18. Gatos y demonios
🎶Banda sonora: Monster - Henry🎶
Miércoles 24 de febrero
Minho estaba sentado en el sofá leyendo uno de los libros de la lista que encontró en la estantería de Seungmin. Más bien, intentando leer.
—Relájate de una vez, Lino, llevas veinte minutos abriendo y cerrando el libro en la misma página —gruñó I.N, tecleando en su portátil.
Dejó el libro sobre la mesita y se levantó para ir a la cocina. Preparó la cafetera para tener la mente ocupada. Dori se restregó contra sus tobillos y se agachó para acariciarla. La levantó contra su pecho, enderezándose. El animal lo había aceptado más rápido que el dueño. Él y Seungmin todavía estaban incómodos el uno alrededor del otro. Sin embargo, I.N y el veterinario estaban en una sintonía extraña.
Salió de la cocina con el gato en sus brazos y se sentó en el sillón, acomodando al animalito sobre su regazo para que siguiese durmiendo. Masajeó la cabeza con el dedo índice, entre las orejas peludas.
—¿Dónde está Seungmin, I.N? —preguntó en voz alta para que le escuchase desde la cocina.
—Salió súper temprano esta mañana. Tenía alguna cosa asquerosa que hacer en alguna granja. Estará fuera todo el día.
Los golpes en la puerta los sobresaltaron a los tres. Dori bajó de su regazo y se escondió. I.N se asomó desde la cocina y Minho se levantó del sofá acercándose a la fuente del sonido despacio, con sus pies descalzos deslizándose por el parqué oscuro.
—Soy Chan, abre —dijo una voz al otro lado de la madera. Los dos hombres exhalaron el aire ruidosamente.
Miró a I.N buscando una confirmación y vio su asentimiento. Giró el picaporte, quedándose tras la puerta protegido de la vista exterior. El abogado entró en la casa y Minho cerró. La presencia del hombre llenó el ambiente. Se le pusieron los pelos de punta.
Aunque no era particularmente más alto o grande que él, Minho se sintió pequeño a su lado. Las cejas graves sobre sus ojos estaban ligeramente tensas. Pero de pronto sonrió al ver a I.N y sus mejillas parecieron tiernas, con un par de llamativos hoyuelos. No era capaz de recordar si esa sensación extraña la tenía también cuando lo había conocido, tantísimos años atrás.
—¡Hyung! —exclamó su antiguo jefe caminando hasta él y abrazándolo.
—Cuánto tiempo, Jeongin, ya casi había tirado la toalla sobre volver a verte —contestó el hombre con una palmada sobre el hombro de I.N cuando se separaron.
Minho miró de la cabeza a los pies a ambos hombres y se percató: —Por favor, ¿podrías quitarte los zapatos?
—Hola a ti también, Lee Minho —dijo levantando la ceja, mientras se quitaba los zapatos y los dejaba junto a la puerta.
—Lo siento, sunbaenim, el dueño de la casa es muy estricto con respecto al uso de zapatos en el interior...
—Ah... entiendo —murmuró con una sonrisa extraña mientras se encaminaba junto a I.N a los sofás del salón.
Se sentaron uno junto al otro y Minho se dejó caer en un sillón de color verde frente a ellos. Los hombres empezaron a hablar sobre sus vidas. I.N no daba ningún detalle mientras Chan hablaba sobre todo el trabajo que había supuesto volver a Corea. Si tú supieras, dijo internamente.
Volver estaba siendo un infierno. Cada día lidiaba con la compulsión de robar el coche de Seungmin y conducir las horas que lo separaban de Seúl. No sabía dónde vivía, dónde trabajaba o dónde estaba; pero pensó que podría quedarse esperándolo en la puerta de Han Bank hasta que apareciese. Porque estaba seguro de que aparecería en algún momento.
—Lee Minho, ¿estás seguro de esto? —preguntó Chan y él sacudió la cabeza confuso—. Sobre declarar contra Park Dongyoon. Eres consciente de lo peligroso que es.
—Sí. Conozco lo que Park Dongyoon es capaz de hacer y estoy seguro de que quiero declarar contra él.
—En ese caso, necesito que tengas una reunión extraoficial con mi contacto en la Fiscalía. Estoy casi seguro de que te concederán la inmunidad por tus delitos. Si te cae alguna pena, podemos reducirla al máximo, pero no creo que ocurra. Se están quedando sin recursos contra él y están saliendo un montón de supuestos culpables de debajo de la tierra. Necesitan gente para condenarlo. Están dispuestos a hacer lo que sea.
Minho asintió sin decir nada, mirando a aquellos dos hombres frente a él. Chan se incorporó en el sofá y se quitó la chaqueta. Caminó hasta una de las sillas que había en la mesa de comedor y la dobló metódicamente, colocándola en el respaldo.
—Entonces, si estás de acuerdo, deberíamos hablar un poco de qué vas a decir en la primera reunión con la Fiscalía. No quiero que cuentes demasiado, no vamos a echar toda nuestra carne en el asador. Por supuesto, llevarás la cara tapada y ropa que te haga pasar desapercibido. Aunque confío en mi contacto, nunca se sabe —Minho volvió a asentir mientras Chan sacaba de su maletín una libreta y un bolígrafo que se veía caro y exclusivo—. Empecemos.
Minho relató cómo llegó a la organización. Le contó a Chan sobre su hermana Lee Ari y cómo había muerto. Le dijo que empezó llevando aquellas mochilas de niño mientras su hermana hacía otros recados. No nombró a Felix, no le quería metido en todo eso.
Trató de ser preciso en los detalles y las fechas, y se sorprendió de su memoria después de tantos años. Le contó sobre un trabajo de vigilancia que duró mucho tiempo. Le contó sobre el secuestro, la extorsión y el daño que le había hecho a Han Jisung.
También dio detalles sobre cómo Park Dongyoon lo amenazaba, cuánto le pagaba o las cosas que formaban parte de sus deberes como matón oficial de la organización.
Pensó en I.N, en lo que le había hecho a Jisung bajo sus órdenes. En cómo había pinchado los teléfonos y monitorizado la vida del príncipe hasta enamorarse irremediablemente.
—¿Puedo hablar de ti, I.N? —preguntó repentinamente y Jeongin se movió algo incómodo en el sofá.
—No en la primera reunión —contestó Bang Chan—, pero después sí tendrás que hacerlo. Necesitamos que entiendan el nivel de cercanía que tenías con esa familia. Y recuerda que él está muerto a los ojos del mundo.
—Está bien... —continuó con su historia mientras Chan anotaba en su cuaderno datos que le parecían interesantes.
—Bueno, Lee Minho —dijo cuando terminó y respondió a sus preguntas—, en cuanto hables con la Fiscalía tendrás una diana en la espalda, ten mucho cuidado con todo lo que hagas.
—Llevo muchos años con una diana en la espalda, sunbae. Pero gracias por todo.
—Gracias a ti por jugarte la vida para meter a ese cabrón en la cárcel. Le estás salvando el culo a mucha gente.
—Solo hay dos personas en el mundo a las que quiero salvar. El resto me da igual.
Se levantó, entró a la cocina y sacó una botella de agua de la nevera. Le dio un trago largo y escuchó de fondo como los hombres volvían a conversar sobre el caso. Se sumieron en una charla más técnica que Minho era incapaz de entender.
Chan era mucho mayor que ellos, pero I.N y él se conocían desde antes, muchísimo antes. Yang Jeongin, aunque nunca había ejercido, era también abogado, su padre lo había obligado a estudiar Derecho con la intención de utilizar sus conocimientos en la organización. Qué ironía cómo había acabado todo.
Salió de la cocina con dos botellas de agua y se las tendió a los hombres que estaban sentados en el sofá. Dori maulló ruidosamente, bajando las escaleras a saltitos. Chan se giró para mirar al animal y sonrió tan genuinamente que pareció un niño pequeño.
Se levantó del sofá dejando a I.N con la palabra en la boca y se acuclilló junto a él llamando a la gata bisbiseando.
—Ten cuidado con ella, es una traicionera. Ha intentado sacarme los ojos unas mil veces en estos días —comentó Yang, con una sonrisa.
El animal se acercó titubeando a la mano que Chan le tendía y la olió. Un segundo después se restregó contra los dedos largos y pálidos del hombre y él rascó detrás de sus orejas. La bolita peluda ronroneó con las caricias.
—¡Qué hija de puta! —gimió I.N levantándose del sofá indignado—. A mí no me deja ni acercarme y tú y Minho tenéis inmunidad diplomática con ella.
—Igual no le gusta tu energía agresiva, amigo —comentó Chan agarrándola y acercándola a su pecho.
La gata se acomodó contra él igual que había hecho con Minho antes de que él llegara y tuvo que tapar la risa con la mano. El abogado se sentó de nuevo en el sofá con el animalito sobre sus rodillas. La puso allí y jugueteó con ella suavemente hasta que se tumbó en su regazo.
—¿Tienes hambre? —I.N caminó hacia la cocina—. Podemos pedir comida y tú la recibes, así nos quedaremos en la sombra.
—Estamos prácticamente en medio de la nada —dudó Chan.
—El pueblo está a menos de cinco minutos en coche y es bastante grande. Y por supuesto los repartidores llegan aquí. Pediré pizza, me apetece comer pizza.
Mientras I.N entraba a la cocina a buscar el número de teléfono que estaba colgado de la puerta de la nevera, Chan y Minho se miraron fijamente. La mano del hombre seguía acariciando el pelaje atigrado y pensó que parecía un villano de película con una pierna cruzada sobre la otra y la gata en su regazo. Un escalofrío le recorrió la espalda con desconfianza.
—En tres días vendré a buscarte para que vayas a Seúl conmigo.
Minho palideció. No pensó que sería tan rápido, no pensó que volvería a Seúl en menos de una semana, de hecho, no pensó que volvería a Seúl jamás. Notó la presión en el estómago y le miró en silencio.
—Te quedarás en mi casa esa noche y volveré a traerte al día siguiente, hasta que pueda encontraros un lugar seguro a ambos es lo máximo que puedo ofrecerte. Recuerda que solo debes decir lo que hemos acordado, no dejes que te intimiden —añadió Chan y él asintió, porque no podía decir nada más.
Tres días era poco tiempo para tener que volver a enfrentar sus peores pesadillas.
Miércoles 24 de febrero
Salió del todoterreno y miró el coche aparcado en el camino de entrada a la clínica. ¿Tenía alguna cita hoy?, se preguntó.
No lo recordaba, pero tal vez se trataba de alguna urgencia. Sin embargo, el Porsche negro no se veía como el de un granjero. Un estremecimiento desagradable se agarró a su columna vertebral. Echó un vistazo a la clínica cerrada desde fuera y no vio nada extraño.
Caminó hasta la puerta de su casa, a veinte metros del centro veterinario y puso la mano en el picaporte con un ligero temblor. Los nervios le atenazaron el estómago. ¿Quién coño está en mi casa?
Abrió con su llave, agarrando el bolso grande de tela en su otro brazo. Levantó la cabeza hacia el salón y todo lo que llevaba en las manos cayó al suelo desparramándose cuando se encontró de frente con su peor pesadilla.
El diablo estaba sentado en su puto sofá como si fuera el dueño del mundo.
—Seungmin, ¿qué haces aquí? —dijo I.N levantándose sobresaltado.
—¿Qué? —preguntó frunciendo el ceño —¿Cómo que qué hago aquí? ¡¿Qué coño hace él aquí?! —exclamó, señalando al abogado que sonreía indolente.
—Cálmate, por favor.
—¡No! ¡No me voy a calmar! ¡Explícame qué mierda está pasando ahora mismo! —gritó.
Minho se levantó y se acercó a él despacio. Se agachó y Seungmin lo vio recoger el contenido del bolso y colgarlo en el perchero de la entrada. Lo agarró de la muñeca suavemente y cerró la puerta con cuidado tras él.
El chico sombrío dio un paso y se quedó cerca, como una estatua. I.N caminó hacia él y Seungmin estuvo a punto de volver a cruzarle la cara por atreverse a meter en su casa a ese cabrón al que odiaba con toda su alma.
—Teníamos que hablar con Chan sobre el caso, Seungmin, pensé que estarías fuera todo el día... Dijiste que no vendrías a casa hasta la tarde.
Era verdad, pero eso no era una puta excusa para haber dejado pasar a su salón a ese demonio que ahora acariciaba a la bola de pelo que dormía sobre su regazo. Miró a su cara y le dio una de esas miradas de párpados caídos mientras se lamía los labios con una sonrisa de suficiencia.
—Esta es mi puta casa, no eres el emperador aquí, no eres el que decide quién entra. Y por supuesto que ese cabrón no es bien recibido aquí.
I.N lo agarró de las mejillas y se interpuso en su campo de visión, con sus ojos agudos muy cerca de su cara. Sus manos frías le impedían moverse. Aunque no era doloroso, el agarre no admitía discusión.
—Vas a calmarte, Seungmin.
—No voy a calmarme, te vas de mi casa ahora mismo. Los tres —contestó agarrando sus muñecas para apartar esas palmas heladas de su piel.
—No. Tú vas a relajarte y vamos a hablar de esto, ¿entiendes? Vamos arriba y hablaremos de esto, ¿de acuerdo? —Los pulgares se movieron sobre sus pómulos y lo miró durante mucho rato.
Los ojos negros de I.N se fijaron en los suyos. El frío de sus yemas rebajó el calor de la ira que bullía con violencia dentro de Seungmin. Joder, acababa de llegar de pasarse toda la maldita mañana vacunando gallinas. Quería ducharse, comer y tumbarse en el sofá hasta el día siguiente.
Cerró los ojos y suspiró cansado, con las lágrimas de impotencia amenazando con caer sobre los pulgares que I.N mantenía debajo de sus párpados con caricias suaves.
—Voy a matarte por esto, voy a matarte y a quemar tus putos huesos. No vas a tener posibilidad de reencarnarte porque voy a convertir tus cenizas en comida para perros callejeros.
—Vendré a atormentarte como fantasma —contestó el hombre con una risa suave—. Vamos arriba, necesitas una ducha. Hueles a granja.
—Hijo de puta, encima tienes la desfachatez de decirme que huelo mal.
I.N bajó las manos y Seungmin abrió los ojos encontrándose de nuevo con los hoyuelos del chico. Dio un paso hacia las escaleras y volvió a mirar a Satanás. Sus cejas estaban fruncidas en un ceño y tenía la mandíbula apretada. Dori seguía sobre su regazo.
—Zorra traicionera. Primero el chico sombrío y ahora esto. Te compraré la comida de gatos más barata del supermercado —farfulló.
—No le eches la culpa a esta preciosidad por saber elegir en el regazo de quién se sienta —contestó Chan levantando una ceja.
—No te atrevas a dirigirme la palabra. Y espero que estés fuera de aquí cuando baje esas escaleras.
—¿O qué? ¿Qué vas a hacer? —La mandíbula se apretó más y Dori se levantó dando vueltas sobre esos muslos duros que la sostenían buscando la mano de Bang Chan.
—No tientes a la suerte, hyung —invervino I.N fríamente.
Agarró la mano de Seungmin y tiró de él escaleras arriba mientras trataba de contener la explosión de ira y llanto. El emperador lo empujó a su habitación y cerró tras él. Seungmin lo mir,ó odiándolo más de lo que había odiado a nadie antes.
—¿Cómo coño te atreves a traerlo a mi casa? —le preguntó con las manos en puños.
—No pensé que os fuerais a encontrar. Necesitaba un lugar para hablar con él.
—No me importa, has abierto la puerta de mi hogar a ese hombre. Lo has sentado en mi salón. Lo has dejado tocar a mi maldita mascota.
—Seungmin, lo siento. Tenía que hacerlo —comentó con la voz firme—. Deja de hacer drama de una vez y date una ducha. Lo echaré de aquí.
—¿No lo entiendes, I.N? —preguntó mirándole con los ojos vidriosos —. Ahora sabe dónde vivo, ahora va a venir a desbaratarme la vida cada vez que le apetezca.
—No. No lo hará.
—Sí lo hará, tú no sabes las cosas que puede hacer.
—Escúchame, desgraciado —Las manos heladas volvieron sobre sus mejillas—, no voy a permitir que te haga nada. No voy a permitir que vuelva a esta casa, no voy a permitir que entre en tu vida.
—¿Qué coño vas a poder hacer tú? ¿Amenazarlo?
—Por supuesto, Seungmin. Voy a dejarle claro que tú no estás a su alcance, que no puede acercarse a ti jamás.
Se apartó de sus manos con un tirón y entró en el baño de su habitación encerrándose. Escuchó la puerta del cuarto abrirse y cerrarse. Se tocó el pecho, donde su corazón latía desbocado contra sus costillas.
Maldita sea, Kim Seungmin, es suficiente.
Se quitó la ropa y se miró al espejo avergonzado de sí mismo.
Abrió el agua fría y se metió dentro rezando porque I.N le echase de su casa antes de que él bajase otra vez las escaleras.
La pequeña cosita atigrada que había sobre sus rodillas se bajó y desapareció con una carrera suave escaleras arriba, detrás de las dos personas que acaban de subir agarradas de la mano. Apretó los dientes de nuevo y se sacudió el pelo de gato de los pantalones.
Levantó la vista y se encontró con el ceño fruncido y la mirada oscura de Minho sobre él. Chan se levantó del sofá, incómodo por el escrutinio. No dijo nada mientras guardaba su libreta y su pluma dentro del maletín de cuero.
Una puerta sonó en el piso superior y los pasos de I.N bajando las escaleras estremecieron el suelo. Giró la cabeza y se encontró con el fuego ardiendo en sus ojos. Apretó el maletín entre sus dedos conteniendo su temperamento.
—No vuelvas a acercarte a él —sentenció el joven en el último escalón.
—Fuiste tú quién me invitó a venir.
—Te lo estoy advirtiendo. No te acerques a Seungmin. No colmes mi maldita paciencia, Bang Chan. Esto no es negociable. Aléjate de él.
—Déjame que entienda... —comentó girándose, apoyando su cadera en la mesa mientras cruzaba los brazos en su pecho—, ¿me estás dando órdenes?
—No. Te estoy dando la oportunidad de conservar todos tus dedos. Seungmin está fuera de tus límites.
—¿Quién lo dice?
—¡Lo digo yo! —exclamó. En su visión periférica percibió el movimiento de Minho acercándose a ellos.
—Basta —dijo Lee desde su posición, a pocos pasos de donde estaba Chan—, los dos. Es suficiente. Chan sunbaenim, nos veremos en tres días, ahora, por favor, márchate. Seungmin es nuestro anfitrión y no está de acuerdo con tu presencia en la casa.
—Bien, me marcho. Y no te equivoques, I.N, no estoy acatando tus órdenes porque no eres nadie para darlas.
—No vuelvas a acercarte a él, Bang Chan. Él no te quiere a su alrededor —gruñó.
—Ya veremos. —Tomó el maletín y la chaqueta y se encaminó hacia la puerta.
Se puso los zapatos y salió de la colorida casa con los nudillos blancos. Entró a su coche y arrancó para volver a Seúl con la sensación amarga en su boca de que debería haberle dado una azotaina a Seungmin por atreverse a hablarle así delante de la gente.
Se imaginó sus manos sobre la piel blanca, sobre la carne suave y blanda de sus muslos y su vientre. Y vino a su cabeza la imagen de I.N tocándolo, con esas palmas indignas sobre las mejillas redondas y perfectas de Seungmin.
Apretó el volante y rechinó los dientes. I.N no merecía que su cachorrito lo mirase como lo había hecho.
—¡Mierda! —gritó con fuerza dentro del coche.
Una parte de él no quería perseguirlo. Pero había sido completamente inevitable hacerlo en cuanto lo vio en la recepción del edificio de Han Bank. Había echado tanto de menos ese cuerpo suave que respondía tan bien a su tacto...
Cuando ese chico lo apartó de su vida años atrás no creyó que volviese a tenerlo como lo había hecho. La última vez que había follado a Seungmin antes de su reencuentro, el niño había dicho que no quería volver a tenerlo cerca jamás. Y Chan lo aceptó porque pensó que ese joven era tan reemplazable como lo habían sido todas sus amantes. Pero no lo era.
Joder, cómo quería castigarlo por el abandono. Chan se estremeció pensando en el cuerpo suave y lleno de curvas sensuales jadeando bajo sus atenciones. Por supuesto que lo castigaría, Seungmin iba a recordar cada maldito día de su vida por qué había escogido someterse a él.
Cachorrito, prepárate.
***
2/4
He contado mucho que esta historia ya está terminada, si tardo en subirla es porque la adaptación es difícil (transcurre en otro país, es otra cultura, otros conceptos sociales, otras personas con descripciones distintas...) Así que siento mucho la espera :(
Les quiero, navegantes.
¡Nos vemos en el infierno!
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