1. Cuarto aniversario
🎶Banda sonora: Light up - Isak Danielson🎶
Domingo 7 de junio
El coche avanzaba por la carretera flanqueada de árboles frondosos. Fuera llovía como si el cielo estuviese llorando. Era la cuarta vez que hacía este recorrido. Y era la cuarta vez que se permitía un ligero temblor cuando su chófer le abrió la puerta y le acercó un paraguas negro.
—Señor Han, hemos llegado.
—Gracias —dijo tras tragar el nudo en su garganta obstruida.
Se arregló la chaqueta del traje y movió los hombros. Su espalda crujía como la madera vieja.
Agarró el paraguas de la mano del chofer, él inclinó la cabeza con respeto y volvió a entrar al coche. Caminó despacio, tratando de pensar en una forma de huir de aquella situación que odiaba. Pero no encontró ninguna.
Sus pasos se escuchaban en el pavimento húmedo y la lluvia parecía haber bajado la intensidad. Ahora las gotas eran pequeñas y no golpeaban ruidosamente. A lo lejos vio a su madre, con ese porte elegante que siempre tenía y la postura recta, ni rastro de abatimiento. Casi se echó a reír: Han Eunji estaba allí por el mismo trámite que él. Junto a ella, un hombre alto que reconoció como su guardaespaldas, agarraba el paraguas para evitar que la señora se mojase.
—Saludos, Madre. —Hizo una reverencia y miró a la tumba ante ellos con la boca apretada.
—Saludos, hijo. Pensé que no vendrías.
—Vengo todos los años, ¿por qué iba a ser este distinto? —contestó secamente, sin dirigirle la mirada.
Antes de seguir hablando, escuchó el soniquete de los pasos acelerados por el mismo camino por el que él acababa de llegar. Sonrió inevitablemente cuando vio a Changbin acercarse apresurado. Hizo una reverencia en cuanto estuvo junto a ellos.
Ah, gracias a Dios que estás aquí.
Se acercó a la tumba, maniobrando pobremente con el paraguas y el escueto ramo de flores, hasta que la mano grande de Changbin tomó el protector. Se agachó para colocar la ofrenda en el recipiente mientras su amigo lo cubría de la lluvia.
Pensó en cómo debía verse desde fuera. Cuatro figuras silenciosas rindiendo homenaje a un hombre que nunca fue bueno para nadie más que para sí mismo.
Se levantó y fingió una oración en nombre de su padre. Era estúpido hacerlo, pero no quería tener a su madre zumbando en su oreja durante una semana. Agarró el paraguas de la mano de su amigo e hizo la reverencia a su madre. No esperó ninguna respuesta.
Echó a andar, deshaciendo el camino que le había llevado hasta allí. Odiaba eso, odiaba el maldito cementerio. Odiaba tener que fingir que su padre había sido un hombre honorable. Odiaba compartir espacio con su madre. Pero, sobre todo, odiaba ese maldito día con todas las fuerzas de su alma.
—Jisung —llamó Changbin desde atrás—, vamos a comer barbacoa.
—No me apetece...
—Llevo sin verte una eternidad, vamos a comer. —El hombre lo agarró de la mano y lo arrastró a su coche antes de hacerle una seña a su chofer para que se llevase el Mercedes de Jisung.
Subieron al vehículo en silencio. Jisung se abrochó el cinturón rápidamente y miró al frente mientras su amigo conducía de camino a algún restaurante al que le apeteciera ir. La maldita estación de lluvias siempre le parecía igual de gris. Especialmente desde hacía cuatro años.
—¿Echas de menos a Keunabeoji-nim? —preguntó Changbin de repente. Jisung lo miró por unos segundos antes de contestar.
—No —admitió, no iba a mentirle.
Jisung no echaba de menos a su padre. Su padre había muerto por su propia culpa. La policía había encontrado su cuerpo con un tiro en la sien en un coche a escasos doscientos metros del lugar de la redada en la que habían detenido a Park Dongyoon.
Han Jihyeon había estado implicado en muchas más cosas de las que Jisung y Changbin sabían, pero su madre había invertido una buena cantidad de tiempo y dinero para que su nombre no apareciese en ninguna de las noticias que se dieron sobre la captura de la organización de los Park. A ojos de la sociedad, Han Jihyeon había fallecido en un accidente de tráfico. Su afligida familia había quedado aparentemente devastada con la pérdida.
Y ahora, Jisung tenía que cumplir con los méritos cada año. Sabía que habría alguna foto en las páginas de sociedad al día siguiente. Siempre las había. Todos recordaban al gran magnate Han Jihyeon con una devoción que él jamás sintió por su padre.
—Entonces, ¿por qué estás tan así? —cuestionó el hombre al volante, Jisung no contestó.
Estaba enfadado, pero no era por la muerte de su padre. Ese día, cada año, era un maldito recordatorio de por vida de cómo había sido engañado. El frío que sentía en su corazón se hacía casi insoportable en el aniversario de la muerte de Han Jihyeon. Y lo que más le avergonzaba era que no tenía nada que ver con su padre, sino con el gato callejero que había recogido bajo la lluvia.
¿Seguirá vivo?
Se hacía la misma pregunta de vez en cuando; cada vez menos. Durante el primer año, fue casi incapaz de llevar una vida normal. Se encerró tan fuertemente en sí mismo que incluso alejó a Changbin de él. El día del primer aniversario de la muerte de su padre, Seo Changbin se había presentado en el cementerio y Jisung percibió el rechazo en la cara de su madre y lo delgado que estaba su amigo.
Por aquel entonces, llevaban meses sin verse. Cuando sintió la mano familiar sobre su espalda recordó por qué lo había llamado hermano. En ese primer aniversario Changbin también lo había acompañado. Igual que cada día de su vida.
Changbin se había hecho cargo del banco temporalmente y su madre trataba de apaciguar a los accionistas del conglomerado de empresas que los Han habían acumulado. Pero todos esperaban que el señor Han Jisung tomase las riendas de todo. Y lo hizo. Simplemente puso el piloto automático y así había estado por los últimos tres años.
Seo era ahora el director de Han Bank mientras él se ocupaba de la empresa inmobiliaria. Su madre se había negado tan fervientemente a entregar a Changbin las riendas del banco que Jisung ya solo la veía allí, en el cementerio, una vez al año. La pelea que habían tenido años atrás era todavía inolvidable para él.
La mano de Changbin cayó sobre su rodilla con una caricia cálida y comprensiva. Por supuesto que sí, él entendía.
—¿Vas a empezar a perdonar alguna vez? —dijo en voz alta.
—No sé cómo hacerlo, Changbin —confesó, atragantándose con la bola de tristeza e impotencia que siempre sentía ese día del año en particular—. Ya casi no pienso en él... Casi nunca pienso en nada que tenga que ver con él. Pero entonces se pone a llover y... Mierda, Changbin, cada vez que llueve vienen a mi cabeza un montón de cosas. Nunca lloro, no lo echo de menos, simplemente lo recuerdo. El único día del año en el que me permito sentirme como me siento ahora es hoy. Mañana no estaré así, ni tampoco la próxima semana. Solo un puto día al año.
—No puedes controlar cuándo te sientes bien o mal, Jisung. No puedes controlar cuándo te acuerdas de alguien.
—¿Piensas tú en...? —Temió decir su nombre en voz alta. Siempre temía nombrarlos, a ninguno de los dos, porque era como llamar a sus espíritus para que lo atormentaran.
—Prácticamente cada día —sentenció encogiendo los hombros con algo de desinterés.
—Eso no es sano.
—Tampoco lo es comportarte como si no hubiesen existido.
Se quedó callado porque tenía razón. Changbin solía tener razón la mayoría del tiempo y eso cabreaba a Han. Pero esta vez fue como si abriese una herida que él creía cicatrizada y echase sal dentro. Pensar en ellos tenía ese efecto, por eso no quería recordarles, ni decir sus nombres en voz alta.
—Han pasado cuatro años, Jisung. Es hora de que podamos hablar de ellos.
—Changbin...
—No, Quokka. —Una lágrima se escapó por el rabillo de su ojo, parecía que hacía siglos que no escuchaba ese mote.
Se sintió transportado de un plumazo a sus años universitarios, cuando no había muerte a su alrededor; cuando la maldita mafia no lo había secuestrado aún; cuando era frívolo y estúpido; cuando casi folla con aquel desconocido en una fiesta.
—Quokka... Necesito poder hablar contigo cuando no me siento bien... Te echo de menos —El hombre paró el coche en el arcén de la carretera mojada—. Necesito que vuelvas.
—Estoy aquí, lo sabes.
—No, Jisung. No estás aquí, no has estado aquí en los últimos cuatro años. Caminamos millones de kilómetros en unos pocos meses y de repente, cuando... Cuando pasó todo, volvimos al principio, a la maldita casilla de salida. Desapareciste, ahora mismo estás desaparecido.
»Te veo en las juntas de accionistas, en nuestros cumpleaños y en el aniversario de la muerte de Keunabeoji-nim. No sé como volver a acercarme a ti. No sé cómo demonios volver a lo que teníamos. Pero sí sé que lo necesito. Que nunca me he sentido más solo que en los últimos cuatro años. Y los dioses saben que te he dado tu tiempo, Jisung, te he dejado vivir el duelo de la manera que precisabas. Pero ahora yo te necesito a ti.
Jisung se sintió culpable. Joder, él no quería alejar a Changbin de su lado, pero el hombre, en sí mismo, era un recordatorio de todo lo que estaba mal en su vida.
En realidad, también se sentía solo la mayoría del tiempo. Ya casi no se acordaba de lo que era una discoteca, sus salidas sociales se limitaban a estúpidas cenas de negocios y se pasaba las noches en su sofá, con una botella de vino y alguna mierda en la televisión que no le dejase pensar.
—¿Qué te parece si nos tomamos unos días de descanso? Vienes a casa, vemos películas antiguas, hacemos la cena...
—Te hago la cena, querrás decir—se quejó Changbin y él no pudo evitar sonreír.
—He aprendido a cocinar en este tiempo, idiota.
—¿Cómo podría saberlo? Ni siquiera he visto tu casa nueva...
Era triste pero cierto. Changbin no había estado en la casa que compró. Después de explotar con su madre, cuando decidió que Seo Changbin sería el director del banco, alquiló un apartamento durante un tiempo; después su asesor financiero le recomendó comprar y simplemente lo hizo. Cielos, llevaba viviendo allí un año y medio y no había llevado a nadie.
—Perdóname, Changbin. Por haberte apartado...
—Está bien, Jisung. Puedo entenderlo, solo quiero que vuelvas.
—¿Vendrás a casa entonces?
—Sí, puedo faltar mañana al trabajo. Soy el jefe —bromeó.
Jisung se dio cuenta de que había necesitado a Changbin todas esas veces. Cada uno de los viajes al cementerio le dejaban destrozado. El aniversario de la muerte de su padre era también el aniversario del día en que ellos perdieron un pedazo de su futuro.
—Nunca me voy contigo del cementerio porque me recuerda a ese día. Especialmente si está lloviendo. Por eso prefiero ir en la parte de atrás del Mercedes, con mi chofer, sin hablar con nadie. Llego a mi casa, me encierro en el estudio y bebo hasta caer inconsciente. Nunca voy a trabajar el día después, suelo pasarme la mañana durmiendo en el suelo.
—¿Es lo que quieres hacer hoy?
—No, no es lo que quiero hacer, ni lo que he querido hacer, simplemente lo he hecho. Es la única forma en la que puedo lidiar con el recuerdo de... de ellos.
—Di sus nombres, Quokka.
—Me asusta que nombrarlos sea como invocarlos... Como si pudiesen volver para jodernos otra vez...
—Te diré algo y espero que no me odies, pero daría hasta lo que no tengo porque volviesen, Jisung.
Se quedaron en silencio mucho rato después de la declaración sincera. Changbin y Jisung eran tan distintos que habían enfrentado una situación parecida desde polos completamente opuestos. Sabía perfectamente que su amigo había vuelto a esa vida de celibato autoimpuesto. Volvía a ser el hombre serio y estricto y aunque le veía reír con frecuencia las pocas veces que se veían al año, sentía que algo no estaba del todo bien con él.
En el lado contrario estaba Jisung, que a veces deseaba que ese gato callejero que había recogido tantas veces ardiese en el infierno. Quería pensar que estaba sufriendo, que estaba pagando por sus mentiras, por sus pecados. Y quería dejar de pensar en él cuando se masturbaba en la soledad de su habitación.
Sin embargo, era imposible. Lo había intentado con fuerza, se había acostado con una lista tan larga de hombres que no recordaba el nombre de la mayoría y siempre le sabía a poco. No repetía nunca con ninguno y las aplicaciones móviles le habían sacado de muchos aprietos. Cuando quería follar, follaba con quién estuviese disponible en un radio de 5 kilómetros a la redonda. Sin compromisos, sin palabras estúpidas ni promesas, solo dos cuerpos jadeantes en las sábanas de algún hotel de cinco estrellas que Jisung siempre pagaba.
Changbin y Jisung eran dos resultados distintos de una misma ecuación. Y no podía culpar a su hermano por querer volver a verlos.
—No te odio por eso... en cierto modo te puedo entender.
—Sé que puedes hacerlo.
—¿Crees que es un buen momento para dar un paso y empezar de nuevo a vivir? —preguntó Jisung reflexivamente mientras entraban en el parking de un centro comercial.
—Sí... Es un buen momento —contestó apagando el coche y abriendo la puerta —. ¿Me dejas volver a acompañarte en tu camino?
—¿Me prometes que nunca te pondrás en la trayectoria de una bala por mí? ¿Me prometes que aunque volvamos a caminar juntos no sacrificarás tu vida por mí?
Changbin se quedó callado mirándolo, con la puerta abierta y un pie fuera del coche. No sabía en qué estaba pensando, pero era importante que el hombre entendiese que, aunque le quería junto a él, no permitiría que su relación fuese como su padre les había obligado a ser.
—No lo haré, no sacrificaré mi vida por ti. Pero no puedo prometerte eso de la bala. De todas formas, intentemos estar lejos de las balas por un tiempo, ¿de acuerdo? Nos ha ido bien estos años, procuremos continuar así. —Jisung se echó a reír.
—De acuerdo, nos mantendremos alejados de los disparos y empezaremos de nuevo. —contestó saliendo del coche.
Cuando solo había dado un paso hacia el ascensor de subida, el cuerpo de Changbin lo envolvió con fuerza. Su cabeza cayó sobre el hombro del chico y su boca tembló con un puchero. No quería llorar, no aquí, no en este momento. Pero el nudo que llevaba en su garganta todo el día, aparentemente, estaba lleno de lágrimas y gemidos lastimeros que soltó cuando la mano de su hermano le acarició el pelo.
—Está bien echarles de menos... U odiarlos... Puedes hacer lo que quieras... Yo voy a estar a tu lado.
—Changbin... No quiero que siga doliendo tanto... No quiero que siga en mi cabeza para siempre...
—Vamos a caminar un paso a la vez. Despacio, ¿vale? Con calma. Vas a rehacer tu vida.
—No quiero que recojas más gatos callejeros. Nunca. Si algún día vuelves a ver a... ese hombre... no te acerques a él.
—De acuerdo.
Eso había sonado como una gran mentira, pero Jisung no tenía nada más a lo que aferrarse que el calor de su hermano a su alrededor. Así que decidió creerle, con el temor a volver a ver a aquel hombre compitiendo con las ganas que todavía tenía de oler el jabón de avena en su piel.
***
Navegantes, este libro también está terminado y adaptado. Subiré los capítulos de tres en tres, pero hoy nos quedamos aquí.
Las fechas son importantes para la historia, tanto que he tenido que cambiar algunos cumpleaños de los SKZ para que me cuadrara, no me lo tengan en cuenta.
¡Nos vemos en el infierno!
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