Capítulo XVIII

Luego de levantarse se entró a duchar. Mientras las gotas de agua caliente le caían sobre el cabello y el rostro, Harleen meditaba con los ojos cerrados. ¿Cuál era el rumbo que estaba tomando su relación con Arthur? Si pudiese definirlo con una palabra, ¿Cuál sería dicha palabra? Recordó sus últimos desencuentros con su atlético y apuesto enamorado. ¿Pasarla mal con el chico más popular del salón? ¿Quién podría siquiera imaginárselo? Harleen creía que incluso ni el mismo Arthur suponía que aquello pudiese estar sucediendo. Y es que él nunca se mostraba preocupado o contrariado por nada... era ella la que siempre tenía que sufrir en silencio, fingiendo que todo marchaba bien. Solo en aquel quinceañero tras el arbusto él se había mostrado ofuscado por primera y única vez. "Sin embargo, esa vez Arthur estaba bebido. Además, a la mañana siguiente él rápidamente se disculpó, y con su actitud tan sencilla y positiva hasta terminó haciéndome creer que yo era la mala en la relación, la del lado duro y problemático... ¡Dios! Qué complicación. Si tan solo...", Harleen se llevó ambas manos al rostro y se escurrió el agua que le caía sobre los ojos.

Tomó el jaboncillo y empezó a sobarlo por sus brazos y su abdomen. Contempló como se formaba la espuma en su mojada piel. Mientras tanto, siguió dándole vueltas al asunto de su relación. Recordó una tarde en la que tras terminar sus clases fue a la cancha de futbol para mirar a su chico entrenar. Durante un descanso que les otorgó el entrenador, Arthur se le acercó hasta situarse una grada debajo de la que ocupaba ella, y desde allí la saludó con un pico. Poco después él comenzó a hablarle. Harleen hubiese querido que él se siente a su lado para poder hablar más tranquilos. Sin embargo, Arthur permanecía allí de pie, una grada más abajo, tomando su rehidratante y contándole cosas sobre el entrenamiento. Harleen se dio cuenta desde un inicio que de cuando en cuando él aprovechaba para verle debajo de la falda. Ella quiso cruzar las piernas, pero sabía que aquello le permitiría a Arthur ganarse por un instante con más de lo que hasta el momento ya iban apreciando sus libidinosos ojos. ¿Por qué tenía que ser así? ¿Es que acaso a eso se reducía lo que ella significaba para él? Harleen soltó una agotada exhalación, y otra aún más prolongada cuando Arthur se le acercó desde debajo y comenzó a acariciarle los muslos. Poco después el entrenador hizo sonar su silbato para anunciar la continuación del entrenamiento. Arthur al oírlo se despidió de Harleen con un beso, pero no en los labios o en la mejilla como lo hiciera en anteriores ocasiones, sino que en esta oportunidad él le estampó el beso en uno de sus muslos luego de que con un pícaro jugueteo le elevase de forma disimulada el pliegue de su falda. En ese momento a Harleen la acometió un estremecimiento. Odiaba aquella forma de ser de su enamorado, aunque en ese instante ella se odio más a sí misma, pues descubrió que una parte de su interior había sentido ternura y hasta regocijo por aquel atrevido gesto.

Pronto el recuerdo de aquella tarde en las graderías de la cancha se vio reemplazado por otro similar. Esta vez el acontecimiento se dio a la salida del cine, durante una noche de fin de semana. Arthur le estaba hablando sobre lo genial que le había parecido la película que acababan de ver, y en tanto él mantenía su brazo derecho aferrado a la cintura de la joven. A ella le resultaba difícil oírlo, debido que a su alrededor había mucha gente yendo y viniendo. A esas alturas estaban en la zona de la venta de palomitas y bebidas para el cine. Por lo visto Arthur se percató de la dificultad de su pareja para oírlo, pues de un momento a otro se le acercó y empezó a hablarle al oído. Hasta allí Harleen no tuvo ningún inconveniente. Sin embargo, cuando empezaron a bajar por las gradas eléctricas y de improviso él le mordió el lóbulo de la oreja con suavidad, allí sí que tuvo un problema. Miró hacia atrás y se percató de como una señora con sus pequeños se le había quedado mirando estupefacta. Una vez más el conflicto interno entre rechazo y deseo pasó a atormentarla. Y mientras tanto, allí a su lado Arthur reía y charlaba, como si nada hubiera pasado. Odio y amor, excitación y repudio; ¿qué era exactamente lo que ella sentía por aquel adolescente tan desconsiderado y ardiente?

Harleen de pronto sintió una especie de placentera descarga eléctrica recorrerle el cuerpo. Aquello la sacó de sus pensamientos y la devolvió a la ducha y al agua que seguía corriendo sobre su cuerpo desnudo. Ella se mostró confundida cuando sintió un extraño calor en la parte baja de su abdomen. Miró hacia abajo y se percató de sus manos. Con ambas ella había estado enjabonándose las entrepiernas y su zona íntima. Rápidamente las apartó de aquel lugar prohibido. Cuando se vio las palmas descubrió que algo viscoso le cubría las puntas de los dedos. ¿Qué es lo que había hecho? "Arthur, mira a donde me está llevando toda tu perversión... yo, yo estoy empezando a tener miedo, ¿Qué sucede si un día termino perdiendo el control sobre mis actos, si en un arranque de calentura termino aceptando alguna de tus indecentes insinuaciones? Santo cielo, yo todavía tengo mi vida entera por delante, ahora estoy degustando el embriagante sabor de la fama y del reconocimiento hacia mi labor como reportera del periódico escolar, incluso me he creado un blog que se ha vuelto sumamente popular... si quiero alcanzar a mi madre, si quiero ser una profesional enfocada y dedicada yo no puedo, no debo... estos impulsos, estas sensaciones que se aferran a mi cuerpo cual ardientes cadenas me aletargan y me retienen, siento que no me dejan avanzar en el camino que he escogido... no, no solo se trata de eso, la verdadera razón es que, es... no me siento lista, en mi anterior hay una parte de mí que cada vez que me vienes con una de tus insinuaciones grita aterrada, que no deja de temblar... es mí, ¿mi inocencia?", de pronto Harleen se llevó una palma a la frente, y poco después se empezó a reír de forma incontrolable. "¡Dios mío, debo dejar de leer esas tontas novelas juveniles de adolescentes enamoradizos! ¡¿Mi inocencia?! ¡¿En qué rayos estoy pensando?! No es como si siguiera siendo una niñita de primaria...", Harleen rápidamente dio rienda suelta a este monólogo interior. Las risas le duraron por un buen rato, y más fuertes se hicieron cuando a pesar del agua caliente que le caía de la ducha su cuerpo comenzó a temblarle, como si de pronto un repentino vendaval hubiese ingresado de quien sabe dónde y con el único propósito de congelarla hasta la muerte.

Sábado por la mañana. En un concurrido centro comercial Harleen se encontró con su mejor amiga para ir a por unos fraps y de paso conversar. Hace mucho que no se juntaban. Gina lo atribuyó a la nueva relación de su amiga, pero esta última con una risa lo negó. Ambas se sentaron con sus vasos cerca de una gran ventana desde donde se veía el horizonte citadino. El local se hallaba en el segundo nivel del centro comercial.

–Ya, hablando en serio, ¿Por qué me dijiste que necesitabas verme y poder hablar? No te recordaba tan seria, amiga mía –Gina intervino tras darle un sorbo a su sorbete.

–Se trata de Arthur, de mi relación... ¡argh, son tantas cosas que no sé por dónde empezar! Necesito que me aconsejes, loquita mía –Harleen tomó una de las manos de su amiga. Cuando sus ojos se encontraron, Gina se percató de que su amiga hablaba muy en serio. Como consecuencia, ella también adoptó una postura más seria.

Gina oyó con atención todo lo que su amiga le fue contando. Solo se permitió intervenir unas pocas veces, más que todo para que Harleen pudiera aclararle algún concepto que no había podido comprender muy bien.

–¿Y bien? ¿Qué me aconsejas? ¿Cómo puedo hacer para mantenerme cuerda en medio de toda esta vorágine de emociones desbordadas?

–¡Ay contigo, Harleen! ¿Por qué será que mientras más angustiada estás, más palabras rebuscadas me lanzas? –Gina se echó a reír–. Está bien que seas culta y muy leída, pero tampoco es para que me lo tengas que recordar a cada instante, ¡jajaja!

–Gina, oh, mi gran amiga Gina. No sabes lo bien que me hace oír tu risa en estos momentos.

–¿Sabes? Entiendo tu punto. Arthur podrá ser muy popular, muy guapo y todo eso, pero si con sus actitudes te hace sentir tan incómoda, a pesar de todo lo bueno que él tenga definitivamente esa relación no va por buen camino. Mi consejo es simple amiga: debes decirle la verdad, ábrele tu corazón y cuéntale lo mismo que acabas de contarme a mí. Sí él realmente te ama, estoy segura de que te entenderá y le bajará a sus revoluciones. Si no... pues... no creo que haga falta que te diga lo que tienes que hacer en ese caso, ¿no?

Harleen asintió. –Gracias –ella dijo al poco rato.

–¡Ow, mi pobre amiga! –Gina se levantó de su asiento y envolvió a Harleen en un reconfortante abrazo apenas notó que su amiga estaba a punto de llorar.

–Gracias por ser la mejor amiga del mundo –Harleen volvió a agradecer una vez Gina regresó a su lugar.

–No es nada, para eso estamos las mejores amigas, ¿no? Pero, ¿sabes qué? Mejor dejemos ya ese tema de lado y hablemos de otra cosa. Por ejemplo, tu flamante blog. ¡Qué popular se ha hecho, no me lo puedo creer! Con esto definitivamente has destronado a ese pretensioso de Kylian. Pero cuéntame, ¿Cómo le haces para escribir tanto y tan bien? ¡A mí no me daría la vida! Y es que no solo hablas de sucesos del colegio, sino que hasta publicas artículos de opinión sobre diversos temas de actualidad, e incluso escribes reseñas de películas y series, ¡estás desatada, Harleen!

–Sí, yo también siento que a veces la vida se me va en mi blog. Pero, ¡cielos! Te confieso que en estos momentos es lo único que logra relajarme, aunque sea un poquito. ¡Ah!, pero te cuento, la vez pasada, para escribir mi artículo sobre ese centro comercial de puros artículos geek, tuve que contactarme con...

Por más de una hora las amigas charlaron sin descanso. Cerca de la una de la tarde, recién las muchachas abandonaron la cafetería y se marcharon rumbo al paradero para tomar sus respectivas movilidades. Gina embarcó a su amiga, y se despidió de ella agitando la mano derecha hasta que el bus se perdió de vista tras voltear en un cruce.

–¡Ah! –Gina soltó una exhalación. "Pobre mi amiga, ay, pobre de ella... pero yo no me quedaré de brazos cruzados. Juro que si me topo con ese Arthur le diré sus buenas verdades. ¡Abrase visto! Detrás de ese aspecto de chico atento y galán habitaba tremendo pervertido calenturiento", la locuaz morena reflexionó para sus adentros.

–¡Hola! –de pronto Gina chocó con alguien cuando estaba a punto de cruzar para tomar su bus. Ella no se lo podía creer. Quien acababa de saludarla no era ni más ni menos que Arthur Luna, el atractivo capitán del equipo de fútbol de su escuela.

–Ho-hola –Gina respondió al saludo con cierto nerviosismo.

–Acabo de salir del gimnasio –Arthur le mostró su vestimenta deportiva y el maletín que llevaba colgado de un hombro. Gina no pudo evitar el admirar su trabajada figura–. Te vi junto a Harleen desde la ventana –él señaló hacia el local del gimnasio–. Quise alistarme lo más rápido posible, pero cuando vine hasta aquí mi chiquita ya se había marchado. Qué lástima.

–Al menos me tienes a mí –Gina se encogió de hombros.

–¡Hey! Tienes mucha razón –Arthur se echó a reír–. Oye, yo... hace un tiempo que noto a Harleen algo extraña, y me preguntaba si tú... ¡ya sé! Te invito a almorzar, acá nomás, en el centro comercial. Quiero que hablemos sobre Harleen, digo, tú eres su mejor amiga, ¿no? Así que debes de saber lo que le pasa.

–Yo... –Gina se lo pensó por un momento–. Ok, está bien. Pero con una condición, ¡oirás todo lo que te tengo que decir y me prometerás portarte bien con Harleen, ¿ok?!

–¿Eh? ¡Pero si yo soy un pan de Dios! –Arthur sonrió.

Gina se quedó boquiabierta al contemplar aquella sonrisa tan descaradamente coqueta. Poco después se echó a reír. –¡Eres un fresco! –ella le reprochó en medio de sus carcajadas. "Creo que empiezo a entender cómo te sientes todo el tiempo, amiga", al mismo tiempo, Gina reflexionó para sus adentros. Minutos después ambos se encaminaron hacia el centro comercial, los dos hablándose muy espabilados y sonrientes. 

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