El desencadenante #10

Wolframio Wolferson ~

Wolframio entró en el hotel de mal humor, pero se le pasó cuando sus ojos saborearon el enorme bufé. Pasó de gruñir a masticar.

− ¿Has conseguido la mercancía? – le preguntó Flouraura, a la cual había olvidado momentáneamente

Puso una sonrisa forzada y clavó la mitad del cuchillo en el pollo que se estaba comiendo

−Si te lo cuento te vas a reír y a la vez vas a ganas de arrancar la pintura de las paredes con las uñas−

Se cruzó de piernas mientras decía:

−Tampoco será para tanto−

Wolframio soltó una risa histérica

−El colega del presi ha vendido por equivocación mis herramientas a un cliente−

Flouraura controló la repentina idea de tirar la mesa en la que estaban comiendo y gritar. Pero se tranquilizó pensando que, en cierto modo, era problema del asesino, no suyo. Si no cumplía con su misión era problema del asesino, no suyo. Mientras que ella acabase con su trabajo exitosamente obtendría la recompensa sin importar que Wolframio no.

−Sabrás al menos quién es− trató de mostrar preocupación

−Esa es la parte chistosa, que no lo sé−

La espía lo observó, y no supo decir si estaba a punto de romper en una carcajada, llorar como un bebé o tirarle el pollo con el cuchillo clavado a la chica de enfrente

−Pues tendrás que encontrarla−

−Cómo si fuese tan fácil...− murmuró Wolframio− ¿¡Tú sabes la probabilidad de volver a cruzármela?! ¡¡Una entre un billón!!− exclamó − ¿¡Acaso te crees que será justo la persona que está pasando por nuestro lado?!−

En ese instante, el asesino vio de reojo pasar a una chica con un maletín idéntico al que le había dado el juguetero, que se iba del comedor. Los ojos del asesino se dilataron.

−¡¡Ostia!!− se volvió hacia Flouraura con la mirada de alguien que acababa de tener una aparición− ¡¡Es ella!!− había experimentado lo que llaman como "deja vu"

− ¿¡Qué dices?! – balbuceó la espía− ¡¡Pues corre!!−

Eso hizo. Se levantó estrepitosamente de la mesa y sin pensarlo echó a andar tras ella.

"Esta vez no la perderé de vista"

Después de ese inesperado golpe de mala suerte, no se esperaba en absoluto que de repente la fortuna le sonriese de esa forma tan improbable.

Wolframio no creía en la suerte. Pensaba que aquello era tan solo uno de los innumerables términos que había inventado el hombre al tratar de justificar ciertas causas inexplicables. Tal vez, la razón que hacía que fuese reacio a creer en la suerte era que nunca la había tenido. Que, todo lo que había conseguido, había sido gracias a su sudor y sus lágrimas, no a un factor externo a él que lo había colocado en la cima porque sí, por puro azar.

Pero, en aquel momento en que la perseguía por el hotel, una pequeña parte de él sí que creyó que la suerte existía. Porque, si eso no era suerte, ¿qué era?

La chica se subió al ascensor, y Wolframio puso entremedias su mano antes de que se cerrasen las puertas

− ¿Puedo subir? – preguntó

−Sí

Wolframio se deslizó hasta el interior del ascensor y se sintió como si hubiese llegado hasta el final del arcoíris y hubiese encontrado el tesoro que aseguraban que había en los libros infantiles.

−Bueno, ¿qué te trae por aquí? – rompió el hielo el asesino

Xiomara se sintió intimidada por el desconocido; aparte de por sus pintas; por sus ojos, que le parecían eclipses: una parte de luz y otra de oscuridad.

−Estoy disfrutando de mis vacaciones− no podía contarle quién era, tenía que mantener en secreto su identidad− ¿Y tú? −

Wolframio se rascó la nuca

−Trabajando− y antes de que pudiese preguntarle nada más, añadió− ¡¡Vaya, tengo el mismo maletín!!−

Además, se sentía también intimidada porque su mirada mostraba interés, algo que ninguna mirada había mostrado hacia ella.

− ¿Tu también juegas al ajedrez? – preguntó sorprendida y entusiasmada a la vez

−Desde luego, me encanta− mintió− Me enseñó mi padre cuando era pequeño y llegó un momento que se cansó de jugar conmigo porque siempre le ganaba− improvisó

Xiomara escuchó con emoción, rara vez encontraba a alguien más allá de los campeonatos, que compartiese su mismo hobbie.

− ¿Te apetecería echar una partida? – le propuso

La voz responsable de la cabeza de Wolframio le dijo: "No aceptes, apenas te acuerdas de mover las piezas, te vas a meter en un lío"

Pero como nunca la escucha, dijo con total seguridad:

−¡¡Por supuesto!! Juguemos ahora−

Puede que fuese una mala decisión, pero si eso ya se arrepentiría después

La ajedrecista lo invitó a pasar a su habitación. Se sentaron en una punta de la cama y colocaron las piezas en el tablero. Wolframio era blancas, así que le tocaba mover.

−Te aviso de mis grandes dotes ajedrecísticos− se estiró y crujió sus nudillos

−Demuéstramelos− le retó

Pocos movimientos después, Xiomara proclamó:

−Jaque mate− había ganado

A Wolframio se le quedó cara de payaso. Miró una y otra vez la posición, estupefacto; y sí, había perdido. No esperaba hacerlo con tanta rapidez

−Que conste que me he dejado ganar− justificó de broma

Ese comentario hizo florecer una sonrisa a Xiomara

− ¿Quieres la revancha? –

Ni loco iba a volver a jugar contra ella. Quedar en ridículo una vez era aceptable, pero dos... era demasiado en un día

−En otro momento, no quiero sobrecalentar tu cerebro−

−Cuando tú quieras−

Wolframio le ayudó a guardar las piezas y se fijó que podían desarmarse. Así supo que dentro de esas piezas se encontraban sus armas. Solo tenía que buscar la forma de cambiarle el maletín sin que se diese cuenta.

En ese momento, fue a coger un peón, y justo ella también lo cogió. La ajedrecista quitó la mano mientras sonreía tímidamente, como disculpándose con la mirada.

−No me has dicho tu nombre− inició la conversación

−Ah sí, cierto, soy Wolframio− se presentó− ¿Y tú? –

−Xiomara−

Solo entonces se fijó en ella

− ¿Eres de Corea, Japón...? –

−De China, aunque mi madre era turca−

Wolframio alzó una ceja

− ¿Era? –

Tragó saliva y bajó la mirada. Había puesto el dedo en la llaga.

−Murió cuando yo tenía 4 años−

El asesino sintió una punzada

−Sé lo que se siente− su mente le hizo viajar hacia el pasado por unos segundos− La mía también murió cuando era pequeño, cuando no sabía lo que era la muerte−

En los ojos perlados de Xiomara se reflejaba la mirada rota de Wolframio. Apartó la vista.

−Lo siento− murmuró

Negó con la cabeza poniéndose en pie, y recuperado del golpe de melancolía, dijo:

−No digas que lo sientes− le contradijo− No es culpa tuya−

−No era un "lo siento" de disculpa− aclaró ella− Era un "lo siento" de siento tu desgracia como mía−

Wolframio no supo qué responder a eso.

Se la quedó mirando y se cruzó con su mirada cristalina. Sus ojos eran puros, no había ni una mancha de suciedad en ellos. Eso le dio miedo.

A lo largo de su vida había tratado con gente de ojos opacos, que no dejaban ver su verdadero yo, que ocultaban sus verdaderas intenciones. Esa era la primera vez que se encontraba con unos ojos transparentes que se mostraban tal y como eran. Y le dio miedo porque no sabía de qué era capaz.

− ¿También lo has sentido al ganarme la partida? – preguntó con una sonrisilla pilla

Xiomara sonrió a modo de respuesta

−En fin... será mejor que vuelva al trabajo− se despidió Wolframio− Nos vemos−

Volverían a verse. Era algo inevitable.

Xiomara se quedó sola en su habitación. Se quedó pensando en la partida que acababan de jugar. Tenía la manía inconsciente de analizar a las personas conforme a su modo de jugar al ajedrez. Y Wolframio le había sorprendido. Claramente se dio cuenta de que era un novato nada más con su primer movimiento.

Sin embargo, le sorprendió que, aún habiendo perdido un montón de piezas, no le importaba, seguía tratando de darle jaque mate con las dos que le quedaban. Aunque fuese una ida de olla, sacrificaba sus piezas para ganar; a pesar de que estaba perdido no se rendía; había luchado hasta el final.

Eso decía mucho de él. 

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