Capítulo 4: Conociendo

(Agradecimientos especiales a Virmin_Arlight por su Lectura Beta para este capítulo. ¡Eres genial!)

Pasado ya el amanecer, el calor del sol despertó a Amelie llena de energías para empezar un nuevo día al sentir que por fin podría hacer algo interesante allí. Después de todo, cualquier cosa era mejor que quedarse en casa y quedarse allí mirando el techo por horas sin contemplar nada más que su existencia. O peor. Que la anciana recordase una tarea que hubiesen olvidado realizar la ocasión anterior o que se le ocurriera llevar a cabo un segundo día de limpieza.

Sin pensarlo más, la muchacha arrojó rápidamente su ropa de cama a un lado, se vistió con lo primero que encontró, tomó su mochila y monedero y se dirigió corriendo hacia el comedor del hogar lo más deprisa que sus piernas aún medio dormidas se lo permitieron, anunciando "discretamente" su presencia a los demás ocupantes de la casa.

–¡Buenos días, queridos abuelo y abuela! ¿Les he dicho lo bien que se ven hoy –exclamó tomando una arrugada lista de compras que encontró en la mesa y depositándola en uno de los bolsillos traseros de su pantalón.

–¡Buenos días!

–Hola, niña.

–Lo de que hoy iré al pueblo sigue en pie, ¿cierto, abuelita?

–Ya te dije que no me llames así... Pero sí, sigue en pie. A menos que ya no quieras, por supuesto.

–¡No, no para nada! Es decir, ¡Sí! ¡Osea, no! Digo...

–Sí, ya te entendí –interrumpió molesta la vieja tratando de que terminase con su ida y vuelta–. Lárgate antes de que cambie de opinión.

–¡Sí, señora! –dijo a la rápida haciéndose un sándwich de huevo revuelto para desayunar en el camino–. Prometo no llegar tarde.

–Recuerda eso.

–¡Nos vemos!

–¡Cuídate, cariño!

La postura de la anciana se volvió sombría de repente, llegando a ser incluso mayor que la adquirió esa noche, como si estuviera hablando totalmente en serio, mostrando a la vez un extraño tinte de preocupación en sus facciones y tono de voz.

–¡Vuelve antes de que oscurezca! Por favor...

Casi ignorando esta frase, la joven guardó su comida en su mochila vaciada con anterioridad y se dirigió a la puerta principal, la cual en un parpadeo volvía a estar cerrada gracias a un portazo.

Apenas hubo pisado el exterior, una ligera ráfaga de viento la recorrió de pies a cabeza, haciéndole sentir un aire de libertad que nunca antes había sentido acariciando su espalda, instigándole a bajar trotando la colina de tierra en la que se encontraba cuidando de no caer en el proceso, pasando a llevar algunas piedras en su camino. Al llegar al pie del monte luego de unos cuantos minutos, finalmente pudo contemplar lo que vendría siendo el poblado de cerca al mismo tiempo que percibía por primera vez la magnitud de su cercanía con el bosque. Inexplicablemente, esto le producía una extraña inquietud, la misma que había experimentado el día en que llegó.

Ignorando lo planteado anteriormente, la muchacha simplemente se giró y retomó su camino llevando su andar hacia el mismo buscando vagamente y con la mirada perdida una farmacia al mismo tiempo en que comenzaba a masticar el pan que se guardó, cayendo así algunas migas al suelo.

Las calles del lugar, si se podían llamar así, eran estrechas y, tal como había visto el día de su llegada, estaban sin pavimentar, pudiendo a duras soportar de este modo el paso de un auto al mismo tiempo, posesión que muy pocos parecían tener por el aislamiento y los pocos recursos. Por otro lado, las casas parecían haberse detenido en el tiempo al estar construidas con algo que parecía ser madera de un grosor y color muy similares a la hallada en la de sus protectores, siendo la única diferencia que esta última se veía en un estado considerablemente más deplorable.

Aún a pesar de todo lo anterior y de ser además un día de semana, apenas habiendo gente en el exterior, las calles se veían alegres gracias a la presencia de niños jugando de aquí a allá con lo que sea que pudiesen encontrar. Incluso una rama grande les parecía un objeto perfecto para su entretención. Era conmovedor, pero extraño a la vez para ella pensar que hasta hace no mucho, su vida era así.

Finalmente, en una de sus idas y venidas tanto de su mirada como de su andar, la chica pudo distinguir una pequeña edificación grisácea con un cartel blanco que presumía una cruz de color verde. Esto era justo lo que estaba buscando, por lo que motivada por su sentido del deber e ignorando por un momento sus instintos de curiosidad se apuró en terminar su comida y se acercó a las puertas de cristal del lugar para empujarlas y ver lo que se encontraba dentro. Allí, la joven pudo observar no más que un par de sillas dispuestas en el borde más cercano a la entrada simulando una zona de espera y varias repisas con medicamentos que llegaban a rozar el techo protegidas por un total de tres puestos de atención al cliente, estando únicamente en funcionamiento el del centro al ser el único cuyo computador lateral se encontraba encendido.

–Buenos días ¿En qué puedo atenderla? –preguntó con desgano el adulto menor que atendía la caja de ese sitio al verla, quien parecía estar cansado y aburrido de su situación con su voz nasal y su postura encorvada.

–Buenos días. Quisiera comprar un cepillo de dientes suave y pasta para adulto, por favor –dijo la misma acercándose al mostrador tímidamente.

Lentamente, el chico estiró su mano hacia atrás como si este pesara más de lo que aparentase, alcanzando la primera pasta de dientes y el primer cepillo que encontró, siendo estos discordantes con el pedido al ser uno de niños y el otro de grosor medio, tecleando tras esto algunas letras en su ordenador.

–¿Algo más?

Al percatarse de esta confusión, quiso reclamar para que cumpliese su petición correctamente. Sin embargo, luego de ver nuevamente el estado de dicho sujeto, llegó a la conclusión de que quizás lo mejor sería argumentar menos y retirarse lo más rápido posible. La situación se estaba volviendo algo incómoda.

–¿Puede darme un paquete de protectores diarios y de toallas higiénicas?

El muchacho reaccionó de la misma manera que en la anterior ocasión, solo que esta vez se notaba una pereza incluso mayor en sus gestos, casi como si le molestara que estuviera ahí.

–¿Algo más?

–¿Tendrá un cepillo para el pelo?

–Sí –dijo levantando su brazo lángido hacia los productos superiores para alcanzar uno de tonalidades ennegrecidas–. ¿Algo más?

–No. Eso es todo.

Al escuchar esto, ambos pensaron para sus adentros en lo hermoso que era que hubiese acabado todo. Como respuesta ante ello, ella recibió y pagó su cuenta mientras el joven ponía todo en una bolsa de plástico con un estampado del nombre y el logo de la farmacia. Por fin su clienta podría irse.

–Que le vaya bien.

–Gracias –respondió ella con una sonrisa fingida y queriendo retirarse lo antes posible mientras recogía y guardaba su paquete.

Parecía que el trámite estaba a punto de ser terminado. Sin embargo, un pensamiento intrusivo atacaría repentinamente su cabeza al mismo tiempo en que giraba sobre sí misma y se dirigía hacia las puertas de vidrio: ¿Y si sabía algo acerca de la preocupación de su abuela sobre salir al bosque? Era un pensamiento extraño, pero considerando que él se veía como un lugareño más y que posiblemente todos se conocieran al ser un pueblo tan extremadamente pequeño, esto se convertía en una posibilidad que no podía descartar. Después de todo, era mejor preguntárselo a alguien externo que a su estricta protectora

–¡Ah! Una cosa más... –dijo voltéandose mientras observaba cómo la expresión del chico se hacía más pesada.

–¿Y ahora qué quieres? –preguntó soltando un extenuante bufido.

–Nada, solo... ¿Sabe por qué no se debe ir al bosque?

Apenas hubo mencionado estas palabras, los ojos del joven se mostraron saltones a la vez rostro palideció hasta límites preocupantes, pareciendo más un fantasma que un humano. Su postura se había enderezado y se notaba cómo cada uno de sus músculos se encontraban en tensión.

–¡N-n-no, no lo sé! –contestó como poniéndose a la defensiva–. Que tenga un buen día.

–¿En serio? Pero...

–¡Que tenga un buen día!

No queriendo insistir más al ver lo alterado que se había puesto, la muchacha simplemente le hizo caso y se retiró del lugar sin decir una sola palabra más ¿Por qué es que había reaccionado de ese modo ante una simple pregunta? Tampoco es como que hubiese algo tan peligroso en el interior de aquellos árboles ¿O sí? Más pronto que tarde, resolvió que quizás era mejor dejar el asunto de lado y dirigirse al supermercado. Tal vez era mejor eso que revolver de esa manera su cabeza.

Luego de haberse alejado y de haber caminado sin sentido por unos minutos, una edificación comenzó a alzarse por encima de las demás, siendo esto algo sumamente llamativo para su ser considerando el tamaño general de las viviendas, dejándola al descubierto al acercarse un poco más.

El edificio era prácticamente como cualquier supermercado que había visto en su vida, con muros gris oscuro, puertas con sensores y filas de carritos de compras cercanos a la entrada. Sin embargo, era imposible no sentir que este destacaba por encima de los demás por lo humilde del entorno en que se encontraba, pudiendo al ingresar obtener aún más detalles de su construcción. Al contrario de lo que ella pensaba, todo había sido limpiado recientemente, dando una gratificante sensación de orden a la estancia al presentar no más que unos pocos pasillos con sus respectivos productos y unas cuatro cajas normales más dos de autoservicio.

Sin pensarlo demasiado, la joven agarró el primer carrito que encontró y comenzó a buscar de uno en uno los objetos anotados en su lista, creciendo poco a poco su contenido a medida que avanzaba por los pasillos, tomándose su tiempo para no recibir regaños al volver a casa. Al terminar, se dirigió rápidamente hacia la cinta de paga más cercana, siendo atendida por la cajera al poseer más de los productos admitidos en las de autoservicio.

–¡Buenos días! ¿En qué puedo atenderla?–dijo con la misma frase que el de la farmacia al verla, solo que esta se encontraba mucho más animada y amigable que el anteriormente mencionado.

–Buenos días. Solo será esto –respondió ella mientras depositaba sus productos en la cinta transportadora.

A medida que cada una de sus compras iba avanzando, la chica comenzó a darse cuenta de que estaba perdiendo el interés en dicho sitio. En el poco tiempo que había estado afuera, recorrió casi todas las calles de la zona, faltándole por ver únicamente la plaza y una construcción que pretendía ser un pequeño museo y no se había topado con nada que le llamara la atención. Al menos nada que no fuese el bosque...

La curiosidad volvió a hacerse presente ¿Debería preguntar nuevamente sobre el tema?

–¿Disculpe? ¡Disculpe! –exclamó la mujer para sacar de sus pensamientos a la chica–. ¿Está bien?

–¡Ah, sí! –respondió volviendo de su mundo interno–. Disculpe.

–Son cincuenta mil pesos.

–¡Ah, sí, por supuesto! –dijo sacando el dinero de sus ahorros y metiendo sus compras en su mochila cuidando de no aplastar su sandwich para el almuerzo–. Aquí tiene.

–¡Gracias por su compra!

–Gracias. Por cierto...

–¿Sí?

Finalmente, la curiosidad había ganado su batalla interna, cosa que la animó a seguir con su cuestión.

–¿Usted sabe por qué no se debe ir al bosque?

Sin dejar su postura amable, la mujer se empeñó en tranquilizarla.

–¡Ah, eso! No debes ser de por aquí, ¿o sí?

–No, no realmente.

–No te preocupes por eso, solo es un rumor tonto de un supuesto campamento maldito.

La adolescente se quedó atónita ante esta afirmación.

–¿Un campamento maldito?

–Sí, pero tranquila. Solo es un mito anticuado que inventaron para alejar a los visitantes no deseados. No te preocupes por eso, ¿sí? La gente se pone nerviosa por tonterías.

En un inicio, pensaba que descubrir lo que trataba de ocultar su abuela iba a ser algo que saciaría su sed de saber más. No obstante, grande fue su sorpresa al descubrir que esto produciría sobre sí exactamente el efecto opuesto, ilusionándose con la idea de ir a ver lo que escondería en sus adentros y el motivo por el que se decía que ese lugar estaba maldito.

Volver a casa no significó ningún cambio en su pensamiento, haciendo que el asunto le diera cada vez más vueltas a su cabeza. Tenía por sentado que ninguno de sus dos abuelos iba a dejar que fuese, una por convencimiento personal y otro posiblemente por sumisión hacia la primera. Sin embargo, algo en su interior, ya fuese la intriga, la ansiedad o algo más allá de las opciones anteriores, le insistía con todas sus fuerzas que era necesario que fuese, aún cuando eso significara romper la tercera regla de la vieja conscientemente.

Se pasó todo lo que restó del día en casa, esperando y pensando en cómo iba a concretar su plan sin llegar a buen puerto en ninguna ocasión al tener tantos pensamientos que se cruzaban una y otra vez a medida que pasaba las horas en su habitación. Por suerte, ni Larissa ni el abuelo la interrumpieron en todo ese tiempo al suponer que se estaría agotada después de su salida.

Nada más lejos de la realidad. Finalmente había caído la noche y los ahora ciento veintitrés habitantes del pueblo dormían plácidamente para reponer sus energías para el tranquilo, pero ocupado día siguiente. Todos, excepto una, una que, tras haber pensado sin parar sobre la maldición que se imponía sobre aquel campamento abandonado, decidió que lo mejor que podía hacer era verlo con sus propios ojos y cerrar aquel capítulo de su estancia de una vez por todas, por lo que llegado cierto punto de la madrugada, Amelie tomó la decisión de levantarse de su cama, ponerse el abrigo más grueso que encontró entre sus cosas y abandonar su habitación.

Sus pasos en punta de pie hicieron todo lo posible para tomar precauciones para no ser escuchada y evitar cualquier señal de movimiento en la casa intentando ver como podía en medio de la oscuridad para intentar al tratar de reconocer las extrañas figuras y siluetas que se le presentaban, llegando a casi romper un macetero correspondiente a una planta de interiores que recién había visto, deteniendo su caída justo a tiempo y llevándola a llegar con éxito a la salida.

Al haber salido por fin del lugar, la joven se topó con una brisa mucho más fuerte y gélida, algo que la hizo estremecerse al instante. Sin embargo, sentía que ya no podía retroceder, así que tras una honda inspiración y una profunda exhalación, comenzó a trotar nuevamente hasta la base de la colina. A diferencia de la tranquilidad que sintió con aquella misma pequeña carrera hecha en esa mañana, ahora la ansiedad y el temor bailaban incesantes en su mente a medida que avanzaba cuesta abajo, llegando sin darse cuenta en un dos por tres al final de esta y quedando frente a frente con el bosque, contemplándolo a detalle por primera vez. Había quedado paralizada, sin embargo, en esta ocasión, en lugar de evitarlo y encaminarse a otro lugar, siguió firme en su convicción, caminando directamente hacia el interior en línea recta.

Mientras más avanzaba, con más espesura se encontraba, haciéndosele cada vez más difícil avanzar por entre los árboles al enredarse sus ramas en varios de los pliegues de su pijama y abrigo, las cuáles por alguna razón podía jurar se hacían más descoloridas con respecto a las anteriores. Quizás solo era su imaginación, se decía a sí misma tratando de distraerse y de rasparse lo menos posible, cosa que no le sirvió de nada al, luego de unos minutos, llegar hasta la cima una pendiente. Habiendo allí un único árbol, apoyándose al lado de este para ver mejor, observó que justo abajo de ella estaba lo que con tantos deseos había buscado. El campamento abandonado estaba justo bajo sus pies.

Las carpas apenas verdosas parecían haber sido absorvidas por la naturaleza al presentar tantos agujeros, rastros de polvo y charcos debidos a la intemperie a la que se habían expuesto por tantos años, dando la idea de un sitio que había sido abandonado en un sentimiento de angustia y desesperanza, algo resaltado por los árboles de alrededor, que parecían rodear el conjunto de tienda. Ni una sola planta crecía en todo ese perímetro, resultando en una especie de espejo para la luz de la luna a la vez que todo lo demás parecía oscurecerse. Nunca había tenido una vista así en toda su vida, quedando embobada admirando dicho escenario. No sabía por qué, pero parecía dar una perspectiva mágica que no podía dejar de apreciar.

Podía haberse quedado ahí mismo para siempre. Y lo hubiera hecho si es que no hubiese ladeado la mirada, descubriendo algo que la hizo saltar: un esqueleto con cabeza gacha y vestimenta desgastada se hallaba sentado donde el tronco y la tierra se entrelazaban.

La chica se recompuso como pudo de esta sorpresa respirando lento y diciéndose a sí misma que no tenía nada que temer, algo que le funcionó. Prontamente, se encontró riéndose de su situación. La risa se le fue borrando a medida que los segundos pasaban, llevándola a disponerse a seguir admirando dicho lugar, disposición que cambió de un momento a otro al repentimamente empezar a sentirse observada.

Esta inquietud se volvía contra ella una y otra vez en cada ocasión en que trató de ignorarla al parecer no tener intenciones de abandonarla, misma que sintió que la estaba volviendo paranoica. Y aún no había ocurrido el peor de sus acontecimientos.

Volver a voltearse hacia el árbol fue la peor de sus equivocaciones, pues apenas lo hizo pudo ver de reojo cómo el cráneo del ser esqueletal se volvía en dirección vertical hacia su rostro al tiempo en que abría su mandíbula en sentido opuesto lentamente. Estaba congelada al ver que comenzaba a moverse.

–¿Quién es...?

Amelie dio un grito incluso antes de que terminara la frase, echándose hacia atrás en el proceso. Mas sin darse cuenta, retrocedió más de la cuenta, su pie se deslizó y rodó por la pendiente hasta que su cabeza chocó contra el suelo.

Había quedado inconsciente.

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