Parte Única
Edgar
Imagínense estar en casa, finales de año, el ambiente fresco de la época navideña, rodeado de las personas que consideras son tu familia y que además, todo está yendo como siempre lo habías soñado. Después de media vida de soledad, indiferencia y tortura, sentir la calma nuevamente de hace irreal e incluso aterrador. ¿Será la calma antes de una nueva tormenta?
Las secuelas de todos esos días de sufrimiento aún no se iban, seguían ahí atormentándome por las noches, entre pesadillas y crisis de ansiedad. Sin embargo, no podía tener mejor apoyo en esos momentos que a él, mi Thomy, mi rayito de sol.
Ya vivíamos juntos, las niñas lo veían como un hermano más, y yo era completamente feliz a su lado. Había sido mi salvavidas, y ahora yo estaba empeñado en pagarle todo lo que había hecho por nosotros, aunque para eso teníamos toda una vida por delante.
—Tutaina, tuturumá, tutaina, tuturumaina. Tutaina tuturumá, turumá, tutaina tuturumaina —cantaron las niñas entusiasmadas, con sus panderetas con luces de colores y la música suave de fondo—. Los pastores de belén vienen a adorar al niño. La virgen y san José, los reciben con cariño.
Por petición de las niñas y por puro gusto de Thomas, nos habíamos dedicado desde mediados de noviembre a decorar la casa con motivo navideño. Muy pronto, sí, pero era algo que les encantaba a los cuatro y que me dio gusto verlos hacer. Eso además de, en compañía de la señora Clara y el entrenador, hacer nuestra propia novena en la sala, al pie de un pequeño pesebre, con música y algunos bocadillos.
—Dulce Jesús mío, mi niño adorado —leyó Natalia con entusiasmo—. ¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto!
—¡Ven a nuestras almas! ¡Ven no tardes tanto! —cantamos en coro.
Aún me parecía extraño verlos ahí, socializando con las niñas como si fuesen de la familia desde siempre, con tanto cariño y tacto que no parecía la misma señora que casi vuelve a romper mi nariz aquel día en la oficina del entrenador. Sí, un poco brusca, pero en cierto modo lo merecía.
Era lindo, de cierto modo y gracias a ellos, podía decir que por fin teníamos una familia.
—Gracias, tía Clara —expresó Valeri dándole un abrazo—, estuvo muy bonito.
—De nada, princesa —contestó conmovida.
—¡Y llegó la hora de los regalos! —exclamó aún más eufórica.
—Eh, no, todavía no, señorita —intervine, escuchando una risilla junto a mi—. Papá Noel viene durante la noche, así que deben dormir temprano para que él les deje sus regalos. Sino, se va de largo porque ajá, no puede dejarse ver.
—No es justo, yo quiero verlo —se quejó y a mi lado, Thomas casi se atraganta de la risa.
—Después se pierde la magia navideña, así que...
—No nos vamos a dormir tan temprano —replicó Natalia de brazos cruzados—, si acaso vendrá después de las dos, con tantas casas que tiene que visitar, ufff.
—También hay que dejarle galletas y leche, es la tradición —añadió Elizabeth, y con ello, el tontoThomas no pudo aguantar la risa.
Por desgracia, Elizabeth ya tenía la suficiente edad para entender las cosas como eran, pero Valeri y Natalia aún no superan esa etapa, por ende, les seguíamos el juego. No quería dañarles la ilusión, menos siendo la primera navidad de ellas dos, para Valeri que nunca lo había vivido y para Natalia que era demasiado pequeña para recordarlo. Aunque claro, eso no justificaba que Thomas se estuviese partiendo de risa en ese preciso instante. Mi mirada ceñuda y acusadora se centró en su rostro colorado, observando cómo reía incansablemente hasta casi llorar. Mi corazón dio un vuelco, era tan hermoso que todo parecía irreal.
—Síguele y te quedas sin regalo —amenacé lanzándole un cojín a la cara.
—Tengo mi regalo asegurado, duraznito —alardeó sonriente y lleno de picardía.
Sin embargo, un balonazo acolchado le llegó directo a la barriga, seguido de un quejido de dolor y mi gran risotada. Tan inesperado como quien lo lanzó, el entrenador.
—Eh, cuidado, animal —le riñó el entrenador con su típica expresión de fastidio—. Sin comentarios de ese tipo, hay niñas, nojoda.
—Pero yo no he dicho nada raro —replicó Thomas entre risas.
—Que te calles el hocico, dije —insistió, preparando el siguiente misil.
—Pero yo...
—Cuando sientas el cipotazo —concluyó el entrenador, dejando callado a Thomas y al resto muriendo de risa.
—No entendí —dijo al fin Natalia.
Un suspiro de alivio salió de la boca del entrenador, antes cerrada en una fina línea enojada. Cada vez me parecía más extraño verlos juntos, tan parecidos que me daba miedo. Thomas era una extraña combinación entre sus papás, la apariencia de su padre con el carácter de su mamá. Aunque claro, conociendo a la señora Clara eso tampoco me tranquiliza mucho.
—Así está mejor, linda —aseguró el entrenador, sonriéndole con algo de dulzura—. ¿Qué tal una película y a dormir?
—¡Siiiiii! —gritaron las tres, levantándose de un salto directo al sofá frente a la TV.
Entre Thomas y yo recogimos todo el desorden de la novena, mientras mis suegros se iban con las niñas directo a ver televisión. Me quedé embobado viendo su interacción, no pude evitar recordar los días en los que, como ellos, mamá y papá estaban con nosotros. Antes de la llegada de Valeri, antes de todo el desastre con la tía Rosa y antes de su accidente. Eran pensamientos que no podía sacar de mi cabeza, su ausencia iba a ser siempre un bache en mi pecho.
Suspiré profundo y tembloroso, debía tranquilizar el acelerado ir de mi cerebro. Ya no necesitaba eso, no estaba a la defensiva, así que no debía sobrepensar las cosas, era innecesario. Fui a la cocina a terminar de hacer las cosas, donde Thomas terminaba las preparaciones de sabrá Dios qué cosa y yo, por desgracia, me debía dedicar a lavar los trastes.
—¿Cuándo empezamos a envolver los regalos? —indagó con su sonrisa pícara al verme entrar.
—Pero ya están —afirmé, mirándolo con el ceño fruncido, sabiendo que algo se traía entre mano.
—El mío no —murmuró, acercándose a mí con malicia.
—¿De qué hablas, Thomy? —dije entre risas.
—Que no te veo envuelto, porque te pedí de regalo a Santa, duraznito —expresó, envolviéndome entre sus brazos y pegandome a su cuerpo.
—Thom...
Inicié mi retahíla, pero sus labios impidieron que siguiera regañandolo y en su lugar, la dulzura de sus besos me cautivaron por completo. ¿Qué más podía hacer? Así como cayó el entrenador por la señora Clara, así o más fuerte lo había hecho yo con mi rayito de sol.
—Controlate, tus papás están aquí y se quedarán a dormir, así que...
—¿No hay cena hoy? —terminó por mí haciendo sus lindos pucheros.
—Solo modo mute y pasito —dije, dejándome llevar por su deseo y el mío.
—No prometo nada, mi amor —se burló con un último y fugaz beso.
Nos separamos a regañadientes y continuamos con nuestra tarea, lavando y ordenando lo que hiciese falta en la cocina. Él, por su lado, dejó calentando a fuego muy bajo una olla con leche. Esa cosa se llega a botar, y el que duerme en el patio no será el perro.
Regresamos a la sala donde, muy cómodos viendo el Grinch, estaban todos absortos en la pantalla de la TV. Hace siglos no veía esa película, una de nuestras favoritas para esas épocas del año, cuando...
Respiré profundo una vez más y me senté cerca de las niñas.
—Toto, ¿que le pediste a Santa? —preguntó Valeri curiosa, viendo cómo en pantalla el Grinch se llevaba todos los regalos de los Quién.
—Le pedí...
—Paz y amor para todos, ¿cierto, Thomas Alfonso? —le interrumpí con la mayor severidad.
—Sí, eso, la paz mundial —murmuró con una sonrisa forzada.
—Yo pedí una bicicleta —celebró Valeri—, porque ahora sí puedo, ¿verdad? Ya no está el señor malo ni mamá.
—Ni la mala suerte, ni las excusas, ni...
—Eli, ya entendimos —le interrumpí con delicadeza, acercándome a Valeri—. Mira, nena, de ahora en adelante ya nada va a impedir que hagamos cosas divertidas, así que no vale la pena recordar todo eso, ¿vale?
—Ta bien, pero, ¿si me van a traer mi bici? —insistió.
—Si te duermes temprano, muy probablemente Santa la dejé bajo el árbol.
—Ese señor tiene serios problemas con el horario —replicó, como toda una caprichosa.
No pude evitar reírme, a veces sus comentarios se pasaban de curiosos y al mismo tiempo, me aterraba lo rápido que captaba las cosas. Lo quiera aceptar o no, estaba dejando de ser mi pequeña bebé.
De un momento a otro, Thomas pegó el brinco de su vida corriendo a la cocina y en mi adentros, una marcha militar empezó a sonar. Sí, la marcha del paredón. Sin embargo, solo dos minutos después regresó sonriente y con su locura en manos.
—¿Alguien quiere una sorpresa chocolatada? —anunció Thomas llegando con una bandeja cargada con tazas de leche.
—¿Hay para mí? —preguntó Natalia.
—Hay para todas, una tacita de leche caliente y una bomba de chocolate con sorpresas dentro, ¿qué tal? —La ilusión en su rostro decía más que sus palabras.
Me encantaba el cómo se empeñaba en hacer cosas para las niñas, pequeños detalles que siempre les sacaba una sonrisa y mucho amor. Jamás me arrepentiría de elegirlo y me sentía afortunado de que él lo hiciera conmigo.
—¿Y cómo es? —preguntó Valeri.
—Solo meten la bola en la leche y esperan la magia —explicó teatralmente.
—¡Magia! —repitió Valeri con gestos incluidos.
Por un instante me arrepentí de no hacer la de Thomas, grabar en momentos como ese. Habría guardado ese pequeño instante para el resto de mi vida, tan dulce y cálido como siempre quise que fuese nuestra vida.
—Tiene masmelos, estrellitas y chocolate —exclamó Valeri con sorpresa y emoción—. ¡Qué lindo!
—¿Les gustó?
—Me encanta —comentó Natalia, con su pequeño bigote de chocolate.
—Está rico —dijo Elizabeth, tras un largo sorbo—, gracias, Toto.
—¡Gracias, Toto! —repitió el entrenador imitando a las niñas.
Nuevo dato sobre el entrenador, le encantaba burlarse de Thomas cada que podía, y de mí ahora que había confianza familiar entre nosotros. Era como ver a un niño con esteroides haciendo bromas, unas muy infantiles a decir verdad, pero divertidas. Con eso entendí porque aguantaba tantas burradas en el equipo de baloncesto, de él había aprendido Thomas, no tenía derecho a quejarse.
La película terminó, pero antes de eso, los rostros cansados de las tres estaban a punto de ceder ante el sueño. Se empeñaban en permanecer despiertas, en especial Valeri, rebelde y quisquillosa a veces como yo a su edad. Sin embargo, el cabeceó se hizo fuerte e irresistible.
—A cepillarse y a la cama —dijo la señora Clara.
—Otro ratito, ma' —se quejó Valeri sin darse cuenta de lo que dijo.
—No, mi niña, ya es hora de ir a dormir —contestó, enternecida y sonriente.
La llevó en brazos hasta su habitación, seguida por Elizabeth y Natalia. Al inicio les había costado a las tres separarse en sus propias habitaciones, con las remodelaciones de aquella vez cada uno podía tener si espacio. Sin embargo, poco a poco se fueron acostumbrando al nuevo ambiente, las nuevas oportunidades y nueva vida. Ese día en cuestión, por efectos de visita, regresaban a dormir dos de ellas en una misma habitación. Aún así, prefirieron compartir una misma de nuevo. Viejas costumbres que no se pueden.
Con cada quien en su habitación, el pesado silencio se hizo presente en toda la casa. Era diferente a como era antes, ya no había incertidumbre ni miedo del que podría pasar o quien podría llegar durante la noche a casa. Todo era tan diferente que a veces me sentía inútil, ¿qué más podía hacer por ellas?
Es cierto que había muchas cosas por hacer, mucho por ver y muchos años por estar con ellas hasta que tengan la edad de hacer su propia vida. Estaba seguro y comprometido a ayudarlas a cumplir con todo eso, menos con una cosa. Volver a ver a papá. Puede que me diga dando golpes de pecho con eso, pero Valeri en varias ocasiones ha preguntado por él ya sea por curiosidad o por tristeza. Es inevitable, más cuando ve a todas sus compañeras ir con su papá y ella sin tener recuerdos de él.
Me dolía en el alma saber eso, pero no podía hacer nada más que suplir su lugar como su hermano mayor. Jamás lo remplazaría, en otro momento de haber podido cambiar mi lugar con él lo habría hecho, pero la cosas pasan por una razón.
—¿En qué piensas, mi amor? —susurró Thomas a mi oído, sorprendiendome por un momento tan absorto en mis pensamientos.
—Que me hubiese encantado que papá las viese así, felices y creciendo —dije, tono bajo evitando quebrar mi voz—. Si no hubiese sido por...
—Nada de eso, amor, sé que lo extrañas pero pensar esas cosas no te hará mejor —me interrumpió, con suaves caricias en mi mejillas hasta recostarme en su pecho—. Estamos en proceso de sanación, momentos más felices que melancólicos.
—Suenas a mi psicóloga —me reí, tranquilizándome un poco.
—Si quieres te doy terapia gratis...
—¡Thomy! —le reproché dándole un pequeño golpe en el costado.
—Toda la noche, hasta que Santa venga a darme mi regalo —continuó, atormentándome y mordiendo mi cuello.
—¿No se supone que yo era tu regalo?
—Por supuesto, te doy doble ración.
—¡Thomas!.... —me interrumpió con un suave beso en los labios, dejando atrás esa melancolía que me atenazó gran parte del día—. Gracias, no sé qué haría sin ti.
—Tampoco podría vivir sin ti y esta vez está confirmado.
—¡Te amo!
—Y yo te adoro, mi duraznito.
Si de comparar este justo momento con los años anteriores, diría que mi vida ha dado brincos y volteretas en el aire hasta casi romperme el cuello, pero como todo acróbata, siempre tiene una malla de seguridad que vela por su vida. Thomas era esa malla y gracias a él, no solo había podido salvar mi vida y la de las niñas, había mejorado cada aspecto de la misma. Y sólo por eso, ellas podían tener por primera vez una navidad agradable. Habíamos vivido en esa oscuridad tanto tiempo, que Valeri ni siquiera sabía lo que era celebrar su cumpleaños de una forma decente. Demasiado pequeña cuando todo ocurrió, demasiado tiempo en las tinieblas como para tener buenos recuerdos de días especiales. Pero eso se acabó, ya no habrían más lamentos ni lágrimas. Ahora todo podía ser paz, tranquilidad y mucho amor.
Lo prometido es deuda
Y si no lo prometí, ni modo, ya lo hice
Especial navideño
Un soplo de quietud para esta matason
Los quiero mis pulguitas
Pasen un lindo día en familia, gocen sanamente y coman mucho
Feliz navidad a todos ustedes
Yingobel, yingobel, yingomadafaka
Ah no así no era
En fin
Besos.
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