21. Dos disparos
Banda sonora: Wonder - Eden
Martes 2 de marzo
No sabía por qué demonios acabó en ese lugar que estaba escrito en el trozo de papel que quemaba en el bolsillo de su pantalón.
Su corazón tronaba desbocado en su pecho y no podía dejar de pensar en que tal vez el polluelo iba a quedarse solo de nuevo, sin Changbin para cuidarlo, con el rechazo de Jisung y la desaparición de su hermano planeando sobre su cabeza como una bandada de cuervos.
No quería que pasase eso. No quería estar ahora mismo conduciendo hacia su muerte.
Quería dar la vuelta, volver a casa y abrazarlo. Hacerle el amor hasta quedar exhaustos, nadar en la piscina, hacerle la cena, comprarle toda la ropa que quisiese, adoptar un perro. Quería invitar a sus amigos a casa, irse de vacaciones a Europa, besarlo hasta que sus labios estuviesen magullados. Quería envejecer con él.
El navegador lo avisó de que había llegado a su destino y observó, parado en el arcén, que había una clínica veterinaria cerrada al pie de la calzada y una casa un poco más atrás.
Sacó la pistola de la funda y comprobó que estaba cargada. Cogió también la bolsa de café y mandó un mensaje a Jisung en el que le decía que no podría almorzar hoy con él y que fuera a su casa a visitarlos de vez en cuando. También le dijo que lo quería. Quokka contestó con un emoji confundido y después envió un O.K., un corazón blanco y un "yo también, hermano". Mandó otro a Felix diciéndole que lo amaba y que, tal vez, no llegaría a cenar. No tuvo el valor de decir que quizá no volviese nunca.
Se bajó del coche dejando el teléfono en la guantera y recorrió el camino hasta la casa. Respiró hondo antes de girar el pomo, agarrando en su mano derecha el arma con fuerza, como había aprendido a hacer en estos años con prácticas de tiro.
Comprobando bastante sorprendido cómo el picaporte cedía y la puerta se abría ante él. Te quiero, Felix, te amo y quiero que seas feliz si muero hoy, emitió la triste plegaria con el sudor cayéndole por la nuca.
La casa estaba amueblada de forma cálida y colorida, no parecía la casa donde mataban a alguien; pero había aprendido por la fuerza que, en la vida, nada era lo que parecía. Dio un paso dentro y escuchó una voz que creyó que nunca jamás volvería a escuchar.
—¡Desgraciado! ¿¡Cómo llegas tan pronto!?
Changbin levantó el arma automáticamente cuando I.N apareció ante él secándose las manos con un trapo de cocina. Los ojos del hombre que debería estar muerto se abrieron y subió las manos, con su piel adquiriendo un color demasiado blanco, mucho más pálido de lo que era normalmente.
Puso el dedo índice sobre el gatillo y quitó el seguro con su pulgar. Apuntó al pecho y sabía que, si no se movía, le daría de lleno. En menos de un segundo, vio pasar toda su maldita vida ante sus ojos.
—No dispares, por favor —dijo el hombre, completamente inmóvil. Y todavía no era capaz de creer que estuviese vivo y hablando—, déjame que te explique antes de hacer ninguna tontería, Seo Changbin.
Las palabras se quedaron atoradas en su garganta, igual que el dedo que estaba sobre el gatillo. Tenía tanto maldito miedo que estaba helado de los pies a la cabeza. Respiró hondo, como había indicado su instructor tantas veces, y trató de relajar sus músculos acalambrados antes de disparar a aquel cabrón que tenía enfrente.
—Escúchame, baja el arma antes de que te hagas daño —insistió.
—Eres tú el que va a salir dañado —contestó automáticamente.
—Vamos, Seo Changbin, baja el arma.
—No voy a bajar el arma, te voy a disparar en el pecho.
—¿Cómo hizo tu novio? Procura apuntar un poco más arriba. Se puede vivir sin bazo, pero no sin corazón. —Changbin sintió la ira cruda hervir en sus venas.
Se le calentó la cara y sus dedos se movieron sobre el gatillo. I.N lo percibió y tragó saliva apretando los labios. Seo Changbin vio los hoyuelos en sus mejillas y apuntó un poco más arriba, donde estimaba que estaba su corazón.
—No he venido a hacerte daño —Parecía nervioso ahora—. He venido a salvar tu puto culo de perro servil.
Changbin disparó una bala que rozó el brazo de I.N y se estrelló en la pared tras él. El hombre se agarró el brazo sobresaltado, aspirando el aire con fuerza. Un hilo de sangre chorreó hasta su muñeca y él se apretó la herida con el paño de cocina que aún llevaba en las manos.
—Hijo de puta, déjame explicarte. No soy la misma persona que hace 5 años —gruñó apretando los dientes mientras presionaba la tela sobre su brazo.
—Yo tampoco soy la misma persona —contestó Changbin secamente.
—¡Joder! —gritó, pateando una de las sillas de comedor que tenía cerca—. Estoy tratando de hablar contigo como una persona civilizada y tú me has pegado un tiro.
—No, no te he pegado un tiro, te he dado un aviso de que lo haré. Y las personas civilizadas no envían malditos paquetes de café sin remitente. Solo los criminales lo hacen.
—Tenía que asegurarme de que sabías quién era para que vinieras.
—¡¿CON EL MISMO MALDITO MENSAJE QUE MANDASTE CUANDO TE LLEVASTE A JISUNG?! —Changbin fue incapaz de contener el tono de su voz y se escuchó a sí mismo como si fuera otra persona, gritando como lo había hecho I.N.
Lanzó el paquete que aún llevaba en su mano izquierda contra el hombre y vio cómo se estrellaba contra su costado cuando se giró para protegerse. La bolsa explotó y el polvo negro se esparció por todas partes.
Recordó el día que había reventado un paquete igual en la pared de aquel apartamento del que se llevaron a Jisung mientras dormía. I.N apretó la boca otra vez y resopló.
—¿Querías una puta invitación como si esto fuera un evento de la hi-so?
—Lo que quiero es que desaparezcas de una vez de mi vida. Quiero que desaparezcas para siempre. Si tengo que descargar las balas que me quedan en tu cuerpo para proteger a los que quiero, lo haré. —Nunca, en toda su vida, había estado tan seguro de nada como lo estaba de esto.
Mataría a ese hombre y dejaría su cadáver pudriéndose en esa casa tan colorida. Mientras le quedase un aliento, no permitiría que I.N volviera a acercarse a Felix y Jisung. Esas pesadillas serían lo más cerca que los hombres que amaba iban a estar del criminal que tenía delante en ese momento.
El otro frunció el ceño un segundo y soltó el trapo con el que apretaba la herida de su hombro. Bajó los brazos y resopló con cansancio, rodando los ojos antes de mirarle gravemente.
—Dispara. Mátame. Y cuando lo hagas en la habitación de arriba hay un ordenador y un sobre lleno de información para probar que tú no tenías nada que ver con mi hermano. Hay dos memorias USB en la que están todas tus malditas conversaciones con Han Jihyeon grabadas, igual que toda la información que sacamos de tu teléfono en ese entonces —Changbin sintió el temblor en sus manos—. Llévatelo todo y preséntalo a la policía para probar tu inocencia. Alguien se acercará a ti buscando datos sobre los movimientos que Han Jihyeon hizo en Han Bank para Dongyoon. Sé que no lo merezco, pero te pido por favor que le des todos los registros. Necesito que Dongyoon no vuelva a pisar la calle nunca más.
Se quedó quieto, tratando de procesar la información que había salido de los labios del hombre que su novio creía haber matado. Su mirada baja contrastaba con la altivez y el poder que recordaba Changbin. Podría ser un truco, podría estar, simplemente, engañándolo. Pero algo dentro de él le impidió disparar tal y como quería.
—¿Por qué demonios ibas a hacer algo como eso? ¿Por qué volver para ayudarme?
—Porque mi hermano va a salir de la cárcel. Y tiene el ojo puesto en gente que me importa. Y también en gente que te importa a ti.
¿Podría estar diciendo la verdad? Era posible. El juicio de Park Dongyoon era un circo mediático y aparentemente tenía todo tan bien atado que había conseguido cambiar parte de la opinión pública para hacerle ver como una víctima.
Si salía de la cárcel, iría a por Jisung; iría a por él y, por supuesto, iría a por Felix. Y aunque esto fuera una trampa cruel del destino, no iba a permitir que ese hombre pusiese una mano encima al polluelo que ahora estaría jugando a la Switch en el sofá del salón con una camiseta de Changbin puesta.
—¿Qué le hiciste a Lee Minho? —preguntó cuando repentinamente su cerebro conectó la información y se dio cuenta de que, si el hermano de Felix había desaparecido y ese malnacido estaba en Corea, tendría algo que ver.
—Seo Changbin, si vas a disparar, hazlo ya. Coge la mierda que hay arriba y desaparece.
—¿Dónde está Lee Minho? —volvió a preguntar colocando el cañón de la pistola directamente apuntando a su pecho.
—Lee Minho está bien. Está vivo y está bien. Pero si se entera de que estás aquí, aún más, si se entera de que Felix está en Corea se volverá loco y todo se irá a la mierda. Coge las cosas que hay arriba y desaparece. Puedes matarme antes o después, pero márchate antes de que llegue Minho.
—Felix está en Corea porque está buscándolo, ¿pretendes que lo engañe?
—Ese es tu puto problema, no el mío.
Changbin disparó de nuevo, golpeando de refilón su antebrazo izquierdo. I.N soltó un grito gutural que le heló la sangre. Ahora sus dos brazos sangraban profusamente. Algo dentro de él le impedía volarle la tapa de los sesos. Por eso había escogido herir sus extremidades.
—¡MIERDA, SEO! —se quejó el hombre con los brazos colgando de su torso y el líquido rojo cayendo al suelo formando un charco—. Te dije que no soy el mismo que hace cinco años.
—Te dije que yo tampoco.
La puerta se abrió de golpe, empujándolo. Casi se le cae el arma, pero logró enderezarse y apuntar a quién fuera que trataba de entrar en la casa. La cara felina de Lee Minho estaba ahí, justo frente a él, con la misma sorpresa que debía tener dibujada en la suya.
Apartó el arma y volvió a apuntar a I.N, que estaba dando un paso hacia él y negó con la cabeza con la mandíbula trabada. El de hoyuelos volvió a bajar la cabeza resignado.
—¿Qué demonios haces tú aquí? —preguntó Minho saliendo de su trance, con las cejas juntándose en el centro de su frente en un ceño.
—Está aquí para ayudarnos con el caso —contestó rápidamente I.N—. Pero hemos tenido un pequeño desencuentro...
—Joder, I.N, vas a tener que explicarme muchas cosas —gruñó el hermano de Felix.
—¡¿QUÉ COÑO ESTÁ PASANDO AQUÍ?! —gritó una voz que Changbin, desgraciadamente, conocía.
Martes 2 de marzo.
Esto no era real, esto no podía estar pasando otra vez. Ese desgraciado no podía estar sangrando otra vez en el suelo de su salón.
¿Qué mierda es eso que hay en el suelo? ¿Es tierra? ¿Por qué coño hay tierra por todas partes?
Giró la cabeza al visitante inesperado que le apuntaba con una pistola. La misma pistola, supuso, que había abierto sendas heridas en la piel pálida de los brazos de Yang Jeongin.
¿Qué diablos hace Seo Changbin en mi salón con una jodida pistola en las manos?
—Seungmin, cálmate —I.N trató de apaciguarlo, pero solo consiguió enfadarlo más.
—¡Ni hablar, Yang Jeongin, no vas a jugar a ese puto juego conmigo otra vez! ¿Por qué coño está mi casa llena de tierra, joder?
—Es café —contestó y Seungmin lo miró desconcertado.
—¿Qué?
—Que no es tierra, es café. Y sangre. Y creo que las balas han desconchado la pared, así que supongo que habrá cemento en el suelo también.
Seungmin sintió que su cabeza daba vueltas y dio un paso atrás mareado. El brazo sólido de Minho lo agarró, manteniéndolo en pie. Se apoyó en su firmeza, tratando de procesar que el director del Han Bank, el hermano de Han Jisung, estaba en su casa con un arma apuntando a la cabeza del desgraciado que había llegado para poner su vida patas arriba.
—Voy a desmayarme.
—Ey, no, espera. —Minho rodeó su cintura con el brazo y lo llevó en volandas hasta el sillón verde, sentándolo con delicadeza. Agradeció internamente al hombre porque estaba bastante seguro de que sus piernas ya no podían sostenerlo.
Miró el desastre ante él. El espacio delante de la puerta de la cocina estaba lleno de polvo oscuro. El café se mezclaba en una asquerosa amalgama con la sangre que chorreaba de ambos brazos de I.N.
—Por Dios, levanta los putos brazos para que dejes de sangrar como un cerdo —gruñó y el chico levantó a duras penas sus extremidades.
—Vas a perdonarme, pero esto es bastante incómodo.
—¿Por qué coño no eliges otro puto lugar para desangrarte? ¿Por qué mierda no vas a morirte lejos de mí? —preguntó con un gemido lastimero.
Jesucristo, ¿por qué tenía que estar pasándole esto a él? ¿Por qué no podía vivir una vida tranquila en el campo, vacunando pollos y castrando terneros?
—Quizá deberíamos... No sé... ¿taparle las heridas o algo? —comentó Minho agachándose a su lado.
Tenía razón, necesitaba parar el sangrado y mirar si ese imbécil necesitaba puntos. Se levantó del sillón respirando sonoramente y caminó hacia él. Cuando faltaba un paso, giró la cabeza recordando que había otro puto tarado en su casa que no había dicho ni una palabra.
Miró a Changbin, con el cañón apuntando hacia ellos y arrugó la frente.
—¿Puedes evitar volarme la cabeza en mi propia casa, por favor?
—¿Tu... tu casa? —tartamudeó.
—Sí, Changbin hyung, esta es mi casa.
—¿Qué demonios hacen estas dos personas en tu casa, Seungmin?
—Si guardas la puta pistola y me dejas verle las heridas al emperador desgraciado te cuento lo que quieras.
—Seungmin... —murmuró I.N.
—No. Estoy harto de tus mierdas. No quiero formar parte de esta locura. Voy a contarle todo a Changbin y te vas a callar la boca.
—Seungmin, no pongas a prueba mi paciencia.
—¿Sabes qué? —Dio dos pasos hacia atrás alejándose de Yang Jeongin y cruzó los brazos sobre el pecho mirando al C.E.O. de Han Bank—. Dispárale, hyung. El suelo está hecho una mierda, no pasa nada por un poco de sangre más. Lo descuartizamos y se lo damos de comer a los perros callejeros.
El hombre palideció, sorprendido, y escuchó el gruñido de I.N y como se dejaba caer en una de las sillas del comedor. Minho rió un poco tapándose la boca con la mano.
—Seungmin... ¿estás metido en... en todo esto? —preguntó Changbin bajando el arma despacio con esa cara desconcertada de oso tierno.
—No, amigo, ni hablar. Hace cuatro años este cabrón apareció en mi puerta con una herida de bala en el vientre y yo lo operé en una camilla para ganado. Le extirpé el bazo que tenía destrozado y estuvo una semana en el cuarto de invitados lloriqueando y quejándose de todo. Después desapareció. No he tenido nada que ver con sus mierdas mafiosas. Mi único pecado fue salvarle la vida.
—Joder... —Fue el turno del hombre de tambalearse en sus piernas.
Minho lo tomó del brazo con fuerza para enderezarlo y lo empujó hasta que cayó pesadamente en el sofá con la cara pálida como un muerto y los labios entreabiertos. El chico sombrío lo agarró del hombro con una sacudida suave hasta que enfocó sus ojos en él.
Hubo un intercambio silencioso, un reconocimiento extraño. Vio a Changbin llevar su mano al hombro del contrario y asentir suavemente con la cabeza. Seungmin trató de entender qué demonios estaba pasando.
—¿Necesitas algo de la clínica? —preguntó Minho mirándolo y Seungmin negó con la cabeza.
—Tengo un maletín completo para emergencias en el todoterreno. ¿Puedes ir a por él? —El chico asintió y le tiró la llave que aún llevaba en el bolsillo.
Cuando salió, la cara de I.N se compuso un poco: —Por favor, no se os ocurra nombrar a Felix. A ninguno. O se va todo a la mierda.
—No puedo mantener a mi novio en la oscuridad.
—Haz lo que te dé la gana con la información que tienes, pero no le digas dónde estamos. Y no le digas a él que Felix está aquí.
Los pasos de Minho volvieron a oírse y el hombre entró con un maletín de emergencias que entregó a Seungmin. Él se acercó a la mesa y se dispuso a curar las heridas de I.N. La del antebrazo parecía algo más grave, pero ambas eran pequeñas.
Mientras limpiaba la carne abierta, Yang Jeongin miraba fijamente al sofá detrás de Seungmin. Se giró y vio a Minho y Changbin sentados juntos, los dos con la espalda tensa.
—¿Te está obligando a estar aquí? —preguntó Changbin en voz baja.
—No, no. Seungmin preguntó lo mismo —bromeó.
—Es lo mínimo que se puede esperar de este desgraciado —comentó el veterinario.
—Joder, os he dicho a los tres que no soy la misma persona de entonces.
—Una vez mafioso, siempre mafioso —contestó, limpiando suavemente el área del hombro derecho.
—Entonces... ¿por qué estás aquí? —El tono de Changbin era tan bajo que casi no podía oírlo.
—Quiero hacer las cosas bien... Quiero que mi karma cambie... —respondió el chico reflexivamente.
—¿Para qué, hyung?
—Porque quiero que él pueda volver —susurró de repente y Seungmin tensó la espalda. Miró a I.N y él llevó un dedo a su boca pidiéndole que cerrase la boca.
—¿Qué?
—Quiero arreglar las cosas. Quiero que sea libre para volver. Si aún puedes aceptarlo, si lo perdonas, él podrá volver. Seréis libres para vivir la vida que queráis. Si aún le quieres, si aún sientes algo por él, aunque sea algo muy pequeño... mantenlo vivo, Changbin —Joder, ¿de qué coño estaba hablando?
—Nunca he dejado de pensar en él, Minho.
—Entonces, ayúdanos con esto, lo que sea que I.N quiera que hagas para el caso, ayúdanos. Déjame traerlo otra vez. Estará mejor contigo de lo que nunca estará conmigo. Sé que lo cuidarás como se merece.
—Lo haré, te ayudaré. Os ayudaré —declaró Changbin solemnemente y Seungmin vio como I.N cerraba los ojos y respiraba tranquilo. Por un segundo creyó que ese hombre agresivo e inestable que tenía delante se echaría a llorar. Pero solo sonrió y sus hoyuelos aparecieron, tan tiernos como siempre lo eran.
—Gracias, Changbin. Te lo agradezco —intervino Minho. Se giró ligeramente y vio al hombre haciendo una reverencia.
—Lino, ¿puedes traer el sobre marrón que está en la habitación y dárselo a Changbin por favor? —pidió I.N con la voz cansada.
El chico subió las escaleras de dos en dos. Volvió a bajar unos segundos después y le tendió aquel envoltorio. Changbin se levantó y, de repente, Seungmin se sintió agobiado en esa habitación con tantas personas peligrosas alrededor.
—Changbin... —susurró—. Soobin no sabe nada de esto...
—Nadie sabrá nada de esto —respondió rotundamente y pudo respirar con un poco más de calma. Terminó con la herida del lado derecho y pasó al antebrazo izquierdo de I.N.
—Me marcho. Tengo que volver a Seúl —concluyó, caminando hacia la puerta. Seungmin se despidió con la mano sin apartar la vista de la herida y vio en la periferia que I.N inclinaba la cabeza con respeto—. Cuando tenga lo que me pedisteis lo traeré.
—Gracias otra vez, Changbin —dijo Minho inclinándose ante él.
—Te lo dije una vez y no me hiciste caso, espero que esta vez sí lo hagas —añadió Seo Changbin parado en el marco de la puerta abierta—: no te atrevas a quemar mi casa, Lee Minho.
—No voy a hacerlo. Te lo juro por la vida de mi hermano. Esta vez repondré todo lo que me llevé entonces.
—Confío en tu palabra. Por la vida de tu hermano.
La puerta se cerró y Seungmin miró la espalda de Minho. Estaba de pie, parado mirando la madera. Se sacudió un poco la sensación de desazón y terminó de curar la herida dándole tres puntos. Miró de nuevo el desastre que había en su salón y casi se echa a llorar.
—Sabía que me arrepentiría el día que te dije que podrías quedarte aquí —sentenció mirando a I.N—. Quiero la puta casa como los chorros del oro. Me voy a dar una ducha y a echarme una siesta.
Se levantó y subió las escaleras. Cuando entró a su habitación se encontró a Dori escondida entre sus almohadas. Le acarició la cabeza y ella lo miró, agazapada en ese pequeño espacio.
—Por lo menos buscas a tu padre cuando tienes miedo, hija desagradecida.
Domingo 14 de marzo.
Se ajustó la gorra bajando la visera. El arrebol del atardecer teñía el cielo de colores vivos mientras él caminaba lentamente entre las filas de muertos. Qué irónico que en ese bonito paisaje fuese donde se lloraban las peores pérdidas.
Los cementerios siempre le habían parecido el lugar perfecto para esconderse y pasar desapercibido. Agarró con fuerza las flores que llevaba en la mano derecha mientras bajaba la mascarilla negra que llevaba. Le faltaba el aire.
Estaba retrasando el momento, alargando la ruta que debía seguir para llegar a su destino. Rodeó los caminos de adoquines y cemento entre los nichos y las tumbas. Su corazón todavía lloraba las muertes. Y las traiciones.
Al bajar el sol, el ambiente se hizo aún más fresco y el viento que soplaba enfriaba su cara. Divisó al final del tramo que recorría el sector al que debía llegar. Su pecho se apretó con dolorosos recuerdos.
Cuando estuvo ante la pared, buscó el nombre escrito con letras doradas en el mármol de la placa que cubría el nicho. La visión de la foto de su compañero lo dejó sin aliento. La mano en la que llevaba el pequeño arreglo floral tembló.
Había flores en el recipiente y, aunque estaban secas, eso le consoló de algún modo. Como si el hecho de que alguien lo recordase aún pudiera borrar la realidad de que él llevaba años sin venir a verlo. Sacó las flores secas de la tarrina y las llevó a una papelera cercana. Después volvió y colocó su propio arreglo.
Puso la palma de la mano sobre la losa y sintió el frío. Un frío que no quería recordar.
La piedra ante él solo guardaba las cenizas de un hombre, pero todavía sintió que podía verlo. Contuvo el sollozo en su garganta mientras una lágrima caía por su mejilla. La humedad se arremolinó en el borde de la mascarilla que llevaba en la barbilla. Cerró los ojos respirando hondo.
Quería pedirle perdón, quería decirle que se arrepentía de lo que pasó, de haberlo presionado para salvar a esas personas. Se arrepentía de no haber seguido su plan, de no haber obedecido sus órdenes cuando era su superior. Pero, sobre todo, se arrepentía de la traición.
—Oh... Hola —escuchó la voz grave tras él y subió la mascarilla rápidamente.
Agarró la visera y la bajó aún más sobre los ojos antes de girarse para mirar al hombre alto que se había parado tras él. Llevaba una camiseta verde y un vaquero oscuro y le llamó la atención que, a pesar de su altura, se encorvaba un poco en los hombros.
La sonrisa suave del chico lo dejó un poco descompuesto.
—¿Ha venido a verlo? —preguntó mirando a la tarrina metálica donde acababa de dejar sus flores.
—Sí... —contestó modulando ligeramente la voz, aterrorizado de que alguien pudiese descubrirlo.
—Yo vengo una vez al mes —dijo el chico, aunque nadie le había pedido esa información—, pero nunca había visto a nadie. Bueno, además de en el aniversario.
¿Qué debería decir? Ese hombre que estaba de pie, con unas flores en la mano, pero se veía cansado. Por un momento se dio cuenta de que si fuese supersticioso, pensaría que era un fantasma.
—¿Es usted...? —se quedó callado porque no sabía cómo formular la pregunta que quería hacerle.
—Éramos amigos.
El muchacho colocó sus flores, haciéndose hueco al lado de las que él acababa de poner allí. No combinaban entre sí, pero le pareció bonito que aquella placa de mármol tuviera dos ramos tan distintos.
El extraño de la camiseta verde sacó una vela y la encendió junto al recipiente. Juntó las manos bajo su cabeza y cerró los ojos. Por inercia, imitó sus movimientos. Imaginó que el chico entonaba una plegaria por el alma de aquel muerto y él quiso hacer lo mismo.
Sin embargo, lo único que pudo hacer fue disculparse por todas las cosas de las que se arrepentía y que, indudablemente, habían contribuido a que esas cenizas estuviesen tras el mármol gris con letras doradas.
Perdóname por no obedecer. Por no escuchar. Por no salir de allí. Por entrar allí. Perdóname.
—A pesar de todas sus cosas, era un tipo excelente —dijo el chico—. Era policía... No sé si lo sabía. Murió en acto de servicio, le dieron una medalla de mierda y todo. Después de muerto, claro. Por lo menos consiguió meter a ese cabrón entre rejas, aunque él no lo viese.
Lo estudió unos segundos. La mirada vieja que cargaba en sus ojos rasgados era triste y hablaba con resignación derrotada. Se mordió el labio bajo la mascarilla al pensar en cuántas vidas había destrozado con sus acciones.
—¿Eran cercanos?
—Era el mejor amigo de mi pareja y acabó formando parte de mi vida también —Se rió secamente mirando a la fotografía colgada en el mármol—. Éramos unos cabrones en aquellos tiempos... Nos odiábamos. Mi pareja tenía que lidiar con ello a diario. ¿Se lo imagina? Si llegó a conocerle sabrá que tenía mucho carácter...
—Sí que lo tenía —sonrió al recordar el mal genio del tipo.
—Éramos como el agua y el aceite. Y yo... Bueno... Yo pasé una mala época cuando murió mi pareja y él no estuvo para mí. Y se lo eché en cara... Me siento culpable por ello. Tal vez por eso sigo viniendo —reflexionó en voz alta, dándole una mirada intensa—. A veces la única manera que tenemos de lidiar con la pérdida es echar la culpa a otros. Otras es culparnos a nosotros mismos.
—Vaya... Siento mucho oír eso. Mis condolencias... —murmuró incómodo.
—¿Sabe que me llamaron cuando lo llevaron al hospital? Hijo de puta... Había puesto mi número de teléfono como contacto de emergencias. Y me llamaron para decirme que estaba muriéndose. Cogí el puto coche y conduje hasta ese hospital y cuando llegué ya no estaba. Es decir... sí que estaba, pero no estaba... —El chico respiró hondo y apretó la mandíbula—. Solo he hablado de esto con mi terapeuta, pero cuando vi su cuerpo en la morgue del hospital me enfadé. Me enfadé porque fui el primero en enterarme de que había muerto y él no fue capaz de llamarme cuando murió Hayoon.
Su corazón dejó de latir y sintió un zumbido en los oídos. Sus manos temblaron y tuvo que meterlas en los bolsillos de sus pantalones vaqueros. Bajó la cabeza, avergonzado, asustado y profundamente acongojado.
¿Cuántas putas vidas destrocé?
—Hayoon era mi novio —dijo con una sonrisa melancólica —Está enterrado en este cementerio también. Vengo a verlos a los dos... Aunque al principio casi no podía. Hayoon murió poco antes que él...
Lo sé.
—Él también era policía —continuó—. Y también tenía un carácter de mierda. Pero era la mejor puta persona del mundo.
Por favor, cállate.
—Ellos venían de familias humildes, ¿sabe? Yo... Bueno, yo venía de una un poco mejor posicionada. Hayoon me dio los años más felices de mi vida. Me dio todas las cosas buenas que alguna vez podré tener. Me dio todo lo que el dinero de mi familia no pudo darme...
Joder, cállate de una vez. Sus ojos se humedecieron de nuevo y las lágrimas cayeron hasta el borde de la mascarilla mojándolo. Bajó la mirada a los pies del hombre tratando de ocultarlas.
—Mis amigos dicen que no es sano venir aquí cada mes. Que no puedo seguir atascado en el pasado. Empecé a ir a terapia hace un año porque los padres de Hayoon insistieron —La voz del chico se quebró—. Pero no puedo dejar de venir aquí... Siento que si no vengo, los estoy olvidando. Y no puedo olvidarlos como los han olvidado los demás...
—¿Sus familiares no vienen?
—Los de Hayoon vienen en el aniversario. De la policía no he vuelto a ver a nadie. Tal vez vengan y yo no lo sepa... No lo sé. Nunca había visto a nadie aquí aparte de usted —confesó—. Y es tan malditamente triste... Acabó su vida solo... Dejó de vivir para meter a un criminal entre rejas y acabó muriendo solo. Es una auténtica mierda darlo todo por los demás y acabar en una urna sin que nadie te traiga unas flores de vez en cuando —Apretó los puños dentro de los bolsillos y levantó la vista al muchacho de la camisa verde. Parecía perdido mirando la foto encastrada en el mármol—. Creo que voy a marcharme... Me alegro de que haya venido a verlo... Ojalá hubiese más personas que los recordasen.
Fue testigo silencioso de las lágrimas que cayeron de aquellos ojos rasgados. Sintió el peso de la culpa oprimiendo su esternón. Él, que nunca sintió culpa, que pasó por todas las etapas de su vida sin pena ni gloria, que había estado dispuesto a morir porque no tenía nada que perder, ahora lloraba por el dolor de un hombre del que ni siquiera sabía el nombre.
Puso su mano en el hombro ancho del chico y lo vio sobresaltarse. Se miraron por unos segundos.
Perdóname tú también.
—¿Sabe qué es lo más jodido? —Hizo un gesto con la cabeza aunque quería huir de allí y esconderse de nuevo para no volver nunca a enfrentar algo como la voz ronca de aquel chico que lloraba frente a él—. Que yo voy a envejecer. Yo voy a hacerme viejo y me llenaré de arrugas. Tal vez encuentre a alguien algún día y rehaga mi vida —Negó con la cabeza con una risa irónica—. No lo creo, pero podría ocurrir... Tal vez hasta tenga hijos... Y moriré en una cama, marchitándome. Pero ellos no van a envejecer —Se separó un paso y le dio la espalda.
Echó a andar pesadamente, con la cabeza baja y lo vio alejarse por el camino de adoquines. Su mirada no lo dejó hasta que la camiseta verde ya no era visible. Se giró hacia el nicho gris con la mascarilla arruinada por las lágrimas y las manos aún temblando.
Puso la palma otra vez contra el mármol gris y dejó que el frío llegara hasta su pecho vacío: —Perdóname, Siwon.
***
1/3
Un cierre sad para la historia de los policías. ¿Quién habrá ido al cementerio por primera vez?
Me encanta el título de este capítulo, navegantes. Dos disparos son los que da Changbin y también dos disparos son los que acabaron con las vidas de Siwon y Hayoon.
El siguiente capítulo es súper soft y nada triste (el primero de todo el libro AJJAJAJA)
¡Nos vemos en el infierno!
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