Capítulo 14

Llegó la noche en un parpadeo y la ausencia de mi padre y el supuesto veneno eran la noticia del día. Era hora de dormir, pero para mis ojos era hora de pernoctar. Glenda me apaciguó, y de no ser por ella yo creo que hubiera salido en el noticiero, empañando el júbilo por el derrocamiento del presidente. 

—¿Puedes dormir, Yamil? —preguntó Glenda con inquietud.

—No puedo… Cuéntame un chiste. Por favor…

—Ahí voy, pero no soy muy buena... Un teléfono sobrecalentado entra a una cafetería y pide algo frío para bajar su temperatura. Minutos después, el mesero viene con una gaseosa y lo vierte en él y luego dice: ¿Ya se le pasó el calor?

Una carcajada era mi agradecimiento.

—Me encantó.

—No mientas…

—Me gustó, en serio.

—No me salen los chistes, pero esta vez te creeré.

Debía investigar y estudiar para mi próximo examen, y aún no había comenzado. A las once de la noche llamé a Tiberio.

—Hola, Tibe.

—Hola, Yam…

—Oye, me prestas tu…

Tiberio me interrumpió, porque lo que quería decirme era más importante.

—Antes de que se me olvide...

—¿Qué pasa, Tiberio?

—Hoy vino un tipo a preguntar por ti.

—¿Ah, sí?

—Sí, era alto y tenía un descapotable. Primero fue preguntando a varias personas hasta que lo escuché hablar sobre ti. Pensé que era otro Yamil, pero luego mencionó una bici con guardabarros antiguos y me acordé de ti.

—Entonces fue a la universidad... —dije con certeza.

—¿Ya lo conocías?

—No creo… Oye, mañana tal vez falte a clases.

—¿Por qué? ¿No hiciste el trabajo? Yo lo terminé después de arrancar seis hojas. Siempre escribía en el renglón equivocado.

—Ya, pues es un buen récord. Pero no era eso.

—¿Entonces es por el nuevo texto? Imagínate que tuve que cambiar el mío porque accidentalmente lo rayé con lápiz.

—No, no… Mañana quiero encarar a un tipo que me pone de malas…

—No me digas que es el mismo.

—No... Es otro.

—Ve con cuidado, Yam, porque…

—¿Porque qué?

—Puedes salir lastimado.

—Tal vez…

—No sabes con quién estás lidiando. Esos tipos andan armados. Un conocido tuvo una pelea y terminó en terapia intensiva.

—Eso no es muy alentador, pero…

—Hay mucha gente mala en el mundo, Yam.

—Tú sabes que yo sé wushu.

—Pero si abandonaste las clases a los pocos días.

—Si también abandono este planeta me acordaré de ti, Tiberio.

—Cuídate, Yam.

—Lo haré.

Fui al cuarto de aseo. Del baño a la cocina. De la cocina a la alcoba. De mi alcoba al sueño.

A las dos de la mañana, me desperté debido a unos ruidos insólitos provenientes de la cocina.

—Glenda, Glenda.

—Dime, ¿qué sucede? —dijo ella con evidente preocupación.

—Escuché sonidos raros en la cocina.

—Podrían ser ratas o algo que no cabe en mi imaginación.

—No es la primera vez, Glenda…

—Estoy segura de que no es algo que deba asustarte.

—¿Y si es un extraño? ¿Un perro? Un… Iré a fijarme.

Me levanté, me puse mis mocasines y volví a la cocina. Luché con la oscuridad para hallar el interruptor y luego el foco se encendió, pero no hallé nada extraordinario.

—¿Hallaste a alguien? —preguntó Glenda.

—No... Por un momento pensé que era...

—¿Quién?

—Un tipo poco amistoso que quiere vengarse de mí por romper accidentalmente su teléfono.

Volví a mi cuarto y cerré mis ojos con el fin de hacer las paces con el sueño. Tenía clases, pero antes debía hacer algo importante.

A la mañana siguiente, me levanté con ahínco y con pavor al mismo tiempo. Estaba harto de cargar con este asunto. Lo que me dijo Tiberio era la gota que derramó el vaso.

Mientras imaginaba lo que me iba a pasar, me puse el pantalón vaquero al revés y todo lo demás. Quería acabar con este problema de una vez por todas. Ya quería estar enfrente del sujeto de la cabina, pero aún seguía en mi cuarto, luchando con mis calzados.

—Yamil, ten cuidado, no soy partidaria de la violencia, pero si las palabras no funcionan, sácale la mugre.

—No te preocupes, Glenda. Haré lo posible para terminar esta novela. Me esperas despierta... Bueno, me esperas.

Guardé el teléfono en la gaveta y salí de casa a cerrar con candado este asunto. Tiritaba de la mitad para abajo, pero confiaba ciegamente en lo que saldría de mi boca: mi integridad dependía de unas cuantas frases conciliatorias. Era el ahijado de mis palabras. Mis ojos contraídos lagrimeaban por el aire gélido. No había necesidad de volver atrás, ya que mi mano abierta era un puño. Mi valor se había unido al enojo y parecían poseer dentadura. El miedo se escondía de mí y no podía huir porque ya estaba a mis órdenes.

Crucé la calzada y cualquiera pensaría que estaba a punto de dar un nocaut. Mi valor se abría paso por la incertidumbre. Ya no podía cambiar este semblante de ira desmedida. Desafortunadamente para él, es que ya estaba despierto. No sabía ni su nombre, pero después de esto lo recordarán por un sobrenombre. No creo que le agrade saber que cuando me enojo hasta las pesadillas no quieren soñar conmigo.

Llegué al recodo de la calle. Por la izquierda, la cabina se vislumbraba cerca. Lo esperé cerca de un portón de calamina, esperando que mi rabia se acumulara. El sujeto ya estaba presente, pero incorpóreo.

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