EXTRA ESPECIAL DE LA MONJA, SE CONCRETA

El alba como primera luz del amanecer, se hace presente antes de salir el sol.

Uno, que como astro rey que es, brillará con su oro por el baticinio de un día libre de nubes.

Y con ello, desde el sector de la aldea, el gallinero, que ubicado con su construcción de madera y una improvisada mampara de tejido sobre los primeros cacareos, el gallo comienza con sus buenos días.

También la gente del poblado y en especial los ancianos como buenos madrugadores, calzando sus bolsas o vasijas de barro encima de su cabezas, para comenzar con la jornada.

Perros lo acompañan a ese trajin como otros al compañero de jornada siguiendo sus pasos.

Burros o vacas de carga, llevando los alimentos a vender al pueblo siguiente o vecino aledaño.

La calma de la mañana y una siempre cotidiana en una de las granjas vecinas del poblado africano, se perturba con otro frecuente y al abrirse la puerta de entrada de la casa principal.

Por la salida precipitada de cuatros niños e inclunsive un quinto más pequeño en brazos de su madre, algo negado en un principio de soltar los brazos de ella.

Pero, luego contagiado por la alegría de sus hermanos que lo llaman metros más adelante y ya, en el camino que conduce al pueblo como escuela y alientan con las manos libres de los cuadernos como libros que cargan, bajo un beso de despedida de su mamá, terminante pide que lo baje para sumarse a ellos.

Corre feliz y más, al ser felicitado por sus hermanitos por su decisión con apenas poco más de 5 años de edad.

Madre como hermanos, están muy orgullosos.

PAOLA

Imposible que no me sienta satisfecha y que vea un poco nubladito de la emoción, al ver mis hijos felices como se marchan a su primer día de clases.

Los cinco, ya que Yuu inclusive, hoy comienza.

No queda lejos.

Ok.

Para nada.

Pocos metros la realidad, ya que siguiendo algo el camino principal de tierra y pasando el octavo Baobad.

Sí, los he contado.

Uno de muchos de esos árboles con sus especies que tapizan nuestro poblado como la misma África querida y cual, veneramos como protegemos cada habitante de nuestro continente, ya que la leyenda bien lo dice y sé, que es verdad, porque estamos presente ante el primer árbol que nuestro Dios creó.

Y nostalgia me copa por haber querido acompañarlos y como en todo colegio occidental, despedirlos en la entrada.

Pero, eso ya hicimos en la apertura y a partir de hoy, comienzan solos y acoplándose con ellos, más niños y compañeros que se suman en el corto trayecto.

Mi vista baja para mirar a Fernanda que a la par mía, mira ese movimiento tanto como yo.

- Creo, que si llegamos hasta el tercer Baobad... - Le digo con una idea. - ...tendríamos una excelente vista de ellos en la escuela. - Le consulto mis ganas de echar otro vistacito de mis hijos.

Y ríe.

Ok, otra vez.

No lo hace Fernanda.

Aunque Fer con su fortaleza y constancia de que es perro a conseguido en su cloqueo, parecer lo más cercano a un ladrido.

No aprendió a reír a carcajadas y del tipo humano.

No me extrañaría si lo lograra, como dije, es muy perseverante.

Lo hace la persona que aparece con su risa por un lado de nuestra casa y se apoya contra una ventana, mientras limpia sus manos por haber estado reparando algo.

Juan.

O como me gusta decirle, ya que fue los que nos hizo encontrar definitivamente, sobre mi insistencia desde mis 11 años de edad y jamás decaer como perder las esperanzas.

Capitán.

Y estoy en la disyuntiva de morirme de amor por lo lindo que se ve.

Ya lejos de la milicia por retirarse un par de años atrás.

O en su defecto, mirarlo feo por su risa divertida, frente a mi pesar y espionaje a nuestros hijos.

Dejó su pelo crecer, lejos de ese corte riguroso y militar que la armada exige.

Llevándolo ahora, cayendo sobre sus lados tal cual lo conocí de niña y el gris propio de su edad, se mezcla con su castaño claro de una manera babasónica para cualquier mujer humana.

Y las no, también.

¿Por qué, no?

Soy de las personas que ferviente creen que no podemos estar solos en el universo.

Pero como el Capitán es mío, decido en mi dilema mirarlo al estilo enamorada como y siempre, desde hace poco más de 17 años.

Y se sonríe más por eso, dejando el trapo sobre unos de sus hombros para buscar algo de bolsillo trasero de su jeans.

Y al extenderlo frente a mí, un papel doblado que lo tomo y abro para leer su contenido.

- Parece un encargo. - Solo me dice y acercándose para leer como yo.

Cosa que afirmo.

Lo es y para mí.

Ya que trabajo como delivery.

Sí.

Aunque parece irrisorio mi nuevo talento y más, siendo enfermera.

Cosa que aún y también me dedico, pero en forma particular y a domicilio cuando me solicitan.

Soy una chica delivery.

Y lo que comenzó para risas de mi amiga como Camilo, cuando contaba mi emprendimiento totalmente emocionada en una cena mientras nuestros hijos.

Clarence, el pequeño de ellos con nuestros niños.

Pero alentándome ambos, al igual que mi Capitán con su siempre seriedad desde su silla muy orgulloso de mí.

Resultó ser en un lugar como nuestro poblado donde nos mudamos y hasta el aledaño como el que está pegadito a ese y a dos elefantes de distancia, un suceso.

Ya que, parece.

Porque lo analicé de igual manera, aunque jamás pronosticando su éxito.

Una victoria y siendo muy bien recibido, mi nueva tarea de hacer mejor para nuestra gente y ahora clientela, que cómodamente llegue a sus hogares y tribus, lo que me soliciten a mi agencia.

Sí, porque y ya con un año funcionando, se convirtió en eso.

Comenzando yo sola en mi customizada motoneta de siempre y amo, cual, gracias a Juan es una señora moto dos tiempo con una bonita mochila detrás.

Pero que y bajo mucha demanda transcurriendo las semanas, ahora somos una flota.

Sí, de vuelta.

Ya que tengo dos compañeros más que me ayudan y reparten a la par mía en el día.

Monchito en su burro.

En realidad se llama Monmamaushiika, pero siendo su nombre tan largo y difícil a la hora de llamarlo, cariñosamente le digo Monchi.

Y por último, Min.

Como nuestro Yuu, simple y conciso su nombre.

Min a secas.

Impresionante nombre como su fuerza y siendo lo contrario su significado por su enorme tamaño, ya que Min lo es.

Es gigante, tosco y hasta temible por donde se lo mire con sus casi dos metros de altura, voluminoso pelo negro, moreno y africano.

Y más cuando utiliza y como toda tracción a sangre, a él mismo con sus poderosas manos para empujar su carro que él construyó.

No usa un burro como Monchito o un Sanga como cualquiera del pueblo.

Bobinos genéticamente de acá y diferenciados de sus familiares por su capacidad, tamaño de cuernos y cuerpo.

Pero lo que tiene Min de colosal, también de tierno.

Porque es una mole de calidez y ternura africana.

Agencia de marca registrada, que y como bien mencioné antes, muy exitosamente recibida, cual el logo de la mochila roja de víveres de mi moto lo avala con Pucca dibujada a un lado y promocionando como señalando y se llama "Pedíselo ya a Pao".

- Es para un tal, Budurwa Mafi Kyau... - Le leo el destino a Juan. 

Le intento pronunciar lo mejor que puedo al nombre y apellido.

En África hay muchos idiomas, diríamos y no exagero de 2,000 lenguas y este, aunque sé que es uno, no tengo idea cual de todos ellos puede llegar a ser.

- Parece el Hausa. - Juan me dice, tomando más atención. - Creo reconocerlo, por operativos que tuvimos con Camilo en el occidente...

Pero, de golpe miro tanto el papel que sostengo como la puerta de casa todavía abierta.

- ¿Raro que no sonó el telefóno? - Hablo por el fijo de casa y hasta chequeo mi celular, pero nada.

Ningún mensaje a mis pedidos, porque muchas veces llaman para saber el seguimiento o agregar otra cosa.

- Se acercó un joven temprano en la mañana, mientras salía de casa y en dirección al granero para reparar el barandal interno. - Juan me dice y la verdad, no me sorprende.

Porque muchos lo hacen a modo favor y dejando el pedido escrito al venir al pueblo por algo y yo, entregue al día siguiente a mis clientes.

Aunque en este lado de África.

Y por tal, mi idea de este emprendimiento.

La era del celular ya está en muchos hogares a la orden del día.

Y tribus, aunque respetan como sus antepasados, su cultura y forma de llevar sus vidas.

La realidad, que un porcentaje ya tienen uno.

Lo cercioré yo misma una vez que en medio de la nada y regresando justamente de una visita médica, a un costado del camino y ya con varios kilómetros de camino regresando a casa y en compañía de Fernanda, me detuve por desinflarse de lleno la rueda delantera.

Sin batería al chequear mi móvil, tomando asiento en la orilla y viendo una alegre manada de cebras corretear a la distancia esperé el milagro, bajo un caluroso sol africano.

Uno, de algún camión y buen vecino samaritano que pase.

Pero para mi sorpresa fue y siendo su silueta más nítida a medida que con sus ancianos pasos y con ayuda de una vara de rama a modo bastón y a la distancia se acercaba más, donde Fer y yo estábamos varadas.

Un viejito de una tribu aledaña con sus prendas propias de ella en sus tonos naranjas y colgando de su cuello como muñecas, joyería artesanal de su cultura al igual que una, atravesando su nariz.

Se detuvo al llegar hasta mí, y sin necesidad que yo diga algo por notar mi percanse, pero cual y poniéndome de pie, salude con una reverencia.

Y mirando tanto a Fernanda, mi moto con su rueda desinflada, para luego a mi persona en su silencio, como todo anciano sabio de su clan milenario.

Acto seguido y buscando algo su viejita mano dentro de la toba que llevaba puesta.

Asombro.

Sacó un celular y buscando entre sus contactos de Whatsapp bajo el nombre werktuigkundige (mecánico) y hablar brevemente, un rato después y yo, agradeciéndole muchas veces, apareció una camioneta como la edad de mi ancianito salvador y de la mano de un muchacho para brindarme el servicio de auxilio mecánico.

- Son varias cosas a recoger... - Juan prosigue, traduciendo como puede el hausa con un bolígrafo que saca de un bolsillo y me anota en un costado. - ...para llevar todo al destino...

- Puedo con ello. - Le digo y con un puño en alto por optimismo.

- Lo sé... - Sonriente mi Capitán me aprueba en el momento que vemos y a horario laboral, Monchito con burro y Min con su carro aparecen para trabajar.

Y no pierdo tiempo, acomodando mejor mi pelo ya lejos de cofia de novicia y haciendo una coleta, entro a casa para buscar mi libreta de pedidos que dejé en la mesa, para empezar a dividir nuestras labores como mi casco.

Saliendo afuera me sumo a Juan que habla con los chicos, mientras entrego una hoja a cada uno.

Con el que me entregó mi Capitán, solo hay tres, cual compartimos, pero tomando yo el último por ser a su vez, varios hasta llegar a su destino y en motoneta es más fácil.

- Todos... - Casualidad. - ...antes del mediodía. - Les digo a mis compañeros el tiempo límite de entrega.

Monchi ya montado en su burrito asiente sonriente y Min tomando mejor su carreta en sus poderosos brazos lo imita, guardando el papel.

Volteo a Juan, igual algo preocupada.

Y lo comprende.

La hora interfiere con el almuerzo y llegada luego de nuestros hijos después del colegio y puede que demore.

Me ayuda a ponerme el casco y él mismo, verificar que esté bien abrochado bajo mi barbilla.

Luego y con cariño, golpea por arriba de este.

- Yo me encargo de todo, perlita... - Sonríe. - ...cumple y llega a tiempo para ese cliente satisfecho al mediodía...

Pero con tres pasos ya dado hacia mi motoneta descansando bajo la sombra de un árbol más un besito de despedida, giro nuevamente sobre mis pies por otra cosa que olvido al sentir mi bolsito que cruza mi pecho muy liviano.

- ¡Mi diario! - Exclamo, corriendo al interior de casa nuevamente y sin darle tiempo a Juan a que pueda decir algo.

Minuto después aparezco extrañada y con mueca haciendo memoria, ya que no lo encuentro por ningún lado.

Aunque ya tiempo atrás lo había extraviado en ese mercado turco y locamente el destino hizo que mi Capitán lo encotrara y tuviera él hasta que me lo devolvió.

Es extrañamente raro que no lo localice en la casa misma.

No es una mansión de grande y más, cuando la realidad, lo tenía ayer entre mis manos luego de la cena y tras bañar los niños y arroparlos en su cama.

Yo aún, sigo escribiendo en él cada día.

Frases o palabras que identificaron mi día con mi familia, al igual que en su costado y en varias, fotografías nuestras como también, algún dibujo de los niños.

Y por eso, ya no le quedaba a mi viejo diario muchas hojas.

Tal vez, dos o una sola.

Pero colmado o pidiendo jubilación, me gusta cargarlo conmigo a donde vaya para plasmar algo en su momento exacto, si ocurre algo y merece ser escrito.

- ¿No lo encuentras? - Juan por ver mi cara, pregunta y sacudo mi cabeza negando. - No te preocupes, a lo mejor Yuu lo puso entre sus juguetes, así lo hizo con las llaves del Jeep. - Eso es verdad. - Lo buscaré por ti... 

Afirmo regresando a la motoneta.

Perdido no está, ya que solo hay que encontrarlo en que parte de la casa se lo puede localizar.

A ciencia cierta, anoche estaba muy cansada y yo misma pude al terminar de escribir en él, haberlo puesto en cualquier lado, pero mi cerebro registró que lo hice sobre la mesa.

La patada poderosa que le doy a la moto y su motor rugiendo.

No como antes que asustaba a medio pueblo y en un principio, creían que tanto ella como yo estábamos poseídas.

Interfiere el silencio agradable, pero como siempre cuando comienzo mi jornada de chica delivery, despidiéndonos con mi Capitán.

Él a sus labores de arreglo notando cierto apuro en sus pasos al ver que me marcho junto a Fernanda, ya que compramos una especie de granja que le faltan ciertas reparaciones y sin mencionar que Juan encontró en el cultivo de hortalizas dos cosas, luego de su retiro de la milicia.

Un pasatiempo primero.

Y los segundo, comenzando con algo de pocos metros, para luego en una importante extensión de nuestra granja, en uno de los mejores huertos de la zona, siendo muy ponderadas sus hortalizas para la compra de varios mercados, tanto de nuestro pueblo como los aledaños.

Ya en viaje, voy a la primera de tres demanda del cliente.

Que busque unas flores en un domicilio.

Cosa que no me lleva tiempo, porque no es muy lejos.

Me recibe una aldeana muy amable, cual conozco por muchas veces ella con marido venir a mi casa o yo al de ella a tomarle la presión.

Son muy ancianitos y aunque nunca su paga por vivir de lo que producen, es poquita.

Lo hacen por más que me niegue, con los mejores huevos de granja del lugar.

Al reconocerme y pese a su edad, juvenil corre al interior de su casa para traer con sus manos lo que envuelto en hojas de papel, pero mostrando algo al salirse de un extremo, lo que parecen flores recolectadas.

- ¡Qué lindas! - Imposible que no exclame, al tomarlas.

Porque tanto su aroma fresco y silvestre como sus colores, son impresionantes.

Con cuidado y abriendo mi mochila de pedidos, lo introdujo en su interior.

Montada otra vez y encendiendo la motoneta, la despido con mi mano y la anciana me lo devuelve, seguido a meterse pronta a su casa y lo comprendo.

El sudor que yo misma tengo lo confirma.

Hace mucho calor por más hora mediana ya de la mañana.

Y con una acelerada y previamente haber ojeado ligero otra vez el papel por mi segundo pedido para el tal Budurwa Mafi Kyau, me interno en la calle y dirección zona comercial del pueblo.

Donde el abasto de mercados con sus tiendas brindan sus ventas.

Y al llegar y estacionar entre docenas de docenas de motos y bicicleta la mía, como mi casco encima y siempre cada vez que vengo, me encuentro entre en su calle comercial atestada de gente, tanto de los puestos exponiendo como personas comprando.

Muchos me conocen y me saludan a medida que paso entre ellos y lo devuelvo de la misma manera, mientras saco el papel nuevamente para leer específicamente el segundo pedido.

Algo que recuerde o pertenezca al mar, dice.

Y me detengo de golpe al leerlo detenidamente, causando que un vecino, casi me lleve puesta y por eso pido perdón.

Juan se tomó la molestía de traducirme en base a lo poco y que supuestamente escrito en la lengua Hausa estaba escrito el pedido.

- ¿Algo que pertenezca o recuerde el mar? - Repito, procurando comprender.

Y rasco mi cabeza, porque la verdad, no sé como interpretar esto.

- ¿Será comida? - Me hablo a mí, misma. - ¿Pescado? - Me giro sobre el lugar para encaminarme a la parte de venta de carne blanca.

Y ya decidida, lo hago.

Eso debe ser, porque otro sentido.

Seco un poco el sudor de mi frente.

No le encuentro.

Y me encamino directo a eso.

Pero, otra duda me llega.

¿Pero si fuera ello, no habría un número por la cantidad o su peso?

Vuelvo al papel y tanto el escrito como la letra de Juan no lo tiene.

Y bufo sin saber que hacer, mirando la hora.

Solo tengo un poco más de una hora para el mediodía.

Mierda.

Y en el momento que estoy cayendo en una depresión gerencial por mi disyuntiva y mediante un triste suspiro, mis ojos se depositan en el puesto que tengo casi frente a mí.

Y olvidando por un momento mi situación, me acerco para admirar lo que vende la señora del lugar.

Cosa que también me es familiar los objetos que tiene, ya que una vez babee paseando con mi Capitán y los niños, por las bonitas gemas, piedras preciosas naturales y hasta caracoles vendiendo.

Pero todos esos productos artesanalmente hechos para adornos, anexados con agilidad, sea para la casa o como lo que levanto pidiendo permiso antes.

Una pulsera y solo colgando de ella, únicamente un piedra de mar en color azul.

Cual, asímismo lo reconozco ahora, porque fue lo que esa vez anterior idolatré de lindo y tanto Juan y hasta Gxfsrits.

Nuestra hija.

Le encantó de igual manera.

- Mar... - Murmuro sobre la pulsera mirando y mi rostro, se ilumina feliz por dos cosas.

Una, por el recuerdo de esa playa de vacaciones y la misma siendo una niña, me hizo conocer al Capitán.

Misma que siempre y en su fecha única, cada año nos veíamos hasta que el destino dijo basta.

Pero a la vez, pausa necesaría para que ella y nuevamente siendo sabia, volver a llevarnos uno junto al otro.

Y lo siguiente, mientras pregunto su precio y sacando mi monederito, lo compro.

Porque creo que es lo más cercano al pedido del cliente.

Cosa que, si no lo es.

Pido más detalle y muy feliz me quedo yo con la pulserita.

Pero creo que voy por buen camino.

Porque las flores y este obsequio van de la mano y supongo que Budurwa Mafi Kyau es una mujer y un admirador o mejor aún.

Me emociono festejando sobre mi lugar, ya con el paquetito entregado.

A lo mejor su futuro prometido.

Es común acá, que él como su familia quieran conquistar a la hija de otra, con regalos, ciertas atenciones y hasta se crea o no, con animales.

De mucho tiempo pasado y por generaciones, aún sigue muy de moda regalar cabezas de ganados para demostrar su interés como también, el buen poder adquisitivo y el patrimonio que posee.

Por eso y ya llegando a mi motoneta y poniendo junto a la flores la pulsera y cerrando esta.

Continuo a una vez arriba y poniéndome el casco.

Dirigirme a mi tercer y último encargo, mientras me interno en la calle atestada de gentío.

Cual, no me lleva mucho tiempo, porque es una especie de librería y al verme el dueño y reconocerme como delivery, saca de abajo de su mostrador lo que prolijamente con papel ya está envuelto.

Le agradezco y aunque no sé, lo que puede llegar a ser, traduzco que un libro por su forma y peso, que al salir y al igual que las flores y la pulserita, adentro este paquete también.

Vuelvo a chequear la hora y feliz, exhalo.

Pocos minutos para el mediodía.

Perfecto.

Y otra vez arriba de mi querida motoneta, me dirijo con los pedidos a su destinatario.

Para quedar llegando a la dirección.

¿Cómo lo explico?

Algo perpleja y sin mucho comprender.

Porque y aunque llegué a tiempo, me tomo la molestia de seguir sentada sobre mi moto, mirando tanto el papel como la fachada que tengo en frente.

¿La parroquia cristiana?

¿Budurwa Mafi Kyau, es el cura?

¿Era un hombre?

¿Es para el ministro, las flores, la pulsera y el paquete envuelto?

¿Recuerdan que de chica casaba a todo el mundo, porque y hasta ahora, amo ese sacramento?

Esa hermosa consumación entre dos personas, como me imaginé momentos antes que cierto prometido o amante estaba pretendiendo a la que yo pensaba mujer, pero resultó ser un padrecito.

Resoplando por mi fracaso de historia romance que había imaginado, desciendo y saco los tres pedidos, seguido ya con ellos cargando y dejando mi casco, en golpear la puerta lateral del santuario.

Pero por más golpecitos que doy, nadie me responde del otro lado.

Por eso y mientras miro como alegre un burrito come algo de césped donde lo dejaron atado.

Unos metros de la iglesia.

Le sonrío en su almuerzo, ya que me recuerda al de Monchito.

La doble puerta de entrada me reciben abiertas de par en par, deduciendo con ello, que el padre debe estar dentro oficiando algo, porque a medida que camino, puedo llegar a sentir murmullos.

Poca gente, pero hay.

Tal vez algunos adeptos, quedando luego de una misa para conversar con el párroco y me hace sonreír.

Porque sé, de eso, cuando y antes de decidirme en mis comienzos de noviciado, yo hablaba mucho con el cura de mi pueblo.

Con cada paso que doy ya dentro y en el camino que hacen por estar de cada uno de mis lados las bancas, me doy cuenta que tenía razón.

Abro mis ojos.

Y más.

Porque, no solo era verdad mi pronóstico de poca gente.

Ya que los son y ocupándolos sentados las dos primeras filas y un par, de pie junto al padre.

Sino, también.

Que los reconozco y al hacerlo, mis pies se detienen de su andar súbitamente.

Y yo en el medio de esas aguas divididas por las bancas con su gente.

Carajo.

Y hago mentalmente la señal de la cruz, por ser zona Santa.

Mi familia.

Sí.

Y miro más en general y a cada uno.

También amigos.

Rocío y Camilo con su pequeño hijo.

Y sentados en primera fila pero al verme, corren hasta mí.

Mis hijos.

Yuu, Ghtuaa, Gxfsrits, Jumchedirff y Kulmnachuv.

Todavía llevan sus uniformes escolares puestos y se arrugan algo por el abrazo que me dan.

No termino de comprender, pero la que me ayuda es mi propia amiga que entregando al pequeño Clarence que dormitaba en sus brazos a Camilo, se pone de pie y sonriente, camina hacía mí.

- ¿Qué sucede? - Le pregunto sin soltar mis niños con su abrazo.

- Sorpresa... - Apenas por lágrimas la doc me dice con otro abrazo, pero el de ella ligero que no quita cariño, seguido de tomar las manos de mis hijos y a Yuu en sus brazos, cual obedientes y comprendiendo a lo que ella con un gesto silencioso dice, la obedecen callados y también muy sonrientes para dar paso a alguien.

Un alguien que se acerca y puedo ver, cuando la doc como los niños haciéndose a un lado y permitiéndole paso, lo observo venir hasta donde sigo y no me puedo mover.

Y menos, hasta el punto que ahora siento que mis piernas pueden fallar, cuando sé quién es.

Mi Capitán.

Él, acercándose con sus pasos tranquilos para detenerse al llegar donde estoy y lo que me hace lagrimear y tengo que ahogar un grito de emoción y como puedo, con mis manos ocupadas por los paquetes.

No lleva su uniforme militar del comando especial y Capitán de escuadrón, cuando nos volvimos a encontrar en el poblado.

Tampoco el de servicio con todas sus insignias en hombros como pechera, mientras apoyado en ese camión militar, cual cargaba mi vieja motoneta totalmente restaurada me esperaba para regresar a mí, la noche de la carreras de motos.

De igual manera, meno aún, sus jeans o pantalones como cualquier prenda de casa.

No.

Lagrimeo más.

Viste su primer uniforme.

El de un simple cabo de hace muchos años atrás y el que conocí, cuando empezó a construir su sueño en la milicia.

Camiseta como pantalón del tono de la tierra que nos reunió y vivimos.

Color arena.

El Juan.

El simple Juan y chico de la playa que cada año y siempre misma fecha de verano, él y yo nos encotrábamos.

No hablo, él tampoco.

Su sonrisa lo dice todo para que comprenda lo que va a ocurrir, mientras toma dos de los paquetes de mis manos y dejarlos unos momentos sobre una de las bancas.

El de la librería y puesto de venta.

Solo deja en mis manos las flores.

- ¿Sabes quién es Budurwa Mafi Kyau, perlita? - Me dice con una caricia en un lado de mi pelo y niego confusa.

Pero con las miradas de todos muy sonrientes, igual respondo.

- Pensé que era una mujer a quién alguien le enviaba estos pedidos... - Miro por sobre su hombro al párroco a unos metros delante nuestro. - ...pero, luego deduje que es el nombre del padrecito. - Prosigo y mis palabras lo hacen reír a él como a Camilo.

Juan niega y me señala.

Asombrada exclamo.

- ¿Es mi nombre y apellido en Hausa? - Me encantó.

Se escucha importante con ese idioma.

Y el turno de Juan de reír, ahora con el cura y su mejor amigo.

Vuelve a negar.

- No es ningún nombre como apellido, perlita... - Sigue. - ...en el idioma afrikáans, es lo que yo estoy viendo y vas a ser... - Y notando mi mudes, continúa feliz. - Budurwa Mafi Kyau, significa en su lengua y para mí... - Hace un gesto y noto como Monchi se acerca y de su mochila de "Pedíselo ya a Pao", saca lo que parece un velo y tímido como también feliz, se lo entrega para que Juan me lo ponga con cuidado sobre mi cabeza, para luego volver a su asiento en la banca. - ...la novia más bonita... - Traduce.

Y un llanto de emoción se escucha.

- Mierda... - Dice Camilo, limpiando sus ojos con el hombro de su hijo en regazo. Nos mira. - ...lo siento... - Se deja abrazar por Rocío a su lado, riendo.

Pero el turno del tierno como colosal Min nos interrumpe, que ya de pie y abriendo su mochila de pedidos que nunca abandonó sus poderosos brazos, camina hasta donde estamos.

Le entrega a Juan una cajita que a comparación de su mole, parece más pequeña.

Juan la toma y lo abre frente a mí.

Es un bonita alianza.

Nada descomunal ni tampoco con piedra.

Ya que mi Capitán como yo, no nos agrada por lo que sabemos, lo que el diamante es en este contienente.

Solo y simplemente, una hermoso anillo de oro.

- ¿Entonces? - Me dice. - ¿Me voy a casar con una monja? - Ríe. - ¿Te casarías conmigo, perlita?

Y miro a todos.

Inclusive a Fernanda que atenta al lado de Rocío observa.

Y ya no me contengo.

Lloro y salto de felicidad sobre mi lugar, mientras le digo sí.

Muchos sí, sin importarme que mis chillidos de alegría se hagan eco en todo el interior de la capilla y al ritmo de las campanadas que comienzan a sonar en ese instante, como el festejo de todos.

El segundo pedido por mí, es abierto.

- Toda novia necesita algo azul y sabía que podías encontrar algo que a su vez, nos uniera. - Juan me pone como ajuar la pulserita en ese color mar.

Para luego y tomando la mano que ya mi anular lleva el anillo como esta, me lleva hasta el altar donde el párroco nos espera sonriente, abriendo el último paquete frente a todos.

El de la librería y suponía que era un libro por forma y peso.

Pero, parecido a verlo cuando me lo muestra.

Mis ojos se cuajan al palpar su tapa.

Ya que, es un cuaderno.

Sí.

Un nuevo diario con hojas blancas y diseños de Pucca.

Pero con la diferencia en su diseños como dibujos, que mi antiguo cuaderno era solo de ella.

Lloro.

Este tiene tanto a ella como a Garú, su compañero de vida y siempre.

Siempre.

Primer amor y único a amor.

Lo miro.

Como nosotros mismos.

- El anterior, ya no le quedaba hojas... - Me dice y es verdad eso. - ...es hora que escribas uno nuevo y el de nuestra familia... - Concluye.

Finaliza y sellando, mientras el cura nos bendice.

Con un beso.

Uno, lleno de amor como el de hace 16 años atrás, también de testigo en una capilla...

JUAN

Dicen que el amor siempre nos rodea.

Desde que nacemos y tenemos el primer contacto con el mundo, con simple toque del primer abrazo de tu madre.

La sonrisa y beso al cargarte tu padre.

Y hasta del equipo médico que ayudó a recibirte.

Familiares y amigos transcurriendo el tiempo.

Trabajo. 

Y con ello y los días pasando, tu vida misma.

Y no hace falta demostrarlo con palabras, ya que no se lo dignifica, honra como menciona.

Porque, solo tienes que sentirlo.

En un abrazo.

Un beso de bienvenida.

En un plato de comida caliente servido por alguien.

Un regalo sin importar el valor.

Un mensaje o una llamada.

Por un abrigo.

O simplemente por los hechos.

La construcción de algo y que con afán se concrete por amor.

Porque, el amor está en todos lados.

O mi caso.

El amor, siempre estuvo en un lado.

En ella.

Y me enseñó que tanto el primer amor como el amor de tu vida, pueden ser la misma cosa.

Porque Paola, siempre fue desde que nos conocimos en la playa.

Ella, siendo una niña como la perlita del lugar y yo un adulto.

Mi mensaje de amor...



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