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El día del baile de la graduación había llegado volando, tuve que levantarme desde temprano a hacer mi maleta para esa noche y el día siguiente, luego me puse el vestido floral que Luke me había comprado semanas atrás y salí de mi habitación en dirección a la salida, pero antes de que pudiera tocar la perilla la voz dulce de Bianca me detuvo sin anticipación.

—¿si volverás, verdad?— preguntó con un hilo de voz

Me giré a mirarla un breve momento notando sus ojos enrojecidos y llenos de ardientes lágrimas que amenazaban con destruirle el maquillaje. Jamás la había visto llorar, ni una sola vez. Bianca era fuerte, incluso más que yo. Podía pasarse noches sufriendo sin derramar ni una sola lágrima, ¿que le había pasado?

—si— contesté extrañada—. ¿Está todo bien? Puedo quedarme un momento si me requieres— negó repetidamente.

—solo quería asegurarme— sonrió de la manera más rota que jamás hubiera visto—. Buena suerte, Abby.

Y sin más se marchó.

Mis alternativas se redujeron a nulas. Tomé la maleta y salí sin buscar arrepentirme de mis decisiones. Luke ya estaba pegándole al volante con los dedos esperando quien sabe desde que hora. Lo miré un instante, iba con esos malditos pantalones negros entallados que me hacían babear hasta el alma con una camiseta blanca. Se acercó él esta vez a besarme la mejilla dedicándose a conducir sin preguntarme que me estaba pasando por la cabeza. ¿Que tenía Bianca? ¿Por que estaba llorando?

—¿todo bien, cielo?— posó su enorme mano sobre mi muslo y con la tensión lo único que pude hacer fue asentir—. Vamos a pasar a dejar tus cosas a la casa y de ahí nos vamos al cine, ¿vale?

—si, esta perfecto

No removió su mano, así que solo para provocarlo como dijo Miranda descanse la mía sobre la de él, acariciando sus nudillos con delicadeza usando los dedos, ignorando por completo la manera en la que me miraba hacerlo. Y de la nada me cruzó por la cabeza entrelazar mis dedos con los suyos, embonando como un par de engranes hechos para funcionar a costa del otro en perfecta sincronía. Lo vi sonreír antes de llevarse mi mano a los labios finalmente descansándola sobre su pierna. Me mordí el labio evitando una sonrisa distrayendo mi atención el resto del camino mirando por la ventanilla.

Una vez que estuvimos en el aparcamiento frente a su casa me ayudó a bajar la maleta sin espera que me abriera la puerta. Corrí como una niña melosa tomando su mano contra la mía mientras abrazaba su brazo. Metió la llave a la hendidura de la perilla dejándome entrar primero. Guió el camino a la escaleras y de ahí a la habitación en la que me había quedado días atrás.

La última vez que estuve ahí apenas y me había dado tiempo de echarle una ojeada al lugar. Era un palacio ahí dentro, las cobijas se veían estupendas a juego con las cortinas y el montón de ornamentación moderna de acero. Eso sí, se notaba a leguas que le encantaba el color gris.

Lo vi dejar la maleta sobre la cama sonriendo ante mi evidente sorpresa. Era enorme, obviamente le duplicaba el tamaño a la mía haciéndome sentir una enana en el castillo del príncipe de Blanca Nieves.

—es gigantesca, Luke

—lo preparé desde la última vez que estuviste aquí, te cambié los edredones y las almohadas. Espero que te guste

—¿que me guste? Me encanta, es maravillosa

Me tumbe boca arriba mirando la lámpara de luces led colgando sobre el techo. El colchón se hundió a mi lado indicándome que Luke ya estaba junto a mi.

—supongo que ahora debo llamarte papi— sonreí contagiandolo al instante

—la película no tardará en comenzar, vámonos

Ofreció sus manos para levantarme y no me negué, al tomarlas tiré tan fuerte que resultó inevitable que quedara atrapada contra su pecho y ese par de orbes hipnotizantes y cristalinos.

—te ves preciosa con ese vestido

Sentí su respiración calmada tranquilizándome los nervios.

—tu lo compraste

Sonrió

—hice bien.

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