18. Helado en el sofá
Los Ángeles, 2018
Isla
—¡Es mi chica! —gritó, mientras me acercaba al coche. Estaba apoyado, con un cigarrillo entre sus dedos. Al ver mi expresión se largó a reír.
Me tapé la cara avergonzada. Familias enteras me miraron a mí y mi vestido pequeño. Francia se había tenido que ir corriendo luego de la película porque olvidó que debía cuidar al hijo de sus vecinos, así que allí se fue una de las oportunidades donde ella lo podría haber conocido.
—Shhhhh. —Me llevé el dedo a la boca.
—¡¿Qué?! Eres mía, Isli, de pies a cabeza —dijo en voz alta.
Una señora arrugó la frente ante estas palabras.
Espero que no esté por acá ningún conocido mío.
Aceleré el paso y cuando llegué frente a él me llevé las manos a las caderas.
—¿Así que tuya?
—¿Así que no? —replicó, acercándome por la cintura—. Y yo soy tuyo —murmuró, en mi oído.
¡Detengan todo! ¿Qué? ¿mío?
Ya sí, nadie es de nadie. Lo tenemos claro.
Pero díganle eso a la Isla con las hormonas declaradas en estado de emergencia desde el momento en que Gustavo entró a encender su cuerpo de formas que pensó imposible.
Resoplé, resignada. Miré mi vestido.
—¿Te gusta? —pregunté.
—Te prefiero sin el —respondió, con obviedad. Se sacudió el cabello—. Me encanta. ¿Converse y un vestido negro que se abotona completamente por el frente? Moví las cejas. Tomó mi mano e hizo que diera una vuelta. Se llevó el cigarrillo a la boca y sacó el encendedor. Frenó a medio camino cuando vio mi expresión—. Solo uno.
—Solo uno, no me gustan los cigarillos.
—La niña inocente ya no se ven tan inocente —dijo, con el cigarrillo entre los labios. Sus ojos emitieron un destello que me provocó escalofríos.
—Que no soy inocente.
Dio una calada a su cigarrillo y me miró desde detrás del humo dispersándose.
—Eso lo sé —dijo, jalándome del brazo. Me puso a mí contra el coche y se acercó de forma que nuestras narices quedaron rozando entre si—. Cierra los ojos —pidió. Lo hice sin pensar, porque yo ya estaba pérdida en ese chico. Si él hubiese dicho que nos tirásemos del puente al rio, no me siento tan segura que yo me habría negado—. Abre la boca —ordenó. Sentí como dio otra calada, y expulsó un hilo de aire con sabor a menta directo a mi boca. Mi piel se erizó en el momento, y abrí los ojos. Me observaba con una sonrisa.
Ahhhhh, ¿cómo controlar mi cuerpo?
Me encanta.
Estoy loca... por él.
Estampó un beso intenso, y yo saboree su sabor.
—¿Entonces donde vamos? —quise saber, separándome para tomar aire.
—¿A tu casa?
Rodé los ojos.
—No puedes ir a mi casa.
Se enderezó, y abrió la puerta del coche.
—Como tú digas, Isli. Tú te lo buscaste con ese vestido. Vamos a mi departamento.
¿Su departamento?
¿Significará eso...?
¿Llevo ropa interior decente?
Mientras él iba manejando, yo iba hablando con Fran por mensajes.
—Esta será la primera y única vez que te voy a preguntar, Isla. —Arrugué el entrecejo y lo quedé mirando. Siempre mi mirada se perdía en sus tatuajes que tanto me gustaba tocar. Extendí mi brazo y toqué el de él. Me lanzó una mirada coqueta, antes de volver la vista a la calle. Pero cuando el semáforo dio rojo, él se giró completamente hacia mí—. ¿Estás segura? Porque puedo ver como llevas quince minutos moviendo tu pierna sin parar.
¿Qué me está preguntando exactamente?
—Concéntrate en la calle y deja de mirarme. —Solté una risa nerviosa.
—¡No puedo! —dijo, levantando las manos. Me señaló—. Tu vestido es demasiado corto para poder controlarme. Sacó la lengua, y jugueteó un par de segundo con su piercing de la lengua—. Te pregunto porque una vez que cruces la puerta, no hay vuelta atrás.
—Ah, ¿no? —pregunté, levantando una ceja—. ¿cómo es eso?
—Que de alguna u otra forma tendrías que hacerte cargo —dijo, lanzándole una mirada a su entrepierna.
Tan directo.
Mi mente se llenó de imágenes que hicieron que me estremeciera.
Menos mal que justo el semáforo dio verde y no alcanzó a ver mi expresión de sorpresa, que implicó que mi boca se abriera un poco, y mis mejillas alcanzaran el color más rojo de la paleta de colores de los rojos.
Nunca, ningún chico ha sido así de directo conmigo.
Y por más que mi ex novio, o los chicos con los que salía de repente —como Daniel— me gustaron. Hasta que conocí a Gustavo no me había enterado de lo que era realmente la excitación y el deseo sexual hacia otra persona. Esa no iba a ser mi primera vez, pero nunca había estado tan nerviosa.
—Estoy segura —respondí con toda seguridad—. No tengo problemas con ninguna de las opciones: ni con el plan inicial ni con hacerme cargo si fuese necesario.
Gustavo —en una de sus locuras— frenó en seco. Provocando el ataque de las bocinas de los autos. Miré a mi alrededor. Había frenado en pleno cruce con luz verde.
Si no salíamos de ahí alguien nos iba a chocar. El hombre del coche de atrás daba golpes a su manubrio, furioso. Me estremecí.
—Repite eso —dijo, cruzándose de brazos. Sin ninguna intención de seguir adelante.
—¿Qué...qué haces? —pregunté— ¡Avanza! ¿nos quieres matar?
—Repítelo y avanzo —replicó, encogiéndose de hombros.
—¡¿Qué quieres que repita?! —Miré nerviosa los otros coches.
—Que vamos a entrar a mi departamento, y podré saborear cada centímetro de tu cuerpo.
Ufff, una ola de calor me invadió.
Dios, ¿cómo en un momento así me puede provocar tanto?
Era su locura, lo impredecible e intenso que él podía ser. Eso me atraía. Y por supuesto, su belleza. Reaccioné al escuchar la puerta del coche de atrás cerrándose con rabia. Por el rabillo del ojo vi que el hombre venía hacia nosotros, más rojo que yo.
Aunque nuestros motivos era diferentes.
—¡Que sí! Ya avanza —dije, dándole un golpe en el brazo.
—No era tan difícil —murmuró, poniendo en marcha el coche.
—Estás loco —gruñí.
—Sí, lo sabes y sigues saliendo conmigo. —Estiró su mano, y apretó sus dedos en mi pierna. Eso hizo que mi vientre hormigueara.
Gustavo estacionó frente al departamento que compartía con un amigo —el dueño del café de Harry Potter—. Se suponía que Gustavo asistía a un intensivo de verano sobre manejo de negocios que impartía una de las universidades más importantes. Yo sabía que los únicos que asistían a eso eran gente rica. Muy rica. Pero Gustavo no me contaba nada sobre sus estudios o familia.
Llegamos al piso 19.
—Franco no debería estar —dijo, apenas abrió la puerta.
—¿Solo ustedes dos viven aquí? —Era un departamento gigante para solo dos personas, y tenía un ventanal que iba de lado a lado. Relucía de lo limpio que estaba—. Es enorme.
Y apareció Franco. Me extrañó porque Franco era mayor... de unos treinta y tanto. Era rubio y llevaba el cabello tomado en un pequeño tomate, que complementaba a la perfección con su barba. Iba vestido de traje, y cuando deslicé mi mirada al maletín que llevaba en la mano, noté que se asomaban tatuajes en el borde de su camisa.
—¿Isla? —dijo, extendiendo su mano. Se la estreché ante la mirada atenta de Gustavo.
—Dijiste que no ibas a estar.
—Tranquilo, voy saliendo —Miró su reloj—. Tengo que entrevistar a una editora.
—¿Qué pasó con Paolo?
—Renunció ayer luego de que un escritor le tiró un libro en la cabeza.
—Mi mamá también recibió uno cuando recién estaba comenzando —reí—. Ahora primero conoce a la persona antes de aceptar el libro.
—¿Tu madre es editora?
Asentí.
—¿No querrá cambiar de trabajo? —preguntó, con una sonrisa coqueta.
—No lo creo, la veo bastante feliz. —No alcancé a decir nada más porque Gustavo abrió la puerta, y señaló la salida.
—Que te vaya bien. No llegues tarde.
Franco rodó los ojos.
—Un gusto conocerte, Isla.
Sonreí.
—Fui a tu café, me encantó.
—Gracias.
Gustavo me tomó de la mano, y comenzó a caminar conmigo hacia la escalera del departamento. Sí, porque tenía dos pisos.
Entramos a su habitación: blanca y ordenada. Lo miré con la frente arrugada.
—¿Tienes hambre? Creo que vi a Franco llegar con un bote de helado de caramelo.
—No le puedo decir que no a eso.
—¿Y a mí?
—Sabes que tampoco.
Me dejó sola en la habitación. Me saqué la chaqueta y me senté en un sofá frente a un gran ventanal. Parecía que el mundo se encontraba bajo nosotros. Gustavo se dejó caer a mi lado con un bote de helado y dos cucharas.
—Ahora que sabes donde vivo, yo también debería saber donde vives tú —dijo, lamiendo la cuchara.
—Mi madre trabaja algunos días en la casa. Sin previo aviso. Si te ve ahí me mataría. —Me llevé otra cucharada a la boca—. Es estricta, tiene miedo a que me enamore tan...joven.
—¿Lo estás? —preguntó. Se llevó la mano al cuello, eso era algo que él siempre hacia.
—¿Qué cosa?
—Que si te estás enamorando de mí —preguntó como si nada.
Solté una carcajada de puro nervio. Dos semanas llevaba saliendo con él, ¿cómo iba a estar enamorada? Era imposible... aunque no paraba de pensar en él, y en todo lo que me hacía sentir. Su expresión se volvió oscura. Me quitó la cuchara de la mano con brusquedad y dejó el helado junto al sofá.
—¿Qué haces?
Se encogió de hombros con sus ojos escudriñándome atentamente, como si yo fuese una presa.
—Quiero que te enamores de mí —susurró. Tomó su celular y de alguna forma apagó la luz de la habitación. Nos veíamos de todas formas, porque por el enorme ventanal entraba la luz del resto de la ciudad a esas horas de la noche.
—¿Para qué? —pregunté, con cada una de mis extremidades vibrando enérgicamente. Mi corazón se aceleró, y sentí que se me iba el aire. Sin tocarme todavía, Gustavo me subía la temperatura. Él era fuego, y sin dejar de mirarme se sacó la camiseta lentamente frente a mis ojos.
Tomé aire profundamente, y él se lamió los labios antes de avanzar hacia mí. Yo ya había perdido todo el control de mi cuerpo. Mis hormonas lo exigían a él.
Sus labios rozaron los míos, y sin darme un beso se quedó arriba mío, sentado con las rodillas apoyadas en el sofá. Su abdomen tatuado era mi vista principal. Y no me quejaba, era todo lo que quería admirar. Comenzó a desabotonar mi vestido, con una lentitud y calma que me tenía desesperada.
¿Ahora se le ocurre ser lento?
¿Justo ahora?
Cada segundo que pasaba lo deseaba más. Desabotonó la mitad del vestido, y con sus dedos comenzó a bordear mis pechos con movimientos seguros.
Sabe lo que hace.
Desbordaba confianza, seguridad y... experiencia. Tuve miedo de que me diese un paro cardíaco allí mismo. Podía incluso ver la agitación de mi pecho. Mi respiración inconstante era todo lo que escuchaba. Siguió desabotonando, hasta que llegó al último. Quedé en ropa interior atrapada bajo su cuerpo.
—¿Qué haces? —pregunté, al ver que cogía el helado.
—Se me antojó una Isla con sabor a caramelo —respondió, a la vez que comenzaba a girar el helado hacia mí. Un pequeño hilo de líquido comenzó a esparcirse desde mis pechos hasta mi abdomen
—¡¿Qué?!
—No te muevas o vas a manchar el sofá —dijo, llevando el hilo de helado hasta mi cuello—. Si lo manchas, tú lo pagarás. Abre la boca —ordenó.
¿Es esto un sueño erótico? ¿Pasa esto en la vida real?
Yisus
Moriré.
Los miré a los ojos. La perfección de su cara se acentuaba con la sensualidad que irradiaba él en esos momentos. Se lamió los labios, mientras esperaba a que yo obedeciera.
Sí, definitivamente es un sueño. No puede ser real.
Abrí la boca, y volvió a girar el helado para que el líquido entrara por mi garganta, mientras que con su otra mano acariciaba mi abdomen. Me dio hasta la última gota que se escapó por la comisura de mi boca.
Me siento en una película erótica. Y me gusta.
Isla, ya estás con ambos pies en el infierno.
Con su lengua sacó esa gota que avanzaba por mi cara. Su aliento dulce y caliente me dio escalofríos. Lamiendo y chupando el helado que había derramado sobre mí, comenzó a bajar por mi cuello —con el roce de su piercing provocando electricidad— hasta llegar a mi torso casi desnudo.
Todo mi ser estaba siendo afectado por él, y me estremecía cada vez que su lengua tocaba mi piel. Bajó lento por entre mis pechos, y continuó por mi abdomen. De un momento a otro frenó, se enderezó y me miró.
—A la mierda —dijo, mordiendo la punta de su lengua. Se pasó la mano por el cabello—. Quería ir lento, pero esto es demasiado para mí. —Se bajó la cremallera del pantalón.
Tragué saliva.
—Entonces no vayas lento —respondí, apenas. Se abalanzó a mis labios, tocando su abdomen con el mío.
El calor de su cuerpo impregnó el mío en cosa de segundos, y envolví mis brazos en su espalda. Sus besos furiosos, el roce de su piel y sobre todo de su erección sobre mis bragas era —y no tengo vergüenza de admitirlo— era lo que llevaba deseando desde el momento en que entré al café con él, sin embargo, había hecho que se alargara lo más posible porque tenía miedo que ese fuera su único objetivo y que huyera después. Al menos si sucedía eso, ya tenía bien disfrutadas dos semanas de él.
Su piercing acariciaba mi lengua con furia, y sin despegarse de mi boca con una de sus manos bajó mis bragas con tanta fuerza que pensé que las había roto. Se separó y me acomodó mejor en el sofá. Se paró junto a mí y se sacó el pantalón, quedando en bóxer. No podía dejar de observarlo, y sus ojos azules no paraban de subir y bajar por mi cuerpo con deseo.
La sangre me hervía. Y sin esperar más, se sacó el bóxer frente a mis ojos.
Volvió al sofá para ponerse entre mis piernas y se puso un preservativo. Noté que en la parte baja de su abdomen tenía un tatuaje de un demonio sacando la lengua, que me observaba y me juzgaba en todo momento.
¿Estaré cometiendo un pecado?
Tomó la parte baja de mis rodillas y me arrastró hacia él. Puso sus brazos junto a mis hombros. Me acomodó, y mientras me besaba entró en mí con tanta furia que el aire se me fue por completo. Enterré mis dedos en su espalda con la misma intensidad y él soltó un gruñido. Salió y entró de nuevo. Sin despegarse de mis labios.
Era muy distinto a cualquiera de mis experiencias anteriores, y se parecía bastante a lo que mi mente perturbada había imaginado —y quizás— deseado. Era fuerte, rápido, furioso, doloroso, excitante. Con mis dedos rasguñándolo, mordiendo nuestros labios, sus manos jugueteando y acariciándome sin cuidado. Y aun así quería más de él. Sus quejidos roncos se mezclaban con los míos.
Sus embestidas cada vez más rápidas, hicieron que mi cuerpo hormigueara por completo, y diese espasmos de placer. Separó su cara de la mía, y arrastró su mano desde mi pecho hasta mi cuello, y apretó de tal forma —que extrañamente— me resultó excitante a niveles superiores. La presión justo para resultarme placentera, mientras sus ojos celestes me escudriñaban.
—Tavo —dije, con un hilo de voz.
Se acercó a mi oído.
—Te haré esto todos los días —susurró.
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UFFFF... me retiro sin palabras :p
¿Les gustó? Si es asi... ¿me votan?
Muack!!
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