32. Errores
🎶Banda sonora: Forgive myself - Sam Smith🎶
32 horas.
A Taehyun le temblaban las manos cuando su prima Sooyeon abrió la puerta de la casa y les dejó pasar en silencio. Jin lo empujó por la espalda con suavidad y pasó por su lado recorriendo el pasillo. El chico no le había dirigido la palabra desde la noche anterior, cuando recogió su cuerpo golpeado de casa de Seo.
Namjoon lo había mirado esa mañana con desprecio, advirtiéndole que pagaría si Soobin y Seungmin no aparecían. Taehyun sabía que tenía que pagar, por supuesto. Tenía muchos cobradores a su espalda.
Se arrepentía mucho de lo que había hecho. Tanto que le contó a Namjoon todo lo que sabía, las cosas que había averiguado, todo sobre Eunwoo, sobre Seungmin, sobre Chan. Se lo dijo todo porque toda la información sería útil.
Y ya no le importaba que le pillaran, ni siquiera pensaba en ese puto artículo que le había traído a Seúl unos meses atrás. Ahora solo quería ver otra vez a Seungmin y a Soobin. Solo quería que esa punzada de culpabilidad que le apretaba el pecho le dejara respirar de una puta vez.
Nunca se había sentido así.
—¿Qué has hecho, Taehyun? —escuchó la voz de su madre y levantó los ojos de sus zapatos. Le tembló el labio inferior cuando vio la decepción en su cara.
La mujer recorrió el pasillo hasta él y golpeó con la mano abierta en su mejilla herida con todas sus fuerzas.
Dolió como el infierno. De un montón de formas distintas. Taehyun lloró.
Sintió las lágrimas calientes escapándose de sus ojos y llevó la mano a la mejilla golpeada. Se lo merecía, por supuesto que sí, pero seguía siendo doloroso ver esa tristeza en los ojos de la persona que más amaba en el mundo.
—¿Qué demonios has hecho? —sollozó la mujer.
—Mamá... —murmuró antes de agarrarla con fuerza y abrazarla. Lloró con más fuerza contra la coronilla mientras ella hipaba contra su pecho.
Su madre era pequeña, como imo Yejin, se parecían la una a la otra aunque sus caracteres eran totalmente distintos. Su madre lo había criado sola, trabajando como una esclava, y tenía un temperamento fuerte. Era estricta pero amorosa, y era la única persona a la que escuchaba de verdad.
Imo era más tranquila y serena, sin grandes estallidos y mucho más permisiva con sus tres hijos. Quizá el hecho de que Choi Taeyang había estado con ella a cada paso del camino durante casi 40 años influía directamente en cómo se tomaban la vida.
—Mamá, yo no... —trató de hablar, pero las lágrimas le impedían completar una frase sin atragantarse—. Yo no sabía... No quería... Mamá...
—Santo infierno, Taehyun, ¿qué vamos a hacer si los niños no aparecen?
—Mamá, no... —No quería que dijese eso, no quería escuchar esas palabras. No quería sentir esa decepción en la voz de su madre.
Apretó los brazos alrededor del cuerpo carnoso y lloró como no había llorado nunca. Las manos de la mujer se movieron despacio en su espalda y se dio cuenta, avergonzado, de que aún era capaz de consolarlo.
—Tu prima nos ha buscado un lugar para quedarnos con Ame hasta que los niños vuelvan. Ahora necesito que vayas a ver a tus tíos y les pidas perdón por lo que has hecho, Taehyun —Él asintió separándose y limpiándose las lágrimas con la manga de la sudadera negra que llevaba puesta—. ¿Dónde me equivoqué? ¿Qué fue lo que hice mal?
—Mamá, no, tú no hiciste nada mal...
—Cariño, tuve que hacer algo muy mal para que hayas hecho algo así.
La mujer se dio la vuelta y caminó hasta el gran salón. Taehyun se mordió el interior de la mejilla mientras lloraba otra vez en el pasillo, cerca de la puerta de salida. Podría marcharse en ese momento, podría huir de allí. Mamá está a salvo y Ame también, puedo irme, pensó.
Algo se lo impidió. Su prima Soojin salió de la cocina y se acercó con los ojos hinchados y sus andares patosos por el embarazo. Se sintió pequeño y malvado. Había hecho llorar a un montón de gente y probablemente su primo estaría sufriendo algún tipo de tortura por su culpa. Por supuesto que era malvado, era la mierda más vil que cualquiera de ellos hubiese pisado antes.
—Cuando todo esto acabe y mi hermano vuelva a casa, te vas a marchar de Corea y no volverás a pisar el país, Kang. Ya no formas parte de esta familia nunca más, cabrón mentiroso y desagradecido. Y más te vale que aparezcan sanos y salvos o buscaré a alguien que esté dispuesto a matarte. —Su prima acarició su vientre antes de dirigirse al salón.
Taehyun quería pedirle perdón. Quería disculparse con toda esa gente que era de su sangre aunque él nunca los consideró así. Nunca le importó, nunca le importó nada más que su madre, Ame y él mismo. Y ahora, joder, estaba pagando las consecuencias.
Caminó arrastrando los pies hasta el salón y se encontró con las miradas de los Choi directamente sobre él. Woobin apretó un puño y abrazó a Soojin contra su cuerpo mientras le miraba. Sooyeon tenía la cara tan roja y llena de lágrimas como su hermana y agarraba la mano de Jin. Imo lloraba en sus manos con samchon acariciándole la espalda.
El patriarca de la familia levantó la cabeza para mirarle y Taehyun cayó de rodillas, con su orgullo hecho pedazos, sintiéndose el ser más repulsivo del planeta. Se inclinó con las manos delante de su frente y no dijo ni una palabra mientras oía el susurro colectivo.
Sabía que no era suficiente, nunca sería suficiente si Soobin no volvía a casa; pero era lo único que se le ocurrió hacer. Lloró apretando los dientes, con las lágrimas cayendo sobre el mármol del suelo de samchon Taeyang.
—¿En qué momento del camino sentiste que no eras parte de nuestra familia, Taehyun? —Entre hipidos y sollozos, imo Yejin sentenció el resto de su vida—. ¿Cuándo decidiste que merecíamos que nos engañaras así? ¿Qué te hicieron? ¿Qué te hizo mi hijo?
Taehyun no iba a ser el mismo después de aquello. Pensaba coger un vuelo a Escocia, recoger todo su apartamento y marcharse para siempre. Se llevaría a su madre y a Ame a cualquier otro lugar. Trabajaría como periodista en páginas de sociedad en un periódico local.
Se acabaron las exclusivas, se acabó la política, se acabó el Pulitzer.
—Perdón —murmuró sorbiendo por la nariz.
—Puedes marcharte —dijo la mujer.
Sabía que era una despedida, que probablemente sería para siempre. Sabía que acababa de destrozar la relación de su madre con imo Yejin, que aquella pequeña mujer ya no tendría una hermana nunca más. Y, mierda, esa puta basura dolía.
Se levantó del suelo con la mirada puesta en sus propios zapatos. La vergüenza paralizándole hasta que su madre le cogió del brazo y le arrastró hasta una de las habitaciones. Recogieron el equipaje en silencio y Taehyun apretó el transportín de Ame contra su cuerpo escuchando sus maullidos.
Salió de la casa minutos después y un taxi les esperaba en la puerta. Cargaron las dos maletas en la parte trasera y su madre dio la dirección.
Lloró durante todo el camino hasta el apartamento que una de sus primas, probablemente Sooyeon, le había conseguido. Cuando llegaron, dejó al animal salir y correr libre, vaciando los empapadores que había en el transportín.
—Voy a comprar un arenero...
—Tu prima ha pedido que pusieran uno, está en el baño. También hay comida para nosotros y para Ame.
—Mamá... —gimió con la voz rota de nuevo.
—Taehyun, algún día quiero que me cuentes por qué hiciste todo esto. Pero hoy no puedo seguir escuchándote.
Solo esperaba que ese día llegara pronto. Y qué Soobin y Seungmin volvieran a casa sanos y salvos.
33 horas.
—Tenemos que ir a casa de Seungmin... —aseguró Chan en voz alta entrando a la cocina de casa de Jisung.
Han arrugó la frente y Minho dio un sorbo al que podría ser su cuarto café del día. Chan miró al suelo y se dio cuenta de que había un reguero de migas de pan junto a la encimera. Se puso nervioso y su pecho latió con fuerza.
La aspiradora estaba en el armario del pasillo, podía acercarse y limpiar ese montón de pedazos de pan junto a los pies de Han. Y después quitarle los calcetines y llevarlos a la lavandería.
—¡Ey! —Jisung dio una palmada fuerte y levantó la mirada sobresaltado—. ¿Para qué quieres ir a casa de Seungmin? —Chan sacudió la cabeza recobrando un poco la compostura.
—Tenemos que ir a buscar a Dori. Estará sola y no entenderá nada. Y no tiene a nadie que la cuide. Tenemos que ir a buscarla. —La ansiedad se había manifestado brutalmente desde que despertó de su viaje de benzodiacepinas y se dio cuenta de que era real, que Seungmin había desaparecido.
Se había lavado las manos tantas veces que perdió la cuenta. Llamó al bufete y dijo que no iría hasta nuevo aviso, que cancelara todas sus citas porque tenía un problema familiar. Porque era un puto problema mucho más grave que algo familiar.
Su familia podría desaparecer de la faz de la tierra y Chan no tendría ni un ligero dolor de cabeza. De hecho, probablemente se acabaran todos sus tics si su padre moría. Pero no podía lidiar con la posibilidad de que alguien estuviera dañando a Seungmin y a Soobin.
Volvió los ojos al suelo que Han pisoteaba con los calcetines, llenándose de trozos de pan, pelo y polvo. Se dio la vuelta y salió de la cocina con el sudor frío recorriendo su espalda. Sacó del armario de suministros la aspiradora y comprobó que estuviera cargada. Volvió a la cocina.
—...Es su gata —comentaba Minho mientras Jisung se sentaba en una silla al lado del chico con una taza de café delante—. Es cierto que no hay nadie que la cuide.
—Podemos llevarla a un hotel. Podemos llevarla a su clínica, tiene estancias allí, me lo contó Felix.
—No. No. Dori tiene que venir aquí. No puedes dejarla sola en un sitio que no conoce, Han. —Encendió la aspiradora y pasó repetidas veces en el espacio entre la encimera y la isla central. Aprovechó para aspirar toda la habitación.
Los pies del dueño de la casa estaban repentinamente ante él. Esos calcetines llenos de suciedad estaban en el lugar que acababa de limpiar. Apretó los dedos en el mango de la aspiradora y lo miró.
—Apágala. Ahora —Se cruzó de brazos ante él y respiró hondo antes de darle al botón—. Estamos hablando, si vas a empezar una conversación no enciendes la aspiradora. Vamos a llevar a Dori al hospital para que la cuiden allí.
—No podemos hacer eso, Jisung. Los gatos son sensibles a los cambios, lo pasan mal. Se pondrá enferma. Cuando Seungmin vuelva estará enfadado porque no la cuidamos.
—Chan hyung, sabes que a Jisung no le gustan los animales... Soonie es fácil de tratar, pero Dori es harina de otro costal... —murmuró Minho.
Los miró a los dos fijamente preguntándose en qué maldito mundo la gente era capaz de hacerle daño a unos animales pequeños e inocentes. Chan sabía que debía sacar a Dori de esa casa en la que estaría sola, sin comida ni agua, sin compañía. Necesitaba tenerla cerca y saber que estaba bien, necesitaba que estuviera bien para cuando Seungmin volviera.
¿Y si no vuelve?
Se le pusieron los pelos de punta con la pregunta que se hizo a sí mismo. Llevaba así todas las horas que había estado despierto, pensando en las cosas que haría cuando volviera a verle. Pensando en que tal vez nunca volviera a verle.
Conocía la forma de operar de los Park y los Bang; no en vano formó parte de aquel cáncer. Había vivido en sus propias carnes cómo se infringían los castigos. Y él había tenido la dudosa protección de ser parte del clan. ¿Qué demonios harían con dos personas que no eran de su sangre?
Le aterrorizaba pensar en el cuerpo del cachorrito sufriendo toda clase de torturas.
Chan quería abrazarlo. Y quería renunciar a todo: a su trabajo, a su reputación, a su vida. Renunciaría a su puto apellido de una vez por todas y le seguiría a donde quiera que fuese.
Se subiría en todos los escenarios del país para decir que le amaba, se tatuaría la maldita bandera arcoíris en su mano derecha si era lo que quería. Le llevaría a Los Ángeles y se casaría con él allí legalmente. Nada de esa cosa simbólica de Changbin y Felix. Tendría un maldito papel que dijera que Chan era tan de Seungmin como él quisiera que fuese.
Estaba dispuesto a morir incluso, si eso trajera de vuelta al cachorrito sano y salvo.
—¿Me estás escuchando, Chan hyung? —exclamó Jisung agarrándole de la mano. Se soltó de un tirón y sacó del bolsillo del pantalón el gel para limpiarse.
—Me voy a mi casa —dijo dándose la vuelta y saliendo de la cocina. Subió las escaleras rápidamente y abrió la maleta que Minho le había traído unos días después de que llegó a casa de Han.
Qué estúpido fue. Le dijo a Seungmin que su estancia se alargaría dos noches y ya llevaba un mes allí.
En ocasiones se sentía incómodo, sobre todo al principio. Cuando llegó a esa casa trataba de esconderse en algún lugar donde no molestase a sus propietarios. Sin embargo, Jisung había demostrado que todo ese carácter era una fachada que no lograba mantener siempre. Él y Minho le habían acogido con una naturalidad que rozaba lo bizarro.
Se había encontrado sentándose en el sofá del estudio de Han a menudo mientras el hombre trabajaba. Habían compartido historias estúpidas sobre la universidad, sobre sus infancias; habló sobre su padre, sobre Taeri, incluso sobre ese niño que venía a su casa a golpearlo.
Jisung vigilaba su medicación con el cuidado de un padre y se había dado cuenta, con el paso de los días, de que lo hacía para que no se tragara un bote de pastillas estando en medio de uno de sus brotes. Aunque le había repetido mil veces que no tenía tendencias suicidas, el chico seguía controlando cuántas tomaba y la hora a la que lo hacía.
Minho, por su parte, era una sombra silenciosa. No hacía escándalo, ese era trabajo de Jisung, pero aún así se reía con fuerza de las tonterías de su príncipe y cuidaba que ninguno de los dos bebiese demasiado, no comiese lo suficiente o cualquier otra cosa. De hecho, Minho cuidaba de los tres, a pesar de que el favorito del gato era, sin duda, el chaebol Han.
—Hyung, deja la ropa, por favor —rogó Minho a su espalda. Negó con la cabeza—. Vamos a llevarte a casa de Seungmin, deja la ropa.
—Minho, no voy a dejar al animal en un hotel para gatos.
—Vamos a traerla a casa, ¿de acuerdo? Vamos a ir a buscarla y la traeremos. Llamaré a Namjoon hyung para pedirle el código de acceso de la puerta. Seguramente Seokjin lo sepa.
—¿Qué pasa si no lo sabe? —preguntó en voz alta, tensando la espalda repentinamente.
¿Qué pasaría si no podía abrir la puerta? Tendría que llamar a la policía y a un cerrajero y decir que estaba allanando la mansión de Kim Seungmin porque su gata estaba atrapada allí. Dios, esta mierda no va a terminar nunca, pensó.
—Namjoon hyung, necesito saber si Seokjin hyung conoce el código de acceso de la puerta de Seungmin —dijo Minho poniendo el teléfono móvil frente a él.
—¿Para qué coño quieres el código de acceso de Seungmin? —preguntó la voz a través del altavoz.
—Queremos ir a buscar a Dori para traerla a casa por si...
—Hasta que Seungmin vuelva —interrumpió Chan, mirando a Minho con el ceño fruncido—. ¿Puedes conseguirlo?
—Puedo traer a Dori al apartamento con nosotros, no tenéis que preocuparos...
—No, tengo que ir a por ella, Namjoon hyung, por favor —insistió Chan pasando las palmas de sus manos por su pantalón antes de coger el gel y limpiarlas.
—Mira, amigo, no me jodas, ¿de acuerdo? Voy a ir a buscar yo mismo al puto gato y me lo traeré a casa con Moni.
—Namjoon hyung, ¡es un perro! ¡Moni es un perro! Por favor, necesito ir a buscar a Dori, necesito ir a por ella.
—Chan, ¿no me estás escuchando? He dicho que iré yo a por ella.
—Namjoon hyung, por favor, deja que Chan hyung la traiga a casa. —Minho interrumpió su réplica. El fiscal resopló cansado al otro lado.
—¿Sabes lo que te digo? Que hagas lo que te dé la puta gana. Si queréis mataros unos a otros, es vuestro puto problema. No volváis a llamarme si no es para decirme que los habéis encontrado... Te mandaré la información por mensaje. Iros a tomar por el culo, estoy harto de vosotros. —Colgó y Chan vio como Minho leía un mensaje que acababa de recibir.
—Bueno... —comentó—. El príncipe se está vistiendo. Ponte un vaquero y nos vamos, ¿vale?
—Minho... Gracias —susurró antes de hacerle una reverencia. El chico se fue de la habitación negando con la cabeza y Chan obedeció sus órdenes.
Salieron diez minutos después, con Minho al volante con la mandíbula apretada. Se puso nervioso. No había estado nunca en casa de Seungmin y seguro que el niño se enfadaría cuando se diera cuenta de que entraron sin su permiso.
¿Qué pasa si no vuelve?
El pensamiento intrusivo volvió y deseó que cualquiera de las dos personas que iban en la parte delantera del coche hablasen de algo. Necesitaba distraerse, necesitaba dejar de imaginar las formas en las que Seungmin y Soobin estarían sufriendo. Tenía que dejar de pensar en la posibilidad de que estuvieran muertos.
No está muerto, el cachorrito no está muerto y tampoco Choi Soobin. Ellos están bien, los encontrarán, los encontraremos. Van a volver.
Se limpió las manos de nuevo y siseó cuando el gel entró en una de las heridas de sus nudillos, que se había reabierto con la frotación.
—¿Estás bien, hyung? —preguntó Minho mirándolo a través del espejo retrovisor. Asintió, mintiéndole.
¿Cómo te digo, Minho, que estoy pensando de qué forma pueden haberlos matado?, pensó.
No lo haría, el muchacho ya cargaba un tremendo peso en su espalda y no era justo que, además de cuidarlo, también tuviese que cumplir funciones de terapeuta.
Ni hablar, pagaba un montón de pasta por ir a un profesional al que, por cierto, tendría que visitar pronto. Tenía la desagradable certeza de que tendría unos cuantos brotes durante el tiempo que Seungmin estuviese en paradero desconocido.
De hecho, en ese mismo instante, mirando sus nudillos con la herida abierta, creía que necesitaba urgentemente agua y jabón. El gel hidroalcohólico no parecía suficiente esta vez, pero aún así echó un poco en su mano y frotó, tratando de evitar ese corte con poco éxito.
—Vamos, hemos llegado —dijo Minho saliendo del coche. Le siguió y escuchó de nuevo el suspiro incómodo de Jisung.
—Jisung... Puedo llevarme a Dori a mi casa.
—Cállate de una vez, ¿acaso no ves que mi novio ha montado un puto albergue en mi casa?
Chan no pudo evitar la risa por su tono y entró tras Minho por las puertas del jardín. Le vio pulsar el código pero no se lo dijo.
Eso es bueno, significa que sabe que Seungmin va a volver y el cachorrito odiaría con toda su alma que supiera el número de acceso a su casa. Seguramente se pondrá como loco cuando se de cuenta de que estuvimos aquí.
Dieron un paso hacia dentro de la casa. Era luminosa y moderna, con decoración nórdica y algunos muebles de diseño llamativos. Buscó con los ojos a la gata y la vio aparecer a la carrera escaleras abajo. Su pecho se apretó cuando se agachó asustada al verlos a los tres.
Se puso en cuclillas mientras Minho y Jisung se apartaban de él. Sacó del bolsillo la golosina que había traído y la abrió.
—Ven aquí, preciosa, vamos a cuidarte bien en casa de Han Jisung-ssi. Podrás conocer a Soonie... —Dori dio un paso—. Ven, pequeña... Voy a cepillarte mucho ese pelo tan bonito. Y tengo un montón de golosinas que Jisung compró para Soonie, seguro que nos dará unas pocas para ti...
La gata se acercó curiosa y lamió el sobre que Chan tenía abierto en las manos. Respiró tranquilo cuando pudo tocarla. Era suave y blanda y absolutamente preciosa. Y quería cuidarla para siempre. Necesitaba que Seungmin volviese a casa y pudieran criar a cinco gatos más juntos.
Le compraría una mansión mejor que esta, vendería todo lo que tenía y se lo daría a cambio de que le dejase estar a su lado. Cuando Seungmin volviese, le pediría perdón por todas las veces que le había destrozado el corazón.
¿Qué pasa si no vuelve?
Minho se acercó a ellos y acarició a la bola gris que se terminaba aquel aperitivo dando mordiscos en el envoltorio. El animal pareció reconocerle y se restregó contra su mano. Vio a Jisung mirando la escena enternecido y respiró más tranquilo.
Se apartó de ellos y cogió el transportín. Le puso un poco de comida dentro y el animal entró sin quejarse. Lo cerró y se enderezó para salir de allí. No se molestaría en coger nada más. Había dos areneros en casa de Jisung, solo tenía que dejar uno para cada uno. También había una cantidad insana de camas para gato, juguetes y rascadores por todas partes. No le preocupaba nada de eso.
Salieron de la casa y Chan se sintió más tranquilo por primera vez en muchas, muchísimas horas cuando dejó al animal en el asiento trasero del coche de Jisung.
—¿Qué haces aquí? —Escuchó la voz de Jisung al otro lado del coche y se puso de pie.
Lo siguiente que vio fue a Minho agarrando al chico por las solapas de la camisa y golpeándolo contra el capó del coche violentamente. Apretó las manos en el borde de su camiseta y la estiró, nervioso. Jisung agarró a su novio del hombro y tiró con fuerza de él, pero no consiguió apartarle.
Minho no soltó al hombre y escuchó el gemido de dolor cuando golpeó su espalda contra la carrocería otra vez.
—Soobin no me contesta al teléfono —gimió—. Fui a buscarlo a su casa pero no había nadie allí. Joder, pensé que estaría aquí. No tengo el número de teléfono de Seungmin, ni de Seokjin hyung. —Minho volvió a estrellarlo contra el metal.
—¡MINHO, YA BASTA! —gritó Jisung tirando con todas sus fuerzas del brazo del hombre hasta que soltó al otro. Chan miraba paralizado, desde el otro lado del coche, con una mano sobre el transportín de Dori.
—Joder... Iba a llamar a Changbin si no les encontraba... ¿Dónde está? ¿Qué demonios hacéis vosotros tres aquí?
—Yeonjun hyung, Soobin y Seungmin han desaparecido —contestó Jisung directamente.
Los tres vieron el cambio en el color de la piel del hombre y también la cara de absoluto horror que puso. Aquella pesadilla no dejaba a nadie indiferente. Y Chan lo entendió.
Cuando se dio la vuelta y corrió para subirse a su coche desapareciendo sin decir ni una palabra, lo comprendió. Tenía ganas de hacer lo mismo. Quería subirse a un coche e ir a un sitio determinado, llamar a una puerta concreta.
Y a la vez estaba tan asustado que era incapaz de dar el paso. En el fondo, era consciente de que su padre, Eunwoo y el padre de I.N tenían tanto que ver con la desaparición de Seungmin y Soobin como lo tuvieron con esos chicos que trajo Eunji tantas veces. Bang Sooman y Park Dongson tenían en sus manos las vidas de la única persona por la que Chan era capaz de golpear.
Pero, aún así, el miedo seguía paralizándole.
***
2/4
¿Cómo vamos con las revelaciones?
¡Nos vemos en el infierno, navegantes!
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