11. Presas
🎶Banda sonora: You there - Aquilo 🎶
Minho miró a Changbin unos segundos. El hombre parecía haber perdido el color repentinamente.
El chico era tan suave y sensible que Minho todavía se preguntaba cómo había sobrevivido en el tanque de tiburones que era su entorno. Sin embargo, lo había hecho. Sabía que cargaba en su espalda una maleta tan llena de traumas como la propia y había algo en él que lo atraía como la luz a las polillas.
Le gustaba pasar tiempo con él, le gustaba estar a su alrededor. Era tan diferente a todas las personas que había conocido que solo sentarse a su lado sin hablar tenía un efecto calmante en él. En él y en todo el mundo.
En ocasiones, todavía se sentía culpable por lo que había hecho. Era uno de los miles de secretos que seguía guardando. La primera vez que Minho mató a alguien había sido el padre de Changbin. Seo Haeshin se merecía la bala que le metió en la cabeza, pero eso no quitaba que su conciencia se removiera cada vez que el recuerdo volvía a su cabeza.
Ahora estaba junto a él en su despacho, solo haciendo tiempo para que su hermano terminara sus deberes y pudieran volver a casa. Y sintió otra vez esa opresión violenta en su pecho, como siempre que veía al chico ponerse nervioso.
Changbin les había salvado la vida. A todos. Le había salvado la vida a Jisung cuidándolo incondicionalmente; le había salvado la vida a Felix amándolo como si no hubiese otro ser humano igual; le había salvado la vida a Minho cuando lo recogió bajo la lluvia, tantos años atrás.
Seo no merecía más que tranquilidad y paz, pero a su alrededor se había formado una colmena bulliciosa. Acabó siendo una especie de padre de un montón de gente que, cuando se juntaba, se convertían en descerebrados.
Minho a veces se preguntaba si esa locura que les rodeaba la mayoría del tiempo era fruto de una adolescencia complicada. Él y Felix nunca pudieron ser realmente jóvenes. Nunca pudieron llevar una vida normal porque cuando tenía 17 años Minho ya envasaba bolsas de droga que metía en mochilas de niños para que las transportaran.
Tal vez por eso ahora no podía evitar comportarse como un niño cuando Jisung no le daba lo que quería. Quizás era la razón por la que sentía su pecho ardiendo cuando pasaba demasiado tiempo lejos de él. El príncipe seguía siendo la posesión más valiosa que había tenido nunca. Y solo imaginar que podía volver a perderlo lo hacía montar en cólera y llorar de tristeza al mismo tiempo.
Changbin, por otra parte, solo estaba allí. Solo ofrecía lo que todos necesitaban en cada momento. Abría las puertas de su casa a cualquiera que quisiera entrar y daba consuelo a quién estuviese triste.
Seo soportaba sus peleas con Felix, sus berrinches con Jisung, su oscuridad cuando su cabeza volvía a nublarse. Toleraba su silencio cómodo y lo devolvía con la tranquilidad de saber que, si lo necesitaban, cualquiera de los dos podría hablar. Y esa conexión inesperada era la que ahora mismo tenía a Minho preparado para sacar la pistola que llevaba bajo la chaqueta y disparar a cualquiera que se atreviese a amenazar a quien ya consideraba su hermano.
—¿Qué coño pasa ahora? —le oyó murmurar y se sorprendió. Changbin no utilizaba ese tono y esas malas palabras casi nunca.
—Calma, igual solo tiene que hablar de alguna mierda legal sobre el banco.
—Eso es lo que me preocupa, no podemos hacer frente a más escándalos, Minho hyung.
Llamaron a la puerta y el abogado entró directamente, sin esperar respuesta. Cerró tras él y pasó el seguro en la cerradura con la respiración agitada. Minho se levantó automáticamente del sofá y se colocó en la trayectoria entre la puerta y el escritorio.
—¿Qué coño haces, Minho? No vengo a atacar a nadie, así que deja el numerito de guardaespaldas.
—¿A qué ha venido, Bang Chan-ssi? —preguntó Changbin a su espalda con su voz afilada como una katana.
A pesar de sus tendencias naturales a aceptar a la gente, Changbin sentía una animadversión manifiesta por el abogado. Sabía que se debía principalmente a su actitud coqueta con Felix, pero se preguntaba continuamente si había algo más que no sabía.
—¿Directos al grano? Muy bien. No quiero que ninguno de los dos pierda la puta cabeza porque tenemos que estar tranquilos para que esto no se vaya a la mierda —Hizo una pausa y les miró a los dos, con sus cejas gruesas cayendo sobre sus ojos—. Hajun ha desaparecido.
Su corazón se saltó un latido. Sintió el estómago apretarse y se contuvo de llamar a Jisung en ese momento y ordenarle que se metiera en su despacho en casa y no dejase entrar a nadie, ni siquiera al servicio.
—¿Qué? —preguntó para asegurarse de que lo que estaba diciendo era real.
—Ha desaparecido y le dan por muerto. Encontraron su apartamento destrozado y muchísima sangre allí. Kim Namjoon me llamó hace un momento para contármelo y he tratado de contactar contigo pero tienes el puto móvil en silencio. No quería hablar de esto delante de Seo Changbin-ssi, pero no ha quedado otro remedio. El tipo se ha esfumado y sabes lo que significa.
Joder, por supuesto que sabía lo que significaba-
—Yo no sé lo que significa —murmuró Changbin y sintió una mano en su hombro. Se giró para verle de pie tras él. No le había escuchado acercarse—. ¿Quién es Hajun, Minho hyung?
—Era amigo de I.N hyung. Es el hombre que me encontró en Japón. Es el hombre que me trajo de vuelta.
Los ojos de Changbin se abrieron y sus cejas se levantaron con sorpresa. Lo entendía, entendía que estuviera confuso como la mierda. También entendió el ligero apretón inconsciente que dio en su hombro.
Seguramente Seo estaba ahora mismo calculando cuánto tardaría en bajar el tramo de escaleras que le separaba de Felix. Estaba pensando, probablemente, en coger a su hermano sobre su hombro y meterlo en la misma habitación aislada en la que él quería encerrar a Jisung. Y Minho iba a abrir todas las puertas para él sin dudarlo.
—No sé cómo debemos proceder, pero tenemos que estar tranquilos. La policía está haciendo su trabajo, Namjoon me ha avisado por deferencia.
—¿Saben quién se lo ha llevado? —cuestionó.
—No, no tienen ni una maldita pista.
Minho suspiró y se llevó la mano al puente de la nariz apretando. ¿Qué coño iba a hacer ahora? ¿Cómo demonios iba a convencer a Jisung y Felix de no volver a salir jamás de su casa?
Dios, Minho ya era suficientemente obsesivo como para tener que enfrentar eso. Y sabía que el imbécil del príncipe se opondría con vehemencia a la posibilidad de que le vigilase. Entendía que necesitase su espacio, aunque no le gustase; pero no iba a permitir que le pasase nada al único ser humano que le había mostrado lo que era ser feliz.
—Minho hyung —susurró Changbin y él le miró—, ¿qué significa todo lo que estáis diciendo?
Repentinamente Changbin ya no parecía tan duro ni tan fuerte. En ese instante, Minho fue consciente de los años y los golpes que les separaban. Le pareció frágil y decidió que lo encerraría también en la habitación con Felix y Jisung. Seo era su familia, Seo también era su hogar y Minho pensaba proteger su casa a toda costa.
—Bueno... es complicado, Seo Changbin-ssi —dijo Chan.
—No me trate como si fuera idiota, Bang Chan-ssi —contestó secamente. Volvió sus ojos pequeños a Minho buscando una respuesta y sintió que debía decirle la verdad porque la merecía—. ¿Qué quiere decir todo esto, Minho hyung?
—Alguien está cazando a la gente de la organización. Están eliminando a los que estuvimos allí entonces... Nos están cazando, Changbin.
Soobin se estiró levantándose de la silla y recogió el teléfono móvil, la cartera y las llaves metiéndolas en los bolsillos . Llamaron a la puerta y su secretaria se asomó con una sonrisa pícara.
—Choi Soobin, un hombre acaba de traer esto para usted —la joven dejó sobre la mesa de su escritorio la caja de color azul con un lazo blanco. Se ruborizó violentamente y levantó la vista a la chica que le miraba aguantándose la risa. Parecía más emocionada que él y eso le avergonzó aún más—. Apuesto a que es del mismo remitente que las flores y los dulces que han estado llegando.
—¡Señorita Shin! —exclamó volviendo a caer en la silla y tapándose la cara. Soobin resopló frustrado.
Llevaba exactamente 11 días recibiendo diariamente regalos en el despacho. Dios, por si no era suficiente con tener a Seungmin presionando para que volviese a acostarse con el chico, ahora también su secretaria iba a poner esas caras estúpidas que le ponían tan nervioso.
Atrajo la caja frente a él y deshizo el lazo despacio. No había tarjeta esta vez. Dentro de la caja había una... ¿Una Gameboy? ¿Por qué demonios había una Gameboy? Levantó la vista y vio a la chica mirando con curiosidad.
—¿Es una Gameboy? —preguntó ella y Soobin asintió—. ¿Por qué le regala una Gameboy?
—Eso me gustaría saber...
—Bueno, puede preguntarle directamente —La miró durante unos segundos no sabiendo si sentirse incómodo o no ante la confianza que la mujer estaba mostrando—. No, no me malinterprete. Se lo digo porque el chico está abajo.
—¡¿Qué?! —Soobin se puso de pie de un salto y metió la caja con la consola portátil dentro del maletín. Tiró de su ropa para arreglarla y miró a la chica con los ojos saliéndose de sus órbitas.
—Está usted perfecto, no se preocupe.
—Váyase a casa. Tiene el resto de la tarde libre — exclamó saliendo del despacho.
Se encaminó al ascensor secándose las palmas de las manos en el pantalón chino de color azul. Joder, Kumiho, ¿por qué no me avisaste de que venías? , se preguntó preocupado.
Por un estúpido segundo mientras el elevador descendía hasta la planta de recepción pensó que tal vez había ocurrido algo malo. O quizá solo quería conversar con él sobre negocios. O tal vez quiere verte, Soobin, tampoco es tan raro, joder, se reprendió a sí mismo.
Le temblaban las manos ligeramente cuando salía del ascensor y casi se le sale el corazón del pecho cuando vio al chico de espaldas hablando animadamente con su padre. Mierda, había olvidado por completo que había quedado con su padre hoy.
Caminó apresurado hacia ellos, tratando de buscar una excusa lógica para echar a su amado padre de allí sin ofenderle. Porque quería irse con Kumiho, llevaba sin verle demasiados días, llevaba sin besarle demasiados días.
—¡Adeul! —exclamó el hombre mayor cuando le vio acercarse. Soobin le hizo una reverencia y él lo despeinó suavemente con una enorme sonrisa en la boca—. Me he encontrado con Choi Yeonjun-ssi y he aprovechado para hablar con él. No tenía el placer de conocerle en persona.
—El placer es mío, Choi Taeyang-ssi —dijo el chico con esa sonrisita que tenía a Soobin con el estómago dando volteretas—. También es un placer volver a verle, Choi Soobin, siento haber venido sin avisar...
—Oh, sí, sí, quiero decir, no, no se preocupe —balbuceó como un estúpido—. Pero había quedado con mi padre. —Apretó la boca mirándole y percibió la ligera decepción en su cara.
—Entonces me marcho, no se preocupe, podemos vernos en otro momento... —No quería. No quería verle en otro momento, quería verle ahora, quería tocar su piel ahora, quería besarle ahora.
—¿Qué tal si me marcho yo? —preguntó su padre con la mano en el hombro de Soobin—. Ven a vernos mañana, tus hermanas vendrán a comer con los niños.
—No, no, Choi Taeyang-ssi, no. He sido yo el que se presentó sin avisar, por supuesto que me marcho —se apresuró a decir el chico y Soobin quiso golpearle por decir algo así.
—Bueno, algo me dice que adeul prefiere su compañía a la mía, Choi Yeonjun-ssi —bromeó y las mejillas de Soobin se calentaron. Agarró del brazo a su padre y le miró suplicante para que dejara de avergonzarle—. Ven a casa mañana, Soobin, tus nunas y tu madre llevan mucho sin verte. Pasadlo bien. Espero volver a verle pronto, Choi Yeonjun-ssi.
—Papá... —gimió mortificado mientras el hombre se reía y le daba un golpe cariñoso a Kumiho en la espalda.
El hombre desapareció de la recepción con su risa resonando por todas partes. Soobin se quedó congelado mirando fijamente al ascensor en el que Choi Taeyang se había subido para bajar al aparcamiento.
Sintió el suave roce en su mejilla y se giró para mirar a Yeonjun.
—Hola, Bunny —susurró lamiéndose los labios. Bajó los ojos un poco avergonzado y miró a todas partes. Las dos chicas en la recepción cuchicheaban con expresiones soñadoras—. Siento haber venido sin avisar, quería darte una sorpresa, pero no me ha salido bien.
—No, no, yo también olvidé que había quedado con mi padre...
—¿Tienes un rato para mí?
—Siempre —contestó con una sonrisa.
—Vamos a comer algo antes de que te bese delante de toda esta gente —murmuró con suavidad colocando una mano en su cintura para instarle a caminar hacia el ascensor—. Conduces tú, no he traído el coche. —Asintió sonriendo otra vez.
Soobin sentía su corazón corriendo y se dio cuenta de que era el chico el que aceleraba sus latidos. Durante esos días en los que habían estado separados, Yeonjun había mandado un montón de dulces que había acabado compartiendo con los empleados. También le había llegado un bonito ramo de flores de colores.
Los trabajadores de la oficina central la compañía Choi hablaban, él lo sabía, pero no le importaba una mierda. Nunca lo había hecho y no empezaría ahora. Sin embargo, sí se sentía extraño.
Él no estaba acostumbrado a recibir atenciones, sino a darlas y eso todavía le dejaba descolocado.
Entró al ascensor. Los dedos de Kumiho le rozaron la mano y le miró. El chico tenía una expresión un poco pagada de sí mismo y sus ojos estaban dirigidos al frente, a la puerta metálica ante ellos.
—Mierda —gruñó repentinamente—. Hemos cogido el ascensor que sube.
—No pasa nada, bunny, no tengo prisa —contestó. Se preguntó cómo demonios hacía para conseguir que todo su cuerpo burbujeara con unas pocas palabras y el roce casi imperceptible de sus nudillos juntos.
Dos personas entraron dos plantas más arriba y miraron significativamente a ambos. Saludaron con una reverencia de respeto y Soobin lo contestó. La acción se repitió tres veces más, hasta que el ascensor estaba lleno y sus cuerpos se comprimían en la esquina trasera.
Respiró hondo cuando sintió la mano de Kumiho en su trasero. Dio un apretón que le sobresaltó y descubrió la mueca pícara que trataba de disimular. El trayecto en aquel pequeño cubículo se convirtió en un infierno rápidamente.
Su cuerpo se calentó cuando la mano subió por su espalda cubierta, con el dedo índice dibujando formas aleatorias sobre su columna. Quería quitarse la ropa, quería sentir esos dedos que le encendían en su piel. No quería nada más que tener sus manos sobre él.
No fue consciente de cuando se vació el espacio, pero ninguno de los dos se movió de aquella esquina en la que estaban, con sus piernas en contacto y la mano de Kumiho sobre su espalda. Cuando llegaron a la planta del aparcamiento hizo acopio de todas sus fuerzas y se apartó.
Caminaron en silencio hasta el coche y se subieron. Soobin arrancó y salió del edificio sin tener muy claro por qué estaba haciendo lo que estaba haciendo.
Se dirigió al único sitio en el que quería estar, al único lugar en el que necesitaba estar en ese momento. Durante unos largos minutos en los que se acercó a la zona, ninguno de los dos pronunció una palabra.
¿Qué pasará cuando Kumiho se vaya?, se preguntó a sí mismo mientras serpenteaba entre las calles de Seúl. Le gustaba esto, le gustaba la sensación de ser cazado, le gustaba que, por primera vez en su vida amorosa, alguien le tenía en cuenta.
Soobin nunca había recibido flores, aunque había enviado muchas. Nunca había recibido una caja llena de cupcakes. Nunca había recibido un bote de cristal lleno de galletas con frases cursis. Nunca había recibido un envío con los mejores macarrones de la ciudad. Nunca había recibido una maldita Gameboy de coleccionista en un precioso envoltorio azul.
Por eso temía que, tarde o temprano, Kumiho se marchase de donde estaba. No había hecho ningún esfuerzo por mantenerle a su lado. De hecho, incluso cuando se había dejado la piel y la autoestima para mantener a las personas junto a él, le habían dejado.
Para Soobin esta vez no sería distinta. Aunque posiblemente fuera un poco peor.
—¿A dónde me llevas, bunny? —la voz suave interrumpió sus pensamientos y le miró por el rabillo del ojo. Le estaba llevando al único sitio en el que se sentía lo suficientemente seguro como para ser frágil con él. El único sitio en el que podría preparar su corazón para cuando se marchase.
—A mi casa —contestó sin girar la cabeza, con las manos apretadas sobre el volante.
Era contraproducente. El hecho de que Soobin siempre abriese las puertas de su hogar a todo el mundo generaba cosas buenas y también malas. Le gustaba el ruido y el bullicio y los recuerdos bonitos que se quedaban impregnados en cada pedazo del espacio.
Soobin quería volver a arder. A pesar de que era una necesidad claramente masoquista, quería que le tocara como solo él lo había hecho. Porque Kumiho tenía esa especie de poder en sus manos que le dejaba temblando con solo acercarse.
Repentinamente, el chico pareció escuchar sus pensamientos. Sintió la palma caliente sobre su muslo y su control casi sale por la ventana.
—¿No íbamos a comer? —ironizó.
—Por supuesto que vamos a comer. En mi casa —murmuró mientras la mano se acercaba peligrosamente a su entrepierna. Sintió el roce del dedo meñique sobre el bulto que empezaba a apretar en sus pantalones y miró un segundo a la cara de Kumiho antes de volver la vista a la carretera.
—¿Qué te apetece comer, bunny? —la voz bajó una octava y su polla respondió llenándose un poco más. A ti, quiso decir, pero no lo hizo—. Yo tengo algunas ideas de lo que me apetece.
La mano acarició sobre su entrepierna y Soobin jadeó. Envolvió sus dedos en la muñeca antes de que siguiera por ese camino mientras mantenía un control férreo sobre el volante con la otra.
—Solo unos minutos más, Kumiho —murmuró apretando los dientes. Escuchó la risa suave y la palma volvió sobre el muslo, lejos de la erección de Soobin.
—¿Te gustó? —preguntó un poco tímido.
—¿El qué?
—El regalo...
—Ah, sí —contestó sonriendo—. Me gustaron todos los regalos. No tenías por qué hacerlo... No tienes por qué... cortejarme. —Soobin trató de mantener la voz firme. Era cierto que no tenía porqué hacerlo, pero maldita sea, le encantaba que lo hiciera y no quería que parase.
—Ah, ¿no? ¿Por qué no?
—No es necesario que me cortejes, Kumiho. Ya me tienes enganchado —confesó.
—Entonces lo haré para mantenerte cerca.
Quería creerlo, quería que esas palabras fueran verdad, que Kumiho trabajase como él lo había hecho antes, que le diese todas esas cosas que nunca había tenido. Soobin quería seguir sintiendo las volteretas de su estómago y el calor en sus mejillas.
—¿Por qué una Gameboy?
—Me dijiste que te gustaban los videojuegos. La Gameboy fue mi primera consola portátil —contó.
—También fue la mía —sonrió Soobin.
—Joder, ¿alguna vez te han dicho que cuando sonríes es como si encendieses un foco? Es como si saliese el sol —murmuró reflexivo mientras sus dedos le acariciaban la mejilla.
—Ya basta, me haces sonrojar.
—Bueno, acostúmbrate, me gustan tus mejillas de color rosa y el hoyuelo que te sale cuando ríes —Ahí estaba otra vez su estómago revolucionado y su corazón bombeando a toda velocidad—. Tu padre parece divertido, por cierto.
—Oh, mierda, siento eso... Es un poco entrometido, pero no podría desear un padre mejor.
—Me gustó conocerle —rió el chico—. Y es inteligente como el demonio... Se dio cuenta muy rápidamente de que tenía intenciones impuras con su hijo.
Soobin se echó a reír en voz alta con sus palabras y entró por la puerta abierta hasta el garaje de su casa. Miró a Kumiho quitándose el cinturón y se bajó del coche sin decir nada. Encontró al hombre en la puerta contraria cuando rodeó el vehículo y subieron las escaleras juntos con la risa todavía flotando.
Yeonjun le paró cuando llegaron a la entrada de la casa y le agarró a ambos lados de la cabeza.
—¿Sabes lo oscuro que está todo cuando no sonríes? —El pulgar acarició su labio superior con suavidad —. Te prometo que no sé lo que has hecho conmigo, bunny... ¿Puedo pedirte un favor?
—Sí... —susurró agarrándole de la cintura para pegarle a su cuerpo.
—¿Podrías, por favor, no quitarme esto? ¿Puedes no dejarme en la oscuridad? —Soobin se tensó un poco—. Sé que es mucha responsabilidad, pero, ¿podrías no dejar de sonreír para mí?
Sintió que algo no estaba bien allí, que aquello no se trataba solo de Yeonjun coqueteando. Esas palabras susurradas en voz baja en la puerta de su casa parecían más densas que cualquier cosa que el chico había dicho antes. Frunció el ceño y le acarició la mejilla con suavidad.
Los ojos de Kumiho se cerraron y se apoyó contra su toque. Su corazón se apretó con una emoción distinta y una alarma de preocupación se encendió.
—¿Está todo bien, Kumiho?
—Sí, solo quiero que me hagas ese favor... Solo quiero que no te vayas. Quiero ver esa sonrisa radiante siempre. —El tono volvió a ser coqueto y cuando abrió los ojos tenían otra vez esa chispa segura y pícara a la que le tenía acostumbrado. Y la alarma sonó con fuerza en su pecho.
—No voy a echarte y no voy a marcharme. Sonreiré todo lo que necesites. Estaré para todo lo que necesites —dijo de verdad.
Vio la sonrisa tímida salir. Le besó suavemente, con sus labios tocándose mientras las manos de Kumiho le agarraban las mejillas. Soobin sabía que había algo allí. Y si lo único que podía hacer por él era sonreír, se aseguraría de que no volviese a haber oscuridad ni un solo día de su vida.
***
3/3
Hoy solo van tres porque los tres siguientes tienen que subirse juntos, navegantes.
No me han dicho qué piensan de Kumiho, ¿qué les parece?
¡Nos vemos en el infierno!
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