33. Choi

🎶Banda sonora:  Take us back - Luca & Lewis🎶

48 horas.

Habían pasado exactamente 2 días desde la última vez que alguien había visto a Seungmin y a Soobin. Minho sentía la ira que resonaba profundamente dentro de él. Quería matar a Taehyun, quería encontrar al tal Eunwoo y arrancarle las extremidades con sus propias manos.

Pero, en ese instante, tenía la cabeza sobre el regazo de Jisung y llevaban completamente en silencio desde hacía una hora. Ni siquiera la televisión estaba encendida a pesar de que miraba la pantalla negra ante él. Estaba preocupado por el príncipe porque había reaccionado fríamente, de hecho, era el único que estaba manteniendo la calma. Y eso no era propio de Jisung.

Changbin estaba devastado, sus emociones le desbordaban y aquella desaparición le recordó inevitablemente a la mañana en la que volvió a su apartamento y se habían llevado a Han. Felix trataba, infructuosamente, de mantenerle cuerdo mientras él mismo parecía a punto de perder el norte.

Y, por supuesto, que aquella mujer a la que los cuatro llamaban eomo-nim* hubiese aparecido tampoco ayudaba.

*Eomo-nim 어머님 es "madre" pero en versión respetuoso. Se usa para las madres de los amigos.

En ese instante, sintiendo el calor de los muslos de Jisung bajo su cabeza y el tacto de sus dedos en su piel, no quería pensar en el miedo. No podía seguir con esa obsesiva necesidad de golpear cualquier cosa que se moviera.

Y sin embargo, quería destruir todo. Solo podía pensar en muerte: en el día en que aparecieran los cuerpos destrozados de Soobin y Seungmin; en una llamada de Namjoon hyung diciéndoles que habían encontrado sus cenizas en un crematorio; en el agujero entre las cejas de Seo Haeshin; en su hermana apaleada en la camilla de una morgue; en el cuerpo de su madre sobre la cama, con el jersey púrpura.

No se iba de su cabeza el recuerdo de la sangre tiñendo el suéter blanco de I.N cuando Felix le disparó y tampoco los ojos cerrados de Eunji cuando golpeó su cabeza contra el parqué. Y, después de tanto tiempo, también pensó en aquel chico que Yang Jeongin ejecutó en la cabaña. Y quería que todo eso desapareciera. Quería dejar de pensar en eso de una puta vez.

Miró al príncipe, que tecleaba en su teléfono móvil mientras los dedos de la otra mano estaban sobre su mejilla con ese efecto casi calmante. No había llorado por la desaparición y estaba convencido de que encontrarían a Seungmin y a quien seguía llamando tokki. No le importaba ya, de hecho, empezó a referirse a Choi Soobin cómo tokki en su cabeza.

Jisung apartó los ojos de la pantalla y los clavó en los suyos con una sonrisa comprensiva. Le acarició el pómulo y Minho se dio la vuelta para estar de cara a su vientre. Le abrazó, enterrando la cara contra la camiseta, mientras Jisung enredaba los dedos en su pelo.

—Tigre, voy a ir a casa de los Choi—le dijo en un susurro.

Se quedó callado. No sabía si debía decirle que él también quería ir a casa del conejito, que necesitaba decirle a esas personas que todo lo que pudiese darles, lo entregaría; que dispararía a la cabeza de todos los que estuvieron implicados, que a Minho ya no le asustaba la cárcel.

Quería consumar una venganza que no era suya, pero sí lo era. Sabía que la misma persona que mantenía retenidos a esos chicos había colgado a I.N de una viga en el comedor de la prisión. Sabía que había matado a Hajun, sabía que cortó las muñecas de Han Eunji en aquellas duchas.

Se apartó un poco de la tripa plana y cálida y volvió a mirarlo a los ojos. El pulgar de Jisung le recorrió la boca y pellizcó un poco su mejilla. ¿Puedo ir, príncipe? ¿Me dejas ir contigo?, quería decirle, pero no se atrevió.

—Yo... He bajado para coger un poco de agua y... bueno... ¿Pue... puedo ir contigo, Jisung? —pidió una voz a su espalda. Minho se giró para ver a Bang en la entrada de la sala de estar, con un chándal de color negro.

—¿Estás seguro? —preguntó el príncipe. Chan asintió restregando las manos contra sus costados y tirando de la camiseta blanca—. De acuerdo, date una ducha. Te esperaré.

El mayor asintió y desapareció por donde había venido. Jisung suspiró cansado y se apartó el flequillo de la frente. Levantó su cabeza de sus piernas con cuidado y se arrastró para ponerse de pie un segundo después. Minho se sentó y lo miró, ansioso por ser tan valiente como Chan y decirle que también quería acompañarle.

No quería quedarse con Soonie y Dori. No quería que Jisung se enfrentara solo a la tristeza de la casa de los Choi. Quería estar a su lado, quería inclinarse ante ese hombre y pedirle perdón por haber destrozado el corazón de Soobin una vez, quería decirle a Choi Taeyang que no dormiría hasta que no le encontraran.

Jisung le tendió una mano y él la agarró. Lo levantó de un tirón y lo guió, en silencio, hasta su habitación. Lo dejó allí en medio mientras entraba al vestidor y rebuscaba por todas partes. Salió unos segundos después con un pantalón de vestir gris y una camisa negra de manga corta. Los dejó sobre la cama a su lado.

Minho estaba desconcertado mientras su príncipe se quitaba la camiseta y el pantalón y los dejaba tirados en medio de la habitación. Recogió las prendas del suelo, doblándolas con cuidado antes de dejarlas sobre el buró. Se acercó a la puerta del vestidor y lo vió subiéndose un pantalón negro que ceñía su cintura estrecha.

—Vístete, Minho, Changbin y Felix vendrán a recogernos en unos minutos.

—¿Yo? —preguntó. Jisung dejó los botones de la camisa de seda blanca que estaba abrochando y se acercó a él.

—¿Prefieres quedarte? No me importa si quieres quedarte, pero creí que tal vez te apetecía venir con nosotros. —Minho le dio un beso suave en los labios antes de sonreír y asentir. Se vistió en menos de un minuto.

Se encontraron los tres en el distribuidor del piso superior con un silencio extraño.

De hecho, la casa estaba más silenciosa que nunca a pesar de la afluencia de gente. Chan hyung apenas salía de su habitación y Jisung había adquirido la costumbre de ir a hablar con él un rato antes de irse a dormir.

Minho podía escucharlos desde el dormitorio. Esperando que Han terminara de preguntarle al abogado si pensaba seguir tirando la comida que él pagaba; si había tomado sus pastillas y si dormiría esta noche.

Sabía que no dormía más de dos horas seguidas. Lo oía levantarse dos o tres veces de madrugada y bajar las escaleras; volvía a subir poco después. Minho se tensaba cuando no lo oía durante demasiado rato, así que, mientras Jisung dormía a su lado, se levantaba para comprobar que Bang siguiese vivo.

Cuando subieron al coche de Changbin, se dio cuenta de que el picapleitos se había convertido en una especie de hijo de acogida. Además, desde que los chicos habían desaparecido, no se había vuelto a cerrar la puerta de ninguna de las habitaciones.

La de Bang, para que los gatos entraran y salieran; la del dormitorio principal para que Jisung y Minho pudieran dormir tranquilos fingiendo que no había una posibilidad muy alta de que Chan amaneciese muerto.

—No sabía que también vendrías, Chan hyung —comentó Felix. El hombre colocó la camisa blanca que llevaba puesta y tiró de las mangas incómodo—. Está bien, cabemos todos. Minho hyung, ve tú delante, eres más grande.

Obedecieron y pronto estaban saliendo de la urbanización. Changbin conducía concentrado, con la vista en la carretera y la mandíbula tensa. En el retrovisor vio a Bang mirando por la ventana. Felix estaba sentado en el centro, con su hombro apoyado en el de Jisung. El príncipe le dio una sonrisa cuando sus ojos se encontraron en el reflejo.

—Si Seungmin y Soobin estuvieran aquí sería como la vez que me reencontré con él —susurró el mayor.

Vio como los dedos de su cuñado se apretaban en el volante y la confusión de Felix le arrugaba el ceño en la parte trasera. Jisung contenía un puchero. Se preocupó porque no entendía de qué estaban hablando.

—Ese día Seungmin me llamó gilipollas integral y me reí tan fuerte que me mareé —contestó Han—, me hizo pensar en ti, Felix...

—Ese día nos liamos en el baño del restaurante —confesó Chan y la cabina se quedó en silencio por unos momentos—, llevaba sin verlo más de ocho años. Y entonces, de pronto, Choi Soobin lo trajo hasta mí. Cuando salí del ascensor de Han Bank y lo vi casi me desmayo... Debí tratarlo mejor. Debí ser menos cobarde, menos hijo de puta con él. —La voz del abogado se oscureció y carraspeó para evitar el evidente llanto que le apretaba la garganta.

—Tienes que dejar de pensar en eso, Chan hyung —le dijo.

—Tú no lo entiendes, Minho... Podría haber tenido un puto futuro con él y ahora no sé si volveré a verle más.

—Vamos a encontrarlos. Vamos a encontrarlos con vida —afirmó Jisung rotundamente. Minho tuvo la impresión de que nadie terminó de creerlo—. Vas a tener ese puto futuro con él. Seungmin va a volver para hacer que te arrastres como un gusano por haberlo engañado. Y te perdonará esa mierda igual que yo perdoné a estos dos imbéciles que son ahora mi familia, ¿entiendes, hyung?

»Yo estuve casi cinco años sin reírme a carcajadas hasta que el gilipollas de Kim apareció. Soobin me ayudó a salir de aquel agujero. No voy a descansar ni un minuto hasta que vuelvan a casa. Esos dos idiotas van a volver y voy a abrazarlos hasta dejarlos sin respiración. Y vamos a beber un montón de mojitos, a hacer un montón de fiestas, nos iremos de viaje juntos. Iremos a Japón. Los chicos estarán aquí pronto e iremos a ver florecer los cerezos en Tokio.

Minho sintió su corazón apretándose. Estiró la mano hacia atrás y acarició la rodilla de Jisung. El labio inferior del príncipe estaba trémulo y creía que se rompería por primera vez desde que desaparecieron. Pero se recompuso rápidamente antes de que el coche entrara por la carretera privada hasta la mansión de los Choi. Minho volvió a sentir la desazón en su estómago.

Aparcaron cerca de la puerta y se dio cuenta de que había un montón de coches allí. Se bajó del vehículo y buscó a Jisung, desesperado por sentirle cerca. De repente, presentarse ante aquel hombre que buscaba a su hijo no le pareció tan buena idea.

—Ven conmigo, Minho —le dijo el príncipe y él obedeció. Jisung lideró la marcha. Chan hyung iba detrás de ellos, su cuñado y su hermano a la zaga.

—¿No crees que sería mejor si vosotros tres entráis primero?

—Minho, han pasado casi dos años. Eres mi novio, no voy a colocarte en una esquina de la habitación. No eres decorativo. Estamos aquí para decirle a ese hombre que vamos a encontrar a su hijo, que toda mi puta fortuna está a su disposición si la necesita.

Minho asintió en silencio mientras el propio Choi Taeyang abría la puerta. Se quedó paralizado por unos segundos. El hombre tenía la misma sonrisa que Soobin incluso cuando se le veía triste, cansado y mayor. Casi se echa a llorar.

—Saludos, Choi Taeyang-ssi. —Todos saludaron haciendo una reverencia y les siguió a destiempo.

Los invitó a pasar y lo hicieron en silencio. En el enorme salón de la casa había un montón de gente que Minho no conocía. También le pareció ver a Seokjin con un par de niños pequeños en el jardín.

—Oh, Han Jisung-ssi, no sabía que vendría —dijo una chica muy embarazada levantándose con algo de dificultad del sofá—. Y ha venido escoltado por lo que se ve.

—Ya basta, Soojin —interrumpió otra mujer antes de girarse hacia ellos y sonreír. ¿Cómo es posible que existan dos personas que sonrían igual que Choi Soobin?—. Agradecemos enormemente que hayan venido, Han Jisung-ssi.

—Por favor, solo Jisung —rogó el príncipe con un movimiento elegante de su mano.

—Yo soy Sooyeon y ella es Soojin. Mi marido Mike y su marido, Woobin. Mi madre está fuera con los niños —Le gustó, era guapa y se parecía un poco a Soobin, aunque no tanto como Choi Taeyang—. Hola, Chan oppa... Hacía mucho que no nos veíamos. Qué maldita mierda que tenga que ser en estas circunstancias. —Se le quebró la voz y escuchó el sollozo de Soojin antes de que desapareciera por la puerta trasera seguida de su marido.

—Sooyeon, hija, por favor...

—Perdón, Pa —susurró bajando los ojos con un suspiro—, es... es demasiado.

—Lo sabemos, Choi Sooyeon-ssi —afirmó Changbin tras él—, sabemos por lo que está pasando. Por eso estamos aquí. Queremos... queremos que la familia Choi sepa que puede contar con nosotros.

—Choi Taeyang-ssi, vamos a encontrarlos sanos y salvos. Vamos a mirar en cada agujero de este país y de cualquiera alrededor. Es nuestra prioridad ahora mismo. Tenemos a gente buscándolos. Sé que... Sabemos que Kim Namjoon lo está manejando... Pero no sabemos qué más podemos aportar, solo tenemos eso... —El labio inferior de Jisung tembló otra vez y vio sus ojos enrojecerse.

Minho quería acercarse y abrazarlo, apretarlo contra su pecho, pero entendía que era la mierda más inapropiada que podía hacer en ese momento. El anciano Taeyang dio unos pasos y puso su mano sobre el hombro de Han, consolándolo. Sooyeon se acercó a él y de repente estaban abrazándose.

—Muchas gracias, Jisung —susurró la mujer.

No entendía una mierda. No entendía por qué esas dos personas que estaban devastadas se habían acercado al príncipe para reconfortarlo cuando tenía claro que sabían lo que había pasado. Minho no era estúpido, había percibido la mirada dura que le dio la hermana embarazada de Soobin. Por supuesto que sabían quién era él.

Soojin volvió a entrar, con un niño pequeño andando a su lado que lo miró fijamente. Le sonrió y sus mejillas redondas le parecieron achuchables.

Se sentaron en el sofá y volvió a sentir los ojos femeninos sobre él, intimidándolo. Bajó la cabeza huyendo de esa mirada justificada y lícita. Porque Minho no merecía estar en aquel salón, sabía que tenía, en cierto modo, la culpa de que Soobin y Seungmin no estuvieran ahí.

Porque había traído aquella desgracia a esa gente cuando ni siquiera los conocía.

Una mano estaba en su hombro y giró la cabeza para ver la sonrisa cálida y brillante de Choi Taeyang.

—Soobin se parece mucho a usted —murmuró sin darse cuenta. El hombre apretó la boca en una línea y tragó saliva antes de volver a forzar la sonrisa.

—Sí, suelen decírselo mucho, para horror del muchacho.

—Él está orgulloso de usted. Él le quiere. Todos los chicos hablan siempre bien de usted, tenía muchas ganas de conocerle. Sé lo que hizo por Jisung antes y también por mi hermano y por Changbin —Minho se inclinó—, gracias por defenderles, Choi Taeyang-ssi. Gracias por criar tan bien a Soobin... Tengo la impresión de que no podría estar aquí si no fuera por él...

—Lee Minho-ssi...

—Por favor, solo llámeme Minho. No me gustan los honoríficos —interrumpió nervioso negando con la cabeza.

—Minho, hijo, ¿vais a quedaros a cenar?

El tiempo se paró por unos segundos, unos segundos en los que se preguntó si había escuchado bien. No recordaba la última vez que su madre le había llamado hijo, tampoco la última vez que se había sentido tan humilde, avergonzado y culpable. No merecía estar en ese salón siendo invitado a cenar. Lo más alto a lo que podía aspirar alguien como él era a cuidar ese jardín con un mono de trabajo.

Y sin embargo, el dueño de esa casa le había llamado hijo. El padre de Choi Soobin, el chico al que pisoteó, el niño del que tenía celos enfermizos, estaba ofreciéndole un lugar en su mesa. ¿Cómo un pobre diablo como él iba a sobrevivir a algo así? ¿Cómo se contestaba cuando un rey ofrecía una silla a un mendigo?

—¡Sí! —El grito llegó desde el sofá mientras escuchaba los pequeños pasos correr hasta ellos—. Hyung, ¿juegadas en mi equipo? —Sintió el tirón en su pierna y miró al niño con sus enormes ojos marrones reclamando su atención.

Se agachó, agradeciendo que aquel pequeño ser humano estuviera sacándole violentamente de ese acantilado del que estaba cayendo de forma inevitable. Las manitas agarraron las suyas con ansiedad, dando pequeños saltitos. Se aclaró la garganta antes de hablar.

—¿A qué quieres jugar?

Fubol. Dara nuna sempe gana. Byul solo gana cuando juega samchon. Y samchon no está, mamá dice que se fue de viaje —Minho tragó saliva acariciando con el pulgar el dorso de esa pequeña extremidad que le agarraba con fuerza—. Yo soy Byul y tengo tes.

—Es un placer, yo soy Minho y tengo casi 32 —contestó en voz baja. El niño se giró y miró a la mujer que apretaba la mano en su boca para no llorar.

—Mamá, ¿cuanto son teinta y dos?

—Tonto, treinta y dos es el que va después de treinta y uno —escuchó la voz de la niña que entraba decidida caminando hacia ellos—, ¿qué le hiciste a mamá? ¿La hiciste llorar?

—Dara, Byul, ¿por qué no vamos con samchon Seokjin y samchon Woobin un rato al jardín? —ofreció el hombre llamado Mike, el padre de los pequeños.

—Samchon Jin no juea a fubo. Minho hyung dice que jueagada en mi equipo —discutió el niño.

—Si Minho-ssi juega en tu equipo los demás jugarán en el mío. —La pequeña Dara levantó una ceja retadora y se cruzó de brazos. El labio inferior de Byul tembló antes de mirarlo desesperado por una solución a aquello que le pareció una catástrofe.

—Ganaremos igual, ninguno sabe jugar a fútbol. —Los ojitos brillaron de felicidad y miró a su hermana con la misma soberbia que había recibido de la niña. Ella miró al resto y vio cómo Jisung se encogía de hombros con una mueca triste.

—Soy malísimo en el fútbol, Dara-ssi.

—Eres malo en todos los deportes en los que hay pelotas —bromeó Changbin suavemente.

—No les hagas caso, Dara, soy buenísimo en en baloncesto, como Stephen Curry.

—¿Quién? —preguntaron los dos niños confundidos. Todo el mundo se rió.

El padre de los pequeños los agarró de las manos con la promesa de que saldrían a jugar antes de la cena. El ambiente volvió a tensarse y Minho se enderezó mirando a las dos hermanas de Soobin y a su padre fijamente.

—Siento esto, los niños no saben nada, estamos jugando a este juego de que todo es normal. No paran de preguntar por Soobin...

—Voy a traerlo de vuelta, los vamos a traer sanos y salvos. Y les prometo que me aseguraré de que quién se los haya llevado reciba su merecido —interrumpió clavando sus pupilas en las de Choi Taeyang fijamente—. No me conocen, pero esto es una promesa y lo único que tengo para ofrecer es mi palabra. No me importa terminar ardiendo en el infierno, voy a recuperarlos...

—Minho... —susurró Jisung agarrándole del brazo.

—Estoy diciendo la verdad, estoy diciendo que Seungmin y tokki van a volver, que los vamos a traer de vuelta.

—Muchas... muchas gracias —susurró Sooyeon—. De verdad espero que sea verdad... Espero que podamos encontrarlos... No sé... No sé qué demonios haremos si el bebé no vuelve... No sé qué harán los niños si samchon Soobin no vuelve...

—Va a volver, Sooyeon-ssi, todavía tengo que demostrarle a Byul que podemos ganarle jugando al fútbol —contestó.

Todavía tengo que pedirle perdón al conejito, todavía tengo que decirle que él también es parte de mi familia. Todavía tengo que matar al hijo de puta que se lo llevó, pensó.

⚠️🔪#AvisoDeGore: Descripciones gráficas de violencia a partir de este momento. #NoQuieroQueMeFunenAsiQueAviso

90 horas.

Seungmin abrió los párpados con mucho esfuerzo. La pequeña rendija entre sus pestañas le devolvió una imagen nublada y turbia. Sentía el sabor de la sangre en la boca y la garganta seca. Se lamió los labios.

Parpadeó un par de veces y se dio cuenta de que uno de sus ojos no estaba funcionando del todo bien, no terminaba de abrirse. Puso más empeño en la tarea, pero un rayo de dolor recorrió su cara. Siseó y dejó de intentarlo, conformándose con la mitad de su vista.

Su mejilla estaba contra el suelo frío de cemento. Se preguntó cuánto tiempo habría pasado y si el hijo de puta sádico estaba en la habitación como las veces anteriores. Escuchó con detenimiento antes de tratar de moverse.

No oyó nada más que el zumbido del generador eléctrico que estaba justo delante de él.

Sus muñecas seguían atadas en su espalda y sentía los dedos gélidos hormigueando. ¿Los perderé?, pensó. Era una posibilidad. En el tiempo que había estado en ese lugar, solo le había desatado una vez. Todo lo que podía hacer era tratar de moverlos para no perder el riego sanguíneo, pero hasta eso costaba.

Emprendió la tarea titánica de girarse sobre sí mismo para poder ver el resto de la habitación. Se empujó boca abajo, con su carne golpeando contra el cemento como una bofetada indigna. El cabrón le había quitado la ropa el día que llegó y seguía desnudo desde entonces.

Giró la cabeza y trató de enfocar la visión borrosa con su único ojo sano lagrimeando. Unos pies descalzos estaban atados por los tobillos a una silla en el centro de la sala oscura. Movió el cuello para descubrir el cuerpo inconsciente de Soobin sentado.

Lloró. Lloró con fuerza, con su respiración atascada en el pecho y su diafragma espasmódico apretando sus pulmones en hipidos.

—Soobin... —susurró con la voz ronca, queriendo que el chico le mirase y sonriera, que le dijese que todo estaba bien. Pero no se movió.

Reptó por aquel suelo húmedo que olía a desinfectante industrial, el mismo que usaban en los quirófanos del hospital. Tenía que llegar a Soobin, tenía que saber si seguía respirando porque era incapaz de distinguir si el pecho del hombre subía y bajaba.

—¡Tesoro! — le llamó unas dos mil veces, con el llanto entrecortándole la voz.

Miró el cuerpo de su amigo; de la única persona del mundo que no merecía el dolor que había recibido. Tenía tantos golpes, tantos cortes, tantas marcas... Seungmin se preguntó si alguien podría sobrevivir a esa tortura. Se preguntó si Soobin estaría vivo todavía.

Las manos estaban atadas a los reposabrazos metálicos y su cabeza caía hacia delante. Tenía el pelo enmarañado y sucio, pero no había ni una gota de sangre. El cabrón sin nombre que les torturaba nunca se marchaba sin limpiar absolutamente todos los rastros de sangre y fluidos del cuerpo de ambos.

El primer día, cuando abrió los ojos y se encontró a sí mismo atado de cara al generador, colgando de un gancho en el techo, casi le da un infarto. Por un segundo loco y desquiciado, creyó que había sido obra de Bang. Que el cabrón había perdido la cabeza del todo. Hasta que le vio.

El hombre caminó lentamente hasta colocarse delante de él, con un mono de trabajo y unas botas negras y una enorme sonrisa brillante que le aterrorizó.

Entonces gritó, pataleó, se volvió completamente loco mientras aquel hombre le miraba como si estuviera en un espectáculo de circo. Hasta que se acercó a él y le dio un puñetazo en la boca del estómago que casi le hizo desmayarse.

Le había agarrado con fuerza de la barbilla obligándole a mirarle a los ojos. Sacó una pequeña navaja de su bolsillo y la paseó, en completo silencio, por su cara llena de lágrimas de rabia. Y después por su cuello. Seungmin se orinó de miedo y fue el momento en el que se dio cuenta de que estaba desnudo.

Unos minutos después, esa navaja hizo pequeños cortes en distintas partes de su torso y sus piernas. Se apartó de él y le preguntó una única cosa: —¿Dónde guardas el disco duro?

Había repetido la misma pregunta unas diez veces mientras le golpeaba y cortaba. La respuesta había sido siempre la misma que era, en realidad, la verdad: que él no lo tenía.

Sin embargo, aquel hijo de puta desquiciado se cansó pronto de jugar con su cuerpo dolorido y se encogió de hombros despreocupadamente. Giró a Seungmin sobre sí mismo como si fuera un trozo de carne de ternera en una nevera. Y fue el momento en el que lo vio.

El día que llegaron a esa sala, sentó a Soobin en la misma silla en la que estaba en ese momento. Pero entonces todavía no tenía marcas, no tenía el pelo ralo y sucio, ni le faltaban uñas, y tampoco le había golpeado la cara como un saco de boxeo.

El día que Seungmin despertó colgado de un gancho en el techo de ese sótano quiso morir. Pero el desgraciado que los retenía tenía otros planes para él. Como, por ejemplo, mostrar todas las torturas que podía ejercer en aquel cuerpo que ahora yacía aparentemente inerte en una silla a la que necesitaba llegar a toda costa.

Tesoro —sollozó de nuevo, pero no contestó.

Se movió con dificultad hasta aquel sitio y le pareció que había tardado años. Algunas heridas que tenía sangraron, pero no le importó. En ese momento lo único en lo que podía pensar era en que necesitaba acercarse lo suficiente a Soobin como para sentir su pulso, para saber si su piel estaba caliente todavía.

Seungmin le contó todo a aquel cabrón. Le dijo que el disco duro lo tenía Lee Minho. Le dijo que nunca estuvo en su poder. Le confesó que se lo había dado I.N, que Bang sabía de él. Fue una rata traidora y le habló de todo lo que le preguntó porque quería, por encima de todo, salvar a Soobin.

Pero, de nuevo, aquella basura sádica tenía otros planes para él.

Cuando llegó a los pies de Soobin, Seungmin creyó que tal vez habían pasado años desde que despertó junto al generador eléctrico. Golpeó con la cabeza en el tobillo del chico, pero no hubo respuesta.

Las lágrimas le nublaban el único punto de visión que tenía y estaba tan agobiado que empezaba a hiperventilar. Tenía que calmarse, tenía que relajarse para comprobar si el frío en la piel de Choi Soobin era por el ambiente o porque no tenía pulso.

Se arrodilló con mucho trabajo, apoyándose en la pierna de Soobin que tenía más cerca. Su amigo estaba desnudo y su piel estaba de tantos colores que ya no podía distinguir qué moretones eran nuevos y cuáles tenían varios días.

En la rodilla contraria de Choi Soobin estaba fijado el tornillo de apriete* manual que su torturador rodaba cada día unas cuantas vueltas. Seungmin sabía qué Soobin necesitaría una prótesis de rodilla cuando salieran de ese agujero. Temía que pudiera perder la pierna si seguían mucho tiempo ahí dentro.

*Pondré una foto del tornillo de apriete al final.

Quería soltarse las manos y tratar de desenroscar esa herramienta metálica que estaba destrozando su rótula. Quería desatar a Soobin y salir de ahí. Quería despellejar al hijo de puta que se había atrevido a dibujar todas esas marcas en la piel perfecta.

Tesoro, por favor, contéstame —lloriqueó cerca de su cara, empujando hacia atrás su pecho con la cabeza para enderezarle. Golpeó con fuerza su sien contra la frente Soobin antes de oír un gemido suave que salía de su garganta—. Soobin, cariño, tesoro —gimió, llorando desesperado, mientras apoyaba la frente en el regazo del chico.

—Seungmin, ¿estoy muerto? —preguntó en un susurro.

—No, tesoro, estamos vivos.

—¿Puedes matarme, por favor? —rogó y Seungmin sintió una lágrima caer contra sus hombros.

—Vamos a salir de aquí, vamos a salir de aquí —Lo que no sabía es si lo harían con vida. 

***

3/3

Bueno, aquí tienen el extracto del resumen de la historia, navegantes.

Por lo menos siguen vivos, ¿no?

¡Nos vemos en el infierno!

PD: Esto es un tornillo de apriete.


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