9. Gorila hyung🔞🔥
🔞#AvisoDeSabroseo: Capítulo +18. Lean bajo su responsabilidad, si no les gusta este tipo de contenido les ruego amablemente que pasen de largo. #NoMeReporten
🎶Banda sonora: Coming out age - Billkin, PP Kritt🎶
Martes 2 de febrero
—Igual me quedo sin cobertura en el ascensor —comentó Changbin, con el teléfono agarrado torpemente entre su oreja y el hombro mientras cerraba la puerta del despacho con llave y la echaba dentro del maletín.
—Solo quería preguntarte cuándo volverás a reunirte con Bang Chan. Pero si estás ocupado puedo llamar más tarde.
—No, no, tranquilo. Ya voy camino al parking, la reunión será el viernes. Creo que es el día que tiene reservado para el caso. O eso, o le gusta cenar con nosotros —bromeó y escuchó la risa de Soobin al otro lado de la línea.
—Hm... También quería comentarte algo...
—Vamos, Soobin, ya conoces casi todas mis miserias... —Entró en el ascensor y pulsó la planta -1 para llegar a su coche. El edificio estaba completamente vacío a esa hora de la noche.
—Bien, es posible que Seungmin haya estado preguntando mucho por ti... —Changbin se tensó tan rápidamente que casi se le cae el smartphone. Agarró con más fuerza el aparato y el maletín en su otra mano—. ¿Estás bien, hyung?
—Yo...
—No quiero molestarte, no pretendo presionarte ni nada así... Pero puede que Jisung haya comentado que tú también... bueno, que... ya sabes, que te gustan... —Changbin trató de no sonrojarse con la pregunta incómoda.
—Sí, es cierto —interrumpió antes de que ambos se avergonzaran.
—Entonces... Yo... Dios, qué mierda... —gruñó el chico en su oreja y Changbin no pudo evitar sonreír un poco—. Veamos, he hablado con Jisung, ya sabes, para saber si mi amigo tenía alguna posibilidad contigo... Es decir, no es que hayamos cotilleado sobre ti ni nada por el estilo, Jisung es súper discreto con esas cosas... Pero quería saber si al menos estabas en eso de los chicos, ¿sabes?
—Soobin, eres gay. No tienes que llamarlo eso de los chicos.
—Es que no quiero hacerte sentir incómodo.
—Pues te está saliendo fatal —bromeó para quitarle un poco de seriedad a una conversación que no sabía cómo demonios había empezado.
—Arg —gimió frustrado su amigo mientras las puertas del ascensor se abrían. Salió caminando por el parking vacío, buscando en su desordenado maletín las llaves del coche—. Bien, lo que quiero saber...
—Espera un segundo, te pondré en manos libres. No encuentro la maldita llave —interrumpió Seo pulsando en la pantalla y el asentimiento de Soobin se escuchó en todo el aparcamiento—. Perdona por interrumpirte, continúa.
—Quería saber si tal vez podrías darle una oportunidad a Seungmin. No sé, ¿una cita? ¿Algún plan solo vosotros dos?
—Gorila hyung —Se quedó paralizado al escuchar la voz que venía de algún lugar a su espalda.
Su corazón se saltó un latido, o dos, o quizá había dejado de latir. Sus manos se engancharon como garras al cuero del maletín. Sacudió la cabeza, esto no es real, su cerebro saturado le estaba jugando una pasada de mierda.
—¿Entonces? ¿Tendrías una cita con Seungmin? No pretendo presionarte, solo es... No sé, mi amigo está realmente interesado... —escuchó a Soobin hablando por el altavoz del teléfono y trató de centrar sus pensamientos.
—¡Seo Changbin! ¿No piensas darte la vuelta? —otra vez esa voz, esta vez más clara y más cercana. Cerró los ojos con fuerza. Santo infierno, esta vez sí que era una alucinación real. Ese maldito tono que le había atormentado durante años en sus sueños parecía tan real que estaba a punto de colapsar sobre el capó del vehículo.
—¿Hyung, estás con alguien? Perdón por...
—¿Tú también lo has escuchado? —graznó, cortando la frase de Soobin.
—¿Qué? Claro que lo he escuchado... ¿Estás solo? —preguntó el chico desconcertado por el altavoz.
—No, no está solo.
Changbin sintió el peso de una mano en su espalda y casi se desmayó. No quería abrir los ojos, no podía abrir los ojos porque si los abría se daría cuenta de que todo eso era un sueño. El exquisito calor que recordaba a la perfección estaba ahora sobre su piel, en su muñeca, en sus dedos, instándole a soltar el maletín al que se aferraba como si fuera a salvarle la vida.
—Eh... ¿Hola? ¿Changbin? ¿Estás bien? —Soobin sonaba un poco más nervioso ahora.
—Está bien, solo está un poco en shock —Ahora el sonido estaba tan cerca de su oreja que pareció, de verdad, que ese hombre estaba allí, que no era un producto de su cerebro saturado. La risa grave retumbó en las paredes del aparcamiento, pero todavía era incapaz de abrir los ojos. Las manos pequeñas le quitaron el maletín—. Abre los ojos, gorila hyung —susurró junto a su cara a tan poca distancia que sintió el aliento caliente en la barbilla.
Obedeció.
Y cayó de rodillas porque sus piernas dejaron de sostenerlo.
Se tapó la cara con las manos encogiéndose sobre su regazo, con la respiración trabada y su pecho golpeando como si una manada de antílopes tratase de salir de sus costillas. Esto no era real, esa persona que ahora se agachaba frente a él no era real.
Las palmas contrarias estaban sobre sus muñecas otra vez y él no quería mirar. Y sí quería mirar. Quería morirse ahora mismo. Tal vez ya estaba muerto, era la opción más factible. No podía estar vivo porque ese hombre no podía estar ahora mismo delante de él, tocándole, hablándole.
—¡¿Changbin hyung?! ¡Voy a llamar a la seguridad del edificio!
—¡NO! —gritó desesperado ante la amenaza de Soobin.
Movió sus manos rápidamente para zafarse del agarre y poder aguantar esos dedos pequeños dentro de los suyos. Si esto era real, si Choi Soobin verdaderamente estaba escuchando esa voz, no podía permitir que llamase a seguridad.
Levantó su atención de su regazo y sus ojos se encontraron a la misma altura, brillantes, llenos de lágrimas. El mundo dejó de girar. Todo a su alrededor desapareció, el maldito universo no existía. Porque esas mejillas pecosas tenían todas sus galaxias.
Apretó inconscientemente sus dedos en las muñecas ajenas, maravillado por cómo recordaba a la perfección el tamaño exacto de sus antebrazos entre sus falanges. El labio inferior se abultó en un puchero frente a él, temblando tanto como su propio cuerpo. Changbin se echó a llorar como un recién nacido al ver esa boca rosada amenazando con romper en llanto.
Tiró del cuerpo delgado contra él, envolviéndolo entre sus grandes brazos. La cabeza del chico reposó en su cuello y escuchó los sollozos ahogados. Hipó mientras su cara se humedecía sintiendo el pelo en su mejilla, la forma exacta del chico entre sus brazos.
Le daba igual todo, le daba igual que hubiese ahora mismo un cataclismo que destruyese todo el planeta. Nada importaba ya más que sus manos enganchandose a la cintura estrecha. Nada era más valioso que las piernas que lo envolvieron, la única cosa para él era el hombre que ahora estaba a horcajadas sobre sus rodillas.
Changbin lloró contra el hombro cubierto con una sudadera de un color que tal vez nunca recordaría. De repente no podía recordar nada, absolutamente nada más que la sensación del aliento contra el cuello, en ese instante en el que esos dos cuerpos se moldearon como si estuviesen hechos uno para el otro.
El mundo entero podía irse a la mierda ahora, porque Felix estaba, una vez más, entre sus brazos.
—Tienes que contestarle a tu amigo o llamará a la policía... —dijo la voz del polluelo entre sollozos.
—¿Qué? —preguntó Changbin restregando la nariz contra la piel bajo la oreja del muchacho.
—Tu amigo, el que está al teléfono... Creo que está a punto de llamar al Ministerio de Defensa para desplegar al ejército en el aparcamiento —bromeó separándose un poco.
—Ah... —Otra vez se quedó sin habla, mareado al ver sus facciones de nuevo, después de tantos años, frente a él.
El pequeño polluelo al que había entregado todo de sí mismo había vuelto y cualquier otra cosa era absolutamente secundaria.
Tenía el pelo más largo, de un rubio brillante, con las raíces negras, y estaba más delgado. Pero los ojos grandes y mojados eran los mismos. Los mismos a los que había dicho adiós bajo la lluvia hacía cuatro años.
El chico se levantó de su regazo y Changbin casi llora otra vez por la pérdida. Lo siguió con la mirada mientras cogía el teléfono del capó y se lo acercaba. Se puso en cuclillas frente a él con una sonrisa.
—Dile algo a tu amigo, Changbin, contesta al teléfono —insistió agarrándole una de las mejillas .
—¡Soobin! —exclamó en voz alta, sin apartar sus pupilas de las profundidades oscuras frente a él.
—¿Qué está pasando, hyung? ¿Estás bien? —contestó el chico aturdido al otro lado de la línea.
—Sí, estoy bien. Pero no puedo.
—¿No puedes qué? ¿Estás seguro que estás bien? —insistió Choi Soobin.
—No puedo tener una cita con Kim. No quiero tener una cita con él —contestó trayendo de nuevo al chico a su regazo y apretando su cuerpo contra el suyo—. Hablaremos en otro momento.
—Oh... Está bien, ¿estás seguro de que estás bien? ¿Quieres venir a casa?
—Ya estoy en casa, Soobin —colgó y dejó caer el teléfono al suelo.
Tomó la cabeza de Felix por la parte posterior y estrelló sus labios juntos. El polluelo respondió con el mismo anhelo acuciante que golpeó a Changbin cuando sintió la carne cálida en su boca. Sus lenguas se reencontraron a medio camino, reconociéndose la una a la otra.
El sabor de Felix explotó en sus papilas gustativas y, de nuevo, las mariposas revoloteaban en sus estómago. Esto era real, esos labios que se movían contra los suyos eran reales. El pelo en el que enredaba sus dedos era de verdad.
En todos esos años, en todos esos meses, días, horas, minutos y segundos, imaginó millones de veces cómo sería volver a ver a Felix. Ahora, con su mano bajando hasta agarrar el culo con forma de melocotón, con las lenguas librando una batalla y el gemido de placer del chico que retumbó en su garganta, se dio cuenta de que nunca habría sido capaz de imaginar algo como esto.
Changbin quería morirse ahí. En ese aparcamiento, enredado a ese hombre.
Se separaron para respirar, y el resuello de Felix salió entrecortado. Se mordió el labio inferior y bajó los ojos con el rubor cubriendo los pómulos. Nada había sido más precioso en la vida de Changbin que aquella imagen.
—Voy a llevarte a casa —le dijo, acariciando con el pulgar la mejilla suave.
—Eh... Tengo una habitación en un hotel...
—No. Vamos a casa. No más hoteles, no más huidas, Felix. Vamos a casa.
—Pero...
—Por favor. Me lo prometiste, me prometiste que si te lo pedía me abrazarías, que dormirías a mi lado, que cuidarías de mí —rogó dejando un pico en los labios rojos que volvían a temblar.
—Changbin...
—Me lo prometiste y llevo mucho esperando. Llevo cuatro años y ocho meses esperando a que me abraces, Felix. —Se atragantó con el llanto y vio como los ojos contrarios se llenaban también de lágrimas.
Y volvió a abrazarlo, enredando sus dedos en el pelo de Changbin, apretando su cabeza contra el hueco de su cuello mientras los lamentos suaves se le escapaban de la garganta. Llevaba tantos años lejos de él, que de repente ese abrazo pareció parar el tiempo.
Ese ser humano que ahora le sostenía volvió a ocupar todo el espacio alrededor. Todo el aparcamiento, el edificio, la ciudad y el país, todo estaba lleno de Felix. De su olor, del sonido de su voz, del sabor de su saliva, de su llanto, de su calor.
Se separaron una vez más, mirándose fijamente, con la certeza de que era la primera vez que se veían de verdad. Esta era la primera vez en sus vidas qué Seo Changbin miraba a Lee Felix.
Ahora sabía que su hermano mayor se llamaba Lee Minho, que su hermana se llamaba Lee Ari y que el padre de Changbin, Seo Haeshin, la había matado. Ahora era consciente de que había trabajado para dañar a Jisung, también de que les había mentido durante el tiempo que se conocieron. Sabía que le había salvado de caer en las manos de Park Dongyoon, que había arriesgado su vida por sacar a Han de aquel zulo y que había matado a I.N para protegerlo.
Por primera vez, Changbin estaba mirando a Felix. Y lo único en lo que podía pensar era en que no quería mirar ninguna otra cosa jamás.
—Vámonos a casa —insistió, incorporándose.
Felix se bajó de su regazo con cuidado y se levantó del suelo, recogiendo su teléfono móvil y dándoselo. Changbin agarró su mano y tiró de él cuando estaba de pie. Le abrazó con fuerza, recordando cómo se sentía con la cabeza justo debajo de su barbilla. Restregó la mejilla llena de lágrimas en la coronilla del chico y escuchó la risa suave.
—Mis cosas están en el hotel...
—Podemos ir a recogerlas mañana, ahora nos vamos a casa —contestó empujándolo hasta la puerta del pasajero del coche.
Metió la mano en el maletín que seguía sobre el capó y, milagrosamente, las llaves aparecieron a la primera. Pulsó el botón y desbloqueó el vehículo. Abrió la puerta para él, lo sentó y le abrochó el cinturón. Felix tenía esa sonrisa confundida en su cara que siempre ponía cuando Changbin hacía cosas sin sentido.
Pero para él todo esto tenía sentido. Era racional y lógico que lo único en lo que pudiese pensar fuera en mantener a Felix tan cerca de él como fuera posible. En amarrar el cinturón para que no se marchase. Si no fuese porque tendrían un accidente le sentaría sobre sus rodillas e iría hasta casa con él encima.
Se sentó junto a él y lo miró incrédulo. Está aquí, es real. Le tomó de la mano y apretó un poco. La sonrisa llegó a sus ojos enrojecidos por las lágrimas. Apretó más fuerte los dedos suspirando y arrancó el motor del coche.
—¿Cuándo llegaste? —le preguntó.
—Esta madrugada. Me registré en un hotel cerca del aeropuerto y dormí durante todo el día. Luego... vine a buscarte...
—Gracias.
—¿Por qué?
—Por venir a buscarme.
Otra vez se sumieron en la quietud del momento. Changbin tenía tantas cosas que decirle, tanto que preguntarle. Quería saber dónde había estado, qué lugares había visto. Quería saber por qué había vuelto.
—Me registré con un nombre falso —susurró—, igual que viajé con un pasaporte falso. Tengo miedo de utilizar mi nombre —Changbin respiró hondo apretando los dedos en el volante—. Yo... Minho ha desaparecido...
—¿¡Qué!? —Agradeció al semáforo que se puso en rojo ante él y miró al chico que iba en el asiento del copiloto.
—Minho hyung ha desaparecido... No he sabido nada de él muchos días... Estoy asustado... Por eso he venido...
—Solo...
—No hubiese vuelto. Hyung no me hubiese permitido volver a Corea y ponerme en peligro, o ponerte en peligro a ti y a Jisung... Pero ha desaparecido y creo que ha sido alguien de aquí quien se lo ha llevado...
Changbin aceleró el coche sin decir nada, su cabeza daba vueltas a todo lo que estaba pasando de forma desordenada e histérica. Tenía sentido que él estuviese aquí solo porque su hermano había desaparecido. Pero, maldita sea, dolía. Esperaba que Felix hubiese vuelto por él, para buscarlo, para quedarse a su lado.
—Voy a protegerte, ahora puedo hacerlo. Voy a cuidar de ti. Encontraremos a Minho hyung y te quedarás.
—Changbin como...
—¿Puedo tener esto? ¿Por una maldita vez en mi vida puedo tener lo que quiero?
—No puedo prometerte que vaya a quedarme...
—Tienes que hacerlo. Tienes que quedarte Felix. —El coche entró en el lujoso complejo, los guardias de seguridad lo saludaron con la cabeza.
El polluelo no dijo nada más, solo miró por la ventana a la calle llena de casas igual de impresionantes. Changbin pulsó un botón en el mando que traía en la mano y la verja se abrió lentamente.
—¿Vives aquí?
—No. —Aparcó en la entrada del garaje y abrió la puerta del coche rápidamente, saliendo. Rodeó el vehículo antes de que Felix fuese capaz de salir y lo ayudó él mismo, tomándolo de la mano.
Lo llevó por el jardín de la entrada hasta la puerta principal. Tecleó el código en la cerradura electrónica y sintió el crecimiento de los nervios en el estómago. Empujó la puerta y entró, tirando de la mano de Felix hasta que pudo cerrar la puerta tras él.
El corazón quería salirse de su cuerpo. Sentía el sudor caer por su espalda en goterones helados, sus piernas parecían no querer sostenerle por más tiempo.
—¿Qué hacemos aquí si no es tu casa? ¿Es la casa de Jisung?
—No. No es la casa de Jisung. Y yo no he dicho que no sea mi casa, he dicho que no vivo aquí —explicó despacio, quitándose los zapatos negros y dejándolos en el mueble. El chico lo imitó y se quedó mirando los estantes que habían estado vacíos.
Los dedos del chico volvieron a enlazarse a los suyos y apartó la vista del armario para mirarlo. Entraron juntos a la estancia principal. Comedor, cocina y salón estaban en un mismo espacio, grande y funcional. No había escatimado en gastos para la decoración, de hecho, nunca había gastado tanto dinero en su vida hasta que compró esa casa.
—¿Te gusta? —le preguntó emocionado y él asintió con una sonrisa—. ¿Has comido ya? No hay nada aquí, pero podemos pedir algo. O puedo salir a comprar. Tú quédate aquí, saldré a comprar algo.
—Podemos pedir algo, o no, lo que sea —Felix se giró hacia él y lo abrazó de nuevo, metiendo las manos debajo de la chaqueta de su traje, y suspiró contra su camisa gris—. Ahora mismo solo quiero estar contigo. Te he echado tanto de menos, hyung, te he extrañado tantísimo...
En su pecho, de repente, explotaron millones de fuegos artificiales. Se sintió ligero, como si flotara y todo parecía correcto y en su lugar. Como si todos los segundos de la vida de Seo Changbin hubieran estado preparándolo para esas palabras.
Lo tomó por la barbilla para volver a besarlo. Sus labios estaban esperándolo, abiertos para él y la lengua traviesa entró en su boca rápidamente, con más hambre.
La estancia iluminada tenuemente, la intimidad de sus cuerpos juntos y la realización de que eran solo ellos dos en ese espacio privado desataron algo primitivo dentro de Changbin. Quería tenerlo, quería ver su piel desnuda en cada rincón de esa casa. Necesitaba crear recuerdos de las nalgas tersas de Felix sobre cada superficie de esa mansión. Lo deseaba tan desesperadamente que lo apretó contra su cuerpo, sintiendo la fricción contra su entrepierna que despertaba ante las imágenes que su mente estaba creando.
El polluelo respondió con un jadeo. Lo levantó en vilo, con un antebrazo sobre sus lumbares mientras su mano se enganchaba a su culo con avaricia. El joven enredó sus piernas delgadas alrededor de la cintura de Changbin sin separarse de su boca. El delicioso peso se estrelló contra el bulto de sus pantalones y casi se corre cuando sintió los dedos enredándose en su pelo.
Volvió a creer que era la primera vez que lo besaba. Maldita sea, siempre había sido así. Cada beso de Felix se sentía como el primero. La lengua entrando y saliendo de su boca le estaba volando la cabeza. No podía hacer nada racional, porque lo único en lo que podía pensar ahora mismo era en estar dentro de ese cuerpo de cualquiera de las maneras posibles.
Los labios calientes de Felix se separaron de los suyos y bajaron por la mandíbula hasta el cuello. Echó la cabeza hacia atrás, dándole más espacio para atacar su yugular. Un suspiro pesado se escapó de su boca abierta cuando sintió la húmeda lengua recorrer el espacio hasta el lóbulo de su oreja.
—Changbin... —La voz ronca y oscura de Felix entró en su oído haciéndolo estremecer.
El aire cálido de su aliento rozó su pabellón auditivo y los dedos de Changbin se clavaron sin clemencia en la nalga redonda que agarraba. Jesucristo, de verdad iba a correrse en la lana si seguía así. Dio algunos pasos a tientas, con la boca de Felix en su cuello torturándole, hasta que le apoyó en la pared del salón para apartarse un poco y mirarlo.
Los labios del chico estaban brillantes y rojizos, inflamados por los besos. Sus ojos vidriosos le observaron por unos segundos, buscando algo dentro de Seo Changbin que él no pudo averiguar. Las caderas estrechas se menearon sobre él, buscando más contacto.
—Felix... —contestó en un susurro, apretando los dientes para contener el rayo de lujuria que lo atravesó.
El chico lo apartó un poco de su cuerpo, sin soltar las piernas, apoyando la espalda en la pared. Changbin asió los muslos vestidos con pantalones vaqueros y deseó tener la piel desnuda apretada entre sus dedos.
Las manos de Felix bajaron y tiró de su sudadera y su camiseta. Se removió sobre él, sacando las prendas con dificultad mientras Changbin no podía hacer nada más que mirarlo y clavar sus dedos en las piernas que sostenía en torno a su cintura. Ah, joder, era tal y como recordaba.
—Estás más delgado —se quejó mientras una de sus manos subía por la cintura estrecha y acariciaba las costillas del chico.
Su pulgar rozó un pezón y escuchó la inhalación brusca. El polluelo se agarró a su chaqueta en los hombros y volvió a ondularse contra su entrepierna. Changbin empujó contra él, pegándose a su cuerpo. Besó el cuello y bajó hasta sus clavículas. Succionó la piel allí y Felix vibró en sus brazos.
El deseo urgente derribó por completo todas las posibles pegas que Changbin pudiese poner a esto. Toda la vergüenza y el pudor propios de sí mismo desaparecieron cuando tuvo el pecho de Felix frente a sus ojos.
—Te necesito, te necesito tan desesperadamente que me voy a morir si no te tengo ahora mismo —susurró contra la nuez de Adán.
—Joder... —resolló, mordiéndose el labio interior—... Yo también te necesito. —La confesión lo golpeó como un tren de carga y perdió la noción del tiempo y el espacio.
Las manos más pequeñas estaban en su camisa, desabrochando torpemente los botones. Tironeó de la tela para sacarla del pantalón y Changbin se vio obligado, a regañadientes, a bajar al suelo aquella preciosa carga.
Sacó su cinturón con prisa, lanzándolo lejos y terminó de desabrochar la camisa mientras veía cómo Felix se bajaba el vaquero ante él, apoyando la espalda en la pared. Se quedó paralizado cuando estuvo completamente desnudo, a excepción de los calcetines blancos.
Soltó su pantalón de traje y volvió sobre sus labios. La ropa le importaba una mierda ahora mismo. Sus manos acariciaron los costados desnudos, bajando de las costillas hasta las caderas, rodeando el cuerpo para dar un apretón fuerte a las nalgas que tanto había extrañado.
La polla dura de Felix se alzaba entre ellos, quería saborearla, quería saborearlo. Pero quería mucho más estar dentro de él, necesitaba imperiosamente estar dentro de ese cuerpo.
El chico maniobró abriendo las solapas de la camisa y la chaqueta que aún llevaba puestas y metió dentro sus manos ardientes, atacando los pezones sensibles de Changbin. Gruñó contra la boca rosada antes de volver a alzarlo en sus brazos.
Sintió la extensión de piel de su pecho contra el propio, su duro eje sobre el vientre de Seo Changbin, buscando fricción. Se besaron de nuevo, como si nunca fuera a ser suficiente, mientras los dedos ardientes se clavaban en su espalda.
Soltó uno de los cachetes a los que se aferraba y colocó la mano entre ellos, buscando el mástil del chico que rozaba su tripa. Le escuchó gemir y vio cómo echaba la cabeza hacia atrás, contra la pared, cuando lo envolvió entre sus dedos.
Los movimientos imprecisos de sus manos hicieron que el chico jadeara. Y todavía se sintió tan malditamente virgen... Changbin estaba actuando por puro instinto, sin tener ninguna experiencia o preparación más allá de la que Felix le había dado en aquel entonces. Sin embargo, era su mano la que estaba masturbando a ese hombre. Eran sus dedos los que hacían que gimiera y se mordiera los labios con fuerza.
—Por Dios, Changbin hyung, fóllame de una vez —rogó moviendo sus caderas contra su cuerpo.
Mierda. No tenía condones, no había lubricante en ningún lugar de esa casa.
Bajó despacio a Felix al suelo y se apartó dos pasos de él. El polluelo lo miró desconcertado, con los ojos desenfocados y la respiración desigual. Seo Changbin se tomó un momento para admirarlo: tan malditamente sensual... Desnudo, con esos calcetines blancos puestos. Le pareció repentinamente joven y angelical.
Era consciente de que el pene que el chico estimulaba frente a sus ojos era de un adulto. Pero igualmente, Felix parecía pequeño en comparación con Changbin; pequeño y salvaje, con el pelo alborotado por la intensidad con la que él lo había agarrado.
La mano del polluelo se movió sobre sí mismo y lo contempló embelesado. Su pulgar tocó el glande con un ronroneo grave y él estaba en sus rodillas otra vez, acercándose a cuatro patas hasta estar a la altura de esa erección que había sido todo en lo que Changbin podía pensar cuando se masturbaba en estos cuatro años y ocho meses.
Lo escuchó jadear cuando sus labios estaban cerca de la punta y la mano libre fue hasta su cara, acariciándolo suavemente.
—¿Estás seguro de esto? —le preguntó con la voz entrecortada.
—Puedo... —Changbin tragó saliva, ruborizado—. Quiero chupártela, Felix —dijo muy bajito, avergonzado por su propia osadía.
—Y yo quiero que me la chupes, hyung —contestó el chico, dirigiendo su erección a su cara.
Abrió la boca y recibió sobre su lengua la punta de su eje. El sabor salado y amargo del líquido preseminal fue como drogarse. Empujó su cabeza para tragar lo máximo posible y sus manos fueron a los muslos de Felix.
Movió la cabeza de adelante hacia atrás, saboreando la polla dura y caliente dentro de su boca, escuchando los gemidos ahogados del otro. La mano en la parte posterior de su cabeza afianzó el agarre y empujó a Changbin más fuerte, buscando su placer.
Recibió gustoso el embate de los impulsos del chico contra su cavidad mientras con una mano bajaba su ropa lo suficiente para liberar su propia erección. Un gruñido vibró en su garganta cuando se agarró a sí mismo y escuchó responder a Felix con un jadeo.
Trató de contener el reflejo nauseoso inevitable cada vez que aquel eje entraba en su boca. Respiraba por la nariz mientras la saliva goteaba de su labio inferior. Apretó su polla entre los dedos y se masturbó con la misma intensidad con la que la de Felix le embestía la garganta.
Miró hacia arriba y descubrió al chico con los ojos abiertos, tan concentrado en él que lo hizo sentir como un insecto bajo un microscopio.
—Joder, no tienes ni idea de lo mucho que he soñado con esto —gimió mordiéndose el labio inferior mientras acariciaba su mejilla ahuecada por la succión—. Estoy cerca... muy cerca de correrme... Dios Santo, estoy cerca de correrme desde que te vi en el aparcamiento —confesó, reanudando los movimientos de sus caderas contra la cara de Changbin.
Un lamento lleno de lujuria se escapó de su pecho y su mano se movió más rápido contra su propio eje. Las palabras de Felix siempre enviaban imágenes explícitas a la cabeza. No pudo evitar pensar en esa polla que había estado dura en aquel parking, en el coche y ahora golpeaba contra su úvula inclementemente. Dios santo, necesitaba tener a Felix también en el aparcamiento, en su despacho, en el vehículo; se la chuparía en cualquier lugar del mundo.
Quería que se corriese en su boca, iba a tragarse hasta la última maldita gota que saliese de ese pene. Movió la lengua contra la punta mientras su mano acariciaba el costado de Felix, subiendo hasta llegar a sus pezones pequeños. Rozó uno con el dedo índice y los movimientos de las caderas frente a él se hicieron más irregulares.
Se aventuró a agarrar el guijarro oscuro entre sus dedos y lo rodó, tirando con algo de fuerza. Felix gimió abandonado. Sus embestidas eran más cortas, más rápidas, más desesperadas, y también lo eran los vaivenes de su propia mano en su erección. Se iba a correr en breves instantes, no necesitaba nada más que esa polla en la boca para sentir el orgasmo construirse en su bajo vientre.
Sus bolas dieron un tirón, pegándose al cuerpo, antes de que descargase sus fluidos sobre su regazo y su mano. Gimió mientras se corría, con el pezón del chico apretado entre sus dedos y su mástil descolocándole la mandíbula.
—Changbin, me corro —se quejó Felix saliendo.
—No, córrete en mi boca —rogó volviendo tragarla, escuchando el quejido lastimero de Felix.
Se vino dentro de su cavidad, con la polla tan cerca de su garganta que estuvo a punto de ahogarse. Por suerte para ambos, la sacó a tiempo, dejando el glande sobre sus labios. Changbin sacó la lengua sintiendo el chorro caliente en su paladar con el sabor de Felix en todas partes.
Los gemidos bajos terminaron en unos segundos, mientras el chico se acariciaba perezosamente a sí mismo. Se miraron antes de que Changbin cerrase la boca y tragase todo lo que había en ella. Felix volvió a gemir, observando incrédulo sus movimientos.
—Esta es la cosa más sexy que he visto en mi vida —comentó acariciando suavemente el pelo de Changbin—. Ni siquiera te has quitado el traje... —Los ojos del chico brillaron y una sonrisa pícara le contrajo la mejilla.
El sonrojo estalló en su cara y cuello. Se miró a sí mismo y gruñó mortificado imaginando cómo debía verse ahora mismo. Seo Changbin, C.E.O. de Han Bank, estaba arrodillado, con su traje arruinado por haberse masturbado mientras chupaba la polla de aquel chico desnudo que parecía un colegial. Se fue a tapar la cara avergonzado y recordó que su mano estaba llena de sus fluidos.
Escuchó la risa melodiosa de Felix sobre él antes de que tirase para levantarlo. Changbin se puso de pie y se subió el calzoncillo. Caminó hasta el fregadero de la cocina y se lavó las manos allí antes de echar un nuevo vistazo a sus pantalones manchados.
—Changbin, sabes que no hemos terminado, ¿verdad? —dijo el chico a su espalda, haciéndolo estremecer.
—No... no tengo condones ni lubricante aquí. —Oyó el trasiego a su espalda, pero no se giró. Se acercó a la nevera y cogió una botella de agua.
Gracias a Dios, sí que había dado la orden de abastecer esa cocina con agua, café y té para los trabajadores. Bebió unos largos tragos antes de sentir a Felix. El chico le quitó la botella y bebió un poco también antes de dejarla sobre la encimera. A su lado había dos sobres que reconocería en cualquier lugar del mundo.
—Antes de salir del hotel pensé que tal vez tendría suerte y acabaría desnudo con tu polla clavada hasta el fondo —confesó, dándole la vuelta. Las palabras enviaron un rayo directo a su entrepierna que volvía a despertar de su interludio anterior—. Parece que la fortuna me sonríe, porque definitivamente estoy desnudo... y, por supuesto, vas a clavar esa polla dentro de mí.
La mano de Felix se metió dentro del pantalón que aún no estaba del todo abrochado para agarrar su creciente erección por encima de la ropa interior. Changbin gimió moviendo las caderas contra sus caricias. Los labios del chico tocaron su pecho y su lengua recorrió un pezón apartando a un lado la camisa y la chaqueta.
Intentó quitársela, pero él se lo impidió: —Quédate así... Me pone mucho saber que vas a arruinar ese traje cuando me folles en los próximos 30 segundos.
Se separó de él y se apoyó en la isla que separaba el espacio de la cocina del resto de la estancia. Abrió las piernas, poniendo su culo en pompa y Changbin sintió que toda su sangre estaba concentrada en el furioso bulto que se apretaba otra vez contra sus bóxer negros.
La visión del trasero de Felix en la cocina que había construido para él, en la casa que había comprado para él, era como una fantasía hecha realidad. Todavía no creía que esto fuera real, que esa obra de arte estuviera ante sus ojos. Sintió un leve mareo, como el síndrome de Stendhal, abrumado ante lo perfecto de la imagen erótica.
Cogió el condón y se lo puso sin contemplaciones, sacando su pene del pantalón solo lo necesario. Si a Felix le gustaba que llevase traje cuando follaban, se aseguraría de comprarse cientos de ellos. Podría arruinarlos todos si con eso conseguía entrar dentro de ese hombre.
Se acercó a él y abrió el sobre de lubricante con los dientes. Acarició una de las nalgas satinadas con las que tantas veces había soñado y dejó caer el líquido entre ellas, escuchando el suspiro ajeno.
Los dedos de Changbin temblaban cuando se acercaban al orificio trasero. Rozó apenas, con cuidado infinito, temiendo hacerle daño. De pronto, toda la valentía se había drenado y solo sentía un miedo ensordecedor en sus oídos que le impedían moverse.
—Changbin, está bien... Como te dije he venido, hmm, preparado —La mano de Felix apareció en su campo de visión y vio que su dedo índice y corazón desaparecían dentro de aquel agujero en movimientos fluidos.
Aspiró el aire bruscamente y tuvo un recuerdo vívido de su primera vez. De cómo el chico le había mostrado cómo tenía que hacerlo para darle placer. Maldición, Felix había sido un profesor excelente y Changbin se consideraba a sí mismo un alumno aventajado. Este tipo de cosas no se olvidaban, ¿verdad?
Acarició los dedos que seguían allí y apretó su índice en la entrada. El joven inhaló profundo mientras su falange se metía entre las de Felix. El lubricante frío se calentó al instante dentro del agujero. Se movió, comprobando con asombro lo excitante que era ver desaparecer ahí adentro los dedos más pequeños acompañados del suyo.
—Voy... voy a hacerlo, Felix —avisó y el chico contestó meneando esos globos rosados ante él descaradamente, sacando sus dedos.
—Hazlo, llevo esperando a que me folles demasiado tiempo...
Changbin perdió el norte cuando empujó su glande contra el agujero del chico. Entró despacio, escuchando las inhalaciones hondas que Felix hacía, con la cabeza y sus brazos sobre la encimera. La prensa apretada sobre su eje casi le hace perder el conocimiento.
Esto era mejor que cualquier cosa que hubiese imaginado. El calor ardiente de las paredes del recto del chico calentaba su polla hasta que creyó que podría derretirse. Cuando entró hasta la base se dejó caer suavemente sobre la espalda y depositó un beso en la nuca.
Suspiró, acariciando con sus manos la cintura y las costillas. Pasó las palmas sobre los pezones y sintió la ligera ondulación de sus músculos internos sobre su mástil. Ambos gimieron.
—Dios, Felix... —susurró perdido.
—Fóllame, fóllame por todas las veces que no lo has hecho en estos años —rogó mordiendo su labio inferior, con la cabeza ladeada para mirarlo.
Changbin se enderezó y afianzó las caderas entre sus manos antes de salir de su cuerpo. Cuando solo la punta quedaba dentro, embistió con fuerza, clavándose en las profundidades apretadas. Volvieron a gemir al mismo tiempo, encontrándose de nuevo en medio del maremoto lascivo de su deseo.
Se desató algo dentro de él cuando sintió las piernas del chico temblar con sus golpes. Su visión se volvió borrosa y sus caderas se movían inconscientemente, como si aquel vaivén fuese todo para lo que había nacido Seo Changbin.
Los gemidos de Felix resonaban en la estancia y fue ligeramente consciente de que quería verlo, necesitaba verle la cara de nuevo cuando se corriese. Sin embargo, embistió con más fuerza, sintiendo como el culo le apretaba, tirando de él hacia dentro.
—Más, sigue, por favor, sigue —gritó Felix entre ruidos guturales.
Puso una mano en su hombro y agarró la cintura con la otra. Con todas las ganas que había contenido por años, penetró el agujero que ahora tragaba su mástil y miró, hipnotizado, como su polla parecía tan ancha y grande comparada con aquellas nalgas aterciopeladas.
Jesucristo, algo oscuro estaba haciéndose cargo porque no podía parar de pensar en que tenía que joder tan fuerte a Felix que fuese incapaz de marcharse de su lado. Tenía que darle tan duro, con tanta fuerza, que no pudiese moverse en una semana.
Salió del cuerpo de un tirón y vio la confusión en los ojos de Felix. Le dio la vuelta y volvió a besarlo, necesitaba esos labios sobre los suyos. Lo subió a la isla de la cocina y barrió el servilletero y los utensilios que había tras él con el brazo, sin separarse de su boca.
Empujó con su cuerpo hasta que el torso de Felix estaba tumbado y acarició el pecho suave, sintiendo la piel de gallina bajo sus dedos. Cogió al chico por los tobillos y apoyó sus piernas sobre sus pectorales, con sus pies con calcetines blancos sobre los hombros.
Volvió a entrar en su cuerpo con dificultad, abriendo el estrecho espacio allí con su polla enfundada. Ahora podía verlo, ahora veía a Felix con la cara contraída de placer. La mano derecha del chico bajó sobre su propio eje que se endurecía de nuevo.
Changbin empujó, con un brazo trabando sus muslos y el otro en su cadera. El ritmo se elevó en pocos segundos, convirtiéndose en una carrera a muerte por conseguir presenciar el orgasmo de ese hombre.
—Por favor... sigue así, así...—gimió Felix con su mano masturbándole mientras Changbin cavaba dentro de él.
Cambió el ángulo ligeramente, imprimiendo más fuerza hacia arriba cuando entraba y lo escuchó. Escuchó el sonido agudo que hacía cuando golpeaba su próstata. Esa especie de gruñido que lo había perseguido en sueños todos estos años.
Changbin no tuvo piedad. Golpeó sin tregua en aquel lugar exacto cada vez que podía. Correrse pasó a un segundo plano, ahora mismo solo importaba cómo ese cuerpo delgado se veía deliciosamente corrompido. Como los ojos del chico se cerraban mientras su boca jadeaba por aire.
Esto era todo lo que siempre había querido. Este hombre desnudo, masturbándose, apretando su polla en su trasero angosto. Necesitaba ver los chorros de su semen manchar su vientre pálido, necesitaba sentir su cuerpo tenso y vibrante.
El sudor caía por su frente y su pecho. Besó una de las pantorrillas de Felix justo por encima del calcetín sin dejar de embestir. Abrió las piernas y apretó la cintura con sus dedos afianzándolo para continuar con los movimientos.
Sintió la anticipación del orgasmo construyéndose en sus bolas apretadas. Felix gritó algo incomprensible mientras su culo lo estrujaba como un puño de hierro. Vio el semen salpicar el pecho y notó como la presión aumentaba cada vez que un chorro salía disparado de la polla sensible del chico.
Changbin, definitivamente, perdió la cabeza.
Sus golpes erráticos se hicieron superficiales y rápidos y continuó hasta que el calor de su propia eyaculación llenaba el condón, enterrándose hasta la base dentro de aquel canal que había extrañado tanto.
Le temblaban las piernas cuando el orgasmo terminó de drenar la energía y se apoyó con los antebrazos a cada lado de la cabeza de Felix. Con los ojos cerrados, a tientas, encontró los labios carnosos y los besó de nuevo, bebiéndose el jadeo cansado que se escapó de ellos.
—Te quiero, Felix, te amo —susurró contra la boca rosada.
—Y yo a ti, Changbin hyung —contestó el chico, con sus alientos mezclándose.
Por primera vez Seo Changbin había hecho el amor con Lee Felix.
Después de unos minutos en los que trataron de recuperar el aliento, Changbin sacó su polla blanda del lugar al que pertenecía y se quitó el condón, tirándolo en la papelera debajo del fregadero. Cuando se volvió de nuevo hacia Felix él estaba tratando de levantarse de la encimera.
Se acercó y acarició los muslos suaves, colocándose entre ellos. Con una mano en su espalda lo ayudó a incorporarse, sentándolo más cómodamente sobre la isla de la cocina. Lo abrazó por los hombros y dejó un beso suave, como una pluma, sobre sus labios, con una sonrisa satisfecha.
—¿Quieres que pida algo de comer? —preguntó Changbin sin separarse de su boca. Él negó con la cabeza y restregó su cara contra su mejilla—. Tienes que comer algo, estás muy delgado. Voy a pedir comida mientras te das una ducha, ¿de acuerdo?
—No tengo ropa para cambiarme —Mejor, pensó Changbin, así tendría que estar desnudo toda la noche, con el olor del jabón que él había escogido—. ¿Qué estás pensando? —Lo miró entrecerrando los ojos con sospecha.
—Nada —mintió.
—Qué pervertido —bromeó—. Cuando piensas cosas sucias pones una cara muy particular, así que no me preguntes cómo lo sé.
—Arg —gruñó mortificado, hundiendo su cara en el hueco de su cuello—. Ve a ducharte, deja de molestarme —Lo bajó de la superficie por la cintura.
Changbin cogió su teléfono móvil del maletín que había abandonado en la puerta y pidió comida rápidamente mientras acompañaba al chico escaleras arriba. Lo condujo hasta la habitación principal, un poco nervioso por saber si le gustaría la decoración que había escogido para él. Abrió la puerta y lo dejó entrar antes.
—¿Te gusta? —preguntó sintiéndose inquieto.
—Es precioso —contestó dando un par de pasos dentro del cuarto.
Las paredes blancas contrastaban con los muebles de madera clara. Los detalles azules y verdes le daban un poco más de calidez. La cama grande tenía un cabecero azul celeste y las sábanas y los cojines eran de distintos tonos de azul y verde.
—Es mucho más bonito que tu habitación gris —comentó Felix casualmente acercándose a la cómoda de la pared. Abrió el primer cajón y encontró dos camisetas y dos pantalones con etiqueta, además de ropa interior sin estrenar—. ¿Dónde vives normalmente? ¿Esta es la casa donde traes a tus conquistas?
—¿Qué? ¡No! —negó, repentinamente agobiado—. Claro que no... Vivo en un apartamento cerca del distrito financiero.
—¿Por qué no vives aquí? —Lo miró sacando una camiseta del mueble y un boxer que sabía que le quedaría grande.
—Porque... —¿Debía decírselo? ¿Debía ser sincero con él y contarle que había comprado esta casa solo para él? —. Es... Esta casa la compré para ti —confesó en un susurro, bajando la mirada al suelo.
El silencio se apoderó del espacio por unos minutos que parecieron interminables. Felix no dijo nada, absolutamente nada. Pero escuchó la puerta del baño cerrarse y levantó los ojos para encontrarse a sí mismo solo en aquel espacio. El pecho le dolió con fuerza, como si, de repente, el pequeño se hubiera marchado de nuevo. Como si hubiera vuelto a perderlo. Y fue casi tan duro como aquella madrugada bajo la lluvia.
***
2/3
Este capítulo es tan largo, navegantes, pero es uno de los más emocionantes y hermosos que hay en este libro.
Dios, siempre me pasa lo mismo con mis historias, empiezan siendo dos protagonistas y los secundarios se me suben a la espalda y me roban el corazón. AMO a Changbin y Felix en esta historia (y en la vida real también). Espero que los amen ustedes también.
¡Nos vemos en el infierno!
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