12. Una visita nocturna inesperada

Carum, 2019

Isla

—¿Cómo va todo por allá, mamá?

—Isla, te encantaría estar acá. Es precioso.

—Que bueno que estés viajando tanto, ¿no me puedes meter en la maleta?

—Mi maleta está grande pero no creo que tanto —rio. Sonreí. Mi mamá siendo feliz era una de las cosas que disfrutaba mucho.

—Quizás para las vacaciones... podamos vernos.

—¿Vendrías? —preguntó, con un tono de emoción.

—Sí, ¿piensas que estemos un año separadas por completo?

—No, no claro que no. ¿Sabes? Voy a averiguar exactamente donde estaré para tus vacaciones y te compraré los tickets de avión. Nunca pensé que algún día podríamos viajar juntas. ¡Oh! hoy vi a Franco y me preguntó por ti. —Se produjo un silencio porque escuchar su nombre me dio escalofríos—. A veces creo que le gustas.

—No es así, solo nos hemos visto un par de veces —respondí nerviosa.

—¿La escuela va bien? ¿y el pueblo?

—Sí, muy bien. El pueblo es algo aburrido.

Suspiró ampliamente.

—Si no naces allí es difícil acostumbrarse al aire de esos pueblos.

—¿Mamá? Supe que el pueblo que está a una hora de aquí se llama Hamil, ¿no es allí donde creciste?

—Oh...sí, sí —respondió con voz melancólica—. Allí estuve hasta que me mudé a Los Ángeles. Hija, me debo ir. Mañana te llamaré a la misma hora.

—Mamá, ¿estás feliz con tu nuevo trabajo?

Se rio.

—Creo que encontré el mejor trabajo del mundo. Después de editar las biografías de estos famosos, no dudo en que podré establecerme donde yo quiera. Así no estaremos separadas.

Un poco de amor de mi madre siempre me llenaba el corazón. Escuchar esas palabras me reconfortaron, los sacrificios que yo había hecho —al menos— no habían sido en vano.

¿Sospechaba que gracias a su hija tenía ese trabajo?

—Estoy feliz por ti mamá. Adiós, te amo.

***

—No puedo creer que me estés haciendo esto —murmuré entre dientes. La entrada de la casa de los Fonseca probablemente nunca me iba a dejar de sorprender, era demasiado majestuosa para lo que yo había conocido en mi vida antes de llegar a Carum

—No te voy a seguir refregando en la cara que todo esto es tu culpa —respondió Fran. Carraspeó—. Pero todo esto es tu culpa.

—¿Y si está Gabriel? ¿Y si Gerardo ya sabe que soy la supuesta novia de Gastón? Oh, dios no le dije eso a tu papá, me va a matar.

—¿Recuerdas que ninguno estará y por eso yo cuidaré a Gonzalo?

—Imposible que nos dejen solas en esta casa.

Las puertas comenzaron a abrirse de una forma que se me hizo eterna. La desesperación de saber quien estaba en esa casa me desesperaba, sin embargo, ni Fran ni yo nos esperábamos a Gabriel de la mano del hermano pequeño.

El que me amenazó

El que me odia.

El que me observaba por la ventana.

Traté que mi sonrisa no se desvaneciera, aunque ese chico me ponía los pelos de punta. Apenas lo había visto desde los primeros días. Y aun así, su existencia estaba presente en mi mente continuamente, porque sabía que él no me quería allí. ¿Tenía alguna razón para eso? sí, claro. Pero no creía que él las sabía, más bien sentía que él me escogió como una presa al azar, llevado puramente por sus impulsos psicópatas u obsesivos que claramente compartía con Gustavo.

—Creía que solo venías tú —le dijo a Fran como si yo no estuviese presente. Deslizó su mirada hacia mí—. Hola, Isla.

Y en ese momento caí en cuenta que él y yo nunca habíamos hablado. Era la primera vez que escuchaba su voz. Era grave, como si él fuese mayor de lo que realmente era. Iba vestido de pantalones caqui y una camisa ceñida al cuerpo. Incluso se veía mucho más formal y ordenado que el resto de sus hermanos. Y así de cerca me di cuenta que era más alto que los demás, que su mirada no parecía para nada terrorífica, y que su sonrisa se veía extremadamente amigable.

Un perfecto actor.

—Hola Gabriel —respondí, tratando de hacerme la valiente—. Vengo a acompañar a Fran.

¿Hoy andas normal?

¿No hay nadie a quien asustar?

Gerardo apareció y revolvió el cabello de Gonzalo.

—Espero que esto no sea un problema para ustedes.

—No, al contrario —respondió Francia. Ella y yo recordando las amenazas de su padre para que nos comportáramos de forma ejemplar.

Esto es importante. Si lo hacen bien me podrán pedir lo que quieran.

—Perfecto, volveremos en dos horas. Se quedarán con la señora Emilia —agregó, sonriente—. ¿Tus hermanos ya se fueron? —preguntó a Gabriel.

—Sí —respondió. Parecía que odiaba la idea de mi presencia allí.

—Perfecto, adiós chicas —dijo, desapareciendo tras la puerta.

Gonzalo al parecer me recordaba porque de la nada me estiró los brazos. Lo tomé solo para sentirme protegida frente a Gabriel, ¿qué me iba a hacer si tenía al niño?

—Quiero que sepas que a mí esta idea no me gusta —murmuró Gabriel, acariciando la cara de su hermanito. Eso significaba que estaba muy cerca de mí—. Siento que cada vez estás más cerca de esta familia, y eso me desagrada.

—¿Y tú crees que yo quiero estar aquí, contigo?

—Isla, y eso que no has visto nada todavía —susurró amenazante. Fran dio un paso atrás—. Oh, tú no tengas miedo Francia. —Volvió su mirada a mí—. Simplemente fijé mi objetivo en ti, y de repente no me apetece que haya alguien llamado Isla en este pueblo. Así como alguna vez no me apeteció que hubiese alguien llamado Eve. —Se encogió de hombros—. Ya verás qué te conviene. —Esbozó una sonrisa diabólica, hizo una pequeña inclinación y salió.

¿Eve?

—Madre mía. Estos malditos son una tortura, ¿cómo se puede ser tan diabólico y sexy a la vez? Me da miedo, ¿y si te hace algo?

Negué con la cabeza.

—Gustavo no lo permitiría.

Rodó los ojos.

—Oh, sí por supuesto, me siento más tranquila con eso —dijo, irónicamente. Le estiró los brazos a Gonzalo—. Vamos pequeño, ¿quieres jugar? —Fran se giró y entró en la sala principal.

Asomé mi cabeza por la puerta de la sala.

—Iré a explorar.

—Te diría que no lo hagas, aunque no me vas a escuchar.

Sonreí.

—Vuelvo enseguida.

Cerré la puerta con mucho cuidado, no tenía intensiones de que la empleada de la casa me viese merodeando. Subí las escaleras, las mismas por las que me había guiado Gastón. Las piernas me temblaban, ¿qué iba a decir si alguien me pillaba? Caminé lentamente por ese pasillo largo que terminaba con el despacho de Gerardo. Si lograba entrar allí, quizás podía encontrar más información.

La espalda perlada por el sudor, y el sonido del latido de mi corazón atormentaba mis oídos. A mitad de camino una puerta entre abierta me llamó la atención, solo por el hecho que desde fuera vi un estante que llegaba hasta el techo, lleno de libros.

Los libros siempre habían sido mi pasión. Desde pequeña que yo decía que de las princesas Disney, era Bella. Yo amaba tanto leer como escribir, aunque eso último pocos lo sabían, y últimamente apenas lo hacía... mi sueño era algún día escribir un libro.

Había algo con escribir que no me apetecía contárselo al mundo. Simplemente pensaba que me dejaba demasiado expuesta, mi imaginación y mi mente al desnudo plasmada en una historia.

Entré y olí algo que al principio no identifiqué. Pasé los dedos sobre la cubierta de los libros. Una sensación maravillosa que nadie que yo conociese entendía. Y uno llamó mi atención, su portada me pareció bonita y atractiva. Era uno de fantasía que nunca había leído.

Giré sobre mi eje tratando de identificar al dueño de la habitación, pero nada que estuviese allí me dio alguna pista. Los libros no eran lo que predominaban allí, sino las pinturas. Ese era el olor: óleo. Varios cuadros de distintos tamaños, pintados al óleo, decoraban las paredes. Eran pinturas maravillosas del bosque, animales, personas, etc. En un rincón había un atril, y más pinturas al costado.

Me sentí emocionada de saber que en algún lugar del mundo existía un chico así: apasionado por los libros y la pintura. Me sobresalté con la vibración de mi celular en el bolsillo.

Francia: Ya vienen de vuelta. Algo debe haber pasado en la cena.

Y ese algo, no tenía dudas que era yo. Yo como la nueva novia de Gastón.

Tragué saliva, y escuché una puerta cerrarse. Escondí el libro en el interior de mi chaqueta, ya era muy tarde para dejarlo donde estaba, y salí lo más veloz que pude.

Isla: Diles que estoy en el baño.

Corrí por el pasillo de puntillas y bajé las escaleras. Justo al final, había uno de los muchos baños que esa casa tenía, y ahí me quedé hasta que escuché pasos cerca.

Me lavé las manos, y salí.

Gaspar estaba afuera, luciendo hermoso y perfecto. Capaz de revolver cualquier hormona.

Y sobre todo las mías, porque últimamente me hallaba más débil de lo normal. Gaspar tenía esa expresión de no importarle nada, y eso era lo que más me gustaba.

Un chico inalcanzable.

—No digas nada, y sígueme —exigió.

Fruncí el ceño.

—¿Qué? No, Francia me espera.

—Quizás te está esperando afuera. Si no quieres ocasionarle más problemas a Gastón, ven —pidió, subiendo las escaleras, sin esperar mi respuesta.

Dios, si sigo subiendo y bajando escaleras me va a dar algo.

Llegando arriba cogió mi mano y me obligó avanzar. Entramos a la primera habitación luego de subir las escaleras. Me hizo entrar primero, y me quedé paralizada en la oscuridad. Él entró, cerró la puerta con cuidado y avanzó hasta sentarse en la cama. Era de noche, pero la luna iluminaba lo suficiente como para ver la silueta de Gaspar.

Se refregó la cara con las manos.

—¿Qué sucedió? —pregunté, con un hilo de voz. Detuvo sus movimientos, y dirigió su cabeza hacia mí. No le podía ver la cara, aunque sí identifiqué el gesto que me hizo para que me acercara—. ¿Y tengo que hacer todo lo que dices?

—Si quieres sales por esa puerta, y le das a Gastón un ticket de ida a África —replicó, cansado. Caminé hasta sentarme junto a él. Muy consciente de que tenía un libro que no me pertenecía bajo mi chaqueta.

—¿Así que son novios? —preguntó, dejando caer la espalda en la cama.

—Sí, ¿esta es tu habitación?

—No, es la de huéspedes —respondió. Ladeó su cabeza hacia mí y se quedó observándome—, ¿te gusta?

—Creo que le falta un poco de color.

Una pequeña risa ronca escapó de su boca. Su sonrisa hacía que mi corazón latiera más fuerte de inmediato, porque no era común verla en él. No iba con su expresión continua de todo me importa una mierda...y de "soy el puto amo".

—Me refiero a Gastón —agregó, secamente.

—¿Hasta cuando esperaremos aquí?

—Hasta que escuchemos los pasos de mi padre yendo a su oficina. O si quieres, simplemente te vas —dijo, con toda la frialdad de su alma.

—Le tienen mucho miedo.

Se rascó la nunca.

—Es solo que no sabemos qué es lo que puede hacer.

—Piensan que los enviará lejos, ¿y qué tan terrible es eso?

Suspiró.

—No es solo eso. Te manda lejos, a una escuela que él escoge, con gente que él escoge y con cien ojos sobre ti para que no hagas otra cosa más que estudiar. Al menos eso le hizo a Gael.

—¿Gael?

—Hay más Fonseca que no conoces —agregó, con una sonrisa arrogante que pude ver aun en la oscuridad—. Es nuestro primo.

—¿Por qué es tan terrible que tu padre me vea?

Suspiró ampliamente, y se tomó su tiempo para contestar.

—Solo creo que si te ve en la casa sería como echarle más sal a la herida. Ya sabes...por fin uno de sus hijos se revela y lanza la bomba de que tiene novia y que es su compañera de clases. Que además es la mejor amiga de la hija de su nuevo socio. Pero hay una buena y una mala noticia, Mawi.

—Dime la buena —pedí, suspirando. Cada vez que Mawi salía de su boca, mi piel se erizaba.

—Que lo tendrá que aceptar. Los negocios valen más. Y quizás no haga nada para no generar ningún tipo de problema.

—¿Y la mala? —pregunté, arrugando la frente.

—Que es una lástima —susurró.

—¿Por qué?

—Porque nunca vas a saber lo asombroso que soy —respondió, con toda la arrogancia que se permitió. Sus palabras generaron un desastre en mi interior. Justo en ese momento, escuchamos a Gerardo pasar por fuera de la puerta—. Es hora de irnos, Mawi.

Asentí con la cabeza porque ninguna palabra pudo salir de mi boca. Abrió la puerta y lo seguí. Escuchamos la voz de Gerardo de nuevo y sin pensarlo corrí a la única puerta que divisé abierta, entré a la habitación del dueño del libro que tenía bajo mi chaqueta.

Me quedé plantada en el centro, y Gaspar entró con una expresión divertida.

—¿Qué haces? —preguntó, observando las paredes de la habitación.

—No sé —tartamudee. Y lancé una mirada alrededor—, ¿de quién es esta habitación?

Frunció el ceño.

—Quieres saber demasiado —respondió con aspereza. Abrió la puerta unos centímetros para mirar hacia afuera—. Vamos.

Bajamos las escaleras y sin hablar cruzamos la entrada.

—Asumo que te tengo que ir a dejar de nuevo, ¿dónde estará tu novio? Esto lo debería hacer él —gruñó.

Justo las luces del coche de Francia nos encandilaron. Me había esperado.

—No te preocupes, Gasparín. Tengo mi chofer.

Gaspar me cerró el ojo, haciendo que cada vello de mi piel se erizara.

Cuando llegué a mi habitación, el susto de ver a alguien sentado en la cama, fue menos que las veces anteriores. Al parecer ya me estaba acostumbrando.

—¡Mierda! ¡Pero si ya te quité las llaves! ¿Cómo has entrado de nuevo, Gustavo? —pregunté, a la vez que encendía la luz.

Y para mi mala —o buena— suerte no me encontré con Gustavo.

—¿De nuevo? —preguntó Gastón, y luego para hacerlo más terrible, agregó—: ¿Gustavo?

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Nooooo, pero Isla... ¿Por qué te dejas en evidencia?

Espero que les haya gustadoo!! Recuerden votar si es así. Besitooos

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