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La escuela estuvo como todos los días; simple. Miranda no se había presentado y la razón era muy obvia. Así que a la hora de la salida me encontré sola sobre la acera viendo pasar a toda esa gente de la mano de sus hijos subiéndolos a los coches con todo el cariño con el que se le podía hablar a un niño. De vez en cuando me sentía melancólica respecto a eso. La vida con una familia adoptiva no era lo mismo que lo que tuve antes, todo ese amor que se desvaneció una mañana después de una de las peores noticias que una niña puede recibir, y así de la nada me vi obligada a madurar. Pasando de orfanato a orfanato hasta que un día Bianca y Carlos decidieron adoptarme, no porque quisieran pero porque les convenía, de esa manera recibirían la pensión de la muerte de mis padres hasta mis dieciocho que prácticamente estaban a la vuelta de la esquina. Después de eso seguramente me sacarían de la casa y en todo caso se librarían de mi por un buen tiempo.

Volteé al escuchar la bocina de uno de los coches que se aproximaban a donde yo, supe quién era de tan solo echarle una ojeada a las ventanas polarizadas. Bajé la mochila de mis hombros subiéndome al asiento del copiloto. Luke se limitó a mirarme con una afable sonrisa.

—hola, Abby— saludó usando el apodo que le había dicho.

Lo saludé con una sonrisa abrochándome el cinturón de seguridad antes de verlo arrancar hacia el tráfico.

—¿te fue bien?

—si— asentí entrecerrando los ojos en su dirección—. Estuvo tranquilo

¿Por que sentía que se estaba tomando muchas confianzas conmigo?

Nos quedamos un minuto en silencio, lo que pareció duradero hasta que decidió hablarme:

—¿Tienes hambre? Conozco un buen lugar por aquí— juntó los labios en una fina línea recta intentando mover el coche en contra de todo ese tráfico de la hora pico.

—claro, porque no— me estiré en el asiento mirándolo maniobrar entre los lugares reducidos hasta llegar a donde se veían los del valet parking

Bajó de su lado intentando ir a abrir mi puerta, cosa que claramente no me gustaba. Siempre había abierto mi puerta sin ayuda de nadie, ni por actos de caballerosidad les dejaba hacer eso. Lo vi sonreírme con diversión guiándome dentro del hermoso lugar. De tan solo mencionar que las luces eran enormes candelabros colgando sobre las mesas. Para mi eso era demasiado. Puso su mano en mi espalda llevándome delante de uno de los meseros, le dio su nombre y de esa manera pudimos tomar una de las mesas alejadas de los demás. Nos dejaron las cartas esperando a que pudiéramos ordenar.

Comida japonesa, interesante.

—Abby— llamó con suavidad

Bajé la carta a la altura de mi nariz mirándolo con claridad.

—déjame sorprenderte— su mirada casi me lo estaba suplicando

Obviamente no pudo ver mi sonrisa porque la tenía escondida detrás de la carta, pero de verdad eso me había echo reír. ¿Sorprenderme con la comida? Eso estaba por verse.

—sorpréndeme entonces

Dk, quiero hacer un maratón)?

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