8. Imitador
Si Nico hubiera podido elegir a qué se dedicaría al crecer habría escogido ser artista.
Amaba pintar y creía tener lo necesario para ser un artista, no uno pretencioso que denominaba una obra maestra un par de líneas al azar en un lienzo. No, uno autentico. Uno que pudiera plasmas emociones, sentimientos e incluso sueños en un trozo de papel, quizás incluso en una escultura, no le gustaba limitarse, cualquier forma de arte era bienvenida, aunque nunca negaría lo mucho que lo satisfacía llenar sus manos con pintura, sentir el papel entre sus dedos, frágil y tan maleable, dispuesto a ser incluso destrozado por complacer a su amo y convertirse en algo más.
Pero pronto descubrió que no era una buena elección, de hecho, ni siquiera estaba en las posibilidades para su futuro. Cuando recibió la beca sintió que podría hacerlo todo, casi como si volará hacia un futuro brillante que podía ver con claridad, pero esa sensación cayó de un precipicio y se enterró dolorosamente en su estomago cuando contemplo con horror que ninguna, ni una sola de las posibles carreras era algo a lo que quisiera dedicar el resto de su vida, ni nada en lo que sus padres pudieran presumir tan abiertamente como lo sería ser abogado o medico, se consoló en el hecho popular de que, al parecer, si se ejercía como profesión algo que se amaba o disfrutaba con el tiempo comenzaría a resentirlo. Era mejor ejercer algo que le diera dinero y por lo cual no sintiera nada más allá del deber o eso se dijo a si mismo para afrontar sus limitadas opciones. Si debía ser honesto no se veía a si mismo ejerciendo la carrera que estudiaba, cada vez que intentaba imaginarse siendo un ingeniero su cerebro se quedaba en blanco y no podía pensar, ni siquiera respirar. Pero se conformaba con saber que más temprano que tarde obtendría un bonito trozo de papel que adornaría las paredes de la casa de sus padres.
De igual manera la clase de ingeniería que estudiaba no era muy popular, no como ingeniería industrial o similar, tampoco tenía idea de cómo era el mundo laboral en su campo o si siquiera existía. Lo pensaba mucho y se daba cuenta de que en realidad no sabía en qué se podía ejercer su carrera, y entonces se preguntaba por qué decidió estudiarla en lugar de buscar algo más tradicional y mediocre, como administración de empresas. Nico era capaz de apostar sus cubitos de hielo con limón — que era lo único que le traía alegrías últimamente — a que nadie realmente le apasionaba estudiar esa carrera, era la carrera que estudiaban aquellos que no sabía lo que querían o que tan solo necesitaban un titulo, esa clase de personas que tan solo hacen las cosas por hacerlas y no porque realmente lo quieran, y luego estaban las personas como él, que sabían lo que querían, pero no podían hacerlo, no libremente.
Cada vez que pensaba en si mismo ejerciendo su carrera lo único que se le venía a la mente era estar casado con alguien con mucho dinero y que creara la bacante en su empresa solo para poder follar en las oficinas. Le era muy difícil imaginarse ejerciendo. Y entonces se preguntaba por qué estudiaba, y le venían a la mente dos respuestas, ninguna verdaderamente buena: para tener algo que hacer y para que sus padres pudieran presumir un poco. Ser artista no era algo de lo que se pudiera presumir, a menos que se fuera tan famoso que el rostro de Nico quedara inmortalizado para la eternidad, pero eso solo pasaba post mortem y el chico no podía esperar tanto, además, del pequeño pueblo del que venía ser artista era algo común, todos los hijos de todos eran artistas, cada uno peor que el otro.
Las hijas de la vecina eran artistas por subir fotos inspiradoras de sus gordos traseros, el hijo del señor de la tienda era un artista en la música aunque cada silaba que cantara provocara cáncer de oído y así sucesivamente, incluso sus padres eran artistas: su madre era dueña de la increíble capacidad de marcar de forma bonita los cuadernos durante cada año escolar y su padre tenia bonita letra. Eran artistas. Por eso ser ingeniero era una buena opción, trato de convencerse a si mismo de que era lo que quería, "salvar al mundo" mediante un trabajo útil, pero en el fondo sabía que solo lo hacía para tener algo en que entretenerse mientras esperaba la llegada de un conyugue rico que lo mantuviera a cambio de sexo y que sus padres pudieran presumir del éxito de su hijo, algo que, de hecho, ya hacían. <<Sí, se gano una beca, no, Nico no da nada que hacer, es un buen muchacho, ¡Y pronto el primer ingeniero de la familia!>> el primer miembro de la familia e ir a la universidad, era una carga pesada que estuvo forzado a llevar desde el momento en que se supo que haría su debut en el mundo. A veces Nico miraba a sus compañeros, esos que trabajaban y estudiaban al mismo tiempo, los miraba y sentía lastima por ellos pero también envidia: le daban lastima porque sus padres no eran tan buenos como los suyos y no los mantenían para que pudieran concentrarse por completo en sus estudios, pero también envidia porque eran dueños de si mismos por completo, no tenían expectativas que cumplir o una deuda no escrita que pagar; en cambio Nico sí, tenia una deuda, una cuyos intereses incrementaban con cada transacción enviada.
Iba a pagarla, de eso no dudaba. La pagaría, conseguiría un conyugue rico que lo mantuviera y por extensión a sus padres, para que así pasaran los años de su vejez disfrutando de lo que les quedaba de vida. Mientras tanto seguiría fingiendo que amaba su carrera y que no deseaba saltar de un puente por el mero hecho de existir.
Se sentía tan fracasado pese a todo, estaba en una de las mejores universidades de su país, estudiando gratis, no por méritos propios, pero lo estaba y sin embargo no era capaz de conseguir algo más, bueno, alguien más. Esperaba conseguir a esa o a ese millonario rico que pudiera mantenerlo, pero pronto descubrió que la televisión mentía y que en realidad los millonarios — y por extensión, sus hijos — solo se juntaban con los de su misma clase social, pero eso no le impedía soñar con su romance universitario lleno de sexo y de amor, pero en especial de costosos regalos.
Como justo hacía en ese momento, mirando fijamente a Izan resolviendo unos ejercicios. El chico aprovecho para dibujarlo en la parte trasera de su libreta. Izan era hermoso, dueño de ese tipo de belleza que merece ser inmortalizada con papel, lápiz y mucha pintura: labios carnosos, ojos grandes, mandíbula marcada, piel sin macula y esas rastas...el chico luchaba contra el instinto de hundir su rostro entre las rastas rojizas y castañas de su tutor, no se veían sucias ni desordenadas como las que llevaban los chicos en su pueblo, más bien parecían una especie de trenza del destino, tan perfectas que daban miedo y hacían que Nico deseara usar sus tijeras para librar al mundo de su existencia, debía oler a sueños por cumplir y gel para el cabello, pero había algo, algo que no cuadraba, algo que perturbaba ese perfecto rostro. Nico no pudo discernir qué.
Era un rostro atractivo y anguloso, pero no era la clase de rostro que Nico tanto quería encontrar, ese rostro debía seguir ahí, en el océano de muchos otros rostros, esperando a ser descubierto y amado por él. Eso era algo que Nico quería: amar. Llevaba un par de años forzándose a si mismo a intentar amar, algo, alguien, lo que fuera, pero Nico quería amar, logro forzarse lo suficiente como para amar a sus padres, pero quería amar de otra forma, de la forma sexual y sentimental, y aunque intento hacerlo con sus padres resultaba siendo incomodo por decirlo menos. Entonces lo intento con sus primas pequeñas, con amigas de su madre o con compañeras al azar, siempre era lo mismo, no sentía nada. Claro, podía ver el atractivo y apreciar la belleza, pero nada más allá de eso. A menudo se preguntaba si era gay, le resultaba más sencillo apreciar la belleza masculina que femenina, siempre que llegaba a la universidad su cabeza parecía un resorte, yendo de un lado a otro admirando a los hombres a su alrededor y sus ojos se perdían en sus afilados rostros y tonificados cuerpos, pero nuevamente, nada más que eso.
Termino la tutoría y salió en busca de un lugar tranquilo en el que pasar el rato hasta su siguiente clase, miro su boceto rápido de Izan, no era muy bueno dibujando, al contrario, era pésimo, no era capaz de dibujar algo por sus propios méritos, salido de su imaginación, de su pura y llana imaginación. Y eso era algo que lo avergonzaba profundamente. A menudo veía a los estudiantes de diseño esparramados por todo el campus con hojas en sus coloridos pantalones trazando al azar y de la nada ese trazo se convertía en una obra maestra, dibujaban sueños, pesadillas o pensamientos y luego, con ayuda de hilo y aguja, lo convertían en una prenda. Eso le daba miedo. Izan no solo era creativo — algo que se notaba a leguas por su ropa singular y sus garabatos en las libretas, y libros de estudio — también era guapo e inteligente. Nico no era nada de ello. Añoraba sus años de niñez, cuando podía dibujar un elefante físico ancestral sin preocuparse, pero ahora estaba atrapado copiando algo que ya existía, no cumplía ni los 18 y la imaginación se le escapaba como el agua entre los dedos o el tiempo a la vida.
Deseaba volver a sus años de antaño donde no debía decidir nada, solo guardar silencio y obedecer, dejando únicamente sus pensamientos como preocupación, no había tarea que hacer, exámenes por los que estudiar ni siquiera futuro en el qué pensar, solo sentarse y dibujar.
— Vaya, eso es bueno — levanto la cabeza y su mirada se encontró con los ojos compasivos que llevaban ya un tiempo siguiéndolo — ¿Cómo sigue tu brazo? — Nico oculto su brazo entre la libreta con el dibujo de Izan, tratando de ocultarlo.
— Bien — mintió.
Pero el chico no le creyó. Se sentó a su lado, con aire despreocupado.
— Esta bien, no digas nada, pero al menos dime tu nombre, quiero saber que nombre dar cuando vaya a recogerte en la morgue — paso saliva, ¿Su nombre? ¿Por qué querría saber su nombre?
— N-nico...— se forzó a si mismo a no decir nada más, era mejor decir un apodo que su nombre peculiar y que aparentemente se parecía mucho a "Mi colón" —, puedes llamarme Nico.
— Nico — se estremeció al escuchar su nombre siendo saboreado por tan perfecta boca, cada silaba siendo acariciada por su lengua rosada —. Es lindo — extendió su mano, mano que ya lo había ayudado tantas veces antes —, soy Baisylav, pero puedes llamarme Bai.
Y algo en el interior de Nico se retorció. Bien podían ser parásitos intestinales o algo más, esperaba que fuera algo más.
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