Siete: La Frágil Porcelana

Cañarte arribó a la mansión Vermeulen una hora luego de que declararon muerta a Martha Palabra Filosa. Al ser notificado, Rodrigo sintió un atisbo de pesar. Gustaba de sus punzantes y despiadadas columnas de crítica y la consideraba uno de los pocos rezagos de sentido común y cuestionamiento sincero en los que podía regodearse en una satisfactoria lectura, cada fin de semana. No había tenido que realizar mayor sacrificio de tiempo familiar esta vez, pues solía llegar de noche a su casa y aún eran las 17:55 cuando puso pie en la mansión; además que era jueves.

Tras el problemático suceso del levantamiento del cadáver de Ordóñez y el anuncio de su suicidio a los medios, había vuelto a casa pasadas las 16:00. Delia lo recibió con una mueca de desdeño y la decepción se pintaba en los ojos de sus niños. Se había preguntado cuánta vida le costaba su sueldo.

- Hoy no llegamos al cine a ver Avengers – se lamentó Edgar.

- Papi, dijiste que llegarías para almorzar y ya mismo toca la merienda. – Rezongó Matilde.

Con todo, tras comerse su ración de almuerzo dejada en la refrigeradora, consultó la cartelera en internet y logró hallar una función a las 20:00. Así que por esta vez había logrado compensar la promesa rota a sus hijos y desvaneció un poco la tensión agria entre Delia y él. Y el domingo fueron a pasear al parque donde pasaron unas horas entretenidas volando cometas o simplemente descansando a la sombra de los frondosos eucaliptos y uno que otro arupo, gozando de sus rosadas inflorescencias. Aprovechó para conversar con sus hijos de sus responsabilidades laborales, que muchas veces robaba tiempo precioso con ellos, pero bajo ningún motivo ellos dejarían de ser su prioridad número uno. La ancha sonrisa de cada uno le dio a entender que el mensaje había sido bien entendido.

Avanzando por la mansión, notó que, aunque la estancia era espaciosa, con columnas labradas, piso de duelas de madera prolijamente laqueado y brillante, ventanales anchos cubiertos parcialmente por cortinas gruesas (que de ser corridas no dejarían pasar un solo rayo de luz) y otros detalles denostando elegancia; en la mueblería y accesorios de sala y comedor destacaba la sobriedad. En el comedor le llamó la atención una reducida mesa más para dos o tres personas a lo mucho, con sillas rígidas y que podría encontrar en una tienda de hogar promedio. Las paredes sólo lucían el color original de su pintado, o algún enladrillado teniendo suerte. Nada de cuadros o retratos. Sin embargo, cada vez que encontraba un estante de libros, lo hallaba repleto de volúmenes. Todos los libros le hacían gestos coquetos de abrirlos y sumergirse en sus páginas. Una pequeña vitrina guardaba reconocimientos y premios diversos, con muy pocas fotos. El carisma y habilidad social no fueron el fuerte de Martha, definitivamente, comentó para sí Cañarte.

Avanzó hasta el jardín donde había fallecido la anciana, durante el discurso de agradecimiento en el homenaje de sus cuarenta años de vida profesional. El cuerpo de Martha reposaba en una camilla listo para ser enviado a la morgue tan pronto se cerrase sobre ella la cremallera de la bolsa para cadáveres. El forense ya había constatado formalmente el deceso y la presencia de Rodrigo era básicamente para recoger detalles. Saludando con el forense, éste le informó al teniente que ya se había tomado fotos del cadáver en su posición original. Tras agradecerle la formalidad Cañarte observó a Martha. El arrugado y enjuto rostro permanecía inerte en un perpetuo trismo con los dientes sobresaliendo y los ojos completamente abiertos. La cara usual que encuentras en un infarto fulminante. Llegué un poco tarde para pedirte un autógrafo, se dijo compungido viendo a la que fue su articulista favorita.

Autorizó asintiendo al forense y la carcasa de Martha quedó cubierta por completo. Fue depositada en un receptáculo del camión de medicina legal y el vehículo salió de la mansión. Mientras tanto dio una ojeada al jardín. En una silla plegable, un hombre de vestimenta oscura miraba al suelo compungido. Ya casi todos los invitados se habían marchado, quedando unos niños que bebían algo de jugo mientras unas mujeres los cuidaban de acercarse al sitio justo del deceso. Algunos eran demasiado pequeños para entender la situación, pero otros miraban al lugar. Una niña de unos siete años sollozaba abrazada a una de las mujeres. Más adelante, tres personas hablaban incesantemente en sus celulares, dos mujeres y un hombre, de elegantes y costosas prendas. Una de ellas hablaba en inglés, pero todos coincidían en la petición de la presencia de su abogado con la mayor urgencia posible.

Determinando que los parlantes eran los hijos, su principal familia directa y que el hombre cabizbajo era el mayordomo de la casa, según lo explicado en voz baja por el forense; Rodrigo se dirigió a Pancracio.

- Buenos días. Teniente de criminalística forense Rodrigo Cañarte. Estoy aquí para determinar los detalles del deceso de la señora Vermeulen. ¿Me ayuda con su nombre y cuál es su parentesco con ella, por favor?

- Bue..buenos días mi teniente. Pancracio Barrionuevo para servirle... - el balbuceo del hombre daba a entender que apenas estaba procesando una transición. O probablemente estaba en el estupor del reo que se le abrían las puertas a la libertad, a juzgar por el choque de emociones que se dibujaba en su rostro, pesar y alivio creciente. – Doña Marthita era mi patrona, le serví por doce años enteros. La Virgen dolorosa la tenga en su santo seno, y justo hoy que festejaba algo tan importante, la pobrecita...

- Entiendo. Realmente es una pena que en pleno cénit le pase eso. ¿Cómo era su trato hacia el personal de servicio? – Notó una leve chispa encenderse en los ojos de Pancracio. ¿Pasión? ¿Ira?

- Era bien estricta doña Marthita. Todo lo quería bien hecho, de ser posible perfecto y en ocasiones... ella podía... ponerse un poquito intensa. Pero es que también su enfermedad le imposibilitaba de muchas cosas y necesitaba ayuda constante la pobrecita... – Las palabras suaves no lograban disfrazar los sentimientos que afloraban los recuerdos. El látigo de seda de una tirana en casa. De él habría obtenido el más amable testimonio, se apostó Rodrigo.

- ¿Puedo preguntarle cómo falleció la señora Vermeulen?

- Bueno, todos sabíamos que estaba malita de salud, pero como persona era un roble, nunca se quejaba ni teniendo esos dolores cuando se hacía las diálisis. Y hoy tenía una energía que la hacía parecer como cuando recién me contrató. Y justo en medio de su discurso, así sin más le entró un hipo tremendo, empezó a convulsionar y cayó. En un dos por tres muertita estaba.

- ¿Diálisis? ¿Tenía alguna enfermedad renal?

- Tronados tenía los riñones. Se los fregó de tanto tomar pastillas para dolores de espalda y cuello. Sin mencionar que ya el corazón le estaba fallando, y con gastritis de remate.

- ¿Hubo en estos días fallas u omisiones en la toma de sus medicamentos?

- Yo le puedo asegurar que, de eso nada, mi teniente – afirmó Pancracio orgullosamente. – mi persona era el encargado de la prescripción de sus pastillas y se les daba en hora y minuto justo. Con decirle que, de no haber muerto, en diecisiete minutos más le habría tocado su furosemida.

- Muchas gracias por su colaboración, Pancracio. No lo molestaré más. – se despidió Cañarte con una sonrisa. Ya los que parecían los hijos habían colgado sus llamadas, estando ahora ensimismados en otras aplicaciones. Al dar un par de pasos, sintió que una mano le aferraba la manga de su camisa. El mayordomo lo miró suplicante.

- No sea malito, vea si puede echarme una manito con lo de mi liquidación... no creo que los hijos de mi patrona me quieran a su servicio...

- Veré lo que puedo hacer. Gracias nuevamente.

Al acercarse a los hijos de la anciana, no pudo evitar sentir una incómoda tensión, luego que su saludo y presentación provocase una expresión en ellos de haber sido insultados. Guardaron sus celulares poniendo las mujeres un mohín de hastío, pero fue David el que inició el diálogo.

- David Villalobos, el hijo mayor. Le escucho.

- ¿Podría ayudarme con detalles que ayuden a esclarecer el fallecimiento de su madre? – Rodrigo decidió contestar con la misma frialdad con la que fue interpelado. Gastar formalidades en gente así era una tontería, y lo había aprendido a la mala.

- La verdad lo ignoro. Sabía de la condición de mi madre, y que en cualquier momento podía fallecer. Ahora si me disculpa, espero una llamada importante. – tras decir eso volteó mientras volvía a consultar su teléfono.

Procurando mantenerse sereno, el teniente interrogó a la siguiente hija, Valentina. El resultado fue igual de pobre que con Daniel. La distancia labrada entre madre e hijos era kilométrica, al punto de ni siquiera mostrar congoja con la muerte de su progenitora menos de dos horas atrás. Bajo una excusa de tener que atender a sus hijos, Valentina se apresuró hacia los niños que estaban agrupados al cuidado de sus niñeras; y antes que posar la atención en sus vástagos, se dedicó a increpar a la que la suplantaba en responsabilidades. Un trozo de caña inmediatamente ocupó la boca de Rodrigo y en unos segundos vació el dulzor antes de interrogar a Claudia, la última. Esta lo miró de arriba abajo y luego espetó:

What?

- ¿Eh? ¿Usted habla español? – encima tocaba aguantarse las pretensiones bilingües de esta última, puta madre.

Yeah, yeah, yo habla españohl... - Otro trozo de caña adentro y se preguntó el hombre, ya aburrido, cuánto tiempo habrá pasado en Estados Unidos esta tipa para lograr su acento. Un año, seis meses, tres de pronto...

- ¿Puede darme detalles de la muerte de su...?

For heaven's sake! No sé nadah de la muerte de mommy, yo vine hoy de San Diego por cumplir compromisoh y right now debo volverme en el vuelo de la noche, además yo estoy full busy now, con estoh del payment del chef éseh. Excuse me! – Del magro inglés que disponía Cañarte logró interpretar una que otra palabra, cachando la declaratoria de estar ocupada (ocupada rascándote el bollo, esnob hija de puta, pensó con creciente coraje) de Claudia; quien volteó y se dirigió a la cocina.

Obviamente ninguno de ese trío de encopetados estaría dispuesto a soltar más detalles, mucho menos dar apoyo en la solicitud del infeliz del mayordomo. Sabiendo que se había dado un buffet a cargo de un chef contratado, no le quedó otro camino que seguir a Claudia. Nada más entrar ya presenció un acalorado enfrentamiento verbal entre el chef y la hija de Martha.

- ¡Dos mil dólares and that's it!

Mais madame! ¡El precio acordado de mis servicios con votre maman fue de cuatro mil quinientos dólares!

- ¡Ahhh, mommy se muereh en pleno banqueteh tuyo y tú pretendes agarrar todo el dineroh e irte sin más! Such nerve!

Madame, me encuentro realmente consternado por la muerte de la anfitriona. – Remi inhaló profundo evitando desesperadamente una explosión de coraje – mais, mais... ¡negocios son negocios! ¡Tengo ingredientes exclusivos que cubrir sin mencionar todos mis asistentes que también...!

FUCK YOU!! – escupió Claudia, haciendo que Remi enrojeciera. Se alzó un índice como preámbulo de un furioso contraataque, mientras la mayoría de camareros y ayudantes de cocina, subordinados de Remi se estrujaban las manos, sobre todo de la vergüenza ajena. Ya iba a salir una rugiente réplica del hinchado pecho del chef cuando Cañarte intervino enérgicamente.

- Ya fue suficiente. ¡Silencio todos por favor! – Al llamado de atención Remi cortó su ataque, pero Claudia volteó a Cañarte con los brazos en jarras dispuesta a soltar una descarga verbal. Pero no había empezado a seleccionar sus insultos cuando vio frente a su cara una placa policial. – Le hago acuerdo, Claudia Villalobos, que está usted hablando con un agente de criminalística. Y lo que está haciendo se llama interrupción del deber policial, lo cual se encuentra penado por ley. UNA PALABRA SUYA Y LA PONDRÉ BAJO ARRESTO. – Dijo esto con tanta vehemencia que logró hacer retroceder a la relamida mujer.

These motherfuckers cops, he doesn't fucking know who's he fucking dealing with... - masculló entre dientes mientras se dirigía a la fuente donde se había presentado la gigantesca ensalada de frutas y se dedicó a engullir toda la pulpa que pudo. El teniente agradeció su limitación del inglés porque estaba seguro que lo proferido por Claudia era todo menos palabras amables. Dejando que la otra se atiborre de lo que quedaba de ensalada de frutas, enfocó su atención en el chef francés.

- Buenas tardes. Rodrigo Cañarte, teniente en criminalística. Deseo conocer detalles de la muerte de la señora Vermeulen. Tengo entendido que usted fue contratado por la fallecida para encargarse del banquete. ¿Su nombre, por favor?

La cara de Remi pasó de un rojo encendido a una palidez creciente. Irónicamente en su contexto, había saltado de la sartén para caer en el brasero. Lo que menos quería era que alguien hiciera indagaciones de su trabajo y mucho menos de su origen. Y ahí lo tenía frente a él. Y no parecía una persona que pudiera ser convencida con facilidad. Volvió a maldecir a Martha una centésima vez, y de paso a su deseo de seguir despuntando profesionalmente...

Bo...bon jour Monsieur Cañarte. Soy el afamado chef francés Remi, ha de haber oído de mí en varios programas de televisión, en efecto, fui contratado por madame Vermeulen para su celebración de aniversario profesional. – Remi Cedeño acentuó lo más que pudo su acento francés para ver si tranquilizaba al policía, pero la falta de emociones en la cara de Cañarte lo desesperaba.

- Muy bien Remi, ése es su nombre definitivamente. ¿Y sus apellidos?

¡Oh mon dieu! El gran chef Remi tiene una fama por toda la ciudad que...

 -¿Y sus apellidos? – repitió serenamente Cañarte. – Siendo de Francia como dice ser, ya tendrá su tiempo aquí, ¿verdad? El suficiente para estar cedulado. ¿Me permite su cédula?

- ¡Ah, mi cédula! Oui, oui, - sacó su billetera y empezó a hurgar extrayendo una tarjeta de presentación que alargó a Cañarte. Y se sintió morir al negarse éste a aceptarla. Era la cédula o nada. – ehhm, yo estoy seguro que mi cédula la debo tener en...

¡¡¡ATATAY, VE!!!

El tremendo chillido había sido proferido por Claudia, quien miraba con repulsión tremenda el fondo de la ensaladera. Cuando todos la voltearon a ver, se dio cuenta de las palabras que había soltado. Se ruborizó hasta las pestañas.

I, I mean, gross! So gross!! ¡¡Hay un poco de paja en el fondo de esta ensaladera!! ¡¡Qué ascooohh!!

Intrigado, Cañarte se aproximó a la ensaladera, ignorando las arcadas y la tez verdosa de Claudia, quien se precipitó al baño a justificar algún ritual bulímico. Feliz esofagitis, le deseó de todo corazón, reservándose una soberana carcajada ante la traición de la expresión por la "gringuita". Resultó que al fondo de la ensaladera sí había un acumulado de paja.

En forma de un muñequito.

La intriga se transformó en sorpresa al recordar que una figura similar fue encontrada al lado de Ordóñez en su lugar de muerte. ¿Qué diablos...? ¿Será acaso una figura de moda que no sabía de antes? Tomó la figura y se dirigió a Remi, quien había tirado su billetera al piso con el grito de Claudia, desparramando su contenido. Se encontraba en febril actividad de ordenar todo cuando Rodrigo se agachó a su lado y le mostró el muñeco.

- Remi, ¿podría explicarme qué hace esto en una ensaladera?

Je ne se pas! Oficial, le aseguro que bajo ningún motivo se me habría ocurrido colocar semejante cosa en una fuente de alimento, ¡peor para un banquete público! ¡Eso es absolutamente incompatible con mi calidad de servicio, un insulto a mi clientela que jamás, jamás permitiría pasar!! ¡Sacrébleu! – y en su frenético explicar, Remi volvió a tirar varias tarjetas al piso. Antes que pudiera darse cuenta, Cañarte reconoció la cédula y la inspeccionó mientras se incorporó. Remi desorbitó sus ojos como un cordero viendo el cuchillo que lo degollaría.

- Ah, su cédula, vamos a ver. Remi... - Cañarte no pudo evitar arquear irónicamente sus cejas mientras se le escapó una risita. Remi alzó sus manos suplicantes mientras sus asistentes miraban estupefactos.

- ¡¡POR SU SANTA MADRE OFICIAL, NO LO DIGAAAA!!!

- ¿...Cedeño Loor? Lugar de nacimiento... ¿Canutillo, Chone?

- ¡¿Qué, entonces no ha sido francés este man?!!

- Puta, y nosotros bien convencidos, qué fraude...

Ya todos los asistentes pasaron de la estupefacción a un gigantesco desprecio mezclado con decepción. Que su grandioso y famoso chef francés, ganador de reconocimientos y demás sea solamente un coterráneo con pinta europea, era algo de lo que medio mundo se iba a enterar. Remi sólo atinaba a golpear furibundo el piso, agachado y vencido por completo. Liberó chillando y maldiciendo floridamente su suerte perra, su rabia acumulada por tanta pendejada con el clan Villalobos Vermeulen y por la certeza que de aquí no lo contratarían ni en Mc Donald's. Rodrigo tuvo que aceptar que tan chusco cuadro le había quitado el estrés efectivamente, y tendría esta anécdota para contarla en sus colegas entre carcajadas. Conteniendo la risa, retomó su responsabilidad.

- Vamos a ver, señor Cedeño Loor (no pudo evitar recalcar el apellido con sorna), póngase en pie. Si usted asegura no haber colocado este muñeco de paja, capaz alguno de sus empleados lo habrá hecho. Necesito acceder al registro y nómina de sus empleados por favor. – Remi se incorporó y de su ceniciento rostro emergió un vencido susurro.

- Todos...todos mis empleados son de medio tiempo, les pago por servicio contratado. Realmente no tengo ningún registro de ellos...

- Espere un minuto – una atmósfera de estrés volvió a instalarse en el sitio. – ¿me está usted diciendo que todos sus empleados son prácticamente informales? ¿Y la afiliación al seguro social, sus remuneraciones, sus derechos laborales?

- Nada. No hay nada de eso. Los agarro, los empleo, los pago, y si me agradan los dejo un tiempo. Insisto, no sé nada de ellos.

- ¿Se da cuenta que todo este negocio tiene una base completamente ilegal, señor Cedeño? – Vociferó bastante molesto con lo que había escuchado. - ¿Puede por lo menos decirme quién estuvo a cargo de esta ensaladera de fruta?

- No sé... un veneco, creo. Un flaco alto, moreno, no me acuerdo. No sé cómo se llama, me había pedido trabajo hoy y parecía afanoso...

- No identifico aún evidencias como para hacerlo sospechoso o relacionarlo con la muerte de la señora Vermeulen, pero acaba de mostrarme montón de ilegalidades con su negocio de comida, Remi. Quiero que se presente mañana mismo en el ministerio de trabajo, y aténgase a una posible clausura de su establecimiento; haré unas llamadas notificando su presencia así que cuidado con faltar. Ya de su suplantación de identidad mejor ni hablemos. Le devuelvo su cédula, señor Cedeño...

Cañarte sólo atinó a voltear los ojos, fastidiado. Extendió de vuelta la cédula a Remi, quien con los brazos colgados parecía un cadáver en pie. Terminó metiendo la cédula en un bolsillo de su traje y volteó para retirarse de la mansión. Vaya la mierda. Mientras se alejaba escuchó por última vez la voz de Remi, ronca y cavernosa.

- Se lo suplico oficial. No divulgue esto que ha ocurrido, por favor.

- Pídaselo a ellos... - Remi miró a sus empleados y ya todos estaban digitando en sus celulares o tomándole fotos.

Remi cayó de rodillas y empezó a sollozar inconsolable tapándose el rostro con las manos. Tal cuadro no provocó en Cañarte ninguna empatía o lástima.

Al día siguiente, Rodrigo se aproximó al forense responsable de la autopsia de Martha. Su propósito era determinar la causa de la muerte de ella. El forense respondió que la causa se debía a un paro cardíaco debido a una falla multiorgánica, dado el avanzado estado de daño sobre todo de sus riñones. Pero era inusual la presentación de convulsiones e hipo, más teniendo un estado anímico alto como todos habían asegurado en esa mansión. De todos modos, haría una investigación toxicológica por pura formalidad. Igual, con el cuerpo tan hecho pedazos la muerte era algo inevitable en esa pobre vieja...

Rodrigo contempló en su oficina los dos muñequitos de paja. Uno de Ordóñez y otro de Vermeulen. Al preguntar a sus compañeros si había alguna moda de lucir esta artesanía, nadie supo responderle. ¿Tendría este objeto alguna relación con las muertes o sólo era una infeliz coincidencia? ¿Lo tenían antes de sus muertes como posesión personal o de pronto...?

La puerta de su oficina se abrió violentamente y entró un subalterno agitado.

- ¡Perdonará la intromisión mi teniente, pero es para comunicarle de un asesinato!

- ¿Asesinato? ¿Quién y dónde?

- Parqueadero del canal 14 mi teniente. Antonio Hidalgo es el muerto.

- ¿Genaro Antonio Hidalgo? ¿El reportero de noticias?

- Ése tan. Le aplastaron con su carro mismo...

Una idea macabra empezó a manifestarse en la mente de Cañarte, pero por desgracia, a paso de tortuga.

*NdA: Atatay o Tatay es una expresión quichua que denota asco. Lo mismo que achachay denota frío o arrarray calor. Aunque la sociedad de la sierra lo usa comúnmente, su empleo en esferas de "élite" es muy mal visto. 

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