El desencadenante #23
Naoko Larsen ~
De escenario a escenario:
−¡¡Estoy a punto de salir a actuar!!− exclamó la cantante al coger la videollamada
−Me alegro mucho cariño− respondió su padre, quien tenía un ejemplar del Quijote en el regazo− Mira quién está por aquí−
Su novio apareció en la pantalla y le saludó con una sonrisa
−¡¡Risto!!−
−Te llamamos para apoyarte− dice el profesor de literatura− Y para darte ánimos−
−¡¡Sois los mejores!!− les lanzó un beso− ¿Está por ahí Henrika?
−Ha salido un rato, ahora vendrá−
−Os tengo preparados varios regalitos de España. Os los enseñaría, pero no quiero estropear la sorpresa−
−Tienes tú más ganas de dárnoslo que nosotros de recibirlo− apuntó Risto
Naoko sonrió
−La verdad es que sí−
−Soy tan feliz viéndote tan feliz, hija, no te haces una idea− habló el padre− Mamá estaría muy orgullosa de ti−
Esa última frase hizo que se le formase un nudo en la garganta, y una fugaz imagen de su rostro pasó por su mente. Ella había sido la principal razón que la había llevado hasta allí.
−Recuerda que, como dijo Antonio Machado, "hoy es siempre todavía" −
Antes de que pudiese despedirse debidamente de ellos, inesperadamente se corta la conexión.
"Maldita wifi" maldijo por lo bajo
En ese momento se abrió la puerta de su camerino y Nefelibata dijo de forma mecánica:
−Sí, sí, ya salgo−
−Me temo que nunca saldrás−
Frunció el ceño al no reconocer esa voz, y se dio la vuelta. No, no era Patrick, como había pensado. Era un extraño de pelo rubio teñido con manchas naranjas y ojos azulados que caminaba por la estancia con una tranquilidad y seguridad pasmosa.
−No puedes estar aquí−
Naoko lo confundió con algún fan desquiciado. Algunas veces solían colarse en el recinto privado con tal de verla y pedirle una foto o autógrafo.
−Lo sé− respondió Wolframio Wolferson sin más
La cantante lo observó durante unos segundos y sintió su mirada de depredador clavada en ella.
− ¿Quieres que te firme la camiseta o algo? –
El Tigre sonrió sagazmente y saboreó las siguientes palabras:
−Quiero matarte−
🖇️🖇️🖇️
Nefelibata trató de escapar, pero El Tigre era mucho más rápido y se movía con gran agilidad. No le costó mucho atraparla.
La estampó contra la pared y la amenazó con un cuchillo.
Naoko tragó saliva. Hacía un momento era la chica más feliz del mundo y ahora estaba a punto de morir a manos de un asesino profesional. Es increíble las vueltas que da la vida. Su padre solía compararla con una tortilla de patatas: puedes estar abajo, y de repente encontrarte arriba o viceversa.
− ¿Por qué lo haces? – le preguntó la cantante
−Hay gente poderosa que te odia− habló Wolframio− ¿Sabes por qué? Porque tus letras dicen verdades−
Antes de emprender ese viaje dirigido por Melnikov, el asesino había estado averiguando cosas acerca de su víctima, y también había escuchado sus canciones.
Estas fueron la clave para entender por qué el presidente ruso quería borrar su rastro de la faz de la tierra.
−Hablas sobre la soledad, la manipulación, las mentiras y los que manejan los hilos quieren silenciarte porque no quieren que abras los ojos a la multitud− continuó El Tigre− Ya que no existe un arma más poderosa y destructiva que una canción−
Naoko se quedó sin palabras. Para ser un asesino hablaba con una sinceridad que asombraba.
−No sé si sentirme halagada o en peligro− musitó sintiendo la fría hoja a milímetros de su piel
−Tienes que confiar en mí− le pidió Wolframio− Yo no soy el enemigo, tan solo soy un peón, un insignificante eslabón, igual que tú−
−Hablas como un político− le acusó Naoko
Wolframio soltó una risa socarrona
−Porque los políticos también son asesinos−
−Entonces, ¿cuál es la diferencia entre un político y tú? –
Los ojos de El Tigre brillaron como lunas, lunas que tenían una parte oculta en la oscuridad:
−Que ellos matan a los inocentes y yo a los culpables−
Dicho esto, le clavó una jeringuilla en el cuello y Naoko se deshizo en el suelo perdiendo las fuerzas.
− ¿Qué...? – balbuceó
−Confía en mí− la intentó tranquilizar− No quiero matarte, quiero salvarte−
Antes de caer definitivamente presa del sedante, Nefelibata vio como Wolframio encogía hasta adquirir la apariencia de un niño.
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