31. Gordito
🎶Banda sonora: Tourist - Alex Flóvent🎶
23 horas.
Changbin sintió el peso a su lado en el sofá y vio la taza de té caliente en la mesita. La mano de Felix estaba sobre su muslo un segundo después. Lo atrajo a su regazo y colocó la cara en su cuello cerrando los ojos.
—Binnie... —susurró el hombre acariciándole el pelo.
—¿Por qué...? —dejó la pregunta en el aire mientras los muros que construía Felix le protegían de los peligros alrededor.
Le acarició la espalda y vio el anillo que llevaba en el dedo brillando. Volvió a pensar que era la persona más afortunada del mundo, a pesar de todo.
Levantó la cabeza y vio a Jisung bajando los últimos escalones en calcetines. Lo miró y le dio una sonrisa triste mientras se dirigía a la cocina.
No sabía donde estaba Minho, pero suponía que estaría en el jardín con Bbama. No había pronunciado ni una palabra desde que llamó a Kim Namjoon para avisarle de que los chicos habían desaparecido. Ninguno había dormido o hecho nada más que esperar.
Jisung se sentó frente a ellos con las piernas cruzadas y la mirada puesta en el ventanal a su espalda. Dio un sorbo a la taza de té humeante que había traído con él.
—¿Qué pasa si no los encuentran? —murmuró Felix y Jisung giró la cabeza hacia ellos con las cejas fruncidas.
—Van a encontrarlos. Van a aparecer. Están bien —contestó, pero había tanta desesperación en sus palabras que Changbin se preguntó si se las creía o solo era una plegaria.
—¿Dónde está Bang?
—Sigue durmiendo. Las pastillas lo tumbaron —Dio un sorbo largo—. No sé si va a recuperarse de esto.
—Quokka...
—Changbin, yo he estado ahí. Y no tengo esa mierda de infancia que tuvo —Changbin asintió mientras Felix se acomodaba—. A pesar de I.N y de todo lo demás, lo mío era una mierda comparado con lo que carga ese hombre encima —Hizo una pausa, suspirando sonoramente—. Limpia los baños, aspira las alfombras, recoge la cocina detrás de Q... Cepilla a Soonie-ssi veinte veces al día. Mi casa está llena de botes de gel hidroalcohólico. Y ahora está controlado, según dice. Su terapeuta lo felicitó esta semana porque solo se limpió las manos dos veces en una hora. ¿Entiendes la cuerda floja sobre la que camina?
—Sí, lo entiendo... —contestó Changbin suavemente, sintiéndose culpable por ese odio irracional que le despertaba el abogado.
—Mi madre se suicidó —interrumpió Felix—. Se tomó un millón de pastillas y se tumbó en la cama en la que dormían ella y Ari. Minho hyung me tapó la cara, pero vi cuando se la llevaron. Tenía un jersey púrpura. Ari nuna no lloró.
—Se lo conté —La voz de Minho llegó desde la cristalera del jardín—. Jisung lo sabe. Por eso me llevé a Chan a su casa. Tenía tantos botes en su baño... Mucho peor que mamá.
El hombre entró con la cabeza baja, sin mirar a Jisung, avergonzado de lo que había hecho. Changbin lo entendió. Jisung tenía sus ojos en cualquier sitio menos cerca de él. Y Minho hyung lo miraba como un gato abandonado bajo la lluvia, como aquel día que llegó mojado al apartamento tantos años atrás.
Su teléfono sonó y respondió rápidamente: el guardia de seguridad le avisó, desconcertado, que alguien de la policía se dirigía a su casa. Felix lo escuchó y se levantó de su regazo nervioso. Quokka lo imitó. La expresión de Minho cambió.
Changbin sintió su estómago tensarse. Ese tipo de cara que tenía su cuñado significaba problemas. Respiró hondo tratando de relajar el ritmo de su frecuencia cardiaca, pero fue casi imposible. Se despeinó el pelo con las manos y se levantó, rodando con el pulgar el anillo en su dedo.
La puerta sonó y Minho hyung extendió la mano para hacerle parar. Fue él quién abrió la verja exterior y después, la puerta de madera de la entrada. Felix seguía detrás de la isla de la cocina. Jisung cruzó la estancia y se puso a su lado. Changbin se quedó junto a los sofás, donde le habían ordenado.
Una mujer de su altura entró en su casa y se sintió repentinamente enfermo. Recordó que la última vez que una mujer entró allí, Minho hyung acabó en el hospital. Rezó porque Quokka fuera lo suficientemente inteligente como para llevarse a Felix de allí si la cosa se complicaba.
La mujer llevaba un pantalón vaquero desgastado y unas zapatillas de deporte negras. También una sudadera ancha, con cremallera y una mascarilla quirúrgica tapándole la cara. Minho se apartó y cerró la puerta mientras ella se quitaba los zapatos en la entrada sin decir una palabra.
Su cuñado se apartó de su campo de visión y los ojos oscuros y rasgados femeninos se clavaron en los propios. Una extraña desazón le revolvió el estómago y creyó que iba a desmayarse. Se agarró al respaldo del sofá en silencio, sin poder apartar su mirada de la contraria.
—Changbin —Sintió que caía en picado cuando escuchó ese coreano con acento y cómo le trataba con una cercanía que él no le había permitido.
El cuerpo ancho de Minho se interpuso entre él y la mujer y su único impulso fue mirar un segundo a Felix y Jisung, que se agarraban el uno al otro. Le temblaban las piernas y su palma se sintió húmeda contra la tela azul cielo del sofá.
La mujer levantó una ceja condescendiente mientras se bajaba la mascarilla. Changbin vio un hoyuelo en la mejilla bronceada y dio un paso hacia la cocina buscando al polluelo.
—Sea lo que sea que está buscando, no lo va a encontrar aquí, ajuma. —La voz de Minho sonó como de ultratumba.
—Estoy buscándolo a él, Lee Minho —contestó ella ensanchando la sonrisa.
Una oleada de reconocimiento lo golpeó con violencia. No era posible, era completamente imposible que esa mujer estuviese de pie ante ellos. Era absolutamente bizarro y marciano. Tenía que estar dormido, se había quedado dormido y estaba teniendo una pesadilla infernal.
—Changbin, subid arriba —ordenó Minho sin mirarlo, pero era incapaz de moverse.
Nunca había pensado en eso, jamás, en todos estos años, había pensado que quizá esto podría ocurrir.
Sintió la mano de su marido tirando con fuerza de su brazo, obligándolo a moverse, pero aún estaba petrificado. Esa cara conocida no tendría que estar ahí. Para ser exactos, esa cara ni siquiera debería existir. Pensaba que estaba muerta, debería estar muerta.
—No te vayas, por favor —rogó ella en voz baja y Changbin apretó su mano en la de Felix buscando una cuerda para sostenerse en el borde de ese precipicio en el que estaba.
—¿Quién demonios es usted? —exclamó el polluelo con las cejas frunciéndose. La mujer sonrió y se bajó la mascarilla lo suficiente para que pudiesen verla con claridad.
Sintió la mano de Felix cerrarse brutalmente sobre sus dedos y lo miró. Estaba tan congelado como él se sentía, con la misma cara de susto que debería tener. Por lo tanto, no estaba volviéndose loco. Esa mujer que estaba frente a él era quién no podía ser.
—¿Qué coño...? —la pregunta de Jisung se quedó en el aire cuando ella dio un paso hacia él apretando la mandíbula.
—Gordito —le llamó esa mujer. Y Changbin sintió como si toda su sangre se fuera de su cuerpo. El suelo se movió a sus pies y todo se fue a negro.
24 horas.
Minho tuvo los reflejos suficientes para agarrar al hombre antes de que cayera redondo al suelo. Su hermano trató de levantar el peso de Changbin infructuosamente. La mujer frente a ellos se agachó para ayudar pero Felix la miró con odio y estiró la mano para apartarla del cuerpo del chico desmayado.
—No se atreva a acercarse a él —amenazó.
Minho se sorprendió, lo había visto así de agresivo pocas veces. Solo recordaba una claramente: la primera vez que conoció en persona a Seo. Ese día su hermano volvió a casa asegurando que quería matarlo por lo que su padre había hecho. Que le odiaba, que se merecía el peor de los destinos.
Que ironía que en ese momento su mano izquierda apartase agresivamente a esa mujer de Changbin. Qué ironía que en ese dedo anular brillase con un anillo Cartier que Changbin había puesto allí.
—Estoy tratando de ayudar —contestó la mujer en un coreano que sonó extraño.
—Usted ha provocado esto —exclamó Felix.
—Sabes que no ha sido a posta...
—No me hable informalmente, no la conozco de nada —interrumpió levantándose.
—Yongbok, ayúdame a subir a Changbin al sofá —rogó agarrando el cuerpo inconsciente del chico por los hombros y levantándolo con esfuerzo.
Mierda, Changbin, vas a tener que rebajar ese entrenamiento, el tipo pesaba como un maldito bloque de cemento. Felix miró unos segundos a la mujer y se agachó de nuevo.
Minho llevó el costal que era su cuñado y lo tumbó con dificultad. Su hermano le puso un cojín bajo la cabeza. Jisung se colocó entre la mujer y ellos y quiso apartarlo de allí de un tirón, gritarle que dejara de ponerse en el centro del peligro de una puta vez.
—No sé quién demonios es usted y qué hace aquí, pero no va volver a acercarse a Changbin —gruñó, colocándose junto al príncipe como un muro.
—¿No sabes quién soy? —preguntó ella y Minho negó con la cabeza. La mujer volvió a sonreír y le pareció que esa boca le sonaba de algo, aunque no podía recordar de qué—. Tu hermano sí que sabe quién soy.
Miró a Felix confundido, el chico seguía con sus ojos brillando con rabia, una rabia tan desproporcionada que Minho temió que golpease a la mujer en cualquier momento.
—¿Alguno piensa decirme qué demonios está pasando? —preguntó Jisung con los brazos cruzados en el pecho.
—Es la madre de Changbin —contestó Felix secamente, con su ceño fruncido.
Minho estuvo a punto de caer igual que había caído el oso unos minutos atrás.
¿Cómo que la madre de Changbin? ¿La madre de Changbin está viva? ¿Qué diablos hace la madre de Changbin en este salón? ¿Qué diablos hace esta mujer aquí justo ahora?
Se asustó. El temor crudo envió un mensaje a todos sus músculos y se tensó colocando a Jisung tras él. Esa mujer que seguía de pie, mirándolos con una sonrisa de medio lado. No le gustaba esa sonrisa, ni el hoyuelo casi imperceptible que se parecía a los de Changbin.
Mierda, no le gustaba que esa mujer hubiese aparecido de la nada ante ellos.
Su cuerpo reaccionó de la misma forma que había reaccionado cuando el hijo de puta de Choi Yeonjun trató de rebuscar en las cosas de los chicos. La adrenalina se distribuyó por su cuerpo rápidamente y sabía que, en ese momento, si le pegaran un tiro, prácticamente ni lo sentiría.
—Subid arriba —ordenó sin apartar la mirada de las cejas sorprendidas de la mujer ante él.
—Minho, escúchame antes de ponerte de esa manera —dijo ella.
—No, ni hablar. No se va a acercar a Changbin jamás —respondió su hermano tras él.
—Esa no es tu decisión —insistió ella.
—Le ha dicho que no le hable informalmente —puntualizó Jisung de pronto—. ¿Se ha criado en la selva? —La mujer rio y estuvo a punto de hacerlo también, pero se contuvo porque Han y su hermano parecían estar a un suspiro de arrancarle la cabeza a esa señora.
—Bambino, aunque me encantaría quedarme toda la noche jugando con vosotros, necesito que hablemos.
—Márchese de mi casa —Felix trató de pasar a su lado, pero Jisung le agarró la mano.
—No voy a marcharme, piccolo, vais a escucharme queráis o no —Minho llevó una mano a la espalda con intención de agarrar el arma—. Yo no haría eso, Minho —Bajó la cremallera de la sudadera y le enseñó las dos armas que llevaba en el pecho.
Se asustó, se asustó como en su puta vida desde que Park Dongyoon estaba muerto: —Arriba, los dos —exclamó.
—No voy a dejarte aquí, ni tampoco a mi hermano...
—No es momento para ser jodidamente obstinado, príncipe. Coge a Yongbok y subid los dos arriba ahora mismo.
—¿Le has llamado hermano? —preguntó repentinamente la mujer—. Me alegro de que haya encontrado a alguien... Él y tú... ¿Eunji unnie os hizo daño?
—¿Me puede explicar quién coño es usted y qué hace aquí? —Jisung utilizó ese tono desagradable de chaebol con el que hablaba con sus subalternos cuando hacían algo mal.
—Soy la madre de Changbin y estoy aquí para encontrar a Kim Seungmin y Choi Soobin —Jisung dio un paso atrás con un susurro incomprensible—. Hace más de veinte años que no le veo. Es la primera maldita vez que puedo estar en la misma habitación que ese hombre. Y le debo una explicación de por qué me marché entonces —susurró con la voz quebrada y una desesperación que fue más allá de lo humanamente soportable para Minho.
Él había tenido una buena madre, una a la que amó, que les amó. Una madre que no pudo aguantar más y decidió terminar con su vida en su habitación. Minho la echaba de menos y a Ari también. Sabía lo que era tener una familia y también sabía lo que era perderla.
Giró la cabeza ligeramente para encontrarse con los ojos redondos de Jisung, que lo miraban con el desconcierto que él mismo sentía. Sabía que tenía tantas preguntas que no estaba procesando nada de lo que estaba pasando. Su mano se cerró en su brazo como una súplica y quiso ocultarlo del mundo.
Él también había querido abrazar a Jisung tan desesperadamente que dolía una vez. Había estado al otro lado de una cristalera, tan cerca y a la vez tan lejos. Sabía cómo esa mujer debía sentirse. Era consciente del dolor de tener que dejar a la persona que amas atrás. No sabía las razones por las que se había marchado, pero, repentinamente, sintió que se conectaba a ella.
—Ya basta... —gruñó Changbin desde el sofá. Felix se acercó a él para ayudarlo a incorporarse—. Es suficiente, ya basta. No quiero que volvamos a tener que cambiar el parqué por las manchas de sangre.
—¿Qué? —preguntó ella confundida.
—La última vez que la madre de alguien entró en esta casa casi morimos todos. Si quieres hablar conmigo deja las armas lejos. Entonces trataré de escucharte.
La mujer asintió y salió corriendo de la casa. Minho se giró y trajo a Jisung a sus brazos con fuerza, besándole en la mejilla. Sintió lágrimas en su piel suave y caliente.
—¿Crees que ha venido a hacernos daño, Minho? —susurró.
—Creo que está buscando su verano.
24 horas.
La mano de Felix estaba entre sus dedos mientras Jisung se sentaba a su lado con el vaso de whisky que todavía no había bebido. Minho estaba de pie, cerca; tenso y preparado para colocarse entre ellos y cualquier cosa. Se recordó a sí mismo que le debía la vida al hombre.
Que se la debía a todos ellos.
En el sillón de enfrente, justo delante de sus ojos, se encontró con una cara que solo habitaba en sus recuerdos y en una foto desgastada que, casualmente, estaba en el mueble a su izquierda. Sus ojos la buscaron, seguía allí y era el mismo hoyuelo que tenía delante.
—Te pareces a él... Pero eres más guapo —dijo en voz baja.
Presionó con más fuerza la mano pequeña del polluelo entre las suyas y acarició el anillo que el otro llevaba, buscando una guía, un faro en medio de la tormenta.
Tenía unas horribles ganas de llorar, de patalear, de encerrarse en la habitación con Bbama y Felix y quedarse dormido con ellos hasta que todo eso hubiera pasado. Y otra parte de él, una extrañamente complacida, quería seguir mirando a aquella mujer de la que no tenía más que unos pocos recuerdos.
Su coreano era malo, como si no lo usara desde hacía mucho tiempo. Sus maneras eran occidentales y pensó que, seguramente, había vivido toda su vida con otra familia, con gente a la que amaba más que a él.
—Soy agente de inteligencia —dijo colocando sobre la mesa de centro una identificación—. Llevo trabajando para la Interpol casi 15 años. Voy a encontrar a esos niños.
—¿Por qué estás en mi casa? —preguntó Changbin.
—Porque me aterroriza la posibilidad de que puedan llevarte a ti también —Pareció una declaración sincera, pero no fue suficiente—. A cualquiera de los cuatro.
—No nos conoce —se quejó Jisung.
—Por supuesto que te conozco. Eres hijo de Han Jihyeon y Park Eunji. Cuando aún no habías cumplido los 22 te metieron en un zulo bajo tierra. Pasaste 60 horas allí. Tu padre recibió un tiro en la cabeza el mismo día que estos dos hombres te rescataron. El día que todos creímos que Yang Jeongin había muerto.
»Sé quién eres. Y sé quién es Lee Minho, sé quien es Lee Yongbok. Sé todas las cosas que pasaron entonces. Tenemos amigos cercanos en común —Sonrió y un estremecimiento le recorrió. Esa sonrisa era tan parecida a la que veía en las fotos de sí mismo que le resultó extraño—. No sé lo que pasó con vosotros cuando me marché, pero definitivamente sé lo que pasó aquel año y sé lo que pasó después.
—¿Por qué le dejaste? —preguntó Felix y Changbin quiso decirle que se callara, que no quería escuchar a esa mujer decir que no le amaba, que no quería que su corazón sufriese todavía más.
—Eunji me amenazó. Me dijo que le haría daño, que lo llevaría... al infierno —La mujer que era su madre tragó saliva y bajó los ojos con un suspiro—. Me dijo que correrías la misma suerte que los otros niños; no podía permitirlo, no podía permitir que te hiciera lo que le hacían a esos niños, gordito.
Se estremeció con aquel apodo cariñoso que venía de esa boca conocida. Se mordió la mejilla evitando el llanto. Los dedos de Jisung estaban en su hombro mientras el polluelo se colocaba más cerca de forma protectora.
—Te he escrito muchas cartas, pero nunca las envié. Tenía miedo de que Eunji las encontrara. Te hablé de mí. Me pregunté si jugabas con un balón o con robots, si te gustaban los cómics o los libros. Te felicitaba en los cumpleaños y me convencía a mí misma de que el siguiente sería en el que me atrevería a coger un avión y traerte todos los regalos atrasados. Te pregunté, cuando estabas en secundaria, si te gustaba alguna niña. Debí preguntarte también por los niños... —se rió secando una lágrima que cayó por su mejilla—. Cuando murió Haeshin... estuve feliz. Pero estaba preocupada por ti, no sabía si tendrías un hombro sobre el que llorar, alguien que te consolara... Reservé un vuelo, estuve a punto de venir a buscarte.
—Pero no lo hizo —interrumpió Jisung con la rabia hirviendo en sus ojos.
La señora lo miró fijamente y asintió bajando la cabeza con vergüenza y secándose las lágrimas con la sudadera. Algo se removió dentro de él y se sintió incapaz de seguir atacándola o permitiendo que ellos la atacaran.
—Quokka, por favor, deja que hable —susurró. Jisung asintió con un suspiro de resignación, echándose hacia atrás en el sofá.
Changbin pensó que estaba con uno de sus berrinches y se encontró con la mirada tierna de esa mujer ante él.
Estaba asustado, pero había algo dentro de él que la entendía. Igual que había entendido entonces a Felix y Minho, igual que entendió a Quokka cuando desapareció durante un año. Él no guardaba rencor y había aprendido a perdonar. Pero, aún así, tenía miedo de que hubiese vuelto para prenderle fuego a esa casa que tanto les había costado construir.
—¿Te hicieron daño, gordito? ¿Te hizo daño Eunji? ¿Te lo hicieron los Park? —preguntó. Changbin hizo una mueca de tristeza y se sintió tan pequeño como una hormiga, tan solo como el día que se llevaron a Jisung, tan triste como aquella noche de junio en la que vio partir el todoterreno en el que estaban Minho y Felix.
—Estuve solo mucho tiempo —contestó en voz baja—. Keunabeoji-nim Han Jihyeon me utilizó para controlar a Jisung y él me odiaba por eso. Y era todo lo que tenía en el mundo entonces —El peso de la cabeza de Han estaba sobre su hombro—. Felix me odiaba y yo le odiaba a él. Nunca he sabido relacionarme, no sé como se ama a las personas. No he sabido ser otra cosa que un perro fiel de la familia Han.
—Changbinnie... —trató de hablar Felix, pero lo paró negando con la cabeza.
—Llevo toda mi vida siendo un siervo. Primero, Padre me ordenó cuidar al joven maestro Han, después los Han hicieron de mí una obra de caridad. Sabía que era homosexual desde que era un niño, pero no pude decir nada hasta que tenía 22 años. Porque me enseñaron a odiar las maneras delicadas. Porque el hombre con el que me dejaste era frío y cruel conmigo. Pero también era un esbirro ejemplar. Y se esperaba de mí lo mismo que dio él: completa lealtad.
»Felix llegó a nuestras vidas para volverme absolutamente loco. Y después vino el gato callejero al que le pedí que no quemara mi casa y aún así la arrasó.
»Keuneomeoni-nim Eunji y los Park nunca me tocaron. Pero nos destrozaron a todos. A nosotros cuatro y al hombre que duerme en la habitación de invitados. Y ahora también a Seungmin y a Soobin. Si dices que nos conoces, si sabes tanto sobre nosotros, ¿cómo te atreves a preguntar si los Park me hicieron daño?
La mujer bajó la cabeza y se tapó la cara con las manos sollozando. Se sintió mal. No quería ser así de duro, no quería usar esas palabras con ella. Pero tampoco quería engañarla. No quería que pensara que todo estaba arreglado. Aunque Changbin fuese capaz de perdonar, no podía olvidar; esas mierdas nunca las iba a olvidar.
—He sido huérfano buena parte de mi vida. Todas las personas que hay bajo este techo lo son, de una u otra forma, todos lo somos. No puedes cambiar el curso de un río con un tronco.
—Desearía haber tenido el valor para llevarte de aquí cuando me marché. Pero no podía enfrentarme a ellos. Si te llevaba conmigo me denunciarían por secuestro. Me meterían en la cárcel y estarías, de verdad, en peligro. No me estoy justificando, no pretendo que ninguno de los cuatro me acepte sin más. Pero te debo una explicación, una explicación, veinte regalos de cumpleaños y un millón de disculpas.
—Señora —Minho habló por primera vez—, en algún momento deja de llover. El verano siempre vuelve.
Changbin lo miró desconcertado. Entre Minho y aquella mujer se produjo un intercambio silencioso y su cuñado acabó con una sonrisa conocedora marchándose hacia la cocina para llenar la cafetera y encenderla. No entendió porqué se ponía de su parte y se marchaba tan tranquilo.
—Estoy casada —dijo ella—, no tuve hijos después de ti, pero sí me casé. Mi marido se llama Gio. Es italiano. Vivimos en Roma desde que me marché. Le conocí en Corea, su padre era diplomático. Me obligaron a casarme con Seo Haeshin, pero él ha sido siempre mi gran amor. La primera vez que te llamó piccolo paffuto, pequeño gordito en italiano.
—Gordito... —susurró Changbin más para sí mismo que para los demás.
—Sí. Empecé a llamarte gordito entonces. Tenías la sonrisa más bonita del mundo, con tus hoyuelos y esas mejillas gordas. Eras adorable. Ahora ya no eres mi piccolo paffuto... Tendré que decirle a Gio que ya no puedes serlo nunca más —su labio inferior estaba tembloroso y las lágrimas le cubrían las mejillas. Changbin sintió la mano de Felix secando las propias aunque no sabía que estaba llorando —. Me he perdido toda tu vida. Te has convertido en un hombre tan guapo...
»Parecías un príncipe el día de tu boda, los dos lo parecíais. Vi las fotos y lloré durante días. No sabes cuánto me hubiera gustado que nuestra vida hubiese sido distinta, haber podido acompañarte al altar. O, al menos, haber estado allí para ver cómo Jisung te llevaba...
»Me gusta esta familia que has creado, quiero protegeros de cualquier cosa a todos. El pequeño mafioso estaba dispuesto a ser un escudo humano, tu piccolo quería golpearme... Y tú —Miró a Jisung —, no sabes cuán feliz me hace que no seas como ella. No sabes qué orgullosa me siento de que no seas como Eunji y Jihyeon.
»Yo estuve tanto tiempo sola... Solo tenía a Gio, solo tengo a Gio. Y las cartas que te he escrito y todas esas noticias y esas fotos en internet. Estoy tan feliz por saber que estás libre, gordito... —Sorbió por la nariz con una risa triste—. Maldita sea, estoy aquí jodiendote la vida, jodiéndosela a todos. Y también reventando una misión que se suponía secreta. Pero estoy aterrorizada porque no sé si te cogerán a ti también. No quiero que vuelvan a hacerte daño nunca más. Quiero ser el escudo entre vosotros y el mundo. Quiero protegeros... como no me protegieron a mí...
Changbin vio como la mujer lloraba desconsolada y quiso acercarse a ella. Apretó la cara entre las manos y observó sus hombros estrechos temblar. Pensó que toda la fuerza con la que había entrado se había ido diluyendo con el paso de los minutos, como si la fachada se tambaleara para acabar como estaba en ese momento: destrozada ante ellos.
Jisung le dio un empujón. Tenía los ojos llenos de lágrimas y le instó con la mirada a que se acercase. Changbin titubeó. Felix le soltó la mano y le dio un suave golpecito en la rodilla. Buscó los ojos felinos que estaban en la cocina y Minho señaló con la cabeza a la mujer y asintió.
Changbin no necesitaba nada más que aquellas tres opiniones para entender que esa necesidad era normal, que querer acercarse a ella estaba bien, que nadie lo iba a juzgar. Se levantó y se acercó al sillón rodeando la mesa.
Se arrodilló junto a ella y notó que tenía los pies pequeños y también las manos. Más pequeños que los de Felix. Su pelo negro no tenía canas y lo llevaba recogido eficientemente en una cola de caballo. Colocó la palma sobre el hombro ajeno y ella apartó los ojos de sus manos, mirándolo.
Durante unos segundos no supo qué hacer.
—Si tú también eres huérfana, puede que haya un sitio para ti —susurró con el labio inferior temblando—. Si estás sola, podemos hacer mucho ruido a tu alrededor. Puedes aprender canciones, o salir a pasear a Bbama. Puedes ir de compras o enseñar a cocinar a Jisung —Tragó saliva y sintió la mano pequeña sobre la suya, medio aterrado, medio feliz—. Puedes venir cuando llegue la estación de lluvias y dejar que Felix te haga un té. Puedes quedarte si es lo que quieres, o puedes marcharte. Pero no quemes nuestra casa, no quemes nuestro hogar otra vez, prométeme que no lo harás.
—Te prometo que voy a construir una valla a vuestro alrededor para que nadie más os haga daño —contestó ella acariciando su mejilla. Changbin se apoyó en el toque con un suspiro.
—Bienvenida a casa, eomma-ssi —dijo Jisung levantándose y haciendo una reverencia. Felix le imitó con la cara llena de lágrimas. Su pecho se apretó con tanta intensidad que se llevó una mano al esternón y frotó.
La mujer ante él, su madre, se echó a llorar de nuevo y Changbin se dio cuenta de que, verdaderamente, toda aquella fuerza con la que llegó había desaparecido. Se encontró abrazándola contra su pecho y la sintió pequeña y delicada; se preguntó cómo iba a protegerlos de algo si todo en lo que podía pensar era en no apretar demasiado para no romperla.
Lloró contra su hombro, registrando por primera vez en su vida adulta el olor de la piel de su madre, deseando no olvidarlo nunca. Escuchó el sollozo en su oído y sintió las manos en su pelo.
—En esta casa siempre habrá lugar para todos los huérfanos —le susurró—, eomma.
***
1/3
El otro día hablaba por mensajes con una navegante sobre este capítulo y le decía que esta revelación iba a ordenar todo lo que estaba desordenado en este libro, pero no es verdad. Todavía quedan muchas cosas que ordenar.
¡Nos vemos en el infierno!
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