Capítulo IV: Algo atrayente

Manejando hacia su nueva casa, y con una gran alegría, va un joven de veinticinco años. No tenía mucho de haber terminado la universidad y con el dinero que había juntado dando clases en un pequeño taller comunitario, compró su camioneta.

La casa a la que ahora se mudaba es un regalo de graduación de su tío, al que consideraba como un padre para él y el que lo había cuidado desde que era un niño. Al llegar finalmente a la calle donde estaría su nuevo hogar, pudo notar que el camión de mudanza había llegado primero.

Tras estacionarse, sale con una caja con algunas de sus pertenencias más valiosas y la deja sobre una mesa cubierta de una tela blanca para contemplar las paredes blancas del lugar, un lienzo perfecto para plasmar sus ideas.

Después de unos minutos, los señores que lo ayudaron se retiran y un automóvil de color negro se estaciona en la calle y frente a la casa. De ahí sale una mujer de cabello largo, de color café claro y cortado en capas; de piel blanca, pero ligeramente bronceada por haber estado en la playa; quien se aproxima hacia el joven que la esperaba con los brazos extensos y una amplia sonrisa que también transmitía su sorpresa.

—¡Kalet! —grita con alegría la chica al lanzarse a los brazos de su amado y robarle un beso.

—Lyra —murmura—, pensé que vendrías mañana de tus vacaciones.

—Había un asiento disponible para hoy y lo aproveché. Ya no podía estar ni un minuto más lejos de ti, amor. Tu tío me dijo que al fin te habías mudado a la casa que te regaló por la graduación y vine lo más rápido que pude.

Se separan un poco para mirarse a los ojos, los de él grises y los de ella café claro. Ambos amaban esos colores en el otro. Kalet toma la mano de la joven que, al igual que él, portaba un anillo delgado y plateado, un símbolo de su unión y de un futuro matrimonio.

Lyra Turner se pone roja ante el acto romántico de su apuesto prometido de cabello rubio opaco y risos; de piel blanca como la nieve y que notaba suave y tersa. Es un hombre delgado, pero con un poco de músculo en los brazos y también más alto que ella. Un hombre perfecto y hermoso, según su prometida, que no podía estar más contenta de tenerlo a su lado.

Ellos se conocen desde niños, pero se volvieron novios desde hace diez años, aunque tan solo tienen un par de meses desde que él le había propuesto matrimonio.

—Finamente, dentro de unos meses, seremos marido y mujer. —Sonríe Kalet—. Esta será una buena casa para que vivamos con nuestra familia.

Lyra, con el ceño ligeramente fruncido, se separa de su amado.

—¿Qué dices? Recuerda que me prometiste que nos iríamos a Estados Unidos junto con mis padres.

—Ya lo sé, pero quiero que tengamos una casa aquí para cuando vengamos a Francia.

—¿No hubiera sido mejor quedarnos en la mansión con tu tío?

—Sabes que no me gusta aprovecharme de la buena voluntad de mi tío, ni vivir rodeado de tantos lujos. —La tomó de la mano—. Ven. Te invito a pasar a la casa.

Ambos entraron al lugar y aunque en la cara de Kalet se veía iluminada, Lyra estaba algo incómoda, la casa era vieja y polvorienta.

—¿Qué opinas? —dijo Kalet, entusiasmado.

—Al menos hay más espacio que tu antiguo departamento, dime que al menos lo vas a arreglar.

—¡Claro que sí! —La abraza y la gira por el lugar—. ¡Lo voy a dejar un hermoso lugar para ti y nuestros hijos!

—Amo cuando te pones así de romántico. —Le acaricia la mejilla—. ¡Te amo, Kalet!

—¡Pues yo te amo más!

Ambos comenzaron a reír y se besaron una vez más y más, cada vez más intenso hasta que se dejaron llevar por el momento y el sillón cubierto de la tela blanca se convirtió en el lugar donde juntaron sus cuerpos para volverse uno solo.

Dos horas después y ya afuera de la casa, mientras Lyra se va en su automóvil, Kalet se queda observando detenidamente la calle y el vecindario, un lugar sin muchos árboles y con las casas pintadas de colores un tanto opacos o que su bello color fue arrebatado por el tiempo. Al menos no había mucho ruido.

Entonces algo le llama la atención. Se trataba de la casa de sus vecinos a su derecha, pintada de color marrón, con un jardín algo descuidado con un pasto alto y seco, además de que había barrotes en todas las ventanas del lugar.

"¿Por qué está así esa casa?" Se preguntó a sí mismo.

Entre más veía la casa, más llamaba su curiosidad y lo estaba atrayendo. Desde niño siempre ha sido curioso. Quería saber más de lo que se alcanza a percibir a plena vista. Esa era su forma de ser. Así, lentamente, se acercaba al muro pequeño de arbusto seco que separaba su casa de la otra.

—Buenas tardes, joven. —Voltea inmediatamente hacia la voz que acaba de escuchar—. Bienvenido al vecindario.

Se trataba de una mujer de edad mayor, de cabello gris y corto. También era delgada y tenía una sonrisa algo amigable.

—Buenas tardes —responde caballerosamente al acercarse a ella.

—Soy la señora Shane, la jefa del vecindario y vivo en la casa de enfrente.

—Mucho gusto, yo me llamo Kalet Chevalier.

—¿Chevalier? —No puede ocultar su sorpresa—. ¿Usted es pariente de Dermot Chevalier?

—Él es mi tío.

—Es un honor tenerlo aquí, espero que le agrade este lugar.

Ahí estaba otra vez. La misma cara que siempre veía cuando escuchaba decir su apellido. Había olvidado no revelarlo. No quería las cosas fáciles que su apellido le podía ofrecer, por eso evitaba decirlo.

—Gracias. Apreciaría que no dijera mi apellido real.

—¿Por qué no? —dijo sorprendida.

—Créame, es mejor así.

—De acuerdo, por mí no hay problema.

Kalet voltea hacia la casa vecina una vez más.

—Disculpe, ¿sabe quién vive ahí?

—Ahí viven el matrimonio Bayle —dice al mirar también a ese lugar.

—¿Sabe si alguien se encuentra en casa?

—El señor Bayle sale temprano a trabajar. —Su mirada se entristece—. Pero su esposa se encuentra en coma.

—¿Cómo? —dijo sorprendido.

—Su esposo, el señor Bayle, dijo que su amada esposa está en un cuarto de la casa en coma y conectada a un aparato que determina su vida desde hace ocho años, unas semanas después de haberse mudado aquí.

—Eso es triste. ¿Nadie va a cuidarla?

—Cada tres días, viene una mucama con víveres para la casa, pero nadie aparte de ella y el señor entra ese hogar.

—Entonces, ¿nadie ha visto a la mujer?

—Nadie. Además, él dice que también ella sufrió un accidente que le deformó el rostro antes de que cayera en coma y que nadie podría soportar verla, solo él.

—Entiendo. —Sentía lago de lástima.

—Por favor, no se acerque ahí. —La mujer se acerca al oído de Kalet—. El señor Bayle es alguien que no debe hacer enojar.

—¿Tan malo es?

—Hace un par de años, un hombre trató de entrar a una casa de los vecinos y el señor Mortimer lo detuvo con una fuerza increíble y desde entonces todo en el vecindario lo respeta por eso, pero a la vez le temen.

—¿Acaso es militar o entrena algo?

—No, creo que él dijo que practicaba boxeo durante sus años de universidad o algo así. Ya no lo recuerdo. Aunque a simple vista, parece más un hombre de letras. —Se da la vuelta—. Por favor, tome mi consejo y no pregunte más por esa casa.

Mientras la señora se aleja de su nuevo vecino, Kalet contempla una vez más la casa vecina y por unos momentos, siente que alguien lo espiaba a través de las cortinas de ese lugar.

Esto solo provocaba que su curiosidad aumentara.


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