Pensamientos de cafetería
¿Qué hacen vendiendo condones en una cafetería? Un alivio que los vendan en algún lado, pero ¿qué tipo de sugerencia gastronómica es exponer los condones entre las galletas y los chocolates? Tampoco es que sean de sabores. Son de los normalitos. Aunque por el precio de la caja deberían asegurar el orgasmo o por lo menos un buen tiempo de faena.
El precio más razonable que se divisa en el mostrador es el del alcohol, solo porque cuando te terminas la botella olvidas cuánto te costó, o no te importa.
Antes de mí una niña le vacía los bolsillos a su padre pidiendo chucherías varias y yo pienso que el kit para trabajar en una cafetería o dulcería o cualquier establecimiento donde vendan comida es la fuerza de voluntad. A los glotones se les iría el salario en el mismo centro laboral.
Cuando al fin me llega el turno aparece el distribuidor de maní molido y la dependienta se pone a contar. Señora, me gustaría comprar. ¿Podría despacharme y ya luego termina con eso? Hace calor. Yo tampoco quiero estar aquí más tiempo del necesario. Pero no conviene porque si me da por comprar maní de segunda mano no lo compro en la cafetería y ella no se lleva comisión.
Regresa la niña anterior a pedir refresco. No le basta con el reguero de chocolates. Bien por ella. Mal por el padre que por salir rápido no cuenta el dinero. Y la dependienta debería darme la mitad del botín sobrante solo por mantenerme callada.
¿Alguna relación guardará el reggaetón con el hambre que pueda tener la clientela? A mí me revuelve el estómago así que lo veo contraproducente pero no seré yo quien cambie al mundo en par de días y de todos modos finalmente pido mi pizza para llevar.
Entre lo que esperas para pedir y luego a que te traigan la pizza, esto parece un cine 12D. Allí la dinámica vendría siendo media hora esperando entrar, luego 5 minutos de explicación y por último los ansiados 10 minutos de proyección de la peli. Si jugáramos con la estadística, el tiempo de disfrute está bastante desequilibrado en comparación con la espera. Podríamos compararlo también con el sexo ocasional. Tiempo, piropos, copas, alquiler, condones y luego a rezar para que el cuerpo aguante. Se supone que compensa. Pues ésto es lo mismo. Bueno, casi, puesto que el papelazo que haga cada quien en la cama poco tiene que ver con un cine en el que una piraña te salta a la cara y una señora a tu lado grita de la impresión. O con comerte una pizza.
Retomando el tema, para colmo no hay ni asientos para hacer la espera un poco más amena.
Un hombre sudando como pomo de agua fuera de frío pide cerveza. Señora, por caridad, déselo rápido, que bastante cargado está ya el ambiente.
Al fin me entregan mi delicia de harina, puré y queso y me puedo ir.
No falta el gracioso en el camino que suelta “Flaca, dame un pedacito”. Será posible. Si él supiera lo que me ha dolido en el bolsillo almorzar no intentaría chistar o me echaría plomo con otra cosa, pero al parecer la labia se le fue para el estómago.
Por suerte no es un cake que cada pocos metros alguien te para para preguntarte dónde lo compraste y uno rezando que no se caiga con tanta miradera. Una vez tuve que recoger un cake con mi hermano y caminar un kilómetro exhibiéndolo. Y entre miradas y risas pensamos realmente que se iba a caer. Menos mal que no pasó. Si no, en lo que mi hermano llegaba y le decía a mi madre que habíamos botado el regalo de cumpleaños de la abuela, yo hubiera llegado a la bahía pidiéndole botella para cualquier parte al primer tiburón (en el sentido acuático de la palabra) que apareciera. La otra alternativa era ofrecerme como comida de leones del zoológico. Así haría una buena acción. Pobres. Deben estar pasando tanta hambre como yo.
Y vuelvo a pensar en comida. Con un pedazo de algo que se acaba en 10 mordidas ya la barriga no se deja engañar tan fácil.
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