24. Enfermo

🎶Banda sonora: With eyes open - Cathartic Fall🎶

Tenía que calmarse, no podía entrar en casa de Bang Chan a las 2 de la mañana como si fuera a arrasar con todo. Aunque quería hacerlo. Salió del vehículo. Unos segundos después llamó a la puerta con golpes secos. Una parte de él quería hacer estallar en mil pedazos aquel vidrio que le separaba de su objetivo.

Bang asomó la cabeza entre las cortinas y abrió para él. Entró con un empujón violento que hizo al hombre trastabillar hacia atrás. Cerró con fuerza, con los goznes de aluminio vibrando a su espalda.

—¿Qué coño haces, Minho? —gruñó el anfitrión enderezándose.

Alcanzó la foto en el bolsillo delantero de la sudadera negra que llevaba puesta, agarró el trozo de papel y se lo lanzó con rabia. Chan lo agarró en el aire y lo miró desconcertado.

No necesitó ninguna otra confirmación cuando el hombre palideció apretando los dedos sobre la fotografía. Su ceño se frunció antes de hablar: —¿Por qué coño tienes esto?

—¿Por qué coño existe eso? —preguntó Minho apretando los dientes.

—Eso no es asunto tuyo, pero sí lo es que tú tengas esta puta foto.

—Solo voy a preguntártelo una vez, Bang, ¿qué cojones significa esa fotografía?

—Te he dicho que no es tu puto asunto.

Minho sintió como si se le nublara la vista. Golpeó contra su mandíbula con un gancho de derecha brutal que hizo al hombre gemir de dolor. Sus nudillos impactaron contra el estómago plano y duro de Chan sin dejarlo recuperarse y se dobló sobre sí mismo.

Le agarró con fuerza del pelo antes de que cayera al suelo y levantó la cabeza para mirarlo a la cara. Bang presionaba sus labios de forma extraña y respiraba con fuerza. Pero no dijo ni una palabra.

Arrancó las gafas de pasta negras que llevaba puestas y las lanzó contra la pared. Oyó el crujido y esperó, de corazón, que estuvieran rotas. Tan rotas como estaba el corazón de Jisung.

Lo empujó contra el fondo de la estancia y volvió a darle, esta vez con la izquierda. Impactó el puño contra su cara y después en su estómago una vez más, dos, tres, antes de que el chico golpeara la pared con su espalda.

Minho observó, desconcertado, como aquel hombre que parecía tan inmenso y peligroso, se convertía en un pequeño animal asustado. Cayó al suelo y se arrastró rápidamente hasta la esquina, al costado del sofá, antes de encogerse sobre sí mismo y cubrir su cabeza con las manos.

Quería seguir golpeando. Quería que el abogado pagase por todas las faltas de la gente que le había hecho daño.

Quería romper su mandíbula con los puños y hacerlo llorar. Quería que sufriera como había sufrido Jisung; que llorase como había llorado él; que sus extremidades se rompiesen con la misma aspereza con la que el príncipe se había roto en el suelo de madera de la mansión Han.

—¡Levántate! —exclamó—. ¡Levántate del suelo, puto cobarde!

El hombre apretó la cara contra sus rodillas en una posición que era más propia de alguien del tamaño de Felix que de un tipo de su complexión. ¿Qué coño estás haciendo, hijo de puta? ¡Levántate de una vez!

Lo agarró del brazo y notó la tensión en los músculos bajo sus dedos. Dio un tirón violento para ponerle de pie, pero el chico no se movió. En vez de eso, hizo un sonido que le recordó por un segundo a un niño pequeño aterrorizado.

Minho le soltó y dio un paso atrás con el pecho agitado. Puso un poco más de atención y escuchó que la respiración de Chan era desigual y que emitía un murmullo casi imperceptible.

La foto seguía arrugada entre sus dedos como si aquel trozo de papel pudiese sacarle del lago fangoso en el que se había metido al engañarle.

—Bang —llamó en un gruñido. El sonido extraño que estaba emitiendo se hizo más audible por un segundo, pero volvió a bajar la frecuencia—. Chan hyung —insistió, rebajando la amenaza de su tono, pero siguió sin contestar.

Minho se asustó. Mierda, otra vez no, no necesito otro puto ataque de pánico.

Marcó el único número de teléfono que se le ocurrió. Sonó cuatro veces y, cuando estaba a punto de tirar la toalla, escuchó la voz de Namjoon hyung adormilada al otro lado.

—Más te vale que te estés muriendo, cabrón, son las 2:30 de la mañana. ¿Nunca os cansáis...?

—Estoy en casa de Bang —le interrumpió—. Está colapsando como un desequilibrado.

—¿Qué mierda estás diciendo, Minho?

—Que estoy en casa de Bang y está en el suelo meciéndose, Namjoon hyung. Tienes que venir, tienes que venir ahora mismo.

—¿Crees que soy tu maldito lacayo? ¿No os ha quedado jodidamente claro que tengo una vida?

—Namjoon hyung, ven ahora mismo.

Colgó el teléfono y lo guardó en su bolsillo acercándose al chico que sollozaba, con la espalda apoyada contra la pared y una parte de su cuerpo contra el sofá.

Se arrodilló ante la escena grotesca, desconcertado. Este no era Bang. Se fijó, por primera vez desde que había entrado, en que estaba significativamente más delgado. Su camiseta raída debió ser de color blanco, pero ahora era grisácea por el uso y los lavados. Llevaba un pantalón de deporte corto negro y unos calcetines blancos.

—Chan hyung —intentó de nuevo, pero no dio resultado. Le sacudió suavemente del brazo, asustado de la reacción que podría tener. Los ojos oscuros de Bang se asomaron por el hueco de su codo.

Su estómago dio un vuelco. Estaban rojos y las ojeras eran tan malditamente pronunciadas que era imposible no verlas. La piel de su cara estaba opaca y tenía el aspecto de alguien que no había dormido en meses.

El hombre se movió rápido. Sacó de su bolsillo una pequeña botella y la abrió para embadurnarse las manos de lo que parecía gel hidroalcohólico. Maldita sea, lo echó incluso en la fotografía que todavía apretaba celosamente.

Pensó que la estropearía con el líquido. No se lo iba a permitir. No iba a dejar que la única maldita prueba que tenía se diluyese en un galón de gel desinfectante.

Agarró la botella y la foto y las alejó de sus manos. Chan lo miró como si estuviera matando a su primogénito antes de apretar la boca en esa extraña mueca y llevar sus propias manos a sus rodillas para clavar los dedos en la piel.

—Devuélvemelo —sollozó, desesperado.

—No —Metió el gel y la foto dentro de los bolsillos de su pantalón y volvió a acercarse a él. Fue como tratar de hablar con un maldito animal—. Chan hyung, lo siento —susurró llevando una mano a la espalda del hombre—. ¿Me estás escuchando?

Sintió un roce en la pierna. Un gato gordo naranja se restregó contra su pantalón negro dejando un reguero de pequeños pelos. Llevó la mano hasta la cabeza redonda. El animal maulló. Los dedos de Chan rodearon su otra muñeca.

—No le hagas daño...

—No voy a hacerle daño a un gatito —contestó ofendido. Respiró hondo y trató de relajarse—. Siento... siento habértelo hecho a ti. —El labio inferior del hombre tembló antes de que soltara su muñeca.

Cogió al gato, apartándolo de él y lo puso en sus rodillas, con la cara escondida contra el pelo suave y cálido del animal.

El gato escapó de su agarre cuando Chan trataba de ceñirle más en el hueco entre su pecho y sus muslos. Minho observó desconcertado la cara anhelante de Bang cuando huyó lejos de ellos. El hombre frotó sus manos muchas veces, muchísimas veces. Y después emprendió una cruzada contra la pelusa que había dejado en sus pantalones deportivos.

—Chan hyung... Siento haberte golpeado... —insistió, pero el otro no contestó, siguió agarrando uno a uno los pelos sobre la tela—. Hyung, ¿qué está pasando? ¿Cómo puedo ayudarte?

Su corazón se contrajo y le dieron ganas de llorar. Ese hombre estaba en el límite de la cordura, si no lo había sobrepasado ya. Se preguntó en qué momento Bang se había ido tan lejos. ¿Cuándo se había roto? ¿Cómo coño había llegado allí?

¿Cómo puede alguien de la talla de Bang Bang tener una crisis mental así? Joder, se había enfrentado a los Park, arriesgó su vida y su carrera para salvarlos de Dongyoon. Y un par de puñetazos le habían dejado como una masa temblorosa desquiciada.

Volvió a tocarle el brazo para llamar su atención, Chan se apartó y se encogió de nuevo. Mierda, no quería seguir asustándolo. Primero, porque toda esa rabia irracional se había drenado cuando lo vio hecho un ovillo en el suelo. Segundo, porque el tipo no estaba en condiciones de hablar si seguía meciéndose como un loco.

Se levantó y caminó hasta la entrada. Se dio cuenta de que ni siquiera se había quitado los zapatos y se descalzó, aunque no sirviese de nada. El gato dio unos pasos más cerca de Chan mirándolo fijamente.

¿Tú sabes lo que pasa? ¿Podrías explicármelo?, definitivamente, él también había perdido el juicio. Estaba hablando mentalmente con una mascota mientras un hombre de treinta y tantos años se mecía en una esquina.

El golpe en la cristalera le sobresaltó. Abrió la cortina y se encontró a Namjoon al otro lado, con cara de querer arrancarle el hígado con las manos. Abrió y dio un paso atrás alejándose.

—Dime qué coño estás haciendo aquí y dónde está el imbécil de Chan.

—Buenas noches, Namjoon hyung.

—Ni buenas noches ni mierdas, Minho, me has sacado de la cama. Mañana tengo un puto compromiso y llevo toda la semana trabajando hasta las tantas. ¿Dónde coño está?

Minho señaló la cabeza que se movía de adelante atrás junto al sillón. Oyó el suspiro profundo de Namjoon y lo vio llevarse las manos a la cara frustrado.

—¿Qué le pasa a Chan hyung? — preguntó en voz baja cuando el hombre se quitó las zapatillas y dio un paso dentro de la estancia.

—Mucha mierda, Minho. ... ¿Qué le has hecho para que esté así?

—Yo... puede que le haya golpeado...

—¿Por qué mierdas vienes aquí a pegarle? ¿Es por Seungmin? ¿Le ha hecho algo a adeul? —Minho le miró confundido. ¿Sabía ese hombre lo que pasaba entre Chan y Seungmin?

—¿Por qué preguntas por Seungmin?

—Amigo, no me jodas. Sabes quién es Seokjin, ¿no? Mi novio estuvo en casa de tu hermano en la piscina. Este imbécil desquiciado casi deja inconsciente a Taehyun en un ataque de celos a la salida de una discoteca. Por supuesto que sé lo que está pasando —contestó resoplando. Minho lo miró confundido.

—¿Le pegó a Taehyun?

—Lo tumbó de un puñetazo.

—Joder... Tendré que darle las gracias y la enhorabuena, ese tipo es gilipollas —comentó con una sonrisita. Namjoon también rio antes de negar con la cabeza y dar un paso más cerca de Chan.

Volvió a resoplar y se acercó a la cocina, dejándole allí. Le escuchó trastear con lo que parecía el hervidor de agua antes de volver a salir secándose las manos con una servilleta que guardó en el bolsillo de su camisa.

—¿Por qué estás aquí, Minho?

Alcanzó la foto en su bolsillo. Se la tendió y fue consciente de cómo la mueca del hombre pasaba por un millón de emociones distintas. Acercó el papel arrugado a su cara, como si no pudiera creerlo. Le dio la vuelta y leyó la pequeña leyenda en la esquina inferior.

La fotografía rodó por su mano varias veces antes de que toda la confusión se convirtiera en un descomunal enfado que Minho temió que terminase como él mismo había empezado: con el cuerpo de Chan siendo apaleado hasta la muerte.

—¿Qué coño significa esta foto? —preguntó.

—Es por eso por lo que estoy aquí: para saber. Le entregué la foto, el tono de la conversación subió hasta ponerse muy tenso y entonces... bueno... Me dejé llevar un poco de más.

—¿Le rompiste la cara porque no te contestó? —Minho asintió y el hombre rodó los ojos. Se agachó ante su amigo y le tocó la pierna suavemente—. Chan, tenemos que hablar.

El otro reaccionó levantando la cara y mirando al hombre por unos segundos antes de bajar la cabeza otra vez.

—Dile que me lo devuelva —gimoteó.

—¿Qué le quitaste, Minho?

—La foto, se la quité de las manos porque se embadurnó de desinfectante y temía que la estropease... Se la quité y le quité el bote también...

—Chan, amigo, estás dando un espectáculo del carajo aquí. Si no paras voy a llamar a un hospital psiquiátrico para que te internen. —Minho sintió que su respiración se atascaba en su garganta.

Eso no era lo que él quería, no quería que llevase a Chan a una institución. Quería que le dijese por qué coño conocía a I.N desde que era un niño. Por qué Eunji sabía quién era. Por qué mierdas no dijo nada antes. Quería saber la verdad, no mandar al hombre a un sanatorio.

—Namjoon hyung... —susurró Chan levantando otra vez la cabeza—, necesito lavarme las manos.

—Tienes las manos limpias, Chan.

—No, no las tengo limpias...

—Chan, ya basta. No pasará nada si no te limpias las manos. Pero sí van a pasar un montón de cosas si no hablamos de esta foto —Le mostró el trozo de papel y el hombre lo agarró y lo llevó contra su pecho mirando a su amigo como si quisiera atravesar su cráneo con un láser—. Dame la foto.

—No. Salgo yo, por lo tanto es mi puta foto. Lo que no sé es por qué la tiene el matón.

—La encontramos en la mansión Han —confesó. Ambos palidecieron aún más.

—¿Cómo? ¿Chan, qué significa esto? —Namjoon reclamó enfadado, el despojo que estaba en suelo no contestó, no apartaba la mirada de Minho y eso le hizo sentir incómodo—. ¿Qué tienes que ver con Han Eunji?

—Nada. No tengo nada que ver con esa mujer.

Namjoon se enderezó. De pie, a toda su altura, Minho se dio cuenta de que era un tipo bastante grande. Pensó en lo que había dicho sobre su novio y le pareció que Seokjin era demasiado suave para ese borde tan áspero que tenía el fiscal.

Les escuchó discutir. Chan insistía fervientemente en que no tenía nada que ver con los Han. Namjoon le acusó de ser un mentiroso. Minho se preguntó si había provocado algún tipo de cisma entre Bang y la única persona que parecía lo suficientemente preocupada por él como para aparecer a las 3:00 de la madrugada en su casa.

¿Qué pasa si le da una de esas crisis cuando está solo? ¿Qué hace entonces?

Pensó que la vida de ese hombre era triste. Parecía enfermo. Además, no tenía pinta de que alguien quisiera ayudarle. ¿Tendría a alguien que le abrazase por la noche como Jisung le abrazaba a él? ¿Tendría un hermano que lo amase incondicionalmente como Felix le amaba?

Minho entró en un extraño y confuso trance en el que escuchaba de fondo las voces de los dos hombres. Pero solo podía pensar en Bang completamente abandonado a su suerte, con un colapso como esos, tomando un puñado de pastillas para no despertar.

Lo había visto antes. Era consciente de que la gente que estaba enferma lo hacía. Su madre lo había hecho. Su madre tragó todo lo que encontró y se tumbó en la cama de la habitación que compartía con su hermana Ari.

Ari nuna, que no había cumplido 15 años entonces, llamó a una ambulancia sin dejar que escapara ni una sola lágrima de sus ojos. Minho recordaba haberla mirado como si fuera un ser mitológico custodiando la entrada a un lugar sagrado. Como si fuera lo único que podría protegerlos a su hermano y él de la desgracia que parecía perseguirlos.

Minho cuidó del pequeño Yongbok y le impidió ver el cadáver de su madre con esa espuma blanquecina en el borde de la boca. Ari nuna trató de taparle los ojos, pero él miró durante tanto rato que tenía tatuado en el cerebro el color púrpura del suéter que llevaba su madre, y las sábanas blancas sobre las que estaba tumbada cuando murió.

Minho sabía, por experiencia, que las personas enfermas que no tienen a nadie tendían a enfrentar la tristeza con soluciones fulminantes. Su madre tenía tres personas a su cargo y aún así cogió todas aquellas pastillas y se las tomó mientras ellos estaban en el colegio, para que no tuvieran tiempo de salvarla. ¿Estabas así de enferma, Ma? ¿Te encontrabas así de sola aunque estábamos nosotros tres?

¿Alguien secó las lágrimas de Chan alguna vez? Minho creía que no. Que nadie le regalaba relojes caros que no necesitaba, que no había ningún perfume ajeno impregnado en su ropa, que no existía nadie que diera nada por Bang.

Y era tan jodidamente triste, que se compadeció de él como no lo había hecho nunca. Y, sobre todo, le entendió.

Se acercó al baño pequeño junto a la cocina y abrió la puerta. Sus manos fueron directas al mueble junto al espejo. Encontró lo que buscaba: cuatro botes de pastillas distintas, todos con nombres que él no conocía. Chan estaba enfermo y nadie estaba allí cuando había una crisis. Nada le impedía tomar todas aquellas píldoras y terminar de forma definitiva con lo que fuera que le ocurriese.

—¿Qué es lo que te pasa, Chan hyung? —preguntó una vez más, saliendo del pequeño aseo con los botes en las manos.

—Deja eso donde estaba. No toques mis cosas —gruñó el hombre tratando de levantarse. Namjoon se lo impidió.

—Dime la verdad de una vez, Chan. ¿Por qué demonios no me hablaste de la relación que existía entre I.N y tú?

—¡Porque no es tu asunto! ¡No es asunto de nadie! ¡Y tú, cabrón, te voy a demandar por entrar en mi casa y por agredirme! —gritó.

Namjoon se dirigió hacia la puerta en silencio, acarició la cabeza del gato y se calzó las zapatillas deportivas.

—¿A dónde vas, Namjoon hyung? —preguntó Minho. El hombre giró un segundo.

—Me voy a mi casa. A seguir con mi vida lejos de vosotros. Estoy harto de esta mierda. No quiero volver a veros jamás. No quiero estar implicado en esta basura.

—Namjoon hyung... —escuchó el ruego en la voz de Chan, pero el otro solo lo miró de reojo y abrió la cristalera, dispuesto a largarse, probablemente para siempre, de esa casa— . Namjoon hyung, por favor...

—No, Chan. Estoy harto. Se acabó.

Chan pensó que podría morirse en ese momento. Que Minho podría matarlo y dejarlo allí tirado y nadie se daría cuenta hasta que pasaran al menos tres o cuatro días. O hasta que el olor fuese tan intenso que alguien llamara a la policía.

Le encontrarían asqueroso, en medio del proceso de descomposición, con Soonie alimentándose de los restos de su cuerpo sin vida. No quería que Soonie se comiera su cadáver. No quería morir. No quería perder a la única persona del puto universo que le quedaba.

—Namjoon hyung, perdóname —dijo antes de tragar saliva—. Te lo contaré todo, te contaré todo lo que quieras.

Sentía como si su tráquea estuviese llena de hormigón. Los recuerdos dolorosos de los golpes que había recibido volvieron como si hubiesen sido cinco minutos atrás. Se frotó la mandíbula, pero no eran los puños de Minho los que estaban allí, eran los de otras personas, seres humanos sin cara, con el tiempo deformando el recuerdo.

—Eunji y mi padre forman parte de la organización de los Park —contó. Namjoon cerró la cristalera y se giró. Se descalzó y Chan respiró un poco más tranquilo—. Conozco a I.N desde que era un bebé. No estamos relacionados de verdad, es decir, no tenemos la misma sangre, pero... pero es como si fuéramos primos, no lo sé, algo así.

Minho caminó despacio hasta él y se acuclilló. Tenía el pantalón lleno de pelo de Soonie y su gel hidroalcohólico en el bolsillo. Igual que los botes de pastillas en sus manos. Se cepilló el pelo con las manos y se sentó derecho en el suelo, colocando la camiseta vieja y raída que llevaba puesta.

Quería darse una ducha ahora mismo, necesitaba ducharse en ese instante.

—Continúa —instó Namjoon caminando hacia la cocina con la confianza que le daba haber estado allí tantas veces—. Habla en voz alta o no podré oírte. —Había una advertencia velada en su voz que le hizo tensarse.

—¿Podrías devolverme el gel, por favor? —preguntó mirando a Minho a los ojos felinos.

—No se lo des, Minho.

—Joder —gruñó bruscamente pasando las palmas sudadas de sus manos por sus pantalones deportivos. Se dio cuenta de que si no hablaba, no podría levantarse, no podría lavarse las manos. Decidió contar la verdad—. Eunji estaba loca, estaba como una puta cabra. Todos lo estaban. —Se le pusieron los pelos de punta cuando terminó la frase y Minho se arrodilló ante él, más cerca.

Chan no quería hablar de eso en realidad, no quería hablar de esa mierda que le avergonzaba. No quería contarles que había sido toda su vida un cobarde al que habían utilizado como saco de boxeo. Esa era una verdad que no necesitaba enfrentar.

Bang había crecido en una familia de "hombres justos": jueces, abogados, fiscales, procuradores. Él mismo había estudiado Derecho. Y, sin embargo, también era un lugar lleno de decadencia, de corrupción, de violencia.

Negó con la cabeza y se pasó las manos por el pelo.

—En casa estaba prohibido estar sucio. No se podía entrar con zapatos. No se podía jugar fuera. No se podía hablar fuera de turno, ni hacer ruido. Tampoco se podía reclamar nada. Padre y samchon Dongsong eran los únicos que tenían voz. Yo... joder... —se le quebró la voz y bajó la mirada a sus piernas cruzadas tratando de contener sus emociones—. Cuando Jeongin nació, Padre me llevó a verlo. Y me pareció frágil y pequeño, demasiado. Creí que no sobreviviría. Lo seguí pensando durante años... Vosotros no lo entendéis, no entendéis las cosas que hacían esos adultos con nosotros.

»Yang Jeongin era un bebé pequeño y llorón. Se parecía mucho a samchon, tenían los mismos hoyuelos. Pero samchon no lo quería, lo despreciaba porque era débil. Porque se ponía enfermo a menudo. A mí me asustaba eso, me asustaba Dongyoon porque él siempre me pegaba... Me asustaban los otros chicos y me asustaba que le hicieran daño a Jeongin porque era muy pequeño...

Su estómago se revolvió con el recuerdo de Dongyoon descargando su ira sobre su cuerpo, con el recuerdo de los otros haciéndolo. Con el recuerdo de su padre despreciando la masa ensangrentada que era su carne, llamándole cobarde, diciéndole que era un maricón, que nunca sería más que una vergüenza, pateándole mientras estaba en el suelo después de una paliza.

El aire empezó a faltarle y levantó la vista para encontrarse con la mano de Minho ante él, con el bote de gel en ella. Creyó que empezaría a hiperventilar, así que abrió la tapa y se echó un chorro de gel fresco en la palma. Lo movió sobre su piel sintiendo el efecto calmante inmediato.

Frotó asegurándose de que alcanzaba entre los dedos, alrededor de las uñas, en los nudillos. Su pecho se relajó un poco y sus pulmones trabajaron con normalidad. Minho seguía sentado ante él con Soonie a su lado, los dos en la misma posición.

—Tú también pareces un gato —murmuró. El chico apretó las cejas con confusión antes de mirar al animal a su lado—. No te pareces a Soonie... Eres más como un gato enorme y peligroso.

Namjoon se acercó con una taza y se la tendió. La agarró y sintió el calor en sus manos que habían estado frescas por el gel. El fiscal miró de Minho a Soonie y sonrió un poco.

La prensa que constreñía su pecho se aflojó y sintió que el oxígeno llegaba otra vez al torrente sanguíneo. Si conseguía que Namjoon no le dejase, contaría hasta el más oscuro de sus secretos.

—Gracias, Namjoon hyung —le dijo y el chico asintió. Dio un sorbo a la infusión de valeriana y melisa y notó su lengua arder un poco—. Ellos dejaban que Dongyoon nos golpease cuando hacíamos algo mal, Dongyoon caía sobre nosotros como si quisiera matarnos. Como si nos mereciéramos morir. I.N era tan malditamente pequeño que pensaba que no sobreviviría...

—¿Te metiste en medio? ¿Entre Dongyoon y él? —preguntó Minho.

—Muchas veces... —confesó—. La primera vez que le vi golpear a I.N fue cuando tenía cinco años. Park Dongyoon tenía seis malditos años más que él. Y le pegó, le pegó de verdad, muy fuerte. Creí que le mataría. Recibí una paliza tan brutal que me rompió el brazo.

—Joder, Chan, ¿por qué coño no me habías contado esto? —preguntó Namjoon con la voz oscura, sentándose a su lado.

—No es algo de lo que uno se sienta orgulloso...

—¿Cuándo dejaste de hacerlo? ¿Cuándo dejaste de ponerte entre Dongyoon y él?

—Cuando cumplí 18 años, más o menos... Entonces ya no me necesitaba... I.N me ayudó a encontrar una beca para marcharme de Corea, tardaron un año en aceptarme en Estado Unidos. Me dio dinero, muchísimo dinero. No sé de dónde coño lo sacó, pero me salvó de vivir en la calle cuando me fui a América. El pagaba mis viajes cuando venía a Corea, pagaba mi estancia, pagaba mi maldito tren de vida.

—¿Qué te pidió a cambio?

—Solo me hizo prometer que, cuando necesitase que volviera a Corea, lo haría. Y lo hice, cumplí la promesa...

Sí, lo había hecho; cumplió la promesa, había sido fiel a su palabra con la única persona del mundo que había sido su familia.

—¿Park Dongsong te trataba igual que Dongyoon hyung?

Samchon Dongsong y Padre eran los que daban las órdenes. I.N nunca me pegaba cuando se lo ordenaban... Yo... Joder, yo quería protegerlo de todo eso, quería apartarlo de toda esa mierda... Me hubiera puesto delante de Dongyoon mil veces más de las que lo hice. Él también se puso delante de Dongyoon por mí... —Chan respiró hondo y se frotó los ojos cansados con lágrimas contenidas—. Cuando decidí que me iría de Corea, Padre quiso impedírmelo. I.N le amenazó, se plantó en mi casa y le puso una pistola en la boca al mismísimo Bang Sooman. Le dijo que le volaría la tapa de los sesos si se atrevía a volver a acercarse a mí.

—¿Tu padre ha intentado ponerse en contacto contigo?

—No he visto a mi padre desde que me marché, Namjoon hyung. Y me gustaría que siguiera así por muchos años más.

Miró a Minho. Seguía en esa posición, sentado sobre sus talones, con las manos en su regazo, justo al lado de su pequeño hijo peludo. Sus cejas se habían suavizado y había en esos ojos felinos una comprensión que nunca esperó encontrar.

—Sé lo que Dongyoon le hacía a I.N... Me habló de eso... —susurró Minho—. Yo... lo veía en las duchas del gimnasio, veía todas esas marcas. Y un día me lo contó, simplemente se sentó y me lo dijo mientras cenábamos sushi —Chan rio porque esa mierda era típica de I.N—. Perdóname por golpearte antes... Perdí un poco los estribos... Jisung estuvo toda la tarde llorando, fuimos a la mansión a buscar algo para tratar de acercarnos a quien sea que está matando a la gente que traicionó a la organización y nos encontramos con un montón de fotos antiguas... Eunji estaba obsesionada con los Park... y con I.N. Tenía un maldito seguimiento desde que era un niño pequeño...

—No sé por qué lo hacía, pero era una mujer despreciable. Ella traía... Traía a un niño a veces... —Chan sacó el gel y se lavó las manos, repentinamente consciente de que había tocado esa taza que ahora estaba a su lado en el suelo—. Me golpeaba. Golpeaba a I.N... Pero él se defendía, yo no podía hacerlo, no podía. No puedo hacerlo, he intentado un millón de veces aprender a defenderme y me quedo tan jodidamente paralizado...

—Le rompiste la boca al escocés delante de un bar, Chan.

—No sé qué puta mierda me poseyó...

—Taehyun se lo merecía, te felicito por eso.

Chan sonrió. No se sentía particularmente orgulloso de lo que había hecho, pero le gustó escuchar aquellas palabras de la boca de Minho. Repentinamente, sintió una conexión genuina con ese hombre, como si fuera la única persona en el mundo que pudiera entenderle.

—Hubo muchas veces, cuando no era Dongyoon, era ese chico, pero siempre acababa conmigo hecho pedazos. Nunca gané, ni una sola vez —La confesión le resultó vergonzosa y liberadora al mismo tiempo, como si hubiese abierto una compuerta en una presa a punto de quebrarse y el agua se escapase de las paredes de hormigón aflojando la presión interna—. No sé qué fue del otro chico... No recuerdo nada con claridad... Solo a Dongyoon golpeando a I.N, a Dongyoon golpeándome a mí.

—¿Jisung estuvo allí alguna vez? ¿En ese... entorno?

—No. La primera vez que vi a Jisung en persona fue en Han Bank, cuando me llamaron. Por supuesto que sabía quien era, me mantuve lo más aséptico e impersonal posible a su alrededor porque de verdad no quería mezclarlo en todo esto. No quería que esos niños fueran de cabeza al infierno en el que habíamos estado nosotros... I.N tampoco quería, se arrepentía de haberle hecho daño a Jisung, y a ti...

Minho asintió y tragó saliva audiblemente. Chan pensó que no debía ser cómodo para él recordar que había participado activamente en el secuestro del chico. Un teléfono móvil sonó con un mensaje. Namjoon se levantó y caminó por la sala de un lado al otro por unos segundos tras mirar a la pantalla.

—¿Sabes quién podría estar detrás de la muerte de Hajun? —preguntó.

—No... pero creo que mató también a I.N y a Eunji. — La cara de Minho cambió ante él.

—Tú tampoco crees que I.N y Eunji se suicidaran —afirmó de forma retórica. Chan negó y vio la determinación en los ojos felinos—. No voy a permitir que nadie haga daño a mi familia. No va a pasar, nadie tocará a los chicos.

—Tenemos un ojo sobre ellos, Minho, la policía está esforzándose para proteger a Han, a tu hermano y a tu cuñado —comentó Namjoon poniéndose las zapatillas de nuevo—. Tengo que marcharme, mañana tengo que madrugar y Seokjin se ha despertado. Me vais a costar la puta relación, mamones de mierda. Va a pensar que tengo una aventura.

—¿Te vas? Puedo llamar a Seokjin, decirle que estás en casa conmigo... —Volvió a sentir esa banda apretándole el pecho, aterrorizado por la posibilidad de que Namjoon se fuera para siempre. Temblando ante la comprensión de que volvía a quedarse solo en esa casa que había empezado a odiar.

—Te llamaré mañana. —Namjoon se ató los cordones y salió con un resoplido cansado.

Entendía que esto era demasiado, que se sentía engañado y traicionado. Que él mintió y ocultó cosas importantes. También comprendía a la perfección que tenía una vida y le envidió porque en unos diez minutos se acurrucaría en una cama cálida y abrazaría al hombre que amaba, el hombre que le amaba.

Chan, sin embargo, se quedaría solo con Soonie. Se ducharía por tercera vez, fregaría el suelo de la casa y se atiborraría a pastillas para dormir un par de horas. Completamente sólo.

—Cámbiate de ropa y prepara un bolso para llevarte —dijo Minho. Lo miró confundido—. Vamos, hyung, no quiero dejar más tiempo a Jisung solo en casa.

Obedeció rápidamente aunque no entendiera una mierda. Se levantó y sus rodillas sonaron como bisagras viejas. Le temblaban un poco las piernas, pero aún así se obligó a subir las escaleras. Se puso un pantalón marrón y una camiseta y echó en un bolso negro unos cuantos calzoncillos y dos cambios de ropa. Metió también las pastillas que había en su mesita de noche.

Cuando bajó, vio que Minho había dispuesto las cosas de Soonie

—¿A dónde vamos, Minho?

—Te vienes conmigo a casa de Jisung. Los dos os venís —dijo señalando al transportín que tenía dentro a Soonie.

—Pero...

—Está bien, Chan hyung. Nadie se merece llorar solo. Nadie se merece no tener alguien que le escuche. Yo puedo escucharte, solo no vuelvas a mentirme. No me ocultes cosas, no hagas que Jisung llore porque te despedazaré. Mientras entiendas eso, siempre voy a estar disponible.

Chan asintió y apretó la boca con un puchero. Nadie había hecho algo así por él. Nadie además de I.N. Y estaba dispuesto a poner a Han entre algodones si el enorme y peligroso gato prometía mirarle con la misma comprensión que lo había hecho esa noche. 

***

3/4

Qué bonito cuando las torres altísimas caen y se entiende por qué los peores hicieron tantas cosas malas, navegantes.

¡Nos vemos en el infierno!

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