Capítulo 19
El día del examen llegó y Pascual venía a llevarme a la universidad en su vehículo. Aparte de eso, necesitaba solventar una cuestión sobre Glenda, ya que cabía la posibilidad de que alguien la conociera en persona.
Salí de la casa y afuera me esperaba Pascual en su coche, junto a su novia en el asiento del copiloto.
—¡Yamil! —gritó Pascual y me llamó con la mano.
Caminé hacia su descapotable y me dijo:
—Mira, te presento a mi novia, Melany.
Su novia de cabellera larga y lacia, me dio la mano. Rebosaba alegría y amabilidad. Llevaba gafas levantadas y un vestuario informal.
Nos saludamos y partimos.
Pascual conducía callado y su novia hablaba u ojeaba su celular. Era como si se turnaran el rol protagónico de la conversación.
—Oye, Pascual… —dije, pero no me escuchó.
Su novia intervino.
—Oye, te habla tu amigo…
—Ah, ¿qué? —respondió Pascual mirando a su novia.
Melany se burló de él con un ademán.
—¿Vas a seguir enojado? —intervino Melany con tono moderado.
—No sé…
—Está así porque no pudo ver su película favorita… —dijo Melany dirigiéndose a mí—. Ya le dije que su película lo tiene hasta en disco, pero mi serie no.
—¿Cómo vas a pensar eso? Mi disco está rayado —dijo Pascual frunciendo el ceño.
—Ay, hombres… Siempre salen con alguna excusa, menos tu amigo.
Al llegar a la universidad, me bajé del auto con rapidez, pero luego de un corto trecho se me desamarraron las trenzas del zapato. Todos los alumnos ingresaban y uno de ellos era Eloy, que se percató de mi presencia.
—Esto es aún más interesante... ¿Viniste a bajar tu promedio?
—¿Qué? —repuse.
—Es paradójico que un buen alumno saque la peor nota.
Miré a Eloy y no me inmuté. Pero en ese instante Pascual se dio cuenta de todo, se acercó e intervino.
—¡Qué quieres, eh! —protestó Pascual mirando con desdén a Eloy.
—¿Y tú quién eres? —replicó Eloy con extrañeza.
—Soy su compañero…
—Qué asombroso, pero este asunto no te concierne.
—Yo pienso que sí… Y si te metes con él, te metes conmigo también.
—Creo que mis oídos no escucharon bien.
—Dije que te vayas antes de que salgas lastimado.
Pascual era más alto que Eloy. Este no lo pensó mucho.
—Soy muy responsable y por eso te perdono la vida. Adiós —Eloy desapareció.
Me despedí de Pascual y Melany, que debían ir al supermercado. Luego, subí las escaleras e Ingresé al aula a dar mi examen. El docente llegó minutos después, y dio por comenzado un examen importante para todos.
Rememorando los momentos con Glenda, fui respondiendo a todas las preguntas y, luego de treinta minutos, me levanté de mi asiento individual y entregué el examen antes que Eloy. Se podía ver en su rostro un enojo desmedido por no ser el primero en entregar el examen.
Al salir de la universidad, me dirigí a pie a las oficinas de Koware, que se hallaba a una distancia corta de mi institución. Mi preocupación apartaba el apetito de mi camino y me exhortaba a comer sin tener hambre y a comprar goma de mascar para mitigar los nervios. Sabía de antemano que el asunto del teléfono era irreversible. Podía imaginar lo que me dirían.
Llegué a las instalaciones y entré por una amplia puerta corredera de cristal. Mi llegada coincidía con el prelanzamiento de Koware 11. Atravesé una hilera de teléfonos inteligentes hasta que un empleado me asignó un número para recabar información. Así que esperé mi turno en un asiento. Al ver mi número en una pantalla enorme, brinqué al cubículo correspondiente, pero mi pesimismo fue rápido y certero. Apenas me había sentado, cuando unas palabras ya habían agrandado mi herida, el cual brotaba sangre a raudales. Mi estado de ánimo se desmoronaba por un deslave.
Mi mente me repetía lo dicho por la secretaría hace unos momentos. La chica, responsable de poner voz a Glenda, había dejado de trabajar con ellos, por razones que desconocían, y su paradero era ignoto.
—Y temo decirle... —continuó la secretaria—, que si la encontrara ahora, ella no lo recordaría, porque la interacción se hizo mediante un software, que llevaba a cabo una serie pasos antes de dar una respuesta —Revisó unas carpetas—. De modo que usted se comunicó con una entidad virtual que aprendía, conforme realizaba tareas. No así, con una persona, de carne y hueso, que solo prestaba su voz. ¿Puedo ayudarle en algo más?
—Entonces, ¿no existe ninguna posibilidad de retomar mis conversaciones con la asistente? —Mi voz se ablandó.
—Lastimosamente, no. ¿Puedo ayudarle en algo más?
—Eso es todo, gracias —respondí y salí azorado.
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