Capítulo 13 - He Ping.



Meses después...

El clima comenzaba a ser cálido, marcando el final de la peor temporada del año; consigo traía un nuevo aire agradable, al cual todavía le costaba derrotar a las frías mañanas y noches. Los climas fríos sobre la montaña, los furiosos vientos y las noches nevadas ya no se volverían a ver por un tiempo. Las ropas gruesas, los entrenamientos bajo la nieve y el montón abultado de edredones, iría quedando en el olvido poco a poco, al menos hasta el invierno siguiente. Esa mañana era calma, en el aire se sentía un dulce olor, aparte de aquel característico de la tierra mojada; era probable que hubiera llovido esa noche.

You YuMo frotó la cara en la almohada, negándose a despertar. Por alguna razón, y como era costumbre, se había quedado en casa de Wen ShanShui la noche anterior. Cuando eso ocurría, el discípulo dejaba al maestro dormir en el suelo, sobre varias sabanas, edredones y almohadas, claro, para que no lastimara su espalda. No era que lo dejara allí a propósito, siempre le ofrecía dormir juntos o cambiar los lugares; no había nada de malo con eso, al menos para You YuMo, pero Wen ShanShui solía negarse con la excusa de que no dormirían bien si estaban juntos en una cama tan pequeña, también decía que era mejor que él durmiera en el suelo, pues él era su discípulo y su deber era cuidarlo. A pesar de que el rubio insistía e insistía, Wen ShanShui se negaba.

Al final, habiendo pasado un largo rato, You YuMo abrió los ojos con la luz matutina. «Por fin... hoy es día libre», pensó, adormecido. Miró hacia el suelo, al costado de la cama. Acurrucado, y tapado hasta los hombros, estaba Wen ShanShui dormido. Tenía sus pestañas negras caídas, un rostro serio y hermoso, la tez de su piel brillaba con la luz que ingresaba, haciéndolo parecer un ser mágico y hermoso.

El joven de cabello dorado vislumbró esa escena por un momento, las comisuras de sus labios no pudieron evitar elevarse.

—Oh... Debo anotar la fecha del día de hoy —se burló You YuMo—. ¿Qué te parece, Wen ShanShui? Me he despertado más temprano que tú —dijo mientras tocaba la mejilla del durmiente maestro.

—Tú deberías de ir a tu habitación. ¿No sería bueno que siquiera lo intentaras? —gruñó Wen ShanShui, somnoliento.

—Olvídalo, ahí huele espantoso. Además... —Dudó por un instante e hizo pucheros—. Aún no me acostumbro a dormir solo en ese cuarto. —You YuMo se volteó, dándole la espalda.

Wen ShanShui suspiró con una risa dibujada, ya sabía cuál sería la respuesta. Tampoco había querido sonar serio.

—Sabes que no lo digo en serio. Está bien que vengas, no hay nada que lo prohíba. Puedes quedarte cuanto quieras. —Se levantó del suelo—. You YuMo, ¿puedo preguntarte algo?

Aquel se volvió a voltear, quedando otra vez frente a frente.

—¿Qué cosa? —preguntó, recargándose en la pared.

—Si no quieres responder está bien. La verdad es que no encontraba el momento indicado para preguntártelo. ¿Por qué tú eras el único que podía atravesar la barrera de la aldea He Ping?

You YuMo se asombró por la pregunta. No parecía ser algo que le incomodara, más bien, no lo esperaba. Pensó unos segundos y contestó.

—Es cierto, nunca te lo dije. Ni yo estoy seguro, el líder He Ping me contó que algunas personas tienen una energía especial. Esta permite atravesar la barrera con facilidad. Yo no soy el único, varios pueden salir, solo que prefieren no hacerlo. Sin embargo, de los discípulos del templo, yo era el único que lo hacía. —Lo miró atentamente y se acomodó cruzando sus piernas—. He Ping me dice que aún soy demasiado joven como para entenderlo, pero yo nunca he sentido alguna energía especial en mí. Creo que el viejo dejaba que yo saliera y aprendiera del exterior. Siempre fui el más interesado en el entrenamiento, la cultivación y el refinamiento de mi núcleo, quizás era por eso.

—Nadie más salía por decisión propia... Y no todos podían... Eras el único interesado en el entrenamiento... —razonó, repitiendo la información.

—De todos modos, algunos salen con el permiso de He Ping, ya sea para buscar alimentos o para otras cosas de las que no estoy enterado. ¿Sabes? Después de lo que pasó con esa bestia que mataste, y de que le contara mis deseos de entrenar en el palacio, He Ping me lo contó todo.

Wen ShanShui miró seriamente a You YuMo.

—¿Todo de qué?

—Cómo nació He Ping, mi aldea —respondió—. Resulta que él sabía todo, bueno, casi todo.

—¿Te importaría contarme sobre eso? —El maestro se veía muy interesado, ¿por qué no había preguntado sobre esto antes? Ahora se arrepentía—. Quizás resuelvas algunas dudas.

—Mm... No debería... Bueno, supongo que no pasa nada si te lo cuento a ti. Lo único que te pido es que mantengas el secreto lo mejor que puedas, ¿está bien? —respondió, colocando su dedo sobre los labios y guiñando un ojo.

Wen ShanShui asintió y se sentó sobre la cama, quedando frente a You YuMo.

—Hace años, el pueblo Jicheng gozaba de buenas tierras, tanto para el cultivo como para la crianza de animales; encima, abundaba en plantas medicinales y muy buenos cultivadores dedicados a ellas. Tampoco era un lugar conocido o frecuentado, no por la distancia y lo dificultoso que resultaba llegar, sino porque los habitantes echaban a cualquier forastero que ingresara. Cada vez, menos personas los conocían, eran los aislados de Tian.

»En la montaña había una estatua sagrada llamada la Reina de la Montaña. En sus ojos tenía dos grandes piedras rojas que, por lo visto, podían acumular energía espiritual. Se decía que daban buena fortuna, buenas cosechas y amor eterno a quienes le rezaran. A las personas que mantuvieran sus corazones nobles, y a aquellos que desde el alma entregaran ofrendas, los deseos se les concederían.

»Un día, ladrones de algún sitio fueron por la estatua de la reina, destrozaron su rostro hasta poder quitar sus ojos y huyeron sin dejar rastros. En la escultura de piedra solo habían quedado dos horribles agujeros en toda la cara, era una figura desagradable, un insulto para los cielos y la tierra. Al día siguiente, los habitantes del pueblo notaron, horrorizados, lo que había sucedido. Ante tal acontecimiento, se vieron desesperados, sin saber qué hacer para reparar el daño. No pudieron hacer nada más que tallar una nueva cara, rezar, pedir perdón por no ser más atentos y, claro, suplicarle a los cielos que nada malo volviera a suceder con ella.

»Mientras intentaban arreglar la deformidad de la estatua, aparecieron dos cultivadores de muy alto nivel en el templo del pueblo. Esos hombres eran completos extraños y, aun así, les ofrecieron la solución para que la deidad que vivía dentro de la escultura no se enfureciera y trajera caos. A cambio, pidieron el permiso de quedarse a vivir en Jicheng en el futuro, con privilegios, por supuesto. Los monjes y habitantes echaron a ambos, en Jicheng no eran bienvenidos los forasteros.

»Las desgracias comenzaron a suceder esa misma noche. La nueva cara que habían tallado se caía. Extrañamente, por cada trozo que se desprendía, ocurrían accidentes terribles, alguna enfermedad repentina en varias personas, muertes trágicas o algo similar.

»Los cultivadores forasteros volvieron al pasar un corto período de tiempo, sabían que algo así sucedería. Estaban seguros de que los requerirían allí, era como si hubieran esperado a propósito para, así, llegar en el momento de más necesidad. Al ver la desesperación de los habitantes, en esta ocasión, los monjes aceptaron.

»Ya en el sitio donde se hallaba la escultura, los cultivadores dibujaron un círculo mágico y colocaron varios sellos en las paredes. Según los forasteros, solo faltaba que un grupo de monjes cultivadores rezaran y entregaran energía espiritual día y noche, lo que sería necesario mientras se le reconstruyera la cara de la deidad. Los forasteros se encargarían de traer dos grandes piedras espirituales para reemplazar las que habían sido robadas.

»Así fue como estuvieron entregando energía espiritual a la escultura por tres días y cuatro noches, siguieron al pie de la letra lo que les habían dicho.

»Fue precisamente durante la cuarta noche que los cultivadores forasteros cumplieron su promesa y llevaron dos piedras espirituales, igual de rojas e igual de grandes, repletas de energía; tan poderosas que cualquiera las desearía en su poder.

»Los monjes más veteranos las colocaron en los ahora reconstruidos huecos, logrando que se incrustaran en ellos a la perfección. De inmediato, los monjes comenzaron a rezarle con más fervor. Ofrecieron esos maravillosos ojos nuevos, pidiendo por paz, por la felicidad eterna de esa deidad y prometieron proteger esa cueva, que era su pequeño templo.

»A pesar de todo el esfuerzo, la roca empezó a rechazar las nuevas piedras. No era un regalo agradable. La estatua tembló, las piedras en sus ojos brillaron, daba la sensación de que buscaba venganza, que no deseaba esa ofrenda. Era como si la hubiesen ofendido.

»Los dos monjes que vigilaban la entrada escucharon gritos desde el interior de la cueva, entraron más rápido que el viento y lo que vieron fue un montón de sangre y cuerpos destrozados.

»Pronto, dedujeron que, por haberle transferido tanta energía, además de la que ella misma pudo haber cultivado con el correr de los años, le habían dado vida y cuerpo. No se había convertido en una deidad piadosa, sino en una bestia maligna, deseosa de más energía. Su transformación quizá se debía a la rabia que le habría ocasionado el robo de sus antiguos ojos, el sentirse desprotegida y la impotencia que eso le ocasionó. Nadie lo sabía.

»Ahora era gigante, con pelaje, grandes colmillos y dos enormes cuernos. Rugía con ira, sus ojos brillaban por la sed de sangre.

»Los vigilantes intentaron herirla con sus poderes, pero nada servía, era como si llevara una coraza protectora a su alrededor, una tan poderosa que nada la atravesaba. Por esa razón, se vieron en la necesidad de escapar, aterrados, incrédulos ante tal escena. ¿Cómo iban a adivinar que la escultura protectora se podría convertir en semejante criatura asesina?

»Corrieron hacia el pueblo, cayendo y rodando varias veces en el intento. Sin embargo, la criatura salió de la cueva de inmediato. Alcanzó a los monjes, que, desesperados, corrieron en direcciones contrarias para despistarla. Ella siguió a uno de ellos, y el otro llegó al pueblo para alertar. Aquel, cubierto de ramas y piedras clavadas en su piel, gritó por auxilio, gritó varias veces con desespero, quería alejar a la población de la montaña.

»Gritando y llorando, llamaba a todos para escapar. Antes de que la gente pudiera reaccionar, la bestia llegó por detrás. Aplastó las casas, destruyó los cultivos, se comió a los niños, asesinó y desmembró todo lo que encontró. No había nada que le hiciera daño, era como si alguien externo le estuviera dando todo ese poder y protección. Algunos cultivadores que estaban en el pueblo intentaron defender a la gente común, acto que fue en vano. Todos fueron asesinados por ella en el intento.

»En lo que ella destrozaba el pueblo, un monje logró llevar algunas personas con él a la montaña, entre ellas, algunos cultivadores y monjes. Junto a ellos, creó una barrera, una protección invisible que los podría resguardar. Sin embargo, al contrario de lo que se imaginaban, la bestia no los buscó.

»Después de que la criatura desapareciera por horas, ya comenzaba a llegar el amanecer. Los cultivadores y monjes no aguantaron más, se quedaron sin energía espiritual y la barrera de protección desapareció. Eso dejó a los sobrevivientes, y a ellos mismos, expuestos a su suerte.

»Ese día, a pesar de estar exhaustos por la agitada noche, se dedicaron a curar sus heridas y a partir muy lejos. El problema fue que, al intentar salir del pie de la montaña, algo impidió su paso. Un tipo de magia desconocida bloqueaba los caminos que dirigían hacia fuera de la montaña. Intentaron por días rodear parte de la montaña sin éxito, quedaron atrapados allí dentro. Asustados, con la incertidumbre inundando sus almas y corazones, sin saber qué hacer, decidieron buscar un lugar en donde crear una nueva barrera.

»Esa noche, al igual que las anteriores, la pasaron temerosos, esperando que esa bestia apareciera y los devorara, cosa que, gracias a los cielos, nunca hizo. Al llegar un nuevo día, sus estómagos rugían por el hambre, algunos se desmayaban por falta de alimento y otros simplemente estaban agotados de energía. La montaña no les había brindado muchos frutos, el agua no traía peces y los animales salvajes parecían haber desaparecido. Todo iba en su contra, incluyendo el frío clima. Algo debían hacer al respecto, por lo que los monjes y algunos hombres más decidieron acercarse al pueblo.

»Pensaron que sería ridículo regresar. Todo el cultivo había sido arrancado, los animales, asesinados, y las casas, aplastadas. Era un riesgo que debían tomar si querían sobrevivir por un tiempo más.

»Dejaron a las personas heridas, débiles, enfermos, niños y mujeres en la zona que creyeron más segura. Algunos cultivadores y monjes quedaron a cargo de crear una barrera en caso de escuchar cualquier ruido extraño. En el caso de ser atacados, debían protegerlos a todos hasta el último aliento.

»Los demás se dirigieron al pueblo, más silenciosos que los muertos. Cruzaron los árboles y ramas, caminos difíciles y largos para finalmente llegar al pie de la montaña. Sus ojos no podían dar crédito a lo que veían.

»El pueblo estaba intacto, los niños corrían, los puestos de comida y herramientas estaban donde debían estar a esa hora de la mañana. La gente paseaba y charlaba como si nada hubiera pasado jamás.

»Incrédulos, intentaron saltar el pie de la montaña, pero una barrera no les permitía bajar al igual que antes. Sin importar aquello, gritaron: "¡están vivos, todos están vivos!". Las personas que escucharon tenían expresiones de terror y respondieron: "¡son salvajes, son ladrones de las montañas!". Luego, algunos hombres añadieron: "¡no los dejen entrar en el pueblo!".

»Caras conocidas los amenazaban y les tiraban piedras, algunas mujeres cubrían a sus hijos y rezaban para que aquellos extraños se fueran. Las piedras que eran lanzadas desaparecían en pequeños fragmentos al atravesar la barrera e ingresaban en la montaña.

»Asustados, salieron corriendo de allí mientras escuchaban gritos como: "¡no regresen nunca más, no nos van a asustar!".

»En medio del escape y del desconcierto, todos recordaron una vieja historia que solían contarle a los niños para que no fueran a aventurarse solos a la montaña. Dicha historia advertía a quien quisiera curiosear por el área. Contaba que los salvajes aparecerían y le comerían hasta las entrañas, que no debían ir solos, pues esos salvajes eran capaces de cualquier cosa; eran fuertes en su cultivo espiritual y, su energía era tan oscura, que podían hacer que sus almas nunca cruzaran por el camino de la reencarnación.

»Las personas que los habían visto, al no reconocerlos por alguna extraña razón, debieron encontrar esa única respuesta al verlos. Las ropas desechas, cubiertos de heridas y sangre, gritando incoherencias hacia los cielos. No pudieron pensar en otra cosa más que: "son los salvajes, de verdad existen".

»Entristecidos y sumidos en la confusión, regresaron a donde estaban los demás, contaron lo que vieron con detalle y entre todos llegaron a dos conclusiones. El pueblo era una ilusión y ellos estaban atrapados en la montaña, o ellos eran una ilusión y el pueblo no había sufrido en absoluto. Era claro que la primera opción era la real.

»Pasaron meses vagando, muchos murieron, y otros encontraron la manera de sobrevivir. Hallaron alimento, aprendieron a vivir con la montaña. Por las noches, creaban una barrera, y, por el día, buscaban alimento. Al final, luego de pasar por varias pérdidas, se asentaron en una zona cercana a un lago, con buena tierra para cultivar.

»Cinco monjes y cinco cultivadores decidieron generar una barrera que fuera eterna. Habían estudiado mucho toda su vida, sabían que no era algo imposible de producir. Lograron su cometido, convirtieron sus cuerpos en piedra y sus almas en energía espiritual. La única manera de romper la barrera sería destruyendo sus ahora fuertes cuerpos.

»Aquellos debían ser recargados cada cierto tiempo, ya que la energía espiritual se iría debilitando.

Eso era procurado, así que la barrera se mantendría igual de fuerte siempre.

»Todos los cultivadores y monjes que quedaron con vida se dedicaron a enseñarles a los niños, hombres y mujeres a usar la magia. Crearon nuevas reglas para mantener a la aldea viva por años.

You YuMo estiró sus piernas y, al terminar de contar lo que He Ping le había transmitido, dijo:

—Ahora que lo pienso, no tiene mucho sentido. He Ping sabía que yo salía al pueblo Jicheng cada tanto, y nunca me dijo nada. Me pudo haber dicho que era un espejismo.

—También es extraño que pudieras entrar allí, ¿recuerdas? Ellos intentaron ingresar por comida, y una barrera se los impidió. ¿Por qué tú sí podías atravesarla? —cuestionó Wen ShanShui con una mano en su mentón.

—Según el viejo, fue gracias a esa energía espiritual especial de la que te conté en un inicio. No sé qué creer sobre eso. He Ping es raro, ¿no crees? Nunca me regañó demasiado por colarme allí. —Balanceó las piernas en el aire, mirando a Wen ShanShui—. Yo incluso comía, se sentía muy real. Las personas me tocaban y golpeaban. Resultó ser el sueño de una bestia, al que yo me metía cuando se me apetecía —concluyó.

—Así que esa bestia, la Reina, nació de una estatua a la que se le dio demasiada energía espiritual. —«O eso es lo que piensa el líder de He Ping», reflexionó.

—Bien, como sea, ahora es tu turno. —You YuMo sonrió de oreja a oreja.

—¿Mi turno de qué?

—¿Cómo llegaste a convertirte en maestro desde tan joven? —inquirió, entusiasmado.

—Ah... No tiene mucho misterio en realidad.

—Quiero saber un poco más de tu pasado —expresó, formando un puchero—. Maestro Wen TianZe, cuénteme más sobre usted —se burló.

—Está bien —suspiró de manera imperceptible—. Hace aproximadamente veinticinco o treinta años, en el palacio se desató una epidemia, la cual duró varios años. Esta se llevó muchas vidas, entre ellas, la de mis padres. En ese entonces, Wei De, el maestro en las técnicas de espadas, me adoptó junto a varios huérfanos más. Yi Hen estaba entre nosotros también. Yo apenas tenía cuatro años, no recuerdo demasiado de lo que sucedió, tampoco recuerdo mucho a mis padres.

»Entrenamos el arte que más nos gustaba. En mi caso, amaba las espadas, siempre me han parecido armas poderosas y bellas, aunque eso no quiere decir que las demás no lo sean. Lo que quiero decir es que son mis favoritas. Por mi elección, me mantuve cerca de Wei De y aprendí de él. Otros de mis "hermanos" entrenaron con lanza, otros se fueron a arquería y a entrenar sus hechizos, las artes que aquí ofrecemos. Esta epidemia se llevó a dos de los maestros más importantes del palacio, ellos fueron el de arco y lanza, incluyendo a algunos de los pequeños huérfanos que habían adoptado, lamento mucho no recordarlos. A causa de eso, mis hermanos, Yi Hen y Zhi Jian, entrenaron con varios maestros temporales que venían a enseñarles. En mi caso, Wei De siempre me entrenó, por lo que seguí con él y nunca cambié de maestro. Cuando cumplí los diecinueve años, me pidió que ocupara su lugar. Fue un año muy relevante para todos, dado que fue ese mismo año en el que se les ofreció el cargo de maestros a mis hermanos.

Wen ShanShui exhaló algo de aire. Esos recuerdos traían muchas emociones.

—Wei De escribió a la reina y, dadas las circunstancias, todos fuimos muy bien recibidos como maestros. No hay mucha más historia que esa.

—Tu pasado es más interesante y triste de lo que esperaba.

—¿Esperabas algo más aburrido?

—Solo quería saber más. ¿Sabes? Yo... lamento lo de tus padres.

—No te preocupes. Fue hace mucho tiempo y casi no los recuerdo.

—También lo de los maestros. Debió ser difícil para tus hermanos perderlos desde tan jóvenes.

—Lo fue. Me alegra tanto que hayan salido adelante, y lo han hecho de manera espectacular.

—Lo hicieron, sin dudas. Solo que es una lástima que tus hermanos no pudiesen seguir entrenando con sus maestros.

—Aun si no entrenaron siempre con un único maestro, puedo asegurarte que son las personas más poderosas que conozco. —Sonrió con suavidad.

—Sí, pero sigue siendo triste. A mí no me gustaría entrenar con alguien más que no seas tú. Pese a que mi primer maestro fue He Ping, creo que, cuando aceptas a alguien como maestro de vida, te sientes más fuerte al entrenar con esa persona, no querrías cambiarla por nada. Al menos eso es lo que siento —comentó You YuMo.

Wen ShanShui sintió su corazón ablandarse, percibió mucha calidez en esas palabras, como si tuvieran un significado más profundo de lo que quizás ya eran. Suspiró y contuvo mil emociones dentro de sí, puesto que, si decía alguna de las cosas que giraban en su cabeza, se escucharía raro.

—Bueno, tienes razón en eso, un maestro es alguien especial después de todo. Como sea. —Intentó cambiar de tema—. Ya es tarde, vayamos a comer algo.

—¡Por supuesto! —exclamó You YuMo, brincando de la cama.

Viendo cómo el joven corría escaleras abajo, a Wen ShanShui se le escapó una sonrisa encantada, silenciosa y sincera. Ni él mismo podía darse cuenta de la cara que había puesto. «Te sientes más fuerte al entrenar con esa persona, no querrías cambiarla por nada».

Fin capítulo 13.



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¡Hola! ¿Cómo han estado?

Les comunico que ya hay más dibujos actualizados en los extras y en mi otra historia "Dibujos de AmiKamiu" por si quieren ir a mirarlos (≧∇≦) 💖

Yōu YúMò y Wēn ShànShuǐ son cada vez más cercanos, pero uno se ha enamorado mucho antes que el otro, ¿quién habrá sido el primero en darse cuenta de sus sentimientos?No lo sabemos (bueno, sí (?) (・w・)

¡Nos vemos pronto! 💞

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