9. Fui yo


Izan, Izan, Izan, como a Nico le empezaba a gustar ese nombre, aunque al principio Izan parecía ser alguien cruel y testarudo ahora que lo conocía mejor comprendía que era un buen chico, además de un tutor espléndido capaz de enseñar un tema en una hora que sus profesores tardaban una semana en enseñar, con todo y dudas resueltas. Nico dió un par de saltitos por el pasillo, feliz por sus mejorías en el ámbito de cálculo diferencial, un grupo de adultos jóvenes ruidosos y despreocupados se echó a reír cuando vieron a Nico saltar, a lo mejor y ni siquiera lo estaban mirando, quizás sólo se reían de algún chiste privado o anécdota divertida recordada, pero las risas burlonas hicieron al chico dejar de saltar de inmediato, no había notado que ellos estaban ahí, se haberlos visto jamás habría comenzado a moverse cual conejo.
Al igual que muchos adolescentes de su edad Nico sufría de la sensación de ser observado y —peor— juzgado todo el tiempo, creía que cuando un grupo de jóvenes de su edad se reían cuando estaba cerca era porque se estaban burlando de él, siempre sentía millones de ojos sobre él, juzgándolo, pero también estaba consciente de que a nadie le importaba en realidad, nadie le presta atención a los chicos como Nico, las personas como él no son especiales.

Tras recuperarse del mini infarto provocado por el temor de ser juzgado Nico miró con soslayo hacía la cafetería de la Universidad, llena de comida deliciosa y grasosa, esa clase de comida que adoran los nutricionistas porque provocan más problemas en sus pacientes y por ende más clientela, los ojos ámbar del chico cayeron sobre los enormes trozos de pizza con queso fundido, esa clase de pizzas con queso que se estira hasta el infinito y más allá, tanto que para cortarlo es necesario usar los dedos y  siempre se terminaba llevando una porción ajena de la porción de alguien más. Si no fuera vegetariano, si tuviera dinero y si no sintiera que cada respiración suya era un robo de oxígeno precioso tal vez, y solo tal vez se compraría una porción.

Su estómago rugía con ferocidad ante la exótica y casi erótica vista que presentaba ante él la comida, con algo de mareo y pesar Nico se llevó un trozo de papel a la boca, y lo masticó hasta volverlo puré, luego lo escupió en un contenedor, tragándose los pequeños residuos que habían quedado en el interior de su boca.
Intento bajar las escaleras, sus clases habían terminado por el día y tan solo quería descansar, pero al darse la vuelta termino por chocar contra el pecho de alguien.

— ¡Perdón! — dijo Nico por inercia, pero al intentar separarse un par de manos fuertes lo inmovilizaron en la misma posición.

Era él, su buen samaritano, otra vez.

No pudo evitar sentirse ligeramente incomodo, molesto, con ganas de rascarse la piel y luego clavar un pincel en sus heridas para abrirlas. ¿Cómo no pudo darse cuenta de que era él? Baisylav...cerro los ojos, los últimos días hizo un esfuerzo sobre humano para no pensar en él, pero entre más lo hacía se encontraba con ese pensamiento oculto entre muchos más. Tenía tantas preguntas para él, pero no tuvo tiempo ni de formularlas cuando Baisylav lo empujo contra una pared y sostuvo el brazo del chico con fuerza, todo el color desaparecio de Nico al notar que sus ojos estaban fijos en una nueva herida, irónicamente esa no se la había hecho él mismo, al menos no con intención, una cuerda lo quemo en una de sus clases o de eso se intentaba convencer, simplemente escucho que estudiantes anteriores se habían quemado durante la practica, escucho que no debía hacer y lo hizo.

— ¿Me vas a decir por fin que te paso en el brazo?

— ¡Ah! ¿Cómo... cómo lo haces? ¡Siempre me encuentras! ¿Eres un espía o algo? — dijo Nico intentando restarle importancia al asunto y fugarse lo más rápido posible, pero nuevamente esas manos lo inmovilizaron en el mismo lugar.

— Responde — ordenó el muchacho con seriedad.

— Yo...¿Me caí? — Nico esperaba que su tono no sonará tan dudoso como él lo pensaba.

— ¿Sobre la zona interna de tu brazo? — Nico intento zafarse cuando Baisylav comenzó a bajarle la manga del suéter revelando más de la herida en su brazo.

— ¿Me queme...mientras cocinaba?

El chico levantó la mano de Nico, exhibiendo la herida.

— Parecen más marcas de latigazos que de quemaduras.

Estaba perdido, el desconocido servicial no se creía ninguna de sus excusas, pero Nico tampoco entendía la razón de tanto interés por él.

— Vamos.

— ¿A dónde? — delgado y sin fuerzas, así era Nico, intentó oponer resistencia, pero fue en vano, su cuerpo podría ser derribado por el simple soplo de una brisa fresca de primavera.

— Se nota a metros que estás siendo maltratado, será mejor hablar con el coordinador de la facultad, así él podrá ayudarte.

— ¿Qué...? ¡No! — pesé a no poseer ninguna clase de fuerza, Nico enterró sus zapatos en el suelo, intentando frenar el caminar del muchacho.

— ¿Quién te lastimó, chico? — repitió el buen samaritano deteniéndose, aún sin soltar a Nico.

¿Qué pasaría si iba con él a la facultad? Llamarían a sus padres, sus padres dejarían todo por ir a atenderlo — porque eso hacen los buenos padres — y ellos se enterarían...y ellos se enterarían. SE ENTENARÍAN. 

— ¡No! — grito aferrándose a Baisylav, intentando frenarlo — ¡No es lo que crees! 

— ¿Y qué más puede ser? Siempre te veo herido — estaba a punto de usar su estupidez crónica como excusa cuando Baisylav lo tomo de la cintura, una parte de él se sintió orgullosa de que pudieran alzarlo tan fácilmente, pero esa poca alegría desaparecio al recordar lo que pasaría si lo llevaban.

— ¡Fui yo! ¡Fui yo! — grito intentando retroceder — Yo...yo...¡Yo!...fui yo...

Baisylav dejo de tirar de él, sus ojos fijos en el rostro de Nico, buscando alguna señal de mentira, pero Nico tan solo oculto su rostro entre sus manos, avergonzado.

— ¿Qué?

— Fui yo quién me hizo esto — dijo en un susurro.

— ¿Por qué?

— No lo sé, sólo sentí que lo merecía.

— Eso...eso no es bueno, ¿Estás recibiendo ayuda? — Nico asintió, aunque no era verdad, los terapeutas eran demasiado caros para un estudiante quebrado como él —. Bien, eh...mi nombre es Baisylav LaVona.

Nico abrió los ojos sorprendido, estrechando la mano que le ofrecía el buen samaritano, todo el mundo en la universidad conocía aquél nombre: el gran Baisylav LaVona; un inteligente y brillante muchacho, el mejor de su carrera, un tutor maravilloso y con un promedio perfecto; el chico con el futuro más brillante estaba frente a él y ahora sabía que se auto lesionaba. Estaba tan enfocado en no pensar en él que su mente bloqueo por completo su descubrimiento y lo que ello conllevaba. El apenado muchacho apretó la mano de Baisylav saludándolo, pero rápidamente la alejó, completamente avergonzado por su comportamiento, ¿De qué había servido autolesionarse? Ni siquiera la maestra lo notó, mucho menos subió su calificación.

— Supongo que eres el mismo Basile LaVona líder del equipo de natación, ¿Me equivoco? — Baisylav asintió.

— Exacto, pero mi nombre es Baisylav, no Basile, sé que suena difícil de pronunciar, si quieres me puedes llamar con un apodo o algo similar.

Nico mantuvo la cabeza gacha, de seguro su reputación estaba destrozada, completamente destrozada, ahora ¿Con qué cara iría a la universidad todos los días? ¿Cómo podría seguir adelante con su carrera sabiendo que su reputación estaba más muerta que su autoestima? Se aferro a su bolso incomodo, comenzando a caminar, quería alejarse de él, no solo en pensamiento, también físicamente. 

— ¿A dónde vas?

— A tutorías — mintió, no le diría que se iba a casa o podría perseguirlo y descubrir que en realidad vivía en un departamento, y no en una pocilga como le hizo creer a sus compañeros.

— Yo soy tutor, ¿Por qué no pides tutorías conmigo? — comenzó a seguirlo y Nico se pregunto si ser acosador estaría entre sus atributos a parte de su obvia belleza, y de su gorda cartera —. Así nos conocemos mejor y seremos amigos.

El corazón de Nico se detuvo, eso era algo que anhelaba con el alma, un amigo. Desde niño Nico fue maldecido con una timidez propia de un abnegado de la sociedad, era incapaz de relacionarse, de hablar con las personas, de poner la iniciativa  en socializar, generalmente se sentía solo y había aprendido a convivir con la soledad, pero eso no significaba que la amaba, le agradaba la soledad, pero no la quería, desde siempre Nico esperaba poder encontrar un alma amiga con la cual compartir y convivir, así nunca más estaría solo, no otra vez, ¿Tal vez era Baisylav aquella alma amiga que tanto tiempo llevaba esperando? El joven rogaba que fuera así.

— ¿A...amigos? — pregunto esperanzado.

— Sí, a decir verdad no tengo muchos amigos a parte de los del equipo de natación y necesito un amigo de tierra, tengo demasiados amigos de agua con cloro para mi gusto.

— Es...está bien...intentaré tomar tutorías contigo, si te parece bien.

Los ojos del rubio se iluminaron tanto que Nico pensó que se volverían blancos, aunque no supo discernir si era por la alegría, la luz del sol o el cloro acumulado de la piscina.

— Me parece perfecto —  Baisylav se inclinó sobre Nico, sujetando al débil chico de los hombros, usualmente las personas de ojos azules siempre tenían una mirada alterada, quizás por la claridad de color en sus ojos, pero la mirada de Baisylav era estremecedoramente fría, casi terrorífica, plagada por la seriedad, el chico supuso que su posible nuevo amigo sería la clase de persona capaz de matar con una mirada. Usando una de sus manos levanto el brazo de Nico, dejando nuevamente la herida a la vista, sus dedos acariciaron la costra que protegía la vulnerable carne, por un momento sus dedos hicieron presión, como si quiera arrancarle la costra y liberar su sangre, y carne, pero nuevamente solo la acaricio, pasando las yemas de sus dedos por la áspera superficie —. No lo vuelvas a hacer, Nico, no lo vuelvas a hacer.

Nico asintió desconcertado de que un desconocido se preocupara tanto por él, Baisylav le sonrió, le dio unas palmaditas en el hombro y se alejo, dejando al pecoso chico con una sensación de querer morirse en el corazón, algo que supuso Nico no era lo que Baisylav pretendía.

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