Parte 3


Esos días.

Parte 3.

El equipo de restauradores aplaude con felicidad, todos celebran que las obras por fin estén completadas. Celio y Donato ven la última pintura desde su lugar y se sienten muy complacidos con su trabajo.

Aunque el artista haya quedado muy cerca del anonimato, la técnica es evidente; la pieza no solo sirve para estudio, es hermosa, bella por sí misma, y ambos apuestan a que un coleccionista quedará prendado simplemente con verla.

Un hombre descansando, casi desnudo sobre hierba seca, cubierto por una fina tela transparente de tono café claro rodeando su cadera y la punta de su miembro. 

Es todo un espécimen masculino. Posee un gesto de estar entre la realidad y la fantasía, los brazos extendidos y las venas marcadas con sangre en circulación. Su piel es morena, de rizos negros, con relieves oliva en la mirada. 

No fue celestial en su época, pero parecía una experiencia totalmente religiosa. 

Volviendo a las oficinas comunes, Rossi y Rinaldi se despiden con orgullo de lo que hicieron. Celio sabe que este proyecto solo era temporal, él continuará con el siguiente y el siguiente; no obstante, Donato es otra historia. 

Él está de viaje solo por la restauración; y ya terminada, su vuelo de regreso a casa será dentro de tres días. 

Toma valor y ve su teléfono celular, busca las notas que él y Alessia escribieron durante la noche justo antes de dormir. Ella y Lucile tienen un regalo que con certeza a su superior le gustara…

Eso espera.

Alza la vista de nueva cuenta, ve a Donato junto a los demás colegas bebiendo una copa de champagne (en el caso de Rossi, de agua). Sus zapatos tiemblan pero decide ir a interrumpir lo que sea de lo que estén platicando los otros. 

—Hola, perdonen... —menciona a la vez que se mete entre su jefe y una de sus compañeras, ellos le miran con curiosidad—. Jefe, disculpe por esto ¿Puedo hablar con usted por un minuto?

Rinaldi asiente, pasa su trago con rapidez y se encamina al fondo del pasillo con su compañero.

—Jefe —inicia Rossi— Alessia y yo tenemos una sorpresa para usted. Verá, nos gustaría invitarlo hoy a cenar antes de que prepare su equipaje y lo demás. Sé que Lucile estará encantada.

El anciano ríe.

—Claro, no hay ningún problema —contesta contento— Se que tu hija solo quiere que le de más entradas para el teatro, será igual que tú…

Celio sonríe curioso, en cierto modo tiene razón.

—Bueno, entonces si gusta le daré un aventón cuando salgamos de aquí. —agrega Rossi— Trate de no comer nada hasta entonces, ya conoce cómo es Alessi.

Donato hace un gesto con la cabeza, Celio y él regresan al festejo.

Tres horas después, el hombre que les contrató hace su aparición y da un discurso de agradecimiento y de motivación a todos los presentes. Entre chistes de arte, luces, bocadillos y más bebida, todos entran en una paz y un ambiente inolvidable.

Al menos eso es lo que piensa Rinaldi.

Terminan la sesión y con varios de sus colegas de camino a sus respectivas casas; Donato ordena unos últimos detalles para la recolección y la entrega de las obras. Estas se exhibirán en una galería en Londres.

No le sorprende, pero ciertamente no esperaba que su circulación fuera tan rápida.

Celio y otros dos le ayudan haciendo otro tipo de papeleo para el transporte de los bocetos y su medio de conservación. Todos parecen amar su trabajo.

Una vez que finalizan, Rossi asoma la cabeza hacia donde se encuentra; el hombre mayor le hace una señal de que casi se desocupa y en un minuto o dos cumple lo dicho.

Los dos toman sus pertenencias, y se disponen a salir del edificio. Tienen una leve plática sobre el destino del arte y sobre una exposición de Miguel Ángel que se llevará a cabo en la ciudad natal de Rinaldi. A las seis de la tarde, Alessia les abre la puerta de su hogar. Donato la saluda de dos besos en la mejilla y choca las palmas con la pequeña Lucile que baja las escaleras para inmediatamente volverlas a subir.

La esposa de su compañero comenta que la lasaña está lista y les pide de favor ayudarle con los platos y las bebidas.

Ellos acatan y Donato se encuentra sirviendo vino junto con jugo de manzana, mientras Celio sostiene grandes platos a causa de que se han roto uno o dos en la semana.

Con la comida caliente, la barriga llena y el corazón alegre, los cuatro platican sobre su último día. El adulto mayor lleva cada porción de pasta, queso y carne a su boca; y no puede evitar pensar que en todo este tiempo realmente no se ha encontrado solo, y que sus penas no han sido tan amargas.

Es cierto que extraña a su marido, que extraña a su mascota. Tanto David como Pulgo se fueron de una manera lenta y dolorosa. Algo que sin duda hubiera querido evitar a toda costa.

No obstante, ahora, acompañado, riendo por las indiscreciones de su compañero, los comentarios audaces de Alessia y la ternura de su hija; Donato piensa que ha sido afortunado.

Afortunado de encontrar su propio camino de vuelta, de una manera tan sutil y suave.

Y por ello no hace más que sonreír. 

Todos abren los ojos expectantes; de pronto, se escucha algo en las habitaciones de arriba en la casa de Celio. Los adultos se miran entre ellos y la señora Rossi carraspea dando una especie de señal. Al instante, Lucile sonríe traviesa y se dirige de nuevo a su pieza.

Los Rossi restantes se voltean a verle.

Su viejo corazón palpita anhelante.

—Señor Rinaldi, Donato. —menciona la mujer, con el rubor de sus mejillas expandiéndose por toda la cara— Nosotros sabemos que se va, y sabemos que nos veremos pronto, seguramente; sin embargo…

Ella se traba, Celio continúa:

—Queremos darte un regalo, uno de parte de todos nosotros.

La niña que recién baja, entra con una cajita en sus manos; se ve como algo frágil debido a la seguridad y el cuidado con el que carga el presente.

Lucile anda hasta él y se inclina para que abra el paquete mientras ella lo sigue sosteniendo. Rinaldi la detalla con la vista, está emocionada y algo inquieta. No pierde más tiempo, lo abre sin más.

Sus párpados se abren desmesurados, contiene la respiración. Mete con nervios, con temblores, sus largas manos dentro de la caja.

Quiere aguantarse pero no puede evitar llorar.

“Miau”

Un pequeño, un pequeño felino. Su pelito completamente gris, de ojos azules y bigotes blancos.

Justo igual a su Pulgo.

No tiene palabras, lo lleva a su pecho y abraza al minino a la vez que solloza conmovido y desconsolado. Alessia y Celio se toman de las manos entre alegres y nostálgicos.

Donato Rinaldi sabe sobre la soledad, pero también sobre la felicidad y la dicha.

Así que decide ya no sentirse mal por estar solo. No con una muestra tan bella de amor, una muestra tan vívida de la amistad, tan capaz de crecer y ser resiliente.

Donato Rinaldi se irá pero dejará algo de sí con ellos; así como algo de ellos se irá con él. 

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Invierno, 1904

Emanuele despertó con un ardor en los ojos, sus dedos se sentían fríos y se dió cuenta de que la sábana le cubría todo el cuerpo. Vio a su alrededor, notó una extraña calma y una ensordecedora tranquilidad. Cuando rodó de la cama para sentarse, se fijó en una nota sobre la mesa en donde tenía su vela de noche, la cual no había utilizado.

Era un simple granjero, se le dificultaba leer, pero en su defensa tenía que hacerlo para ayudarle a su madre con la granja y las medicinas.

Observó el papel, espabiló un poco al notar que era del mismo tipo del que usaba Gian. Lo tomó con cuidado y lo leyó; antes, miró que en la parte de atrás había un dibujo.

Era de las flores en la tumba de su padre.

Un nudo se le hizo en la garganta, continuó…

Señor Emanuele.

Quiero agradecerle este tiempo que he estado al lado de usted y de la señora Lía.

Hay hechos en mi vida que me marcan y que me dominan, y lo harán para siempre; pero ustedes, ustedes han sido unas personas magníficas, así que solo de esta forma tan cobarde me atrevo a limpiar mi nombre.

Es un hecho que a estas alturas ya no importa, pero para mí, es algo que les debo.

Al menos a usted sí, Emanuele.

Desde que nací hasta que cumplí catorce fui un orgulloso hijo de un pastor. Tengo dos hermanos mayores y tres hermanas menores. Mi padre no tenía mucho dinero, pero fue perdonado de ir a la guerra ya que sufría de un mal en su espalda que le impedía hacer más que caminar.

Poco después de mi cumpleaños, un escultor en busca de indicaciones me encontró mientras hacía un dibujo de mi hogar. 

Él quedó impresionado, me dijo que todo lo que dibujaba lucía distinto, con una perspectiva distinta, y rápidamente convenció a mis padres de permitirles ser mi maestro. Ellos aceptaron y yo estaba muy entusiasmado. Estudié junto a él y otros aprendices hasta los quince.

Pinté, escribí y diseñé todo lo que soñé, me llené de emociones dulces, me inspiré.

La noche que cumplí dieciséis mi maestro se metió a mi cama. 

Cada día luego de eso, vino la melancolía; y yo no entendía porqué, si solo hablaban de divinidades y del amor, del perdón.

Muchos aprendices de renombre decían que los artistas deben dejarse llevar por estas emociones, que el amor es algo que se siente muy bien, que como artista estaba destinado a esto.

Una vez usted me dijo que yo no quería ser un artista y eso es cierto…

¿Cómo podía serlo si en mi corazón solo había asco y odio?

Así que escapé, me fui en busca de cualquier lugar porque ya no podía regresar con mi familia. Tenía miedo de la decepción en sus ojos, s obre todo luego de lo que pasó.

Por lo que esta carta es para explicarle mis motivos, y para sincerarme.

También le dije que me gustaba estar en la granja con la señora Lía, con las ovejas y con usted. Y eso es lo que quería, esa es la verdad. Los quería a todos ustedes.

Por favor, permita que en mi despedida abra mi corazón una última vez.

Lo quiero a usted, Emanuele.

Lo quiero demasiado.

Terminando esa línea no solo sus dedos estuvieron fríos.

Que idiota.

Cogió su ropa apestosa del suelo y poniéndosela velozmente fue al cuarto de su madre. No esperó a tocar la puerta y sin razonar abrió.

—¡Gian! —dijo él, pero su madre ya tenía otra carta entre sus manos.

Ésta vez era un dibujo de su padre.

Gian lo retrató.

—Pero… ¿Cómo? —el hombre estaba atónito. 

La mujer subió la vista, su rostro se encontraba destrozado por las lágrimas y los fluidos. 

—¡Yo se lo describí una vez que platicamos, no pensé que terminaría así! —ella explicó a la vez que apretujaba el papel contra su pecho. Con una mano buscó algún pañuelo—. ¡Él escribió cosas tan hermosas! ¡Él dijo: “Ahora sé que el amor huele a sol en la ropa limpia del señor Emanuele”! ¡Que se ve cuando mis mejillas están rojas de tanto reír…! ¡Dijo tanto, lo quiero tanto!

Emanuele la abrazó.

Ella prosiguió, susurrando como en un rezo.

—El día en que se fue tu padre a pelear, llovía tanto como aquel día en que Gian llegó —mencionó—. No podía dejar que se fuera, no como a él... Debía evitar que pasara lo mismo, que la soledad oscureciera sus ojos.

Lía se soltó de sus brazos y lo miró con valor, sin nada de miedo.

—¡Tú también estabas solo, Emanuele! —le regañó— ¡Y yo te amo, y amo a Gian y amo a tu padre tanto como dios perdona a los que han visto los horrores de éste mundo! ¡Sea como sea, me he dado cuenta de lo que sienten! ¡Y solo los amo a los dos!… Solo eso —sentenció queriendo apagar toda esa emoción.

Con un último abrazo y una gran luz inundando su alma, el hombre dejó a su madre y salió corriendo del cuarto hacia su caballo. Mientras liberaba al animal, pensaba la ruta a la que posiblemente Gian recurriría, teniendo el dinero que tenía; además de lo sucedido con los rumores de la ciudad de Asís.

Virtud corrió lo más que pudo sin arriesgar su vida, el camino de río Brenta era el que mejor se ajustaba a lo que pensaba.

Ojalá y Dios escuchará sus oraciones por una vez y se encontraran.

Al atardecer Gian aún estaba caminando, el olor a humedad ciertamente era refrescante, pero el frío en realidad solo le bajaba el ánimo.  A lo lejos, escuchó que algo se avecinaba y se escondió entre los árboles en caso de que fuera un bandido.  

Esperó a que pasaran los cascos del caballo, y ni siquiera respiró hasta que observó a Emanuele pasar como si su vida dependiera de ello. En el segundo que se dio cuenta, emergió de su escondite y gritó lo más alto que daba su diafragma, esperaba que la señora Lía no se hubiera enfermado o algo peor.

Se aventuró hacia él.

El hombre paró su galope, con los ojos y los oídos bien abiertos escuchó la voz desafinada del chico, y frenó gradualmente en un intento de que Virtud no lo sacara volando.

Una vez detenido, Gian y él se reencontraron.

Y no dijo nada, nadie dijo nada. Otra vez.

No hasta que Emanuele sacó su carta de entre el pantalón y la camisa. Gian se sonrojó.

—Creí que ya no querían verme —dijo el más joven sorprendido.

—Soy un granjero. —soltó el otro entre resoplidos— Yo no entiendo mucho del mundo, y menos de muchas ciertas emociones... —extendió su mano con delicadeza— Pero te prometo las mejores vistas para que dibujes lo que quieras.

El chico observó avergonzado y dirigió su vista hacia su palma.

—¿Y si lo que quiero dibujar es a usted? —preguntó de la nada, con el corazón en la boca y latiendo con gran ritmo.

Emanuele sin tomar su mano solo acortó la distancia, inclinó su rostro y se decidió.

Juntó sus labios con rudeza, con estrés, con la respiración entrecortada. Y Gian correspondió, cerró los ojos y apretó su bolso con fuerza.

Luego, tomados de la mano se subieron al caballo; y se fueron a su casa-no casa, amarrando a Virtud cerca del granero una vez que pisaron el terreno. 

Ambos subieron la escalera con el ardor de la pasión en el vientre, con las cosquillas inundando sus dedos; se acostaron sobre la paja, la hierba suelta, y volvieron a unir sus bocas hasta que sus almas se intercambiaron y se mezclaron no sabiendo más.

Aprendieron lo que es hacer el amor. 

Hacer el amor con la adoración en la punta de la lengua, y la expectativa y el dolor que trae la inexperiencia; con las estrellas de Gian agarrando su piel canela y los labios gruesos de Emanuele devorando cada luna, una por una, en sus mejillas, en todo el cuerpo.

Descubrieron lo que no se podía decir con miradas; y que los sueños líquidos y nocturnos entre las constelaciones, se hacían realidad entre las piernas de su querer.

Que delicioso es el amor, que deliciosa es la comprensión.

Que delicioso es no estar solo.

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Alessia y Donato se abrazan y se besan en despedida. Celio y la pequeña Lucile, juegan haciéndole caras a “Recuerdo” mientras él maúlla desde su cajita transportadora. 

Rinaldi ha decidido cambiar su transporte de último minuto debido a la tierna criatura, pero prefiere gastar más a que le pase algo.

Rossi deja de seguirle la corriente a su hija, y abraza a quien fue su superior y muy buen colega.

—¿Nos llamarás, verdad? —cuestiona el hombre más joven luego de darle un golpecito en la espalda.

Donato afirma.

—Sí, para mi desgracia hay más documentales buenos por venir.

—No me volverás loca. —comenta la mujer haciendo un chiste, todos se ríen menos su esposo.

—No, ya enserio… Espero que te vaya bien —termina Celio cruzado de brazos. 

Su hija también endereza su espalda.

—¡Hasta luego, señor Rinaldi! —menciona la pequeña—Espero que lo veamos pronto.

Donato le sonríe a la infante y choca sus puños de forma amigable.

—Adiós —dice y se sube al coche.

El chofer arranca, los Rossi le ven irse a la distancia y Donato también mueve la mano con melancolía. 

El diminuto “Recuerdo” maúlla por lo que él mete la mano entre la rejilla y le acaricia con amor y esperanza.

Las estaciones pasan y siente que hay más aventuras que descubrir.

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Primavera, Italia, 1305.

Emanuele se encontraba recostado sobre las hojas secas, su desnudez era lo único que llevaba puesto; sus brazos se extendieron y alzó el pecho a la par que respiraba hondo. Estaba en el paraíso que era su granero luego de que él y Gian se adoraran como lo hacían desde hace meses.

Abrió los ojos con espanto.

¿Y Gian?

Se sentó y lo buscó con la mirada por todos lados. Y lo encontró, con una camisa de él apenas cubriendo sus partes, con papel en una mano y carboncillo en la otra.

—¿Qué haces? —preguntó el mayor antes de dar un bostezo.

—Me inspiro —respondió el rubio concentrado, como lo hacía siempre que trabajaba.

—¿Inspirarte? ¿Qué estás dibujando?

El joven paró y lo miró sostenido, a Emanuele se le hizo raro.

—¿A mi?

Gian bajó sus materiales y gateando se acercó a él. Emanuele no cayó en su distracción; pero aún, así lo capturó entre sus brazos.

—No sabía que realmente querías dibujarme —canturreó en sus labios pálidos.

—Te lo dije esa vez y lo diré las veces que sean necesarias.

Emanuele lo beso, plano pero con ímpetu y se separó.

—Y yo que te daría las mejores vistas. 


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Bueno, ésto ha sido todo por mi parte.

Espero te haya gustado y que tengas una bonita semana

Curiosidades:

*Parte de la historia de Gian está inspirada en el artista Giotto di Bondone (exceptuando el suceso que marca a nuestro protagonista). Giotto es mi favorito en esa etapa de transición del arte, a algunos se les hace gracioso, pero yo lo amo (risas).

*Los nombres de los protagonistas tienen un significado que da alusión a un don o a lo celestial.

-Gian:En éste caso tomé el significado hebreo el cual es "Dios es misericordioso"

-Emanuele: Significa "Dios está con nosotros"
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Celio: Significa "El que vino de cielo"
-Donato: Significa "Quien ha sido donado por Dios"
-Alessia: Derivado de Alessandra "Defensora de la humanidad"

*La guerra en donde el padre de Emanuele pierde la vida se da en uno de los múltiples conflictos de ideologías que preceden a Las Grandes Guerras Italianas (entre los años 1494 y 1559). El hombre no era un simple granjero como lo son su familia dentro de la historia; sin embargo, luego de su muerte y más con el estigma detrás de ésta, Emanuele y su madre se las arreglaron lo más íntegramente que pudieron.

 

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