9. Una marca y el comienzo de la investigación
Carum, 2019
Isla
—¡Mierda!, ¿me quieres matar? —Me llevé una mano al pecho, recobrando el aliento. Él se quedó observándome con la cara ladeada—. ¿Qué?
—Quiero que me expliques que hacías con Gastón a esta hora en un bar —exigió, enarcando las cejas. Caminó hasta la ventana y se quedó de espaldas mirando por ella.
—¿Y por qué te tengo que explicar cosas a ti? —susurré—. ¿Cómo entraste a mi habitación? —Me llevé las manos a la cabeza—. No me importa, ¿te puedes ir?
—No —respondió, secamente.
Tomé aire profundamente, casi perdiendo la paciencia. Era demasiado para una noche.
—¿Cómo que no? Mañana tenemos que ir a la escuela, y es muy tarde.
Se giró y entrecruzó los brazos. La mitad de su cara estaba iluminada, dejando entrever la perfección de sus rasgos, y sobre todo, la profundidad de sus ojos. Sus labios se abrieron para decir algo, pero nada salió. Solo hizo que mi mirada se deslizara hacia su boca, haciendo que me estremeciera porque nunca había encontrado besos como los de él.
—Es que no quiero —replicó, encogiéndose de hombros.
Tuve que reprimir una risa.
Siempre tan infantil.
Y tóxico. Recuerda eso.
—¿Perdón? —Caminé hacia él para enfrentarlo, sin embargo, cuando llegué a escasos centímetros de su cuerpo me di cuenta que era una pésima idea.
Te deberías haber quedado lejos, lejos.
Me detuve en seco, y comencé —ingenuamente— a retroceder. No podía con su olor a crema de afeitar, su perfume característico que no había cambiado, su mirada juguetona, ni menos con los tatuajes que se le asomaban por el cuello.
Tan cerca, todo eso relucía para mi tormento; haciendo que los recuerdos golpearan las barreras que me estaba esmerando en mantener con Gustavo.
—Eso. Que no quiero, hasta dejar en claro algo.
—No, todo está perfectamente claro. Sal de mi habitación —gruñí. Puse la cara más seria que mi ser lo permitió.
—¿O qué? —Despegó su espalda de la ventana y comenzó a caminar hacia mí, con una lentitud amenazante y cautivante. Finalmente lo que más me había atraído de Gustavo era eso, esa actitud que bordeaba en lo misterioso, malo, y sexy. Ninguna de esas cualidades era saludable para mí.
Ya lo había comprobado.
—O...—su cercanía amenazó con dejar mi mente en blanco—, o le diré a tu padre qué hiciste cuando supuestamente fuiste a estudiar negocios a Los Ángeles—. Me crucé de brazos e hice notar una sonrisa triunfal. La verdad es que no tenía planes de hacer algo así, era crear más problemas con Gerardo y no era lo que yo pretendía, sin embargo, eso él no lo sabía.
Dejó escapar una risa burlesca, y se detuvo a centímetros de mi cuerpo. No me moví, y él aprovechó eso para deslizar una de sus manos hasta mi cuello. Lo envolvió, ejerciendo una pequeña presión excitante, en la medida exacta para que yo no supiese si me iba a seguir apretando o si me iba a atraer de golpe para darme un beso.
El calor de su piel se traspasó de inmediato a la mía, y el contacto con él provocó una reacción catastrófica en mi vientre y en mis piernas.
Ese gesto a otra chica le hubiese dado miedo, pero no a mí.
Con su otra mano sacó rápidamente mi abrigo. No quitaba la mirada de mis labios, y su boca ligeramente abierta hacía que su aliento a chocolate impactara profundamente en mí.
¿Qué más podía hacer?
El chocolate es mi debilidad.
Y él también.
No, no.
—Y yo... —comenzó a decir, mordiéndose el labio—, podría destruir los negocios de los padres de tu amiga —agregó, deslizando sus manos por mis brazos desnudos—. ¿Quieres eso? ¿Quieres ser la culpable de que queden en la ruina? ¿Qué diría Francia?
Esto me pasa por meterme con personas así.
—No lo harías —dije dudándolo seriamente. Muchas veces creí que él podía ser capaz de cosas que yo nunca hubiese pensado—. Eres un maldito loco —agregué, golpeándole el pecho, aunque me salió más débil de lo que esperaba. Sus dientes perfectos se asomaron, burlándose de mí, y con su cara avanzó hasta mi oído.
—Me han dicho que tú también estás loca —susurró, y el aliento tan cerca de mi cuello produjo una estampida sobre mis sentidos y sensatez. Tensé mis manos en sus brazos, como si así fuese a liberar la energía que me estaba invadiendo. Se enderezó y con su mano tomó mi barbilla y me obligó a mirarlo—. Dame un beso —pidió, con un tinte de orden.
—Pensé que yo te lo tenía que pedir —murmuré, con un hilo de voz. Mi firmeza desvaneciéndose a cada segundo, a cada movimiento de su parte. Y me sentía al borde de perder, de retroceder todo lo que había avanzado. ¿Cómo podía ser tan difícil no caer absorbida por él?
—Sí, pero las reglas las cambio yo... cuando yo quiera —replicó con arrogancia. Una sonrisa coqueta apareció en su cara.
Cada palabra era un escalofrío y una vibración en mí.
—No hay reglas en esto Gustavo, al menos ya no más —murmuré con cero convencimiento. Mi cuerpo me estaba traicionando, y lo que salía de mi boca no eran más que palabras vacías. Y si yo lo sabía, él también. Porque me conocía.
—Si las hay. No te muevas. —Se agachó repentinamente y bajó mis pantalones.
—No, ¿qué haces? —dije, tratando de zafarme. Intenté dar un paso hacia atrás, pero él enterró los dedos en mis muslos descubiertos, y su respiración caliente en mis piernas desenfrenó todos mis sentidos. Me quedé quieta.
Corre.
Huye.
Está loco.
Está enfermo.
¿No lo recuerdas?
Con su nariz acarició el interior de mis muslos.
Se detuvo y subió la cara.
—¿Quieres que te suelte? —preguntó.
—Depende, ¿qué quieres hacer?
Me cerró un ojo mientras se lamía los labios. Sin esperarlo, acercó sus labios húmedos a uno de mis muslos y chupó con fuerza durante unos segundos en los que no me pude mover; y cuando separó su boca, se levantó, y con él subió mis pantalones, dejándome tiritando de la excitación; con la respiración agitada, y las piernas hormigueando.
—Ahora tienes una marca —dijo, de igual forma como si me estuviese informando algo común.
Antes de que pudiera decir una palabra, me besó la comisura de la boca y salió de mi habitación, casi salgo tras él corriendo, pero me dio miedo despertar a los padres de Francia.
—¿Cómo que una marca? —balbuceé.
Me tapé la boca y grité de la desesperación. Miré el círculo rojo oscuro en mi muslo.
Dios, ¿una marca?
¿En qué me metí?
Mi celular vibró en mi bolsillo.
Gustavo: La próxima marca será en un lugar más visible.
Cerré los ojos.
¿Por qué me pasa esto a mí?
Y una segunda vibración detuvo las maldiciones que estaba lanzando con mi mente.
Gustavo: Te voy a reponer el chocolate que me comí. Aunque la próxima vez no lo dejes bajo tu almohada.
Experimenté demasiadas sensaciones diferentes como para dormir tranquila.
***
—He revisado sus tareas, y algunos me han impresionado con la calidad que han alcanzado. Voy a aprovechar la motivación de inicio de clases y les pediré una segunda parte. Valdrá más que la primera, e implica leer cinco documentos que ya he subido a la plataforma web de la clase. La quiero para la próxima semana.
—Isla —susurró Gastón.
—¿Qué? —respondí, sin mirarlo. Primero, porque después de lo sucedido con Gustavo me replantee la idea de que Gastón me ayudase; y segundo, porque si la profesora notaba una desviación de cabeza hacia otro lado que no fuese hacia ella, me llamaría la atención. Y no quería que lo hiciera por estar mirando a mi compañero de puesto.
—¿Me estás evitando? —preguntó, mientras escribía en su cuaderno.
Negué con la cabeza, aunque la respuesta era un sí.
—No.
—Mentira.
—¿Cómo te voy a estar evitando? Literalmente, estamos sentados juntos. Si te evitara estaría en China, muy lejos de ti. O al menos sentada en el otro extremo del salón.
Se rio disimuladamente. Y yo también esbocé una sonrisa.
—Me estás evitando. Confiésalo.
—No lo hago —gruñí entre dientes.
—¿Entonces por qué ha pasado una semana desde que estuvimos en el bar y apenas me has dirigido la palabra?
—Pero si esta es la segunda clase de la semana que tenemos juntos —susurré.
Bufó.
—¿Crees que así se me va a olvidar eso de la investigación? —preguntó, mientras me acercaba su cuaderno. Tenía escrito: Bitácora de investigación Isla y Gastón.
Lo cerré de golpe, y lo miré con el ceño fruncido.
—¡Es un secreto! No lo andes escribiendo así como así. Te voy a eliminar del equipo de investigación —amenacé, poniendo cara seria.
Se rio y sus ojos se achinaron. Batió las pestañas para molestarme.
—¿Entonces cuándo empezamos? ¿hoy? —Se acercó, y murmuró en voz bajita—: Mi padre se va de viaje mañana por dos días, podríamos averiguar algo en su despacho.
No pude evitar que mis dientes se asomaran de la emoción, me mordí el labio aguantando las ganas de dar un saltito, pero cómo tampoco podía quedarme quieta, y me caracterizaba por sacar la energía de alguna forma inadecuada, mis dedos se fueron directo a un mechón de cabello que se le había ido a la frente.
Alguien carraspeó de tal manera que pegué un salto en el lugar.
—¿Estoy interrumpiendo? —preguntó la profesora con una voz que me dejó helada en el acto.
Mis manos tocaban a Gastón, y él me miraba con una sonrisa del tamaño del salón.
Nuestros compañeros se encontraban en completo silencio observando la escena.
Dentro de todos ellos, había tres caras que destacaban: la de la profesora, con una vena asomándose por el costado de la frente; la de Fran preguntándome —porque nosotras solo con la mirada sabíamos lo que queríamos decir—, ¿en qué momento pasó esto?; y la de Gaspar, con una expresión que para mí decía: ¿qué mierda crees que haces? Así, ni más ni menos.
—¿Ninguno de los dos va a decir nada? —preguntó, con una ceja enarcada—. Me alegra señorita Isla que ya haya encontrado amigos en la escuela, y me alegra señor Gastón que ahora al menos se vea más ordenado, aunque usted mismo puede peinarse el cabello. Se termina la clase.
A Gastón le dio un ataque de risa ante mi cara de estupefacción.
—Creo que me voy a lanzar por esa ventana y huir por mi vida —murmuré, tapándome la cara—, ¿tenías que hablarme justo ahora?
—Pero tú no tenías que...
—¡Chicos! ¡No se vayan todavía! —Sofía, la compañera de puestos de Fran estaba frente a la clase, arriba de una silla agitando las manos. Todos se quedaron quietos en el lugar—. Como ya saben, es nuestro último año, y por lo mismo, junto con los otros cursos tenemos que preparar la fiesta de fin de año. —Ante esas palabras todos parecieron de repente mucho más interesados en lo que iba a decir—. Y como las grandes fiestas son lo nuestro...¡Tenemos que juntar mucho dinero! He hablado con la directora y nos ha dado la posibilidad de hacer stands para juntar dinero durante la feria de bienvenida que... supuestamente será en tres semanas. Así que vayan preparando sus ideas, recuerden que todos debemos participar. —Nos cerró el ojo, y se bajó de la silla. Los demás continuaron su camino hacia la salida.
Miré a Gastón, quien se estaba poniendo de pie.
—¿Hoy a la salida? —pregunté, consciente del color rojo de mis mejillas.
—¿Vamos por un café?
Le hice un gesto para que bajara la voz.
—Envíame la dirección por mensaje, no quiero que nos vean yéndonos juntos —murmuré en voz bajita.
Enarcó las cejas.
—¡Auch! —exclamó, tocándose el pecho fingiendo estar dolido—. ¿Quieres romperme el corazón así? ¿Quieres que vaya disfrazado para que nadie me vea?
Le golpeé el hombro, sin embargo, toda expresión de felicidad se desvaneció apenas Gaspar apareció junto a nosotros.
Su aspecto intimidante era demasiado para mi mente marcada por las novelas y los chicos malos. Su cabello castaño desordenado, en conjunto con sus ojos azul claro, incluso pasaban a segundo plano con su actitud, casi como si no pudiera sentir ninguna emoción. Sus manos en los bolsillos de sus jeans negros y ajustados, botines; y una chaqueta de mezclilla azul oscuro abierta dejando a la vista su camiseta que marcaba su cuerpo.
Dios, ¿este chico va al gimnasio?
Pensé que sus ojos podían pasar casi desapercibidos ante todo el conjunto que era él, sin embargo, apenas se encontraron con los míos un remolino de emociones amenazó con atacarme.
¿Mawi?
¿Por qué ahora me produce tantas cosas?
Es porque no le interesas.
O porque...no puedes acercarte a él, porque existe Gustavo.
Está prohibido, es una de las primeras reglas de la vida amorosa. No meterte con hermanos.
—¿No te llegan tus mensajes? —preguntó a Gastón como si estuviese totalmente harto.
Gastón tomó su teléfono.
—Sí, me llegan, ¿por qué?
—Gabriel ha estado enviándote mensajes. Dice que te espera en la cafetería, no sé para qué.
Gastón rodó los ojos.
—Nos vemos, Isla —dijo, antes de tomar su mochila y salir apresurado.
Y eso nos dejó a nosotros frente a frente. Por el rabillo del ojo vi a Fran sin saber qué hacer, y no sé qué pasó por su mente que encontró que la mejor opción era irse.
—¿Qué haces? —me preguntó, sin ningún cambio de expresión que pudiese descifrar en su cara.
—¿Ahora? —respondí, inocentemente—. Voy al baño. —Intenté pasar por el lado, y me cogió del brazo. Ya no quedaba nadie más en el salón, y el contacto en mi piel desnuda me provocó demasiado para no ser más que eso... su mano sobre mi brazo.
—Quiero que dejes en paz a Gastón.
No sé qué súper poderes me estaban dando esos chicos que creían que podía estar o no estar con cualquiera de ellos a mi antojo, y no sé con qué súper poder se creían ellos que pensaban que podían ordenarme con quien o no, relacionarme.
—Ustedes me dan risa —murmuré, negando con la cabeza—. La próxima vez que un Fonseca me ordene algo le voy a dar un puñetazo en la nariz.
—Me sorprende que digas eso...porque según yo solo hablas con Gastón, ¿él te ha dado algún tipo de orden, Mawi? —quiso saber. Y un milímetro del borde de su boca se deslizó hacia arriba.
—¿Y eso a ti te importa porque...? —Me quedé esperando su respuesta, mirando hacia cualquier parte menos a él. Gaspar Fonseca me estaba produciendo demasiadas cosas.
¿Por qué te tiene que atraer el chico malo?
—Gastón es demasiado ingenuo, y no quiero que por una chica pierda todo —dijo finalmente. Dio un paso hacia mí, y mi respiración se volvió inconstante de forma inmediata.
Lo tengo que alejar de mí.
—Y eso es problema de Gastón, no el tuyo. Así que si él quiere...
Y como si Fran hubiese recapacitado, apareció por la puerta del salón. Gaspar me soltó de inmediato.
—¿Isla? Tenemos una emergencia —murmuró, con la vista clavada en Gaspar.
—Adiós Gasparín.
Lo rodeé y seguí a Fran fuera del salón.
—¿Por qué me dejas sola con él? —pregunté.
—Pensé que era parte de tu plan.
Frené. No le había contado a Isla que el plan de conquistar a Gaspar ya no iba...ni tampoco le había contado que era porque Gustavo Fonseca era...mi Gustavo.
¿Les ha pasado que bloquean cosas de su cerebro porque es demasiado para hacerse cargo?
Bueno, por ignorar una semana a cualquier tipo de Fonseca logré que mi colon irritable se normalizara, y que bloqueara todo pensamiento al respecto de ellos. Además durante toda esa semana me dediqué a escribir para mantener mi mente ocupada. Se sintió increíble porque hace tiempo que no lo hacía. Así que a Fran aún no le contaba toda la verdad. La cogí del brazo, y fuimos a un lugar donde parecía no haber nadie.
—Tengo que contarte algo —comencé a decir.
—No sé por qué creo que estás a punto de tirar una bomba —dijo rodando los ojos—. Cuéntame.
_________
Holaaaa, espero que les haya gustado el capítulo <3
¿Será Gustavo quien trazó un plan con Gabriel? Porque al parecer tiene una llave... aunque...¿será el único que tiene una?
¿Qué les parece él? ¿Resistirá Isla?
Y recuerden que Isla tuvo una vida antes de llegar al pueblo jeje así que no todo lo que le pasa ahora tiene explicación en este lugar :P
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