Capítulo 15
Esperé y esperé y no había indicios de arrepentimiento.
Luego de largos minutos, apareció un vehículo deportivo y de marca: deduje que era él. Del vehículo se bajaron dos personas. Luego, el conductor se dirigió al segundo, como si le dijera que estaba a punto de hacer algo ilícito.
Lo primero era usar las palabras, como dijo Glenda. Así que dije:
—No vengo a hablar… Vengo a pelear.
“¡Carajo, es al revés!”.
—¿Cómo? —preguntó el tipo, endureciendo la voz.
—Dije que vengo a hablar.
—¡Habla con mis nudillos! —exclamó él y se acercó.
Me acerqué también, pero la gallardía estaba a punto de abandonarme. Me sentí aupado por el temor.
El sujeto guardó su nuevo teléfono sin percatarse de que había huido de su bolsillo de atrás. Él movió la cabeza de un lado a otro y vino con intenciones malévolas. Sabía que necesitaba más que valentía para salir de este leviatán. Me empujó con fuerza y yo respondí, pero se zafó. Él aprovechó la coyuntura y me propinó un zarpazo y yo otro y ambos nos dimos un batacazo en el suelo.
Su amigo desapareció con el auto y jamás pude verle el rostro. Me levanté y la pendencia se trasladó a otro sitio: una calamina que no aguantó y se abrió un boquete astillado. El sujeto inclinó la balanza a su favor, pero detrás de él un hombre se quedó mirando el piso y le había gustado lo que veía. Un celular tan caro no debería estar en la loseta. El pendenciero no se dio cuenta.
—Espera… ¿Ese no es tu celular? —pregunté y el ceño fruncido desapareció de su rostro.
—No puede ser. ¡Cómo se va a caer!
Trasudé por la pelea, pero mi cólera no se cansaba ni con mil sentadillas. El tipo estaba distraído y tuve la idea de asestar un golpe para coronarme. Podía correr, pero esta novela tendría continuidad. De modo que si hacía lo primero, esta pelea no tendría fin. Jamás había ganado una pelea, porque nunca la empezaba.
El tipo bajó la guardia y abandonó el combate. De inmediato corrió hacia el nuevo poseedor de su preciado teléfono.
Me puse de pie y miré de reojo la escaramuza.
—¡Oiga, ese es mi teléfono! ¡Es mi teléfono! —gritó el tipo del descapotable con áspero ademán.
—¿Qué cosa? Este teléfono es mío —respondió el avejentado hombre, apartándose de él.
—¡Cómo va a ser suyo! ¡Se me cayó del bolsillo!
—No. Yo me lo encontré, así que me pertenece. Déjeme en paz.
—¡No me haga enojar!
El tipo del descapotable no pudo hallar su teléfono en los harapos del hombre.
—No moleste, este celular es mío, es mío —El bribón rompió el círculo de personas y la víctima de robo lo siguió indignado.
A una cuadra, dos policías miraban atentos la escaramuza.
—¡Cómo le voy a robar algo que es mío! —vociferó el tipo de la cabina.
El malentendido llamó la atención de los transeúntes que se detenían a observar una discusión que se acaloraba cada vez más.
El hombre mayor discutía con el tipo del descapotable y también con insectos voladores que revoloteaban cerca de él. El pleito se podía alargar hasta la noche.
Antes de irme, se me ocurrió algo. Si fallaba, ya no volvía a casa.
Me acerqué con cautela hacia el avispado que alzó el celular.
—¡Oiga, tiene una avispa en la ropa! —grité, apuntando hacia su indumentaria.
El hombre se despojó del abrigo buscando al insecto. El celular cayó y lo levanté sin que se diera cuenta. Al verse descubierto, el hombre corrió despavorido hacia una esquina. Dos gendarmes lo siguieron.
Fui hasta donde el tipo del descapotable, que no entendía lo que había pasado.
—Toma tu celular... —dije con tono serio.
El tipo lo revisó e hizo un gesto con la boca, que expresaba vergüenza. Con aire de arrepentimiento dijo:
—Gracias, eh.
—De nada. Ya me voy —repuse y me di la vuelta.
—Espera… Tengo que comprar algo del súper para cocinar… Si quieres te doy un aventón.
—No, descuida.
—En serio, vamos… ¿Tu nombre es...?
—Yamil...
—Pascual me llamo —Me dio la mano y yo también.
—Ya… Está bien —dije con voz acompasada.
—Vamos… ¿A dónde tienes que ir?
—A la universidad.
Me subí a su carro, impresionado por lo fastuoso que era. En el trayecto, permanecí callado hasta el próximo semáforo. Después, la curiosidad me atrapó.
—¿Y cómo te compraste este bólido? —pregunté, mientras veía la capota.
—Mi padre me lo dio, cuando vio que algo había rayado la puerta, ja.
—¿Y de dónde es tu padre? —pregunté viendo el GPS en la pantalla táctil.
—De Minddey, al igual que yo: ambos somos cosmopolitas, ¿y tú de dónde eres?
—Igual de aquí... Amo esta ciudad.
—Yo también, pero mucho más ir de compras al centro comercial.
—A propósito, tu venganza por el celular roto me inquietó —Miré por la ventana.
—Es que suelo enojarme mucho por asuntos que tengan que ver con dinero —Se rascó la nuca—. Pero ya pasó y creo que son errores que uno debe corregir.
—Te doy la razón.
—¡Mi novia me va a matar si no le llevo pronto su helado de fresa!
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