29. Cayendo

🎶Banda sonora: In this shirt - The Irrepresibles🎶

Eran las ocho de la tarde cuando Taehyun le vio salir del edificio. Se bajó del coche a toda prisa y cruzó la carretera sin mirar. Tiró del brazo del hombre cuando trataba de subirse en la parte de atrás de un vehículo.

—Puede marcharse, yo le llevaré a casa —dijo. El señor frunció el ceño. Sintió la sacudida en la mano que trataba de mantener aquel cuerpo cerca de él.

Lo miró y estuvo a punto de arrepentirse de lo que estaba haciendo. Pero estaba demasiado enfadado para ser prudente; demasiado cabreado para comportarse de forma racional.

—Te vienes conmigo, ¿verdad, Eunwoo? —comentó con una de sus sonrisas forzadas. El otro levantó una ceja antes de agacharse y asentir secamente al conductor.

El transporte se fue, pero no le soltó. Tiró de su mano y caminó callejeando entre los edificios cercanos a la Fiscalía. No iba a subir a ese cabrón al coche que le había prestado Soobin, no iba a dejar que cualquier cámara de tráfico les captara en la cabina y toda Corea se enterase de lo que estaba haciendo.

Después de cinco minutos a pie, en completo silencio, empujó el cuerpo grande de Eunwoo a un callejón detrás de un edificio de oficinas vacío. 

—¿Vas a decirme a qué viene este numerito? —El muchacho sacudió la chaqueta negra del traje acomodándose la ropa con la espalda erguida y esa mirada presumida en sus ojos oscuros.

—Odio que me mientan, Eunwoo. Odio que la puta gente crea que soy imbécil. Y tú me has mentido —contestó apretando los puños.

Perder los nervios no estaba en sus planes. Tampoco acabar en un callejón con aquel lobo con piel de cordero al que quería machacar. Eunwoo se lamió los labios y le regaló una media sonrisa.

—Ilústrame, Taehyun, no sé muy bien de qué hablas.

—Por supuesto que lo sabes —escupió con rabia. Se movió de un lado al otro agobiado—. ¿Cuándo pensabas decirme que eres parte de la familia Bang? —Algo flaqueó en la expresión compuesta del chico, aunque desapareció rápidamente. Taehyun encontró el filón y quiso seguir cavando—. ¿Pensabas comentarme que Bang es tu primo? ¿O esto es igual que lo de tus amigos de secundaria a quienes me pagas por investigar? ¿Quién coño eres, Eunwoo?

—No te pases, Kang.

—¿Que no me pase? —interrumpió dando un paso hacia él—. Dime de una puta vez qué mierdas está pasando. La verdad y no esa basura sobre la corrupción. Kim Namjoon es un cabrón desagradable, pero estoy seguro de que no es corrupto. ¿Cuál es tu puto problema con esos chicos?

—El dinero que Seungmin despilfarra tan libremente viene de los negocios de Yang Jeongin. No le pertenece.

—¿De qué conoces a Yang Jeongin exactamente? —El color de su cara cambió y la mandíbula se tensó ante él. Taehyun archivó la respuesta visceral antes de que su expresión volviese a la fría soberbia a la que se había acostumbrado.

—Trabajo en la Fiscalía, sé las cosas que hizo. Mató a gente, mató a su hermano en la cárcel; ejecutó a un policía. Traficaba con drogas, regentaba prostíbulos. Era todo lo que está mal. Y Seungmin está gastando ese dinero en esa opulencia decadente, es cómplice de toda esa mierda.

—¿Entonces el problema es Seungmin? ¿Ya no se trata de Kim Namjoon? —espetó atento. Tenía auténtica curiosidad por descubrir qué mierdas estaba tramando ese mentiroso que le miraba con la ceja elevada—. ¿Cuál es tu mierda con esos chicos, Eunwoo? ¿Qué demonios te hicieron? ¿Qué te hizo Soobin? ¿No quiso follar contigo? ¿Por qué coño le amenazaste con esas fotos?

Taehyun vio que enderezaba rápidamente la espalda y mostraba su rechazo con un levantamiento de su labio superior. No le gustó ver eso, aunque solo duró unos segundos, fue significativo.

—¿Cómo te atreves a insinuar algo así? —preguntó apretando los puños a los lados de su cuerpo. Taehyun notó el ligero temblor del miedo en su tripa—. En mi puta vida he tocado a ese hombre. Y tampoco él a mí, jamás se lo permitiría.

Se sintió brutalmente incómodo. Toda esa rabia que le hacía actuar de forma irracional se convirtió en una sensación de desazón que se instaló en la boca de su estómago y se quedó allí.

—Eunwoo, ¿estás haciendo todo esto porque son homosexuales? —le preguntó desconcertado, con su fuerza drenándose—. Estás como una puta cabra...

Un segundo después tenía la cara estampada contra la pared lateral del edificio y su brazo retorcido en la espalda. Gruñó una queja, pero el agarre sobre su extremidad se hizo más severo y creyó que se la rompería en menos de un segundo.

Los dedos de Eunwoo engancharon la parte trasera de su pelo y tiró. Las lágrimas se escaparon por el rabillo del ojo ante el picor en su cuero cabelludo y pensó que las paredes de cemento eran más ásperas contra la mejilla de lo que se sentían contra las manos.

—Voy a advertirte algo, Kang. No soy alguien a quien quieres tener como enemigo. Mi familia puede destrozarte la vida con una sola llamada. Puedo tener a tu madre en el fondo del fiordo de Forth en diez putos minutos. Y te juro que me haré unas zapatillas con la piel de Ame.

Su corazón se aceleró y apretó la boca en un puchero que iba a caballo entre la rabia ciega y el miedo paralizante. No quería que hiciera daño a su madre, no quería ponerla en peligro por culpa de un error como el que había cometido.

Porque sí, Taehyun era absolutamente consciente de que se había puesto a sí mismo en esa situación.

Había sido lo suficientemente estúpido como para aceptar el trabajo sin preguntar las credenciales. Creyó en la palabra de aquel hombre sin saber quién demonios era. Y ahora le tenía retenido contra un edificio y estaba amenazándole con deshacerse de los dos únicos seres sobre la faz de la Tierra por los que aceptaría gustoso la muerte.

Por supuesto que había sido culpa suya. Y quería tirarse al suelo de rodillas y suplicar por que dejase en paz a su madre y a Ame. Y también quería girarse y estampar esa cara bonita contra el suelo las veces suficientes como para que no volviese a abrir los ojos nunca más.

—La orientación sexual de esa gente me importa una maldita mierda. Tú me importas una mierda, Kang, tu vida me importa una mierda. Esos cabrones que te pagan las copas están usando dinero que no es suyo. Y tú estás siendo cómplice de ello. Se acabó nuestro trato. Estás fuera —Le empujó con violencia y cayó al pavimento con un gemido de dolor y sus pantalones vaqueros abriéndose por las rodillas—. Cuidado con lo que haces a partir de ahora. No voy a quitar el ojo que tengo sobre ti.

Escuchó sus pasos alejándose por el callejón. Le vio salir de aquel estrecho pasaje y desaparecer. Rezó porque fuera para siempre. Sin embargo, sabía que había desatado a una jauría de perros rabiosos para los que ninguno tendría protecciones.

Suspiró levantándose. Echó un vistazo a la sangre que salía de la herida en su rodilla y negó con la cabeza indignado. Salió de allí y caminó apresurado hasta el coche, todavía asustado.

No fue capaz de prever nada. Taehyun siempre sabía lo que iba a pasar, es decir, siempre sabía cómo respondería la gente a sus palabras. Sabía cómo presionar para que su interlocutor estallara de rabia, como había hecho con Bang; o cómo consolar a alguien hasta que le confesaba que un mafioso muerto le había dejado una caja de seguridad en herencia, como hizo con Seungmin.

Le gustaba pensar que era bueno con las personas, no bueno de una manera estúpida y servil como Soobin, sino bueno en comprenderlas. Había sido capaz de captar la pleitesía que Changbin rendía a Felix. También era absolutamente consciente de que Jisung era un imbécil egoísta que no amaba a nadie más que a sí mismo.

Minho, por otra parte, era un cabrón con demasiados secretos y Taehyun sabía que estaba tan metido en todo eso de I.N y la mafia coreana que probablemente acabaría en la cárcel en cuanto publicara el artículo.

Mierda, Taehyun, la puta información. Corrió las dos manzanas que le quedaban para llegar al coche y llegó con el sudor resbalando por la frente. Se subió y sacó de debajo del sillón del pasajero el ordenador. Lo encendió y lo conectó a la red del teléfono móvil para sacar una copia de todos los correos.

La pantalla se puso de color azul en cuanto accedió a internet. Trató infructuosamente de reiniciar el dispositivo al menos cinco veces antes de darse por vencido con un grito frustrado. Miró su smartphone suspirando y descubrió, para su absoluto horror, que se había apagado. Sabía que no volvería a encenderse, teniendo en cuenta el virus informático que acababa de quemar su MacBook.

Esta vez sí que se había equivocado. Y todavía no entendía la magnitud de las consecuencias. Esperaba que haber borrado toda la información que tenía fuese suficiente para apaciguar la ira de aquel cabrón al que había provocado. Aunque sospechaba que no.

Sentía una opresión en su pecho desde hacía un par de días. Entró en la casa alquilada y cerró con un portazo mirando fijamente al joven parado en el centro de la estancia.

—Siéntate —ordenó, dejando caer la mochila al suelo. El tintineo de lo que llevaba dentro hizo que el otro se tensara, pero obedeció. Como siempre hacía.

Hyung...

—No —interrumpió acercándose a la silla en la que se había colocado.

Puso una mano sobre su hombro y se inclinó cerca de él, agarrándole la barbilla con fuerza. Escuchó el gemido de dolor que intentaba contener mientras sus dedos se presionaron.

Movió el pulgar por su barbilla. La carne blanda se deformó bajo su yema. Una parte peligrosa de su cerebro se activó cuando vio que el chico cerraba la boca. Apartó la mano de allí y le abofeteó con la fuerza suficiente para hacerle girar la cara.

No se quejó. Solo volvió a colocar la cabeza con los ojos en su propio regazo.

Quería quebrar cada uno de los huesos de su cuerpo. Sabía cómo hacerlo, pero se contuvo. No quería tener que lidiar con una masa sanguinolenta y sin poder moverse de la cama por semanas. Lo necesitaba en sus dos pies.

—No entiendo por qué estás haciendo esto —dijo en un susurro. Los ojos subieron para clavarse en los suyos y buscó algo allí que le dijese qué estaba pasando. Pero no lo encontró—. ¿No eres consciente de todo lo que podemos perder? —Acarició su cuello.

—Lo estoy intentando.

—Pequeño mentiroso —reprendió con una sonrisa ladeada. Agarró con más fuerza aquel cuello y percibió cómo tragó saliva—. Si no te quisiera todo lo que te quiero estarías muerto, ¿lo sabes verdad?

—Sí, hyung...

—¿Eres consciente de todo lo que estoy haciendo por ti? ¿Eres consciente de todo lo que estoy sacrificando por ti? Eres todo lo que tengo y yo soy todo lo que tienes. Solo nos tenemos a nosotros. Siempre nosotros.

—Sí... —contestó con la voz entrecortada por la presión de sus dedos. Le soltó el cuello y le abofeteó otra vez con más fuerza.

Sus ojos se pusieron rojos y vio el puchero en su boca. Le dio un beso suave en la mejilla que acababa de golpear y le acarició el pelo y la nuca.

Pegó sus frentes juntas y cerró los ojos unos segundos. Una mano ajena subió por su brazo y se colocó sobre la palma que mantenía en su cara. El pulgar del chico se movió suavemente sobre su piel de forma apaciguadora.

Llevaba una semana con esa insana compulsión apretándole las articulaciones y una maldita caricia de mierda había bastado para traerle toda la paz que buscó durante días. Nunca podría librarse del poder que ese hombre ejercía sobre su cuerpo y su mente.

Era probable que no fuera consciente, se aseguraba de que no lo fuera porque temía que se marcharse corriendo de allí si descubría que todo lo hacía por él, que absolutamente cada movimiento de su vida había sido por y para él.

—Siempre nosotros, hyung —repitió en voz baja y estaba tan cerca que sintió el aire caliente golpear su cara.

Pensó que podría besarlo, como tantas otras veces lo había pensado. Pero no lo hizo, como tantas otras veces no lo había hecho. Jamás le había tocado de esa manera y no iba a empezar ahora. Era suficiente con sentir ese cálido aliento sobre su boca para saber que era absolutamente inabarcable.

Como el poder con el que controlaba cada uno de sus pasos: inconmensurable.

Se apartó de él a regañadientes, peleando con sus propios impulsos y se enderezó. Su mejilla estaba de color rojo. Le dio un puñetazo tan fuerte que hizo que la silla se tambalease hacia atrás.

Lo agarró del cuello de la camiseta antes de que cayera y escuchó el jadeo asustado del chico. Lo abrazó contra su cuerpo mientras seguía sentado en la silla. El muchacho pegó su mejilla golpeada a su pecho.

—Vete —dijo, apartándolo de su torso.

—Pero...—sollozó.

—Vete, por favor. Volveremos a vernos pronto, ¿de acuerdo? — El chico de ojos llorosos se levantó y asintió.

—He dejado en el estudio toda la información que saqué... —murmuró antes de hacer una reverencia y salir de la casa.

Suspiró cansadamente y se dirigió al pequeño estudio. Encontró el pen-drive sobre la mesa y volvió a la estancia que hacía las veces de comedor, sala y cocina. Sacó el ordenador de la bolsa y lo conectó.

Abrió las carpetas y negó con la cabeza, con la decepción haciendo que volviera a enfadarse. No había una mierda allí, nada útil al menos. No le servían de nada esas notas y esas fotos. No conseguiría nada con eso. Gimió y guardó otra vez los dispositivos en la mochila.

Una vez más, tendría que ser quién hiciera el maldito trabajo para que saliera bien de una vez.

Seungmin tenía la sensación de haber vivido esa misma situación. Se subió al coche Minho y se dirigieron a quién sabía dónde.

La llamada del día anterior no había sido extraña. Pero sí que le pidiese que estuviera preparado a las 11 de la noche. No era una hora común para quedar y se sintió un poco incómodo cuando subió al coche y Han no estaba allí. Casi esperaba que el idiota hubiese venido a controlar su ganado.

—¿Hoy sí me vas a decir a dónde vamos? ¿O me vas a llevar a casa de Jisung y ofrecerme como tributo a tu nuevo hijo adoptivo?

—Si es lo que quieres, creo que tengo algunas bridas en la parte trasera —contestó con una contracción en su mejilla que indicaba que contenía la sonrisa.

—Imbécil. —Se enfadó, pero un estremecimiento suave le recorrió al pensar en sí mismo atado a merced del abogado.

Su estúpida mente volvió al causante de sus problemas, al objeto de todos sus deseos más oscuros. El cuerpo goteante de Chan en la piscina de Felix no había salido de su cabeza. Y cada vez que se masturbaba su imagen aparecía ante él como una obsesión.

Mierda, incluso en ese momento en el que trataba de alejarse del hombre para recomponer su equilibrio emocional, le dolía pensar en lo que podría haber sido y nunca sería.

—Espero que no te enfades conmigo por lo que voy a hacer —comentó Minho, sacándolo de su ensimismamiento.

—No me enfadé con el gilipollas de tu marido por encerrarme en una habitación con ese hombre. No creo que puedas hacer algo mucho peor que eso.

—Sabes que Jisung lo hizo por ti. Sabes que se preocupa a muerte por ti, Seungmin.

—Ya lo sé, joder. —Claro que lo sabía.

Han era insoportable, pero era la perra más veladamente amorosa del mundo.

Después de estar en su casa y ver cómo trataba a Minho, todas las cosas que creía obvias dejaron de serlo. Seguía siendo idiota, pero ahora veía los más pequeños gestos. Como cuando salvó a Chan de crisis que él provocó. Casi se echa a reír al recordarlo.

Ese Han que había descubierto era una especie de animal mitológico, algo que podía existir o no al mismo tiempo, algo que solo unos pocos podían disfrutar. Aunque nunca fuese a decirlo en voz alta, a Seungmin le gustaba sentir que podría contar con él en caso de necesitarle.

El coche dio un giro en una calle que conocía y resopló cuando entraron en el parking. El guardia de seguridad les saludó con una sonrisa.

—Buenas noches, Lee Minho.

—Buenas noches.

El hombre abrió la verja mecánica y se despidió con la mano.

—¿Tienes alguna foto de I.N, hyung? —preguntó mientras aparcaba cerca del ascensor. Solo había otros dos coches en el aparcamiento desierto.

Minho desabrochó los dos cinturones y le miró por unos segundos antes de contestar: —No creo que sea buena idea que tengas fotos de I.N.

—Sí, es cierto —respondió, resignado.

Salieron del vehículo y subieron al ascensor. Pararon en la planta 0 y cuando las puertas se abrieron casi se le cae el corazón a los pies.

—Que sepas que nuestra amistad acaba de terminar —comentó en voz alta, saliendo del cubículo antes que Minho y dirigiéndose directamente a los dos hombres que esperaban de pie junto al mostrador de la recepción del banco.

—Dijiste que no me odiarías.

—No había tenido en cuenta la magnitud de tu maldad antes de decir eso —Le miró por el rabillo del ojo y escaneó de arriba abajo a aquellos dos tipos—. Buenas noches.

—Hola, Seungmin —La sonrisa de Changbin fue suave, igual que su voz, y le puso una mano en el hombro dándole un apretón—, te pido perdón por lo que ha hecho Minho hyung. No sabíamos si vendrías si te decíamos la verdad.

Dirigió sus ojos al hombre que le acompañaba y sus piernas flaquearon durante un segundo cuando sus miradas se encontraron.

Este Chan era demasiado para su escaso control. Estaba tan guapo y jodidamente perfecto como siempre iba, con ese traje verde oliva y la camisa almidonada de color beige. Tenía mejor aspecto, como si la estancia en casa de Jisung y Minho estuviese rehabilitándole.

Vio la mueca que hizo con la boca y cómo apartó la mirada. Automáticamente, tiró un par de veces de las mangas de la chaqueta y acomodó la camisa que no necesitaba ser acomodada.

—Vamos. —Minho le dio un empujoncito mientras Changbin se encaminaba al fondo de la recepción y abría con una llave la puerta ante él.Entraron en otras dos salas y recorrieron en fila algunos pasillos. 

—¿Alguien nos va a explicar qué hacemos aquí? —preguntó Chan y Seungmin arrugó la frente desconcertado.

—¿Tú tampoco lo sabes? —El abogado negó con la cabeza y ambos miraron a Changbin que movía con dificultad los engranajes de una gran puerta blindada ante ellos.

—Necesitamos que firméis esta orden de apertura. —Minho apareció ante ellos con un bolígrafo y un papel que ya tenía su firma y la de Changbin en la parte inferior.

—No voy a firmar una mierda sin leerla, Minho.

—¿Te crees que voy a meteros en un problema, Chan hyung? ¿Crees que alguno de los dos sería capaz de eso?

—Me da igual, no voy a firmar sin leer, y Seungmin tampoco —Lo miró sorprendido por la salida repentina y el hombre se encogió de hombros—. Soy tu abogado, tengo que proteger a mi cliente...

—Eres el puto abogado de todo el mundo aquí dentro, Chan hyung —interrumpió Minho.

—Y por eso me pregunto de dónde habéis sacado esto sin que demos nuestro consentimiento.

—Es una orden estándar, tenemos los formularios aquí. Minho hyung actúa como testigo, yo como representante del banco, vosotros dos como dueños de la caja.

—¿La caja? —susurró Seungmin con el malestar recorriéndole el cuerpo.

Era perfectamente consciente de cuál era la caja a la que se refería, pero no entendía qué mierdas pintaba Bang allí. Tampoco quería abrirla, no podían obligarlo a abrirla. No estaba preparado para lo que sea que podría encontrar en aquella mierda que I.N dejó atrás.

Sus manos temblaron un poco y las frotó contra su pantalón. Sintió la presencia cálida de Chan a su lado. Solo se quedó ahí, junto a él, sin tocarle. Y Seungmin deseó que le sostuviera por un segundo.

Era como si estuviera cayendo en picado, su estómago se sentía igual que en esas atracciones de feria. Y parecía que esta vez Bang no iba a amortiguar el golpe a pesar de que estaba tan cerca que podía percibir el roce de su chaqueta contra la tela de su camisa.

Miró a Minho, rogando en silencio, que no lo hiciera, que no le empujara de ese avión, que no le dejase estamparse con violencia contra el suelo. Pero él negó con la cabeza y le tendió aquel papel que no quería firmar.

—Necesitamos abrir la caja —insistió el chico sombrío con las nubes de borrasca en el fondo de sus ojos.

—No quiero hacerlo —gimió ansioso, dando un paso hacia atrás—. No estoy preparado, no quiero hacerlo.

—Seungmin, tenemos que hacerlo ahora, no podemos seguir esperando. Es jodidamente importante —gruñó Minho—. Es una maldita caja, ¿qué puede ser lo peor que encontremos? No es como si hubiesen podido meter un cadáver ahí dentro.

Seungmin sintió su labio inferior temblar y dio otro paso más lejos, su brazo rozó el de Bang. No sabía por qué estaba presionando con tanta insistencia. No le gustaba sentir esa exigencia en la voz del chico sombrío, odiaba sentirse así de acorralado.

—Si Seungmin dice que no, es que no —dijo Chan cuando Minho iba a empezar a hablar otra vez. Los tres lo miraron sorprendidos—. Y como se te ocurra abrir esa puta caja sin nuestras firmas en el papel te meto en la cárcel, Minho. Y a ti también, Seo Changbin-ssi.

Una cosa golpeó con fuerza contra su pecho desde dentro. Como si algo hubiese explotado. Chan seguía a su lado, muy cerca, tan cerca que se atrevió a mover los dedos solo los milímetros suficientes para sentir la piel seca de su mano.

Las falanges del abogado apresaron su dedo índice y Seungmin se sobresaltó. Miró el perfil de su nariz ancha durante unos segundos, antes de devolver la vista al cabrón que le había traído hasta allí con mentiras.

La violenta ráfaga de frustración que vio en la cara de Minho lo hizo temblar y los dedos de Bang rodearon su mano completa, acogiendo la piel de su dorso contra la palma áspera del abogado. Seungmin sintió como si un paracaídas que no sabía que tenía hubiese tirado con violencia de sus hombros para evitar que reventase al caer en el suelo.

—Minho hyung, por favor —escuchó la voz de Changbin venir de la puerta blindada que ahora estaba abierta. Giró la cabeza para verlo acercarse a ellos y agarrar del hombro a la pantera a la que solo le faltaba rugir.

—Changbin, tenemos que hacerlo ya.

—Podríamos haber hablado con ellos antes de que viniesen. Deberías haber hablado con ellos antes de traerlos aquí con todos esos artificios —contestó el director de Han Bank con el ceño fruncido—. Yan Jeongin dejó algo en vuestra caja de seguridad y necesitamos saber qué es.

—I.N dejó una caja para mí y otra para Seungmin —aclaró Chan y Seungmin de verdad lo agradeció porque estaba tan jodidamente asustado que sentía como si hubiese tragado una cucharada de cemento.

—Es de ambos. Es la misma caja. Ambos tenéis que firmar —insistió Minho—. Seungmin, sabes que no te haría esto si no fuera necesario, sabes que no quiero que sufras, necesito que firmes ese puto papel porque estamos en peligro. Tú lo estás, los demás lo están.

Seungmin negó con la cabeza. Esto no podía estar pasándole a él, no después de toda esa mierda de I.N entregándose a la policía para acabar en un nicho anónimo. No podían estar en peligro porque él se sacrificó para que ellos fueran libres. Él dejó de estar para que ellos pudieran seguir estando.

Los dedos de Bang apretaron su mano y sintió cómo su cuerpo se interponía ligeramente entre Minho y él. Pensó que  no resistiría ni un golpe de aquel tanque que cerraba los puños con las cejas fruncidas. Él había sido testigo de cómo Minho conseguía lo que quería. Y si él creía que esa caja salvaría a Jisung, a Felix y a Changbin, sería capaz de cualquier cosa por ella.

Joder, de pronto, le aterrorizó la posibilidad de que Chan saliese mal parado de aquel encuentro.

Fue valiente -o masoquista- y acarició con su pulgar el dedo ajeno, tratando de enviarle algo de calma. No quería que ninguna de las personas que había en esa habitación acabara herida.

—De acuerdo —dijo en voz alta, sin soltar la mano que lo mantenía a salvo de estallar contra el suelo—, firmaré, abriremos la puta caja.

Vio el alivio en los ojos de Minho y Changbin y se preocupó porque esa locura de verdad significase que estaban en peligro. Pusieron el contrato sobre una mesa alta situada junto a la puerta y entraron a la habitación blindada, dejándolos atrás.

—¿Estás seguro de esto? —susurró Chan girando la cabeza lo suficiente para mirarle—. ¿Estás preparado para lo que sea que haya ahí? —Seungmin negó con la cabeza, estaba jodidamente asustado y temía que los recuerdos lo dejasen tan devastado como el día que fue al cementerio—. Puedes marcharte si quieres. Vete, mi coche está en el parking —Sacó de su bolsillo la llave y se la puso en la mano que agarraba.

Seungmin quería echarse a llorar. Quería apoyar la cabeza en su hombro y dejar que los dedos que cubrían su mano se enredaran en el pelo de su nuca. Quería que Chan lo abrazara como hizo el día que le contó que I.N había muerto. 

Tragó saliva y miró de la mano que el hombre mantenía dentro de las propias hasta los ojos marrones de Chan. Pensó que esos labios carnosos y rosados se veían un poco secos y hacía mucho, muchísimo tiempo, que no le "saludaba apropiadamente".

—Llévate el coche y yo les mantendré ocupados. Mandaré a alguien a buscar las llaves a la clínica. No tendrás que verme, no me deberás nada, no te pediré nada a cambio.

—Está bien, Chan —murmuró, agarrándole del brazo—. Tendremos que hacerlo en algún momento... Si Minho hyung dice que es importante debe serlo...

—No es justo que te presione así.

—Por favor, vamos a hacerlo de una vez, ¿de acuerdo? Nos quitamos la tirita y después nos vamos —Chan se tensó y él también.

Comprendió el malentendido al que podían llevar sus palabras. Se preguntó si de verdad había sido una confusión al hablar o quería decir exactamente lo que dijo. No lo sabía. Tenía una larga lista de cosas que comentar con su terapeuta en la próxima sesión.

Puso las llaves en la mano de Chan y se apartó de él. No podía prometerse a sí mismo que no saltaría sobre esa boca que ahora se contorsionaba en una mueca triste.

Firmó los documentos rápido, intentando que la presencia ineludible de Bang a su espalda no se hiciera tan abrumadora. Esperó a que él firmase también y entró delante. Sintió el roce suave de la mano ajena en el centro de su espalda, como un acto de valentía; pero desapareció rápidamente y vio a Chan sacando de su bolsillo una botella de gel hidroalcohólico y limpiándose las manos.

Quería preguntar más sobre eso. Tenía curiosidad por saber si la terapia estaba funcionando para mitigar esos tics. Pero se quedó callado mientras Changbin le daba una sonrisa comprensiva y Minho suspiraba aliviado.

El director abrió una de las cajas con una pequeña llave y sacó un cuadrado metálico del nicho en la pared y la puso sobre la peana central.

Seungmin estaba asustado, cansado y ansioso. Los dígitos de Bang volvieron a rozar los suyos. Entendió que estaba pidiendo permiso para sostenerle. O tal vez rogándole que le sostuviera. Le tomó de la mano pensando que, en aquella cámara acorazada, el tiempo no era tiempo.

Lo que estaba pasando allí no era su vida normal. Daba igual que Chan estuviera agarrándole delante de otras personas, daba igual que estuviese dispuesto a enfrentar la ira de Minho para que él escapase. Todo eso no importaba porque estaban abriendo el último secreto que les faltaba por conocer de Yang Jeongin.

Changbin abrió la tapa de la caja y Seungmin cerró los ojos. Chan le atrajo más cerca de su cuerpo, hasta que estaba apoyado en su hombro. Se cuestionó seriamente si era él quien necesitaba ese contacto o si era el abogado el que estaba cayendo en picado.

—¿Qué mierda? —exclamó Minho en un gruñido. Changbin le contestó algo y hablaron durante unos segundos, Seungmin no les escuchó.

—Abre los ojos —El susurro fue suave. Obedeció, como había hecho tantas veces, a la orden que le dio.

Miró la peana donde estaba la caja y solo pudo ver un dispositivo negro un poco más grande que un smartphone y un sobre pequeño de color blanco asomando por debajo. Minho quiso cogerlo pero la mano de Chan se lo impidió.

—Lo que hay aquí es nuestro, Seungmin será el que coja ese trozo de papel. ¿Entendido?

—¿Te parece un buen momento para que midamos nuestras pollas, Chan hyung? Porque estoy tratando de salvar nuestra vida mientras tú intentas plantar rosales en un lago de sal. No va a crecer nada ahí, así que deja de hacerte el puto héroe.

—Minho hyung, ¿qué demonios estás diciendo? —Changbin lo apartó de la peana, indignado.

Seungmin abrió mucho los ojos por la sorpresa. Ese Minho desconocido para él, nunca lo había visto. Y sintió el temblor y la fuerza con la que Bang le agarró antes de utilizar su otra mano para tomarle del antebrazo y llamar su atención. 

—Minho hyung, entiendo que estás en el límite, pero no seas mezquino con Chan hyung cuando no lo ha sido contigo —repitió las palabras que él le había dicho cien años atrás y vio como la pantera guardaba las garras.

Se soltó de Chan un poco en contra de su propia voluntad y agarró el sobre que había bajo el dispositivo. 

Abrió el papel y se encontró con la caligrafía de I.N: «Guarda esta mierda en un lugar seguro. No la conectes a ningún ordenador con red. Este es vuestro seguro de vida, el de todos. Esta vez espero haber hecho las cosas bien. Si estás aquí es porque has vuelto a verlo. No me odies. Protegeros de todo»

Arrugó el trozo de papel entre sus dedos y trató de impedir que la primera lágrima se precipitara contra sus manos. Le quitaron la carta de las palmas y las manos de Minho estaban sobre las suyas. Quería apartarlo .

Se le escaparon un par de gotas más cuando pensó en que I.N había escrito esa carta hacía mucho, muchísimo tiempo. Antes incluso de que él volviese a encontrarse con el demonio, antes de que su vida se convirtiera en una película de mafia. 

¿Sería de muy mala educación empujar a Minho y buscar los brazos que sí quería alrededor? ¿Sería muy patético que Seungmin se tirase contra el pecho de Chan y le pidiese que le abrazara hasta que dejase de doler?

Una mano tímida subió por su espalda y los dedos rozaron su nuca. Sabía que era él y los puños de Minho todavía cubrían sus manos.

Lo miró con un ruego silencioso, pidiéndole, sin decirlo, que comprendiese que ahora mismo no lo necesitaba a él. Que entendiese que ese lago salado ahora mismo necesitaba que alguien lo regara, aunque nada fuese a crecer. Minho ladeó la cabeza y lo soltó, negando decepcionado.

A Seungmin no le pudo importar menos cuando sintió que le giraban y su cara quedaba justo en el hombro cubierto por una chaqueta de traje. Le acarició el pelo y la espalda y lloró como un niño porque I.N no iba a volver. Porque no tendría que coser ninguna herida nueva para él. Porque no podría sentir sus manos frías contra la piel del cuello en las noches de calor.

—Yo... yo también lo echo de menos —musitó Chan con algo de vergüenza.

Seungmin se preguntó si, el día que le echó de su casa como un perro, alguien lo abrazó. 

—Ya casi nunca lloro cuando pienso en él —confesó Seungmin contra el tejido verde que olía a suavizante, almidón y la ligera agua de colonia que solía utilizar Chan—, pero a veces sí... Como cuando fui al cementerio... O cuando vi que era él quien escribía la nota. ¿Tú lloras cuando piensas en él?

—Algunas veces... —Estaban hablando en voz muy baja y no sabía dónde demonios estaban Minho y Changbin, pero tampoco quería averiguarlo—, Minho va a llevarse el disco duro, ¿te parece bien?

—Sí. No sabría qué hacer con él —dijo sinceramente.

—Tenemos que irnos, chicos—avisó Changbin desde algún sitio a su espalda.

Seungmin se apartó despacio del hombro sobre el que lloraba y miró otra vez a Chan, a ese que apenas acababa de conocer. Se sintió mal porque no iba a poder saber más de él, porque quería alejarse tanto como fuera posible de ellos. Porque necesitaba sanar de una maldita vez.

El dedo de Chan le acarició las mejillas limpiándole las lágrimas. Estuvo a punto de besarlo. Santo infierno, cómo quería besarlo.

—¿Te sientes bien para ir a casa con Minho o prefieres que te lleve Changbin? —Quiero que me lleves tú, quiero que te quedes a dormir, quiero que me folles hasta que se me olvide que mañana podríamos morir—. Si quieres, puedo dejarte las llaves de mi coche y te vas a casa tú mismo.

Ven a mi casa, quiso decirle, ven conmigo, duerme en mi cama, comparte el café conmigo por la mañana, bésame, átame, destrózame. Joder, hazme daño, pisotea mi corazón. Déjame abrazarte un poco más.

—Pequeño, ¿me estás escuchando? —Su voz sonaba como un arrullo cuando estaban así de cerca y sus manos eran cálidas contra sus mejillas, limpiando las lágrimas que seguían cayendo. Asintió—. ¿Quieres que Changbin te lleve a casa? —Volvió a asentir.

Necesitaba apartarse de él, no podía seguir haciéndose esto y haciéndoselo a Chan. Estaba siendo injusto, estaba diciéndole a ese hombre que podría seguir plantando rosales en un lago donde nunca jamás iban a crecer.

Se separó del cuerpo que lo protegía y sintió un poco de frío. Changbin le tendió un pañuelo de papel y se sonó mientras la mano del director se posaba en su espalda. Salieron de allí atravesando aquel lío de puertas y acabó subido en el coche de Seo.

No levantó la cabeza para despedirse de Minho y Chan y tampoco del guardia de seguridad cuando salieron. No dijo ni una palabra hasta que llegaron a su casa y Changbin le avisó.

—Seungmin, una cosa antes de que te vayas... A veces las cosas que parecen no convenirnos son las únicas que nos hacen felices.

—¿Qué?

—Felix me hizo muchísimo daño y era, seguramente, la peor elección que podía hacer para enamorarme de alguien. Me destrozó. Pero volvería a pasar por eso mil veces si la recompensa es llegar a casa y besarle.

—Changbin...

—No, no estoy tratando de presionarte, sé qué vuestra historia es complicada. La mía también lo es. La de todo el mundo lo es, Seungmin. Solo decide lo que vas a hacer, no te hagas más daño. Y, por mal que me caiga, tampoco se lo hagas a él.

Seungmin se bajó con un suspiro y vio el coche marcharse de allí. Entró a su casa con la decisión inamovible de que no volvería a acercarse a Chan. Aunque tuviese que marcharse de Seúl para siempre, estaba harto de caer.  

***

4/5

No sé ni qué decir, navegantes...

¡Nos vemos en el infierno!     

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