EXTRA ESPECIAL, LA PEQUEÑA VANGELIS

YO

Balanceando mis piernitas por estar en el aire y no llegar al suelo desde la silla sentada que estaba, rápidamente la mano de mi hermana Karla se apoyó en la mía y levantando mi vista, su mirada como su rostro me negó a seguir haciéndolo y obedecí, volviendo ambas desde nuestro lugar a seguir escuchando el parloteo del director.

Mejor dicho, el descargo contra nosotras a papá, que y del otro lado de su escritorio escuchaba atento cada gramo de reproche, sin gesticular movimientos con su enorme cuerpo también sentado, pero sí, con su vista azul igual a la de mi hermana mayor, fija en nosotras en el entretanto.

No sé mucho del tiempo, pero duró bastante, porque repetidas veces y aunque procuró disimular Karla, bostezó y me contagiaba, dándome risita, cosa que mi hermana me pedía con más gestos callados que no lo haga.

Tras terminar, papito solo pidió nuevamente las disculpas correspondientes por nuestro mal actuar contra un compañero de colegio de un grado más que yo y que por burlas constantes.

El jodido Mak.

Al enterarse Karla, fue suficiente en un par de noches para que las dos confabuláramos un plan a modo venganza.

Embadurnarlo en su totalidad y en un recreo, del contenido pegajoso de dos botellas de jarabe de chocolate y sin estar conformes luego, plumas que robamos de nuestras almohadas y como broche final y de la mano artística de mi hermana, un cartel pegado en su pecho con la leyenda: 

"Soy una gallina, porque a la mujer se la respeta".

Acto seguido y colgándose sobre su hombro las mochilas de las dos, papá se retiró y con él, nosotras por estar suspendidas como castigo a nuestra fechoría, tomando la mano cada una a las suyas y caminando con él a su lados.

Ya dentro de su camioneta y ayudando a que subamos a la cabina trasera.

Los tres en silencio.

Rodeó la misma para montarse en la del conductor e introduciendo su llave al contacto, encendió su motor haciéndolo rugir levemente y mirarnos luego por el espejo retrovisor.

Y con Karla esperando su regaño, entrelazamos nuestras manos muy calladas.

Suspiró, focalizando sus ojos claros en mí.

Tragué salivita.

- ¿Vangelis, tu pegaste en la nariz a ese muchachito? - Su voz grave me hizo sacudir sobre mi lugar, pero afirmé.

- Sí, papá... - Dije la verdad, porque eso también le hice y al escucharlo, papito rumeó algo que no entendí, porque lo hizo bajo.

- ¿Y lo hiciste sangrar? - Prosiguió y cual yo, buscando auxilio de Karla, la miré y apretando mi manito como apoyo incondicional con la suya, volví a papá y nuevamente afirmé.

Y con eso, desvió su mirada a mi hermana.

- ¿Tú, le enseñaste Karli, cómo golpear a tu hermanita para que se defienda? - Le dijo y pese a que un rubor tiñó las mejillas de mi hermana, no bajó la mirada.

Respetaba y como yo, amábamos mucho a nuestro papito, pero estaba orgullosa como hermana mayor sobreprotectora, de enseñarme a dar zurras a niños que me molestaban con apenas mis siete añitos a cumplir.

Nuestra mamita falleció siendo más pequeña y Karla el día que nací y con una buena diferencia de años, festejó mi llegada, porque pedía siempre un hermanito.

Y quedando los tres solos, ella se hizo cargo de mí, como toda una madraza.

Desde cubrir a papá por su horario de trabajo, siendo a veces imposible que él asista y con su temprana edad, en mis reuniones escolares en el mar de adultos y hablando como tal, hasta cosas propias mías por más niñera de turno que teníamos.

- Sí, papá. - Determinante y como toda respuesta de su parte, cual papito otra vez soltó un largo suspiro al escucharlo, sintiéndose en todo el interior de su camioneta.

- Joder con ustedes, pequeñas... - Y arruguitas en las comisuras de sus ojos color zafiro como Karla se dibujaron, porque estaba sonriendo. - ...bien hecho, estoy orgullosos de ustedes, nenas... - Volteando hacia nosotras para mirarnos y que las dos captemos a lo que iba seguir diciendo, apoyando su fuerte brazo en su respaldo, causando que la tela de su camisa a cuadros se ciña por sus músculos.

Porque papito era grande y fornido como Roger, el novio nuevo de mi hermana por tanta carga y descarga de materiales de la construcción, como maquinaria que vendía en su ferretería.

- A una mujer no se la toca ni con el pétalo de una rosa. Nunca olviden eso. - Nos murmuró. - ¿De acuerdo, pequeñas? - Y ambas respondimos asintiendo consecutivamente a eso y guardando esa oración o aviso en nuestras cabezas.

Cual al chequearlo que comprendimos, nos sonrió y sin más regresando a su postura original, nos marchamos a casa.

Suspensión de días a clases que y aunque lo tomamos como minis vacaciones con Karla, papá nos dio tareas extras de nuestra casa como la limpieza general de su ferretería y depósito a modo castigo.

Cosa que no lo sentimos en realidad las dos, ya que amábamos pasar tiempo con él en todo momento y en la tienda.

Era reservado y de pocas palabras, pero nos queríamos los tres incondicionalmente.

Siempre nos decía que era bueno aprender a escuchar y que era preferible permanecer callado y no parecer un idiota, que hablar mucho y confirmarlo.

Una mañana cumpliendo nuestras sanciones, mientras Karla en el depósito acomodaba parte de una mercadería nueva que llegó el día anterior con ayuda de un empleado, yo lo hacía con canasta en manos, reponiendo unos estantes con pequeñas herramientas en una góndola.

- Pobre familia... - Asomándome y sin dejar de colgar unas pinzas como destornilladores, escucho que una clienta le dice a papá, que detrás del mostrador y poniendo lo comprado por la mujer en una bolsa, le da la razón a lo que sea que hablan.

Creo.

Y sin dejar de colgar cosas.

A algo que dice el periódico, ya que papito como la clienta lo miran por estar en el sobre la mesa de atención.

- Dicen que se suicidó... - Continúa la señora.

- Así, parece... - Acota papá reservado y la mujer acunando su mejilla tristemente y negando, le da la razón.

- Lo que hace el dinero... - Prosigue, chasqueando su lengua mientras recibe el cambio del vuelto de papá, para luego marcharse.

Volviendo con mi canastita vacía, procuro mirar por sobre el mostrador y por más que lo intento en puntita de pies, no llego.

Papá se sonríe por mi actitud y me toma con sus brazos para sentarme en su regazo y así, puedo mirar el periódico abierto y a medio leer por él.

- ¿Qué paso, papito? - Le pregunto y señalo el titular, mientras acaricia mis coletas y ajusta mejor uno de sus moños reteniendo un lado de mi pelo.

- Alguien se fue al cielo, pequeña... - Solo me dice.

- ¿Cómo mamita? - Pregunto y asiente sin mucha explicación.

- ¿Acá? - Mi dedito toca la imagen impresa y que es titular.

No comprendo mucho, pero es la fotografía de un inmenso lugar y espacio verde parquizado que deletreando despacito, leo que dice cementerio y hoy en ese lugar, la persona va al cielo.

No es donde está mamita, pero parecido.

Y viendo que toma nota de la dirección, sigo con mis preguntas.

- ¿Vas a ir?

- No a su viaje al cielo, porque no conozco a la persona. Pero sí, llevar un pedido, hija. - Corta el troquel y lo guarda en un bolsillo de su camisa, seguido a bajarme para empezar con el mismo.

Lo miro desde abajo.

- ¿Puedo ir? - Pregunto y siguiéndolo, mientras le pide a otro empleado que cargue con él las cosas de la lista.

Voltea y me mira largamente.

-¿Ir?

- Quiero conocer ese parque. - Entusiasmada en pensar si hay flores.

Me gustan mucho las flores de todos los tamaños, formas y colores.

En especial los girasoles.

Y bufa tras deliberar unos segundos, haciendo un gesto a que lo siga a su camioneta y palmoteo feliz dando saltitos, mientras avisamos a Karla que ya volvemos.

Porque en solo pensar de ver muchas flores, soy muy feliz.

- Guau... - Largo sin poder retener mi felicidad y por sobre mi ventanilla abierta, mientras la camioneta circula despacio al llegar y adentrarse al parque.

No me da miedo notando las lápidas, porque como nuestra mamita, descansan y nadie los olvida por estar rodeados de flores y recuerdos.

- No te alejes mucho. - Papá me dice cuando bajamos y lo recibe un empleado estrechando su mano.

Yo señalo con mi dedito a una distancia.

- ¿Puedo ir hasta esas flores? - Le pregunto entusiasmada.

Entre unas colinas, donde árboles hacen un claro y en su base se llena de ellas.

Mi papá le consulta con la mirada al empleado y este afirma sonriendo.

- Solo un momento, Vangelis. - Me dice y sacudo mi cabeza obediente, para luego caminar a ese lugar.

Recorro cada parcela siguiendo el caminito de césped y sin pisar donde no debo.

Logro leer algunos nombres como ver los que tienen fotografías incrustadas en sus lápidas y les doy los buenos días, como también alabando las bonitas flores que tienen y acaricio algunas suavemente mientras prosigo con mi caminata saltarina.

Pero en mitad de una de las colinas.

La que está libre, solo parquizada y muy grandota en tamaño, me detengo.

No solo por el único arbolito en su cúspide.

Me inclino sobre mis rodillas para mirarlo.

- ¡Un arbolito bebé! - Chillo emocionada.

Sino.

Porque desde su altura y estoy, se ve casi todo el cementerio parque hacia abajo.

Como un hombre del lugar y ancianito acarreando una carretilla y pala, hace su labor.

También desde otro sector, familiares visitan a su ser querido como cuando lo hacemos con papá y mi hermana a nuestra mamita.

Volteo hacia el lado contrario y me siento un ratito.

Distingo un grupo de personas despidiendo a alguien en ese momento.

Y hago sombra a mis ojos con mis manitos, porque el sol completamente despejado y de frente me obstaculiza con su brillo un poco.

Y sip.

Lo están haciendo, mientras pienso si es la persona que va al cielo y que comentaban hoy papito y la señora en la ferretería.

Y yo también uno mis manos como veo que lo hacen muchos para despedir a esa persona, cerrando mis ojitos unos segundos.

Que al abrirlos después, noto como muchos ya empiezan a dispersarse sobre abrazos y saludos cariñosos.

Inclino mi cabeza.

Menos un chico vestido de negro como casi todos.

Apoyo mi barbilla sobre mi puño.

Que se aleja de la gente y aunque no lo puedo distinguir bien desde mi distancia y altura.

Siento mucha tristeza en su rostro, mientras deambula por el lugar y más se distancia del resto.

Es alto.

Mucho.

Y por más cuerpo parecido a papá, debe ser un poco mayor que Karla o tal vez la misma edad.

Su postura lo acusa, como al divisar tras hacer a un lado y de un movimiento despejando su rostro un mechón ondulado y algo largo que cubría su frente y parte de sus ojos.

- ¿Qué color de ojos tendrá? - Digo muy bajito.

No lo sé, pero parecen claros.

Dudo con una mueca.

¿O oscuros?

Ni idea.

Me levanto sacudiendo mi falda de tierra y dejos de hojitas para seguir mi camino.

Pero antes de marcharme y notando que el chico viene con sus pasos lentos a mi dirección y sin notar mi presencia, lo miro por última vez y sobre un hombro.

Porque su pesar la siento y me llega, dándome ganas de regalarle un ramos de flores para que alegre su corazón.

Y pienso sin dejar de alejarme en los girasoles de la señora Elda, nuestra vecina que se inunda su jardín en octubre de ellas y siempre me regala, porque sabe lo mucho que me gustan.

Aunque sea, una regalarle y que me la acepte.

Miro el cielo despejado, mientras bajo la colina por el lado contrario y retomando el senderito.

Para que el girasol le recuerde como este día soleado.

Volteo ya lejos del chico, pero diviso su bonita silueta hablando ahora con el señor de la carretilla y que señala con un dedo el arbolito bebé.

Cada rayo de él, con su calor.

Y en solo imaginarlo feliz por eso, suelto una risa.

Río alegre y con más ganas, divisando a mi papá querido buscándome y que al verme, también se sonríe, inclinado como abriendo sus brazos para que corra a él.

Y eso hago, recibiéndome entre ellos y alzándome con cariño.

- ¿Veo que te divertiste? - Me dice, mientras vamos a su camioneta.

Rodeo su cuello con mis manitas, asintiendo, pero señalo hacia una de la colinas.

La que tenía el arbolito bebé.

- Vi un chico triste...

- ¿Hablaste con él? - Abre la puerta trasera para que suba y me abrocha el cinturón.

Niego.

- No, pero quería regalarle una flor para que no tenga más tristezas, papi...

Y me mira raro sobre la puerta.

- Rayos, tú ahora también con novio? - Divertido, tocando la punta de mi nariz. - Jovencita, todavía es muy pequeña para eso, a esperar la edad de su hermana. - Me dice y río a carcajadas con mis manos al aire, negando.

- ¡Que asco! - Exclamo riendo con él. - ¡Era un viejo!

- ¿Viejo?

Digo que sí.

- Como Karla y Roger. - Formulo, haciendo que ría mientras sube al coche.

- ¿Unos 17 años?

Afirmo, arrugando mi nariz y lo hace reír más, comenzando a conducir.

Sí.

Un viejo como mi hermana y su novio.

Sin embargo, esa noche soñé con él.

Y no recuerdo mucho por más que lo intenté en la mañana siguiente, mientras Karla me servía mi leche con cereal para desayuno.

Solo vagamente que el chico y estando uno frente al otro en un inmenso lugar.

Como en el interior de un bonito edificio, con sus tan blancas paredes como pisos y enormes vidrios laterales dejando pasar el sol con sus rayos a través de él, iluminando todo y a nosotros.

Aceptando mi deseo de la mañana al verlo.

Un girasol que mi mano extendida le obsequiaba y él con la suya e inclinándose por mi bajita altura y llegarle a la cintura, la tomaba con cuidado y hasta sonriendo agradecido en su silencio.

Lo hacía y mucho.

Pero sin recordar por más fuerza que hice en saber.

De que color eran sus ojos...


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top