguía, zigzagueando entre sus tobillos.
—Min Fury, ¿ya has encontrado a tu reina? —preguntó con una sonrisa. Soonie y Dori juguetearon un poco en el pasillo antes de que Minho abriese la puerta de la cocina y ambos entraran—. Soonie-ssi la va a echar de menos, son un puto caos cuando pelean, pero en general se llevan bien.
—Dori es un poco particular... —logró comentar.
—Bueno, de tal palo, tal astilla. —Han desapareció tras la puerta de la cocina y Minho le dio una última mirada preocupada antes de que él asintiera.
Entonces, se quedó solo.
Se giró despacio, casi esperando que Bang en realidad no estuviese allí, que no fuese más que un sueño.
Seguía de pie junto al sillón, con sus manos tirando de su ropa deportiva para acomodarla. Volvió a revisarlo de los pies a la cabeza. Estaba descalzo y los dedos de sus pies se movían sobre la alfombra mientras él trataba compulsivamente de estirar la camiseta vieja que llevaba puesta.
—Gracias —murmuró. A pesar de todo lo que había pensado en decirle, parecía que esa era la única palabra que le salía.
—¿Cómo estás? —preguntó, aflojando aquella tensión asfixiante sin darse cuenta.
—Bueno... Ahora llevo un parche y el idiota de Han me ha puesto un nuevo mote —bromeó. El hombre sonrió y no fue como esas sonrisas prepotentes a las que lo tenía acostumbrado, sino una sincera y tierna—. Gracias por cuidar de Dori.
—No podía dejarla sola en tu casa... Estuve allí, pero Minho no me dejó ver la clave de seguridad y solo entré al recibidor. Ella vino con nosotros y se portó muy bien. Nadie tocó nada y nadie entró con zapatos. Ni siquiera Jisung.
Se sintió un poco culpable de escuchar esa explicación tímida. Ese Bang, al que había conocido hacía poco tiempo en esa misma casa, era un extraño para él. Casi echaba de menos el borde duro y asquerosamente pagado de sí mismo que solía tener el abogado.
—Probablemente te llamen pronto si no lo han hecho ya... Me han suspendido —añadió y Seungmin le miró desconcertado–. Disparé un arma sin tener licencia y estoy envuelto en un proceso judicial... Además del tratamiento psiquiátrico. Me han prohibido volver a ejercer hasta que un tribunal evalúe mi salud mental.
Seungmin sintió que su corazón se apretaba dentro de sus costillas. Sabía pocas cosas a ciencia cierta de Chan y una de ellas era su compromiso obsesivo con el trabajo.
Era consciente de que había basado toda su vida en su posición como letrado. Entendía que lo hacía, en cierto modo, para demostrarle a su padre que podía ser alguien sin tener que obedecerle. Y lo había conseguido.
Bang era inteligente, implacable y meticuloso. A la vista estaba el dinero que I.N les había dejado y que él consiguió limpiar. Si ya no era picapleitos Bang, ¿quién era ese hombre que se mordía los labios en el salón de Jisung? ¿A quién tenía delante en ese momento? ¿Quién era él, si ya no tenía lo único que parecía ser su identidad?
—Siento oír eso... —dijo.
—Jisung y Minho están siendo pacientes conmigo, pero el tribunal no lo será. Supongo que al final no ha valido la pena todo lo que hice estos años... —Sonaba derrotado y Seungmin tenía unas imperiosas ganas de eliminar el espacio entre ellos y sentir sus dedos enredados en su pelo—. Sólo te lo cuento porque te llamarán en algún momento... Al final el bufete también es tuyo. Y porque no voy a poder llevar vuestro caso...
—Chan, no tenías que hacerlo de todos modos, podemos contratar a otra persona.
—Ya... Pero... No sé, quería hacerlo— contestó encogiéndose de hombros mientras se subía las gafas con los nudillos—. Me... me alegro de haberte visto... me alegro de que estés bien, a pesar del parche.
—¿Por qué no viniste al hospital ni una sola vez? —soltó por fin interrumpiendo.
Chan abrió los ojos sorprendido y apretó la boca mientras agarraba el borde de la camiseta que llevaba puesta. Estaba enfadado. Jisung y Minho no le habían avisado de que traerían al chico a casa, solo dijeron que vendrían a por Dori y se la llevarían.
También estaba triste por eso. No quería separarse de aquella bola de pelo que hacía rabiar a Han. No quería desprenderse de la única cosa de Seungmin que tenía para él. Porque no había ni una sola pertenencia del niño en su vida. Nada más que los recuerdos de todas las cosas que hizo mal y todo el dolor que le provocó.
Tragó saliva y se miró a sí mismo. Si Jisung le hubiera avisado se hubiera afeitado esa mañana, llevaría una de sus camisas almidonadas y un pantalón suave de vestir, tal vez solo un vaquero, cualquier cosa menos ese chándal viejo. Cualquier cosa menos permitir que viera, otra vez, la peor parte de sí mismo.
Por desgracia para Chan, Han acostumbraba a hacer lo que le daba la gana. Incluso cuando había otras personas afectadas, como ese despliegue de recursos alrededor de Seungmin y Soobin. O poner a nombre de Minho la casa sin que él supiera nada.
O no decirle que Seungmin iba a estar ante él en ese instante, con esa camisa de color rosa palo arrugada y un pantalón negro. Su pelo brillaba y seguramente se sentiría tan suave como siempre. Mucho más suave que la última vez que lo tocó, en el agujero en el que había estado encerrado.
¿Tendría pesadillas? ¿Podría dormir? ¿Alguna vez se curaría?
Al menos está aquí.
—Te dije que te dejaría en paz. Te lo prometí —murmuró sacudiendo el pelo de Dori de su ropa con poco resultado.
Esa había sido la razón principal por la que no había ido al hospital, por lo menos públicamente. La otra, la que pesaba en su pecho como una losa, era que no estaba preparado para que le rechazara de nuevo.
Chan perdió el norte cuando Seungmin lo apartó de él, cuando pidió, con lágrimas en los ojos, sin el calor del enfado o del sexo, solo con desesperación, que le dejara en paz.
Entonces, aceptó que aquel era el final. Es decir, el final de Seungmin con Chan, no el final de Chan con Seungmin. Porque seguía pensando en él obsesivamente hasta el punto de aumentar las sesiones de terapia. Y parecía que aquellas horas que pasó sentado en el sillón de la consulta empezaban a funcionar.
Hasta que desapareció.
Aquel sí que fue el remate. La espada de Damocles de la justicia cósmica había abierto en canal su cuerpo y el podrido corazón que latía en su pecho cayó al suelo con todo lo demás. Con toda la suciedad de su pasado, con el polvo del camino que recorrió, con el veneno de la culpa de haberle tratado mal durante 10 años.
La voz de su padre vino a su cabeza entonces llamándole maricón; diciéndole que era débil; despreciando la sangre que caía de su cara golpeada sobre su camisa. Todo volvió como una avalancha cuando despertó de aquella siesta inducida por las pastillas.
Aquel día sintió dolores fantasma por todo el cuerpo.
Como si todavía estuviera en el centro de la habitación en la casa de sus padres siendo nada más que un despojo. Como si su conciencia pendiera de un hilo después de un golpe de Dongyoon o de aquel chico que tenía los puños de hierro y la mirada vacía. El mismo que destrozó la rodilla de Soobin con un tornillo de apriete. El mismo que hizo que Seungmin llevara un parche en su ojo izquierdo.
Sintió el movimiento del joven ante él, más que verlo; levantó los ojos de su ropa vieja y observó en cámara lenta como daba un paso hacia él. Sacó del bolsillo el gel y se puso un chorro en las manos, si Seungmin se acercaba más, si se ponía a su alcance, iba a tocarlo. Y necesitaba tener las manos limpias aunque todo lo demás estuviera hecho un desastre.
Pero no llegó. El espacio que creyó que recorrería no desapareció. El veterinario estaba más cerca, pero no lo suficiente. Chan quería estirar sus brazos. Quería decirle que no le había saludado adecuadamente, que tenía que besarle en ese mismo instante para saber si era real o solo un delirio desquiciado.
Quería dejar de sentir los ojos de su padre sobre él. Bang Sooman estaba entre rejas y no iba a salir nunca. Kibum estaba muerto y no iba a despertar. Dongyoon y Eunji estaban también bajo tierra.
Ya no tenía que sentirse avergonzado de que le gustase un chico que tenía una preciosa sonrisa y un lunar en la mandíbula. No había nadie que le juzgase, nadie que fuera a castigarlo. Y todavía se sentía incapaz de atravesar esa sala de estar y llegar a él. Su rechazo daba tanto miedo como las conductas aprendidas en casa de sus padres.
Un perro ladró fuera. Se tensó porque sabía que Changbin y Felix habían llegado. Seungmin le miró unos segundos más con su ojo sano brillando.
—¿Podemos hablar en otro sitio? —le preguntó. Chan asintió tragando saliva—. ¿Podemos ir al despacho de Jisung?
—Sí, sí.
El chico lideró la marcha dándose la vuelta y deseo con fuerza poder tener la seguridad que había tenido antes. No esa prepotencia con la que había escondido todos los movimientos sísmicos que la presencia del muchacho provocaba. Quería un poco de valentía para recomponerse y mostrarse entero.
Fue despacio hasta el despacho y entró con la cabeza baja, preguntándose si aquel lugar asfixiante sería mejor que el salón de la casa, donde podría respirar o huir si lo necesitaba.
Apenas pudo cerrar la puerta cuando sintió el suave cuerpo de Seungmin contra su pecho. Su labio inferior tembló y su corazón se descontroló latiendo con violencia. En sus costillas corría una manada de caballos desbocados cuando se atrevió a mirar y encontró el pelo negro y brillante en el hueco de su cuello.
Como no sabía donde poner sus manos hizo lo único con lo que había soñado durante tanto tiempo: acarició el cabello de su nuca enredando los dedos en las hebras sedosas y sintió como si, de pronto, el mundo hubiera desaparecido.
Chan ya no era Chan, su apellido no era Bang; no le habían suspendido de su trabajo; no le habían maltratado en su infancia; no le había roto el corazón a ese niño que le abrazaba.
Le ciñó a su cuerpo con la demanda de sentir más los contornos redondeados contra él mientras apoyaba la mejilla en el lateral de su cabeza y deseaba poder besarle.
—Gracias por salvarnos —susurró entrecortadamente. No contestó, solo disfrutó de aquel instante en el que no quedaban más que ellos en ese mundo extraño que les había tocado vivir—. Gracias por sacarnos de allí, Chan hyung. Gracias por arriesgarte para liberarnos.
Las lágrimas gruesas se escaparon de sus ojos y cayeron en el hombro de Seungmin. La mano que estaba en su espalda hizo círculos calmantes porque sabía que el niño también lloraba.
—No llores, odio verte llorar —susurró.
—Tú también estás llorando —respondió Kim rápidamente girando la cabeza para que su frente descansara contra su cuello. El aliento cálido le golpeó en la piel de la garganta y sintió un escalofrío.
—Ni en mis mejores sueños creí que volvería a tocarte el pelo —confesó, atreviéndose a mirar al ojo grande y brillante, apartando un mechón de su frente—. Creía que no iba a volver a verte...
—Nos salvaste a los tres, Chan —insistió—. Debiste venir al hospital, quería verte, tenía muchas ganas de verte.
El niño cerró su ojo bueno con un suspiro sonoro que le acarició la nuez de Adán. Se preguntó, por un momento, si el pelaje de Dori estaría ahora sobre la camisa de Seungmin, pero se le olvidó rápidamente cuando las manos del chico le pegaron más a él, como si no tuviera suficiente. Chan tampoco podía tener suficiente.
Se aventuró a rozar su mejilla con los labios, saboreando las lágrimas saladas, con la manada de caballos bajo su esternón convirtiéndose en una estampida en el momento en el que Seungmin lo miró directamente, clavando esa pupila negra en la suya.
—¿Podemos empezar de nuevo, hyung? —preguntó en un hilo de voz.
—Por favor —rogó desesperado, y se arrodillaría ante él para puntualizarlo. Necesitaba empezar de nuevo, necesitaba dejar que le conociera, necesitaba decirle la verdad—. Me llamo Bang Chan, mi nombre occidental es Christopher Bang. Era abogado, pero ahora ya no soy nada. No tengo nada que ofrecer más que un trastorno de estrés postraumático y un montón de traumas que no he superado. Voy a terapia, me gustan los gatos y los perros, no como comida picante ni de sabores fuertes. Odio ir mal vestido y me hubiera gustado que nuestro reencuentro fuese en otras circunstancias. Me hubiese gustado no llevar puesto un pijama.
—Me gusta verte en pijama —murmuró el chico con la sombra de una sonrisa contrayéndole la mejilla.
—A mí me gusta sentir tu pelo entre mis dedos —continuó, envalentonado—, me gusta tu risa y cómo discutes con Han. Me gusta este lunar —Acarició su mandíbula con el pulgar—. Odio haberte hecho daño, me arrepiento de cada cosa que hice en el pasado, de todo.
»Ojalá pudiera volver atrás para demostrarte todo lo que has significado para mí. Te diría que daría todo lo que tengo, pero no me queda nada. De hecho, ni siquiera sé en qué momento seré capaz de volver a mi casa sin que se desencadenen todas las compulsiones.
»Aquí nunca estoy solo, cuando están los niños alrededor no tengo que pensar en qué va a ser de mí. No tengo que pensar en si volverás a apartarme, aunque ahora esté aterrorizado porque me empujes y te marches —Seungmin le apretó con fuerza y enterró la cara en su cuello, sollozando—. Creí que me volvería loco cuando desapareciste, creí que moriría. Qué puto infierno... Déjame demostrarte que puedo ser una persona distinta, Seungmin.
El muchacho se separó de su hombro y lo echó de menos al instante. Se arrepintió de sus últimas palabras, que habían salido como una retahíla inconexa. No quería agobiarlo, no quería hacerlo sentir culpable y sabía que estaba aprovechándose de la debilidad de Seungmin para tenerlo en sus brazos. No quería ser egoísta, no quería, pero no podía pensar en otra cosa que en besarle una vez más.
—Poco a poco, ¿de acuerdo? —contestó, apartándose despacio. El frío llegó a su pecho, donde había estado el cuerpo ajeno un segundo atrás. Asintió, sin estar del todo convencido mientras apretaba la boca y sentía la necesidad de lavarse las manos—. No sé qué va a pasar a partir de ahora, pero vamos poco a poco, Chan.
A pesar de que necesitaba desesperadamente besarlo, asintió otra vez. Se miraron unos minutos, pero parecieron años. Es la primera vez en tu vida que le estás viendo de verdad, que estás dejando que te vea de verdad.
Seungmin le agarró la cara y sus pulgares cepillaron el rastro de las lágrimas. Chan se preguntó si podría pedirle que dejase sus manos en su piel para siempre. Escuchó los pasos fuera del estudio de Jisung y los ladridos agudos de Bbama. Apretó la mandíbula deseando alargar solo un poco más ese instante, solo hasta el infinito, solo hasta el día que muriese.
—Haces un movimiento extraño con la boca algunas veces —comentó, con sus dedos aún en su cara—, cuando estás nervioso, creo. Tu labio inferior se abulta... Es como... Una mezcla entre un puchero y una cara de enfado.
No contestó porque en ese momento estaba demasiado cerca, demasiado en contacto con él. Tenía que concentrarse en no lanzarse contra él y besarle hasta que le dijera que le aceptaba.
—La primera vez que te vi con Soonie te odié —continuó—, porque eras tierno con él y nunca lo fuiste conmigo —Su voz bajó y Chan podría jurar que se había acercado más a él porque volvía a sentir su cuerpo pegado al suyo—. Nunca fuiste amable, nunca me preguntaste cómo estaba... Solo me follabas hasta dejarme sin sentido.
—Seungmin... —Bajó los ojos al escaso espacio entre ellos, avergonzado y con la culpa subiendo por su faringe como una hiel amarga. Le levantó la cabeza con el pulgar en su barbilla para enfrentarlo.
—Mírame cuando te estoy hablando —ordenó y él solo pudo obedecer—. Nunca me he acostumbrado a la forma que tienes de mirarme, nunca he estado cómodo con esa intensidad... —Las yemas reconocieron la piel de su rostro—. Nunca me has dejado tocarte, nunca me dejaste acercarme. Y lo único en lo que he podido pensar estos diez días ha sido en la forma en la que siempre me miras. En la que me miraste desde la primera vez que nos vimos. La forma en la que me miraste cuando entraste en aquel sótano.
—Siento todo eso, lo siento —susurró y estaba tan cerca que podía sentir el aire que salía de los labios rosados de Seungmin en su boca. Joder, cómo quería besarlo.
—No vuelvas a joderme la vida, Chan.
—No lo haré —prometió imprimiendo toda la verdad en esas palabras—, me alejaré si es lo que necesitas. Esperaré cuanto quieras. Aunque sea para siempre. Quiero que estés bien, quiero que mejores, quiero que seas feliz... Da igual si no estoy allí. Al final, mejoraré yo también —dijo apretando las mandíbulas con la rabia que daba renunciar a la última razón que le quedaba para luchar.
Seungmin asintió con una sonrisa que pareció triste y Chan lo tomó como una despedida, como un final. Daba igual lo mucho que lo quisiera, la fuerza con la que lo necesitaba; tomó la decisión un tiempo atrás de que Seungmin sería lo primero. Y, como era su prioridad, le dejó marchar.
El cuerpo cálido se separó por completo y las manos ya no estaban en su cara. Dio un paso atrás apartándose. Miró otra vez al suelo y se encontró con sus calcetines de colores frente a sus pies descalzos. Sonrió como un idiota.
—Me gustan tus calcetines de Saturno —dijo en voz baja—, cuando era pequeño me gustaba la astronomía, pero no me dejaban interesarme demasiado en ella... En casa tengo una lámpara con la forma de Saturno. Le diré a Minho que te mande una foto cuando vuelva a casa...
El tirón lo descolocó. Casi pierde el equilibrio cuando la mano de Seungmin se cerró sobre su nuca y lo atrajo contra él. Se le escapó un gemido y una lágrima por la comisura del ojo cuando los labios rosados y carnosos se cerraron sobre los suyos.
Sintió la calidez de aquella cavidad que había extrañado cada segundo que no tenía cerca. Cerró los párpados mientras su propia mano iba a la parte posterior de la cabeza de Seungmin. Le besó con avaricia, con un montón de anhelo, con la manada de caballos salvajes reventando los huesos de sus costillas.
El niño lo ciñó con fuerza contra su cuerpo en un apretón dominante y casi se ríe cuando la lengua acarició tímidamente sus labios. Recordó el sabor del cachorrito, la forma en la que su boca pecaminosa se movía sobre la suya, ese baile lento de sus lenguas.
Aunque quería exigir más, muchísimo más, dejó que el reclamo fuera ajeno, que Seungmin tomase de él lo que quisiera. Lo hizo, lo besó a su ritmo, lo dirigió a donde quiso. Chan estaba dispuesto a darle hasta la última gota de su sangre con tal de seguir sintiendo ese cabello sedoso entre los dedos y sus labios sobre los suyos.
Se apartó con un jadeó y ambos respiraban pesadamente. Se miraron. Lo vio ruborizarse y sintió las falanges acariciando su cuello y bajando por su pecho antes de que escondiera la cabeza en el hueco de su cuello. Estaba confundido, hipnotizado, embriagado y, sobre todo, jodidamente agradecido.
—Mándame la foto tú mismo. O invítame algún día para que pueda verla —murmuró dándole un suave pico en los labios—. Trae un día a Soonie a casa, tengo una habitación llena de rascadores que Dori no usa.
Se apartó dando un paso a su lado y le rodeó para abrir la puerta y marcharse al jardín, donde sabía que estaban los demás a juzgar por el ruido. Chan se miró las manos y pensó durante unos segundos que si se limpiaba con el gel justo en ese instante, cualquier partícula que quedase de Seungmin se iría, así que no lo hizo.
Agarró el teléfono móvil de su bolsillo y abrió, por primera vez en mucho, muchísimo tiempo, la conversación de Line con Seungmin. Envió una foto de Soonie y Dori durmiendo uno junto al otro sobre la cama que Chan ocupaba en esa casa y escribió: *Soonie-ssi estará feliz de ver a la reina Dori*.
***
5/5
Si yo tuviera que nombrar al personaje más destrozado de los tres libros, seguramente sería Bang Chan. ¿Tuvo un buen arco de redención o qué? ¿Creen que debería haber sufrido más?
Solo quedan cuatro capítulos para el final. A finales de semana los terminamos, navegantes.
¡Nos vemos en el infierno!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top