25. Quédate

🎶Banda sonora: Stay with me - Anson Seabra🎶

Jisung despertó con la claridad de la mañana deslumbrándole. Le escocían los ojos, tenía un pinchazo desagradable en la cabeza y juró, una vez más, que no volvería a beber.

—¿A quién quieres engañar? —murmuró con una risa grave.

Se giró hacia el lado de Minho, estirando la mano para tocarlo y sintió una bola de pelo cálida. Se asomó entre el lío de cojines y sábanas y casi se le sale el corazón del susto: un gato naranja lo miró con mala cara, como si estuviera ofendido por perturbar su comodidad.

Se frotó los ojos desconcertado y acercó los dedos al pelaje suave del animal a su lado. El bicho maulló como una protesta y se sentó estirándose.

—¿Qué mierda mezclé anoche con el whisky? —dijo en voz alta—. ¿Minho? ¿Estoy soñando? ¿Qué puto viaje lisérgico es este? ¿Te has convertido en un gato de verdad?

Miauuuuu.

—No seas escandaloso, Minho, me duele la cabeza.

Jisung se sacudió cuando el animal se acercó y se subió sobre sus piernas cubiertas por el algodón egipcio. El peso se sintió real, esas patas anchas se clavaron en sus muslos de verdad. Acercó la mano de nuevo y le acarició la cabeza. No podía ser un sueño. Ese animal estaba ahí, en su regazo, mirándole con esos ojos grandes y esas orejas puntiagudas.

—¡Minho! —gritó tratando de apartarse del animal inútilmente—. ¡Minho! ¿¡Dónde estás!?

Escuchó los pasos apresurados que subían las escaleras y giró la cabeza dándose cuenta de que la puerta estaba abierta el espacio exacto para que ese animal se hubiese colado a dormir en su habitación y se hubiese revolcado en sus sábanas lujosas.

—¿Qué pasa? —preguntó el otro felino que compartía cama con él.

—¡Se ha colado un gato en casa! —exclamó señalando a ese pequeño cabrón peludo que ahora estaba cómodamente tumbado sobre sus muslos—. Me desperté y estaba en tu lado de la cama. Mierda, pensé que estaba soñando, o que el maldito whisky me había sentado mal. ¡Joder! Creí que eras tú —gimió agobiado.

La risa maníaca de Minho estalló de repente y fue como encender un motor de reacción en un armario. Jisung lo observó, medio indignado, medio maravillado. Minho no solía ser una persona ruidosa. Le molestó que no le tomara en serio, pero también le gustó.

¿Qué mejor manera de despertar que con sus carcajadas por todas partes?

El recuerdo desagradable de lo que habían encontrado en casa de su madre llegó a su cabeza y casi vuelve a llorar. Pero la maldita risa de ese hombre era tan bulliciosa que tuvo que mirarlo: se sujetaba el estómago y su boca dibujaba una bonita sonrisa suya mientras las carcajadas resonaban.

Si un gato callejero había hecho esto por Minho, le compraría un maldito comedero de oro macizo al pequeñín.

—Te he dicho mil veces que no bebas cuando tomas las pastillas —dijo cuando su ataque se suavizó.

—¿En qué momento de la mañana vamos a hablar del animal que tengo encima?

—Se llama Sonnie.

—Ah, espera, ¿tiene nombre? ¿Debo pensar que te has tomado la libertad de recoger a un animal con Dios sabe cuántas enfermedades y lo has dejado dormir en la cama? —El gato maulló y Jisung pensó que tal vez le había entendido—. Mis disculpas, Sonnie-ssi, no quise ofenderle. ¿Sería tan amable de apartarse de mis piernas para que pueda levantarme? —Minho siguió riendo en voz alta y se subió a la cama, gateando hasta ellos.

—No tiene ninguna enfermedad, ni pulgas, ni nada. Está completamente sano —La mano grande de su novio llegó hasta el pelo del animal y sintió como ronroneaba sobre sus piernas—. No es un gato callejero, pero tenemos que hablar de por qué está aquí.

—Más te vale que haya una explicación lógica. Tengo un horrible dolor de cabeza y muchas ganas de tomarme un café —Los labios rosados se posaron sobre su boca suavemente y Jisung se apartó—. Deja que me lave los dientes. Y quítamelo de encima.

Minho rio y se sentó a su lado, agarrando a aquel gato gordo de encima de sus piernas para ponerlo sobre las suyas. Jisung se levantó de la cama y caminó con un ligero mareo hasta el baño. Se lavó los dientes rápidamente y volvió a salir, con la intención de bajar las escaleras.

—Vístete primero —comentó Minho.

—Ah, cierto, ¿está Q en casa? —El otro asintió y cogió un pantalón corto y una camisa sin mangas de color negro que, a juzgar por el tamaño, no era suya—. ¿Has comido ya?

—No, estaba esperándote, pero quería dejarte dormir un rato más. No cerré la puerta del todo para oírte si llamabas y este pequeño se coló como un espía.

—Bueno, no creo que estuviera en una misión de espionaje. Estaba durmiendo como si la cama fuera suya y me gritó como si fuera yo el intruso.

Minho se levantó y dejó al gato en el suelo. El animal recorrió la habitación antes de salir por la puerta y desaparecer en otro de los dormitorios que, al parecer, también estaba abierto. Un mal presentimiento se instaló en la boca de su estómago y miró a su novio frunciendo el ceño.

—Minho, ¿por qué está abierta una de las habitaciones de invitados?

—Porque tienes un invitado.

—¿Tengo? Déjame que entienda esto —Se giró hacia él y puso una mano en la cadera con dramatismo—, la borrachera todavía debe estar golpeándome porque me parece que has insinuado que yo invité a alguien a dormir en mi casa.

—Bueno... Tal vez no fuiste tú... —contestó el chico bajando los ojos.

—Es decir, que tienes un invitado —Él solo se encogió de hombros—. ¿Crees, de verdad, que estoy en un momento vital en el que quiero tener invitados? ¿Se te ha olvidado que ayer me quería morir?

—Príncipe, cálmate. —Se acercó y lo agarró para llevarle de un tirón a sus brazos. La mano cálida entró bajo la camiseta negra y le acarició la espalda. Jisung se derritió un poco, pero fingió que tenerlo alrededor no le afectaba.

Quería echarle la bronca por haber dejado entrar a alguien a su lugar privado. Quería decirle que debía hablar con él antes de hacer ese tipo de cosas. Aunque su nombre llevase mucho tiempo en las escrituras. Aunque Minho fuese el hombre con el que quería pasar el resto de su vida. Aunque fuese tan dueño de todo allí dentro como lo era Jisung. Aunque hubiese cambiado su testamento para dejárselo todo a Changbin, Felix y, por supuesto, a él.

—Tienes un minuto para explicarte o voy a entrar a esa habitación y echar a quien quiera que esté.

—Anoche cuando te quedaste dormido fui a buscar a Bang Chan. Y lo traje aquí.

Jisung se apartó de él de un empujón, mirándolo para buscar algún atisbo de broma en esa preciosa cara que, normalmente, adoraba. Pero no había nada más que una seriedad fúnebre en los ojos felinos. Se llevó una mano al pecho sintiendo su corazón acelerarse y el regusto amargo de la bilis subiendo por su garganta.

—¿Te has vuelto loco, Minho? —preguntó intentando entender qué demonios estaba pasando.

—Chan hyung está solo. Solo de verdad, Jisung —Minho pasó a su lado y cerró la puerta, bajando la voz—. Tiene problemas, está enfermo, toma pastillas, un montón; había más pastillas en su casa de las que hay aquí. Y, joder, príncipe, tú tienes un montón de malditas drogas en esta casa.

—Es un tratamiento médico, no es como si las comprase a los narcotraficantes —se defendió—. Y no es mi problema, no es mi puto problema que él esté enfermo.

—Tampoco es el mío, pero tú no lo viste, no lo escuchaste. Me contó lo que le hacían a él y a I.N. Esa gente estaba loca, Jisung. Y yo entré a su casa y lo molí a golpes —susurró—. Quería matarlo por hacerte llorar. Chan hyung no se defendió. Solo se mecía en una esquina... Está tan jodido que ni siquiera me escuchaba, está mucho peor que nosotros... He visto lo que pasa cuando la gente que está rota no tiene nada por lo que seguir peleando. Bang no tiene nada más que ese maldito gato. No podía dejarlo allí, tenía miedo de que se tomara todas esas pastillas...

Su pecho se oprimió con violencia. Sabía que debía seguir enfadado, que no cambiaba el hecho de que no le había consultado, pero, joder, ¿cómo podía culparle? Jisung sabía cuál era ese miedo, ese sentido de la responsabilidad. Conocía al hombre que compartía su cama y también conocía su puto pasado.

Se acercó a él y lo abrazó, escuchando el suspiro aliviado que soltó cuando su cara acabó en el hueco de su cuello. Olfateó allí y, aunque sabía que no podía quedar mucho del perfume, a Minho le gustaba enterrar la nariz en ese espacio.

Sus brazos anchos lo rodearon ciñéndose en su cintura. Jisung respiró hondo contra su pelo y dejó un beso a un lado de la cabeza.

—Está bien —murmuró con voz ronca—. Está bien —Enredó los dedos en su cabellera mientras Minho apretaba más fuerte, levantándolo sobre las puntas de sus pies descalzos—. Solo avísame la próxima vez antes de que me despierte con otro gato en la cama. Uno es suficiente para mí.

Escuchó la risa baja y sintió los labios sobre su cuello antes de que se apartase. Lo beso muy despacio y Jisung sintió el sabor del café en los labios ajenos.

—Perdona a Sonnie, es un buen chico, no ha arañado absolutamente nada... Pero tu cama es el sitio más cálido de la casa... —susurró contra su boca.

Jisung sonrió, ruborizado, y dejó un pico en su labio superior: —Necesito volver a ser persona, Minho. ¿Podemos bajar a desayunar y me cuentas el resto de la historia con un café y lo que sea que Q haya preparado?

Cuando salió del dormitorio sus ojos fueron directamente a la puerta de la habitación donde estaba Bang Chan. Se sentía incómodo, muy incómodo. A Jisung le gustaba estar solo, le gustaba su intimidad y no le gustaba que personas que no eran cercanas estuvieran en su casa. Y sin embargo, no tenía estómago para echar a ese hombre a la calle.

Entraron a la cocina y se encontraron con la sonrisa enorme de Q que removía algo que olía maravillosamente bien.

—¡Buenos días! —Saludó con una reverencia—¿Comerán hoy en el jardín, Han Jisung-ssi?

—¿Nunca vas a parar de llamarme así? —preguntó sirviéndose una taza de café y tragando un analgésico que había cogido del baño—. No sé, ¿te apetece comer fuera? —Minho se encogió de hombros y le quitó la taza de las manos dando un sorbo largo—. ¡Oye! Esa es mi taza, tú ya has tenido la tuya.

—Si te hubieras levantado antes, tendrías más café —contestó con una sonrisa dándole un cachete en el culo antes de acercarse a lo que Q revolvía—. ¿Qué es?

—Es sopa de kimchi para el almuerzo. He preparado también jjangjameon y pensaba también en algo de carne y algunos entrantes.

—Ahora no sé si quiero desayunar o ir directamente a la comida —gimió Jisung salivando.

—He hecho cruasánes, rollos de canela y dos tipos de pan, si salen al jardín lo llevaré.

—¿A qué se debe el banquete? —preguntó levantando la tapa de una bandeja para coger un cruasán y llevárselo a la boca.

—Minho hyung me dijo que había un invitado —comentó contento—. También me tomé la libertad de preparar algo para Sonnie-ssi. Vino a verme cuando llegué y estuvo acompañándome; cuando Minho hyung bajó, se marchó.

—Ese debe ser el momento en el que decidió que mi cama era de su propiedad —bromeó Jisung y escuchó la risa suave de Minho.

—Lo siento por eso... —La voz de Bang le heló la sangre.

Se giró para mirarlo: llevaba una camiseta negra y un pantalón de chándal. Notó las marcas que Minho había dejado en su rostro y arrugó la cara con disgusto. Le pareció inadecuado. Como si ese hombre no tuviera que estar ahí, en la cocina de su casa en la que había creado los recuerdos más bonitos de los últimos años.

Esa cocina era el lugar donde Q le llamaba Han Jisung-ssi aunque él insistiera en que no lo hiciera, donde hablaban de su amor unilateral por su asistente Sunwoo. Era el sitio donde Jisung preparaba café para él y para Minho cada día entre semana. El lugar donde se robaban la taza el uno al otro antes de llenar otra.

No era una estancia adecuada para ese hombre que parecía más delgado, más mayor y más estropeado que cuando lo conoció.

El gato maulló, como si él sí perteneciera a aquel espacio. Se acercó a sus pies y se restregó por sus tobillos. Su corazón se ablandó porque, aunque no lo hubiese dicho en voz alta, los gatos siempre fueron su maldita debilidad.

—¿Tiene hambre, Sonnie-ssi? Al parecer el chef ha preparado algo para usted —murmuró sin hacer caso al hombre que seguía parado en la puerta de la cocina con la cara apretada por la tensión. Soonie maulló una vez más—. Mi sobrino se va a enfadar mucho como se entere que te estoy dando un trato especial. Tendré que comprarle golosinas para que no me odie.

—Bbama no puede comer golosinas, Jisung, ya lo sabes —advirtió Minho sirviendo una taza de café y poniéndola en su mano. Le sonrió y dio un sorbo al líquido oscuro y caliente.

—¿Quieres café, picapleitos? —preguntó, desafiante, levantando una ceja hacia él.

—¿Me ofrece su café chaebol Han Jisung? —replicó con el mismo reto implícito en su voz.

—Estás en una casa ajena, Bang —le dijo con una sonrisa.

—Es una suerte que el dueño me haya invitado —Jisung abrió mucho los ojos y negó con la cabeza mirándolo. Mierda, no se acordaba de eso. No se acordaba de que el estúpido abogado era quién había tramitado los cambios en las malditas propiedades. El hombre se dio cuenta de lo que había hecho y le miró arrepentido—. Me gustaría mucho ese café, por favor —dijo rápidamente para cambiar de tema.

—¿Qué tal si esperan todos en el jardín? Yo cuidaré de Soonie-ssi —exclamó Q percibiendo la tensión.

Minho sirvió una taza más de café y se la dio a Chan en la mano preguntándole si quería leche o azúcar. Jisung huyó de allí. No quería hablar de eso en ese momento.

Le gustaban las cosas como estaban ahora, le gustaba tener a Minho en la cama, en el sillón del estudio con un libro mientras él trabajaba. Le encantaba cuando se quedaba dormido viendo la televisión con la cabeza en su regazo. Quería al gato callejero por todas partes, en cada rincón de esa casa. Pero no quería hablar de eso en ese momento.

Se sentó en el cenador, mirando el jardín que Minho cuidaba. ¿Se sentiría incómodo si le dijese que todo eso era suyo también?

Su novio le acarició la cabeza y se sentó a su lado, con la silla muy cerca. Chan se colocó frente a ellos, con los ojos puestos en la mano que tocaba su antebrazo suavemente. Q apareció treinta segundos después y dejó sobre la mesa un montón de platos y bandejas llenas de comida. Los tres lo agradecieron y el chico se marchó con una sonrisa.

Tomó una fresa de uno de los cuencos y la mordió. Minho se sirvió un poco de pan de centeno con mermelada. El abogado miró a todas partes de la mesa confundido.

—Haz el favor de comer, Chan hyung, estás en los huesos —comentó colocando un rollo de canela sobre su plato. Escuchó los suspiros de ambos hombres y pensó que tal vez esa estupidez había sido suficiente para rebajar la tensión entre ellos.

—Gracias... Por todo. Y lo siento por Soonie, suele dormir conmigo, no sé por qué se escapó.

—Sí, bueno, parece una costumbre que se te escapen los gatos y se cuelen en mi casa... o en mi cama —El hombre se atragantó y escuchó la risa de Minho junto a él—. Estamos bien, Chan hyung, pero quiero saber. Espero que devuelvas la hospitalidad que estamos teniendo contigo contándome toda la verdad.

Chan asintió mirando al rollo de canela en su plato y lo hizo. Le contó la verdad. Y, mierda, vaya verdad.

Bang relató con todo lujo de detalles toda la mierda que su madre hizo. Le habló sobre las palizas, sobre los niños a los que llevaba a la mansión Bang. Le contó sobre I.N, sobre su arrepentimiento tardío, sobre Park Dongsong y Bang Sooman. Le habló también de Han Jihyeon.

—¿Quién es Boram? —preguntó repentinamente. El hombre frunció el ceño confundido.

—No lo sé... Nunca había escuchado ese nombre. O al menos, no lo recuerdo...

—Era una Park —añadió Minho—. Encontramos dos fotos suyas también.

—Te diría que preguntaré a mi padre, pero todos sabemos que no va a pasar. —Bang se encogió de hombros de forma despreocupada y Jisung vio en ese fingido desinterés la misma actitud que tenía él ante los problemas.

—Chan hyung... ¿Con quién estabas cuando te enteraste de la muerte de I.N?

El hombre se tensó, completamente en silencio. La taza que tenía en la mano tintineó cuando la colocó sobre el plato. El tenedor que Minho estaba usando también sonó antes de que la mano de su novio le acariciara el brazo.

Sabía cuál era la respuesta. Era la misma respuesta que él hubiese dado si le preguntaban dónde estaba el día que se enteró de la muerte de su padre. Había estado solo. Y Jisung, al menos, siempre tuvo a Changbin.

Chan cogió la botella de gel hidroalcohólico y se limpió las manos. Le había visto hacerlo tres veces durante la conversación. Quería preguntar por Seungmin, quería saber cuál era la historia que les unía, quería entender qué había pasado entre ellos. Quería saber por qué estaba tan solo, por qué se lavaba las manos con tanta frecuencia.

—Con nadie —contestó aclarando su garganta. Jisung le miró unos segundos antes de levantarse y hablar.

—Voy a darme una ducha. Chan hyung, quédate el tiempo que quieras. Soonie-ssi me cae bien.

Soobin respiró hondo agarrando las bolsas llenas de cajas de cupcakes que él no había hecho y sintió la mano de Yeonjun en su cintura. Bebió de esa sonrisa preciosa que le tenía hipnotizado.

—¿Estás seguro de esto? Hoy será peor, hay más gente. Están los padres de mi cuñado, están algunos de sus amigos... No lo sé, igual hay unas veinte personas en ese jardín, Kumiho.

—Que suerte que el jardín de Abeo-nim es enorme.

—¿Quién te ha dado permiso para llamarle así? —preguntó fingiendo enfado.

—Él mismo, por supuesto. Sooyeon nuna también —sonrió—. Vamos, bunny, no será para tanto.

—¡Hola! —saludaron y Soobin se giró viendo a Seokjin caminar hacia ellos.

Namjoon se acercó también con la cara un poco cansada y un par de bolsas en la mano. Jin le dio un golpecito en la mejilla a Soobin antes de que los cuatro hicieran una reverencia. Observó como el mayor de todos sonreía ampliamente antes de darle un pellizco en el moflete.

—Oy, hace mucho que no nos vemos. ¿Cómo está mi adeul favorito?

—¡Qué bonito! ¿¡Ya me has olvidado!? ¡Yo era tu favorito, Namjoon hyung! —exclamó Seungmin colgándose del cuello de Seokjin.

—Tú nunca has sido su favorito, Seungmin, Soobin es el favorito de todo el mundo —contestó Jin apoyando su cabeza en la del veterinario.

Soobin se sonrojó y subió los dos escalones de entrada a la casa de sus padres. Pulsó los botones con el código de acceso para entrar. No le recibió ninguna de sus desequilibradas hermanas, así que respiró tranquilo el tiempo suficiente como para llegar a la cocina.

Saludó con una reverencia a dos empleados de servicio que había allí y les dejó las cajas con los cupcakes encima de la encimera. Salió un segundo después siguiendo a sus amigos, que arrastraban a Kumiho al jardín donde, efectivamente, había unas veinte personas.

—¡SAMCHON! —Byul gritó y corrió hacia él desesperado. Le atrapó levantándole y plantó un beso sonoro en la mejilla redonda y suave del pequeño bebé—. Dara nuna dio que SamchonYoyu va a su equipo. Samchon jueada conmigo, ¿sí?

—Sí, pequeño, samchon Soobin juega en tu equipo siempre. —Su corazón se calentó cuando levantó la vista y se encontró con Dara en los brazos de Kumiho.

—¡Oh, Dios mío! ¡Creo que no puedo cargarte, Dara-ssi! Eres demasiado mayor —bromeó y la niña rio en voz alta.

—Solo tengo siete. Siete no es demasiado mayor para que samchon Yeonjun me cargue.

—Feliz cumpleaños, Dara-ssi —dijo con ceremonia—. Es un honor para mí que me haya invitado a su fiesta.

Escuchó las risas alrededor y vio cómo Dara se sonrojaba con una sonrisa tierna antes de abrazarle. Soobin quería que alguien fotografiase ese momento porque necesitaba tener una prueba de que ese hombre era real.

Byul se removió en sus brazos y le dejó en el suelo para comprobar, anonadado, como corría hasta Yeonjun para tirar de su pantalón reclamando su atención. Se agachó dejando a Dara sobre su rodilla mientras el niño trataba de explicar algo en ese idioma que utilizaba. El hombre asintió, como si estuviera escuchando la conferencia sobre física teórica más interesante del mundo.

Choi Soobin cayó de cabeza a esa hoguera que Yeonjun encendía en su piel. Si esa mierda que sentía en su pecho no era amor, nada lo sería. Si los latidos de su corazón no estaban en ese momento cantando, nunca lo harían.

—Cierra la boca, o te entrará alguna mosca. —Su hermana malvada y embarazada le dio un golpe en el hombro y se echó a reír.

—Calla, idiota —le contestó antes de abrazarla y darle un beso en la coronilla.

—El bebé está enamorado —bromeó tirando de su cuello para besarle en la mejilla—. ¿Os habéis besuqueado en la puerta otra vez?

—¡Déjame en paz!—gruñó avergonzado.

—¡Soojin nuna! —Escuchó la voz de Seungmin antes de sentirle tirando de su brazo para separarlo de su hermana y abrazarla él—. ¿Sabes lo que ha dicho Jin? Qué Soobin es el favorito de todos.

—Nada de eso, tú eres mi favorito, Seungmin —contestó ella con una risa apretando las mejillas del veterinario—. Los niños que se besuquean en la puerta de mi casa nunca serán mis favoritos.

—Ya, Soojin, déjalos en paz —interrumpió su hermana mayor acercándose. Soobin respiró tranquilo, casi nunca osaba discutir con Sooyeon.

Soobin dio otra mirada y descubrió la sonrisa de Kumiho frente a ellos. Byul estaba en sus brazos y seguía hablando sin parar. Dara había traído a cuatro niños con ella y hablaban todos a la vez reclamando un pedazo de ese hombre que llevaba puesta una de sus camisas favoritas.

—Oh, ¿no es esa la camisa que te regalé por tu cumpleaños? —preguntó Soojin como si hubiera leído su pensamiento. Soobin sintió que su cara se ponía roja automáticamente.

—No sé de qué hablas, nuna.

—Yeonjun —continuó ella apartándose de Seungmin para acercarse a aquella maraña de niños que rodeaba al hombre—, estás muy guapo hoy, esa camisa realmente te favorece. Parece que tú y mi hermano tenéis gustos muy parecidos. Le regalé una exactamente igual en su último cumpleaños.

Definitivamente, esto ha sido una mala idea.

—Ah... Gracias... —contestó mirándose a sí mismo antes de mirar a Soobin pidiendo auxilio—. Tú también estás muy guapa, Soojin nuna... Ambas lo estáis. Gracias por invitarme, Sooyeon nuna.

—No me lo agradezcas, ha sido algo egoísta. No hubiese sobrevivido a la ira de mis hijos si Samchon Yeonjun no estaba en el cumpleaños.

—Parece que tenemos que competir con Yeonjun por el amor de los pequeños, Jin hyung —comentó Seungmin mientras los chicos se acercaban para saludar y diluían aquella marabunta de pequeños seres humanos que rodeaba a Kumiho.

Soobin respiró un poco más tranquilo cuando el resto de adultos se acercó a saludar. Hizo tantas reverencias y presentó a Yeonjun a tanta gente que dudaba de que el chico se fuera a acordar de alguno de sus nombres. Para su sorpresa, parecía cómodo y contento de estar allí, en medio del jardín como un fenómeno de circo, recibiendo toda clase de agasajos y respondiendo un montón de preguntas.

Vio a su primo aparecer por la puerta trasera con una sonrisa y un cupcake en la mano. Dio una mordida al dulce y la crema le manchó la boca.

Un escalofrío extraño le recorrió la espalda y buscó con los ojos a Yeonjun, que hablaba con su padre a pocos metros. Le dio una de sus sonrisas antes de bajar la cabeza para reírse en la mano. Sinvergüenza, ¿ni siquiera vas a sonrojarte?, pensó.

—¿De dónde has sacado eso? —preguntó Sooyeon nuna revolviendo el pelo de Taehyun.

Un segundo después el servicio sacó dos bandejas llenas de cupcakes perfectamente colocados. Todo el mundo comió. Jesucristo, absolutamente todos cogieron uno. Y Soobin se dio cuenta de que no iba a poder ver la maldita crema de queso con los mismos ojos.

—¿Son los que ha hecho Soobin? —preguntó su madre con una sonrisa.

—Creo que sí... Anoche cuando llegué estaba muy atareado en la cocina, imo. Seguro que se esforzó mucho porque sonaba como un trabajo duro allí dentro.

—¡KANG TAEHYUN! —gritó horrorizado mientras la risa profunda de su primo se escuchaba en el jardín.

¿Podría morir ahora mismo, por favor?

Había olvidado por completo qué Taehyun vivía con él. De hecho, ni siquiera se acordaba de que el tipo estaba en Corea cuando Kumiho lo convirtió en un postre humano y lamió toda aquella crema de su cuerpo.

—Estoy bastante segura de que mi hijo no puede ni hacer una tortilla sin quemarla. Supongo que tú tienes algo que ver, ¿verdad, Yeonjun? Estaríais hasta tarde para terminarlas... —A cada segundo que pasaba, Soobin se arrepentía más de haber dejado que el chico fuera a esa fiesta.

Su madre era una mujer razonable, no participaba de esas bromas que lo hacían sentir incómodo. En general, solía ser la que paraba a Soojin cuando Sooyeon no lo conseguía. Y sin embargo, ahí estaba, preguntándole veladamente a Yeonjun si había dormido en su casa.

La muerte no será suficiente para escapar de este escarnio, pensó.

—Yo... puede que haya ayudado un poco, señora —contestó el chico sonrojado.

—Puedes llamarme omonim. Definitivamente, esa camisa te sienta muy bien. —Le guiñó un ojo y se marchó dejándolos completamente desarmados.

*Omonim es suegra.

—¿Eres idiota o qué? —preguntó girándose hacia Taehyun —. ¿Tenías que decir eso delante de mi madre? —El idiota en cuestión se encogió de hombros con una sonrisa socarrona.

Imo preguntó y yo contesté. Tengo que ser educado con mis tíos o mi madre me reñirá. Además —bajó la voz acercándose a él—, siéntete afortunado de que no di todos los detalles.

—Yo quiero saber los detalles —comentó Soojin nuna arrastrando a Seungmin hasta aquel corrillo.

—Ni hablar, Taehyun hyung, no te atrevas.

—Bueno, llegué anoche a casa y oí ruido en la cocina... Mucho ruido.

—¡Kang Taehyun! —exclamó tratando de taparle la boca.

—Puede que haya escuchado algunas cosas en específico... Como...

—¡Maldita sea! —gritó lanzándose contra él de nuevo. Soojin le apartó mientras agarraba la mano de su primo.

—Puede que alguien se haya paseado desnudo por la casa, también...

Soobin no quería seguir escuchando eso. Cogió la mano de Yeonjun y o arrastró lejos de aquella gente. Escuchó la risa suave del chico a su lado y esa mano se sintió perfectamente correcta entre sus dedos.

—Siento todo esto, entenderé si quieres marcharte. Entiendo que no quieras volver a verme después de este espectáculo. Mi familia es como entrar en un manicomio. Y, joder, no paran de humillarme. Cuánto lo siento.

—Te besaría ahora mismo hasta dejarte sin respiración si no supiera que hay unas veinticinco personas mirando cómo me agarras la mano —le interrumpió—. Quiero besarte, estás tan guapo cuando te sonrojas que estoy a dos bromas más de arrastrarte a cualquier rincón y mancillar la casa de mis suegros.

Le faltaba el aire. El oxígeno no estaba llegando bien a sus pulmones y tampoco a su cerebro. Porque le pareció que aquello era una maldita gran idea. Y que sonaba bien que el chico dijese que aquella era la casa de sus suegros, que sus sobrinos lo prefirieran. 

—Eres el favorito de Dara y Byul —murmuró con una sonrisa, porque no sabía qué más decir.

—Tú eres el favorito de todo el mundo, Bunny —contestó acariciando el hoyuelo—. No te agobies. Amo a tu familia, de verdad. Quiero quedarme toda la fiesta, quiero ser parte de esto.

Si ese estallido ardiente que sintió bajo la piel no era fuego, nada lo sería. Si aquel repique de latidos contra sus costillas no era amor, nada lo había sido.

Kumiho —susurró lamiéndose los labios—, quédate para siempre.

***

4/4

Ya está bueno, un capitulito soft después de todo el drama.

¡Nos vemos en el infierno, navegantes!  

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