8. Una propuesta
Hamil, 1989
Vera
—Me quieres, no me quieres, me quieres, y... me quieres —dije, sacando el último pétalo de la flor. Él, entrecerró los ojos—. ¿Qué? —pregunté, reprimiendo la risa.
—Que repetiste lo mismo dos veces. —Se inclinó y besó mi mejilla. Sentí el calor subir a mi cara.
—No sé de que hablas —murmuré, meneando la cabeza—. Aunque quizás esta flor no sabe nada.
Bostezó, y puso su cabeza en mi hombro.
—Pensé que me estaba acostumbrando a tus horarios —gruñó por lo bajo—, pero parece que todavía no lo logro.
Miré al cielo, el alba llegaba, iluminando de a poco nuestro alrededor.
—Puedes dormir, yo te despierto. Voy a leer un poco —dije, señalándole mi libro—. O quizás escribir. —Una sonrisa cálida apareció por su cara, y asintió.
El sol directo a mis ojos, el tronco en mi espalda, su cabeza descansando en mi regazo. Cerré el libro y me quedé contemplando los árboles que se extendían más allá de nosotros. En esa parte del bosque que nunca me había atrevido a penetrar. Mi padre nos había dicho que era muy peligroso por lo animales que habitaban en él, y lo fácil que era perderse también.
"Nadie te encontraría si te pierdes Vera, nunca entres sola en él"
Pero yo al bosque lo amaba, a pesar de que a veces me daba escalofríos. Era mi inspiración para los cuentos que yo escribía. Tenía una extensión que hacía que colindara con varios pueblos. Todos pequeños al igual que Hamil, y todos aburridos.
Hasta que él llegó.
—¿Qué haces? —me preguntó. Me sobresalté, no me di cuenta en qué momento había despertado.
Bajé mi mirada, ¿algún día me iba a cansar de ver esos ojos celestes? Una rareza para toda la gente de ese pueblo.
—Mi mente creando —respondí, acariciando su cara.
—¿Escribirás un cuento para mí?
—¿Uno de amor?
—Uno de terror —dijo, imitando voz tenebrosa—. Me lo debes, ¿recuerdas?
Reí.
—Tal vez.
—¿Aún no vienen a buscarte? ¿tu padre ya salió a trabajar?
Negué con la cabeza.
—Estoy atenta, no veo movimiento en la entrada. —Estiré mi cabeza para ver mi casa. Apenas mi madre —o quizás Mariana— se asomara, debía entrar antes de que preguntaran por mí. Si tenía mala suerte incluso podían salir a buscarme.
—No sé por qué te gusta estar aquí mismo Vera, podríamos internarnos en el bosque y nadie nos encontraría allí...por un buen rato. —Subió las manos y enredo sus dedos en un mechón de mi cabello.
Me sonrojé ante sus palabras, e hice como que no las había escuchado. Desvié mi mirada.
¿Cómo me decía cosas así? Quizás él pensaba que no notaba el tono atrevido en sus palabras, pero ya había leído demasiadas novelas de amor como para saber perfectamente qué hacían los amores prohibidos cuando se internaban en algún lugar solitario.
La pura idea se me hizo demasiado para mí, y comencé a abanicarme con mi mano.
¿Es normal que me sienta tan acalorada?
—Porque no quiero que nadie me busque, eso...eso levantaría muchas sospechas —murmuré. Comencé a trenzar mi cabello.
Se sentó de golpe y me quedó observando con sus ojos azul claro descifrando cada uno de mis pensamientos. Siempre me decía que era demasiado obvia, demasiado expresiva. Y a pesar de intentar que no se me notara en la cara, él siempre sabía.
Una vez, en ese mismo lugar me lo había comentado:
"Me es muy fácil leer a las personas, Vera. En eso soy igual a mi padre, siempre sabemos lo que sucede, pero también soy experto en fingir. Aunque cuando se trata de nosotros mismos, no podemos descifrarnos. Mi padre es la única persona que es un completo misterio para mí".
—¿A qué le temes? —preguntó, con esa fría voz que le caracterizaba. Aunque rápidamente conmigo se convertía en el hombre más encantador del mundo. Su forma de actuar con las personas me generaba curiosidad y a la vez me gustaba. Era frío con el resto, y a mí...a mí me amaba. Pero esos eran sentimientos que no me atrevía a compartir con nadie, no eran correctos.
—¿Yo? a...nada —tartamudee.
—¿Le tienes miedo a mi padre?
Meneé la cabeza, pero nada salió de mi boca.
—Sé que me estás ocultando algo —murmuró, bajando la mirada.
—¿Qué dices, Gerardo? No te oculto nada.
—Lo sé porque te estás trenzando el cabello, eso lo haces cuando estás nerviosa...así que algo sucede.
Suspiré profundamente. No podía seguir evitándolo.
—Tú sabes que no deberíamos estar juntos —dije, como si decirlo lo hiciese cambiar de opinión. Se me revolvió el estómago.
Rodó los ojos.
—Deberíamos o no, es imposible separarnos. —Tomó mis manos y las llevó a su boca. Besó ambos dorsos de mi mano—. No puedo alejarme de ti.
—Tu familia... nunca lo permitiría.
Se encogió de hombros.
—No me importa —soltó, mientras acariciaba mi cara —. Yo solo quiero estar contigo.
—A mí si me importa. Gerardo, mi padre podría perder su trabajo. ¿Sabes que significaría eso para mi familia? —pregunté, con un nudo en la garganta. Sentí mis ojos llenándose de lágrimas.
Gerardo golpeó el pasto con fuerza.
—Yo podría...
Lo frené con un gesto.
—No puedo arriesgarme. No soy solo yo quien saldría perjudicada.
—¿Y qué quieres Vera? ¿Vivir de encuentros en el bosque mientras vigilamos la entrada de tu casa?
Me encogí de hombros, y lancé una mirada a mi pequeño hogar.
—Debería ir a sacar los huevos —dije, mientras me levantaba. Gerardo me tomó del brazo y me obligó a sentarme de nuevo.
—¿Es esto lo que quieres? —preguntó, escudriñándome con la mirada. En su expresión no había más que tristeza y desesperación.
Suspiré.
—No, lo que yo quiero es haber nacido en otra posición para estar contigo. Pero ese no es el caso. Mi papá trabaja para el tuyo, mi mamá cuida a nuestros animales y con mi hermana dependemos de ellos. Esa es nuestra realidad. ¿Tú crees que a mi no me gustaría andar contigo, tomados de la mano? ¿llegar de tu brazo a las fiestas que hacen tu familia y todas las familias ricas del pueblo? —La voz me salió demasiado cargada de emociones, y nunca me había enfrentado así a Gerardo—. Hablas como si fuese tan fácil. No lo es.
Al principio se mostró desconcertado, y luego una sonrisa se asomó.
—No me importa si mi padre me quita todo lo que tengo, casémonos.
Me agarré el puente de la nariz, ¿qué parte de yo tengo una familia que puede quedar en la miseria no entendía? Aun así mi corazón se agitó y sentí la emoción invadiendo mi cuerpo.
—Gerardo...
—Ya sé lo que me dirás —dijo agitando las manos—. Mi familia no lo permitiría. Entonces ...escapémonos. Escapémonos, Vera. Vamos a alguna gran ciudad, y nos vamos de este pueblo de mierda que nos retiene.
Me sobresalté ante sus palabras.
¿Escaparme?
¿Pueblo de mierda?
Hamil era todo lo que conocía en mis diecisiete años. Y sí, sabía que era un pueblo aburrido porque así me lo habían mostrado las novelas que tanto leía. Y lo único que conocía de las grandes ciudades era lo que me contaba mi amiga Karina y de los libros que ella me traía en secreto.
Arrugué el entrecejo.
—¿Estás loco? —pregunté en voz baja. Solo por precaución miré hacia los lados como si en cualquier momento fuesen a aparecer mis padres o los de él detrás de unos árboles.
—Sí, loco por ti. Voy a dejar todo, no me importa. ¿de qué me sirve tener esto? —quiso saber, extendiendo sus brazos para mostrar nuestro alrededor.
La familia Fonseca era dueña de prácticamente todos los negocios de nuestro pueblo. Que Gerardo Fonseca estuviese con alguien como yo, podía ser perfectamente una de las peores pesadillas para sus padres, quienes les interesaba nada más que expandir sus negocios, uniendo a cada uno de sus hijos con otras familias poderosas.
¿Qué podía ofrecer mi familia? Diez gallinas, dos vacas, tres cerdos, un perro.
Y una chica de diecisiete años que no tenía más que amor y dedicación que entregar.
Era casi una maldición que eso no fuese suficiente.
Bufé.
Si mi padre se enteraba de lo que hacía todas las mañanas cuando iba a buscar los huevos para desayunar, cuando salía a escribir o leer, no me miraría más. Después de todo, estaba poniendo en riesgo a nuestra familia; y en el pueblo era muy mal visto que las mujeres se juntaran a escondidas con algún hombre, menos si no había algún tipo de compromiso mayor. Un pueblo a la antigua con todas sus letras, como si el tiempo se hubiese detenido allí.
Me amanecía a la luz de las velas leyendo Jane Austen, y sus libros escritos tantos años atrás me sorprendían a veces lo mucho que se parecía a mi vida. Y más de alguna vez me encontré soñando con que me sucediera lo de las protagonistas, sin embargo, cuando Karina comenzó a llevarme los libros más actuales, pronto me di cuenta que todo en Hamil estaba desfasado, y que lejos había una vida emocionante. Donde las mujeres tenían mucho más poder de decisión sobre ellas y su entorno que lo que yo podía imaginar.
Nadie excepto nosotros sabía lo que sucedía, y eso lo hacía perfecto para mí. Éramos un secreto.
Mi mayor secreto.
Nadie se imaginaría que Vera, la hija ejemplar de Francisco Harris, leía novelas de amor intenso, a veces escribía historias tenebrosas...y lo peor de todo...veía a un chico a escondidas. No fue fácil para mí tampoco, pero viviendo mis diecisiete años sin más emociones que las reuniones en la iglesia los domingos, o los conciertos de coro de la escuela; la llegada de la familia Fonseca despertó un lado que no pensé que tenía.
Recordé el primer día que conocí a Gerardo. Unos meses atrás.
Salí de mi casa cuando el sol recién comenzaba a aparecer. Era mi hora favorita, en la casa dormían plácidamente —incluyendo los animales—. Caminé con un libro, un cuaderno, lápiz, y una manta bajo el brazo hasta mi árbol favorito. Uno de los de la primera fila del bosque que quedaba cerca de mi casa. Oculta allí podía ver mi hogar, pero desde allí tendrían que agudizar mucho la vista para verme.
Tan solo después de unos minutos, alguien carraspeó a mi lado. Me sobresalté de tal manera que el libro salió volando. Y antes de voltear mi cabeza para ver quien era, él se estaba riendo a carcajadas.
Gerardo Fonseca me observaba. Él era una de las únicas atracciones del pueblo, aunque admito que yo no me atrevía a mirarlo, como si tuviese miedo de enamorarme de él con tan solo verlo. Mis amigas decían estar enamoradas de ese chico, y nunca habían cruzado una palabra con él.
Yo no, yo era demasiado correcta como para fijarme en alguien con quien nunca iba a poder estar.
—Shhhhh —dije, frunciendo el ceño. Él se agachó a recoger mi libro.
—¿Vera?
Escuchar mi nombre saliendo de su boca me produjo escalofríos.
—¿Gerardo? —pregunté de vuelta, deslicé mi mirada al libro entre sus dedos. Lo giró, leyó la portada y me lo entregó.
—¿Jane Austen? No esperaba otra cosa de la niña perfecta de Hamil.
—¿Niña perfecta? —pregunté, sonrojándome.
Asintió con la cabeza.
—Es lo que dicen de ti.
—Yo, yo no soy perfecta —balbuceé. Miré hacia mi casa.
—¿Tus padres no saben que vienes al bosque sola?
Fruncí el ceño.
—Sí saben, lo que no tienen idea es que estoy con un chico. A propósito, ¿qué haces acá? Tu casa no queda cerca.
Se rio y bajó la cabeza.
—¿Quieres la verdad? —preguntó en voz bajita.
—Me gustaría.
—Vine a verte —soltó, dejándose caer junto a mí, como si decirme eso fuese algo común. Se apoyó en el mismo tronco obligándome a moverme a un lado. Era demasiado contacto con un chico que apenas conocía. Lo miré, consciente de lo sonrojada que estaba—. Te sonrojaste.
—¿Es verdad? —pregunté, con un hilo de voz.
—¿Qué te sonrojaste? sí.
—No...—Tomé aire, sintiéndome un poco estúpida de dejarme atrapar tan rápido en sus palabras—, lo otro.
Chasqueó la lengua.
—Ah, ¿qué te vine a ver? Sí. Tu amiga me dijo que venías a leer al amanecer.
Fruncí el ceño, ¿Karina le había dicho? ¿cómo era posible? Era la única que sabía de algo así y ella era más estricta que yo con el tema de chicos, no se atrevía ni a leer los libros que yo tanto le comentaba. Al parecer, él leyó lo que estaba pensando—. Tu amiga...la obligué a decirme —explicó.
—¿A qué te refieres con eso?
Exhaló profundamente.
—Le dije: dime cómo puedo acercarme a Vera y que no le quede de otra que hablar conmigo. Si no me lo dices, me uniré al coro. No tendrán otra opción que aceptarme y canto terrible. ¿ves? Como es la coordinadora del coro tuvo que hacerlo.
Me salió una carcajada. El coro era el hijo de Karina.
—¿Y por qué querías hablar conmigo?
—Te he estado observando, no sé. —Tomó aire, y agregó—: me gustas. Me gustas de una forma que no es sana para alguien que nunca te ha hablado. Te he mirado demasiado, y cada una de esas veces has ignorado mi presencia. ¿Por qué nunca me miras, no te gusto?
—¿Cómo me vas a gustar? —pregunté confundida—. Nunca hemos hablado.
—Ahora estamos hablando —dijo, con un tono divertido. Se levantó de golpe—. ¿Haces todos los días esto?
—Sí...pero me gusta hacerlo sola —respondí. Tragué saliva al darme cuenta de mi atrevimiento. A mi padre le hubiese dado un paro cardiaco en el acto si se enteraba que le había hablado así al hijo de su jefe.
—¿Y si yo traigo mi propio libro? —preguntó, ignorando mis palabras—. O podría dibujar. Me gusta dibujar.
Resoplé.
¿Qué es esto?
¿La vida me está castigando?
No me permitía rechazar a alguien que quería ser amistoso. Así que casi segura que estaba cometiendo un gran error, respondí:
—Si vienes a leer o dibujar, puedes venir.
—¿También escribes?
Miré las notas que tenía a mi costado. Exhalé.
—Si.
—¿Qué escribes?
Una sonrisita maliciosa apareció por mi rostro.
—Historias de terror.
Alzó las cejas.
—¿Otro secreto de la chica perfecta e inocente del pueblo? Esto se pone cada vez más interesante.
Me encogí de hombros.
—Justamente mi último cuento es de un chico que comienza a aparecer en un bosque frente a la casa de una chica.
—¿Y él tiene buenas intenciones? —preguntó, entrecerrando los ojos.
Meneé la cabeza.
—Quiere asustarla, amenazarla, romperla —respondí, con toda la seriedad que pude. Tenía ganas de que pensara que estaba loca para alejarlo de mí—. La despierta en medio de la noche para que solo vea que él la observa en cada momento.
Esbozó una sonrisa.
—Cuando lo termines, quiero leerlo. Creo que nada me interesa más en este momento que lo que pasa por tu mente. —Hizo una pequeña inclinación—. Nos vemos mañana.
Y se alejó. Dejando un vacío junto a mí, y un remolino de emociones que no me quería permitir sentir.
¿Le había contado uno de mis mayores secretos?
Desde ese momento solo él y yo sabíamos que las historias de terror eran parte de mí.
Cerré los ojos.
—Escapémonos —respondí, con un hormigueo en el vientre.
Me sorprendía lo mucho que cambié en algunos meses. Gerardo había desafiado todo lo que yo creía que era, y mis propias actitudes no dejaban de asombrarme. Mentirle a mis padres y ver a un chico a escondidas me producía una culpabilidad inmensa, que equilibraba con ayudar a Mariana en sus estudios, preparar desayuno y cena, enseñar a leer al hijo pequeño de unos vecinos, limpiar, y una infinidad de cosas que me dejaban agotada. Y que calmaban un poco mi corazón contrariado.
Sin embargo, apenas él pronunció la palabra escapémonos. Un abanico de posibilidades se abrió, ¿existía alguna forma de hacerlo sin que nadie supiera que lo habíamos hecho juntos?
Escondió su cara en mi cuello desnudo, aún después del tiempo, sus actitudes y cercanía me seguían generando nerviosismo.
—Todo resultará —murmuró.
—Tenemos que prepararnos —respondí. Mi hermana, Mariana, se asomó por la puerta de la casa, y ese era mi aviso de entrada. Le tomé la cara y le di un beso corto—. Me debo ir.
—Te amo —dijo, batiendo sus pestañas.
—Te amo. —Me puse de pie y fui a saludar a Mariana.
Caminé con un remolino de sensaciones en mi pecho, quería correr a contarle lo que pasaba en mi vida. Mariana tenía un año menos que yo, y éramos inseparables. Sin embargo, había sido criada bajo las mismas reglas estrictas y no estaba tan segura que ella pudiese cambiar así como yo lo había hecho.
O eso pensé hasta ese día.
—Te levantaste más temprano hoy —dije, poniendo un cabello tras su oreja.
—Apenas he dormido —murmuró, saliendo de la casa y tomando una bocanada de aire. La brisa justo nos llegó y nos estremecimos.
—¿Algo te molesta?
Se giró, y caminó alejándose de mí. La seguí hasta que frenó en seco.
—Es mi corazón —dijo, tocándose el pecho.
—¿Te duele?
Negó con la cabeza.
—Estoy aburrida. Tengo que confesar que saqué uno de los libros que tanto lees. Vera, ¿es verdad que el amor es así? Tan...—Sus mejillas se colorearon y le costó trabajo decir las siguientes palabras—, ¿tan emocionante y apasionado?
Las novelas de amor habían tenido el mismo impacto en Mariana que en mí.
—Yo creo que si —comencé a decir, mientras buscaba en mi mente cómo contarle que yo tenía un amor así.
—¿Y existen esas grandes ciudades también? ¿con infinitas tiendas de ropa, coches, zapatos, pasteles?
—Karina me dijo que sí, ella ha ido a visitar a su hermano a una ciudad.
—¿Y nosotras atrapadas en este pueblo? —Se estremeció y miró alrededor. Se quedó de perfil con la mirada perdida en el horizonte. Mariana gozaba de una belleza desbordante. Más de alguna vez me pregunté por qué Gerardo no se fijó en ella en vez de a mí.
—Te voy a contar algo —dije, entrelazando mi mano con la de ella.
—¿Estás enamorada? —quiso saber, encontrando sus ojos con los míos.
—Sí.
—¿Y por qué no me constaste antes? —Había menos emoción en sus palabras de lo que yo hubiese esperado.
—No era...es...correcto. Porque con él no deberíamos estar juntos.
—No me asustes que así como vas pienso que dirás que es algún amigo de papá.
Reí.
—Es Gerardo.
Arrugó el entrecejo.
—¿Fonseca?
—Sí.
—¿Están juntos? —balbuceó, con los ojos llenándose de lágrimas. Me dio tristeza que mi hermana se pusiera así con la noticia, pero quizás estaba asustada de que en algún momento nos separásemos, tomando en cuenta que yo ya había encontrado a mi amor.
—¿Por qué lloras? —pregunté, acariciando su cara—. ¿te preocupa que me aleje de ti?
Miró sus pies, y asintió con la cabeza. Separó nuestras manos y entró corriendo a la casa.
—
Helloooouuuu
Awww, ¿qué habrá pasado entre Vera y Gerardo? ¿Por qué las cosas habrán terminado mal con ellos?
Recuerden agregarme a Instagram (valesminombre), darme estrellita si les gustó.
Besitos y amor infinito para cada personita que me lee.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top