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Eso de ir a caminar fue una mentira enorme y él lo sabía. Me había llevado a uno de esos paraísos en donde los estantes de tiendas extranjeras pasaban ante mis ojos como en esas películas en donde mágicamente se reproduce una banda sonora clásica que suena épica y armoniosa a la vez. Estaba emocionada, tanto que tiraba de su mano entrelazada con la mía llevándolo de lugar en lugar mirándome la ropa en los gigantescos espejos con él clavándome la mirada sentado en los sofás de los vestidores. Cada que le preguntaba por algún conjunto siempre atinaba a recordarme lo hermosa que me veía con cualquier cosa que me ponía.
Terminamos con diez bolsas de tiendas de mujer. Vestidos, jeans, zapatos, sudaderas, tops y un montón de todo. Sentía que me mareaba con tantos colores frente a mis ojos. Era su turno, me llevó a un par de tiendas para hombres, todas de renombre y exageradamente caras.
Luke era un hombre con el bolsillo rebosante.
Me tocó mirarlo sentada desde el sofá midiéndose un par de pantalones oscuros que le quedaban como anillo al dedo. Llevaba también una camisa de satin negra con un estampado raro de un montón de corazones atravesados por una flecha. Jamás había mirado a nadie de la manera en la que lo miré, sintiendo una extraña punzada en la boca de mi estómago mientras mi boca permanecía boquiabierta al verlo ahí de pie completamente en vivo. Completamente real. La cara me quemó por un momento breve bajando la vista desde su pecho descubierto por los primeros botones hasta su trasero apretado en los jeans.
—Abby— su nombre pronunciado por su ronca voz me devolvió al mundo de los vivos—. ¿Te sientes bien, cielo? Estás toda roja, ¿Tienes fiebre?
Negué frenéticamente echándome aire con la mano, convenciéndolo de que tenía mucho calor debido a la larga caminata y el gentío dentro de las tiendas.
Al final lo ayude con las bolsas de tintorería con sus trajes y el con mis bolsas subiéndolas al maletero del coche aparcado del otro lado de la acera. Una vez hecho eso volvimos a subir al coche en camino a mi asquerosa casa.
—¿harás algo este fin de semana?
Nada además de dormir y comer mientras veía el diario de Bridget Jones por quinceava vez.
—no— contesté olvidando mis planes
—¿quieres ver una película? La que tú quieras, podemos verla en mi casa
Sonreí pensando en todo el repertorio de películas favoritas que tenía escondido en mi armario. Muchas de ellas rayadas por el excesivo uso, mientras que las demás se habían convertido en colecciones invaluables de recuerdos.
—shrek tercero— asentí mirándolo carcajearse de mis gustos
—esa será
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