Capítulo VIII

La ceremonia de premiación del concurso de cuentos tuvo lugar en el auditorio de la Facultad de Artes. Harleen llegó vestida con un conjunto sport elegante, pues algo le decía que ella sería una de las finalistas. Sin embargo, los finalistas fueron llamados y en ninguna oportunidad se mencionó su nombre. Esto puso a Harleen muy expectante, pues solo quedaba dar el nombre del ganador. "¿Fue tan bueno mi cuento? ¿Podrá ser posible?", en ese momento ella se llenó de adrenalina. Los nervios los tenía a flor de piel. Miró al estrado, a la mesa en donde se encontraban los jurados y el director de la Escuela de Literatura. Luego dirigió la vista al atril, desde donde Raúl fungía como maestro de ceremonias. "Definitivamente el terno no le queda", Harleen se dijo en medio de su creciente ansiedad.

Sin embargo, grande fue su decepción cuando Raúl nombró al ganador. Un chico de tercer año se puso de pie y se dirigió hacia el estrado mientras saludaba y sonreía a todo mundo. Harleen se hundió en su asiento, y ya no vio más de la ceremonia: ni la premiación al primer lugar, ni las palabras de la autoridad, ni la despedida y clausura del evento.

Ella se hallaba de lo más absorta en su frustración, cuando en eso alguien se le acercó y la llamó por su nombre.

–¿Eh? –Harleen levantó la mirada, algo confundida y perdida. En ese momento recién se percató de que el auditorio comenzaba a vaciarse. Y también recién se percató, para mayor confusión suya, que quien acababa de llamarla se trataba de Raúl, el presidente de la rama de literatura de la RAU. Ella no lo había tratado mucho en todo aquel tiempo, de modo que no se explicó el porqué de que él le estuviese hablando en aquel momento y bajo aquellas circunstancias. Aunque lo cierto es que tuvo una ligera sospecha. Solo rogó para que las malas lenguas no fuesen ciertas.

–Por lo visto te quedaste dormida –Raúl comentó.

–¡Oh, cuanto lo siento! –Harleen rápidamente se puso de pie y salió al pasillo, en donde Raúl se encontraba de pie.

–No te preocupes, a veces los discursos finales pueden ser un tanto soporíferos.

–Yo, yo... ¡qué vergüenza!

–Ya te dije que no te preocupes, todo está bien.

–Gracias por haberme despertado, creo que si no lo hacías hubieran cerrado el auditorio conmigo adentro.

–No hay de qué. Por cierto, lamento que tu cuento no haya quedado entre los finalistas –Raúl comenzó a avanzar, e invitó a Harleen a acompañarlo hacia la salida.

–Oh, eso. No tienes nada qué lamentar. Supongo que todavía me falta mucho por aprender.

–Lo digo en serio. Tu cuento me gustó. Tuve la oportunidad de leerlo y me pareció muy interesante. Lástima que el jurado no lo haya visto así.

–Que se puede hacer. No todos pensamos igual –Harleen se encogió de hombros. Ella y Raúl acababan de dejar atrás el auditorio. Afuera de este todavía había una considerable cantidad de gente reunida, quienes charlaban y reían. Allí Harleen vio a Teresa y a su grupo de amigos. Ellos la saludaron con un gesto de la mano.

–¿Irás a la fiesta de más tarde? Los de la red la hemos organizado para celebrar el éxito del concurso.

–Sí, claro que iré. Con ellos –Harleen señaló con la mirada a sus amigos.

–Qué bueno. Nos vemos allá entonces. Ahora te dejo, que tus amigos parecen estar esperándote –Raúl se despidió.

–Cielos, Harleen, por lo visto ya te echó el ojo –Teresa le dijo tras saludarla con un beso en la mejilla.

–Ese Raúl no pierde el tiempo –Miguel hizo lo propio.

–Solo no le des muchas alas, que si no se te subirá hasta el hombro –Lana bromeó.

–Ya lo sé, no tienen de qué preocuparse –Harleen le restó importancia al asunto.

Los muchachos conversaron por algún rato más en tanto se dirigían hacia la salida de la universidad. Poco después se despidieron y cada quien tomó su propia dirección, aunque no sin antes quedar para encontrarse más tarde en la disco en donde se realizaría la fiesta.

El local era bullicioso y con varios ambientes. A Harleen le costó encontrarse con sus amigos en medio de tanto alboroto y movimiento.

–Bonita falda –Teresa le dio una juguetona nalgada a modo de saludo. Los chicos se encontraban reunidos alrededor de una mesa baja, en donde descansaba una cubeta con hielo y varias botellas personales de cerveza en su interior. Harleen respondió al saludo con risas. Poco después de que ella se saludó con el resto, un amigo le alcanzó una botella y ella comenzó a beber. "Por lo visto aquí no se hacen problemas con lo de la edad. Bueno, ya somos universitarios, tampoco es para tanto", ella le dio un sorbo a su botella.

Cuando la música se puso más electrizante, a la mesa de los chicos llegó Raúl. En ese momento todos ellos bailaban alrededor de la mesa. El presidente lucía algo bebido, aunque no lo suficiente como para olvidar sus buenas maneras. Con toda la cortesía del mundo él invitó a Harleen a bailar. Ella trató de negarse, pero sus amigos, también ya algo bebidos, no le permitieron hacerlo. Harleen buscó apoyo en Teresa, pero para su mala suerte ella acababa de irse al baño hace poco y aun no volvía.

–Puedo ayudarte a ser una excelente escritora. Tienes madera para esto, lo sé –llegado cierto momento Raúl se le acercó y empezó a hablarle al oído. A esas alturas ambos ya se encontraban bailando en medio de la pista destinada para tal fin. Harleen sintió mareos cuando le olió el aliento a alcohol.

–Es probable. Desde muy niña me ha gustado leer –aun así, ella intentó mantener la compostura.

–Tú pídemelo y me convertiré en tu mentor. Puliré tus habilidades y te convertirás en una magnífica escritora.

–Sí, eso me encantaría. ¡Muchas gracias por el apoyo!

–Por cierto, ¿ya te había dicho que aparte de muy talentosa eres sumamente bella? –Raúl de pronto la tomó de la cintura. A pesar de los tragos que llevaba encima, Harleen se espabiló ante el repentino gesto. Ella de pronto se sintió sumamente incómoda.

–Tal vez deberíamos volver. Mis amigos seguramente se estarán preguntando por mí –Harleen señaló con el pulgar.

–Eres perfecta, una obra de arte. Bella e inteligente. Tan bella... –Raúl sin previo aviso le estampó un salvaje beso. Harleen trató de apartárselo, pero él la tenía firmemente sujeta de la cintura.

–¡Desgraciado!! –en eso una joven de rostro furibundo y rulos encrespados arremetió con un carterazo sobre Raúl. Tras tres dosis más en la cabeza él recién se separó de Harleen.

–¡Amor! ¡¿Qué haces aquí?!!

–Ya me habían dicho que en estas fiestas de tu asociación universitaria de escritores siempre hacías esta clase de cosas. ¡Maldito infiel, asqueroso, traidor! –la muchacha continuó con los carterazos en tanto lo insultaba.

–¡No fui yo! ¡Ella me besó! –con un cinismo impresionante, Raúl acusó a Harleen. La aludida por supuesto lo negó, y hasta trató de alejarse, pero Raúl la tomó del brazo y no la dejó escapar–. Yo solo le ofrecí mi apoyo como mentor, y entonces ella me besó. Seguro fue por la emoción que la embargó, no lo sé...

–¡Eres un infeliz mentiroso! ¡Yo jamás besaría a un tipo como tú! –a Harleen la sangre se le subió a la cabeza. En ese momento ella estaba furiosa.

–Eso no me lo creo, Raúl –la pareja del mencionado replicó, aunque ya no se mostró tan iracunda como al comienzo.

–Tienes que creerme, amorcito. Tú me conoces, sabes como soy. El problema es que así es esta nueva juventud: las chicas de ahora ya no tienen ni una pizca de decencia, todo lo ven sexo y desenfreno.

–¡Eso sí que no te lo voy a permitir! –Harleen le propinó un fuerte bofetón que hizo tambalear a Raúl. En ese momento a la joven de las pecas en las mejillas no le importó que aquel tipo la doblara en tamaño, en ese momento ella solo quiso ponerlo en su lugar y hacerse respetar.

–¡Qué te has creído tú para pegarle así a mi hombre! –la pareja de Raúl intervino, y le asestó a Harleen un bofetón que por poco la tumba.

–¡Alto allí! –cuando Harleen ya se iba a abalanzar sobre su atacante, milagrosamente apareció Teresa para interponerse en el medio. Ella vio la mejilla enrojecida de su amiga, y además sus ojos con lágrimas contenidas. Aquello le hizo perder la compostura. Teresa a continuación soltó todos los insultos habidos y por haber contra Raúl, y lo acusó de siempre hacer lo mismo con las nuevas integrantes de la asociación–. ¿Reconoces mi voz, Danika? ¡Yo te llame, yo fui quien te advirtió de que ese patán haría de las suyas una vez más! ¡Aquí está la llamada que te hice! ¡Revisa y comprueba que no miento! ¿Qué porqué lo hice? ¡Porque ya estaba harta de que el infeliz de tu enamorado siempre quede impune! Además, esta vez ese miserable se llevó a mi amiga, ¡y por supuesto yo no le iba a permitir que la trate como a las otras que ya antes han pasado por sus garras! ¡Porque siempre es lo mismo! ¡Ese malnacido nunca aprende, es un caso perdido!

Danika observó estupefacta a la histérica Teresa. Y no solo ella. Todos en los alrededores de aquel ambiente dejaron de bailar o de charlar y se dedicaron a observar lo acontecido. Y lo peor es que muchos no solo observaron, sino que también sacaron sus celulares y se pusieron a grabar. Aunque para su decepción el espectáculo no les duró demasiado, ya que al poco rato llegaron unos hombres de seguridad y en un santiamén le pusieron paños fríos a la situación. Raúl, iracundo tras haber quedado expuesto de forma tan escandalosa, se enfrentó a los hombres de seguridad sin medir las consecuencias. Obviamente su estado de ebriedad también tuvo que ver con su reacción tan poco meditada. Como consecuencia él terminó siendo expulsado del local. Danika salió tras él, intentando en todo momento defenderlo de las rudas maneras con las que los hombres de seguridad lo condujeron rumbo a la salida.

–Gracias –Harleen salió de su estado de shock poco después de que la normalidad volvió al lugar. Para ese entonces Teresa ya la había conducido a un espacio alejado de las miradas impertinentes. Se trataba de una pequeña mesa con un alargado mueble en su delante. Sobre este último ambas terminaron sentándose.

–Lana y los demás son unos cobardes. Es imperdonable que hayan permitido que ese malparido te haga lo que te hizo. Aunque la verdad es que no me sorprende, porque... ¿sabes? Raúl tiene demasiadas influencias como para siquiera pensar en enemistarte con él. Es el presidente de nuestra organización universitaria de escritores, es miembro del consejo estudiantil, es dirigente y muchos profesores le tienen una enorme estima... como ves acabamos de echarnos la soga al cuello con lo que acaba de suceder...

–Te faltó decir que también tiene contactos con diversas editoriales y centros culturales –Harleen soltó una apagada risilla.

–¡Harleen! De modo que tú... –Teresa la tomó de los hombros en tanto la miraba con los ojos muy abiertos–, ¡¿ya sabias a lo que te atenías si te atrevías a contrariarlo?!

–Lo investigué hace un tiempo, desde que supe que era el presidente de la rama de escritores de la RAU. En un primer momento, no lo sé, creí que podría necesitar de su ayuda alguna vez... aunque... cuando oí los rumores... ¡ah! Me arrepentí tanto de haber pensado en que aquel patán podría ser una buena persona...

–Fuiste muy valiente al haberlo puesto en su lugar.

–No, yo no hice nada –Harleen de pronto se secó un par de lágrimas que le asomaron por los ojos. A esas alturas ella tenía el rímel todo corrido–. Ni siquiera pude evitar su beso, yo no fui capaz de hacer nada. Si no fuera porque se apareció su enamorada y luego tú... ¡ay, de solo pensarlo se me paraliza el corazón!

–Ese imbécil me hizo lo mismo cuando entré a la organización. Como tú, yo tampoco pude reaccionar en ese momento. Días después él continuó cortejándome. Se puso tan amable y respetuoso conmigo que hasta llegué a olvidar lo patán que había sido la primera vez. Sin embargo, poco después lo vi en grandes arrumacos con una cachimba. ¡Dios, como pude haber sido tan ciega! Después de eso él siguió coqueteándome, aunque cada vez con menos frecuencia. Días después supe la razón: él acababa de oficializar su relación con Danika, con quien había estado en arrumacos desde mucho tiempo antes de haberme besado. En ese momento me sentí insultada, muy humillada... yo desde ese día me juré que algún día se la haría pagar. Lamentablemente, tardé mucho en armarme de valor... Muchas veces fui testigo de lo que ese imbécil les hacía a otras chicas. Ya me había conseguido el número de Danika, sabía que era una tipa sumamente celosa, pero aun así no me atrevía a actuar... como los demás yo también era una cobarde, sabía que si lo contrariaba Raúl me haría la vida imposible. Si lo has investigado lo suficiente seguro has oído de como tres chicas tuvieron que cambiarse de universidad por culpa de sus sabotajes. Ese maldito es de lo más vengativo, que no te quepa la menor duda...

–Gracias –Harleen depósito su mano sobre la rodilla de Teresa–. A pesar de todo lo que tenías en contra, al final decidiste actuar en mi favor. Nunca olvidaré lo valiente que has sido.

–Si la vida se te hace demasiado insoportable en la escuela y decides cambiarte, me avisas, ¿ok? Nos iremos juntas de la manito en busca de un lugar en donde no nos traten como a apestadas.

–Sí, un nuevo lugar... mierda, ¿por qué la vida tendrá que ser tan dura? –Harleen recién comprendió la magnitud del lío en el que acababa de meterse. Ella se llevó ambas manos al rostro, y se dejó poseer por la tristeza.

–Harleen, tenemos que ser fuertes –Teresa intentó animarla con su más dulce tono de voz.

–Ya estoy harta de tener que ser fuerte –Harleen se sorbió los mocos. Con ojos empañados por las lágrimas ella miró a su amiga.

–No estamos solas, Harleen. Nos tenemos la una a la otra.

–Oh –Harleen se lanzó a abrazar a Teresa. Esta última le devolvió el gesto. Harleen entonces levantó la mirada y contempló a su amiga. Teresa le secó las lágrimas de los ojos en tanto le dedicó una sonrisa. Sin embargo, de un momento a otro ella se le acercó y la besó en los labios. Tal acto fue tan sorpresivo e inesperado que Harleen no supo cómo reaccionar. Transcurrieron los segundos y el beso no se detuvo. Harleen ya se había recuperado del shock inicial, pero aun así no se sintió capaz de cortar aquel beso. Y es que aquel era un beso tan tierno, tan suave... tan diferente al brutal beso con el que Raúl la había acometido. El beso continuó su curso y al poco rato Harleen pudo sentir como la lengua de Teresa se abría paso hacia adentro de su boca con gentileza, aunque a la vez con firme atrevimiento. Aquello fue más de lo que Harleen pudo soportar. Ella se puso de pie de un salto, y con ambas manos se hizo aire en el rostro. En aquel momento Harleen se sentía muy acalorada. Teresa también se puso de pie y le tomó una mano para intentar retenerla.

–Perdóname, no sé qué me pasó. Yo... es que te vi tan vulnerable, tan agobiada, solo quise hacerte sentir mejor. Yo...

–No digas nada más. Ahora todo cuanto quiero es irme y estar sola. Este ha sido un día demasiado largo. Por favor, solo quiero tener un poco de paz –Harleen se zafó de la mano de Teresa y acto seguido se echó a correr hacia la salida. En ese momento su cabeza era un caos de dudas, confusiones, reproches y lamentaciones. ¿Por qué había permitido ese beso? ¿En qué momento su amistad con Teresa se había transformado en aquello? ¿Y porque había permitido que tal atrevimiento llegue tan lejos? "Debí cortarla desde un comienzo. Yo le di pie, yo permití que ella siga... ¿Por qué lo hizo? Ese beso, ese maldito beso, ¿fue placer lo que sentí recorrer por mi cuerpo? ¿Por qué me acaloró tanto? ¡Estoy tan confundida! Yo solo quería una amiga, estaba tan agradecida con ella... ¡¿Por qué tuvo que besarme?! ¡¿Por qué tuvo que arruinar el lindo lazo que parecía haberse formado entre nosotras?!", mientras Harleen tenía estos pensamientos, las lágrimas no dejaban de recorrerle por las mejillas. Ella tuvo que esforzarse al máximo para conseguir contenerse un poco a la hora de pedir un taxi. Sin embargo, ya adentro del vehículo y rumbo a su casa, las irrefrenables ganas de llorar finalmente la vencieron.

–¿Se encuentra bien, señorita? –la taxista le preguntó cuándo la oyó sollozar.

–Ya se me pasará, solo me acordé de algo muy triste –Harleen le respondió con voz deprimida. Poco después ella apoyó su cabeza contra la ventana del vehículo, y en silencio se dedicó a ver como las gotas de humedad producidas por la llovizna de afuera descendían con irregular parsimonia por el vidrio de su ventana.

Todos solo quieren aprovecharse de mí.

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