4. Asociación ilícita

🎶Banda sonora: Cradles - Sub Urban🎶

Miércoles 2 de diciembre

Estiró los brazos destensando su espalda contracturada. Miró la pantalla del ordenador con el contrato de la última gran cuenta que había conseguido Han Bank. Él no era una persona presumida, pero se sentía orgulloso de sí mismo.

En los últimos tres años había logrado mantener el ritmo que Keunabeoji-nim Han Jihyeon había llevado en el banco. Cuando Jisung le había nombrado oficialmente C.E.O., el valor de la entidad había caído en picado. Dudó tantísimo de sí mismo entonces, que habló con su amigo sobre la posibilidad de buscar a otra persona.

Por suerte para Changbin, Han había sido absolutamente inflexible al respecto. Y ahora, después de estos años, había conseguido recuperar la posición de Han Bank en el mercado. Sus planes de crecimiento iban viento en popa y parecía que en la próxima junta de accionistas podría dar por fin buenas noticias. Le mandó un mensaje a Jisung para cenar juntos. El chico aceptó y dijo que estaría allí en una hora.

Changbin nunca pensó que alguna vez en su vida se sentaría a este lado del escritorio. Miró el sofá que había ocupado durante casi dos años con cierto rechazo. Se arrepentía profundamente de haber formado parte de aquello que había hecho tanto daño a Jisung. De esa mierda que les había roto, a los cuatro.

Él siempre había sido una persona humilde. No necesitaba mucho para estar bien. Incluso dirigiendo uno de los bancos más importantes de Corea, todavía vivía en un apartamento con una habitación y un baño . Su ropa seguía siendo funcional y cómoda y conducía un coche de gama media. Los lujos y las extravagancias eran algo más propio del antiguo Jisung.

Sin embargo, todavía había algo que ambicionaba por encima de todo, algo que no podía conseguir ni con todo el maldito dinero que ahora llenaba sus cuentas: tenía la triste esperanza de que el polluelo volvería.

Había comprado una casa en el mismo complejo de lujo que Jisung, a las afueras de Seúl, pero todavía no había dormido allí. Tampoco se lo había contado a su amigo. Era una especie de secreto que guardaba con recelo. Igual que las veces que pensaba en aquel hombre mientras su mano rodeaba su erección.

Changbin no era capaz de mirar a otros con los mismos ojos que miró a Felix. Y no había podido dormir en la casa porque, para su avaricioso corazón, era el lugar que compartiría con su chico en el futuro, cuando volviese a respirar su aliento cálido contra su piel.

Ese chalet lleno de muebles que nadie había usado, con un servicio de limpieza, era el espacio que había comprado para Felix. Para que tuviera un lugar al que volver, un lugar en el que vivir. Un lugar para los dos. Un hogar que no permitiría que nadie destruyese.

Sabía que era una estupidez y que, después de todo lo que le había dicho a Jisung para sacarlo del hoyo, era hipócrita como la mierda. Han seguía sin poder pronunciar sus nombres y Changbin le decía que no era sano, mientras él mantenía perfectamente funcional una casa de cuatro habitaciones en las que nadie había dormido.

¡Qué desgraciado!, se reprendió a sí mismo. Por lo menos Jisung estaba intentando rehacer su vida. 

Choi Soobin era tan abiertamente romántico, estaba tan seguro de su interés, que a Changbin le pareció extraño. Pero no podía quejarse, Dios Santo, Jisung de verdad sonreía cuando hablaba del chico; se sonrojaba cuando Soobin coqueteaba con él en público e incluso habían acabado cenando una vez a la semana en casa del hombre.

Seungmin era otro tema. Jisung todavía era frío y desagradable con el veterinario la mayoría del tiempo, pero a Seo Changbin le caía extrañamente bien. Era un torbellino de energía colmado de sarcasmo y comentarios con doble sentido que le hacían enrojecer. Quizá solo le caía bien porque le recordaba, en algún sentido, a él. Quizá a Jisung solo le caía mal porque también le recordaba a él.

El teléfono sobre su escritorio sonó y Changbin lo descolgó.

—Seo Changbin-ssi, un mensajero trae una notificación para usted, ¿bajará a recibirla o le hago subir?.

—Hazle subir, por favor —contestó suavemente.

—De acuerdo.

—Gracias. —Colgó y miró al frente, a la puerta de madera que le separaba del resto del edificio.

Su asistente llamó a la puerta poco después, acompañado de un chico apropiadamente vestido con el uniforme de la empresa de mensajería. Le tendió un sobre marrón y un documento oficial que debía firmar.

—¿Qué es esto? —preguntó tras hacer una reverencia.

—Es un burofax, necesito que firme este acuse de recibo —contestó el mensajero en un murmullo. Él sonrió al chico y le facilitó lo que necesitaba antes de que se marchase de allí.

Su asistente volvió tras unos segundos en los que, seguramente, había despedido al muchacho en el ascensor: —Seo Changbin-ssi, ¿necesita algo más?

—Puedes marcharte a casa ya.

La chica se fue haciendo una reverencia y cerró la puerta. Changbin miró su reloj de pulsera, Han tardaría como máximo cinco minutos en llegar. Se acomodó en el sofá que ya nunca usaba y abrió el sobre que tenía en sus manos.

Sacó las hojas impresas y, si no hubiese estado sentado, hubiese colapsado en el suelo.

Le temblaron las manos y apretó el papel entre sus dedos. Tuvo que respirar hondo unas cuantas veces, sentía como si su imaginación le estuviera jugando una mala pasada. Esto no es posible, esto no puede estar pasándome justo ahora.

—Changbin, ¿estás bien? —La voz de Jisung llegaba desde algún sitio, pero no podía apartar la vista del documento que tenía en sus manos. No podía moverse, no podía reaccionar.

Lo sacudieron por el hombro y giró la cabeza para clavar sus ojos en los de Jisung. Estaba a punto de echarse a llorar. La cara de su amigo se frunció en un ceño preocupado y tiró de las hojas en sus manos tratando de arrancárselas de allí fallidamente.

—¿Qué está pasando, Changbin? —preguntó cuando no pudo sacar los documentos de sus dedos entumecidos.

—Es... es una citación judicial...

—¿Qué? ¿Una citación judicial para qué?

—Estoy... Me... —tartamudeó tratando de encontrar las palabras—. Creen que colaboré con Dongyoon.

—¿Qué?

—Me están investigando por presunta asociación ilícita con una organización criminal... Creen que yo colaboraba activamente con tu padre para blanquear el dinero de Park Dongyoon —explicó con la voz temblando, tratando de contener la ansiedad que atenazaba su estómago.

Los ojos de Jisung se abrieron como si fueran a salirse de sus órbitas. Se levantó de un salto del sofá y agarró los documentos que Changbin ya no sostenía con tanta fuerza. Los leyó rápidamente, una lectura superficial y los lanzó sobre la mesita delante del sofá con rabia.

—Ese cabrón no puede dejarte ser feliz ni después de muerto —gruñó.

—Jisung, ¿qué demonios voy a hacer?

—Vamos a solucionarlo. Vamos a arreglar esta mierda.

—Yo... creo que... creo que debería apartarme de mis deberes durante un tiempo... Tengo que desaparecer del ojo público, si esto llega a la prensa el banco volverá a verse afectado.

—Una mierda, Changbin. Tú eres inocente, no vas a esconderte como si hubieses hecho algo malo.

—Pero yo... yo sabía, Jisung... Sabía que tu padre estaba metido en esas cosas. Yo... soy culpable.

—Eras joven y mi padre te manipulaba. Tú no eres culpable de nada. Y cállate, no vuelvas a decir eso nunca más. Vamos a arreglar esto. Vamos a arreglarlo.

Changbin miró sus manos abiertas sobre su regazo. El aire empezó a parecer caliente en sus pulmones y su respiración se agitó. Sabía que estaba a punto de hiperventilar. Su diafragma se contraría mientras su pecho subía y bajaba. La vista se le nubló. Su corazón golpeaba contra las costillas y el mareo casi lo hizo caer al suelo. Sintió el sobre en su cara y el cuerpo de Jisung contra él, empujándolo con la cabeza entre sus rodillas.

—Respira hondo, sigue mi ritmo. —Su tono de voz era suave y estaba en su oreja. Agarró el sobre de cartón con las manos alrededor de su boca y se concentró en el sonido de las inhalaciones de Han a su lado, en cómo el pecho del chico subía y bajaba contra su hombro.

No quería ir a la cárcel. No quería que el banco perdiese dinero. No quería estar lejos de allí. ¿Qué pasaría si Jisung lo necesitaba y él estaba en una celda? ¿Qué pasaría si Jisung volvía a discutir con Seungmin y él no estaba allí para contenerlos? ¿Cómo se recuperaría Han si ahora también lo perdía a él? ¿Qué pasaría si Felix volvía y no podía encontrarle en Han Bank? ¿Quién le daría la copia de la llave de su casa al polluelo?

—Changbin, concéntrate en mi voz, por favor. Inhala... exhala... inhala... exhala... —La mano de su hermano estaba en su espalda, haciendo círculos tranquilizadores mientras Changbin sentía las lágrimas caer de sus ojos y su respiración empezó a nivelarse con las órdenes que daba.

No supo cuánto tardó en sentir que podía hablar. El pinchazo en sus pulmones y el ritmo de sus resuellos se relajaron. Se incorporó y cayó hacia atrás, resbalando un poco por el sofá hasta que su cabeza quedó contra el respaldo.

Jisung apartó el pelo de su frente sudorosa y le quitó el sobre de la cara. La bocanada de aire se sintió fría y refrescante. Su amigo se acomodó a su lado, pasando su brazo bajo la cabeza de Changbin, colocándolo contra su hombro para continuar con sus dedos enredados en el pelo.

Cerró los ojos unos segundos, volviendo a la realidad, mientras escuchaba el latido de Jisung y sentía las yemas de los dedos masajeando su cabeza con calma y en silencio.

—Tengo una casa, Jisung —susurró roncamente.

—Eh... ¿qué?

—Tengo una casa, compré una casa, cerca de donde vives.

—Ah... ¿somos vecinos?

—No. No vivo allí, nadie vive allí —Su amigo se quedó callado, pero las caricias en su pelo no cesaron. Changbin sintió la imperiosa necesidad de contarle todo—. La casa está completamente equipada, pero nadie la ha utilizado. El jardín está cuidado y la piscina también.

—¿Por qué tienes una casa donde no vive nadie? ¿Por qué me estás contando esto ahora?

—Porque si voy a la cárcel...

—Cállate, no vas a ir a la cárcel, vamos a arreglar esto —interrumpió.

—Si voy a la cárcel, Jisung, cuida la casa. No la vendas, no dejes que se malogre, no permitas que le pase nada a la casa. —Abrió los ojos para mirarle y su amigo frunció el ceño confuso.

—¿Por qué demonios me estás diciendo esto?

—Porque quiero que me prometas que cuidarás la casa. Y que le darás la llave a Felix si vuelve. No es mi casa, Jisung, por eso no vivo allí. Esa es su casa. ¿Me lo prometes? ¿Me prometes que si voy a la cárcel protegerás ese lugar? —Changbin le agarró de la mano desesperado, buscando su asentimiento. Los ojos de Han se cerraron un momento—. ¿Me prometes que lo harás aunque no le hayas perdonado?

—Sí... —susurró—. Te lo prometo... Pero me aseguraré de que no vayas a la cárcel y que podrás darle la llave tú mismo.

Viernes 10 de diciembre

Los labios carnosos de Soobin estaban sobre los suyos. Su mano grande le agarró la cara y la lengua entró en su boca buscando contacto. Lo besó con parsimonia, saboreando lentamente, con la emoción construyéndose a fuego lento.

Sus bocas encajaban, reconociéndose, las lenguas danzando en una balada sosegada. El espacio entre sus cuerpos desapareció cuando la otra mano de su amante tiró de él, apretándolo contra las líneas de su pecho duro. Sus caderas rozándose, la tela de sus trajes haciendo fricción.

Se separaron y el pulgar acarició el labio inferior de Jisung. La enorme sonrisa en la cara del guapo conejito le hizo sonreír también. Era tan jodidamente fácil sonreír cuando Soobin estaba junto a él. El espacio personal de Han estaba ahora invadido por aquel chico, con sus labios aún hormigueando por el beso y sus manos calentándole.

—¿Qué te pasa? —preguntó Choi, mirándolo directamente a los ojos.

—¿Qué quieres decir?

—Estás extrañamente ausente hoy... Como si tuvieses la cabeza en otra parte.

—Ah... Cosas del trabajo...

—¿Estás seguro? —Soobin era tan cuidadoso siempre, tan malditamente atento.

Jisung le acarició el pelo, dejando que sus dedos se enredasen en las hebras finas de color negro. Los ojos amables no se fueron de su cara y su expresión era tranquila a pesar de que parecía genuinamente preocupado.

—Changbin está siendo investigado por la policía...

—¿¡Qué!? —exclamó el chico, apartándose un poco con sorpresa.

—Le acusan de presunta asociación ilícita y blanqueo de capital.

—¿Qué coño estás diciendo, Jisung? ¿Estás bromeando? Porque si es una broma no tiene ninguna gracia. —Se separó de él completamente dando un paso atrás, mirándolo con el ceño fruncido.

—No es una broma. No puedo quitármelo de la cabeza y no sé cómo ayudarlo... No sé a quién consultar esto para que no afecte a su imagen pública... Necesitamos que esto esté solucionado cuanto antes porque sé que es inocente. Me cortaría los dos brazos por él, Soobin.

Soobin suspiró y caminó hacia el sofá del salón, dejándose caer pesadamente. Se apretó el puente de la nariz haciendo pequeños círculos y resopló de nuevo, frustrado. Jisung caminó y se sentó a su lado, poniendo una mano sobre su rodilla.

—Gracias por contármelo... Entiendo lo difícil que tiene que ser esto —comentó pasando un brazo sobre sus hombros para reconfortarlo—. Sé que confías en él, Changbin hyung es una persona extraordinaria... No le conozco desde hace tanto pero creo que también pondría la mano en el fuego por él.

—Nunca te quemarías —afirmó agradecido. Soobin siempre, absolutamente siempre, sabía qué decir para hacerlo sentir mejor—. Pues así estamos... La citación llegó hace una semana y todavía no sabemos a quién demonios llamar para solucionarlo. Changbin está aterrorizado, no solo por la propia investigación, sino porque afecta a la imagen del banco. Ha pensado en apartarse de sus deberes momentáneamente.

—No creo que deba hacerlo. Es inocente, no tiene que esconderse como un criminal —El tono que el chico utilizó fue tan beligerante que Jisung sintió su corazón henchido de orgullo.

Se subió sobre sus piernas a horcajadas y volvió a besarlo, esta vez con más fuerza. Su lengua entró en el juego mientras agarraba ambos lados de la cabeza. Se tragó el gemido bajo de Soobin, que respondió al beso con la misma pasión.

Las manos de su amante subieron por los muslos de Jisung, embutidos en el pantalón de vestir y le dio un apretón en las nalgas. Sus bocas se movieron la una contra la otra, con Han desesperado por demostrarle cómo se sentía, cómo de agradecido estaba por confiar tan ciegamente en su hermano.

Se separó de él suavemente y la saliva chasqueó. Soobin abrió los ojos y le miró con una media sonrisa aturdida en su cara atractiva.

—Gracias —susurró Jisung contra sus labios dejando un pico sobre la boca sensual.

—Dime qué es lo que he hecho para poder repetirlo... —contestó él con la voz ligeramente ronca, apretando sus nalgas contra él.

—Has dicho exactamente lo que tenías que decir...

—Entonces... si te digo que conozco a alguien que podría ayudar, ¿qué vas a hacer? —preguntó con media sonrisa.

—Si me dices que conoces a alguien que podría ayudar es posible que esta noche lo pases muy bien. —Levantó las cejas y movió sus caderas restregándose contra el regazo del chico. Los dedos en sus nalgas se apretaron, presionándole más cerca.

—Muy buena oferta... Antes de que hagas que toda la sangre de mi cuerpo se concentre en el mismo sitio, recuérdame mañana contactar con ese alguien.

—¿Quién es? —Jisung se sentía ahora curioso y excitado a partes iguales. Quería saber más sobre esa persona, aunque también quería quitarle el traje azul marino de encima a Soobin y cabalgarlo hasta correrse.

—Es un conocido de mi padre. Es abogado, estudió en Yale, en Estados Unidos y ha trabajado durante muchos años para un bufete de Los Ángeles. Volvió a Seúl hace unos meses para crear su propia firma.

—¿Y cómo podría ayudarnos?

—Está especializado en este tipo de casos, sobre todo desde el punto de vista de la discreción. Ha trabajado para celebridades y políticos en América. Le llamaré mañana para organizaros una reunión.

Jisung observó con detenimiento sus facciones, sus ojos tiernos, su sonrisa brillante y sincera, sus hoyuelos. Lo besó de nuevo, incapaz de contenerse. Soobin tenía un tipo de encanto diferente a todo lo que se había encontrado en su vida.

La realidad es que antes tenía un imán para los hombres problemáticos y, a fuerza de la costumbre, aprendió a lidiar con ellos. Sin embargo, Choi Soobin era tan... fácil. Tan fácil que a veces no sabía cómo tratarlo. Se había convertido en una constante a su alrededor los últimos meses y ya no le molestaba que coqueteara con él en público o en privado. Ya no le incomodaba tenerlo sobre su boca en cuanto encontraba un lugar discreto en el que estuvieran solos.

Los besos de Soobin siempre hacían que Jisung se sintiera calmado, como si su saliva tuviese un narcóticoe. Podían pasar mucho rato solo besándose, solo acariciando los labios del otro, tragándose los jadeos contrarios, apenas acariciándose por encima de la ropa.

Era tan genuinamente noble y agradable que alguna vez las miles de alarmas de su cabeza sonaron con desconfianza. Pero terminaron apagándose. No sabía bien por qué, pero ese chico hacía todo con tanta naturalidad que le era imposible no fiarse de él.

Como en ese momento, en el que los labios carnosos se movían sobre los suyos mientras las manos gentiles de su amante empujaban sus caderas más juntas. Jisung quería quitarse la ropa, quería quitársela a él. Quería sentirlo por todas partes como cada vez que tenían sexo. Quería agradecer por todo lo que estaba haciendo por él. Quería contarle todas las verdades que le estaba ocultando. Quería, de verdad, que ese sentimiento de orgullo que estaba pulsando en su sangre, se convirtiese en todo lo que sabía que Soobin esperaba de él.

—Gracias, otra vez—le dijo.

—Lo arreglaremos, ya lo verás.

Jisung cayó sobre su cuello, aspirando su olor, dejando besos húmedos sobre la piel. Por supuesto que sí, lo arreglarían.

Lunes 14 de diciembre.

—Quokka, todavía no entiendo por qué tenemos que hablar con alguien externo. El banco tiene un buen departamento legal y tú tienes más de una docena de abogados alrededor —comentó, sentado en el sofá a su lado.

—No estoy diciendo que tengamos que trabajar con él, pero démosle un crédito. Soobin me dijo que es muy bueno en lo que hace y el hombre ha hecho un hueco para nosotros a pesar de estar ocupado como el demonio.

—Bueno, bien, como quieras...

Su amigo sonaba derrotado cuando hablaban de esto, que solía ser demasiado a menudo. Y a Jisung le ponía nervioso que se estuviera dando por vencido. No iba a permitir, por nada del mundo, que acusaran a Changbin de ser un delincuente y, por supuesto, no pisaría la cárcel ni por un segundo.

Su padre, después de muerto, estaba tratando de arrastrar al infierno a la única persona de corazón justo que había conocido. Quizá no la única, ahora que Soobin se disputaba el podio de "El ser humano más noble del mundo". No pudo evitar la media sonrisa al pensar en el chico.

—¿Vendrá Soobin? —preguntó Changbin, sorprendiéndolo. Jisung negó con la cabeza y lo miró desconcertado por unos segundos—. Estás poniendo la mueca que pones cuando piensas en Soobin. Pensé que era porque venía...

—¿Qué mueca? ¿De qué hablas?

—No seas tonto. Esa mueca, la sonrisita secreta. —Changbin hizo una supuesta imitación con su cara y Jisung le golpeó el hombro sin mucha fuerza.

—No digas tonterías. No pongo ninguna cara —Aunque, bueno, a lo mejor sí que ponía alguna cara cuando pensaba en el chico. Si lo analizaba detenidamente, Soobin le ponía una sonrisa en la cara a todo el mundo, así que tampoco era algo por lo que tuviera que preocuparse, ¿verdad?

El teléfono del despacho sonó y Changbin se acercó al escritorio para cogerlo. Dijo algunas palabras al auricular y respiró hondo después de colgar. Jisung se levantó y le cogió de los hombros para mirarle a la cara.

—Vamos a arreglarlo, ¿de acuerdo? Yo no hablaré a no ser que tú me lo digas, te corresponde a ti decidir si trabajamos con este hombre o no. Solo ten cuidado con lo que dices. Y siéntate en el escritorio, eres el director del Han Bank y tienes que ocupar el lugar que te corresponde.

Changbin se mordió el interior de la mejilla y asintió, caminando hacia la gran silla de cuero para esperar tras la madera pulida a la persona que —ojalá— iba a salvarlo de este atolladero en el que los Han le habían metido.

Santa Mierda, qué injusta había sido la vida con este hombre. No llegaba a los 30 y estaba a punto de recibir a un abogado en su despacho que le evitase acabar en una maldita celda. Había perdido a su madre, a su padre, su adolescencia y al amor de su vida. Y ahora su libertad pendía de un hilo demasiado fino.

Habían hablado de cómo debían proceder, qué cosas podrían decir y cuáles no. Changbin estaba dispuesto a ser sincero con el abogado; Jisung insistió en llevar consigo un acuerdo de confidencialidad tan malditamente duro que dejaría en la ruina a Jeff Bezos si lo incumplía. Eran las dos formas de ver la situación: Seo Changbin creía que merecía el castigo que recibiese, Han arrasaría hasta los cimientos el Palacio de Justicia si se atrevían a condenar a ese hombre inocente.

Sonaron tres golpes en la puerta y la asistente de Changbin abrió con la cara tan seria como siempre. La joven se apartó a un lado dejando pasar a un tipo que le recordó al propio Seo. Iba vestido de negro a excepción de la corbata estrecha de color burdeos. Era, probablemente, un poco más alto que ellos, con la piel pálida y las facciones duras. Tenía los ojos pequeños y la nariz ancha y su pelo negro estaba perfectamente peinado.

Exudaba una especie de poder que electrificó el ambiente a su alrededor. Era el tipo de hombre que lo hubiese imantado en el pasado. No hacía falta hablar con él para que Jisung supiese a ciencia cierta que enredarse entre sus sábanas solo traería problemas; a pesar de lo claramente atractivo que resultaba para la vista.

Dio un paso dentro del despacho y recorrió con la mirada toda la estancia haciendo una parada más larga en Changbin y Jisung, cada uno a un lado del escritorio. Su cuerpo se tensó y enderezó la espalda.

De repente sintió como si toda su confianza y valentía hubiesen desaparecido. Los ojos de ese hombre hicieron que el dueño del conglomerado de empresas Han se sintiese como un quinceañero frente a su profesor de Física.

—Yung Bada, puedes marcharte a casa ya. Nosotros nos quedaremos —le dijo Changbin a su asistente, dedicándole a la mujer una sonrisa suave.

—Por supuesto, Seo Changbin-ssi. Que tengan buenas noches. —Hizo una reverencia y salió de la habitación cerrando la puerta.

Los tres se quedaron allí en silencio por unos segundos eternos. El chisporroteo de la energía a su alrededor le dejó inmóvil, por suerte para todos, Changbin parecía en sus plenas capacidades.

—Es un placer conocerle, Bang Chan-ssi. Él es...

—Sé quién es Han Jisung, Seo Changbin-ssi —interrumpió con una voz demasiado suave para esa apariencia tan poderosa—, también es un placer para mí conocerlos a ambos.—La sonrisa que les dio fue tan cálida que Jisung expulsó el aire de sus pulmones sonoramente. Tenía hoyuelos, Jesucristo, ¿qué le pasaba últimamente con los hoyuelos si nunca le habían interesado?

Ambos hombres lo miraron. El gesto preocupado de Changbin no pasó desapercibido y lo aplacó con un movimiento suave de la mano. Hizo una reverencia al hombre que estaba aún en medio del despacho de pie, con un maletín de cuero en la mano.

—Encantado de conocerle también, Bang Chan-ssi —dijo, tratando de recuperar la compostura—. Por favor, tome asiento.

Changbin se sentó en su lugar, en la silla de cuero, mientras Jisung y el abogado se sentaron uno junto al otro al otro lado del escritorio. Han tragó saliva cuando le tuvo tan cerca, había algo que aún le imponía demasiado en el hombre, como si tuviera que bajar la cabeza en sumisión ante él.

Se dio una sacudida mental. Se enfrentaba a diario a imbéciles más poderosos, crueles y experimentados; había peleado como un demonio contra la junta de accionistas cuando nombró a su hermano C.E.O. del banco; había plantado cara a toda la maldita opinión pública desde que tenía dieciséis años y le sacaron del armario a la fuerza. Un picapleitos esnob no iba a acobardarle.

—Primero que nada, Bang Chan-ssi —empezó a hablar y se sorprendió con lo clara que salió su voz a pesar del caos que había en su interior—, nos gustaría que firmase un acuerdo de confidencialidad para proteger todo lo que se diga a partir de este momento. Como comprenderá, la discreción es muy importante para nosotros.

—¿Qué es lo que hace usted aquí exactamente, Han Jisung-ssi? —preguntó el hombre mirándolo con la cabeza ligeramente ladeada. Jisung escuchó el resuello impactado de su amigo antes de subir las cejas igualmente atónito.

—¿Disculpe? —replicó tratando de ocultar la indignación en su voz.

—Tengo entendido que mi reunión era para tratar un tema con Seo Changbin-ssi. No entiendo qué es lo que está haciendo usted aquí. ¿Está aquí en calidad de jefe de Seo Changbin-ssi? ¿Como representante de las empresas Han? Si es así, tengo que pedirle que se marche, esta conversación debe ser privada.

—¿¡Qué!? —exclamó Jisung apretando sus manos en los reposabrazos del sillón.

—Jisung se queda, no es discutible, Bang Chan-ssi. —Changbin salió al rescate de la situación con la voz calmada pero severa, tratando de rebajar la tensión que tiraba de ellos ahora mismo.

—Quiero que comprendan una cosa, esto es mi trabajo y mi reputación. No he venido aquí a jugar con dos chaebol.

—Haga el favor de no subestimarnos, Bang Chan-ssi —contestó Jisung apretando la mandíbula —. Choi Soobin aseguró que usted era la persona indicada para este trabajo y lo único que ha hecho hasta ahora ha sido insultarnos. Nuestra reputación no es lo único que depende de su desempeño profesional, sino también la libertad de la persona que está sentada al otro lado de este escritorio. Respete nuestros métodos y respetaremos los suyos.

—¿Sus métodos incluyen su presencia?

—Siempre que mi hermano me quiera aquí, estaré para él. Y no permitiré por nada del mundo que acabe en la cárcel cuando es inocente. No existe ninguna fuerza humana o divina que me impida hacer todo lo posible para arreglar esto.

Bang Chan lo observó en silencio, estudiando su cara con las cejas apretadas y la boca tensa. Changbin parecía congelado en su visión periférica. Jisung fue incapaz de apartar los ojos de aquel desafío que el abogado había lanzado.

—Déjenme leer ese acuerdo de confidencialidad —pidió de pronto, estirando su mano hacia él. Han tomó la carpeta con el documento de la mesa y se lo dio.

El hombre se sumió en la diatriba jurídica que sabía que estaba escrita en las hojas de papel. Jisung aprovechó para mirar a Changbin fijamente y tratar de transmitirle una calma que, en realidad, no sentía. El sudor perlaba la frente de su amigo y vio cómo su pecho subía y bajaba pesadamente. Se arrepintió del tono que había utilizado, preguntándose si tal vez habían perdido la oportunidad de tener una defensa sólida por culpa de un arranque pasional.

El único sonido en el despacho cerrado eran las respiraciones de los tres hombres, el rumor del aire acondicionado y el papel al ser movido. Pero dentro de Jisung estaba el zumbido estrepitoso de los latidos de su corazón que le tapaba los oídos. Maldita sea, no había estado tan nervioso en siglos. No se había sentido tan pequeño e insignificante en mucho, muchísimo tiempo.

—Hay un error de forma en la página cuatro, párrafo segundo. Además, si yo hubiese redactado el acuerdo sería aún más intransigente con la posibilidad de filtración de información a las fuerzas de la ley. El código deontológico de los abogados establece el secreto profesional absoluto excepto en contadas circunstancias —Jisung lo miró desconcertado. ¿Está diciendo que hemos sido demasiado suaves con el acuerdo?—. Por supuesto, firmaré, aunque es completamente innecesario ya que la relación cliente-profesional me obliga a guardar silencio sobre todo lo que se diga sobre el caso y, por supuesto, me haré cargo de este caso.

—Eso no está decidido aún —replicó Jisung, estupefacto ante la desfachatez de Bang Chan.

Él levantó una ceja mirándolo con prepotencia y sacó un bolígrafo del bolsillo interior de su chaqueta. Firmó rápidamente todas las páginas del contrato y se lo tendió a Changbin, quien lo recibió con la boca abierta, tan descolocado como lo estaba Jisung.

—Bien, Seo Changbin-ssi, cuénteme en qué voy a trabajar —Nadie contestó, era completamente incapaz de articular una palabra y, probablemente, el gran oso estaba como él porque tampoco pronunció ni un sonido durante el rato en que Bang Chan los miró a ambos esperando una respuesta—. Bien, voy a tener que ser más claro entonces. Seo Changbin-ssi, Han Jisung-ssi, voy a llevar este caso, así que es mejor que uno de los dos empiece a hablar para poder tener toda la información cuanto antes y ponerme manos a la obra.

Changbin le tendió la citación judicial sin decir nada, parecía tan confundido como lo estaba Jisung ante el cambio repentino de opinión. ¿Deberían estar preocupados? Ese comportamiento excéntrico no le era ajeno a ninguno de los dos, lidiaban a diario con imbéciles que vivían con la cabeza metida en el culo y se creían los dueños del mundo.

Sin embargo, la actitud altiva del abogado cambió tras leer la carta en la que acusaban a Changbin de haber colaborado con esa organización que les había jodido la vida a ambos. Sacó un cuaderno pequeño de su maletín de cuero y agarró el bolígrafo apuntando algunas cosas.

—¿Estuvo usted involucrado con Park Dongyoon en algún momento? —preguntó secamente, mirando a su amigo.

—¡Por supuesto que no! —exclamó Jisung.

—Han Jisung-ssi, voy a pasar por alto que está aquí cuando no debería, quiero hablar con Seo Changbin-ssi, no con usted —Volvió a dirigirse al otro, ignorándolo y Jisung se mordió el interior de la mejilla con rabia—. ¿Participó de las actividades criminales de los Park?

—No, no colaboré con ese hombre... Solo le vi una vez y le aseguro que fue de los peores momentos de mi vida.

—Necesito que sea completamente sincero conmigo, el secreto profesional y esos millones que tendré que pagar si digo algo me impiden filtrar cualquier tipo de información. —Han percibió la contracción de una sonrisa irónica y el brillo de la broma en la mirada de reojo. Lo desconcertó aún más.

—Estoy siendo sincero, no colaboré con Park Dongyoon. De hecho, ni siquiera crucé ninguna palabra con él cuando le vi.

—Está bien... —apuntó algo en la libreta y continuó—. ¿Sabe por qué se le acusa de estos cargos?

—Creo... —Miró a Jisung con un ruego en los ojos y él solo asintió animándolo a continuar—... Yo trabajaba en Han Bank cuando detuvieron a Park Dongyoon, y él era cliente del banco.

—Así que el banco sí participó en esas actividades...

—No, el banco no, mi padre lo hizo —gruñó Jisung.

—Bien... creo que esto es más complicado de lo que parece. Necesito que me cuenten todo lo que saben sobre la relación entre Han Jihyeon y Park Dongyoon. Necesito saberlo todo. Hasta el más mínimo detalle. Y también necesito todos los documentos que puedan encontrar sobre esto —Miró su reloj de pulsera—. Hoy no nos va a dar tiempo y quiero tener toda la información de una vez antes de empezar a hacer mis preguntas y elaborar la defensa. Nos volveremos a ver el viernes a las 3 de la tarde.

Guardó en su maletín la libreta y el bolígrafo dentro de su chaqueta antes de levantarse. Changbin y Jisung lo imitaron aún tratando de ubicarse. Había algo en su tono que hacía casi imposible una discusión, así que simplemente hubo un acuerdo implícito para la cita.

—¿Me acompañarán abajo o hay alguien esperando para hacerlo?

—No, le acompañaremos, nosotros saldremos también —contestó Changbin guardando los documentos sobre la mesa en su propio bolso.

Los tres se encaminaron fuera de la oficina hasta la recepción vacía y Jisung llamó al ascensor.

—¿Puedo llevarle a alguna parte, Bang Chan-ssi? —preguntó Changbin, servicial, cuando entraron al cubículo y Han apretó la mandíbula. Era inevitable que el siervo fiel volviese a salir de vez en cuando, pero odiaba que ocurriese.

—No, he traído mi coche, está en el parking a dos calles de aquí —contestó con esa sonrisa cálida que no pegaba nada con la actitud de mierda que tenía el resto del tiempo.

—¿Qué le hizo decidirse para tomar el caso? —soltó Han confundido, mirándolo fijamente en el asfixiante espacio del elevador. La sonrisa no desapareció antes de contestar.

—Su vehemencia, Han Jisung-ssi. Cuando entré aquí me parecían dos niños que habían hecho una trastada, pensé que era una pérdida de tiempo. Pero la forma en la que habló del caso me demostró que no se trata de una tontería menor, ni de unos jóvenes maestros a los que han pillado con una bolsa de cocaína en una fiesta. Por eso he aceptado el caso.

No pudo decir nada más. Cuando el ascensor paró en la planta de salida, el hombre se despidió de ellos con una reverencia que imitaron. Jisung y Changbin se miraron fijamente cuando llegaron al parking.

—Tengo un buen presentimiento sobre esto, Quokka. —Se aflojó el nudo de la corbata con un dedo y desabrochó el primer botón de su camisa blanca.

—Pues a mí ese tío me da escalofríos, Changbin.

—Precisamente por eso. Creo que es el tipo de abogado que puede arreglarlo.

—Eso espero... —Y no había nada en el mundo que Jisung esperase con más ansias que ver a ese cabrón prepotente librar a su hermano del peso de esa maldita condena.

Se dio cuenta, con un ligero ápice de alegría calentando su corazón, que habían empezado la reunión con un Changbin completamente derrotado y ahora, gracias a aquel hombre que le ponía el vello de la nuca de punta, su amigo tenía esperanza. Y eso era suficiente para que ignorase la punzada de desconfianza que provocaba Bang Chan en su cerebro. 

***

3/3

El poderosísimo Bang Christopher Chang ha llegado a la casa, navegantes, prepárense porque se vienen curvas.

¡Nos vemos en el infierno!

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