Capítulo XIX

Nicolás regresó del colegio muy tarde. Había optado por volver a pie a su casa en vez de tomar el transporte público. El día anterior había decidido continuar con la lectura de la agenda de su padre a la mañana siguiente. Sin embargo, dicha mañana llegó y él por alguna razón se animó por ir a clases. "Ya me he faltado varios días, si me falto uno más seguro que del colegio llamarán a mamá y le contarán sobre mis continuas ausencias. No quiero que ella se enoje conmigo", él justificó con este argumento su repentino arranque de responsabilidad. Pero a pesar de su inconsciente anhelo, las horas transcurrieron inexorables y él ya se encontraba de vuelta en casa.

Entró al apartamento agotado por el largo trajín. La distancia entre el colegio y su casa no era precisamente corta. Se sentó a almorzar en la mesa de la cocina. Sacó del refrigerador lo que su madre le había dejado y lo puso a calentar. Mientras esperaba fue a su cuarto a cambiarse. Una vez se sacó la camisa del uniforme, la olió y determinó que esta apestaba a diablos. "Hace días que no me baño. Encima, ahora con la larga caminata estoy que sudo a mares. Lo mejor será darme un rápido duchazo", con este pensamiento Nicolás ingresó al baño. Pasó por su escritorio y vio allí, oculta bajo sus libros escolares, a la agenda que contenía las memorias de su padre. Sin darse cuenta él apretó el paso.

Se tomó su tiempo para ingerir sus alimentos. Mientras lo hacía encendió el televisor, algo que no hacía hace mucho tiempo, y se dedicó a hacer zapping por un largo rato. La comida terminó enfriándosele. El tiempo transcurrió y se hizo de noche. En todo ese transcurso el joven del pálido semblante permaneció allí en la cocina, viendo una película y luego viendo la que siguió a continuación. Su madre lo encontró en la cocina con el plato de comida a medio acabar. Aunque le resultó extraño verlo fuera de su habitación a esas horas, simplemente lo saludó y luego continuó con sus quehaceres personales. Un par de minutos después su madre salió del baño tras haberse lavado los dientes. Ella se asomó a la cocina en ropa de dormir.

–¿Seguirás viendo televisión hasta más rato? –ella le preguntó a su hijo. Nicolás asintió. Su madre respondió con otro asentimiento y acto seguido volvió a su habitación. Nicolás oyó la puerta de la habitación cerrándose. En ese momento soltó una exhalación. ¿Hasta qué hora él seguiría allí? Lo cierto es que se moría de sueño, pero algo en su interior le obligaba a resistirse a volver a su habitación. "Quizá deba descansar un poco", Nicolás se dijo cuándo los ojos ya se le cerraban. Apagó la televisión y por fin se dirigió a su habitación. Se cambió y rápidamente se metió a su cama. Poco después ya se encontraba profundamente dormido.

La mañana siguiente se levantó y fue en busca de su uniforme. Salió listo para desayunar, pero se dio con la sorpresa de que su madre recién estaba preparando el desayuno.

–¿Qué haces con uniforme, hijo? ¿Les han dicho que vayan el sábado?

–¿Eh? –hasta ese momento Nicolás ni se había fijado en qué día era. Lo dicho por su madre lo sintió como un baldazo de agua helada. No había escapatoria. Las memorias de su padre lo estaban esperando.

Su madre se marchó al gimnasio cerca de las nueve de la mañana. Nicolás en ese momento veía televisión en la sala del apartamento. Luego de que su madre cerró la puerta tras su salida, Nicolás se puso de pie y apagó la tv. Comenzó a dar vueltas por su sala, y luego por el resto del apartamento. En varias ocasiones se asomó a su cuarto, aunque no llegó a ingresar. Cerca del mediodía por fin entró decidido. Tomó la agenda con la firme resolución de quemarla. "No necesito saber lo que sigue, estoy conforme con lo que he leído. Es suficiente para mí. Papá no es un monstruo, los monstruos no se enamoran, él lo hizo, él fue feliz, él...". En el balcón de su habitación hizo una pequeña fogata dentro de un macetero vacío. Pero pasaron los minutos y en ningún momento se atrevió a arrojar la agenda. "Debo leer, debo terminar lo que empecé, aún no sé nada de nada, si esta agenda cayó en mis manos y tomé la determinación de leerla fue por papá, por su memoria, pero ahora... no puedo ser tan cobarde, ¡tengo que ser un hombre! Aunque...", dentro de la cabeza de Nicolás se desató una batalla campal.

El grito de un vecino lo hizo salir de su conflicto interior. El hombre le comenzó a llamar la atención por prender fuego en una zona residencial. Nicolás asintió y rápidamente apagó las llamas. Poco después él ingresó a su habitación y cerró la puerta de vidrio corrediza. En medio de su desesperación la agenda se le cayó. Sus ojos rápidamente se depositaron en su cubierta color vino. –Tengo que hacerlo, ¡es ahora o nunca! –él se dijo, y en un instante tomó el libro del suelo, se sentó sobre su cama y lo abrió justo en donde lo había marcado con la cinta que colgaba de su lomo. Sus ojos empezaron a leer. Esperó encontrar algo comprometedor, algún indicio del monstruo, pero todo cuanto halló en las páginas que fue leyendo fue el relato de la vida familiar de un amoroso esposo y padre de familia. Se enteró de los pormenores de la luna de miel. Aquello fue un poema que hizo vibrar su alma. Luego conoció los inicios de la nueva vida como esposos de sus padres, los detalles sobre el embarazo de su madre, algunas anécdotas referentes a aquel dulce periodo de espera que le resultaron muy tiernas y divertidas... en fin, en todo lo que leyó durante aquel día solo halló luz y nada más, ni un atisbo de sombra.

Con el pasar de los días Nicolás se volvió un chico más animado. Su madre se percató pronto de esto y se lo hizo saber a su hijo pasando más rato con él. Quiso sonsacarle el porqué de su buen humor, pero en todo momento Nicolás se mostró enigmático al respecto. Al final ella terminó atribuyéndolo a alguna chica que él había conocido en el colegio.

Nicolás le terminó perdiendo el miedo a la agenda. Leerla ahora se había convertido en su actividad favorita del día. Desde que su padre mencionó su nacimiento él se sintió parte integral de la historia, y lo cierto es que razón no le faltó. Su padre solo tenía palabras de cariño y amor hacia él, su amado retoño. Rio con las anécdotas que su padre contó sobre sus primeros años de paternidad, con las confusiones y excesivas preocupaciones de su madre, con los aciertos y metidas de pata de ambos en su labor como padres. Así se pasaron los días y Nicolás fue descubriendo y recordando distintos pasajes de su propia infancia.

Pero la tormenta algún día tenía que llegar. Por más que trató de olvidarla o de negarla, la verdad estaba allí aguardándolo en las páginas de aquella agenda de tapa granate. Nicolás descubrió pronto que en la vida lo peor que uno puede hacer es intentar tapar el sol con un dedo y negar la realidad, por más dolorosa que esta sea.

"...los años pasan y la vida junto a mi familia es muy dichosa. Tengo un excelente trabajo, una casa grande y bonita, a mis padres vivos y felices con su nieto, el amor de Tania... ¿Por qué no soy feliz? La veo todas las mañanas al despertar y no puedo dejar de admirar su belleza. Me encanta verla despertar, bostezar, abrir sus preciosos ojos de ébano... es solo que yo quisiera, a veces quisiera... ¿Por qué el tiempo tiene que ser tan cruel? "Tania es un ángel, ella sigue siendo un ángel de belleza deslumbrante", cada vez que la veo me repito esto como un mantra. Pero ya no puedo negar la realidad, lo que mis ojos me muestran; el inevitable paso del tiempo es una realidad que nos afecta a todos, a absolutamente todos, y por supuesto mi amada Tania no es la excepción. Siento que algo comienza a desvanecerse en ella, aun es hermosa, muy hermosa, pero ese algo es lo que la hacía tan especial, ¿Cómo decirlo? Es una especie de frescura, de verdor, de luz suave y delicada como la de un amanecer. Ese algo me tiene obsesionado, no quiero que se pierda, no puedo permitirlo... ¡privar al mundo de tal belleza sería un crimen imperdonable! Pero por más que busco una solución no la hallo, no sé qué hacer, ¡tal tragedia me está volviendo loco!", luego de tanta luz y alegría a Nicolás le tocó leer este párrafo tan fuera de lugar. Mientras sus ojos fueron recorriendo sus líneas su corazón empezó a sobrecogerse cada vez más y más. Una vez más su instinto de conservación lo quiso arrastrar lo más lejos posible de aquella agenda. Pero esta vez ya no había marcha atrás, Nicolás lo sabía y precisamente eso es lo que más lo aterraba.

Por algunas páginas más Randy continuó hablando de su nueva obsesión. Esta cada vez fue tomando un tinte más oscuro y perturbador. A Nicolás no le sorprendió cuando su padre contó en sus memorias que había retomado su viejo pasatiempo de la infancia de disecar animales. Su progenitor se justificó diciendo que necesitaba de una vía de escape, de algo que libre a su mente de su enfermiza obsesión. "Papá sabía que lo que pensaba estaba mal, terriblemente mal... quiso escapar de esos pensamientos, pero, pero... ¿realmente su inconsciente lo traicionó haciéndole escoger precisamente ese pasatiempo como remedio? ¡Dios, ¿Por qué permitiste que el abuelo le enseñe a papá ese maldito pasatiempo? ¡¿Es que acaso desde un inicio su destino era convertirse en un despreciable monstruo?!", Nicolás al tener este pensamiento sintió un repentino dolor de mandíbula. Lo cierto es que en ese momento él mantenía sus dientes fuertemente apretados los unos contra los otros.

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