33. Héroe destructivo

Banda sonora: Promise - Ben Howard

Jueves 29 de abril.

Minho se removió incómodo en la camilla, tratando de encontrar una posición que no hiciera que su trasero doliese tanto. Se giró ligeramente hacia su izquierda. Colocó el tubo que seguía clavado en su mano y cerró los ojos.

Solo llevaba unos días despierto y ya quería salir de aquella jaula donde lo habían encerrado. Había tantos aparatos a su alrededor que le daba ansiedad solo mirarlos. Y luego estaban los enfermeros que entraban y salían de la habitación cada hora, revisando sus constantes, las heridas que surcaban su torso y preguntando cosas que él no sabía ni quería responder.

Se rascó la nariz, el frío oxígeno de la cánula nasal le daba ganas de estornudar. Pero no podía hacerlo, ni estornudar, ni toser, ni comer. Ni siquiera podía levantarse a mear, joder.

Minho no recordaba haber estado nunca tanto tiempo en un hospital y tenía un buen montón de heridas en su cuerpo que habían acabado curándose solas. Tampoco había pisado nunca una habitación así de lujosa, ni había tenido un cuidado tan exhaustivo.

Sabía que Changbin estaba detrás de todas esas atenciones y privilegios que su corazón de rata callejera rechazaba. Había nacido pobre y siempre había vivido como uno. Incluso cuando formó parte de la organización gastaba lo mínimo y ahorraba grandes cantidades de dinero. Las mismas que les habían salvado la vida en los cuatro años y medio que pasaron huyendo.

No tenía ni idea de qué hora era, pero suponía que debía ser tarde. Fuera estaba oscuro y no se oía el tránsito de los sanitarios detrás de la puerta.

Estaba aburrido, cansado y dolorido. Y se sentía destrozado de un montón de formas desagradables. Escuchó la puerta tras de sí y resopló girando con cuidado boca arriba para dejar que los enfermeros hicieran sus chequeos.

Miró hacia la puerta esperando las preguntas, pero se encontró con una cara conocida que no sabía que volvería a ver. Mark se quitó la mascarilla y le regaló una sonrisa de idol y una reverencia. Se sintió extrañamente cálido al tener al hombre allí.

—¿No te dije que te mantuvieras a salvo? —preguntó, acercándose y sentándose en la silla junto a la cama.

—Bueno... Estoy a salvo ahora...

—Nos diste un susto de muerte... —comentó agarrándole la mano en la que no tenía la vía. Minho respondió encogiéndose de hombros—. ¿Cómo estás?

—Encerrado aquí... Y aburridísimo. Tengo ganas de arrancarme toda la mierda a la que estoy conectado. Joder, ni siquiera me dejan ir al baño... Tengo una maldita sonda puesta —gruñó y el hombre se rió un poco.

—No hagas berrinche, Lee Minho, eres mayorcito. Sabes que casi pierdes el puto pulmón, ¿verdad?

—No empieces tú también. Felix me lo recuerda cada vez que me muevo un milímetro. Encima tengo un hambre de mil demonios y hasta mañana no podré empezar a comer sopas... ¡Sopas! ¡Como un anciano sin dientes!

—O como un bebé, que es lo que pareces ahora.

Minho frunció el ceño y se rió un poco sintiendo el tirón en los puntos que todavía no terminaban de curar. Se llevó la mano al estómago con un gesto dolorido y el otro se preocupó.

—¿Necesitas que llame al médico?

—No, es que me duele al reírme... Pero está bien, me alegro de que hayas venido a verme...

—Quiero hablarte del juicio —dijo y Minho perdió por completo la sonrisa—. Ya fue la primera vista, y la cosa pinta bien. El cabrón de Dongyoon no se esperaba que hubiese tantos testigos en su contra que se atrevieran a declarar.

—Y, ¿qué hay de mi declaración?

—Por ahora, dadas tus circunstancias, se tomarán solo las declaraciones firmadas que tenemos. Es posible que el juez venga a visitarte con Namjoon hyung pronto. También vendrán a tomarte declaración sobre los disparos. Pero no te preocupes por nada de eso, tenemos de sobra con mi testimonio y el del otro imbécil para joder a Dongyoon.

El corazón de Minho se aceleró violentamente. ¿No habrá sido capaz Felix de hacer algo así, verdad?, pensó. Su espalda se tensó y miró fijamente a Mark esperando una explicación sobre ese otro testigo. El hombre que era demasiado guapo arrugó la frente y le miró confundido.

—No lo sabes —afirmó—. No tienes ni puta idea, ¿cierto?

—¿De qué hablas? ¿Quién es el otro imbécil? ¿Es Felix? —Los nervios se arremolinaron en su tripa dolorida y se lamió los labios secos esperando una respuesta.

—No, no es Felix —La mano de Mark volvió sobre la suya de forma calmante—. I.N se ha entregado.

No podía creerlo. No podía creer las palabras que ese hombre había soltado tan tranquilamente. I.N no se había entregado, porque si lo hubiese hecho a Minho no le quedarían más razones para odiarlo.

Ya no tendría sentido ese sentimiento oscuro que se había enconado en su pecho como un tumor maligno. No reproduciría en su cabeza la lista de razones para matarlo tarde o temprano. No escupiría sobre sus memorias de los momentos en los que no fue tan infeliz a su lado.

—No me dijiste que estaba vivo, Lee Minho —reprochó.

—No iba a darte una razón para buscarlo y meterlo entre rejas. Qué irónico que ahora haya sido él el que se encerró a sí mismo.

—Le dije que no lo hiciera —confesó en voz baja—. En cuanto lo vi, traté de convencerlo de que se marchara... No le importó una mierda ninguna de mis palabras. Ni todas las vidas que se perdieron para que él pudiese huir.

Quiso arrancarse todos esos cables y tubos conectados a su cuerpo y pedirle a ese hombre que le llevase a ver a I.N.

Le partiría la cara, le rompería los dientes con los puños. Le golpearía con fuerza por todas las mentiras, por todos los desaires, por todas las veces que él también lo golpeó. Pero sobre todo le atizaría por su imprudencia, por su maldita locura impulsiva, por meterse a sí mismo entre rejas para salvar a todo el mundo y ganarse un perdón que Minho no quería darle.

—¿No podemos hacer nada para sacarlo? —preguntó inocentemente.

—No, no hay nada que podamos hacer para sacarlo del agujero. En cuanto termine el juicio contra Park Dongyoon empezará el suyo propio. Será rápido porque el muy imbécil ha firmado una puta confesión. Hijo de puta, hasta el último maldito golpe de su vida tiene que darlo con efecto —gruñó el hombre, bajando la cabeza y apoyando los codos en la cama junto a Minho.

—Entonces... ¿Se ha terminado?

Ninguno de los dos dijo nada después del susurro oscuro. Se quedaron unos minutos en silencio, con Minho preguntándose cómo demonios iba a gestionar sentir ese respeto y esa gratitud por un ser humano que había sido tan despiadado durante toda su vida.

Era más fácil odiar a I.N de lo que nunca fue quererlo y sin embargo había dos personas en aquella habitación de hospital tratando de reconciliarse con ellos mismos porque el hijo de puta se había convertido en el único héroe que había sido capaz de salvarlos de Dongyoon.

Aunque Jeongin se mereciera ese final, no merecía hacerlo en sus propios términos. Y sin embargo, lo estaba haciendo. En ese instante, I.N ya había decidido que Minho, Felix, Changbin, Jisung y Mark eran más importantes que él mismo. Había decidido que no iba a irse al infierno debiendo nada a nadie. Había pagado todas sus deudas con su vida.

Miró al hombre junto a su cama durante un minuto y percibió ese aura triste que llevaba viendo en el espejo tanto tiempo.

—¿Llegaste a decirle alguna vez cómo te sentías? —preguntó Minho mirando a la ventana, en el lado contrario de donde estaba sentado el chico—. ¿Llegaste a confesarle que estabas enamorado de él?

—Nosotros no usamos esas palabras... —contestó Mark.

—Eso no cambia el sentimiento. El amor es amor, aunque venga en diferentes formas... ¿Se lo confesaste?

—No, nunca le dije algo como eso... Pero sí fui honesto con él... —contestó Mark tras un rato—. Mucho más honesto de lo que fui incluso contigo, o con mis superiores...

—¿Te dio una paliza? —bromeó mirándole.

—Casi... Pero acabamos de una manera más divertida —sonrió el chico, levantando las cejas. Minho se rió unos segundos, antes de que la realidad del futuro de I.N volviese a nublar su estado de ánimo.

—¿Crees que morirá?

—Estoy seguro de que lo hará —contestó de forma funesta.

—Esta vez sí que voy a llorar su muerte —se lamentó Minho y volvió a las luces de la ciudad que veía a través del cristal—. No lo hice hace cinco años, pero sí lo haré esta vez. Y no sé cómo perdonarme por esto que estoy sintiendo... No sé como vivir sabiendo que la persona a la que he culpado de toda mi desgracia haya sido la misma que me está salvando.

—Yo hace muchos años que trato de perdonarme por lo que siento por I.N.

—¿Has tenido algún resultado? —El chico torció un poco la boca y negó con la cabeza.

—Ni el más mínimo.

Minho suspiró cansado.Mark le acarició la cabeza suavemente mientras se levantaba de la silla. Miró su teléfono móvil un segundo y lo volvió a guardar en su bolsillo.

—Los enfermeros vendrán a comprobarte en unos cinco minutos. Siento no poder quedarme más...

—Gracias por venir. A pesar de todo, gracias —le contestó con una sonrisa pequeña. Cuando lo vio acercarse a la puerta, algo tiró dentro de su pecho—. ¿Puedo ir a verle? —preguntó.

El chico se giró y negó suavemente con la cabeza: —Está en máxima seguridad por ahora, no se le permite recibir visitas.

Minho bajó los ojos y se giró otra vez hacia la ventana.

—Oye... Me alegro de que al menos las cosas estén mejor con Han. Ahora podrás disfrutar más tranquilamente de toda esa cosa cursi del amor... —Minho frunció el ceño.

No había vuelto a ver a Jisung desde aquella tarde en la que estuvo en la piscina de Changbin y él se pasó todas esas horas pegado al gran oso o a su hermano para evitar estar a solas con él. Pero tampoco podía culparlo por desaparecer.

—¿Jisung? —murmuró—. Llevo sin verle desde mucho antes de que pasara toda esa locura... —El policía sonrió genuinamente y negó con la cabeza, como si fuese un niño al que le explicaban lo obvio.

—Lee Minho —dijo con un poco de broma en la voz—, el chaebol Han Jisung-ssi está durmiendo en un sillón en la sala de espera frente a la habitación.

—¿Qué? —Se incorporó como pudo, tratando de levantarse, de acercarse a él, de ver que era verdad.

—Quédate en la cama imbécil, no puedes levantarte aún—le reprendió.

—Quiero verlo, por favor, necesito verlo...

—No te vas a levantar de la puta cama, Lee Minho.

—Por favor... —rogó desesperado y Mark se acercó a su cama y extendió la mano—. ¿Qué?

—Dame tu teléfono móvil.

Acercó la mano a la mesilla junto a la cama y le dio el teléfono sin entender qué demonios estaba haciendo. Salió de la habitación y Minho trató de levantarse e ir tras él inútilmente. Tenía tantas cosas enganchadas a su cuerpo que moverse era un suplicio, por no hablar de los casi treinta puntos que tenía entre su esternón y el ombligo.

Mark volvió a entrar, se bajó la mascarilla y le regaló una sonrisa pícara con su cara bonita. Le guiñó un ojo y le tendió el teléfono con una foto perfecta de Jisung durmiendo en la silla incómoda de la sala de espera. Estaba apoyado en la pared, con las piernas encogidas sobre el asiento y sus zapatillas de deporte en el suelo.

—Ahora sí, me marcho. La enfermera acaba de entrar a la habitación contigua. —Minho asintió en silencio y volvió a mirar la pantalla del dispositivo.

¿No tienes una manta príncipe? Te vas a enfriar. ¿Por qué no has entrado? ¿Por qué no vienes a dormir al sofá? ¿Por qué no subes a esta camilla y me dejas abrazarte una vez más? No me gusta que estés ahí solo. Y además si no tienes una manta, te vas a enfriar.

La enfermera entró despacio y se sorprendió al verle despierto.

—Señor Lee Minho, es un poco tarde para usted —dijo la mujer mayor con una sonrisa.

—Señorita, ¿puedo hacerle una pregunta? —Ella asintió mientras comprobaba los datos en los monitores que le rodeaban—. ¿Cuánto tiempo lleva el chico durmiendo en la sala de espera?

—¿Qué chico? —preguntó ella distraída apuntando cosas en una tablet

—Han Jisung... El chico con los ojos de cervatillo y las mejillas redondas... Parece una ardilla cuando sonríe y se mueve como si fuera un príncipe, es muy educado, de clase alta. —Minho dejó de hablar abruptamente cuando la mujer lo miró por encima de sus gafas metálicas con una ceja elevada y una sonrisa conocedora. Sintió sus pómulos calentarse rápidamente y quiso ocultarse bajo la sábana.

—Todos sabemos quién es Han Jisung, hubiese sido suficiente con ese nombre, Lee Minho... Lleva durmiendo en esa sala de espera desde el día que salió de la UCI. No le dejaban quedarse antes, de hecho, no debería estar ahí pero es... Muy insistente. Y amenazó con presentar una demanda contra el hospital —La señora se rió tapándose la boca y después le dio unos toquecitos en el hombro—. Se despierta cada tres horas para preguntar por usted. Se va por la mañana, cuando llega su hermano y vuelve cada tarde cuando acaba la hora de visitas.

—¿Por qué no le han dado un lugar para dormir? ¿Por qué no ha entrado aquí?

—No puedo responder a esa pregunta... Pero sí que le ofrecimos una habitación y se negó, dice que quiere estar cerca por si pasa algo... —Ella hablaba mientras cambiaba una de las bolsas del gotero que estaba a punto de vaciarse—. El día que despertó, su hermano vino con el director del Han Bank... Y Lee Yongbok estaba tan feliz, pululando alrededor mientras esperaba para pasar a verlo... Cuando salieron de la habitación, Han Jisung ya estaba aquí, preparado para esa ronda de guardia que hace en la silla de la sala. Y le dijeron que entrase, que pasase a verle, pero se negó y se sentó con un libro sobre las rodillas.

—Vaya... Mi hermano no me ha dicho nada...

—Puede que Han Jisung le haya dicho que no se lo cuente. Es un chico muy particular... El caso es que todo el hospital está esperando que entre aquí de una vez. Tiene un pequeño club de fans... —se rió un poco tímida—. Tengo que seguir con la ronda, Lee Minho. Llámeme si necesita algo más. Y espero que el príncipe durmiente entre a verle en algún momento.

Minho la despidió y se tumbó con los ojos puestos en la puerta. ¿Cómo se suponía que iba a dormir ahora? ¿Cómo se suponía que iba a pegar ojo cuando descubrió que su verano estaba al otro lado de esa pared?

Nunca te he dicho que hueles como el sol, que tu piel me recuerda a una mañana de verano y que el perfil de tu cuerpo desnudo en la cama es como ver atardecer en la playa.

Se colocó de nuevo la molesta cánula nasal y suspiró cerrando los ojos para tratar de dormir un poco. Era una hazaña imposible teniendo en cuenta que cada dos minutos los abría para mirar de nuevo a la puerta que la enfermera había cerrado tras de sí.

Quizá, si la hubiese dejado abierta podría verte por casualidad, solo verte caminar por el pasillo. Tal vez te acercaras si la puerta no estuviera cerrada. Quizá podría decirte que vinieras dentro si te asomas a la puerta.

Estuvo a punto de llamar a la enfermera para que dejase la puerta abierta pero se dio cuenta de la estupidez que suponía antes de hacerlo. Tenía que culpar al imbécil de Mark, o como quiera que se llame, porque ahora Minho tenía el corazón a mil por hora y le temblaban las manos con nerviosismo.

Mierda, lo que daría por poder levantarme y tomarte en brazos para traerte hasta esta camilla. Ojalá vinieras ahora mismo a abrazarme y borrases de un plumazo todo el frío. ¡Ven, Jisung! Túmbate conmigo y nos esconderemos bajo las sábanas para que nadie nos encuentre. Ni siquiera tienes una manta. Déjame sostenerte para siempre. Sostenme para siempre, príncipe.

Miró fijamente a la puerta durante mucho tiempo, tanto que un enfermero volvió a aparecer para comprobar de nuevo sus constantes. Esta vez cerró los ojos fingiendo dormir.

Al final, en el silencio oscuro de la habitación, el sueño pesado le ganó la batalla. Aunque antes de caer rendido, pensó que tal vez Jisung se enfriase si nadie le daba una manta. Y que el hombre al que había odiado durante los últimos años era el que había permitido que ese chico estuviese en la sala de espera de un hospital durmiendo.

Deseó de corazón que en la próxima vida Yang Jeongin viviese con la felicidad que ahora sí merecía.

***

4/6

¡QUE VIVA EL ANGST, NAVEGANTES!

No queda mucho para el final y estos capítulos son intensísimos

¡Nos vemos en el infierno!

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