40. Un adiós obligado

Carum, 2019

Isla

Me apoyé en la pared del baño, tratando de calmar mi respiración. Franco no era alguien para tomar a la ligera, después de todo era amigo de Gustavo y habían vivido juntos. Los dos estaban locos, es que Franco lo disimulaba...y bueno, no se drogaba.

Cuando meses después de haber estado con Gustavo, me enteré que Gerardo Fonseca vivía en un pueblo llamado Carum, supe de inmediato que allí tenía que ir si quería descubrir sobre el pasado de mi mamá.

El primer paso fue: buscar una forma de ir a vivir allí, lo que sabía que no sería difícil de lograr considerando que los padres de Fran, se movían siempre buscando oportunidades de negocios. Fran generalmente no iba a esos viajes, y si lo hacía era por periodos cortos de tiempo, por ejemplo, un semestre escolar, y luego volvía a quedarse en su enorme casa en Los Ángeles al cuidado de su abuela.

—¿Y dónde queda eso? —preguntó Fran, cuando le conté de mi plan.

—¿No tan lejos?

Se cogió la cabeza e hizo como que se iba a arrancar el cabello.

—¿Y ya tienes toda la información lista? ¿estás segura de que esto es lo que quieres?

Asentí con la cabeza y le entregué el sobre.

—Quiero intentarlo. Hasta creo que estamos ayudando a tu padre. Aquí está la información sobre los negocios Fonseca. Lo dejas encima de su escritorio, él lo verá... y si tengo suerte, querrá comunicarse con él.

—Y si resulta, le diré que quiero ir con ellos —gruñó, cerrando los ojos—. Te debo amar mucho, Isla. Como para que hagas que me vaya a vivir a un pueblo de mierda.

—Estaremos juntas. Y lo haremos solo seis meses, logre descubrir la verdad o no, nos devolvemos a Los Ángeles.

—Seis meses.

Y luego de eso, tenía que hacer que mi madre se fuera lejos. Sabía que Franco me podía ayudar con eso. Él me había ofrecido su ayuda el mismo día que salí corriendo de su edificio porque vi a Gustavo drogándose. Me dio su número, y además siempre buscaba a editores para trabajar en distintas partes del mundo. Y eso le pedí yo cuando me reuní con él: que contratara a mi madre y le diera trabajo en otro país.

—Ok, pero quiero algo a cambio —dijo Franco la vez que le pedí ayuda. Se reclinó en el sillón y subió una pierna sobre la otra.

—¿Qué quieres?

—Quiero saber por qué Gustavo —a quien creía incapaz de querer a alguien— se quedó tan enamorado de ti. No me malinterpretes, eres bonita y simpática, pero a lo largo de los años he visto con qué chicas ha salido Gustavo, te impresionarías.

Lancé una carcajada pero él no se inmutó. Así que carraspee y me removí sobre el asiento.

—¿Qué quieres decir?

—Salgamos una vez. No te preocupes, le daré el trabajo a tu mamá sin ninguna duda. Principalmente porque sé que es muy buena en lo que hace, y me parece que ella sería excelente en mi equipo.

La idea de salir con él una vez no me asustó. ¿Por qué iba a pensar que iba a salir mal? Era una simple salida de amigos, aunque admito que lo alargué bastante, incluso cuando él ya estaba en conversaciones con mi madre —meses más tarde—, recién me comuniqué de nuevo con él. Para agradecerle, —y para no salir solos porque pensé que sería raro— lo invité al cumpleaños de Fran en un club nocturno muy popular de Los Ángeles.

Jugamos a beber alcohol, y Franco me sacó a bailar. Sorprendentemente bailaba excelente y de forma sensual. Es un hombre guapísimo, y yo estaba soltera desde hacía bastante tiempo.

Con unos cuantos chupitos de tequila no nos despegamos en toda la noche. Bailamos con nuestras caras rozando y riéndonos de mil cosas que sucedieron a nuestro alrededor. Cuando me quería ir porque me dolían los pies —ya que se me ocurrió la genial idea de ir con tacones—, Fran seguía en mitad de la pista, y según mis cálculos, le quedaba al menos una hora de baile. Y ya eran casi las cuatro.

Justo esa noche mi madre se había ido por dos días a Chicago, así que Franco se ofreció a acompañarme en taxi y yo acepté. Se bajó conmigo y me llevó a la puerta.

—Ahora lo veo —dijo, apoyando la cabeza en el marco—. Me propuse ir solo una hora a la fiesta porque debía trabajar. —Miró su reloj y rio—. Me quedé seis horas.

—¿Qué se supone que ves? —pregunté, haciendo rodar los ojos. Hipé.

—Puedo ver por qué a Gustavo le gustabas tanto, no estoy diciendo que tú me gustas a mí, es solo que lo entiendo —dijo, extendiendo una sonrisa coqueta.

Solté una carcajada.

—Lo pasé muy bien, gracias por acompañarme —dije, dándole una palmadita en el pecho, pero él cogió mi mano y me pegó a él. Me besó inesperadamente, y sus labios suaves me provocaron un hormigueo que casi había olvidado.

Meses habían pasado desde mi último beso. Luego de Gustavo no quise acercarme a nadie porque no quería más problemas, sin embargo, luego de tanto tiempo sin tener ningún tipo de contacto, de repente —en ese momento— se me hizo una necesidad.

—Déjame entrar —susurró en mis labios, y enterró sus dedos en mi cabello.

¿Tengo que recordar aquí que hubo muchos chupitos de alcohol? Definitivamente no estaba pensando como lo ameritaba la situación.

Mis hormonas siempre alborotadas, sobre todo luego del vacío novio-tóxico se lanzaron sin pensar a los brazos de Franco. Y aquí cometí uno de los peores errores de mi vida —no solo me refiero al acto en sí— sino que no usé protección.

Dos meses más tarde, y luego de recriminarme cada día por haberlo hecho, ya que literalmente era el jefe de mi madre, yo salía de una farmacia en Carum y me encontraba con Gastón Fonseca.

Y ahora me hallaba encerrada en el baño, tratando de huir del recuerdo de ese error. Estaba enojada de que Gaspar me hubiese puesto en esa situación. Así que no pude evitar mandarle mensajes, sin pensar muy bien en lo que escribía.

Alguien tocó la puerta.

—¿Isla?

Me mojé la frente y salí. Gastón me esperaba con un perrito en los brazos. Verlo así me sacó de inmediato una sonrisa.

Como si pudieses ser más adorable.

—Te ves fatal, ¿vomitaste o algo? Se te fue el color de la cara. Mira, se llama Olivo. ¿No es hermoso? —Gastón levantó el perrito y lo puso junto a su cara—. Es igual a mí.

Reí y saqué mi celular, mientras con una mano le hacía cariño a Olivo.

—Sí, estoy bien. Espera, te voy a sacar una foto. Es una escena demasiado bonita.

—Ufff, te ves como si fueras un zombie pero cuando dices esas cosas te ves más linda.

Lo golpeé en el hombro, y fingió estar dolido.

No me digas esas cosas, Gastón.

—No me molestes que me duele la cabeza —murmuré. Me sacudió el cabello y dejó a Olivo sobre la alfombra.

—Oye...sobre lo otro, ¿estás bien?

—Sí —susurré, y luego me acerqué para hablarle más bajito—. Es que no quiero que diga nada.

—Isla, si dice algo, lo hago desaparecer del planeta. —Se acercó y me dio un beso en el costado de la cabeza—. Así no se comportan los hombres.

—Gaspar lo trajo —gruñí.

—¿Está todo bien? —Gerardo se asomó por el pasillo, y carraspeó nervioso al ver a Gastón abrazándome—. Vamos... vamos a cenar.

La cena fue bastante aburrida, por que —de nuevo—, negocios fue el tema principal. Además, yo estaba nerviosa entre evitar las sonrisas maquiavélicas de Franco que sinceramente no sabía si yo me las estaba imaginando, y las miradas de sospecha de Gustavo.

Hasta que no se aguantó. A penas me miró y abrió la boca, contuve la respiración.

—¿Cómo es que la mamá de Isla llegó a trabajar contigo? —preguntó Gustavo, con una sonrisa falsa ante la atenta mirada del resto de la mesa.

Dios. ¿Cómo huyo de esta casa?

Comencé a sudar de inmediato. Si Franco nombraba a mi madre, Gerardo se daría cuenta de quien era yo. Me quedé con el tenedor a medio camino, mientras mis ojos oscilaban entre Gustavo y Franco repetidas veces.

¿Cuánto tiempo pasó en que nadie dijo nada? Podría haber sido una eternidad porque así lo sentí. Yo no podía ocultar mi nerviosismo. De repente me di cuenta que tenía dos uñas mordidas y que había arruinado el esmalte.

—Ah, es una editora excelente. No era muy conocida porque siempre trabajó en una editorial muy pequeña, sin embargo, cuando necesité editores para trabajar en el extranjero recordé que Isla me había contado sobre su madre.

—¿Y cómo se conocieron ustedes? —preguntó, Gerardo.

Oh, dios.

Que no diga Vera.

Que no diga Vera.

Mi corazón podría haber salido disparado y quedado sobre la mesa de lo acelerado que estaba.

—Tenemos un conocido en común —me apresuré en decir. Gerardo abrió la boca para preguntar algo más, y Gustavo también.

—¿Franco, y cómo va el café? —Gastón, como siempre, yendo a mi rescate.

Al final de la cena, Franco se me acercó ante la atenta mirada de Gustavo.

—Isla, relájate. No voy a decir nada si es que eso hizo que perdieras el color —murmuró, sin siquiera mirarme.

—¿Me lo prometes? —pregunté, sin ninguna esperanza.

—Te lo prometo. Nunca le haría eso a una mujer, perdón si te di la impresión incorrecta. No creí que pensarías eso. —Me dio una palmadita en el hombro y se fue a hablar con el señor Brown. Me quedé esperando allí porque sabía que Gustavo moría por decirme cosas y prefería que lo hiciera antes de entrar al coche, sin embargo, Gerardo fue quien se acercó.

Su presencia junto a mí me estremeció. Me ponía nerviosa, como si tuviese miedo de perder el control y preguntarle qué le había hecho a mi mamá.

—Quiero hablar contigo —comenzó a decir, con una sonrisa amigable—, ¿podemos salir un momento?

—Sí. —Mi voz salió algo temblorosa. Pensé que quería preguntarme por Gastón, pero apenas salimos, su semblante cambió bastante.

—Sé que Gaspar está enamorado de ti —soltó, con la mirada perdida en un árbol cercano. Me llevé la mano al pecho como primera reacción y sentí la espalda perlada por el sudor. ¿Qué?—. Y antes de que me digas cualquier cosa... conozco a mi hijo. Él podría negarlo veinte veces en mi cara, pero yo lo conozco. ¿sabes por qué?

Oh, rayos.

—No es así...yo...

—Porque Gaspar es el que más se parece a mí cuando yo era joven. Tanto físicamente como psicológicamente. Y ese cambio que veo en él, yo también lo viví alguna vez. —Suspiró profundamente, y se llevó las manos al bolsillo. Antes de hablar, procuró que no hubiese nadie cerca—. Lamentablemente para él, tú estás con su hermano.

—No hay nada entre Gaspar y yo —repliqué—. Con Gastón...

—Isla —bramó. Me sobresalté, y lo quedé mirando. Gerardo lucía como alguien cansado, pero sobre todo, muy triste y perdido—. Déjame terminar. Enviaré a Gaspar lejos, no a otra ciudad, sino a otro país. No sé si podrá estudiar lo que sea que él quiera, estará lejos de su familia y de los negocios. —Se aclaró la garganta y me clavó sus ojos celestes—. No es lo que quiero, sin embargo, sé que allí podría encontrar la felicidad, no acá. Es joven y bastante apasionado con sus cosas. —A esas alturas de sus palabras yo ya me había alejado unos cuantos pasos, como si eso fuera a impedir que lo escuchara.

—No le hagas eso. —Sí, era un idiota, sobre todo con lo de Franco. Pero no iba a permitir que por mi culpa lo alejaran y lo separaran de su vida en Carum—. No sé por qué crees que entre él y yo hay algo.

—Si hay una felicidad que yo no me atrevo a apagar, es la de Gastón. Gaspar es igual a mí, es fuerte. Superará lo que la vida le traiga, no así Gastón. Pero, hay una forma de que yo no le haga todo eso a Gaspar.

Tragué saliva.

Maldito manipulador.

—¿Qué... qué cosa? —tartamudee. Mi respiración se dificultaba a cada minuto.

—Que ustedes no hablen más, que él salga con Francia sin que tú te interpongas, y que además le digas que tú no quieres estar con él.

¿Qué salga con Francia?

¿Qué es esto?

Mis ojos se llenaron de lágrimas de forma instantánea.

—No es así como funciona. No puedes juntar a dos personas y hacer que se quieran automáticamente —bramé, negando con la cabeza. Eso no podía estar pasando.

Meneó la cabeza y chasqueó la lengua.

—Por supuesto que no, pero no sabremos si no lo intentan. Y me temo Isla, que eres tú quien está entre medio de que eso suceda.

—No le dejaré de hablar a Gaspar —repliqué. Más que nada, enojada de que él pensara que tenía el control y que intentara manejarme a mí a su antojo—. Tampoco le diré que yo no...

Agitó las manos para que cerrara la boca. La voz me salía tan temblorosa que no dije nada más.

—Entones tú serás la culpable de que lo aleje de Carum.

Me llevé las manos a la boca y apreté mis dientes, conteniendo las lágrimas, y las palabras que quería gritar.

—¿Y dices ser su papá? —pregunté, sin pensar—, ¿por qué le harías algo así a tu propio hijo?

Chasqueó la lengua.

—Está en tus manos —respondió, sin inflexión en la voz. Se encogió de hombros—. Es una bonita noche, ¿no lo crees? Ah —dijo, ladeando la cabeza—. Si yo descubro que rompiste tu trato, entonces no le daré ni dos semanas a Gaspar. Tú serás la culpable de su sufrimiento, y no va a poder recuperarse de cómo su amor le causó tanta desgracia.

Dios mío, Gerardo Fonseca es diabólico.

¿Es esto porque fuiste tras Mariana y te arrepentiste toda tu vida?

—¿Es lo que te sucedió a ti? —solté, hirviendo de rabia. Gerardo me clavó la mirada, como si le hubiese leído el corazón—. Hablas con tanto odio hacia el amor, que sospecho que eso mismo te hizo tan insensible con tus propios hijos. No todos somos como tú.

Dio un paso al frente, obligándome a retroceder.

—¿Qué le estoy haciendo a mis hijos? Los estoy protegiendo de alguien como tú, que eres capaz de separar a dos hermanos. Protejo a Gastón y a Gaspar. Si tú dejas de interferir, ellos serán hermanos toda la vida. Y tú, si realmente quieres a Gastón, serás feliz con él. Gaspar seguirá teniendo a su hermano, y para el momento en que vuelva, tendrá otro amor. A menos que se quede y ese amor sea Francia Alonso.

Quería gritarle mil cosas, pero no podía hacer que Gerardo me odiara más, aún necesitaba saber cosas de él, y seguir acercándome a su casa. No podía simplemente armar una guerra por algo que —por el momento— no tenía solución. Era imposible saltar de los brazos de Gastón a Gaspar de un día para otro, tenía que hacerse con calma. Además, tampoco quería que esto llegara a los oídos del padre de Fran.

—No puedo no hablarle nunca más —murmuré—. Somos compañeros...

—Sabes a qué me refiero. Le hablarás como lo que eres, su cuñada y compañeros de clases. Y voy a agregar un poco más a esto que te estoy diciendo, por si aún quedan dudas. —Tiró del cuello de su camisa, tratando de buscar aire—. A Julián Alonso no le gustará enterarse de esto, y no sé si a tu madre.

***

No podía respirar, mi habitación por más gigante que fuese, parecía que a cada segundo se achicaba más a mi alrededor. Me levanté, y estaba sudando por completo a pesar del frío que hacía. Necesitaba aire y me abrigué para salir de la casa.

¿Cómo arreglaba esto? Si no quería que Gaspar se fuera, debía renunciar a mi corazón. Dejar de amarlo, y a la vez verlo todos los días como si lo de nosotros nunca hubiese sucedido.

Me creía valiente y me sentía fuerte, pero no lo suficiente como para enfrentarme a la desesperación de querer a alguien y no poder estar junto a él.

Yo, un caos.

Gaspar, un caos.

Mi vida, un caos.

Por el momento, debía alejarlo de mí. Descubrir de una vez por todas lo que sucedió entre su padre y mi madre, y luego estar con él. Me sentía tan cerca de la verdad, que no podía permitir que algo lo arruinara. Además, solo faltaba una semana para reunirme con Karina White, y tenía toda la esperanza de que ella me contara mucho sobre mi mamá y Gerardo.

Ay, ¿y qué haré con la cita de la subasta?

Una rama crujió a mi espalda.

__

Ayyyy mi corazón, ¿por qué hacen esto? (Ah, esperen... fui yo :( )

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#Team Gaspar

#Team Gustavo

#Team Gastón

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