37. Yang Jeongin
🎶Banda sonora: Fallen - Gert Taberner 🎶
Viernes 4 de junio. Gangwon.
Chan respiró hondo. Tiró de la camiseta gris colocándola en la cinturilla de su pantalón negro y caminó hacia la casa en la que no debería estar. La clínica estaba cerrada, pero los dos coches estaban aparcados delante.
Caminó bajo el paraguas, y llamó a la puerta sin pensarlo demasiado. El niño tardó un poco, pero abrió y su mueca de odio le quemó en el pecho. No quería que Seungmin le odiase, no quería que Seungmin fuera beligerante, no quería su maldito desprecio. Por lo menos no hoy.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó bruscamente sin dejarle pasar.
—Por favor, Seungmin, déjame entrar —murmuró tragando duro.
—No. No sé qué coño quieres de mí, pero no estoy de humor para tus mierdas, Bang Chan.
—Seungmin, por favor... —rogó—... Es sobre I.N.
La cara del dueño de la casa cambió y se sintió inevitablemente mal. La mención de aquel nombre era suficiente para que el alma de Seungmin abandonara su cuerpo y diera dos pasos atrás para dejarle entrar.
Cerró el paraguas y lo dejó en el porche. Se quitó los zapatos llenos de barro y los colocó sobre la alfombra de la entrada con cuidado. Pasó a la casa despacio, antes de cerrar tras él. Seungmin lo miraba con la cara descompuesta.
—¿Qué ha pasado? —preguntó impaciente.
—¿Podrías sentarte, por favor? —Estaba tratando de ser lo más suave que podía porque la mierda de noticia que le traía iba a desestabilizarle. Probablemente mucho más de lo que le había desestabilizado a él.
Seungmin se sentó en el sillón de una plaza de color verde. Chan se colocó cerca de él, en otro de los sofás.
—¿Podrías ir al grano de una vez? Me estás poniendo muy nervioso.
—No traigo buenas noticias, Seungmin —susurró, incapaz de decirle directamente que era el portador del mensaje más terrible que alguien podría llevar.
—¿Le ha pasado algo? —Chan lo miró unos segundos. Kim apretaba las manos en su regazo y su boca estaba tensa. No quería verlo así, no quería ver al cachorrito triste nunca más. No quería volver a verlo llorar.
—Yo... Dios... —suspiró apretándose el puente de la nariz.
¿Cómo demonios podría decir algo así? ¿Cómo se suponía que debía sacar esa daga oxidada que tenía enterrada en el esternón para clavarla en el pecho suave y delicado del hombre?
—¿Qué está pasando, Chan? —La voz suplicante ante él era como un enorme mazo golpeándole.
—Jeong... Jeongin ha muerto —dijo en un tono tan bajo que creyó que era imposible que le hubiera escuchado.
Y, de pronto, fue real. Todo lo que no parecía de verdad, todo lo que se sentía como una mentira, como una broma macabra: todo era real. La muerte de I.N, la tumba anónima que habían colocado a toda prisa en una esquina del cementerio. La ceremonia que no dejaban que se celebrase.
I.N desapareciendo de la faz de la Tierra. Todo era real. Tan real como aquel niño que le miraba con los ojos desorbitados como si no pudiese creer ni una palabra de lo que decía. ¿Cómo iba a culparle? Él tampoco lo había creído.
—¿Qué? —El cachorrito respiraba rápidamente y creyó que le daría un ataque de nervios en cualquier momento. Su mano fue directamente a las que el otro apretaba en su regazo y sus ojos se perdieron en aquel contacto.
—Seungmin... —murmuró tratando de calmar el aliento agitado del chico.
—¿Qué estás diciendo? ¿Qué demonios estás diciendo?
—Cachorrito, escúchame...
—No, no voy a escucharte —soltó sus manos y se levantó caminando hacia la cocina. Le siguió y le agarró la muñeca. Le miró gravemente—. Suéltame, no me toques —gimió con su voz rompiéndose por el llanto—. Eres un maldito mentiroso.
—No estoy mintiendo... Kim Namjoon me ha llamado, I.N ha muerto —contestó sin soltarle.
Los enormes ojos brillantes le miraron como si estuviera hablando en otro idioma. Los labios rosados temblaron en un puchero antes de taparse la cara con las manos y llorar desconsolado.
Chan se tensó, con sus dedos rodeando la muñeca que ahora cubría esa preciosa cara que no quería ver llorar nunca más. Sus costillas se apretaron con fuerza, con el picor de la herida sangrante del puñal que ahora se alojaba en el pecho de Seungmin. Se sintió descolocado, desamparado y confuso.
¿Qué coño has hecho, I.N? ¿Qué demonios has hecho, hijo de puta?
Le atrajo a sus brazos y el chico apoyó la frente en su hombro mientras hipaba entre llantos. Se le rompió un corazón que no sabía que seguía teniendo. Ver llorar a Seungmin era, con diferencia, una de las situaciones más jodidas y desagradables que había tenido que vivir nunca.
Sintió como si una enorme bola de demolición golpeara sus huesos. Los sonidos apagados del muchacho contra su camisa le hicieron estremecer. Cerró los ojos, apoyando la cara en la suavidad oscura de su pelo. Quería llorar. Quería golpear el cuerpo de Yang Jeongin hasta volver a matarle.
¿Por qué lo has hecho, I.N?
Acarició su pelo y sintió el peso de la muerte sobre su espalda, como si él mismo le hubiese matado, como si ese hijo de puta no se hubiese colgado de la viga del comedor de la prisión.
Cabrón de mierda, no tendrías que haberlo hecho. Me dijiste que no le hiciera daño y tú le haces esto.
Se enfadó con ese hombre muerto porque no sabía con quién enfadarse. Ya no podía odiarse más a sí mismo, así que decidió que odiar la memoria de Yang Jeongin era más sencillo.
Odió el recuerdo de su voz, de los hoyuelos en sus mejillas. Odió la forma en que golpeaba sin piedad a todo el mundo alrededor. Odió que se hubiera redimido. Se arrepintió profundamente de haber vuelto a Corea del Sur cuando se lo pidió. Se arrepintió de haber aprovechado tan mal el tiempo con Seungmin. Se arrepintió de Taeri.
El hombre entre sus brazos seguía llorando, desesperado por entender lo que estaba ocurriendo. Y, ¿qué demonios iba a decirle? Si tuviera el poder, correría hasta la prisión y sacaría a aquel suicida de los muros grises. Le apartaría del infierno que compartió con su hermano. Le impediría hacer las locuras que hizo.
No podía hacer nada, no podía dar marcha atrás en el tiempo y sacar a I.N de aquella prisión. No podía impedirle que cogiese una sábana y la enrollase a la viga mayor del comedor. No podía evitar que se colgase hasta asfixiarse. No podía evitar que el chico que tenía entre sus brazos llorase.
Seungmin levantó la cabeza y le apartó de un empujón. Chan le miró desconcertado.
—Vete de mi casa. Márchate. No quiero volver a verte —dijo entre lágrimas.
—Cachorrito...
—Vete de mi casa ahora mismo, Chan. Por favor, te lo ruego. Márchate de aquí.
El chico se dio la vuelta y se fue escaleras arriba y Chan hizo lo que le pidió. Se puso los zapatos mecánicamente en la puerta, tratando de encontrarle algún sentido al viaje de dos horas que había hecho para decirle a ese niño que I.N había muerto.
Se subió al coche apretando los dientes con fuerza, odiando a I.N por abandonarlos, odiando a Seungmin por echarle, odiándose a sí mismo otra vez por ser como era.
¿A quién podía consolar alguien como él? ¿Quién querría consolar a alguien como él? Cogió el teléfono móvil y, como un estúpido intento de mejorar algo para alguien, envió un mensaje escueto: "I.N ha muerto. Lee Minho lo sabe, pero no creo que te lo diga". Tal y como esperaba, nadie contestó.
Nunca se sintió más desgraciado que cuando se dio cuenta de que estaba solo. Que ya no le quedaba nadie. Que el único parapeto que tenía para la onda destructiva de su familia, acababa de desaparecer colgándose de una sábana de mierda en una cárcel de máxima seguridad. Que nadie quería contestar a sus mensajes, que nadie quería sus brazos a su alrededor. Que no hizo lo suficiente para proteger a I.N. Que la única persona a la que alguna vez pudo salvar ahora solo era un montón de cenizas en una urna.
¿Por qué lo hiciste, I.N? ¿Por qué nos dejaste a todos aquí?
Viernes 4 de junio. Seúl.
Apretó el acelerador enfilando la calle. Las ruedas chirriaron cuando el coche patinó un poco sobre el pavimento mojado por la lluvia. Aparcó sin cuidado en la entrada y se bajó. Ni siquiera agarró el teléfono móvil o el paraguas y la terrible lluvia lo mojó rápidamente el pelo y la chaqueta de lana de su traje negro.
Pulsó el timbre unas quince veces, antes de que la voz de Felix respondiese al otro lado. Entró con la respiración entrecortada y las mejillas acaloradas. Su corazón latía con la misma fuerza con la que la lluvia golpeaba los setos del jardín delantero de la casa.
El polluelo abrió con las cejas arrugadas y una expresión grave. Llevaba un pantalón de vestir y una camisa blanca, por lo que interpretó que acababa de llegar del trabajo.
—¿Qué pasa? —preguntó Changbin desde las escaleras.
Dejó los zapatos en la puerta y se quitó la chaqueta dejándola caer sin cuidado en el suelo mientras entraba a la estancia. Negó con la cabeza, incapaz de pronunciar ni una sola palabra. El dolor agudo se arremolinaba en su pecho y sentía la garganta atascada con una enorme bola de cemento armado.
—Quokka, ¿qué está pasando? —insistió el hombre acercándose a él.
—Necesito hablar con Minho —logró pronunciar mientras los esquivaba y subía las escaleras. Escuchó que decían algo, pero no prestó atención, en ese momento su cerebro solo estaba en un lugar: la habitación en la que la pantera estaría cubierta por el edredón.
Llamó a la puerta, más por costumbre que por verdadera deferencia, sin recibir respuesta. Rodeó el manillar con los dedos y respiró hondo, tratando de calmar los violentos nervios que gobernaban sus acciones.
Abrió la puerta y se encontró con las cortinas cerradas y una franja de luz grisácea iluminándola pobremente. Apartó el pelo empapado de sus ojos y cerró tras él. La forma grande en la cama se movió apenas. Su corazón entonó un canto de dolorosa protesta.
Caminó hacia el lugar en el que el enorme gato se escondía del mundo bajo las sábanas. ¿Qué debía decirle? ¿Qué estás haciendo aquí, Jisung?
No lo sabía, no sabía qué demonios le había llevado a salir de la oficina y subirse al coche. Condujo tan rápido, saltándose tantos semáforos e infringiendo tantas normas de tráfico que todavía no entendía cómo no le habían detenido. Solo podía pensar en una cosa, en una sola: Lee Minho.
Se sentó en el borde, esperando una reacción negativa, un rechazo. Su mano fue directa al perfil del hombro del chico bajo el cobertor gris y aquella forma se sobresaltó, aunque no se mostró.
—Ahora no, Bokkie... —dijo el hombre carraspeando un poco.
—Minho, soy yo... —Escuchó la inhalación entrecortada y le pareció que la forma grande y prácticamente indestructible se hacía pequeña y se derrumbaba en pedazos. Otra vez, el agujero negro dentro de su pecho retumbó.
Levantó las sábanas con la mano, entrando en el espacio bajo la tela. El cuerpo de Minho, de espaldas a él, tembló. Se apretó contra el muchacho, con su mano encontrando el camino en su cintura hasta su pecho. Y escuchó el doloroso sollozo que escapó de sus labios.
Jisung sintió que se rompía. Su frente se apoyó en el pelo suave de la parte posterior de la cabeza de Minho y el felino se hizo aún más pequeño. La enorme pantera era un gatito herido y solo quería abrazarlo hasta que dejara de llorar. Hasta que ese peso que se había instalado en sus costillas desapareciese, hasta que el dolor no fuera nada más que un mal recuerdo.
Mírame, Minho, déjame abrazarte, rogó internamente. Nada le pareció más importante en ese momento que sentir la mejilla de aquel hombre contra su pectoral. Nada valía más que la sonrisa en esos labios.
Ciñó el cuerpo grande y musculoso contra el suyo más delgado y abrió la mano sobre la camiseta que el chico llevaba puesta. Minho estaba trémulo, con ligeros hipidos de vez en cuando. Jisung quería besarlo, así que dejó un suave roce contra la nuca y restregó la nariz en el nacimiento del pelo, con el tenue olor del jabón filtrándose dentro de él.
Estaba tan devastado como él lo estuvo alguna vez. Tan malditamente triste como él llevaba estando cinco años. Y no sabía porqué estaba ahí, en esa cama, bajo esas sábanas que no eran suyas, que no le pertenecían, abrazando un cuerpo que él mismo había rechazado.
Pero sí sabía que no quería estar en otro lugar, que no había ni un puto centímetro del mundo más adecuado que ese colchón cálido.
Se apartó un poco y sintió como el chico se tensaba. Lo agarró por el hombro y le instó a darse la vuelta. Minho lo miró por unos segundos en silencio, con los ojos enrojecidos y la cara húmeda.
El labio inferior tembló y bajó las pupilas avergonzado. Jisung pasó un brazo por debajo de su cabeza y lo atrajo a su pecho. Lee estalló en mil pedazos sobre su camisa negra de traje.
Colapsó con un llanto estéril y desconsolado mientras él solo podía abrazarlo en silencio, enredando los dedos en las hebras finas de su pelo. Acarició su mejilla suavemente y lo apretó contra él. ¿Qué más podía hacer?
Daría cada uno de los wones que había en sus cuentas bancarias, cada uno de sus propiedades, su ropa de marca y todas sus joyas y relojes para hacer que se sintiera mejor. Caminaría hasta el infierno de rodillas para hacer que te sientas mejor.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó con la voz ronca.
Y esa era la cuestión. Todavía no entendía porqué un mensaje de texto había hecho que todo el mundo desapareciese alrededor.
—¿Preferirías que me quedara esperando en la puerta de la habitación? —replicó en un susurro contra la coronilla. El chico se apartó un poco de él, de pronto molesto, pero no se lo permitió—. Lo siento. No hay otro sitio en el universo donde quiera estar.
Esa era la única verdad que Han tenía clara. La única realidad nítida en ese momento era que el peso de ese cuerpo contra el suyo era la cosa más correcta que había sentido jamás. Roto como estaba, destrozado e incapaz, sentía que, en ese instante, en ese sitio exacto, era tan poderoso como un ciclón.
—Se ha ido... —gimió el felino presionando la cara contra su pecho y llorando otra vez.
—Lo sé... —contestó abrazándolo con más fuerza.
Quería apartar de él ese peso, quería cargarlo en su espalda. Quería protegerle de todo lo que pudiera pasar. Borrar de un plumazo su pasado, su dolor, su llanto. Evitar todas las cicatrices que tenía en su piel, eliminar esa enorme línea que le partía el pecho desde el esternón hasta el ombligo.
Jisung necesitaba desesperadamente guardar a Minho de todo lo que alguna vez le había dañado. Quería que tuviera una buena vida, quería dársela. Quería darle todo lo que tenía, su pasado, su presente, su puto futuro. Todo le pertenecía. Y quería que lo supiera.
Sin embargo, la bola de cemento en su garganta se hizo más espesa mientras el gato callejero lloraba entre sus brazos.
Los hoyuelos de I.N vinieron repentinamente a su memoria, junto con su piel clara y sus ojos agudos. Rechinó los dientes con rabia; no por él, no por el secuestro, no por los golpes, ni siquiera por la traición. Sino por hacer llorar a Minho.
El gran huracán destructivo estaba reducido a una lluvia incómoda, una tormenta oscura que descargaba agua sin fuerza. Y la culpa era de aquel cabrón que les había salvado de Dongyoon. El mismo por el que lloraban los ojos felinos más bonitos que Jisung había visto en su vida.
—Perdóname —dijo en un susurro mordiéndose el labio inferior. No supo si le estaba escuchando, pero tampoco le importó—. Perdóname por haberte castigado tanto...
Estuvo a punto de decir algo más, pero escuchó los toques y la puerta de la habitación abriéndose. Sacó la cabeza de entre las sábanas, mientras Minho se refugiaba en el calor de su cuerpo para esconderse de lo que podría haber fuera de esos cobertores que ahora les protegían.
—Hyung... —La voz de Felix se abrió paso en el dormitorio oscuro y sintió que el felino se tensaba. Su mano acarició instintivamente el pómulo alto para tratar de calmarlo—... ¿Qué está pasando, Jisung?
¿Era lícito que él hablara? ¿Debía ser él quien diese las noticias de mierda?
—I.N ha muerto —contestó Minho por él, sin salir de debajo de las sábanas.
Jisung pudo distinguir la mueca extraña que hizo el polluelo en la puerta y la figura de Changbin a su espalda como una silenciosa presencia protectora. Felix dio un paso hacia dentro titubeante, como si una parte de él temiese interrumpir algo privado. Jisung no supo qué decir.
Quería quedarse ahí, quería quedarse para siempre con el peso de Minho sobre su músculo pectoral, con esa mano que tocaba su cintura bajo la camisa. Quería apartarle del mundo entero. Pero también sabía que Felix y Minho se necesitaban de la misma forma que Han había terminado necesitando a Changbin.
—Hyung... ¿puedo...? —dejó la pregunta en el aire y Lee Minho suspiró reanudando el llanto, como si la voz de su hermano hubiese abierto algún lugar cerrado dentro de su mente.
Jisung miró a los chicos en la puerta y asintió, instándolos a entrar. Felix llegó al otro lado de la cama y se tumbó. Se dio cuenta de que se había cambiado y pensó en que su propia ropa empapada estaba en medio de esas sábanas.
El pequeño entró a la cama y le sintió rodear la silueta de Minho por la espalda. El gato hipó contra él y trató de levantarse para darles un poco de intimidad, pero se aferró a su cintura con violencia ciñéndose contra su cuerpo.
—No te vayas... No te vayas, por favor —rogó desesperado. Jisung volvió a sentir como si algo dentro de su cuerpo se estrellase contra el suelo y se hiciese millones de pedazos.
Entró bajo el tejido y le agarró de las mejillas levantando su cabeza un poco. Se encontró con los ojos hinchados en la oscuridad de aquel espacio y sintió que moriría si no probaba una vez más el sabor de esos labios que temblaban entre llantos.
Dejó un suave beso sobre la boca rosada y sintió como si en ese agujero negro vibrara. La llama pequeña que había mantenido viva en su interior titiló un poco antes de encenderse por completo. Minho volvió a besarle como si no estuviera seguro de si lo que acababa de ocurrir fuera real. Y apoyó la mejilla en su pecho otra vez con una respiración sonora.
¿Cómo pude hacerte llorar alguna vez?
Jisung apartó la manta de su cabeza, repentinamente agobiado, como si no quedara oxígeno para él en aquel pequeño espacio. La culpa atenazó su estómago retorciéndose hasta que dolió. Cerró los ojos un segundo y se encontró con la mirada de Changbin, sentado en el borde de la cama a su lado.
Una maldita mirada tan suplicante, tan malditamente dolorosa como lo había sido la súplica de Minho.
—Changbin... —murmuró y vio al chico negar con la cabeza resignado.
—Estaré abajo... —contestó.
—Changbin, no te vayas —le pidió. No quería que se fuera, no quería que sintiera que él no era parte de esto.
—Haré té y lo subiré, Quokka.
—No eres un siervo. No eres un maldito mayordomo —dijo en voz alta y los chicos que estaban bajo las mantas salieron despacio de aquel escondite—. Tú has hecho esto, esta es tu casa, tú nos has dado esto, Changbin... Somos una familia, dijiste que los cuatro somos una familia...
La mano que Minho había colado bajo su camisa se crispó sobre la piel y pensó que tal vez Minho no se sentía cómodo con esto, que tal vez no era tan cercano a Changbin como para dejar que le viese llorar.
—Por favor, Changbin... ¿Podrías quedarte solo un rato? —susurró el felino sin terminar de apartar la sábana de su cara enrojecida.
—Me quedaré todo lo que necesites, Minho —contestó Seo decidido con un asentimiento.
—Solo un poco... Siento... Siento esto —gruñó el mayor de los cuatro dolorosamente—... Sé quién era I.N, sé cómo os sentís... Lo sé... Pero no puedo evitarlo... Se sacrificó para salvarnos —Hizo una pausa tragando saliva—. Lo hizo para salvarnos a todos.
—Lo sé —respondió Changbin dándole un apretón un poco incómodo en el hombro.
Minho le miró como si estuviera viendo a Dios. Como si estuviera teniendo una epifanía divina. Apretó los labios en un puchero y volvió a llorar. Jisung enredó otra vez los dedos en el pelo y escuchó el sollozo de Felix.
—Changbin —susurró. Le miró y señaló con los ojos la forma desvalida de Felix a espaldas del gato callejero.
Su hermano lo entendió y rodeó la cama, tumbándose tras el rubio. Pensó que era una suerte que su hermano hubiese comprado camas grandes y resistentes.
¿Cómo te atreviste a dejarlos a su suerte?
No lo sabía. No tenía una respuesta. Entre esas sábanas de color gris, lo único en lo que podía pensar era en que I.N había muerto para que esos cuatro huérfanos pudieran abrazarse. Que la única razón por la que Jisung estaba vivo era porque tenía que proteger a esas personas que lloraban en silencio.
—Lo siento —insistió una vez más, avergonzado—. Siento haberos apartado de mí... Siento haberos hecho llorar...
—Prínci... Jisung... —se corrigió Minho y Jisung le interrumpió.
—¿Puedo ser tu príncipe otra vez? ¿Puedo ser parte de vuestra vida otra vez? ¿Hay un sitio para mí aunque no me lo merezca? —Cerró los ojos para evitar que las lágrimas no cayesen por sus ojos y sintió tres manos distintas sobre su piel.
La primera estaba en su cintura y le apretó contra el musculoso pecho lleno de cicatrices. La segunda estaba sobre su mejilla y era pequeña y delicada. La tercera rodeó su antebrazo y movió el pulgar cálido contra la carne.
Jisung lloró contra el pelo de Minho. Con los párpados cerrados y las gotas saladas cayendo por su sien se dio cuenta de que le habían encontrado. Se dio cuenta de que aquellos tres hombres le habían encontrado por fin.
—I.N sabía que vendrías a por mí... Cuando me sacastéis de aquel agujero, él lo sabía. Y estaba bien con eso, no intentó detenerme, me dejó ducharme, me dio de cenar, me hizo un té... Y me habló de vosotros —susurró—. Me habló sobre Ari, me habló sobre Dongyoon... Creo... creo que él nos dejó escapar.
—¿Qué? —preguntó Felix mirándole fijamente—. Pero... yo creí...
—Te perdonó por eso —interrumpió Minho—. Y a mí por traicionarlo. Él solo quería un lugar... Como todos nosotros, solo quería un lugar, ser parte de algo...
—Todos queremos un sitio... —murmuró Jisung.
—Este es nuestro sitio —intervino Changbin solemne—. Esta es nuestra familia...
Por supuesto que lo era. Su pecho palpitó. Ese era el único hogar al que Jisung quería pertenecer. Entre esos brazos cálidos, con el peso de Minho sobre su pectoral, la mano de Changbin en su muñeca y los pequeños dedos de Felix apartándole el pelo de la frente.
No había un solo lugar en ningún rincón del mundo donde Han quisiera estar sin esas tres personas con él.
Quiso que fueran niños otra vez, darles juguetes, tiempo, ropa y dinero. Quiso que todo lo que tenía fuera de ellos, que la cuchara de plata con la que había nacido les alimentase. ¿Cuánto valía la vida de Han Jisung? Porque sintió que, en aquel espacio, no valía nada comparado con esos huérfanos que lloraban abrazados bajo las sábanas.
I.N, ¿cuánto vale mi vida comparada con la suya? ¿Te sentiste así? Porque yo me siento así. Porque sé que me lanzaría del edificio más alto de Seúl si eso les mantuviera seguros.
Algo sonó en su interior. Como si los millones de pedazos de su necrótico corazón latiesen con la potencia suficiente para arrasar con todo alrededor. Como si el calor de aquellas tres manos enviase un potente ciclón a su vacío cuerpo para llenarlo de un montón de cosas.
Qué curioso, pensó, que hayas sido tú el que me hayas dado esto... Por primera y última vez, gracias, I.N. Gracias por traerlos a mí. Gracias por traerme aquí.
***
2/3
BUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUM
Los dejo reflexionar, navegantes.
Uno más para el final.
¡Nos vemos en el infierno donde, ahora sí, reina Yang Jeongin!
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