El desencadenante #8

Naoko Larsen~

Al mediodía tuvo lugar el primer acto de Nefelibata. En la plaza del Sol habían montado un recinto donde solo sonaban sus canciones. La gente bailaba y cantaba tomándoselo como un aperitivo antes del gran concierto que tendría lugar en el WiZin Center.

La llegada de la artista fue recibida por aplausos y vítores; hasta había un enorme cartel que decía: ¡¡Bienvenida Nefelibata!!

Naoko se sintió arropada por la multitud que gritaba su nombre a pleno pulmón. Por esos momentos es por lo que era cantante, y se sentía cantante. Al ver que todo su trabajo había dado fruto; había conseguido sembrar en cada uno de los presentes una semilla que germinaría y que daría lugar a una nueva planta. Había conseguido llegar hasta el fondo de sus corazones, que es lo que había pretendido; que, en verdad, es de lo que se nutre la música.

Después de saludar a sus fans, se retiró a su camerino; donde podía ver a la gente saltando y disfrutando. Entre la masa de gente, se fijó en un muchacho sentado en un banco que ignoraba la fiesta de su alrededor. Estaba totalmente concentrado en la tablet que tenía en su regazo sin prestar atención a nada más.

Naoko sintió una especie de rabia, de "aquí todo el mundo me adora, ¿por qué él no?"

Al descubrir que había una persona entre los cientos a quien sus canciones no parecían surgirle ningún efecto, supo que tenía que hacer algo. Todos decían que su música traspasaba la piel, ¿por qué la de él no?

"Descubramos la razón" se dijo mientras que se deslizaba por la puerta trasera con unas gafas de sol.

Mientras que Sidney se divertía en la plaza, CH estaba en un banco apartado trabajando en uno de sus proyectos, ajeno a lo que ocurría a su alrededor. De hecho, fue Rupert quien le avisó:

−Amo, se está acercando una chica, ¿quieres que la aleje un metro y medio? –

CH alzó la cabeza para decir que sí, pero vio el enorme iluminado del recinto y su mente empezó a maquinar cómo podría funcionar el sistema de luz.

−Hola, ¿estás disfrutando de la música? –

El genio matemático miró un microsegundo a Nefelibata y después desvió su vista hacia los aparatos de sonido. Le parecían mucho más interesantes.

− ¿Hola? – intentó captar su atención

−Lo siento, señorita, mi amo está ocupado− contestó Rupert por él

Naoko observó a Rupert con los ojos como platos

−Vaya, qué bien hecho que está− lo agitó con curiosidad

−Por favor para que me mareo− le suplicó

Solo entonces CH intervino en la conversación:

−Es mi robot−

La cantante dejó de menear a Rupert, y se volvió hacia su interlocutor retomando el tema principal

−Ya que estás aquí, podrías descansar un rato y pasarlo bien con los demás− le invitó− Esto es una oportunidad única−

CH se la quedó mirando sin parpadear, sin decir palaba, sin expresión en la cara. Por lo que Naoko se vio obligada a añadir:

− ¿O acaso las canciones no son de tu agrado? –

Se encogió de hombros

−Son ruido−

La artista no se esperaba esa respuesta. ¿¡Ruido?! ¿¡Estaba insultado todo su minucioso y mimado trabajo?! Le hubiese dolido menos que le hubiera golpeado en la cabeza con la tablet

−Hay una diferencia abismal entre el ruido y la buena música− dijo con cierto tono de enfado− Pero parece que tiene que haber gente que no sabe distinguirlo−

Naoko no entendía a CH y CH no entendía a Naoko. No podían entenderse. Naoko nunca había experimentado la sensación que tiene CH de que todos los sonidos que entran por sus oídos le suenan prácticamente igual. Y CH nunca había experimentado las emociones que siente Naoko cuando escucha una bonita canción.

Son como las dos caras de una misma moneda.

El matemático dedujo que tenía que decir algo porque la chica lo estaba mirando como si esperase una respuesta por su parte

−Quedan 17625573 segundos para que se acabe el año− soltó CH de la nada

Nefelibata se lo quedó mirando con indignación, con cara de "¿pero qué le pasa a este chico?". Y se marchó con un suspiro sin saber qué más hacer; pensando que el problema lo tenía él. Sin siquiera plantearse que, quizá, el problema era suyo.

CH observó como se alejaba, y en su calculadora mente se coló un pensamiento que no tenía que ver con números: se preguntó por qué la desconocida se había acercado a él y se había ido igual que se iba su madre cuando salía de su habitación.

−Amo, ¿necesita algo? – la voz de Rupert le devolvió a su mundo

−No−

Su vista se dirigió de nuevo a la pantalla de la tablet dejando el recuerdo de Nefelibata almacenado en el baúl de las incógnitas. 

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