20. Insomnio nocturno

🎶Banda sonora: Sad forever - Lauv🎶

Martes 2 de marzo.

I.N se acercó para agarrarlo y él intentó arrastrarse lejos, pero sus piernas estaban ancladas al suelo. Sus ojos vacíos lo miraron y parecía tan aterrador que Felix sentía que estaba a punto de orinarse en los pantalones.

Dio un paso más y él gritó sin que ningún sonido abandonara sus labios; su garganta estaba seca y muda. Se agarró los lados de la cabeza cerrando los ojos, pero ese hombre seguía ahí, ante él, preparado para arrancar sus uñas, para cortar sus dedos, para golpear sus articulaciones con un martillo hasta destrozarlas.

Había pensado miles de veces en la cantidad de torturas que I.N podría infringirle para vengarse. Y en todas las ocasiones se preguntó hasta dónde llegaría. ¿Se desmayaría después de que el cuchillo cortase su primera falange? ¿Perdería el conocimiento solo con ver las pinzas metálicas con las que arrancaría sus dientes?

La piel pálida de I.N se veía grisácea con esa luz y no recordaba cómo había llegado a ese lugar lleno de árboles alrededor. ¿Lo habría sacado de la cama en la que se había acostado con Changbin? ¿Estaría Changbin bien?

Trató de moverse, pero sentía que estaba enterrado en un cubo de cemento que se había endurecido. Sus pies estaban pesados y restringidos y por más que trataba de gritar no podía. El pecho de I.N fue de pronto visible ante él y descubrió aterrorizado el agujero enorme y putrefacto que tenía el hombre en el vientre.

Los insectos se movían en la carne abierta que era roja y negra. No podía estar vivo con esa herida en la barriga. No podía seguir vivo cuando Felix había sido el que colocó ese hueco en el medio del hombre.

Los gusanos parecían salir a borbotones del espacio abierto en el abdomen de I.N y caían al suelo a paladas. Felix volvió a tratar de gritar, pero su garganta no emitía ningún sonido y sus piernas no podían moverse. Los inmundos bichos se acercaban a su cuerpo igual que lo hacía el hombre del que salían.

Iba a morir y esos gusanos se comerían su carne en medio del bosque. Y no podía volver a ver a Minho, ni volvería a besar a Changbin, ni conseguiría abrazar a Jisung. I.N sonrió ante él y los dientes parecieron afilados como un animal salvaje. Sus hoyuelos se hundieron en sus mejillas mientras salivaba y los bichos empezaban a subir por sus piernas.

Luchó por huir sacudiéndose, sintiendo el tacto viscoso de los insectos en sus piernas, el hormigueo de saberles caminando por su piel.

—¡Felix! —gritó I.N ante él y lo miró fijamente mientras la piel de su cara se desprendía, descompuesta, y caía con un golpe seco al suelo—. ¡Felix! —El monstruo desollado con los dientes afilados gritó su nombre una vez más.

Cerró los ojos asustado, con la garganta muda y las lágrimas cayendo por su cara. Algo le dio una sacudida violenta de su hombro que lo dejó sin respiración.

—¡Felix!

Abrió los ojos una vez más e inhaló una bocanada de aire tan profunda que sintió sus costillas estirarse. La cara de Changbin, con sus ojos pequeños y su nariz ancha estaba ante él. Los labios rosados y suaves que lo habían besado estaban ahí.

Sintió la mano del hombre sobre su mejilla. Tosió un poco y su garganta soltó un lamento suave que se anticipó al llanto que acabó saliendo de las comisuras de sus ojos. Su corazón todavía latía demasiado rápido y sentía sus manos temblorosas, incapaz de hacer nada más que llorar mientras miraba la cara de su oso incorporado sobre él en la oscuridad.

—Polluelo... —susurró apartando el pelo que se adhería a su frente sudada.

Felix agarró esa mano y la pegó a la piel de su mejilla. Sintió el tacto real, el calor de verdad, no estaba soñando, estaba despierto. Los brazos anchos lo agarraron y lo llevaron sobre su pecho.

Se encontró a sí mismo con su cara contra el pectoral de Changbin, donde su corazón retumbaba con nerviosismo. Una de las manos estaba en su espalda, ciñéndolo con fuerza a los contornos ajenos; la otra estaba aún sobre su mejilla.

Todavía lloraba y respiraba con dificultad. Las gotas saladas corrían de lado por su cara y caían sobre la piel lampiña del torso de su amante.

—Felix, ¿estás despierto? —preguntó Changbi,n echándole la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos.

No sabía si estaba despierto, pero si esto era un sueño quería quedarse aquí, sobre el hombre del que estaba enamorado. Movió la cabeza confuso y el oso dejó un beso suave sobre su frente perlada de sudor.

—Fue... fue una pesadilla... —comentó lo obvio, porque no sabía qué demonios decirle.

—Lo sé. Estoy aquí ahora, Lixie, estaré siempre aquí —prometió suavemente y Felix sintió que lloraba más sobre la carne viva, cálida y real de su hombre—. Vuelve a dormir, aún no ha amanecido.

—Estoy asustado —susurró aferrándose a él.

—No voy a irme, yo velaré tu sueño. Duérmete. —Sus dedos acariciaron su pelo con un masaje tranquilizador y respiró hondo oliendo el jabón que ambos usaban.

El sonido del corazón de Changbin en su oído se ralentizó unos minutos después hasta convertirse en una suave nana en sus oídos. Ese latido constante sonaba como la única canción de cuna que Felix quería escuchar por el resto de su vida.

Cerró los ojos sintiéndose seguro sobre ese pecho, con esos brazos a su alrededor. Por primera vez desde que había huído de Corea, las pesadillas no le habían desvelado irremediablemente. Su respiración se acompasó al movimiento de las costillas sobre las que estaba tumbado y sintió que podría dormir esta noche.

—Te amo, Binnie —susurró, medio despierto, medio dormido y no escuchó si el chico contestó algo porque el cansancio acabó ganando la batalla contra la vigilia.

Martes 2 de marzo.

Suspiró cansado, abriendo los ojos a pesar de que no había conseguido volver a dormir. La figura ligera de Felix seguía sobre él, con la respiración tranquila sumida en un sueño profundo. Acarició el pelo revuelto poniéndolo tras la oreja. Se hizo un recordatorio mental de preguntarle si quería ir a la peluquería pronto.

Miró el reloj sobre la mesilla a su lado, eran las 5:30 A.M. y amanecía en Seúl. Dejó el cuerpo con cuidado sobre la cama y subió la sábana hasta su hombro desnudo. Se metió en el baño y dejó la puerta abierta por si se despertaba.

Se dio una ducha rápida y se vistió en silencio en la habitación, sin quitarle un ojo de encima al pequeño chico que se acurrucaba agarrando la almohada en las sábanas de color azul. Abotonó su camisa blanca y cogió la chaqueta del traje para terminar de prepararse abajo.

Salió de la habitación sin cerrar, todavía asustado por si Felix volvía a tener una de esas pesadillas. Nunca lo había visto así. Verlo llorar, sudando, temblando en medio de la cama, casi le rompió el alma. Lo sacudió para apartarlo de donde quiera que estuviese. Quería traerle de vuelta a su lado para decirle que nunca más debía tener miedo.

Dios santo, qué asustado había estado. Asustado y profundamente preocupado por el polluelo que ahora dormía plácidamente en el medio de la cama que compartían.

Preparó la cafetera mientras bebía una botella de agua de la nevera. Dio un trago al líquido fresco y el olor del café inundó el espacio. Miró su teléfono móvil. Aún era pronto, pero pensó que tal vez se ahorraría el tráfico si salía un poco antes al trabajo.

Se sirvió un enorme tazón de café negro y fuerte y lo bebió sentado en la isla de la cocina, contemplando por el ventanal trasero cómo el cielo grisáceo se iluminaba lentamente. Qué maldita mala noche había pasado.

Era incapaz de entender la magnitud de la culpa. Felix era abierto cuando contaba las cosas por las que había pasado. Changbin sabía cómo había sido su infancia y adolescencia. Era consciente de cómo había vivido su vida antes de conocerse, conocía los detalles del tiempo que pasó huyendo.

Sin embargo, todavía se sentía inútil cuando el chico peleaba contra la tristeza de saberse responsable del sufrimiento de otros y lo único que podía hacer era abrazarlo y decirle lo mucho que lo quería.

Dio un sorbo al resto del líquido negro y decidió ponerse otra taza, necesitaría energía para enfrentar el día. Eran las 6:30 de la mañana cuando sonó el timbre y casi lanza el vaso al suelo del susto. Dejó el recipiente de cerámica sobre la encimera y se encaminó al intercomunicador con cámara que había en la entrada.

Un repartidor lo saludó y Changbin le dijo que esperase un segundo. Se calzó los mocasines sin atar y se acercó el mismo a la verja de la entrada. El chico le entregó el paquete y volvió a subirse a la moto marchándose.

Frunció el ceño deshaciendo el camino hasta su casa y abrió la pequeña caja en las manos. No recordaba haber pedido nada, pero tal vez Felix lo había hecho por él. Sonrió pensando en que quizá el polluelo le había comprado un regalo.

Abrió el paquete sobre el mármol mientras daba otro trago a su bebida. Apartó el papel de seda que cubría el contenido y la taza que tenía en la mano rebotó en la mesada y cayó al suelo con un estruendo.

Dio un paso atrás respirando entrecortado, apartándose del desastre de la cerámica destrozada y esa caja que traía dentro todas las pesadillas de las personas que más amaba.

La bolsa de aluminio verde oscuro, cerrada con una pequeña pinza metálica estaba ante él. Habían encontrado su hogar. Sacudió la cabeza borrando la imagen de su cabeza porque era imposible que los muertos enviasen regalos por correo.

Agarró la bolsa verde dispuesto a tirarla a la basura junto con la taza que acababa de destruir, pero le llamó la atención la pequeña tarjeta que colgaba del borde superior. Se debatió internamente sobre si leerla o desecharla, pero decidió hacerlo porque la curiosidad era más poderosa que el miedo a lo que pudiese haber escrito.

"Lo mejor de este café es su aroma. Te recomiendo comprobarlo por ti mismo"

No se lo pensó, abrió el envase y sacudió el contenido, aspirando el olor que, efectivamente, era increíble. Lo reconocía todo: esa bolsa verde y la procedencia de ese paquete aunque fuese absolutamente imposible.

Decidió tirarla, llevársela lejos del pequeño ser humano que dormía arriba. Sacó el cubo de basura de debajo del fregadero y se agachó para recoger los trozos de la taza destrozada. Cogió la bolsa y estuvo a punto de tirarla, aún abierta, cuando un destello de color naranja captó su vista. Removió el contenido y sacó con sus dedos el trozo de papel del fondo.

Había una dirección apuntada.

Changbin cerró la bolsa con cuidado y le puso la pinza. Se acercó a su maletín y la metió dentro. Terminó de recoger el estropicio que había hecho en la cocina y caminó determinado escaleras arriba.

Entró en el baño de la habitación tras comprobar que Felix seguía profundamente dormido. Se estiró hasta la parte superior del mueble junto al lavabo y agarró la madera suelta al fondo. A tientas, sacó la funda negra escondida en la pared y volvió a colocar la tabla. Apretó el estuche en sus manos y se acercó a la cama, cerniéndose sobre el cuerpo de Felix.

Quería despertarlo, quería hacerle el amor ahora mismo por si esta fuese la última vez que se veían. Pero se limitó a acariciar el pelo suave, apartándolo de su frente.

Lo besó en los labios y Felix se removió con un quejido. Intentó tirar de la sábana para taparse la cabeza, pero Changbin se lo impidió. El hombre dormido se lamentó abriendo apenas sus grandes ojos.

—Binnie... —susurró y tuvo que volver a besarlo.

—Te amo, Felix —le dijo abrazándolo. El otro se retorció hasta acomodarse de lado contra él y volver a cerrar los ojos.

Changbin acarició la espalda desnuda y sus manos dieron con sus nalgas turgentes. Sus labios bajaron al cuello y succionó la piel escuchando el jadeo que se escapó de la garganta del pecoso. Dejó besos húmedos en los hombros y las clavículas, saboreando la piel cálida.

Las manos de Felix fueron a su pelo y lo revolvió perezosamente. Changbin se puso sobre él de nuevo y bajó con su boca ávida dejando un rastro de saliva sobre el pecho delgado. Besó al lado del ombligo y vio la carne de gallina bajo sus labios.

—Yo también te amo, Binnie, pero tengo sueño... —se quejó ondulando bajo su peso. Dejó un último beso en el vientre plano antes de subir a su boca de nuevo.

—Sigue durmiendo... No olvides que te quiero y haría cualquier cosa por ti —declaró apartándose del chico.

—Sí... sí... —gruñó antes de conseguir taparse la cabeza con el cobertor para volver a caer rendido—... Te quierooooo, Binniieee... —canturreó desde su escondite.

Changbin se levantó y se quitó la camisa manchada de café. Cogió una negra del armario y se la puso. Agarró el estuche de la mesilla de noche y bajó las escaleras. Guardó la funda en su maletín, junto a la bolsa de café.

Salió de su casa con un suspiro cansado, la chaqueta del traje doblada sobre el codo y el maletín. Se subió al coche y en vez de dirigirse al distrito financiero de Seúl, enfiló la autopista que le llevaría a algún lugar, con una pistola cargada y un paquete de café que un hombre muerto no podría haber enviado.

Martes 2 de marzo.

Minho se levantó de la cama y fue directo a la ducha. Bajó las escaleras a oscuras y preparó el café. Se sirvió una taza y se sentó en la silla de la cocina luchando por no echarse a llorar otra vez.

Estaría arrepintiéndose cada día de su vida de sus acciones del pasado. Y también de lo que había hecho hace dos noches cuando se suponía que debía estar durmiendo en la cama que Chan preparó para él.

En lugar de cenar con la pareja y descansar, se había escabullido como el criminal que era. Sortear el estúpido sistema de seguridad de la urbanización de Jisung había sido un juego de niños. Para la gente como él, un guardia y unas pocas vallas no suponían un gran problema.

Evitó las cámaras de vigilancia saltando de un jardín a otro, al amparo de las sombras de los grandes árboles que los jardineros cuidaban para esos millonarios. Y entonces llegó al jardín trasero del chico al que había anhelado durante tantos años.

Lo vio de espaldas desde la distancia, pero sabía que era él. Sabía que esos brazos eran los suyos, que ese pelo alborotado por sus propias manos era el que Minho había tenido entre sus dedos tantas veces.

Jisung estaba en el estudio, bebiendo de un vaso algo que parecía whisky, mientras revisaba su portátil. Vio la parte posterior de su cuello, la piel bronceada que seguramente olería a perfume caro. Ese pedazo de su carne le recordó a los besos que dejaba ahí, a la suavidad aterciopelada que sentía cuando sus labios se colocaban en ese lugar.

El príncipe se levantó de la silla y Minho solo pudo pensar en que quería sus manos en la parte de su espalda que se mostró cuando el chico se estiró levantando su camiseta. Pudo vislumbrar un atisbo de la cintura estrecha. Y entonces se dio la vuelta y se encontró a sí mismo completamente incapaz de moverse de donde estaba.

Los ojos de Jisung, asustados y brillantes se fijaron en los suyos y entreabrió la boca por el impacto de verle, por primera vez en tantos años, frente a frente, solo separados por el cristal de una ventana. Minho flotó por unos segundos, sintiéndose tan ligero como una pluma, cuando esos labios rosados se trabaron debajo de los dientes.

Su cuerpo se movió y dio un paso hacia él, Jisung retrocedió llevándose la mano al pecho y lamiéndose la boca. Santa mierda, quiero besarte, príncipe, abre esta ventana y déjame besarte, pensó entonces.

Pero no le había abierto, Han se había frotado los ojos como tratando de decidir si eso era real y Minho se había desplazado por la terraza buscando una entrada. Ya había llegado hasta allí y si tenía que morir, quería que fuese a manos de ese hombre.

Trataba de forzar la cristalera cuando escuchó un coche fuera. Jisung salió del estudio y caminó hasta lo que parecía el recibidor de su casa con el teléfono móvil pegado a su oreja. Cuando volvió a hacer contacto visual con él, con su piel grisácea como si su alma hubiese abandonado su cuerpo, estiró la mano pulsando un botón y Minho escuchó la verja abrirse. Lo miró fijamente, desafiándolo y Minho estaba enfadado porque debería estar abriéndole la puerta a él y no a quien quiera que estuviese corriendo por el camino de la entrada.

Tuvo el tiempo suficiente para esconderse cuando el chico entró en la casa y tiró de Jisung hasta meterlo entre sus brazos. Y, mierda, se quedó allí, espiando desde la oscuridad como aquel hombre besaba los labios que una vez le habían pertenecido.

Apretó las manos en puños, conteniendo las ganas de irrumpir en esa elegante casa y arrancar al príncipe del pecho en el que ahora se apoyaba. Sintió un dolor como si le hubieran inyectado ácido en las venas, como si su corazón estuviera derritiéndose.

Jisung lo había abrazado y escuchó que ese visitante lo llamaba yeobo. Vio las manos grandes y masculinas agarrar al príncipe que temblaba como una hoja. Y presenció con sus propios ojos la enorme sonrisa brillante que le regalaba antes de marcharse de la mano del salón hasta que Minho les perdió de vista.

Volvió a casa de Chan como un animal golpeado. Como un siervo repudiado al que habían echado de la casa de su amo. Como un mal hombre desterrado de su único hogar. El abogado le abrió la puerta sin decir una palabra y él no durmió en toda la noche.

En el viaje de vuelta al campo, ninguno de los dos medió palabra. Minho llevaba desde entonces sin levantar la cabeza de sus pies.

Esa noche tampoco había conseguido dormir y I.N no había ido a la cama. Imaginó que tal vez se había quedado con Seungmin. Lo entendía. Él no era la mejor compañía ahora mismo, o nunca, en cualquier caso.

El maullido de Dori lo sobresaltó cuando la pequeña se subió a su regazo en busca de caricias. La complació mientras pensaba en que él debía ser quien abrazaba a Jisung. Él podría haber sido el hombre que lo besaba, podría haberle dado cada una de sus cicatrices.

Pero también era el hombre que había impedido que eso ocurriese. Era el mismo que le había jodido la vida, el mismo que le había roto el corazón, que lo había entregado como un sacrificio a Park Dongyoon a cambio de una bolsa de monedas.

—¿Qué haces despierto tan temprano, chico sombrío? —preguntó Seungmin con una sonrisa desde la puerta de la cocina.

—No he podido dormir...

—Ya, se te nota—Se acercó a la cafetera y se sirvió una taza poniéndole un poco de leche y azúcar. Estiró la mano y acarició la cabeza de Dori antes de que esta se girase para morderlo—. Mala hija —reprendió al animal, sentándose junto a Minho.

Minho lo miró con expresión seria, tratando de darle la sonrisa que él se merecía, pero le pesaba tanto la vida, que no lograba que sus labios hicieran el movimiento que debían. Volvió a bajar la cabeza mirando los ojos de la gata.

—¿Qué pasó en Seúl, hyung? —preguntó Seungmin seriamente—. ¿Bang Chan te hizo daño?

—No, no... ¿Por qué me preguntas eso? —cuestionó confundido.

—Yo... —Seungmin hizo una mueca extraña pero volvió a remover su café—. Por nada... ¿Qué pasó entonces?

—La ciudad que visité me es ajena... Es un Seúl ajeno, uno extraño que no reconozco.

—No ha pasado tanto tiempo, pero supongo que es normal que estés desubicado en algún punto... Aunque creo que ha pasado algo más —añadió dándole una mirada de conocimiento—, hoy las nubes grises que llevas encima están descargando tormentas. Normalmente me da un poco de repelús estar a tu alrededor pero desde que volviste de la ciudad estás particularmente oscuro.

Minho sintió la contracción de una sonrisa en su mejilla y se sintió como si pudiera echarse a reír de verdad. Seungmin era tan absolutamente explosivo y arrebatador... Tenía ese tipo de personalidad que lo arrastraba a su ánimo aunque su día hubiese amanecido como una auténtica mierda. Era como ver fuegos artificiales: ruidoso y colorido.

—¿Quieres venir a trabajar conmigo hoy? —le preguntó tras un rato de silencio.

—Yo... no sé...

—Te pondrás mascarilla, uno de los uniformes y una gorra. No hay posibilidad de que alguien te reconozca... Tengo la impresión de que necesitas salir de aquí.

—Gracias... —dijo, conmovido por su atención. De verdad que ese chico mal hablado era una buena pieza. Se arrepintió de haber querido golpearle cuando eran jóvenes—. Cuando estabas en la universidad estuve a punto de darte una paliza... Ahora me arrepiento de eso, como de muchas otras cosas.

—Bueno... Fue una época bastante difícil, no te culpo por querer golpearme. Seguramente hice alguna estupidez.

—Hiciste llorar a una persona a la que quiero mucho. Y eso era suficiente para mí para justificar los golpes que quería darte. Pero, insisto, me arrepiento ahora, entiendo que fueron estupideces de jovencitos.

—Oh... —suspiró Seungmin mirando a su taza—. Espero tener algún día la oportunidad de pedir disculpas a esa persona por lo que hice.

Minho sonrió. Seguramente se pelearían como gatos si volvían a encontrarse. Seungmin y Felix habían tenido un montón de rencillas en el pasado.

—Minho... ¿Hiciste algo malo en Seúl?

—Sí —contestó sinceramente. Terminando el café de su taza y volviendo sus ojos a la bolita de pelo blanco sobre su cuerpo.

Se sentía tan perdido, tan solo, en aquel país que le era ajeno, que encontró en el chico un refugio. Fue sincero porque mentirle era como tragar trozos de cristales. Porque necesitaba decir en voz alta cómo se sentía.

—Sé que hay muchas cosas que no puedes contarme por mi seguridad y la vuestra... Pero me gustaría saber por qué estás siempre tan triste... —comentó el chico recogiendo las dos tazas vacías y limpiándolas en el fregadero.

—Solía estar enamorado de un príncipe cuando vivía aquí... —confesó—. Es el chico más maravilloso del mundo, incluso con miles de defectos, era tan jodidamente perfecto... —El dueño de la casa se sentó de nuevo en la silla de la cocina y lo miró con tristeza—. Y yo le jodí la vida... Casi lo mato cuando lo arrastré a toda esta mierda...

—Joder...

—Fui a su casa la otra noche. Y dejé que me viera.

—¿Qué demonios estás diciendo? ¿Estás loco? —exclamó agobiado.

—Llamó a su novio y le dijo que había visto un fantasma. Creo que piensa que fue producto de su imaginación. Ojalá lo hubiese sido. Me quedé allí viendo como otro hombre lo besaba... Y casi me muero por unos celos que no debería sentir... —se mordió el labio inferior para mitigar el dolor de su corazón—. El príncipe siempre me hacía sentir como si fuese verano... Y llevo años viviendo en el invierno, Seungmin.

Se quedaron callados un rato, con el ronroneo de Dori como único sonido en la habitación. Minho apretó los dientes para evitar llorar otra vez recordando cómo se sentía Jisung debajo de su cuerpo. Cómo se veía cuando la sonrisa de aquel otro hombre había iluminado la estancia.

—Sabes... —comentó—, cuando estamos en la estación de lluvias y todo se inunda creemos que nunca dejará de llover. Piensa en esas semanas y meses en los que caen trombas de agua a diario... Siempre decimos "maldita sea, ¿no va a volver a salir el sol?". Pero sí que sale. La estación seca siempre vuelve.

—Tal vez no para mí... —contestó Minho levantando la cabeza hacia él.

—¿Sabes algo que no debes olvidar? Que si no tuviéramos estación de lluvias no habría cultivos. Si siempre fuera verano, todo se secaría. Eventualmente las nubes de tormenta que llevas sobre la cabeza acabarán desapareciendo.

—¿Qué pasa si el único verano que conozco es el príncipe que ahora está en la cama con otro hombre?

Seungmin se quedó callado mirándolo durante unos minutos, estudiándolo como si no le hubiese visto nunca. Minho se sintió un poco incómodo y se encogió ligeramente, deseando ser más pequeño de lo que era para evitar los ojos que le taladraban el alma.

—Mi mejor amigo sale con un chico que no le quiere —soltó de repente—. Él está profundamente enamorado y cree que, si trabaja duro, puede hacer que su novio llegue a sentir lo mismo por él. Pero en el fondo ambos sabemos que no es así. El novio de mi amigo probablemente perdió su verano y mi amigo solo quiere ser el viento que disipe las nubes.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que todos sufrimos, el amor es jodido la mayoría del tiempo. La relación de mi amigo es perfecta a todas luces, incluso dentro del dormitorio, deben tener una fantástica química que se encarga de restregarme por la cara cada vez que puede —Minho se echó a reír con los gestos exagerados que hacía el chico—. Mi amigo perderá a su novio, pero estoy convencido de que será capaz de encontrar su verano. Lo único que tienes que entender, chico sombrío, es que el frío terminará tarde o temprano. Y encontrarás algo que te ayude a dejar atrás esa tormenta que te persigue —Se levantó de un salto y puso las manos en jarras ante él—. Ahora vámonos, tenemos cincuenta terneros que comprobar, hoy serás mi asistente.

Minho bajó a Dori de su regazo riéndose. Siguió a Seungmin al exterior, poniéndose una gorra y una mascarilla quirúrgica azul. Se subieron al todoterreno que usaba para el trabajo y habló sin parar durante todo el camino sobre sus labores como "asistente" por un día.

Pensó, con una sonrisa permanente bajo la mascarilla, que, aunque era malo consolando a la gente y todavía le daba "repelús" estar a su alrededor, Seungmin era como una gran explosión de colores en medio de la tormenta gris que era su vida.    

***

4/4

Hasta aquí, navegantes, que no quiero que se empachen.

¿A dónde irá Binnie?

Antes del final de semana subiré tres más.

¡Nos vemos en el infierno!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top