Capítulo 1: Figura entre la tormenta



Buenos días a todos, estoy emocionado pues hoy mismo acabo de hacerme esta cuenta para subir la historia que llevaba tiempo intentando hacer. Me ha motivado mucho las maravillosas historias que encontré aquí sobre esta pareja, así que me dije: yo también quiero aportar algo. Muchas gracias a todos los que os animastéis a publicar algo.

No quiero estirarme mucho, ningún personaje me pertenece, esta es una historia que busca el entretenimiento. Espero que disfrutéis mucho, ahora sí, un gran abrazo a todos.

~Yugi~

La ciudad se extendía a mis ojos violetas, apoyé la pesadez de mi cabeza contra mi mano demacrada por las horas de espera dentro del coche que llevaba. La madre naturaleza vertía toda su furia contra el suelo asfaltado que el ser humano creó, mostrando así ira y rabia hacia el mismo. En el cristal, gotas de agua competían entre sí para llegar antes abajo o, en su defecto, aliarse con otras y estancarse en algún reguero dejado por las anteriores.

Para entretenerme, hacía apuestas entre las gotas, intentando desconectar del mundo que me rodeaba. Me divertía con muy poco y todo acababa siendo un juego dado mi actitud infantil, no obstante, la vida que había llevado me separó de personas y demás integrantes que completaban el día a día al que estaba acostumbrado.

Suspiré para apartarme uno de mis mechones dorados que a mis ojos torturaba, gruñí frustrado al ver que, tras hacer un movimiento de victoria, volvió a su lugar para molestar más que antes. ¿Cómo lo harían las personas con flequillo? Yo odiaba el mío. Observé mi reflejo en la ventana, la imagen se difuminaba con el paso de la lluvia. El día de hoy, sentía en mi mirada violeta una sombra de tristeza.

¿Sería por lo mismo de todos los años? Volvimos a cambiarnos de ciudad. Papá era un gran inspector, solían reclamarlo allá donde se necesitaba y él, repetidas veces, sostenía que la familia debía estar unida. Así que, agarraba las maletas, arrastraba a sus familiares con él y nos metía en el coche. El que no quería, iba al maletero.

Sonreí ante la imagen mental de escuchar a mi madre gritando por la calle porque no quería dejar la casa sin limpiar, mientras papá sujetaba en el hombro a su mujer, llevaba en cada mano una maleta, en la boca sujetaba las llaves del coche y yo tenía que ir enroscado en una pierna pues tampoco me gustaba nada la idea de empezar de cero a cada trabajo que le mandaban.

Curiosamente, esa imagen, pasó. Agradecí marcharme del vecindario pues el ridículo que se hizo aquel día fue galáctico. No me extrañaría buscar en un diccionario dicha palabra y que aparezca la foto de mi familia.

Peiné con una mano mi cabello, estaba harto de él, poseía la extraña cualidad de quedarse tieso apuntando a cada lado como si se creyera una antena parabólica o algo por el estilo. Cualquiera que me viera pensaría que mi deporte favorito era meter los dedos en un enchufe a cada mañana para obtener este peinado tan característico. En el color ya ni me metía, tenía más matices que capas tiene una cebolla.

Vislumbré desde la ventana una pila de edificios seguidos, sospechaba haber entrado por fin en la civilización y dejado atrás todo ese descampado desierto que daba la sensación de escupirte una manada de búfalos locos dispuestos a volcarte el coche.

─Yugi, ¿estás emocionado? ─desvié la vista, mi padre me observaba desde el retrovisor.

Personalmente, aún tenía una extraña sensación de ser adoptado pues no me parecía en nada a mi familia: él tiene el pelo dorado, mientras que mamá compone los últimos colores de los que presume mi caballera, ojos marrones y una gran altura. Su piel es bronceada mientras que la mía es todo lo contrario, posee una tupida barba y mi cara parece el culo de un bebé. Sinceramente, siempre creí que los genes de mamá y papá, en vez de haber interactuado juntos para tenerme a mí, se machacaron mutuamente dentro del estómago de mi madre hasta convertirse en una bola de fusión que me escupió a mí. ¡Tenía un poco de todo! Mi pelo era la clave de ello.

─Bueno, como siempre. ─respondí sin apartar la mirada de la ventana.

─No te preocupes, esta vez el caso que me han encomendado tiene un gran historial. Me llevará unos años.

─Cariño, siempre dices lo mismo. ─mi madre se cruzó de brazos, solía tensar el mentón cuando se cabreaba. Mamá también estaba harta de sus movimientos arriba y abajo, encima, el día de hoy nos marchamos rápidamente y no pudimos dejar la casa presentable. Si hay algo que le moleste a mi madre es, sin duda, tener visitas y que vean todo desordenado─. Deja de mentir a Yugi, ya es mayor.

─Esta vez tengo una buena corazonada. ¡Confía más en mí!

─Me cuesta mucho. ─dibujó un mohín, reparé en su piel, mi madre solía ser de tez pálida mas estos días lucía mejor color. No como mi blanco nuclear, envidiado por la propia leche, vacío e incluso la nieve.

─Amor, siempre vamos a ciudades nuevas con cara de enfado. ¡Alégrate!

─¿¡Me estás llamando amargada!? ¿A qué te meto un zapatillazo?

─¡No puedes! ¡Tu arma favorita es el cucharón de acero inoxidable y está en el maletero! ─bromeó papá, sonreí con alegría al poder recorrer a lo largo de mis recuerdos escenas pasadas donde mamá blandía el arma mencionada antes como el mejor esgrimista del mundo─. ¡Punto para mí!

─¡La sandalia también me vale! ─hizo el amago de sacársela para atizarle con ella.

─¡Cariño, que esto no es un circo! ¡No empieces con malabares!

─¡Papá! ¡Estate atento a la carretera! ─señalé a la cristalera enfrente de sus ojos, un peatón cruzaba la calle con tranquilidad─. ¡Allí hay alguien!

Mi padre dio un frenazo de urgencia, choqué contra el asiento de delante ya que había tenido que estirar el cinturón para llegar hasta él y poder hablarle directamente a el conductor. Suerte que lo llevaba puesto, casi reboto contra todas las cosas a mi alrededor. Observé la calle, ¡no había nadie! ¿Lo habrá atropellado? Abrí la puerta para ir a socorrerlo cuando una sombra se puso enfrente de mí.

─¿No has visto el semáforo o qué? ─espetó con voz seca, desde mi altura apenas podía ver nada, me sacaba mínimo una cabeza. La luz tampoco hacía justicia, entre la tormenta y la farola que titilaba puesta sobre su cabeza, era imposible determinar una cara.

─Perdona chico. ─el hombre bajó la ventanilla para poder hablar con él─. Me he despistado un poco, ¿estás bien?

─Sí, pude esquivar. ─de repente, la farola apostó por funcionar, alumbrando la figura que tenía delante. Parpadeé sorprendido, era igual a mí.

Tenía el mismo color de pelo, incluso el mismo peinado (algo más caótico ya que tenía algún que otro mechón más que yo). Cambiaba la altura, claramente, la complexión del cuerpo y sus ojos. Estaban bañados en ira, un rojo intenso que daba miedo, también eran más afilados y penetrantes que los míos. Bajó la mirada para mirarme directamente, pude atinar a ver una mueca de sorpresa en su rostro durante unos segundos.

─Yugi, entra al coche. ─susurró mi madre─. Estamos en mitad de la carretera.

─Sí... claro. ─cerré la puerta, el coche comenzó a retomar su camino dejando al chico aquel bajo la lluvia. Sentía su mirada clavada en mí a pesar de estar protegido por la dura carrocería del vehículo.

─Se parecía a ti, ¿verdad? ─comentó mamá con voz sutil, por lo bajo. Seguramente tras sentir que mi mente cavilaba por las nubes en torno a ese muchacho─. Bueno, al menos el pelo y algunos rasgos de la cara. No me gustaba su mirada, prefiero tus ojos de niño pequeño.

─¡Mamá! ¡Eso no viene a cuento! ─me sonrojé, no tenía nada que ver con la conversación y lo había soltado tan a gusto.

─¡Ay, que mono mi pequeño! ─me pellizcó los mofletes. Mientras yo me quejaba, pude ver la mirada sombría de mi padre desde el retrovisor. ¿Algo le molestó?

Tras un tiempo de viaje en el cual divagué sobre diversos temas de conversación tan tontos como secretos, dejándome llevar por el sueño y acunándome en la sombra de la delicada luna, llegamos a una casa pintoresca. Era la única cuya fachada tenía colores vivos y no tonos ocres como el resto de los edificios alrededor. El tejado aún tenía las tejas enteras, de un rojo tan fuerte que parecía la casa de una abuela de cuento. Esperaba que no hubiera dentro una bruja intentando comer niños.

Papá sacó las cosas del maletero mientras mi madre peleaba contra la valla oxidada del jardín, insultándola y empujándola, ésta seguía intacta y sin moverse del lugar. Parecía haberse mantenido en ese estado desde hace mucho.

─¿Te saco el cucharón querida? ─las palabras estaban teñidas de toques sarcásticos.

─Muy gracioso cariño, inténtalo tú. ─señaló a la puerta, dirigiéndole una mala mirada con clara intención de intimidarla. Suspiré, ¿acaso piensa que tenía vida como para que se molestase?

Mi padre hizo los mismos intentos y no consiguió nada, tuvo que forzarla a abrirse dándole golpes con el hombro. Por suerte tenía una complexión fuerte que no le haría daño, al contrario que yo claro, soy una espiga que el viento puede llegar a romper. Tras rascarse un poco el brazo, cogió de nuevo las maletas y las arrastró hasta la puerta principal, observé de camino los jardines: un terreno yermo de flores marchitas y ramas secas rodeaban la casa como si de agua a una isla se tratara. Era una imagen algo deprimente.

El interior no tenía nada que envidiar a lo exterior, era prácticamente el mismo ambiente. Poseía muebles más recientes y el sitio mejor aprovechado, quitando ambos elementos, parecía una casa vacía, llena de fantasmas y posiblemente con el típico gato negro que cruzaba delante de ti haciéndote sentir hechizado.

─Cariño... ─comenzó a hablar mi madre─. ¿¡Pero a qué estercolero nos has traído!?

─¡Oye! ¡La única casa que encontré en tan poco tiempo! ─se quejó él revisando la instalación de luz y agua rápidamente.

─¡Claro! Esto te pasa por empeñarte en salir siempre corriendo. ─bufó, negando con la cabeza. Estaba decepcionada, lo podía sentir en su ceño fruncido─. Yugi anda, sube a ver si hay cuartos.

Asentí y me dirigí a la escalera que dividía en dos la casa, ante cada pisada, los escalones crujían y chirriaban de mala manera. Más bien parecía el llanto lastimero de la propia casa, un berrido inhumano que retorcía a todo aquel que lo escuchase. Una vez arriba, encendí la linterna del móvil pues me daba miedo que en cualquier momento me saltara encima alguna rata o, en el peor de los casos, un ladrón. Aunque tenía la sensación de que si se diera ese caso, antes de robarnos nos dejaría dinero y se marcharía entre risas.

Revisé toda la planta superior, muchas habitaciones eran utilizadas de trastero y como vivienda para la suciedad. Algunas pelusas de polvo parecían conejos de la dimensión que poseían, si se tercia, hasta daban los buenos días.

─¿Qué tal hijo? ¿Has encontrado algo? ─me di la vuelta, mirando a mi madre con la poca luz que había─. Menos mal que he visto el brillo del cacharro.

─Móvil mamá.

─Sí, la cosa de enviar mensajes. ─observó hacia los lados, deformando la cara cuantas más cosas veía─. No me gusta nada lo que veo, ¿alguna habitación tiene cama?

─No, aquí arriba solo hay trastos.

─¡Perfecto! ─gritó irónicamente antes de bajar hecho un basilisco, seguramente a discutir con mi padre acerca de dónde iban a dormir.

Tras asegurarme de no dejarme nada sin ver, dejé arriba la planta del terror para llegar a la idílica parte baja donde reinaban los gritos, las zapatillas voladoras y las maletas por doquier. Mi padre intentaba llegar a alguna solución mientras mi madre se quejaba de todo lo que veía. Y no era para menos, mínimo, habrán pesado 40 años sin ser revisada esta casa.

─Igual podríamos visitar a tu abuelo. ─respondió papá de repente─. Seguro que está contento de ver a su nieto.

─¿El abuelo?

─¿Estás seguro? ─cuestionó su mujer, cambiado la mirada de enfado a una mueca de preocupación, el velo de la incertidumbre la invadió─. Tenía entendido que no te hablabas con él...

─No lo hago, pero no podemos dormir en el suelo. Volvamos al coche.

En un silencio atronador, el camino se hizo eterno. Juraba que una vez llegado a la nueva ciudad estaría mejor el poder descansar mas eso estaría por ver todavía, por otro lado, algo me daba al rollo aquí. Cabía la posibilidad de que fuera el cielo, con la tormenta que traía, estaba totalmente encapotado con los colores más sombríos que podría mostrar.

***

Si la tensión dentro del coche podría cortarse con un cuchillo, dentro de la casa de mi abuelo podría hacerse trizas con un soplido. Él y mi padre estaban cara a cara, sin decir ni una palabra, mi madre solo esperaba sentada a que uno de los dos hablase, entreteniéndose en arrugar su falda por los nervios y posteriormente intentando alisarla con la mano. Por mi parte, en cuanto supe que debajo había una tienda con todo tipo de juegos, poco fue el tiempo que necesité para salir corriendo hacia allí.

Para mi mala suerte mis padres no me dejaron quedarme mucho, ahora solo observaba la escena ausente.

─¿Qué hacéis aquí? ─preguntó al fin el abuelo, sin abrir los ojos y de brazos cruzados.

─Ya te lo conté en un mensaje. ─mi padre tenía la misma actitud, y respondía con el mismo tono de voz.

─Quiero oírlo de tus labios.

─No tenemos donde dormir. ─comenzó a hablar, podía percibir rabia en sus palabras─. La casa aún no está en condiciones habitables.

─¿Y has pensado que mi casa te serviría tras abandonarme 30 años? Suena a chiste.

─Si no quieres acogerme a mí, cosa que prefiero, al menos da cobijo a mi mujer e hijo. ─de reojo pude observar una pequeña reacción por parte de mi madre, no parecía contenta con la idea de abandonar a papá.

─Todavía no te he dado una respuesta. ─abrió los ojos, ambas miradas serias conectaron con enfado.

─No la necesito. Ya te conozco.

─Solo tengo una habitación libre. ─sentenció al fin─. Mi nieto cabría en esa cama.

─Cariño... ─se apresuró a decir mamá, estaba nerviosa y no soportaba más─. Yo iré contigo, seguro que algo arreglamos en casa.

─Está bien cielo, vámonos. ─se levantó y le agradeció de manera casi imperceptible─. Cuídate Yugi.

─Pero... ¿estáis seguro de esto?

─Claro que sí. ─mi madre se agachó para darme un beso en la frente y decirme, para variar, que fuera un chico bueno con mis familiares─. No te acuestes tarde que mañana tienes colegio.

─Sí mamá... ─respondí con pesadez, si algo no soportaba yo era los primeros días de cualquier cosa. Me daba vergüenza ser el centro de atención de todas las miradas y cuchicheos.

La casa se quedó vacía con tras la huída de mis padres, la lluvia hizo desaparecer ambas figuradas caladas. A pesar del poco tiempo que pasaban juntos, se querían con locura, fueron agarrados entre sí para darse calor. ¿No era una pareja con gran determinación? Así lo pensaba yo.

─Como has crecido Yugi. ─la voz de mi abuelo me sacó de mis pensamientos, su mueca había cambiado por completo, veía calidez y comprensión en sus ojos desgastados por la vida.

─Que va... sigo siendo pequeño. ─suspiré, la altura era mi punto débil. Uno de muchos.

─Desde la última que te vi yo no al menos, ven, te diré donde está tu cuarto. ─señaló al fondo del pasillo, la habitación era acogedora, la capa de color parecía fresca. ¿Tal vez alguien vivía aquí antes? Poseía una cama, escritorio, armario y poco más─. ¿Has cenado ya?

─No, aún no hemos podido...

─Entonces iré a preparar algo, espera aquí y deja lo que necesites. ¿Vale? ─asentí, aún no sentía total confianza con ese hombre y su dualidad de rostros. Tan pronto parecía ser la ira reencarnada como un abuelito entrañable. ¿Por qué no se hablará con papá?

Me tumbé en la cama, mirando al techo. Todos estos cambios de golpe me alteraban, me daban la sensación de que el mundo iba a caerse sobre mí para ponerme a prueba. Acaricié mis piernas, para luego agarrarlas con las manos y acurrucarme en la esquina de una cama. Solía hacer esto ante el frío o en momento de estrés que tenía la mente a mil. No obstante, por el rabillo del ojo capté un extraño brillo rojo atravesando la ventana. Me incorporé en seguida, el cristal mostraba una figura difuminada.

─¿Qué narices...? ─me acerqué a ver, comprobando que no había nada. Solo miles de gotas chocando contra la fachada del lugar, observé el cielo con tristeza. Hasta la madrugada no escamparía.

─Yugi, ¡a cenar! ─escuché la voz del abuelo abajo, bajé con cuidado de no ir rodando por las escaleras. Mañana empezaría mi día en el colegio, necesitaba algo intenso para llevar el día.

Pediré un batido de chocolate, doble.

***

La manecilla del reloj no pasaba. Sentado en la cama, miraba fijamente al despertador. Éste parecía intimidado pues los minutos iban más lentos que un caracol con anemia. ¿Cómo puedo estar tan despierto a estas horas? Anoche no dormí bien, la cena con el abuelo pasó rara. Él estaba bien, pero iba saltando de temas como si buscase uno que me interesara. Yo, lógicamente, estaba ocupado por papá y mamá. Después solo pude dar vueltas en la cama hasta la mañana, me harté y me levanté.

Aquí estaba: vestido, con la mochila preparada y maldiciendo a la relatividad del tiempo y al creador de los relojes. ¿Si se puede inventar algo que marque la hora por qué no algo para viajar por el tiempo? ¡Eso sí sería útil!

Cuando al fin llegó la bendición de los dioses, la hora deseada, bajé de un salto y corrí hacia la entrada. Las luces estaban apagadas así que deduje que el abuelo estaría durmiendo. De un susurro me despedí de él y partí en busca del instituto, ¡aventura!

Las calles estaban solitarias, aún húmedas de la tormenta anterior. El olor de la hierba y las flores inundaban muchos parques, podía ver el reflejo del rocío caer desde muchas hojas al suelo. A veces, tras una lluvia torrencial el ambiente se quedaba muy bonito de ver, todo parecía tranquilo e idílico.

─¡Corre! ─escuché un grito femenino a mis espaldas-. ¡Vamos a llegar tarde!

Dos chicas pasaron corriendo a mi lado tras disculparse por haberme empujado, parpadeé sorprendido. Una de ellas me había saltado por encima aprovechando que me había agachado a atarme el cordón de la zapatilla, ¡no era un potro de la clase de gimnasia! Reparé en el uniforme, juraría que eso es mi instituto...

─Si ellas llegan tarde... ¡Ay, mierda! ─salí corriendo yo también avergonzándome de la lentitud mental con la que había deducido algo tan obvio.

Mi cuerpo lanzó alarmas a mi mente, tuve que pararme a tomar bocanadas de aire en la entrada del instituto. Posteriormente, una vez más recuperado y no con la respiración tendiendo de un hilo, comencé a caminar por el espacioso patio. Los chicos jugaban entre sí, escuchaba gritos, risas e incluso peleas. Para creer llegar tarde, aquí había mucha gente tranquilamente sentada.

─¿Eh? ─sentí un pequeño golpe en el pie, en el suelo descansaba un cubo de rubik. Estaba algo movido, juraría que alguien trató de hacerlo y lo tiró al no conseguir nada. Me agaché a recogerlo, estaba prácticamente nuevo.

Empecé a moverlo a medida que andaba con precaución. Manejando bien los colores y las posiciones, era cuestión de una pequeña estrategia. Una vez conseguías tres colores de diferentes casillas tenías mayores probabilidades de dar con la clave y completar una cara, después era repetir el proceso. Sonreí victorioso al conseguirlo, ¡lo tenía! Parece ser que no perdí práctica con estos cachorros.

─¡Oye! ─di un respingón al escuchar una voz llamándome, o al menos creo que se dirigían a mí. Busqué con la mirada, alguna señal de cualquier alumno que me estuviera viviendo más no vi nada. Nuevamente, me asustó una voz a mis espaldas─. ¿Eso que llevas en las manos...?

─¿Esto? ─me di la vuelta para enseñarlo, un chico rubio de pelo alocado y ojos marrones miraba maravillado el objeto. Traté de sacar conversación mas su intensa mueca de admiración me sorprendía tanto que me costaba hilar dos palabras─. ¿Es tuyo?

─Sí, lo tiré hace poco. ¿¡Cómo lo has resuelto!? La única manera en la que yo conseguí ganar a estos cacharros fue despegando los casillas y pegando los colores juntos.

─Es una cuestión de paciencia... ─sonreí ante su solución, parecía ser algo general pues mi antiguo amigo también lo hacía.

─¿Me lo puedo quedar?

─Claro, es tuyo. ─se lo ofrecí. Cuando lo cogió miró a ambos lados y se acercó a susurrarme.

─¿Puedo decir que lo he resuelto yo? ─reprimí una carcajada, no me esperaba esa pregunta ciertamente.

─Por mí no hay problema. ─la mueca de seriedad del chico mutó a uno de alegría absoluta, con crecido ego, fue a mostrarlo al resto de chicas al grito de ser un genio─. Que gracioso.

El pequeño instante de jugar se acabó, intercambiando los amplios patios llenos de vida por los cerrados pasillos con ventanas estrechas que el instituto ofrecía. El lugar se asemejaba a una cárcel, faltaban barrotes fuera y una valla electrificada alrededor. Fui mirando todos los rótulos hasta encontrar la sala de profesores, allí, me podrían guiar a donde tuviese que ir. Estaba muy perdido.

El timbre del instituto sonó, a mis espaldas comencé a escuchar una estampida detrás. Al girar la cabeza pude ver una manada de alumnos corriendo a sus respectivas clase. Supuse que serían todos aquello que reían y bromeaban en el patio del instituto sin fijarse en el reloj. Temí que me atropellasen pero al menos tuve suerte de que tuviesen reflejos y salí ileso tras el paso de la gente. Tosí un poco pues hasta se había formado una nube de polvo tras aquello.

Al menos el entrenamiento de usar el móvil en la calle esquivando coches y ancianos había dado sus frutos para muchos ahí.

─¿Yugi Muto? ─busqué la voz que bramó mi nombre, un profesor de mirada seria me observaba desde gran altura, analizándome con la mirada.

─Sí, soy yo.

─Lo supuse, encajas con las descripción que nos ofreció tu padre. ─indicó con la mano abierta uno de los miles pasillos iguales entre sí─. Ven por aquí, por favor.

Seguí en silencio al hombre, sentía una importante duda pesando en mi espalda. ¿Qué detalles sobre mí le habría dado papá? ¿El niño pequeño con pelos de loco? ¿O el perdido asustado por una manada de alumnos salvajes? Independientemente de eso, sentía el corazón latir a mil a medida que más me acercaba a mi clase. Se me antojaba el camino que hacía alguien condenado a muerte hacia la guillotina. ¡Qué horror!

─Espera aquí por favor. ─el hombre entró en el aula, dio un par de gritos y una vez se calmó la cosa me llamó a pasar dentro. Sujeté la correa de la mochila al sentirme verdaderamente nervioso. Reinaba el silencio y juraría que pronto empezarían a escucharse el sonar de mis latidos por todo el aula─. Él es un nuevo alumno transferido desde otro instituto por una mudanza, Yugi Muto, portaos bien con él.

─Buenos días. ─saludé con educación, sintiéndome algo cohibido. Incluso sentados, la mayoría de todos los alumnos eran más altos que yo. Hasta la cara era mucho más madura y mejor proporcionada. Quería morirme de la vergüenza.

─Bien, siéntate en la mesa del fondo. ─señaló el lugar, fui con la cabeza gacha. Sentía todas las miradas clavarse en mí como miles de aguja. Respiré aliviado al poder sentarme y verificar que el profesor había empezado la clase, los alumnos se dedicaron a atender (mayormente) y mi persona se quedó lejos de las miradas.

No obstante, sentí un escalofrío recorrer mi columna vertebral. Al darme la vuelta encontré unos ojos rojos mirándome intensamente. Sentía que me atravesaban el alma. Abrí los ojos sorprendido. Esa mirada y esos pelos de electroduende... ¡era el chico de anoche!



Hasta aquí ha llegado el capítulo, muchas gracias por leer y si os animáis comentarme qué os parece. Me siento tan emocionado, a saber cuántos capítulos me motivo a escribir XD

Un abrazo para todos, disfrutad del día.

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