CAPÍTULO 3: Spot

Los mensajes de alarma se habían detenido. Pareciera que todo había vuelto a la tranquilidad de siempre, pero no era así. Miguel tecleaba sobre una pantalla y luego en otra, tras cada respuesta negativa bufaba más y golpeaba sus puños contra la mesa con evidente desesperación. Había algo que buscaba, pero por más que indagara la computadora no le daba la información deseada.

El pequeño holograma, su asistente, apareció detrás de él.

—Miguel, no hay nada. La información se perdió —dijo la pequeña mujer—. ¿Quieres darte un momento? No estás bien, registro un alto nivel cardíaco... y tu respiración es anormal, estás al borde de un...

Miguel se detuvo y miró sus manos que temblaban, además, exhalaba fuertemente por la nariz. Ni siquiera se había dado cuenta de esos síntomas. No era por la irritación que provocaba en él el hecho de que la información que buscaba había desaparecido. Había sido por lo que presenció, aquello que creía que jamás iba a ver de nuevo.

—Estoy bien, yo solo... Solo necesito saber qué... quién lo causó. ¿Te diste cuenta de los agujeros? Eran iguales a...

—A los de Spot —terminó de decir el pequeño holograma—. Pero eso no puede ser posible, él está en una prisión de máxima seguridad. Ha estado ahí desde que Miles Morales lo venció.

Una de las pantallas mostró lo que una cámara de seguridad estaba grabando. En ella se veía una celda de cristal justo en medio de una enorme sala iluminada. Un hombre, más bien, la figura de un hombre se encontraba en ella. Su cuerpo era blanquecino, casi perdiéndose con la luz de su alrededor, y carecía de facciones. Él estaba de cuclillas en una esquina. No se le veía de frente, pero parecía bastante inofensivo.

—Spot —dijo Miguel, y fue como si escupiera su nombre.

—Es una cámara en vivo. Él no se ha movido de ahí en horas. Y con el inhibidor no puede hacer nada —explicó Lyla mientras señalaba el collarín amarillo que tenía Spot—. Tú sabes bien que eso del inhibidor es solo por seguridad. De todas formas ha perdido sus poderes. Míralo, parece un perrito regañado.

Miguel golpeó de nuevo sus puños en el escritorio, pero esta vez con tanta fuerza que la superficie se quebró.

—Sé lo que ví, Lyla. Tengo que asegurarme. Le haré una visita. Tú verifica las demás tierras, rastrea la más mínima anomalía —dijo sin permitir réplicas.

Había sido una mala idea, una malísima y terrible idea. Al principio sonaba razonable, pero ahora que estaba en el techo de un gran edificio, y a un par de pasos de la caída supo que no lo pensó del todo.

Subir a la planta más alta fue relativamente fácil. Subir al muro de contención no tanto, pero acercarse y mirar abajo fue lo peor. Sus rodillas temblaban, su corazón se estaba agitando y ya se sentía mareada.

—¡No, ni madres haré esto! —habló fuertemente mientras retrocedía apretando su bolsa contra sí.

Quién hubiera imaginado que tendría un fuerte vértigo por las alturas. Había dado un solo vistazo y eso había sido suficiente para que no volviese a dirigir la mirada. Dio un paso atrás, no lo iba a hacer, pero se detuvo. Esta era su única oportunidad, la única manera de encontrarse con Spiderman.

Lo había pensado. Podía llamar su atención de otra manera, intentar robar..., pero sería más fácil que la lincharan antes, Spiderman solo iría a recoger un cadáver maltrecho. Era una fantasía divertida, pero jamás podría hacer semejante cosa porque la violencia nunca había sido una opción para ella. Lanzarse de un edificio era lo más acertado.

Cerró los ojos con fuerza antes de mirar nuevamente, entonces sonrió con nervios, aunque en realidad quería llorar.

—Vamos Camila, tú puedes. Él te va a atrapar, lo hará, ten confianza —se dijo y se movió hacia enfrente, pero gritó cuando perdió un poco el equilibrio, entonces retrocedió de inmediato agitando los brazos.

—¡AAH! ¡No puedo! —gritó poniendo su mano sobre su pecho, respirando profundamente.

El viento movió su cabello, Camila apretó los dientes. Debía hacerlo, este acto era poca cosa para obtener la ayuda de Spiderman, era necesario para regresar a casa.

—Ok, tú puedes, un paso, uno solo —se hablaba—. Después de esto irás a casa, con tu familia, les contarás una divertida anécdota y todos reiremos. Vamos, un salto. Vendrá, vendrá, ten fé... Dalo, es solo un salto de fé.

Camila cerró fuertemente los ojos y suspiró profundamente. No pudo controlar su corazón y estaba aterrada, pero no le importó, valía la pena, por su hogar.

Entonces lo hizo, pero apenas uno de sus pies había dejado el suelo se detuvo súbitamente. Sintió el aire en su cara, pero no estaba cayendo porque alguien la sostenía. Camila giró la cabeza y abrió los ojos de a poco, no pudo evitar que todo su cuerpo se agitara de sorpresa. Ahí estaba Spiderman, sosteniendo su muñeca con fuerza, evitando que cayera.

—¡Ey! —saluda él agitando su mano libre, después retrocede para que ella vuelva a estar de pie.

Camila no sabe qué decir, solo suprime las intensas ganas de abrazarlo, así que, en vez de eso, lo mira atentamente. Examina los detalles de su traje rojo y azul, y su máscara... Es exactamente al cómic.

Spiderman la ayuda a bajar del muro y la aleja sin soltar su mano. Se acerca a ella y, con una voz tranquila y comprensiva, le dice:

—Oye, tranquila. Estás a salvo ahora. Sé que las cosas pueden parecer muy malas, pero no tienes que hacer algo tan drástico— dice mientras suelta lentamente su mano. Camila mira la muñeca de Spiderman, él tiene puesto una especie de reloj que llama su atención al instante.

Lo mira con confusión al entender sus palabras, Spiderman cree que ella intentaba quitarse la vida. Sí, era lo obvio, pero quiere evitar el discurso motivacional así que agita la cabeza fuertemente.

—N-no, no, no lo entiendes —lo interrumpe—. No intentaba... Yo te estaba buscando a ti. ¡Necesito tu ayuda!

Spiderman ladeó la cabeza, y su preocupación pasó a sorpresa.

—¿Me estabas buscando? ¿Para eso estabas dispuesta a saltar de uno de los edificios más altos? Me impresionas, tienes coraje... Pues aquí me tienes, señorita, ¿qué necesitas?

Camila toma aire y, con voz firme pero apresurada, trató de explicar toda su situación: la aparición en el callejón, la falta de su identidad, cómo la policía seguramente la está buscando, además, esa extraña intuición de que él es la única persona que puede ayudarla a regresar a casa.

Al terminar de hablar, Spiderman se quedó en silencio, procesando todo lo dicho. Finalmente, asistió con la cabeza y dijo:

—Entiendo. Déjame ver cómo puedo ayudarte con esto.

Camila sonríe, esperanzada.

—¿De verdad me ayudarás?

Él asiente.

—Claro, tu familia debe estar preocupada. Además, hace tiempo que no tengo un caso así. Haré todo lo posible por ayudarte.

Camila empieza a dar saltitos.

—Muchas gracias, prometo que te recompensaré.

Spiderman carcajea ante tal muestra de emoción.

—No tienes que remunerar, chica, esto lo hago por puro deber. Ahora bien, ¿me dices tu nombre?

—Uh, sí. Mi nombre es Camila González... Creo.

Ella no veía el rostro del héroe por la máscara pero estaba segura de que había puesto la misma expresión que la enfermera. De hecho respondió igual:

—¿Segura?

Ella asintió.

—Sí, lo siento, la amnesia me ha dejado muy confundida.

Spider comprendió.

—Bien. Entonces démonos prisa. Vamos a ese callejón en el que apareciste, tal vez encontremos alguna pista.

Ella asintió y miró a la cuidad.

—No está muy lejos de aquí. Es por ahí —dijo señalando con el dedo a la distancia.

Spiderman se acercó y miró abajo. Luego se puso sobre una rodilla.

—Bien, sube.

Camila retrocedió con los brazos en defensa.

—¿Eh?

—Sube a mi espalda, no creerás que bajaré por el ascensor contigo, ¿verdad? No me digas que tienes miedo. Hace unos instantes estabas aquí mismo dispuesta a lanzarte al vacío. Venga, solo sujétate bien.

Camila subió a su espalda y agradeció que él no pudiera ver su rostro porque estaba en llamas. Envolvió su cuello con sus brazos y supuso que debía decir algo para romper el silencio, para ella esto era una situación un tanto incómoda, pero para Spiderman era cosa de todos los días.

—Te diré algo. Cuando supe de la existencia de un tal Spiderman lo primero que pensé fue que lanzabas telarañas por el trasero —dijo con una risita nerviosa.

El cuerpo de Spiderman se sacudió ante su carcajada.

—¡Ja! Hace años que no escuchaba eso. Me encanta tu sentido del humor —le dijo Spiderman justo antes de saltar.

Camila cerró los ojos y evitó no gritar, pero no lo logró. La sensación de caer no era agradable, le daba escalofríos en todo el cuerpo y sus entrañas se contrajeron. Además, no ayudaba las piruetas que hacía Spiderman quien carcajeaba ante sus gritos.

Cuando llegaron, Camila se soltó y retrocedió meciéndose de un lado a otro.

—E-so... eso fue horrible —dijo apenas, con la voz temblorosa.

—¿Eso crees? Normalmente a las chicas se les hace divertido —dijo Spiderman. Y tras la mirada acusadora de Camila agitó las manos—. Ey, no me mal entiendas. Estoy casado, incluso tengo una hija.

Ella sonrió.

—Ok. Te creo. Ahora que estamos aquí, ¿qué sigue?

Spiderman explicó que debían revisar el lugar, y así fue. Movieron cada piedra y examinaron todo, pero parecía que en ese callejón sucio no hubiera pasado absolutamente nada.

A mediodía, almorzaron un sándwich que él trajo, y mientras comían ella le explicó lo que recordaba, pero Spiderman, que aseguraba conocer la ciudad como la palma de su mano, no reconoció nada de lo que indicaba llegando a la conclusión que definitivamente no era de ahí.

Pasaron el resto del día indagando, yendo de una lugar a otro, fueron a cada calle alrededor del callejón, luego a bibliotecas y barrios similares que ella describía. Incluso tuvieron que suspender su búsqueda porque Spiderman tuvo un poco de "trabajo". Camila vio cómo era un día en la vida de un superhéroe, eso le llenó de emoción. Spiderman era todo un experto en su labor y ya no lo consideraba difícil. Ese día tuvo que lidiar solo con algunos ladrones de bolsillos y con una disputa a media calle por algún mal conductor que provocó un choque, aun así no le quitaba el mérito de un gran superhéroe.

Al atardecer, ambos comían pizza mientras colgaban los pies en un muro no muy alto que daba a las afueras de la ciudad. Miraban el atardecer de hermosos colores naranjas, aunque ella tenía que entornar los ojos y tratar de ver porque a la distancias veía borroso. Era un poco incómodo, y de hecho, eso le hizo recordar… ¿Dónde estaban sus anteojos?

Mientras tanto, Spiderman contaba historias de sus más grandes luchas, de sus aventuras contra monstruos y enemigos de verdad desquiciados, de sus altas y bajas siendo un superhéroe.

Ella lo miró atentamente con un brillo de admiración.

—Eres increíble —murmuró antes de dar una mordida a su pizza sin apartar su mirada de él. Estaba realmente fascinada.

—No ha sido fácil, una vez me rompí la espalda y tuve problemas con mi esposa un tiempo... Un divorcio, pero lo arreglé y ahora está nuestra hija… Esa pequeña arañita —dijo dando un suspiro alegre al final.

Aquel detalle llamó la atención de la chica.

—¿Tu hija tiene los mismos poderes que tú?

Spider dio el último mordisco a su pizza.

—Oh, sí. Ya sabes cómo funciona esto de ser ‘mutante’. Estas habilidades ya están en tu ADN. A veces las obtienes de algún modo loco y otras veces naces teniéndolas. En el caso de mi pequeña, nació con las habilidades de papá. Tiene suerte de tener un padre tan genial.

Camila se quedó callada un momento. Ya iba entendiendo mejor lo que significaba ser mutante.

—Yo los conozco simplemente como “superpoderes". Todo el que tiene superpoderes de un alto nivel está destinado a ser un… un héroe.

Spiderman bajó la máscara para cubrir su boca.

—Bueno, eso de ser un héroe lo decides tú. La mayoría de mis archienemigos también son mutantes, pero no tomaron el camino correcto...

—Un gran poder conlleva una gran responsabilidad —interrumpió ella—. Esa es tu frase, ¿no?

Spiderman río.

—Sí, lo es, y es verdad. Sabes, hubo un tiempo en donde ni siquiera quería escucharla. A veces uno pierde el camino, como ellos, los villanos. La verdad la mayoría de ellos no son malos del todo. Solo tomaron malas decisiones y no tuvieron mucha suerte.

Camila buscó en su bolsa y sacó el cómic.

—Entonces, ¿todo esto es real?

Spiderman tomó la revista y la hojeó dando un suspiro nostálgico.

—A veces suelen exagerar, pero sí. Son reales.

—Wow, pues tus villanos no tienen nombres tan geniales. Y hablando de nombres, ¿qué es eso del sentido arácnido? Suena muy gracioso.

Spiderman puso su atención al atardecer.

—Muchos también le llaman “la punzada” —dijo él y Camila cubrió su boca para disimular sus risas—. Suena mejor, ¿no? No te burles, esa habilidad me ha salvado la vida muchas veces.

—¿Y cómo se siente? —preguntó ella con demasiada curiosidad.

—Oh, bueno… es como la ansiedad. Simplemente ves venir las cosas. Cómo una sacudida de advertencia— dijo, y después de un silencio habló con más seriedad—: Camila… Está anocheciendo. No hemos encontrado ninguna pista hasta ahora y eso en serio me preocupa. Continuaremos mañana, por ahora tienes que descansar, te ves fatigada. Te llevaré a un hotel para que descanses.

La chica asintió con la cabeza, pero no sé veía convencida.

—No te desanimes, mañana lo seguiremos intentando —dijo Spiderman mientras posaba su mano en su hombro. Camila intentó sonreír y luego miró nuevamente ese reloj de su muñeca, parecía ser de una tecnología totalmente nueva pues ella jamás había visto algo parecido.

Cuando Miguel entró a la habitación al lado de un guardia no pudo evitar agachar la mirada. Tenía su máscara puesta, aun así las luces eran demasiado intensas.

Cuando su vista se adaptó pudo analizar el lugar: la gran habitación carecía de algún detalle, solo eran paredes blancas al igual que el azulejo. La celda era una enorme caja de cristal que estaba en medio, dentro de ella había solo una mesa, una silla y una cama. Eso era todo.

Miguel examinó estos detalles mientras caminaba, pero lo que más llamó su atención fueron las hojas sobre la mesa, en ellas había dibujos... Más bien, manchas. Eran manchas hechas de tinta. Esta tinta estaba por todos lados. Era, al parecer, un intento fantasioso de recordar lo que una vez pudo crear.

Miguel frunció el ceño. Al menos a él no le gustaba recordar lo que ese desquiciado era capaz de hacer usando aquellos agujeros interdimensionales. Había sido uno de los peores peligros para los universos arácnidos y odiaba la idea de que siguiera vivo.

—Ahí lo tiene —dijo el guardia, haciendo que Miguel saliera de sus pensamientos.

Miguel miró a Spot. Él estaba en una esquina, en cuclillas mientras con uno de sus dedos golpeaba el cristal.

—Ha estado así, desorientado, desde hace horas. No dice nada, no hace más que golpear el cristal con el dedo. Ha perdido la cabeza, debería saber que esta celda es impenetrable. Está diseñada para contener al mismísimo Hulk —habló el guardia mientras le daba una mirada de lástima a Spot.

Miguel ignoró al guardia. Él se arrodilló para que su rostro quedara a la altura del villano, o al menos a lo que se pudiera llamar "rostro". Miguel escudriñó esa cabeza blanca sin facciones. Le hubiese gustado poder ver el rostro del humano que una vez fue, saber si su mirada era la de una mente rota y perdida, saber si lo estaba mirando justo ahora.

—¿Tienes algo qué decirme, eh? —dijo Miguel, pero Spot ni siquiera le hizo caso, simplemente siguió golpeando el cristal con su dedo tras cada segundo.

—Tierra 1219 , ¿qué me dices de eso? —habló Miguel, esta vez con la voz más profunda, mostrando su irritación.

Entonces Spot se detuvo un momento, tuvo un pequeño sobresalto que Miguel no dejó pasar. Ese gesto le decía que algo sabía. Quizá Spot quiso disimular su expresión porque siguió haciendo lo mismo, pero a Miguel no lo iba a engañar.

—Tú tienes algo que ver con eso, no sé cómo, cómo lograste burlar la seguridad de este lugar, pero fuiste tú —acusó, amenazante.

—Oiga, yo no creo que este sujeto haya hecho nada —interrumpió el guardia—. Ha estado encerrado durante mucho tiempo. No puede hacer nada con el inhibidor puesto y dentro de ese cristal.

Miguel miró al guardia, luego al preso. Se levantó y caminó a la salida.

—Necesitaré las grabaciones de las últimas veinticuatro horas —dijo por último.

Cuando Miguel salió de la habitación iluminada recibió un mensaje de Lyla. Al parecer tenía una gran noticia.

Traspasó el portal con prisa llegando justamente a su palanquín.

—¿Qué es lo que tienes? —le preguntó a Lyla.

—Mis registros indicaron que, lejos de todo el desastre, se abrió un portal en la Tierra 616B. Pero este portal no fue hecho por alguna máquina, no se trata de nuestro Peter B. Parker, tampoco se trata de ninguno de nuestros relojes. Fue algo mucho más preciso.

—¿De algo como lo que haría la mancha, un agujero interdimensional? —preguntó Miguel.

—Así es —confirmó Lyla mientras ajustaba sus lentesitos de corazón—. Algo similar.

—Entonces no perdamos el tiempo —dijo Miguel y pidió las coordenadas. Un momento después estaban en un oscuro callejón.

—Analiza —ordenó él mientras daba un par de pasos. Su máscara se retrajo dejando a la vista su rostro y cabello despeinado, pero Lyla no se movió. Ella rodó los ojos y luego puso la mano cerca de su oreja.

—Disculpa, no escuché las palabras mágicas.

Miguel se detuvo y su expresión dejó ver su descontento.

—Es algo importante, Lyla, ahora no.

—Las palabras mágicas, Miguel —canturreo ella.

—¡Por favor, Lyla! Quisieras analizar el lugar, por favor —gritó al principio y luego sus palabras se hicieron lentas, aunque con la misma firmeza.

—Eso era todo, jefe —dijo ella y se movió de inmediato, escaneando el lugar. Luego se detuvo súbitamente—. Vaya, qué tenemos aquí. Esto no pertenece aquí— dijo y señaló al suelo.

Miguel se acercó de inmediato hacia un montón de bolsas de basura que tenían un desagradable aroma a pescado podrido. Se detuvo y después se agachó a recoger con cuidado unos anteojos de color verde metálico. Aquellos anteojos tenían un cristal roto y manchas de sangre.

—No pertenecen aquí —reiteró Lyla.

Miguel miró hacia arriba. El bullicio de la gente, las sirenas de las ambulancias, parecía una noche normal en New York.

—Tenemos un intruso. ¿Puedes hacer un rastreo?

—No. Para encontrar a nuestro intruso necesito escanearlo. Allá afuera hay miles de personas, Miguel. Mi escáner no tiene ese alcance. Aunque, quizá no esté lejos, por la sangre seguramente está malherido. Puedes llamar a Peter para que te ayude.

—Él tiene sus propios asuntos, además, siempre quiere traer a su hija consigo a pesar de que le he dicho miles de veces que es peligroso. No quiero lidiar con él ahora. Puedo hacer esto solo.

—Mmm, no, no puedes —dijo Lyla mientras se ponía frente a su rostro—, necesitas ayuda, y especialmente a Peter, si hay un intruso en su dimensión, posiblemente un criminal de esta magnitud, él necesita saber.

Miguel se apartó sacudiendo la mano para alejarla.

—Pediré su ayuda cuando sea absolutamente necesario. Por ahora estoy seguro que puedo con esto. Te tengo a ti, y tengo el ADN de nuestro intruso, eso es una gran pista. Además, no sabemos qué hace aquí, si este es su destino o solo está de paso. Esperaré a que haga un salto, si no lo hace entonces no tardará en hacerse notar.

—No tenemos que subestimar a personas como estas, Miguel.

—Tú no me tienes que subestimar a mí. No soy como las demás arañitas que nada se lo toman en serio —contestó con arrogancia—. Soy el líder por una razón: yo hago las cosas bien.

Lyla se quedó mirándolo sin decir nada. Había pasado mucho tiempo desde que lo había visto así de furioso, pero lo entendía.

Miguel regresó a la torre y se plantó frentea las pantallas mientras en su mano sostenía fuertemente a aquellos anteojos.

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