Capítulo 3: Nuevos Ambientes
(Agradecimientos especiales a Virmin_Arlight por su Lectura Beta para este capítulo. ¡Eres genial!)
A diferencia de su situación al dormirse, la mañana siguiente despertó a Amelie de una manera sumamente abrupta, ocurriendo esto por causa de la abuela, quien luego de haber estado un buen rato haciendo cosas en el hogar, siendo esto algo que ya había enligerecido el dormir de su nieta, dirigió sus pesados pasos hacia su habitación y abrió la puerta portando un plumero en su mano con toda la intención de hacer el mayor ruido posible a su paso. Inmediatamente tras haber hecho esto, descorrió las cortinas del lugar con el mismo nivel de violencia, dejando a la chica indefensa ante la iluminación que ahora entraba por su ventana.
-Despierta. -le dijo la mujer con una voz cortante y seca-. Ya es tarde.
La joven, al percibir cómo la luz aterrizaba repentinamente sobre sus ojos, no pudo reaccionar de ninguna otra manera que no fuese volteándose de su posición inicial mientras cubría con sus sábanas su rostro, tratando inútilmente de evitarla a toda costa y de hacer oídos sordos a la puntada que sentía en la mitad de su cuerpo.
-Abuela... -respondió la joven quejándose, usando involuntariamente esta palabra para referirse a ella-. Estoy de vacaciones. Todavía es temprano.
-Larissa. Señora Larissa. -pronunció la mujer como respuesta moviéndose de un lado a otro con su instrumento para comenzar a sacudir el polvo más superficial de los rincones-. El desayuno está listo y no pienso calentártelo dos veces. Tenemos mucho que hacer hoy.
-¿Tenemos?
-¿No recuerdas que ayer dije que no quería vagas en mi casa? Vamos, será mejor que desempaques tus cosas y que vengas rápido si no quieres que se te enfríe la comida.
Acto seguido de haber dicho esto, la anciana cuyo nombre finalmente le había sido revelado salió súbitamente del cuarto con la misma rapidez y nula sutileza con la que entró previamente, cerrando la puerta de golpe. Ante esto, la menor hizo todo lo que pudo durante unos minutos para volver a sus ensoñaciones, resultando en un fracaso en todo sentido de la palabra, no teniendo más opción que vestirse, ordenar su ropa y objetos personales en sus estantes, dejar su maleta y mochila cerca de los mismos, y salir de su guarida a satisfacer los reclamos de su estómago.
Aún no conociendo con exactitud cómo era la casa y teniendo en contra el hecho de tener la mirada borrosa debido a sus legañas, podía intuir el lugar exacto a donde debía dirigirse solo siguiendo a su nariz, encontrándose de este modo con su lugar de destino.
El comedor era pequeño, pero poseía el mismo sentimiento acogedor de la sala al estar ambas partes del hogar en el mismo sitio, compuesto este por una mesa pequeña hecha de una firme madera barnizada, siendo esta acompañada por apenas cuatro sillas para completar el juego. Examinando un poco más inhalando por sus fosas mientras cerraba sus ojos para oler mejor, finalmente pudo hallar su tesoro: una canasta de pan tostado rodeada de platos de jamón, queso, mantequilla y huevos revueltos.
-Buenos días, cariño -escuchó la muchacha de parte del dueño de la vivienda, encontrándose este en una de las sillas.
-Buenos días, señor... -Comenzó a decir mostrando el mismo nivel de distancia que su abuela le había dicho que adoptase con ella, siendo interrumpida por su acompañante.
-Por favor, dime abuelo.
La chica dudó un momento tras esta declaración antes de dar su respuesta.
-...Buenos días, abuelo.
-Ven, siéntate -dijo el mayor, provocando que ella se acercara, jalara la silla que estaba justo al frente y se acomodara en ella-. Tienes mucho para elegir.
-Más te vale no acostumbrarte a eso -se oyó provenir de una voz que se acercaba desde la cocina, dejando ver la cara de la anciana igual de seria que el día anterior mientras veía a su esposo-. Solo será así esta vez porque a este se le ocurrió que sería una buena idea para recibirte. Ya estás demasiado consentida, al parecer.
A pesar de que no le importó demasiado el comentario aparte de ponerla un poco nerviosa, le llamó la atención que se refiriera a su propio marido con un término tan despectivo como lo era la palabra "este", casi reduciéndolo a ser una persona cualquiera en su vida. Aún así, la menor no dijo nada por miedo a lo que pudieran o no decirle de vuelta, viendo cómo por mientras ella se situaba en su asiento para acompañarlos.
-No le hagas caso. No solemos recibir muchas visitas, pero es buena cuando la conoces en el fondo -volvió a pronunciar, esta vez susurrando, el único hombre de la habitación viendo su rostro desanimado-. Y a propósito de ello, ¿cómo está tu madre?
-Está bien, supongo. Sigue trabajando, pero cuando se desocupe se irá de viaje a Estados Unidos con mi papá a ver a unos amigos suyos -respondió, notando que una de las sillas permanecía vacía-. ¿Ya se fue, por cierto?
-Sí. Durmió en la sala y se fue antes de que despertaras. Honestamente, no me sorprende que te hayan dejado sola... -se pronunció la abuela con un tono más melancólico de lo normal, cambiando después de esto nuevamente retoma su postura usual-. ¿Tu padre sigue siendo igual que siempre?
-Umm... ¿Qué quiere decir con ser "igual que siempre?
-Desde que lo conozco ha sido un flojo. Seguramente no haya cambiado nada con el paso de los años. Me sigo preguntando cómo es que la enamoró así...
-Mi papá no es un flojo...
A la mujer le llamó enormemente la atención esta afirmación, pensando que la chica simplemente se quedaría callada ante sus palabras, por lo que trató de seguir con el tema para ver qué tan lejos llegaban sus ideas.
-¿Y cómo estás tan segura de eso?
-Pues..., lo conozco.
-¿Ah, sí?, ¿qué tanto?
-Lo suficiente.
-¿Y qué tal si él no fuera como lo conoces?
-...¿A qué se refiere?
-Puede que hayan pasado años desde la última vez que lo vi, pero sé perfectamente que las personas, sin importar el tiempo que pase, no cambian.
El anciano, que se había mantenido al margen de aquella conversación, observó su reloj para saber si debía retirarse a su trabajo. Aún no era el momento de irse, pero sintió que era lo mejor hacerlo antes para que ninguna de las dos presentes dijese algo de lo que luego pudieran arrepentirse y que quedaran en malos términos.
-¡Uy! Voy a llegar tarde si no me apuro -dijo el hombre levantándose y recogiendo sus cosas mientras se dirigía a la entrada-. ¡Nos vemos en la noche!
-¡Adiós!
-Adiós.
Tan solo unos segundos después de haber tomado esa decisión, el hombre abrió la puerta del lugar y se retiró cerrándola detrás de sí, dejando a ambas mujeres en un soledad y tensión insaciable, siendo esto aprovechado por la mayor para cambiar de tema y demostrar su autoridad.
-Me imagino que en tu casa hay reglas, ¿no?
Ella solo asintió.
-Sí, las hay.
-En la mía también. Tres, esencialmente.
Los nervios comenzaron a comerse progresivamente la cabeza de Amelie, por lo que optó únicamente en seguirle el juego al que tenía por obligado participar.
-Ajá... -volvió a asentir ante sus palabras con cierto tono de nerviosismo en su voz-. ¿Y cuáles son esas reglas?
Alzando un dedo, la vieja comenzó a nombrar.
-Primera: Ayuda cada vez que puedas.
Le pareció una regla razonable, por lo que esperó paciente a que continuara con sus mandatos. Sin embargo, esta decidió cambiar de tema aprovechando el asunto.
-¿Sabes lavar la loza?
-Sí...
-Bueno, puedes empezar con eso. Más te vale no demorarte a propósito -dijo levantándose de la mesa.
-¿No vas a desayunar?
-No tengo hambre.
Transcurrida esta conversación, la joven se apresuró a terminar su desayuno lo más pronto que pudiese y, luego de haber levantado la mesa, comenzó a lavar tal como le había sido encomendado en esa mañana, considerando inicialmente que no era la gran cosa y que era lo mínimo que podía hacer. Sin embargo, más pronto que tarde se dio cuenta de la inmensa cantidad de trastes que habían acumulados en el fregadero, por lo que simplemente lavó la mitad de estos y volvió a encaminarse a su cuarto, cosa en la que fue descubierta estando a medio camino.
-¿Ya terminaste?
-S-sí, por supuesto... -dijo tratando de ocultar inútilmente su mentira.
-¿Y qué hay de los que dejaste?
La joven, al darse cuenta de lo pobre que había sido su intento de engaño fallido, no tuvo más opción que confesar su falta.
-¡Eran demasiados platos para ser de un simple desayuno!
-Segunda regla...
-¿Segunda?
-Nunca traiciones nuestra confianza. Si hay algo que odio más que la gente floja son los mentirosos.
-¡Está bien, está bien! Pero, ¿cuál se supone que es la última regla?
Al escuchar que ella aún no se había puesto a obedecer, la mayor adquirió una postura mucho más agresiva de lo que acostumbraba.
-¡Termina con lo que dejaste a medio hacer inmediatamente!
Habiendo dicho esto, la chica de un salto volvió a lo suyo con misma inmediatez con que un militar obedece las órdenes de su superior, viéndose enfrentada nuevamente a una cantidad de loza que pareciera ser de toda la semana, algo con lo que estuvo batallando por casi una hora antes de al fin terminar con el último traste por lavar, llevándola a sentir un alivio casi celestial en segundos. Sin embargo, su felicidad no duraría mucho tiempo, ya que apenas acabó con aquella tarea, se encontró con una desagradable sorpresa.
-¿Ahora sí terminaste? -preguntó la mayor colocando ambas manos en su espalda y posicionándose como si estuviese escondiendo algo.
-¡Sí, esta vez sí! -respondió con claros signos de agitación y cansancio en todo su cuerpo.
-Bien..., porque todavía tenemos cosas que hacer. Yo me pondré a planchar, tú ponte a pasar la aspiradora por mientras.
De pronto, sintió una enorme curiosidad.
-¿Y qué hay de la tercera regla?
-Te la diré más tarde.
-Pero...
-¡Ponte a aspirar!
Otra tarea por hacer en el hogar, pasando de lo que parecía no ser más que un simple aporte a la estadía de los ahora tres habitantes a la sensación de que su situación solo iba a empeorar, algo que para su desgracia así sucedió al asignársele más y más cosas que se debían hacer.
El resto del día, Amelie pasó el tiempo de aquí para allá cumpliendo más y más tareas que le imponía su abuela con la excusa de que los lunes eran días dedicados exclusivamente a la limpieza, la cual también se ponía a trabajar incanzable con la ayuda de su plumero, cocinando el almuerzo o planchando ropa. Al llegar la noche, la joven estaba más que exhausta. Lo único que quería hacer era acostarse en su cama y echarse a dormir como si no hubiese un mañana, cosa que la llevó a ni siquiera percatarse de la llegado de su abuelo a casa.
Habiendo esta vez sí acabado con la última tarea de todas, incluyendo con la de la aspiradora, dirigió sus pasos a rastras a su pieza ignorando absolutamente todo lo que ocurría a su alrededor, incluyendo que la mesa estaba puesta para cenar y que la estaban llamando una y otra vez para que hiciese caso, abrió la puerta como pudo y, usando las únicas fuerzas que le quedaban, se derrumbó sobre su colchón. Viendo esto, ambos adultos dejaron de clamar su nombre, provocando que ella levantara exclusivamente para acercarse y ver cómo estaba. Tal vez había sido demasiado dura. Después de todo, por más mal que se llevara con su hija, era la única nieta que tenía.
-¿Amelie? -dijo Larissa al ver a su nieta en dicho estado.
-Por favor, dime que no tengo que hacer más tareas... -dijo la chica sin apenas fuerzas.
-No, no es eso... -la anciana hizo una pausa y emitió un ligero resoplido-. Mañana irás al pueblo.
La adolescente, como si hubiese sido por arte de magia, miró con curiosidad a su cuidadora, prestándole atención a pesar de su fatiga.
-¿Qué cosa?
La vieja volvió a suspirar, esta vez más lentamente, para seguir con lo que iba a decir.
-A... tu abuelo le pareció una buena idea que conocieras el lugar dado que te quedarás aquí. Yo no seré quien se oponga, pero tendrás que ir al supermercado. Nuestra comida no durará mucho ahora que somos tres bocas que alimentar ¿Qué opinas?
Por primera vez en su estancia, la joven sintió que tal vez por fin tendría algo interesante que hacer. Después de todo, cualquier cosa era mejor que otro día trabajando como esclava.
-¡Sí!
Respondió como si todo su cansancio hubiera desaparecido, mostrándose sumamente entusiasta ante esa oportunidad. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que esta actitud podría resultar contraproducente, por lo que, al notarlo, calmó su postura con un carraspeo.
-Es decir, me parece bien -anunció volviendo a su estado original.
Apenas se emitió esa respuesta, el aroma proveniente de la boca de la menor se posó en las fosas nasales de la mayor, algo que no había percibido antes, dándole a esta última una asquerosa impresión y llevándola a intentar tapárselas inútilmente para evitar tan desagradable olor.
-¡Y también a la farmacia, de paso! Olvidé que no te has lavado los dientes desde que llegaste... -exclamó tras una leve arcada que intentó disimular como más pudo.
Habiendo pasado dicho molesto momento, la mujer decidió irse para dejar a su nieta descansar. No obstante, justo antes de alejarse, se detuvo en seco y volteó su mirada hacia atrás como si hubiera recordado algo que había querido decirle.
-Por cierto, ¿recuerdas las reglas que te di en la mañana?
-Sí...
-¿Recuerdas que te dije que guardaría la más importante para el final?
-Sí...
-Nunca vayas al bosque. Sobre todo después del anochecer.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top