3.- Intermedios.

Eve se acurrucó contra el cuerpo de Jules cuando la luz de la mañana se coló en el apartamento y dio de lleno en su rostro, se revolvió incómodo y con todo su cuerpo prensado debido a la posición. Había llorado largamente durante casi una hora hasta que el cansancio lo venció y se quedó dormido en el mismo sitio en el que se había sentado tras la marcha en la madrugada de Christine, Gaston y... Theodore.

La puerta cerrada frente a sí fue un recordatorio más de como su relación y su vida se habían desmoronado la noche anterior casi como una pirámide de cartas, tan inestable que el más mínimo soplo se la llevaba por delante. Las preguntas sobre todo ese tiempo, sobre todas las cosas que habían vivido se acumulaban en su garganta y luchaban por brotar en el silencio de su apartamento.

Un sollozó se ahogó en su garganta mientras se estiraba y quitaba a Eve de su regazo, sentía que podía seguir llorando un océano entero sino se movía de ese lugar y enfrentaba de una vez por todas las palabras de Christine de la noche anterior. Así que se levantó, sintiendo cada uno de los músculos de su cuerpo tensarse con fuerza. Su cuerpo sintiéndose igual de débil que su corazón.

Eve restregó su larga cola amarilla contra su pierna, mirándolo ilusionada por ser alimentada, pero Jules sólo observó con tristeza a la gata que luego de unos segundos de no ver resultado, se dio la vuelta y camino hacia algún rincón del apartamento donde no sería molestada. Otro sollozo viajó por su garganta y murió en sus labios fruncidos, negándose a llorar o volver a quebrarse hasta tener la verdad de todo.

Sus ojos vagaron entonces por el apartamento.

El mayor había insistido en que sí querían una vida juntos debían empezar cuanto antes a solidificarla, Jules sólo había conseguido sonrojarse y sonreír tímido cuando Theodore le llevó de la mano a buscar apartamentos donde comenzar esos planes. Encontrarlo no fue muy difícil, las paredes prácticamente habían hablado con Jules apenas entró en el lugar. Murmuraron para él cómo deseaban ser ellas las testigos de una vida juntos.

Era perfecto para ellos, fue lo que dijo el menor con vergüenza cuando Theodore se lo preguntó esa noche y el mayor sólo asintió, asegurándole que sí eso creía él, entonces ese sería. Theodore y él se habían mudado el día de su primer aniversario y habían estrenado la habitación esa misma noche, sin tener que reprimir sus gemidos ni las palabras de amor que solían susurrarse después.

Era perfecto para ellos y sus sueños, sus planes juntos.

Planes...

Cada rincón del apartamento estaba plagado de los planes que ambos habían ido formulando a lo largo de ese tiempo: el saxofón de Theodore, su sala de arte, libros y películas, sus consolas y el rincón de sueños. Jules se acercó con paso lento, casi temeroso, a ese pequeño rincón junto a la ventana; él mismo había pintado de azul aguamarina la pared mientras Theodore – con mucho esfuerzo y casi quedándose sin un dedo – había construido las repisas que adornaban la pared.

Los premios de Theodore y sus dibujos engalanaban el espacio, pero lo verdaderamente doloroso de ver era la lista de sueños que escribieron conjuntamente hace años:

· Comprar una casa en la playa.

· Conseguirle un novio a Eve.

· Ser abuelos de los hijos de Eve.

· Que Theodore tenga su concierto en el Boulevard.

· Que Jules tenga su propia exposición de arte.

· Viajar a L.A.

· Casarnos.

· Adoptar a un niño o una niña.

Sus sueños. Jules y Theodore los habían ido escribiendo uno a uno a medida que llegaban. La letra ligeramente torcida de Theodore le daba vida a los últimos dos, el mayor se los había confesado una noche cuando volvían a casa de una reunión con los amigos de Theodore de la universidad, donde el tema de conversación había sido qué ser después de graduarse.

Esa noche, de regreso a casa, Theo había comprado para él un caramel macchiato y lo había llevado de la mano hasta el apartamento, sin fijarse en las miradas de la gente al pasar. Jules había escondido su rostro con su chaqueta sonriendo mientras el mayor hablaba de qué harían en 5, 10 e incluso, 20 años y entonces lo había dicho: "El día que nos casemos, Jul, lo haremos a lo grande."

Él sólo había asentido ante la declaración.

¿Y ahora...?

Jules se mordió los labios con fuerza, tratando de ahogar el dolor dentro de sí. Ahora sólo le quedaba averiguar qué había de cierto en las palabras de Christine y en la mirada esquiva de su novio. Tenía que saber qué de esas palabras, qué de esos sueños que había ido construyendo en su interior era verdad. Necesitaba saber hasta qué punto él había amado en solitario, creyendo ser correspondido, sin embargo, la idea de no haber sido amado por Theodore parecía a punto de matarlo.

Había escuchado muchas veces comentarios de sus compañeros de clase sobre cómo los hombres no sentían ni se expresaban como las mujeres, pero Jules sentía que su mundo entero acaba de derrumbarse frente a sus ojos, sentía que le habían arrebatado la única cosa que valía la pena, por la que había renunciado incluso a su familia y ahora quería decirle a cada una de ellas que no entendían.

Que los chicos amaban y sufrían igual, o incluso más.

Sus manos acariciaron la lista antes de tomarla y doblarla con sumo cuidado, tanto como el valor emocional tan alto que tenía para él. Sus ojos volvieron a vagar por todo el salón, el toque de Theodore se desbordaba en todo mientras él trataba de hallar algo de sí mismo en ese lugar. ¿Dónde terminaba Theodore y comenzaba él? ¿Quién era él sin el mayor? ¿Qué había en el mundo sin Theo en él?

Se arrastró hacia la puerta, iba a buscar respuestas y sabía muy bien dónde encontrarlas.

...

Theodore sostuvo su rostro adolorido retrocediendo, los ojos de Jacques seguían brillando producto de la rabia mientras él trataba de decidir qué tan peligroso era seguir avanzando hacia la cocina. Christine, apoyada en el marco, sólo los observaba en silencio y de brazos cruzados.

– Te lo merecías – fue todo lo que dijo Jacques bajando su puño y frotando sus nudillos algo amoratados – De verdad que te lo merecías.

Theo no dijo ni objeto nada porque sabía que se lo merecía.

– ¿Puedo golpearlo ahora, Jacques? – Preguntó Christine desde la parte de atrás, con los ojos entrecerrados en una mirada que denotaba rabia pura – ¿Me dejas?

Jacques suspiró y asintió, dándole paso a su novia a la vez que Theodore se enderezaba, estaba listo para recibir lo que sea que ella estuviese dispuesta hacer, Christine se lo había prometido la noche anterior mientras lo arrastraba hasta el apartamento que compartía con Jacques y lo tiraba contra el sofá. Había prometido hacerle pagar cada lágrima que Jules pudiese derramar debido a él, contrario a lo que esperaba, Christine no lo golpeó, se quedó mirándole fijamente por un largo rato.

– Siempre pensé que Jules era demasiado para ti – inició entonces Christine, consiguiendo que cada músculo de su cuerpo se tensara debido a sus palabras – Deseaba que te equivocaras, que hicieras algo como... algo como lo que hiciste, Theo.

Se quedó quieto, era como ver y escuchar a la chica por primera vez, algo nuevo de él.

– Aun así, no me hace feliz saber que hiciste justo lo que yo deseaba que hicieras – gruñó ella, lanzando su cabello hacia atrás – Theodore, aunque Jules sea demasiado para ti... siempre creí que nadie amaría mejor a mi mejor amigo como tú.

Y nadie lo hará, quiso decirle, pero ya no tenía derecho alguno a hacer eso.

– No voy a golpearte – continuó hablando ella – Dejaré que la vida te castigue, Theodore y creo que no habrá peor castigo para ti que haber dejado escapar de tus manos a Jules.

Se dio entonces la vuelta, justo como la noche pasada, marchándose en los pasillos del apartamento. Theodore se quedó ahí de pie, sintiendo su ojo derecho comenzar a hincharse debido al golpe de Jacques, con el corazón latiéndole casi desbocado porque las palabras de Christine habían sido como un arma pequeña, pero filosa que se enterraba cada vez más profundo en él.

Jacques se quedó dónde estaba, observándolo con ojos inquisidores. Quiso gritarle que no le juzgara, pero tampoco tenía derecho alguno a pedir así sea la más mínima de las indulgencias. No había perdón alguno que pudiese pedir de rodillas ni de Christine o Jacques y mucho menos de Jules. Su amado y adorado Jules.

Había pensado toda la noche sobre qué pasaría de ahí en adelante, qué diría Jules o qué haría él y había concluido, no sin sentir cierto dolor, que ya estaba cansado de sus discusiones y problemas con el menor, que el amor que en algún momento sintió por él se lo habían llevado los problemas y que ya no podía seguir de esa forma.

Theodore no era una persona que pudiese vivir amargado o discutiendo a diario por más que amara a Jules.

Soy un cobarde, se dijo a sí mismo.

– Theo, no le rompas más el corazón – fue todo lo que dijo Jacques antes de darse la vuelta y perderse por el pasillo hacia la cocina.

Apretó su celular en su mano antes de animarse a abrir el buzón de mensajes. "Novio bebé" era el primer contacto en la bandeja, donde un "te amo" de su parte la noche anterior todavía brillaba como el último mensaje. Ahogó un suspiro abriendo la bandeja de mensajes con el menor y se impulsaba a escribir algo.

"Jules, vamos a terminar."

Le costó escribir cada letra de la frase, sintiendo que dejaba su corazón en ellas y no sólo eso, sino sus sueños. Los sueños vivían en Jules. Jules significaba amor y aun así, había sido lo suficientemente cobarde para herirlo, para no pensar en él ni en sus sentimientos cuando había dejado que Gaston le metiera la lengua hasta la garganta por semanas.

Nunca pulsó el botón de enviar porque era un cobarde y porque Jules envió primero el mensaje.

"Te espero en el parque, Theodore. Tienes 10 minutos, quiero escucharte."

Las lágrimas se acumularon en sus ojos, ¿qué sería de la vida sin Jules en ella?

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